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El condado de los cubos de hojalata (obra finalizada)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Évano, 17 de Junio de 2013. Respuestas: 27 | Visitas: 2743

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Llegó un día en el que Ismael, hijo del conde de Cabestro, decidió que su rostro no sería visto por ninguna persona más, ni siquiera por él mismo, por lo que se ocultó la cabeza con un cubo de hojalata. Y se lo puso tan rápido que no me dio tiempo a verle el rostro, por lo que no podré explicar las faccciones de este y si era rubio o moreno, o saber la causa que le llevó a ello jajaja...

    Tal condado medieval no destacaba por la variedad de artículos y enseres, sino que era un lugar donde los objetos se limitaban a los aperos normales del campo y algunos de herrería, cerámica y cestería, por lo que Ismael decidió taparse, ya no el rostro, sino la cabeza casi entera. Para ello se colocó un cubo de hojalata en la cabeza, utilizando el asa del cubo para fijarlo al cuello, quedando libre tan solo la boca. Redondeó dos agujeritos para los ojos y frente al espejo juró que nadie habría de ver nunca más su cara adolescente, ni él mismo.

    El señor conde de Cabestro era demasiado condescendiente con su primogénito y único hijo. Pensó que tal excentricidad pasaría pronto, pero no fue así, sino que las semanas y los meses transcurrían e Ismael continuaba paseando por el poblado con su cubo de hojalata en la cabeza.

    Al principio, los plebeyos temieron tan extraña conducta e intentaban no acercarse al muchacho, sobre todo los mozos y mozas. Pero pronto fueron perdiendo el miedo y en cualquier esquina se turnaban para apedrear al pobre Ismael. Haciéndoles una gracia enorme el ruido que despedía tan reluciente cubo de hojalata al ser apedreado. La cosa fue a más, ahora eran decenas de mozos y mozas los que seguían los pasos del aturdido encubado. Veíase una comparsa de fiesta tras él por las callejas empedradas de la aldea, algunos aporreando con palos la cabeza de Ismael, otros riendo desaforadamente y, unos pocos, apiadándose de tan alocada conducta.

    Se vio forzado, el conde de Cabestro, a dotar a su hijo de la escolta necesaria; pero eran tantos, los del séquito guasón que acompañaban siempre a Ismael, que de nada sirvió. Por lo tanto, a grandes problemas, grandes soluciones, se dijo el señor feudal. A partir de ahora, todo ciudadano de su feudo debería salir a la calle con un cubo de hojalata que le cubriera la cabeza. El que desobedeciera el mandato acabaría encerrado en las celdas del castillo, a pan y agua. No hace falta decir la de protestas que surgieron, menos del herrero, que estaba encantado con los pedidos que se le abalanzaban.

    En poco tiempo, el condado era el hazmerreír del reino. Hasta allí se aventuraban caballeros de todos los rincones del país, para cerciorarse de que lo que le llegaban a sus oídos era cierto, siendo obligados, antes de su entrada en el condado, a comprobar la comodidad de tan curioso sombrero, con la prohibición de quitárselo, bajo la misma pena que los ciudadanos del condado.

    Las imágenes de aldeanos labrando las tierras con cubos en la cabeza, yendo a lavar al río, vendiendo en el mercadillo, dialogando en cualquier esquina ; y foráneos observando con la misma encubada, o asistiendo a misa de tal manera, era surrealista, si por aquel entonces existiera tal término.

    El cura decidió comunicar al obispado la conducta de sus feligreses, la imposibilidad de representar el sagrado ritual, dadas las risas y los interminables golpes que se daban unos a otros en mitad del oficio, con el consecuente estruendo y algarabía general. Pero no obtuvo solución alguna. El obispado insistió en que el señor del condado de Cabestro era muy poderoso para llevarle la contraria. Que se esperara a que pasara la moda.

    Pero la moda no pasaba y el verano se adentraba.

    En invierno el cubo había sido casi beneficioso, por el frío y la lluvia, aunque molesto cuando el agua caía sin cesar; pero ahora, en un verano caluroso como ninguno, el dichoso cubo calentaba la sesera en exceso, incrementando aún más los nervios y organizándose unas peleas que daba miedo verlas.

    El señor conde, siempre con sus ideas prósperas, decidió organizar unas justas para descargar adrenalinas; duelos entre los que tuvieran problemas entre sí, que a estas alturas eran casi todos los plebeyos, menos el herrero, que continuaba amontonado monedas con tal prosperidad fortuita.

    Una raya en el suelo de tierra, que dividía el territorio de los contendientes con un círculo del que no podían salir si no querían perder, era el campo de batalla. Una cachiporra a cada uno y a golpear al contrario hasta que se rindiera o cayera desfallecido. En tan singular duelo se admitían que apostasen los contendientes. Primero empezaron por jugarse a las mujeres, pero pronto se cansaron, pues nadie quería ganar, por lo que decidieron apostar aperos de labranza, ganado, mulas, objetos útiles para la vida diaria y hasta los más preciados bienes: la tierra que poseían. Era normal ver correr la sangre cuello abajo y los cubos tan abollados que ya estaban tan encajados en la cabeza que era prácticamente imposible sacárselos. Otros se dedicaban a chocar los cubos como si ciervos en celo fueran.

