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El caso de la calle 33 (obra finalizada)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 27 de Diciembre de 2012. Respuestas: 20 | Visitas: 3082

  1. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Lo primero que me llamó la atención fue la falta de sangre en el resto del dormitorio. Las sábanas de la cama matrimonial podían albergar más de tres litros, mucho más de la necesaria para causar una muerte segura, pero ni rastro en el suelo de parquet, de un rojo cerezo; ni en las dos mesitas de noche; ni en el armario empotrado ni en las paredes tapizadas de un rosado que hacía honor a ese colorido floral; ni siquiera una mala gota en el cuadro situado en la cabecera del lecho, obsceno como no había visto jamás. Era un cristo, en su cruz, con nieblas demoníacas acercándose a su espalda y la cabeza de una mujer tapándole la cintura, dibujada de tal manera que te obligaba a pensar que estaba preparada para una felación inmediata.

    Mi compañera, la subinspectora Elvira, no pudo contener las arcadas de vómito que la invadían y hubo de salir a toda prisa de la habitación, depositando su mala digestión en el váter. Recordé que era novata y eso mismo nos había ocurrido a la mayoría en nuestros primeros casos de homicidio, aunque me extrañó tanta sensibilidad, porque no había cuerpo ninguno.

    Me puse un cigarrillo en la boca, como gesto involuntario de mis muchos años como fumador. Aún pensaba que me ayudaba a concentrarme.

    La segunda deducción no era tan evidente, pero estaba allí, delante de nuestros ojos.
    Elvira se reincorporó, pálida y disculpándose. Le di unos golpecitos en la espalda y le dije que no se preocupara, que era lo normal, preguntándole por sus primeras impresiones.

    —Es evidente que aquí han asesinado a alguien, pero de momento no tenemos víctima o víctimas. Que quien vivía, o vive aquí, es mujer, por la ropa, los zapatos y los cosméticos —hizo un alto cabizbajo y tomó aire—. No creo que esté siendo de mucha ayuda, estoy deduciendo algo tan lógico y evidente que hasta un niño lo haría.

    —Continúa y no te preocupes, a veces la tontería más pequeña y más a la vista es el principio de la madeja, y por eso mismo, por estar tan a la vista, pasa desapercibida para los que llevamos muchos años investigando. Continúa, por favor.

    —Creo que quien dormía en esta habitación es amante del sadomasoquismo, o de sectas vinculadas al diablo... O un desequilibrado. Las paredes tapizadas en rosa... el cuadro de un Cristo acorralado por una niebla de la cual da la impresión que saldrán de un momento a otro los demonios... la mujer rubia en esa posición tan... El candelabro que cuelga del techo... las velas negras en las mesitas de noche... la ropa gótica de los armarios... los zapatos a juego... las bragas, los sujetadores... Son pistas que dirigen mi mente a tal afirmación.

    —¿Sábanas...? —le pregunté como para que ella continuara.

    Volvió a mirar el dormitorio, detenidamente.

    —No hay calefacción y estamos en enero —respondió, hinchando sus pechos.

    —Muy bien subinspectora. Prosiga. ¿Qué deduce de ello?

    —Que a una persona, probablemente atada a la cama, la desangraron hasta la muerte, con muchísimo cuidado de no manchar el resto de la habitación, y luego la envolvieron en las mantas, ya muerta, por la cantidad de sangre del lecho, y trasladado su cuerpo no sabemos dónde —ahora empezaba a ser una policía, a actuar como uno de nosotros. Se había olvidado de la escena y hablaba mientras meditaba.

    —Pues llegamos a la misma conclusión. Conclusión que no tiene salida, de momento, porque la vecina de enfrente, la que nos llamó, asegura que nada más oír los gritos de auxilio nos avisó y no se separó de la mirilla de su puerta ni un segundo de los diez minutos que tardamos en llegar.

    —Bastaría con muy pocos segundos de despiste para que el asesino escapara con el muerto sin ser visto por ella —dijo Elvira algo que yo ya sabía.

    —Sí, cierto. Pero se lo he preguntado cien veces y cien veces, rotundamente, ha respondido que imposible, que ni pestañeó en esos diez minutos.

    —Volved a registrar la vivienda centímetro a centímetro —ordené a los policías y a Elvira— tiene que haber algún indicio, es imposible que un muerto desaparezca así como así. Ya sé que la hemos registrado, pero no nos queda otra.

    Mientras golpeaban paredes y suelo, por si hubieran huecos que pudieran ocultar un cuerpo, y buscaban productos que pudieran deshacer carne y huesos, o simplemente un indicio de algo, mis meditaciones me llevaban una y otra vez a la vecina de enfrente.

    —Elvira, venga conmigo, volveremos a interrogar a la vecina, pero usted diga que tiene que ir al baño, que tiene sed... Ya sabe, cualquier excusa para investigar su piso; y encienda la grabadora porque no tenemos orden judicial, por lo que nos ha de dar permiso para entrar. A la mínima que nos insinúe que nos vayamos, nos vamos. O sea, muchísimo cuidado.

    Mientras andábamos el corto recorrido seguía inculcándome la idea de que en el piso de enfrente debían estar, por narices, las respuestas. Era una séptima planta que carecía de escalera de incendios, sin balcones, y las ventanas daban a una acera muy transitada del centro de la ciudad, por lo que el asesino y el cuerpo hubieron de salir por la puerta principal; y si estaba vigilada... No me cuadraba.

    Claudia, que así se llamaba la vecina, cotilleaba todo lo que podía desde el umbral de su puerta. Le pregunté que si nos dejaba pasar, para charlar más tranquilamente. Contestó un "por supuesto" casi alegre. Antes de sentarnos en las sillas ofrecidas del comedor, Elvira, con mucho respeto y tacto, le dijo que si podía ir al cuarto de baño, que tenía las tripas revueltas y en el de la víctima habían policías obteniendo pruebas. Añadió otro "por su puesto", con sonrisa incluida. Parecía estar encantada con la situación.

    —Señora Claudia —señorita, me corrigió—. Perdón, señorita Claudia, usted, no tendría una foto de su vecina, por esas casualidades que tiene la vida.

    —Lo lamento muchísimo, pero no. A penas hacía un mes que vino a vivir aquí, y, francamente, no se relacionaba con nadie. Ni siquiera la visitó nadie —hablaba con el cuerpo doblado y un ojo a medio guiñar—. Pero le puedo ayudar porque, Helena, que así se llamaba...

    —O llama —dejé caer las dos palabras mientras mis dos ojos captaban toda reacción posible.

    —Por supuesto comisario. Dios quiera que no la hayan matado.

    —Esperemos que no —añadí—, pero prosiga, me decía que podía ayudarme.

    —Sí comisario, la tal Helena se asemejaba mucho a mí, hasta tal punto que algunos de este edificio, y de gente de fuera, creían que era hermana mía. Pero yo soy hija única.

    —Entonces era... o es muy guapa —intentaba ganármela aún más—. Y por cierto, no soy comisario, sólo inspector.

    Elvira tardaba, por lo que quizás la vecina Claudia se molestara. Antes de que pudiera ocurrir me excusé por ella. Mencioné que era su primer caso y estaría descompuesta. Reaccionó como yo esperaba, y mejor, porque nos ofreció un café o lo que quisiéramos tomar.

    Elvira la oyó y acudió rauda, ofreciéndose ella para preparar los cafés. Mientras iba a la cocina, con un leve gesto encogido de los hombros y una mueca casi imperceptible, me hizo saber que no había encontrado nada fuera de lo normal.

    —Perdóneme un momento, se me olvidó dar unas órdenes a los policías, enseguida vuelvo, si a usted no le importa, claro está —suavicé las palabras con toda la simpatía que pude acumular. Si Claudia nos echaba de su vivienda en ese momento no solucionaríamos el caso jamás, estaba convencido de ello. Otro "por supuesto", que yo calificaría de cariñoso, salió de la sensual boca de Claudia.