    La tranquilidad de las aldeas del condado se fue a la porra. Ahora todo eran atronadores ruidos de hojalata, creciendo estratósfericamente los dolores de encéfalo, por lo que el sanador de turno también incrementaba las riquezas extraordinariamente.

    La vida en el condado de los cabezas de hojalata, que es como empezaba a nombrarse dicho territorio, iba aposentándose en la normalidad (si normalidad es acostumbrarse a vivir de tal manera), salvo algunos incidentes y malestares, como las fiestas de palacio, donde ya no se lucían peinados ni sombreros a la última moda; o esos músicos encubados, donde la oquedad de la hojalata recogía en ocasiones los ecos del violín, bandurria o pianola de turno, y que desvirtuaban al mejor músico. Aunque para otros quehaceres era un clara ventaja, como para ese amante que ahora era difícil descubrir la identidad, que no tenía ahora por qué tomar tantas precauciones como antaño, pues todos los cubos eran iguales, menos aquellos que estaban aporreados a mansalva y que distinguían a sus poseedores como gente gamberra, peleona, o gente de justas, jugadora. Decíamos que los amantes deambulaban más tranquilamente por las calles, no teniendo, en muchos casos, que esperar al refugio de la oscuridad de la noche, por lo que se veían entrar y salir cabezas de hojalata de las casas a cualquier hora del día o de la noche.

    Pero he aquí que al conde de Cabestro se le avino un problema enorme: el rey le había comunicado la intención de visitarle pronto; y al rey no podía obligarlo a cubrir la excelencia de su cabeza con un cubo de hojalata.

    Paseaba de lado a lado del gran salón del palacio que daba a la calle central de la aldea, pasando de vez en cuando por la ventana, con las manos enlazadas en la espalda y meditando en alto, por lo que resonaban las mismas palabras dos o tres veces dentro del cubo y en sus oídos, según la inclinación o postura que tomara el cuerpo.

    —¡Esto no puede ser er...! Este dichoso hijo mío debe desistir de cubrirse la cabeza eza! ¡El rey ey!, ¡va a venir enir... Señor ñor...!

    En tal estado meditativo se encontraba cuando hizo acto de presencia el cubo de su primogénito y, bajo él, el primogénito mismo.

    —¡Hola hijo ijo!, a ti quería verte erte. El rey llega ega. Has de acabar con esta situación ación.

    —Yo a nadie obligué padre. ¿Y por qué eligió un cubo tan grande? Le hace eco.

    —En algo he de distinguirme irme... Dime ime, ¿desistirás de tu actitud itud? ¿Me harás ese favor avor?

    —No padre, la mujer que deseaba me rechazó y juré que jamás ninguna persona volverían a ver mi rostro.

    —¡Por Dios ios... con las mujeres que hay ay! ¿Quién ha sido ido?, que la mandaré emparedar dar...

    —No padre, no le diré quién es.

    —¡Hijo ijo, viene el rey ey! ¡No podemos presentarnos ante él así sí...!

    En esta encrucijada se hallaba la conversación cuando un soldado mensajero penetró estruendosamente en la sala, cayendo de bruces y tirando dos jarrones, de porcelana con flores, que embellecían la puerta; amén de pillarse los dedos entre las baldosas y la lanza de la mano derecha, y torcerse la muñeca izquierda con el escudo.

    —¿Qué maneras son estas de entrar trar, soldado ado? —Dijo el conde de Cabestro.

    —Perdone mi señor, es que tengo la cabeza pequeña y me baila en ella el cubo de hojalata, por lo que a veces mi visión es torpe —contestó el soldado mensajero, incorporándose lentamente.

    —¡Será posible ible...! ¡Hágase construir uno más pequeño eño, so atontado ado!

    —Sí, mi señor, así lo haré.

    —¡Bueno eno! ¿Qué le trae ante mi grandiosa persona con tanto jaleo leo?

    —¡El rey, mi señor, el rey está llegando al condado!



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  2. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    El conde de cabestro mandó que las tropas formasen inmediatamente para marchar a recibir al rey a las puertas de su feudo. Encabalgó a su caballo blanco de pintas negras y lo arreó, encabezando a los doscientos soldados que formaban la caballería y a los más de dos mil de infantería de a pie; amén de haber dejado bien claro que el resto esperaría en perfecta formación a la entrada del poblado principal. Y era allí la segunda sorpresa agradable que recibiría su majestad; donde esperaba el grueso de su ejército, los ochocientos de caballería que faltaban y casi ocho mil soldados de infantería más. Deseaba que su majestad alabase su poderío militar y pasara por alto que todos ellos fueran con un cubo de hojalata en la cabeza.

    En orden las filas, al pie de la ladera que ascendía a las montañas de su condado, el Conde de Cabestro esperaba al rey de la poderosa nación que se estaba formando en la península. El sol relucía con fuerza, achicharrando los cráneos de los soldados, por lo que, de vez en cuando, los aguadores refrescaban los cubos de hojalata, formándose en la tierra y la hierba charcos de lodos resbaladizos para yeguas, caballos y para todo bicho viviente en general, exceptuando los voladores, que esos no andan arrastrados por tierras de dioses y diablos.

    Así, chorreando de agua y resbalando en la tierra encharcada, soldados, caballos, el señor conde y el mismo Ismael, en el altiplano frondoso de hierba que mecía una brisa cálida, bajo un sol demoledor, continuaban esperando que se divisaran las tropas del rey Botijero Primero de la futura España.