    Entré ligero a la vivienda del asesinato sin muerto y reuní a mis compañeros, dando órdenes de que interrogaran, con toda la cautela del mundo y lo más rápido posible, a todos los vecinos del edificio, exigiéndoles que preguntaran sobre el físico de la enigmática desaparecida y si había tenido visitas, y en tal caso, que recopilaran todos los datos posibles. Volví con Claudia y Helena. Bebían a sorbitos el café, rostro con rostro, aunque disimulando que se escrutaban la una a la otra.

    —Perdone señorita Claudia, pero es que si no estoy encima de los policías...

    —No se excuse, no tengo nada que hacer, hoy es mi día de fiesta, por lo que tengo tiempo de sobra —me dijo sonriendo.

    —Es jueves... por lo que debe usted trabajar en... ¿hostelería?

    —Falló inspector. Trabajo en un hospital —nos susurró, como si quisiera que nadie más se enterara.

    —Un Hospital..., es un trabajo bonito. ¿Doctora o celadora? —pregunté a sabiendas de que era celadora. La gente con carrera suele ser más distante, más observadora y otorgan menos confianza, y si la dan es otra confianza.

    —Celadora inspector, y no juegue conmigo que usted ya lo sabía —me pellizcó los mofletes, consiguiendo ruborizarme y aturdir por un instante a Elvira.

    —Señorita Claudia, es muy importante esta pregunta y ya sé que usted la ha respondido un montón de veces, pero he de insistir: ¿está usted totalmente segura que nada ni nadie salió por la puerta de enfrente, por la puerta de Helena?

    —Se lo juro por lo que usted quiera, inspector. No me separé de la mirilla ni un segundo, hasta que vinieron ustedes.

    —Y los gritos que oyó, ¿cómo fueron?

    —A penas audibles, más bien quejidos. Suerte que me encanta leer y casi nunca tengo encendido el televisor ni la radio, sino no los hubiera oído.

    —Y dice usted que la última vez que la vio fue anoche, a media noche, más o menos.

    —No la vi, oí cuando entraba, cuando cerraba la puerta. Luego el televisor, el extractor y la ducha, hasta que me quedé dormida.

    —Usted tiene el turno de mañana. Empieza a las seis... por lo que debe levantarse... ¿a las cinco, más o menos?

    —Pero hoy tenía fiesta, inspector. No sé si tendría que preguntar por mi abogado, tengo la sensación de que su tren viaja a mi estación —me dijo sonriendo, con mucha picaresca, guiñándome un ojo.

    Pensé que no debía insistir ni preguntar más, y si lo hacía, probablemente ningún fruto recogido se podría comer ante el juez, por lo que preparé la marcha lo más suavemente posible.

    —¿No recuerda algo que nos ayude un poquito? Lo que sea... El más mínimo detalle puede ser crucial —le pregunté con tono de compañerismo, para que se sintiera parte de la investigación.

    —Es que la vi en muy pocas ocasiones y casi de refilón. Quiero ayudarle todo lo posible.

    Con un ojo en Claudia y otro en Helena comprendí que una ya no sabía más, o no quería decir nada más, y la otra no había encontrado nada sospechoso en la vivienda, por lo que nos despedimos, entregándole una tarjeta con mi nombre y número de teléfono móvil.

    Mi subinspectora, en el dormitorio de los hechos, me reafirmaba con voz lo que ya intuí en sus gestos y ojos, como cuando inspeccionábamos el piso de la vecina.

    —Absolutamente normal, inspector. Quizás añadiría, por añadir algo, que hasta demasiado normal.

    —¿A qué se refiere con demasiado normal, Elvira? —le pregunté por preguntar, porque me sabía la respuesta.

    —En el botiquín del cuarto de baño, por ejemplo, sólo aspirinas, esparadrapos, tiritas... Ya sabe, lo normal, nada de antidepresivos, nada que incite a la más mínima sospecha. Todas las personas tenemos algún medicamento de ese tipo, o parecidos, en nuestros botiquines, pero ella no.

    —¿Y más si trabajamos en un hospital, verdad? —le pregunté sin querer respuesta—. ¿Y en el resto de la vivienda?

    —Igualmente, demasiado normal. Vive sola y no tiene ni látigos, consoladores, revistas pornográficas, libros marranos... ¡Hasta el ordenador parece el de un niño decente! Yo la nombraría ciudadana ideal.

    —Demasiado ideal —susurré.

    Mientras regresaban mis compañeros de sus indagaciones por el resto del edificio volví a analizar el dormitorio, por si se me escurría de entre los dedos alguna pista. Elvira se dio cuenta e hizo lo mismo.

    Por muchas vueltas que le diéramos no había más que lo que ya teníamos. Regresaron los compañeros y nos comunicaron lo investigado: nadie conocía a Helena, aunque habían oído ruidos en su vivienda, ruidos del televisor, de la ducha, de la cocina... Los lógicos que emiten las viviendas habitadas, pero de verla, casi nadie la había visto. Sólo algunos tropezaron con ella, o bien de buena mañana, a las cinco, o bien a la noche, rondando las doce, pero con prisas y si fijarse en demasía, sin mediar más que unos buenos días, o buenas noches, o un hasta luego, reafirmando lo dicho por la vecina Claudia, que físicamente se asemejaba mucho a ella. Eso era todo, y era bien poco, por lo que el trabajo de investigación habría de continuar fuera de la escena del crimen, si es que había algún crimen, porque ya empezaba a dudar, pero tras mirar las sábanas pringadas de sangre, de tanta sangre, tuve que exigirme que no divagara, que allí estaba la prueba del crimen de una persona, sin lugar a dudas.

    —¿Habéis recogido las muestras de sangre y las huellas dactilares? ¿Y los objetos sospechosos? —pregunté por costumbre, por que era evidente la respuesta afirmativa.

    —Señor, objetos sospechosos no hemos encontrado ninguno, o mejor dicho, no hay rastro de que ninguno sea sospechoso.

    —Está bien. Creo que aquí ya no pintamos nada. Acordonen la zona y luego, óiganme atentamente, no quiero a nadie, absolutamente a nadie, cerca de esta vivienda. Pongan una cámara oculta por si el asesino o alguien entra. Y que esté bien escondida, que se confíen. Y pinchen el teléfono. ¡Venga, vayámonos!

    De camino a la comisaria el denso tráfico del centro de la ciudad me hizo mirar la hora de reloj: eran casi las nueve de la noche, por lo que un gesto de disgusto se dibujó en mi rostro, dándose cuente mi compañera.

    —No se preocupe inspector, lo dejaré en su puerta, así su mujer dejará de preocuparse. Yo iré a la comisaría y redactaré el informe. De todas maneras ni usted ni yo podemos hacer nada, por lo menos hasta que nos lleguen las pruebas del laboratorio.

    —Se lo agradezco, Elvira. Mi mujer ya está bastante cabreada conmigo y por muchas explicaciones que le dé no se tranquiliza. Mande a que investiguen al dueño del apartamento y a Claudia, me da en la nariz que por ahí anda el principio de la solución.

    —No se preocupe, así lo haré.


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  2. Évano

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    Lo mejor de los turnos matinales es que el tráfico no molesta. Las calles desiertas y esa luz amarillenta de las farolas de la ciudad decoran la prolongación del sueño, como un puente que une el dormir y el despertar, aunque la verdad, que de dormir, había dormido poco.

    Entre la larga discusión con mi mujer, por los temas de siempre, y el cribar una y otra vez las pruebas y escenas del día anterior, la noche se me había acortado hasta casi reducirse a una cabezada.

    Por las escaleras de la comisaría es cuando ese puente se desvanece y entra uno en la realidad. El vocerío del que sabe madrugar, que aunque parezca mentira a quién sabe, sin explicarse uno el cómo, va taladrando los oídos hasta despejar la mente.

    Di y me fueron dados los buenos días y me dirigí a mi despacho. Las miradas de mis compañeros debieron ponerme alerta ante lo que me esperaba, pero andaba espeso.