    Al fin aparecían por lontananza la guarnición con la diligencia real y las carretas de Bueyes con víveres. Extrañadas las tropas que esperaban porque parecían relucir las cabezas de los visitantes más que la de ellos mismos.

    Un murmullo recorrió las filas cuando comprobaron que el rey y toda su escolta lucían cubos relucientes de hojalata en sus cabezas; oyéndose exclamaciones y risas al ver que el rey había ido más allá que el señor conde, ya que caballos, mulas, bueyes, y hasta los perros de caza que los acompañaban, también portaban cubos de hojalata en sus cabezas. Al acercarse más observaron y olieron el sudor que emanaba de los cuellos de todos ellos. Frente a frente, algunos intentaban taparse la nariz ante tal pestazo. A la voz de firmes del capitán del condado de Cabestro, entendieron que debían comportarse como soldados que eran, si no querían represalias posteriores.

    El señor conde de Cabestro bajó de su caballo pinto y se arrodillo ante el rey encubado y encaballado. Este, para ser cortés con su cortesano, descendió de su cabalgadura igualmente, resbalando por la hierba encharcada y dándole un cabezazo sin querer a su anfitrión. Dada su escasa altura y regordeta figura, la corona que emergía de su cubo de hojalata fue a parar al estómago del señor conde, que cayó a tierra con evidentes síntomas de dolor. Rápidamente descabalgaron dos oficiales y lo ayudaron a levantarse. El rey lo agarró por el antebrazo con cariño y lo condujo hasta la diligencia real donde, absorto por las explicaciones reales y la coincidencia, el conde quedó aturdido. La hija del rey había tomado la misma decisión que Ismael, influido por este, según pensaba el mismo rey, ya que su hija no le había querido dar explicación ninguna.

    —De aquí salió el problema, de aquí ha de salir la solución —Dijo su majestad Botijero Primero al conde de Cabestro, apoyado en la puerta de la diligencia y ante la cabeza encubada de su hija.

    —Así será mi señor ñor. Yo arreglaré tal despropósito ósito.

    —Usted no, mejor será que mande a su hijo que se siente en la diligencia junto a mi hija, a ver si así logro por lo menos entender cuál es el problema. Pronto viene su futuro esposo, el Duque de Todomíotodomío, futuro emperador germánico, y no sería cortés presentarnos con un cubo de hojalata en la cabeza. Y ese cubo suyo le hace eco, ¡debe darle dolor de cabeza!

    Ordenó el conde de Cabestro a su hijo Ismael que acompañara a la princesa. Este, al principio, acudió a regañadientes, pero al tener ante sus ojos medio ocultos la bella figura de la dama, sus largar nalgas y preciosos pechos erguidos a un descote provocativo, se sentó más que encantado junto a la joven princesa.

    El cabalgar de las diligencias es muy sensual y afrodisiaco. Ese vaivén continuo, ese tumbar de cuerpos en las curvas de la carretera de piedras y arena; esas subidas y bajadas por los montes del condado; ese "Perdón" tras caer en los brazos del acompañante por el desnivel de terreno; esas puertas cerradas que no deja ver a nadie del exterior lo que ocurre en el interior; ese calor que calienta las hormonas de los jóvenes; ese cubo de hojalata en la cabeza que nos da intimidad y nos hace no sentirnos culpables de los actos porque nadie puede identificarnos... Todo ello se unió para que Ismael y la joven princesa se abandonaran a los placeres del amor y, tan lento era el caminar de los cansados soldados y tan largo el trayecto, que el amor se hizo unas cuantas veces. No importó el sudor, ni los quejidos de placer ensordecidos (también los de los cubos de hojalata), ni la proximidad de los padres y soldados, sino todo lo contrario, aumentaba la excitación.

    El rey, Botijero Primero de la futura España, tenía ahora dos problemas: lograr que su hija desistiera de cubrirse el rostro con un cubo de hojalata y desenamorarla del apuesto Ismael.

    Botijero Primero, sorprendido por el enorme ejército del conde de Cabestro, meditaba en la montura de su yegua parda, junto al mismo señor feudal que andaba preocupado por las reacciones de su invitado. Sabía, su Majestad Botijero, que debía andar con cuidado de no inclinar la balanza hacia ningún lado. Las tropas del conde le harían falta si el duque de Todomíotodomío llegara a enojarse con su hija y, sobre todo, sino conseguía esa boda que lo auparía al trono del mayor emperador de Europa, y con ello, a la persona de más poder del continente. Por otra parte, la decisión de encubar a su escolta y a él mismo, había sido por salvar de la burla a su primogénita, pero también por contentar a un conde de Cabestro indispensable para construir el reino que deseaba. Lo que no pasaba por su cerebro de sombrero de hojalata es que la juventud, ya por entonces, no estaba por estas labores cortesanas, sino más bien por las carnales, por las fiestas y las juergas de los sexos y hasta de los espíritus de estos, que esto ha sido así siempre, jolín.


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    #2
    Última modificación: 21 de Junio de 2013
  3. Évano

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    Ismael acompañó a la princesa Evelina a sus aposentos, después de una cena copiosa a base de jabalí y ciervo de la zona, con ensaladas de lechugas, tomates, zanahorias, cebolletas y fresas que el mismo Ismael cultivaba en los jardines de palacio; cosechas que le habían acarreado grandes luchas contra invasores demoniacos. Él solo había logrado derrotar a caracoles, babosas, gatos, perros, abejas, hormigas, pajaritos y pajarracos y, quizás, algún conejo, aunque de estos todavía no había visto ninguno, salvo el de la princesa, claro está, y eso a través de los agujeritos de su plateado cubo de hojalata.