    Elvira dormía encima de dos incómodas sillas y arropada con su chaqueta, por lo que no quise despertarla y fui a la máquina del café, donde todavía estaban en reunión matinal mis compañeros. Con un gesto del hombro y un girar de cabeza a mi despacho pregunté qué ocurría. En voz baja, ofreciéndome un café, un compañero me explicó que se había peleado con su pareja y que hacía una semana que dormía allí, en mi despacho; que se habían hartado de ocultar su situación y no la habían despertado, no por fastidiarla por fastidiar, sino para que yo tomara cartas en el asunto y le echara una mano.

    —¿No querrán que me la lleve a mi casa? Sólo me falta aparecer ante mi mujer con Elvira. Si fuera fea aun tendría posibilidades, pero si aparezco con ella soy hombre divorciado, eso si no está preparando los papeles ya. ¿Y la ropa, dónde la guarda?

    —En el maletero de su coche.

    —¿Y familia, amigos, novios... No tiene a quién recurrir? —pregunté sorprendido.

    —Por lo que se ve no, señor.

    —Es increíble, un bombón como Elvira y no hay quién la ayude. No lo entiendo.

    —Creo que por lo mismo que usted, señor, si no tuviéramos mujer estaríamos encantados de darle refugio.

    —Bueno... Ya veremos más tarde lo que se puede hacer. Pongámonos a trabajar. Id alguno a despertarla, por favor.

    Degustamos los cafés entre un raro silencio, arrojándonos miradas evasivas los cuatro, ante una máquina cafetera que era la reina del lugar.

    Oyendo las pisadas de la subinspectora, que se unía al resto del equipo nerviosa y ruborizada y recogiéndose su precioso cabello castaño con una goma azul, pregunté tras oír su perdón y hacerla saber, con un gesto leve de mi mano, que no se preocupara:

    —¿Han llegado las pruebas del laboratorio?

    —Sí señor, y es sorprendente. En las sábanas hay sangre de todos los tipos, y son de un motón de personas diferentes. Todavía no pueden decir de cuántas, tardarán unos días en completar el informe, pero las primeras pesquisas hablan de más de veinte personas diferentes.

    —¿De un montón de personas diferentes? ¡Santo cielo, esto se complica! ¿Qué sentido le encontráis a que la sangre sea de tantas personas diferentes? ¡Venga, piensen, den ideas!

    Un compañero le ofreció el café con leche diario a la legañosa Elvira.

    —Sinceramente —hablaba el policía que me ofreció el café a mí— señor, creo que tanta gente entrando en ese piso hubieran alertado al resto de vecinos... y si los mataron allí... llevarse los cuerpos sin levantar sospechas... Creo señor que este caso no tiene pies ni cabeza.

    —Tiene usted razón. Quizás alguien manchó las sábanas, para alguna broma macabra, o vaya uno a saber. Pero la dichosa vecina jura y perjura que lo que oyó es cierto.

    —Señor, si me permite —dijo el compañero que fue a buscar a Elvira.

    —Y tanto que le permito. Ideas, ideas...

    —La habitación, como bien dijo Elvira en el apartamento, parece ser una cámara de sadomasoquismo. Puede ser que la tal Helena la utilizara para torturar a sus clientes y no sea adicta a la limpieza, o que, por alguna extraña razón, le guste dormir bajo litros de sangre.

    —Y las mantas, estamos en enero y allí no hay calefacción, ni mantas.

    —Puede que duerma vestida, o arropada con chaquetas —y deslizó las esquinas de los ojos hacia Elvira. Una sonrisa se dibujó en casi todos los presentes.

    —Tendría usted razón si la sangre no hubiese estado tan fresca, pero cuando llegamos casi estaba caliente todavía, casi recién arrojada a las sábanas. Prosigamos por otro camino.

    Nos quedamos pensando ante este laberinto cuya entrada y salida pasaba por Claudia. Si apartáramos a ella del caso, este tendría fácil solución. Pero no se la podía apartar así como así, sin investigar. Por lo tanto, la resolución del caso continuaba.

    —¿Y del dueño del apartamento, se sabe algo? —pregunté, rompiendo la meditación conjunta.

    —Es de un ruso, desaparecido hace casi un año, pero los pagos estaban domiciliados por el banco, por lo cual no se adeuda ninguno.

    —¿Y era empresario... mafioso... se sabe?

    —Periodista señor. Contrario al primer ministro, Vladimiro Patín, por lo que no es de extrañar su desaparición.

    —¿Y no había alquilado a nadie el apartamento?

    —No señor, no hay constancia de ello.

    —Esto se complica, aunque puede ser que la tal Helena lo supiera y aprovechó para vivir en una vivienda sin pagar ni un euro. ¿Qué sabemos de las huellas dactilares?

    —Todas son de la misma persona, señor, pero no las tenemos fichadas, por lo que puede que Helena no fuera española.

    —Sí, claro, no creo que haya ni un sólo español sin fichar, pero alguno hay, por lo que no descartaremos nada, de momento. Uno de vosotros que se ponga en contacto con el Ministerio de Interior ruso, por si tuvieran clasificadas las huellas. Pero mucho cuidado, nada de nombrar al periodista desaparecido ni cuerpo desaparecido. Digan que es un brazo mutilado que hemos encontrado cerca de un prostíbulo, donde suelen hacer carrera las mujeres de los países del este europeo. Y díganles que también han preguntado a otros países, pero habiéndolo hecho antes de verdad, para despistarlos. Sólo nos falta tener encima a la policía secreta rusa. Aunque tarde o temprano se van a enterar. Que sea mejor tarde, entonces. Un par de ustedes que sigan indagando por las alrededores del lugar de los hechos, pero sin llamar la atención. Den la descripción de la vecina, de la tal Claudia, es la única que tenemos. Esa mujer tuvo que acudir a algún supermercado, bar, peluquería... Trabajaría el algún sitio y de algún trabajo sacaría dinero para vivir.

    —Elvira y yo visitaremos a Claudia, la observaremos e indagaremos en el hospital. Métanles prisa al laboratorio, ya saben ustedes que las primeras cuarenta y ocho horas son vitales para la solución de los asesinatos y desapariciones.


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    Nuestra ciudad no era muy grande, por lo que sólo teníamos un hospital, sito en las afueras.

    Por las carreteras circulaban un gran número de seres solitarios y somnolientos, encajados en unos vehículos que emanaban la humedad de la mañana, como si fueran los sustitutos de los árboles y plantas del campo. Eran ellos los que recogían un rocío artificial, casi como las lágrimas insonoras de mi compañera Elvira. No pude girar el cuello para preguntarle:

    —¿Por qué no me comentó su situación? La podría haber ayudado.

    Tras un leve silencio, el necesario para recomponerse, me contestó con restos de suspiros:

    —Inspector, usted ya tiene suficiente con lo suyo y yo a penas llevo unas semanas en este trabajo y en esta ciudad. Cuando cobre la primera mensualidad, es decir, dentro de unos días, tendré dinero para alquilar una habitación o irme a un hostal. Sé que usted y los compañeros me hubieran ayudado, pero no quiero empezar molestando.

    —No es molestia, Elvira, somos un grupo, y cuando uno tiene problemas, los demás le echamos una mano. Le hubiéramos prestado dinero, por ejemplo. Le daré quinientos euros y me los devuelve cuando pueda, cuando le vaya bien, y no se hable más. Ahora, concentrémonos en el trabajo.

    En un semáforo en rojo aproveché para bajar y extraer de un cajero el dinero prometido y se lo entregué a una Elvira que no quería cogerlo. El pitido de los coches de mi fila y algún grito se apagaron cuando coloqué la sirena de policía en el techo.

    —Mientras llegamos al hospital vayamos sacando conclusiones. Usted primero, Elvira —dije para romper el hielo que le apretaba el aura.

    Causó efecto.

    —Creo que mi conclusión es la misma que la de ustedes: la vecina Claudia es el enigma o el camino que nos saca del laberinto.