    No había manera de sacar de la alcoba de Evelina a Ismael. Este muchacho parecía un incansable manantial derrochando espermatozoides de amor en un pozo que no se llenaba nunca; por lo que la joven y bella princesa hubo de invitarle a que pasara la noche con ella. Esto no era sufrimiento alguno para Evelina, que también hay que escribirlo y decirlo.

    Tanto se unieron en tan poco tiempo; tanto se recorrieron las curvas y las prominencias corporales; tanto se chocaron los cubos de hojalata al intentar besarse; tanto se susurraron palabras de cariño y tanto tanto se conocieron, que se enamoraron locamente, sin importarles el rostro que tuvieran el uno o el otro. Decidieron que la próxima vez que se revolcaran en el lecho, como locos y posesos de la lujuria, sería sin cubo de hojalata en la cabeza; aunque reconocieron que la desnudez mezclada con las cabezas ocultas tenía su morbosidad, que de vez en cuando recurrirían a esta experiencia tan diferente y erótica.

    Los dos, desnudos al amanecer de unos rayos de luces naranjas que penetraban por una ventana abierta, por donde la brisa refrescaba hasta el interior de los cubos de hojalata, ante un gran espejo incrustado en un mueble de roble tallado con una selva de árboles e imágenes de ninfas y magas, descontaban de diez para abajo, hasta llegar al cero, que era cuando los dos, al unísono, se extraerían los cubos de hojalata y se verían los rostros por primera vez.

    Cada uno agarraba el cubo del otro mientras contaban al revés.
    —Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y cero. ¡Ya! ¡Ay ay ay ay au au au au! —se oían las lamentaciones de Ismael y Evelina ante el dolor causado por el intento de extracción de sus respectivos cubos de hojalata, los cuales no salieron de su encaje. Por mucha fuerza que emplearon no consiguieron más que un tremendo dolor de orejas, mejillas, narices y frentes. Los "aus" correspondían a Ismael y los "ays" a Evelina, por si tuvieran curiosidad por las onomatopeyas de cada cual, cosa que en realidad no creo que les importe y no sé por lo que lo he escrito.

    —¡No hay manera de que salga este maldito cubo! —exclamó un Ismael enfurecido y encolerizado, si se le viera el rostro, claro está.

    —¡Shsssss, no grites tanto que nos van a oír! —dijo la preocupada Evelina.

    —Es cierto, perdona, mi pichoncito enjaulado; ¡pero es que no entiendo por qué no salen estos endiablados cubos!

    —Yo sí lo entiendo —contestó una mujer cuarentona, de muy buen ver, que apareció de pronto, como por arte de magia—. Juraste aquí mismo que nunca más vería nadie tu rostro. Los juramentos, ante este espejo mágico, son sagrados, a menos que...

    —A menos que haga o diga... ¿el qué?, señora. ¿Y quién es usted? —preguntó Evelina con una tonalidad entre celos y rabia.

    —Yo soy la bruja Maruja, del Reino del Bosque Maldito de los Hijos Caprichosos.

    —¡Jolín, qué nombre tan raro y qué bruja tan rara! Aunque muy guapa, eso sí, está usted de muy buen ver, a pesar de su edad... Con esa faldita de colores enseñando la piernas... y esa blusa rosa trasparente que enseña lo que hay que enseñar... está para... ¡Me recuerda a alguien muy familiar, pero ahora no caigo...!—Babeaba Ismael dentro de su cubo de hojalata cuando, Evelina, cortó en seco el monólogo cansino del primogénito del conde de Cabestro.

    —¿Está para qué, Ismael?

    —Era broma, mujer, no te enfades...

    —¡Vale, ya está bien de numeritos de celos! —intervino la bruja Maruja—. Se agradecen los piropos, Ismael, y no te preocupes que cuando quieras me poseerás completamente jajaja...

    —Eso será sobre mi cadáver, ¡so zorra! —gritó Evelina.

    —¡Calla o te convierto en botijo, o cántaro, o rana jajaja...! —amenazó con gracia la bruja Maruja.

    Y como no se callaba, le dio un porrazo en el cubo de hojalata que le cubría la cabeza, con una vara de roble, que se ve que hacía las veces de varita mágica, y la convirtió en cántaro.

    —¡Bueno, fallé!, pensaba transformarla en botijo pero me salió cántaro jajaja...

    —¡Maldita bruja Maruja! —bramó Ismael.

    —¡Calla tú también y escucha!, si no quieres que te convierta en cubo de hojalata jajaja... —y ante tal amenaza, Ismael, decidió callar y escuchar, pues pensaba a esas alturas que era la peor de las transformaciones.

    —¡Bien!, calladito estás más guapo —continuó la bruja Maruja—. Si quieres liberarte del cubo de hojalata que cubre tu cabeza, y salvar del hechizo a tu amada guarrona jajaja..., deberás llenar a tu cántaro querido del semen de todos los vírgenes del condado de Cabestro jajaja... ¡Ah!, y no se te olvide que todo el condado, hombres, mujeres, niños, ancianos y bebés incluidos, no podrán sacarse el cubo de hojalata hasta que cumplas con mis deseos jajaja...