    —Muy resumido, y cierto. Pero ¿por qué? —pregunté más por saber si daba palos de ciego o porque no tenía ganas de hablar.

    —Pienso que la señorita Claudia, por algún motivo, presintió que algo ocurría en la casa de su vecina y nos llamó para quedarse tranquila —continuó con sus conclusiones de manera ágil. Su tristeza se evaporaba—.Nos avisó porque presentía algún peligro, aunque creo que no tenía pruebas, pero aun así dio aviso, acertando en que algo extraño sucedía.

    —¿Y ha pensado usted que esté implicada de alguna manera?

    —Implicada creo que no, inspector —contestó medio dudando, por lo que yo respondiera.

    —Pues yo estoy seguro, Elvira. La sangre de la cama era reciente. Sólo ella pudo haberla arrojado al lecho, o haber cometido el crimen, o los crímenes, y deshacerse del cuerpo... o los cuerpos.

    Llegamos al aparcamiento del hospital y entramos en recepción, dando los datos y preguntando por Claudia. Esperamos mientras la localizaban, sentados en los cómodos sillones de la recepción.

    —Perdone, inspector, no le he preguntado cómo le fue con su mujer anoche. Usted se preocupa por mí y yo tan desconsiderada.

    —No se preocupe Elvira, sus problemas son mayores, bueno, en el fondo son los mismos, pero a usted ya no le han dado más oportunidades. Ya sabe: que si nunca estás en casa, que si no ves a los niños, que así no hay quien viva, que mi trabajo es lo principal, que nunca desconecto, que para eso mejor estar sola... Y luego las eternas discusiones y las inevitables lágrimas, el insomnio y la vuelta al trabajo, hasta que un día se harte y me encuentre con las maletas en la puerta.

    —No deje que llegue ese momento, inspector, antes prométale unas vacaciones y cúmplalas. Tiene usted razón, mi compañera no aguantó más. Le había prometido que cambiaría en este nuevo destino de homicidios. Antes estaba en robos con fuerza y ya ve, no he cambiado, ella se ha marchado a vivir a casa de sus padres. De momento, me dijo, pero es definitivo porque ni siquiera me ha dejado su casa el tiempo necesario hasta que encontrase otra. Ya le digo, no deje usted que le ocurra lo mismo que a mí. La soledad duele, y mucho, y por favor, le ruego, aunque sé que no hace falta, que no dé a conocer mis tendencias sexuales.

    —Ya lo ha dicho usted, no hace falta. Puede estar tranquila que mi boca será un sobre cerrado.

    Con paso apresurado se acercaba la recepcionista.

    —Hoy la señorita Claudia no ha acudido al trabajo, no hay rastro de ella. La hemos telefoneado y tampoco contesta.

    —Podemos ver su taquilla —pregunté sorprendido por la noticia de la ausencia. La verdad es que no me la esperaba, como tampoco esperaba la respuesta de la recepcionista.

    —Está vacía, señor inspector, me adelanté a su petición porque desde que conocí a Claudia sospeché de ella.

    —¿Por qué exactamente?

    —Porque casi nunca estaba en su posición, andaba por todos los rincones del hospital con conductas extrañas y no respondía cuando se las reprochábamos.

    —Podemos ver su ficha de trabajo, su currículum —pregunté con aires de que se apresurara.

    —Síganme a las oficinas. Por el camino les contaré el currículum, aunque no es mucho.

    Con grandes zancadas, difíciles de seguir, nos encaminaba a las oficinas mientras decía que la tal Claudia, si ese era su nombre verdadero, nació en Moscovia, en Rusia, aunque se vino a España a los veinte años y ya era licenciada en medicina general, pero que no había podido convalidar la carrera y que por eso aceptaba ser celadora, mientras arreglaba los papeles. Según los documentos llevaba once meses en el hospital. Y para terminar aseguró que ya intuía algo así de Claudia, por lo que nos había contado.

    El currículum reafirmaba lo dicho por la recepcionista.

    —Rápido, Elvira, vayamos a la calle 33, al apartamento de Claudia. Vaya localizando al juez para que nos dé una orden de registro. No creo que le ponga pega alguna.


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    Rugía la sirena en demasía, tanto que mi compañera Elvira casi no escuchaba la voz del juez.

    —El Juez dice que pasemos por su casa, que tendrá preparada la orden de registro, que él se marcha a los juzgados, pero que se la pidamos a su mujer.

    No tardamos mucho en llegar. La vivienda también estaba en las afueras de la ciudad, en una urbanización sin lujos. El Juez Garza es de tendencia izquierdista y el más honrado que conozco, y seguramente el único incorrupto de España.

    Recogimos la orden y nos dirigimos hacia la calle 33. La sirena es una herramienta muy útil para la velocidad.

    Sonó mi teléfono móvil. Le di a aceptar la llamada y se lo pasé a Elvira.
    Era de la comisaría.

    —Señor inspector, tengo algo importante que comunicarle —se oyó la voz metálica a través de los pequeños altavoces de mi teléfono móvil.

    —Soy la subinspectora Elvira. Voy con el señor inspector, camino del apartamento de Claudia. El inspector oye lo que está diciendo —dijo mi compañera.

    —Entendido. Presten atención: la sangre y las sábanas contienen restos de venenos y radiación, y corresponden a treinta y tres personas diferentes.

    —¿Treinta y tres? —pregunté gritando.

    —Sí, inspector, treinta y tres. Van para allí un equipo especial de emergencias radiactivas, aunque han dicho que no hay peligro, porque es pequeña la cantidad de radiación encontrada, pero que aún así esperen al equipo.

    —Pensaba que tardarían días en concluir el informe del laboratorio —dijo Elvira

    —Así es subinspectora, pero al encontrar la radiación nos adjudicaron más personal y aceleraron el caso.

    —Entendido. Muchas gracias por la información.

    No tenía intención de esperar al grupo de emergencias, pero, ante mi sorpresa, ya se encontraban abriendo la puerta de la desaparecida Helena. Elvira y yo entrábamos, con unos trajes especiales que nos proporcionaron, que eran poco más que una funda de plástico amarillo adaptable a cualquier cuerpo, a la vivienda de la otra desaparecida.
    En el apartamento había poco que inspeccionar: no había ropa ni zapatos, ni ordenador ni cuadernos, ningún trasto, con valor o sin valor, que perteneciera a Claudia. Quedaban los escasos objetos decorativos, los utensilios de cocina y electrodomésticos. Cuando dábamos por finalizada la infructuosa búsqueda, la voz encarcelada de Elvira me llamó.

    Encontró una nota debajo de la almohada. Decía lo siguiente:

    "Señor inspector, no han encontrado cuerpos, pero le juro por lo que más quiera que la sangre de las sábanas corresponden a treinta y tres muertos. Lamento no estar presente, si así fuera sería mi cadáver. Huyo, no tengo tiempo para más explicaciones ni puedo decirle dónde voy porque me han avisado que andan cerca. Si me es posible me pondré en con..."

    Y ahí se cortaba la nota. Acabé la frase.

    "Si me es posible me pondré en contacto con usted". No quedaba tanto para terminar la frase —susurré dentro de la escafandra.

    —Vayámonos subinspectora —ordené con voz de cabreo—. Y llame a los compañeros que rondan por la zona. Dígales que no hallarán vestigio alguno de la dichosa Helena.

    —¿Puedo saber por qué está tan seguro, señor inspector?

    —Helena es Claudia. Nos ha tomado el pelo.

    —¿Y no hay nadie que lo notase, señor?

    —Se sorprenderá de cómo es la gente de esta ciudad, bueno, y de todas. Se dan casos de haber convivido con un vecino durante años para ser incapaces de señalarlos en una rueda de reconocimiento. Una vez, el único que nos echó una mano, curiosamente era ciego, y lo destacó por las características de sus andares y el olor. ¡Se da cuenta! Basta con resaltar los pómulos, colocarse unas lentillas de diferente color, o alargarse las cejas, o una simple peluca mal puesta para que pases totalmente desapercibido, y si me apura, con sólo agachar la cabeza o ponerse un pañuelo en ella.

    Al salir del apartamento de Helena, o Claudia, el grupo de emergencias radiactivas nos comunicó que no había problemas, que sólo las mantas contenían radiación, y escasa, sin peligro alguno. Nos despedimos. Sin tener idea de qué pasos seguir, me decidí por visitar de nuevo el hospital.

    Se nos echaban encima las diez de la mañana y no habíamos almorzado, por lo que antes de subir al coche entramos en un frankfurt de la calle 33 y almorzamos lo más rápido posible, sin decir palabra.
    De retorno al hospital, a mitad de camino, la canción de Joan Manuel Serrat, la del Mediterráneo y la que tenía como tono del teléfono móvil, volvió a sonar. Esta vez contesté yo mismo.

    —Al habla el inspector.

    —Señor, el Ministerio de Interior ruso no ha sido de mucha ayuda. Se han reído. Saben más del asunto que nosotros.

    —¿Qué han dicho? —pregunté secamente, para aligerar la conversación y porque realmente estaba enfadado.

    —Que nos dejemos de brazos mutilados y mujeres del este de Europa que trabajan en prostíbulos y que nos olvidemos de Claudia, que ella se pondrá en contacto con nosotros, y que olvidemos al periodista, está muerto y bien muerto. Lo tienen ellos, congelado y a buen recaudo.

    —Nada de olvidar a Claudia, intenten localizarla. Al periodista sí, no lo busquen, si lo han guardado ellos no lo encontrarán. Elvira y yo vamos a dar otra vuelta por el hospital. Si hay alguna novedad pónganse en contacto.

    Di por concluida la llamada y la voz de Elvira ocupó el escaso tiempo de silencio transcurrido.

    —Vamos detrás de la zanahoria, señor inspector.

    —Sí, y lo peor, que están jugando con nosotros.



    Continúa abajo...

     
    #4
    Última modificación: 6 de Marzo de 2013
  5. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    El puesto de recepcionista estaba vacío, por lo que decidí pasear por las distintas salas del hospital, buscando los posibles aparatos capaces de inflingir radioactividad. En el trayecto pregunté a Elvira qué pensaba de que los rusos hubiesen congelado el cuerpo del periodista y de su papel en este caso.

    —Sinceramente, señor, no sabría qué decir.

    —Inténtelo, aunque le parezca una estupidez —la animé.

    —Creo que es un acierto indagar en el hospital y buena su idea de observar los equipos radiológicos, no tenemos por donde continuar y a lo mejor aquí descubrimos algo —no se me ocurre qué otros hilos seguir, la corté por un instante. Pero prosiga—. Por otra parte pienso lo siguiente: Helena y Claudia son la misma persona, como usted dijo, de la que sólo sabemos que es rusa y a todas luces miembro de la policía secreta, por lo que ha contado el Ministerio del Interior ruso. Que ella está involucrada, o mejor especificado, que fue ella la que volcó en las sábanas la sangre y nos avisó. Y hasta aquí hila mi madeja, señor inspector.

    —Piense Elvira, esfuércese, va por el mismo camino que yo. ¿Qué nos falta?: los por qués. ¿Por qué guardó treinta y tres sangres diferentes hasta el día del suceso para luego verterlas juntas sobre un lecho donde vivía su otro yo? ¿De dónde proceden y de quiénes son?¿Por qué el fingir e inventarse a Helena? ¿Por qué huir, y de quién?¿Qué papel juega, o jugó, el periodista congelado?

    —Muy buenas preguntas, señor inspector.

    —Sí, pueden ser buenas, pero si no les damos respuestas no valdrán para nada.

    Mientras intercambiábamos hilos y escrutábamos los diferentes equipos, me preguntaba que era demasiada paciencia la de Claudia. Once meses en un hospital, recolectando sangres que sólo Dios sabe de dónde sacó, por lo menos hasta ahora, y ejecutando unas órdenes tan escrupulosamente...

    Continuaban las distintas salas de electroencefalografías, tomografías computadas, ecografías, radiologías, rayos x, mamografías, resonancias magnéticas...

    —Señorita Elvira, aquí no acabaremos nunca, y si he de decirle la verdad, no entiendo ni un pimiento de radiactividad, radiologías ni orgías que valgan. Me duele la cabeza y me estoy hartando de... ¿Me oye, Elvira?

    —Ahí señor, mire ese equipo de resonancia magnética, abajo a la derecha: Magnetón 33. Últimamente el número 33 surge de cualquier lugar.

    —Tiene usted razón, demasiadas casualidades. Entremos a preguntar.

    Al entrar en la sala de resonancias tuvimos que dejar paso a un señor que sacaban en camilla con más que aparentes gestos de dolor de cabeza. Ante la mirada reprochadora de los celadores enseñamos las placas de policías. La enfermera reprogramaba el aparato. Le dimos los buenos días y ella a nosotros, con una bonita sonrisa. Era una enfermera mayor, pero conservaba una belleza extraordinaria.

    —¿En qué puedo servirles, señores policías? —preguntó agradablemente.

    —¿Puede causar radiactividad este equipo? —pregunté de golpe.

    —El equipo de resonancia magnética está conformado por un gran imán en forma de anillo y utiliza un campo magnético y ondas de radio para obtener imágenes detalladas de los órganos y las estructuras del cuerpo.

    —Ha dicho usted ondas de radio. No entiendo mucho... pero ¿no tienen relación las ondas de radio y la radiactividad?

    —Estas ondas son electromagnéticas... —o de radiación gamma de onda corta, las más peligrosas, la interrumpí sin saber muy bien qué decía—. Mire usted, señor policía, yo soy una simple enfermera y le cuento lo que me han contado...

    —Tiene usted razón, perdónenos, ya nos vamos. Sólo otra pregunta:
    ¿cuánto tiempo hace que llegó la máquina al hospital?

    —Alrededor de un año, pero no era nueva, se compró de segunda mano a un hospital muy famoso, de los Estados Unidos. Lo lamento, ahora no recuerdo el nombre. ¡Cómo diablos se llamaba...? —se preguntaba para sí la dulce enfermera.

    —No importa, no se preocupe. ¿Ha causado algún problema?

    —No señor, que yo sepa no, y yo tengo que saberlo porque he estado todo ese tiempo con él.

    —Es usted un cielo. Todas las enfermeras son un cielo. ¿Nos vamos Elvira?

    —Cuando usted quiera, señor inspector?

    De camino a la comisaría di órdenes a la subinspectora para que llamara a los compañeros, para que alguien averiguara, con palabras claras y entendibles, si es posible que un equipo de resonancia magnética pueda, de alguna manera, infectar un cuerpo de radiactividad.

    En el trayecto la subinspectora me recordó el veneno, preguntándome si lo tenía en cuenta y mi opinión.

    —Nos hubieran dicho el nombre del veneno, señorita Elvira, nos lo hubieran dicho los del laboratorio. Si han callado es porque no tienen ni la menor idea, y mucho me temo que no la tendrán, y antes que me pregunté por qué, piense, haber si da en el clavo.

    En la comisaría ya estaban el resto de compañeros. Los saludé y me dirigí a mi despacho. Tenía que descansar y pensar, estar solo. Este caso me daba mala espina y dudaba de si el grupo debía saber o no toda la verdad, y de que participara por entero en la investigación. No quise contarle a Elvira que si los rusos andan por un camino, no muy lejos andan estadounidenses e israelitas y franceses e ingleses.... Siempre es así, como sino pudieran vivir los unos sin los otros. Mientras, el servicio secreto de nuestro país baila al son que le tocan, porque otra cosa no, pero bailar, baila excelentemente.

    Bajé las cortinas de plástico y apagué las luces para dar una cabezada. Con un cuarto de hora sería suficiente. Había pasado una noche fatal y necesitaba tener la mente clara.