    —¡Maldita seas, bruja Maruja! ¿Y cómo sabré quién es virgen y quién no? —preguntó un Ismael enfurecido por la vejación que suponía a su persona, no por la de Evelina.

    —Ese es tu problema. Averígualo tú, o si no, ante la duda, viértelo en el cántaro, que yo separaré el semen virgen del que no lo es. Y otra cosa, no vale traerlo en ningún recipiente, sino que debe pasar directamente del pene de la persona al cántaro jajaja... Y para más guasa jajaja... te diré que tu amada, ahora este cántaro tan bonito, puede ver, oír, oler y pensar... y sentir, si lo acaricias jajaja...

    No dio más tiempo ni explicaciones la bruja Maruja. Así como vino se fue, o sea, por el espejo mágico, enganchándose la blusa y yendo al otro lado con los pechos al aire.


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  4. Évano

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    Ismael se enfrentaba a problemas gravísimos. Habría de explicar al rey que su hija ahora era un cántaro que había que llenar con el semen de los vírgenes del condado, si querían que volviese la normalidad. Miró a su amada y no le vio los ojos, ni la nariz, ni los oídos, y se preguntó cómo entonces permanecía en ella los sentidos, cómo oiría, olería, o vería. Luego se dijo que eso eran cosas de hechizos y brujería, que eran así y basta. Su curiosidad le llevó a introducir la cabeza en el cántaro, olvidándose que la cubría el cubo de hojalata, y este, por aquellas casualidades de la vida, o la mala leche de la bruja Maruja, encajaba a la perfección con el cántaro, por lo que se adhirió al cubo sin que hubiera manera alguna de soltarlo. Ahora su cabeza de noble la adornaban un cubo de hojalata y un gran cántaro de barro con dos bonitas asas. ¡Bueno, ahora soy más alto! —se susurró—. ¿Las asas qué serán...?: ¿las orejas, los ojos..., o los pechos? —e intentó reírse, pero algo dentro de él, o del cántaro, le avisó de que no era buena idea.

    El conde de Cabestro hacía tiempo que daba vueltas por palacio. El desconcierto que le embargaba no le dejaba dormir. Al pasar por la puerta de la alcoba de la princesa oyó los ruidos y susurros de Ismael. Con mucho cuidado entreabrió la puerta de la habitación y asomó medio cubo de hojalata. ¡Allí estaba su hijo! ¡Si se enterara el rey serían nobles troceados en cachitos pequeños, hervidos en aceite, descuartizadas sus extremidades por caballos, arrojados a los cerdos....


    —¡Hijo ijo, por el amor de la virgen irgen! ¿Qué haces en la alcoba de la princesa Evelina ina con ese cántaro en la cabeza eza? ¡Tú me quieres matar atar a disgustos ustos! —exclamaba y preguntaba, con un tono de eco alocado, el conde de Cabestro.

    —¡Padre adre, tenemos un problema enorme orme! Evelina ina se ha convertido en cántaro aro y hay que llenarlo del semen de los vírgenes que haya en el condado ado...

    —¿Por qué haces eco eco, hijo ijo? El del eco soy yo yo.

    —Perdón padre, son los nervios por tan grande contratiempo.

    —¡La hija del rey un cántaro aro! ¡Y hay que llenarla de la leche de los vírgenes ines! ¡Virgen santa anta, dónde me has metido ido, hijo ijo! Nadie admitirá no haber estado nunca con una mujer ujer en este condado ado. ¡No encontraremos ni uno uno! ¿Quién ha sido ido?, ¡que la emparedo edo! Y no me digas que no puedes edes decírmelo elo que te emparedo a ti también ién.

    —Sí padre, fue la bruja Maruja, que salió por este espejo —contestó abrumado Ismael.

    —¡Bien ien...! Hay qué actuar rápido ápido, antes de que se entere el rey ey. Vamos amos, iremos casa por casa a llenar el dichoso cántaro aro. Sácate ese ese y vamos amos.

    —No puedo padre, se ha encallado.

    —¡Vale ale!, lo romperé eré—y diciendo esto agarró un candelabro y arreó contra el cántaro.

    —¡No padre, que este es Evelina! —y diciendo esto, también, se agachó raudo y el candelabro rompió el espejo del mueble tallado.

    —¡Ay ay, el espejo ejo! Por dónde saldrá ahora mi bruja Maruja uja —el conde de Cabestro, apesadumbrado, se arrodillo encima de los cristales rotos, sollozando.

    —¿Cómo dice, padre? ¿Su bruja Maruja? ¿Acaso la conoce...?—preguntó irritado Ismael.

    —Ya te contaré luego ego. Ahora vamos amos, antes de que el rey se entere de todo odo.



    El tiempo apremiaba, por lo que padre e hijo, conde e hijo de conde, hubieron de salir a toda prisa a visitar al alfarero más notable del condado, para ver si era capaz de extraer el dichoso cántaro del cubo de hojalata que cubría la cabeza de Ismael. Después de dos largas horas en el taller del alfarero, donde este llenó de aceite y grasas varias el interior y los bordes del cántaro, así como los del cubo de hojalata, estirando con todas las fuerzas de los hombres que por allí pululaban, les dijo que era imposible, que ese cántaro parecía embrujado y no saldría si no era rompiéndolo, ya que ni calentándolo al rojo vivo se deformaba, y que no insistiría más, dado los alaridos y juramentos de Ismael. Ante la imposibilidad de romperlo, porque ello, a lo mejor, significaba la muerte de la princesa Evelina, y como consecuencia caería un castigo real que no sería otro que la muerte más horrenda que pudieran imaginar, desistieron.

    La cabeza y el cubo de hojalata del conde de Cabestro pensaban soluciones a marchas forzadas, tanto, que hasta el mismísimo cubo parecía enrojecer. Pero fue la mente de Ismael la que dio con la solución. Se acordó de cómo se expandía y dilataba Evelina cuando la acariciaban su cuerpo desnudo, por lo que, manos en alza, empezó a manosear y masajear al cántaro con más lascivia que cariño, y, como el padre, conde de Cabestro, observó que algo se movía, rozó con pasión y hasta con lujuria ese cántaro tozudo, hasta que por fin, con una especie de orgasmo cantaril, se corrió del cubo de hojalata, quedando liberado y predispuesto para la altísima misión que le esperaba.

    Cabalgaron veloces sobre sus caballos entre las calles empedradas del poblado, ante las miradas atónitas de los encubados más madrugadores. De vuelta a palacio, situaron el cántaro en una sala decorada con grandes cortinas rojas, a la luz de decenas de exóticos quinqués orientales con incrustaciones de ninfas desnudas, y unas paredes adornadas con alfombras persas de escenas de mujeres pastoriles, campestres y labradoras con muy poca vestimenta y en posiciones lujuriosas. La sala, la favorita del conde de Cabestro, se abría pocas veces al público; esta era una de esas excepciones, por no decir la única, y, si no hubiese sido porque se jugaba la cabeza, con su cubo de hojalata correspondiente, el conde de Cabestro jamás habría accedido a que el condado supiera de su existencia, pues a partir de ahí todo el país (sino toda la Tierra entera) lo sabría.

    La hora del desayuno se acercaba y había que acelerar el plan lo máximo posible; plan urdido por el conde mientras cabalgaban hacia palacio; trayecto en el cual Ismael preguntó que si el cántaro no hubiese podido ser extraído qué se habría hecho. "Colgarte bocabajo, de los pies, después de haber agujereado tu cubo de hojalata por el culo, para que de él pasara el esperma al cántaro". Como la respuesta del padre no continuó con risas ni carcajadas, Ismael dio por hecho que así hubiese sido. Esta idea le preocupó, pues tendría que haber estado bocabajo mucho tiempo, y recibir en su rostro encubado la leche de los vírgenes y haber oído las burlas y mofas de todos los plebeyos durante toda su vida. Quizás hubiese tenido que emigrar a la germania esa, por lo menos. Se alegró de su maravillosa idea. Ahora era en Evelina sobre la que recaía la responsabilidad, y la que se tragaba todo el marrón, o en este caso, todo el blanco, nunca mejor dicho jajaja... (perdonen el lapsus).


    El conde de Cabestro mandó llamar a sus mensajeros, para que recorrieran la totalidad de las localidades del condado, con el mandato de que los hombres vírgenes, mayores de edad, acudieran de inmediato a palacio para una misión que libraría a los ciudadanos del condado de portar en la cabeza el cubo de hojalata dichoso para siempre. El que se negara se enfrentaría a la pena capital; añadiendo que el mismísimo rey en persona se encontraba en el feudo y no toleraría que su majestad viera que sus plebeyos no le eran fieles.

    El conde fue a la habitación del rey y lo acompañó a desayunar unas perdices al pil pil con abundante vino tinto y un aguardiente de orujo que tumbaría a una manada de yeguas. El conde de Cabestro pensó que contra más borracho estuviese el rey, menos problemas tendría; y para animarlo a beber, bebía él también, aunque esto no supusiera ningún problema para él, ni para el rey. De esta manera, a la diez de la mañana, rey y noble portaban una cogorza de aquí te espero que yo estoy cansado. Y tanta era que hasta de preguntar por su hija se olvidó.

    Mientras rey y conde se aferraban a ese dicho que dice: después de bien dormido, bien comido y bien bebido, ¡joder que quieres! (yo no sé si por entonces este dicho corría por las bocas de los del condado de hojalata, pero puede ser que de ellos venga, ¿por qué no?). El caso es que al conde de Cabestro no le hizo falta esforzarse en convencer al rey para visitar a un famoso prostíbulo de la localidad. Manos en hombros y cantando Asturias patria querida, marcharon a tan placentero quehacer.
    Mientras, en la sala privada de amor del padre, Ismael recibía a los primeros vírgenes; los cuales, desnudos de cintura para abajo, entraban de media docena en media docena, habiendo sido antes calentados por varias doncellas de la corte. Algunos, al llegar al cántaro se les había bajado la cosa, aduciendo que era culpa de las baldosas frías. Otros eyaculaban antes de llegar al cántaro, por lo que debían volver a la cola. Y había quién miraba descaradamente a sus compañeros para excitarse (piense cada cual lo que quiera del por qué).