    A la media hora llamaron a la puerta del despacho. Abrí. Era un repartidor de comida china que había insistido en entregarme en mano la comida preparada. Le dije que yo no había pedido nada, pero su mirada decía que la aceptara, y sus manos, que le pagara. Le entregué quince euros y se marchó diciendo que "Hay regalo dentro de paquete".
    Dos entradas de cine numeradas para la sesión de las nueve de la noche, en las salas de un supermercado próximo a la comisaría. La película era de estreno y su publicidad a bombo y platillo haría sin duda que la asistencia de público fuese masiva.

    Llamé a Elvira y le entregué la comida china. Nunca me había gustado. La cité en la puerta de las salas de cine, sobre las nueve menos cuarto, y le dije que me marchaba a casa, que estaba muy cansado y que poco podíamos hacer hasta entonces. Le rogué que no dijera nada a nadie y que tuviera cuidado, que vigilara que no la siguieran. Me marché a casa.

     
     
      
    Continúa abajo...
     

     
    #5
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  6. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Eran las ocho de la tarde cuando desperté de la larga siesta, como nuevo y convencido de que en menos de dos horas el caso estaría archivado. Las deducciones para tal afirmación eran de peso y muy antiguas: los casos en los que hay implicados países tan poderosos jamás se resuelven ni sale a la luz la verdad tal como es. A parte, los cuerpos de los muertos estaban desaparecidos y tenía el total convencimiento que jamás los hallaríamos, y si no hay cuerpo del delito no hay juicio que valga, salvo en contadas ocasiones. Las pruebas, insuficientes, y sin muertos, inútiles. Y, si por alguna casualidad o milagro avanzáramos en las investigaciones, ahí estaría nuestro gobierno títere para pararnos los pies. Por lo tanto, la reunión en el cine que había montado Claudia era para finiquitar el caso, si es que alguna vez hubo caso. Se trataba de conocer algunas respuestas, quizás todas, pero por mera curiosidad.

    Mientras me afeitaba observé que mi teléfono móvil marcaba un mensaje. Lo abrí y la fotografía del mensaje me cercioró de lo que había pensado hacía un momento, añadiendo otra causa por la que el caso jamás saldría a la luz, una que se me había pasado por alto, las amenazas efectivas si te niegas a seguir las órdenes. Allí estaba Elvira fotografiada totalmente desnuda, en una habitación de hotel, seguramente de esa misma tarde. Parecía dormir plácidamente mientras una mano enguantada se acercaba con una jeringuilla a su brazo. Me llamó la atención su pubis rasurado.

    No me asusté. Me advertían de que tenían muchas cartas para ganar el juego. Una de ellas era mi subinspectora, pero existía la mujer, los hijos... Pensé para mí que no deberían haberse molestado tanto ya que pensaba claudicar de todos modos.

    Fui caminando hasta las salas de cine, quedaban cerca y aún tenía más de veinte minutos hasta la cita. El aire puntilleaba el rostro y el cuello y despejaba la cabeza. La gente se recogía como abejas en sus panales. Las luces robaban trozos de negror a la noche.

    Elvira llegó puntual. La invité a una cerveza en el bar de los cines.

    —¿Durmió la siesta en mi despacho, señorita Elvira? Lo digo porque hace cara de haber descansado.

    —No, señor inspector. Le hice caso y esta misma tarde me fui a una habitación de hotel. Quizás se deba a ella mi semblante relajado. Tantos días durmiendo en sus sillas me tenían el cuerpo destrozado.

    —Ha hecho bien, señorita Elvira. Yo entraré al cine, usted me espera aquí mismo, en el bar, y vigile lo que pueda parecer sospechoso, ya salga o entre.

    —Pierda cuidado, señor inspector, así lo haré. Antes de entrar tengo que decirle una cosa: telefoneé al laboratorio, como me dijo usted que hiciera y me dijeron, después de un millón de palabras raras y técnicas y de mi cabreo para que me las explicaran sencillamente, que sí, que es posible que un equipo de resonancia magnética puede matar a una persona por la radiactividad, pero que para ello debe ser manipulado por expertos, y muy expertos, que hay pocas personas en el planeta capacitadas. Luego empezó a divagar que si las armas secretas de los norteamericanos, que si los judíos, que si los chinos... y esas cosas.

    —Muchas gracias inspectora, es usted una estupenda policía. Espéreme.

    Me senté en mi butaca numerada. La sala estaba medio llena, para mi sorpresa. Empezó la película y faltaba la aparición de Claudia de un momento a otro. A los cinco minutos se sentó a mi lado, en las filas superiores donde, curiosamente, en las tres filas de delante no se sentaba nadie. Podríamos charla tranquilamente.

    —Hola, señor inspector. Veo que está dispuesto a colaborar, porque sino no hubiera dejado fuera a su compañera.

    —¿Tengo otra opción, señorita Claudia?

    —Lo cierto es que no, inspector, no tiene otra opción. ¿Desea que le cuente la historia o cierra el caso directamente? Aunque sé que tiene muchos cabos atados —susurraba mientras comía palomitas y succionaba su coca—cola.

    —Por curiosidad, cuénteme la historia, pero deje de masticar palomitas y dar sorbos porque quiero oírla bien.

    —De acuerdo, señor inspector, pregunte lo que quiera saber, que yo le responderé.

    —¿Por qué huyó de su casa? —pregunté algo lógico, para cerciorarme que no seguiría con sus engaños.

    —Por los secretas norteamericanos, la C.I.A., querían liquidarme. Pero no sufra por mí, ya está arreglado. Nosotros tenemos en nuestro poder las armas secretas que ellos quieren ocultar a mucha gente, y si algo me pasara...

    —¿Se refiere al equipo de resonancia magnética? —seguí tanteándola para asegurarme que tenía la intención de contarme la verdad.

    —No me tome el pelo, señor inspector, usted es mucho más inteligente de lo que demuestra. Sabe perfectamente que me refiero al veneno, aunque yo lo llamaría arma biológica de alto secreto. Se lo explicaré con términos populares, para que me entienda bien. Esa sustancia oculta muchas enfermedades: radiactividad, venenos y muchísimas otras sustancias que causan la muerte, digamos... La muerte artificial, o sea, los asesinatos que cometen los Estados Unidos, y le aseguro que ya han cometido muchísimos, gracias a "su veneno". Entre ellos los treinta y tres del hospital, los que yo le juré que existían y eran muertos reales. ¿Se da cuenta que yo nunca le engañé? ¿Que los rusos no somos los malos de esta película?

    —¿Van a tapar treinta y tres asesinatos y desea que crea que son unos santos?

    —Son daños colaterales, señor inspector, y no pudimos hacer nada por evitarlos. Cuando tuvimos conocimiento que la C.I.A. estaba preparando el asesinato del periodista ruso, la dichosa máquina ya había infectado a treinta y dos pacientes del hospital. No pudimos salvar al periodista por los pelos, él fue el último. Después la volvieron a transformar en un equipo normal y corriente. Pero ya era tarde para todos ellos. Sospechábamos que las muertes provenían de ese hospital y de esa máquina porque seguimos al periodista tras enterarnos que querían asesinarlo.

    —¿Y por qué a ese periodista, precisamente? Tengo entendido que criticaba a su primer ministro, Vladimiro Patín —pregunté otra vez algo que intuía.

    —Vamos inspector, ¿todavía no se fía de mí? Bueno, le entiendo. Usted está al tanto de cómo manejan el mundo estas potencias. Los ciudadanos normales para ellos son mierda, peor que eso, no valen nada. Se cargan a un periodista opositor y así ya inculcan en cientos de miles, o en millones de cabezas rusas y mundiales, que ese primer ministro es un tirano, un dictador, que oprime a las ideas contrarias a las suyas. Luego, ayudan a la oposición e intentan derrocar al primer ministro, aislándolo internacionalmente e interiormente. El siguiente paso es colocar a un títere al mando del país, a un corrupto que acepte dinero, propiedades, poder o lo que desee. Se aseguran así el apoyo en contra de naciones como Irán, Pakistán, Venezuela, Corea del Norte, Cuba, China si llega el caso... Es el juego del poder, señor inspector, pero usted ya sabía todo esto, por eso viene sólo a despedirme, ya había claudicado, cerraba el caso antes de que yo le explicara nada de esto, porque ya lo sabía, inspector.