    Pasaban las horas y el cántaro se iba llenando a marchas forzadas. De vez en cuando, después del depósito de alguno, emanaba una manchita negra por la parte de fuera del recipiente. Ismael pensó que la causa podría deberse a que el individuo no era virgen, pero no le dio más importancia. Lo que sí le cabreó es el ver a la misma persona unas cuantas veces en la fila, quizás esa era la causa, pues se suponía que ya no era virgen.
    Se dijo qué estaría pensando la princesa Evelina, al ver tan de cerca tanto pene y tanta masturbación junta, con tanto joven y algunos tan bellos y apuestos. ¿Preferiría la princesa Evelina a alguno de ellos antes que a él? ¿Y si entrara en esos momentos el duque Todomiotodomío, y se materializara en mujer su prometida? Tuvo unos escalofríos tremendos y apartó esos pensamientos de su cabeza de hojalata.

    Pasaban las horas, siendo ya la de las brujas, quedando por fin muy pocos hombres vírgenes en la fila, y acabándose el tremendo cahondeo y algarabía que recorría el palacio entero, las calles colindantes y el poblado entero. Menos mal que el conde de Cabestro y el Rey Botijero Primero de la futura España continuaban en el prostíbulo con una borrachera de órdago, por lo que tendrían tiempo toda la madrugada. Y fue en esta, casi arribando el alba, cuando rey y conde llegaban de la juerga. Gracias al buen quehacer de Ismael y sus fieles soldados y doncellas colaboradores, la totalidad de los vírgenes del condado habían eyaculado en el cántaro embrujado. Pero la princesa Evelina era todavía cántaro.

    Ismael fue a buscar a su padre para explicarle que el hechizo persistía. Lo encontró roncando a pulmón lleno sobre su cama. Logró despertarlo tras tirarle encima una decena de cubos de agua, curiosamente también de hojalata. A duras penas logró arrastrarlo a la sala lujuriosa. Una vez allí, tras oír las explicaciones un montón de veces, el conde de Cabestro comprendió que faltaba él.

    —Falto yo hijo ijo —dijo con voz de enorme embriaguez.

    —¡Pero si viene del prostíbulo, y es usted mi padre! —esclamó Ismael, con incertidumbre total.

    —Sí í, hijo ijo, pero yo no soy capaz de hacerlo con ninguna mujer que no sea ea la bruja Maruja uja —contestó, agachando la cabeza.

    —Entonces... la bruja Maruja... ¿es mi madre? —susurró Ismael, tras haber meditado y con la mano apoyada en el borde del cántaro, con lo cual se llenó los dedos de espermatozoides calentitos.

    —Sí í, hijo ijo. La conocí de joven oven, mientras paseaba en el bosque osque. Me embrujó ujó, no sé si por el amor o hechizo izo. ¡Bueno eno! Voy a meneármela en el cántaro aro. Acabemos con esto esto.

    El conde de Cabestro estaba dale que te pego a la bandurria, pero el fruto de su órgano sexual no emergía. Bajó los ojos como pudo al suelo pegajoso. Las gotas de sudor se mezclaban con la infinidad de espermatozoides derramados en las baldosas. ¡Qué mala puntería tienen algunos!, susurró.

    —Trae el mueble del espejo ejo, y los cristales rotos aquí quí —ordenó a Ismael.

    Así lo hizo, con ayuda de una docena de soldados y unas cuantas doncellas. Lo volvió a intentar mirando al hueco donde debería estar el espejo. Pero no había manera de que eyaculara, hasta que volvió a bajar la vista y vio en los trozos de cristales rotos, en cada uno, a una pequeña bruja Maruja con los pechos al aire. En sus ojos se reflejaba la rabia y los celos. El conde de Cabestro se excitó al ver tantas brujas Marujas diminutas a punto de salir de los cristales. Estaba a punto de correrse cuando entró a gatas el rey, que buscaba el cuarto de baño para vomitar. Lo acompañaban, también a gatas (para no hacerle un feo al rey), una escolta de seis hombres. Se le pasaron las ganas de vomitar al ver tan divertida imagen: el conde de cabestro, con los pantalones bajados, mamporreaba arriba y abajo a su pene como si un loco fuera, mientras, su hijo lo animaba, así como los soldados y doncellas de la sala.

    El rey y sus seis escoltas giraron, entrando en la sala lujuriosa y situándose alrededor del corrillo de animadores, uniéndose al griterío que todos ellos a la vez decían: ¡Venga venga venga vamos vamos vamos...!

    El conde de Cabestro giró su cabeza de cubo de hojalata, al creer reconocer la voz del rey. Le dio un ataque de terror y dejó al instante de bombear a su sexo. Pero ya era tarde. El semen volaba al cántaro, cayendo dentro. Ante los ojos de todos los allí presentes, la princesa Evelina, totalmente desnuda, sin contar el cubo de hojalata que ni con el hechizo se deshizo, emergía de un mar de leche masculina que se desbordaba y arribaba hasta los tobillos de soldados, doncellas, conde de Cabestro, Ismael, escoltas del rey y al rey mismo, aunque a estos les llegaba hasta las muñecas y los muslos.

    Hubo un silencio sepulcral al ver a tan bella dama desnuda, aunque al instante, los allí presentes, menos el conde, Ismael y el rey, se taparon los ojos con los dedos abiertos, al darse cuenta que era la princesa Evelina, hija del rey, por lo que no convenía, ni mucho menos, enojarlo.

    El rey intentó levantarse, pero resbaló en la enlechada y tuvo que ser izado por sus escoltas, después de haber caído estos un par de veces también.