    —Sí, señorita Claudia, imaginaba por dónde iban los tiros. Entonces nosotros hemos sido los testigos. Por eso arrojó las sangres a las sábanas, para que tuviéramos la certeza de los treinta y tres asesinatos, para que pudiéramos testificar, si llegaba la ocasión, pero la ocasión no va a llegar. Por eso también me ha guiado como una zanahoria guía a un burro: la calle 33, el magnetón 33, las 33 sangres...

    —Tiene buen ojo, inspector, y magnífica deducción. He de decirle, casi para acabar, que no se moleste, sus superiores, los servicios de inteligencia de su país, están al tanto, y contentos de tener en sus manos pruebas del arma biológica; de esa manera hacen la pelota a ambos bandos a la vez, aunque usted diría que son títeres movidos por cuerdas de los dos bandos a la vez. Y yo no le llevaría la contraria. Sé que se apena por los treinta y tres muertos que no van a poder ser juzgados, porque es buena persona. A mí también me duele, pero le aseguro que no pudimos hacer nada por ellos. Tuvieron la mala suerte de tener las pruebas de resonancia magnética antes que el periodista. Yo fui guardando las sangres de ellos porque sospechaba, pero las analicé y mandé analizarlas y sólo con la suerte descubrimos "el veneno". Ha de ser congelada y calentada rápidamente para que sea visible, para que se muestre al mundo.

    —¿Por qué matar al periodista de esa manera y no pegándole un tiro?, por ejemplo —era una pregunta que me suscitaba mucho interés.

    —Es más macabra, deja en peor situación psicólogica a su enemigo y además no falla ni deja rastro alguno... ni habla.

    —Y ahora ustedes estarán intentando copiarla... No hace falta que me responda —susurré.

    —Y seguramente ustedes también, señor inspector. Tampoco hace falta que me responda —me susurró mientras se marchaba.

    Elvira y yo tomamos unas cuantas cervezas más antes de marcharnos cada uno a su vivienda. Le dije que el caso estaba cerrado, que no habían cuerpos ni muertos ni pruebas, y que mañana se lo comunicara al resto del equipo, porque yo me tomaba unas cortas vacaciones, para contentar a mi mujer. Me felicitó por la decisión y hablamos largo y tendido sobre las cosas cotidianas de la vida y el vivir, que al fin y al cabo es lo mejor que nos llevamos de este mundo, porque si habláramos y viviéramos en la otra cara, en la del poder, este planeta sería el mismísimo infierno.
     



    Fin. 
     

     
    #6
    Última modificación: 6 de Marzo de 2013
  7. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Estimado amigo Évano. Muy buena narración policíaca. Amena y con elementos que lo llevan a uno a recordar ciertos crímenes que son parte de la lucha por la influencia que libran las superpotencias para enlodarse unas a otras.
    Me quedó la duda sobre la sexualidad de Elvira, que pedía no se revelara, la intuyo pero releyendo no la descubrí en los diálogos.
    El inspector al menos debió informarse que estuvo en peligro en su habitación del hotel, para que en lo sucesivo no duerma a pierna suelta mientras ande involucrada en un caso de altos vuelos.
    Felicidades amigo, invito a los lectores a que disfruten del texto. Buena redacción. Ágil lectura.
    Abrazos.
     
    #7
    Última modificación: 30 de Diciembre de 2012
  8. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Muchas gracias señor Melquiades San Juan por su lectura, es la gratificación a varios días de trabajo, por otra parte placentero.
    Este es mi primer relato policíaco, y si le digo la verdad, pocas novelas, por no decir ninguna, he leído de este género. Al acabarlo me di cuenta que hubiera hecho falta un poco más de intriga y misterio, así como usted bien dice, que los protagonistas hubiesen sufrido más "la presión". Pero lo que un principio iba a ser un relato más corto al final se alargó y creí necesario "acelerar" la narración.
    La sexualidad de Elvira se reduce a una sola palabra: "mi compañera". Vuelve a tener razón, quizás debí "mostrar" más de un personaje tan principal, así como algunas escenas.
    Le agradezco profundamente su tiempo y comentario y le deseo un feliz y próspero Año Nuevo a usted y los suyos.
    Se le saluda afectuosamente.
     
     
    #8
  9. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    A mi me pareció muy interesante su relato. Yo he estado pensando en escribir algo así, una historia policíaca, no lo he hecho antes y me parece interesante, un buen ejercicio para la imaginación. Y este espacio es para ello fenomenal porque se presta como si fuera nuestro propio archivo; escribimos una parte y dejamos que las ideas vayan madurando durante los días subsecuentes con las siguientes circunstancias.
    Otra cosa buena es que en este foro nos podemos dar la libertad de corregir en cualquier tiempo la trama para adecuarla a nuevas ideas. Estamos entre amigos, y es como un taller interactivo a la vista de una comunidad en la que todos compartimos la misma afición. Cada texto nos libera los potenciales narrativos, y los sucesivos nos dejan sentir que el redactor se está volviendo mucho muy hábil.
    Yo le comparto mi apreciación de que en este segundo relato le he encontrado más fluido y preciso en la narración.
    El tema policial es complejo, y si como dice, este es el primero, pues es un gran inicio.
    Otra cosa que sentí al leerle es que es usted narrador nato. No siento una estructura previa al relato, las coincidencias con temas conocidos son parte de nuestra amalgama cultural cotidiana, de todo eso que está compuesta nuestra mentalidad.
    Siento que coincido con usted en valerme de la memoria para mantener la trama y estar al pendiente de los personajes, al igual que traer en la mente de aquí para allá las opciones, hasta que ha tomado la resolución sobre cuál de todas le parece la mejor, y esa publicar; y en caso dado, la puede revocar. Aclaro que este comentario es parte de una charla, no es un texto critico, ni mucho menos, jajaja es como charla de pescadores sobre carnadas y anzuelos.

    A mi me cuesta, incluso con lentes, leer párrafos tan compactos, ahora se me brincan, jajaja. No sé si a usted le suceda lo mismo o a otros lectores. Pierdo momentáneamente el renglón. Si le pasa lo mismo a lo mejor ayudaría más para invitar a sus lectores, espaciarlos con una línea en blanco. Y también como invitación a entrar a la lectura, porque hay quienes, al ver un gran volumen de letras desertan sin intentar entrar en el mundo maravilloso de las palabras.
    Bueno, le estaré esperando con el próximo, le deseo mucho éxito y felicidad al momento de contemplar cómo evoluciona su narración.
    Abrazos sinceros y el mejor de los años.
     
    #9
    Última modificación: 31 de Diciembre de 2012
  10. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Creo que ha dado usted en el clavo, señor Melquiades. Si uno fuese capaz de estructurar todo el relato de antemano para luego ir contando la historia coherentemente, mostrando a cada personaje y cada escena con la adecuada narración y las palabras precisas, la obra ganaría en calidad. y es cierto lo que dice, porque, yo por lo menos, soy incapaz de vislumbrar de antemano el relato de principio a fin. Primero tengo una idea y mientras escribo van surgiendo caminos diferentes, ideas que voy escogiendo.
    Estas charlas me encantan porque va aprendiendo uno y bienvenida sea toda crítica o comentario porque de ella se aprende.
    No tengo grandes problemas a la hora de leer párrafos compactos, si la letra es grande (yo he de hacer lo contrario, quitarme las gafas jajajaja, porque es de lejos que no veo bien) , aunque entiendo que no es lo mismo que tener un libro en las manos y por ello se deba publicar como usted dice, dando más espacios en blanco. Poco a poco iremos dominando mejor este mundo virtual.
    Por otra parte, anímese con el género policíaco, estaremos aquí para leerle. Yo he disfrutado escribiendo una, y vuelve usted a tener razón, se requiere mucha memoria y esfuerzo.
    Muchas gracias señor Melquiades San Juan.
    se le saluda afectuosamente.
     
     
     
    #10
  11. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Hola compañero.
    Leí la primera parte. Como dicen, muy amena y sencilla: la típica historia policial. Quizás tenga algo de tópico, pero está muy bien escrita. ¿Cómo y quién mató a la señorita Helena? No habrá sido Menelao XD. Bromas aparte, me ha dejado regustillo sobre qué sucederá.
    Como dice Melquiades, una historia policiaca es complicada. A mí, al verdad, se me daría mal; lo de horarios y demás JAJA, se me da muy mal. Aunque lo que más me impacta del género es cómo "intuyen" cosas que no sé, a mí me parece que no nunca podría extraer. La verdad, gran currada, compañero, y todavía no he visto nada...

    Por cierto:
    Ahí pones Helena en vez de Elvira; y lo he visto otra vez. ¿Cómo va a volver a ver a la muerta? Me da que te hiciste un lío, ¡por los dioses!

    Ya digo, me ha gustado mucho la narración.

    Un saludete de Samuel.
     
    #11
  12. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Hola Samuel, gracias por pasar a este mi primer relato de policías.
    Tiene razón, he visto tantas películas que parece una de ellas jajajjajaja, y en verdad, no sé si estaba preparado porque requiere, como bien dices, memoria y clara narración.
    Como no has acabado de leerla, te diré que Claudia y Helena son las mismas, y los muertos son 33... Y ella puso las sangres en la cama para atraer al inspector y...
    Se le saluda Samuel.
     
    #12
  13. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    UFff... Ok, pero no habérmelo contado, que me quitas la intriga :D.
    Bueno, igualmente me pasaré para ir leyéndote el relato.
    Un saludete de Samuel.
     
    #13
  14. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Acabo de leerme la segunda parte. Me ha gustado mucho la parte sobre Elvira. Me has hecho reír mucho. Es verdad que quizás la trama de intriga sea algo floja; pero la descripción del principio, genial, genial del todo, y el toque de humor de Elvira, me han hecho más sopesar estos puntazos que la trama en sí. Seguiré leyendo.
    Un saludete de Samuel.
     
    #14
    Última modificación: 5 de Enero de 2013
  15. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    El final es lo mejor Samuel (por lo que quería decir, no sé si por que esté mejor narrado o no, sino por lo que quería explicar), creo que escribí tanto sólo para justificar el final.

    Muchas gracias Samuel, incentivas a escribir, y es un placer que alguien lea el trabajo de uno.
     
    #15
  16. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    JEJE. Évano, ok. Na`Tú también eres una gran ayuda cuando comentas a los demás, como por ejemplo a mí.
    Un saludote desde Castilla (y León; no me olvido del "otro lado" JAJA. Es que yo considero Castilla y León desde Asturia y Cantabria hasta la Mancha a Extremadura. Es para remarcar que no es la comunidad; aunque considero que lo que yo hablo no es sólo Castilla, sino Castilla y León o León y Castilla o Pistachu; lo importante es que seamos fuertes la cultura que somos. Siempre muy jodidos en la soledad y el aislamientos desde los grandes adalides que se dedicaron a conquistar América o Europa y dejaron yerta esta tierra).
     
    #16
    Última modificación: 5 de Enero de 2013
  17. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Ni que lo diga, Samuel, Castilla y León tienen un panorama desolador, como ya le comenté, con una población envejecida y los jóvenes marchándose. Hay muchísimo por hacer, pero lo haremos.
    Antes, el reino de León abarcaba Asturias, Galicia, Portugal y extremadura; y Castilla al País Vasco, Santander y Castilla la mancha, por lo que no va desencaminado.

    Gracias amigo, un saludo afectuoso.
     
    #17
  18. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Bueno, ya me lo he leído :D.
    Tengo que decir que tu estilo es excepcional y es más, creo que podría poner una secuela de esta historia y yo me la leería con gusto; no tendría que ser sobre los rusos y los americanos y los 33, eso sí.

    Yo creo que tu frase final es genial, y también algunos inicios de cada parte, por cierto, son geniales. Pero la parte de líos de faldas internacionales creo que están tratados como un poco a la ligera, cosa que en la soltura de hablar, eso no, está muy bien: lo que me parece como muy ligero es cómo se meten cada uno en la lucha de poder. Creo que, como ya te dije, eso es lo que está mal hilado. Otra cosa: yo no entiendo de tema policial XD, pero como que el inspector lo veo muy sobrado, me suena muy antinatural a veces. Pero quizás es que yo veo a un policia y lo veo más inseguro: posiblemente porque soy de pueblo y allí la benemérita y la policia son muy simplomas xd.
    El tema de crímenes, ya dije, no se me dan bien XD; pero me interesan muchísimo: me encanta Castle, Mentes Criminales, el Comisario... Y la intriga, a lo Zafón o a lo Victor Hugo, o sea como sea XD, me encanta. Sobre todo si se mete tema social y demás: sobre todo lo sicológico.. También la hilaridad. Yo eso sí, metería más de eso. Lo que te comenté de Elvira me encantó.
    Así que espero una segunda parte de las aventuras del Inspector y la Subinspectora.
    Por cierto, una cosa que me parece rara de la narración: la sexualidad. Es fría. Pero no fría porque lo sea la de los personajes, eso no es malo, es descriptivo; lo que considero frío es cómo se la trata. Por ejemplo, lo de la foto. Mira el puvis y dice que sólo es llamativo. ¿Nada más? Uhmm... No sé. Creo que, sí, el Inspector es frío; pero yo pienso que algo más... algo más pensaría. Yo en una segunda entrega metería más hilaridad y "soltaría" a los personajes. Con lo de Elvira de la segunda parte, es un ejemplo. Él es frío, pero dice que es para toma y daca XD. Eso es "natural".
    En cambio,está genial. El relato es muy bueno. Es de gran calidad, Évano. Si era tu primera historia de este género: ¡Joder, es usted un magnífico escritor!

    Un saludete de Samuel.
     
    #18
  19. Évano

    Évano ¿Esperanza? Quizá si la buscas.

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    Tienes Toda la razón, Samuel, debería haber mostrado y trabajado más a los personajes, incluido el jaleo internacional de faldas ( jajajajja esto suena como la realidad jajajjaja) y la sexualidad y algunos enlaces, sobre todo lo que bien dices, los enlaces, que están mal hilados, pero es que ya llevaba unos días y el relato se me hacía demasiado extenso y quise acabarlo pronto (algo que no se debe hacer, porque hay que tener en cuenta que un libro se tarda meses en escribirlo y presentarlo como Dios manda, por lo que este relato de unas cuantas páginas merecería una semana o más, y más trabajado y preparado).
    Yo también soy de pueblo y los policías aquí son igual, y no conozco ese mundo, es todo inventado jajjajajjaja.
    Me gustan las series que has mencionado, tenemos gustos parecidos.
    No sabes cómo te agradezco la sinceridad, porque de ella se aprende, de verdad, Samuel, eso ayuda a crecer y a ver con más ojos los fallos que tiene uno o lo que puede mejorar.
    Me ha gustado escribir de polis y ladrones jajajja e intentaré crear otra, pero habiendo estructurado más y mejor y presentar y mostrar más holgadamente a los personajes.
    Un saludo afectuoso, Samuel, y muchas gracias.
     
    #19
    Última modificación: 6 de Enero de 2013
  20. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    JAJA.A mí también me pasa con el tiempo y demás, es lo que me provoca bastantes problemas.
    Te animo a continuar con estos personajes. El personaje de Elvira es interesante. Quizás pudieras intentar desarrollar su personaje. O el entorno, o demás. Hay muchas cosas; claro, eso es tiempo.
    Un saludete de Samuel.
     
    #20
  21. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

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    Probando página 3
     
    #21

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