    Ordenó que allí mismo ejecutaran al conde de Cabestro y a su hijo Ismael.
    Los soldados del conde se pusieron en medio, y las doncellas retrocedieron, no sin dar con los huesos en el suelo unas cuantas veces, medio llenando los cubos de hojalata que portaban en sus cabezas, con la consecuente entrada en algunos de los orificios que posee la mujer humana.

    Cuando la batalla a muerte parecía inevitable, con las espadas llenas de esperma frente a frente, aparecieron una multitud de brujas Marujas pequeñitas, surgidas cada una de los trozos rotos del espejo mágico. Se amontonaron unas con otras, formando una pirámide de brujas Marujas, y al unísono hablaron para que la voz fuese bien audible.

    —¡Todo el mundo quieto y callado si no queréis que os convierta en cubos de hojalata mondos y lirondos para toda la eternidad! —bramó una bruja Maruja dividida en un montón de ellas.

    Se oyeron murmullos de "¡Eso no, por favor, por favor, señora bruja!",que se silenciaron casi a la vez.

    —¡Mamá, mamá, mi mamacita! ¿Por qué no me dijiste que eras mi madre? —casi imploró, más que preguntar, un lloroso Ismael.

    —¡Calla, atontado! —contestaron las brujas Marujas—. ¿Y tú, princesita Evelina, no dices nada? Tienes aspecto de haber disfrutado mucho con la experiencia. Pareces extasiada jajaja...

    Y en verdad que no se le podía llevar la contraria. La princesa mostraba un aspecto relajado y fantástico, agradable, se diría.

    —¡Cállate tú también, narrador!, si deseas deshacerte de ese cubo de hojalata que llevas en la cabeza —me amenazaron las brujas Marujas, asustándome un montón.

    —¡Está bien!, te aceptaré como mi mujer. Serás la condesa de Cabestro; o mejor dicho, seréis las condesas de Cabestro —interfirió el conde de Cabestro.

    —¡Un momento!, yo también quiero algunas —exigió el rey Botijero Primero, con un hedor de alcohol que tiraba para atrás.

    —En tal caso..., si la cosa va por ahí... puede que lleguemos a un término feliz. ¡Mmmm... Condesa y reina a la vez... jajaja... Sí, acepto. Unas irán contigo, mi amado conde; y otras con usted, mi señor rey... y amante... Aunque espero ser reina algún día jajaja...

    —¡Así será, estoy harto de mi mujer! —aseveró el rey Botijero Primero de la futura España.

    —Pues, en tal caso... deshecho ya el primer hechizo, el de la princesa Evelina, deshágase el segundo. ¡Liberaos de los cubos de hojalata que portáis en la cabeza! ¡Cubos, obedeced mis órdenes ya, si no queréis que os convierte en humanos jajaja...!

    Y levantando múltiples varitas de roble, saltaron las brujas Majuras sobre las cabezas de los presentes y las aporrearon con fuerza y furia, causando cantidades de dolores de cabeza.

    —¡Era esto necesario, mi bruja Maruja? —preguntó estúpidamente el conde de Cabestro.

    —No, no lo era, pero me hacía gracia jajaja... ¡Y tú, estúpido hijo mío, extrae y limpia el rostro de leche a la princesa Evelina!

    Ismael se acercó a su princesa y empezó a limpiar los millones de espermatozoides de los muslos de Evelina, con suavidad y mimo, con ternura, con... Luego continuó con la entrepierna y los pechos...

    —¡He dicho el rostro! ¿O quieres hacer el amor con ella aquí mismo, ante nosotros jajaja... Hijo mío?

    A Ismael no le hubiera importado, pero decidió hacerle caso a su madre, que para eso era su madre.

    Al acabar se llevó una sorpresa tremenda. La princesa Evelina era aquella mujer que lo rechazó, la culpable de su decisión de ocultarse la cabeza para siempre con un cubo de hojalata.

    Impulsivamente se echó para atrás, desconcertado.

    —¿Tú? ¿Cómo puede ser? ¿Qué ocurre aquí? —preguntaba por la incertidumbre que le acrecentaba al observar en el rostro de la princesa Evelina que ella tampoco entendía nada.

    —Jajaja... Ya te digo, hijo mío, que no eres listo jajaja... —se carcajeaban las brujas Marujas—. Era yo, la que encontraste en tus paseos por el bosque. Copié el cuerpo de Evelina porque acudí a tu futuro y vi que ella sería la mujer de tu vida, tu esposa. ¡Querías desposarte y yacer con tu madre jajaja...!

    Ismael, al principio, deseaba estrangular a su madre, pero pronto se sintió aliviado. Ahora nadie le impediría unirse para siempre a la mujer que amaba, salvo el rey. Esperemos a ver qué dice nuestro rey Botijero.

    —¡Un momento, un momento...! —y se detuvo a reflexionar el rey Botijero—. Mi hija está prometida al duque de Todomiotodomío, ese germano avaricioso y ambicioso.

    —Jamás me casaré con él, padre —gritó Evelina mientras se levantaba del suelo donde había estado acurrucada, enseñando, aún más, su desnudez a los agradecidos de la sala, a los cuales, los dedos medio abiertos no les impedía disfrutar de tan bella vista.

    —¡Está bien, me cachis en la mar, acabemos con esto! Además, ya no eres virgen, si no que has desvirgado a un condado entero... Aunque no sea del todo culpa tuya... La cosa es así. Si el conde de Cabestro me jura que me cederá sus tropas para la reconquista de España y para retener las embestidas del cornudo germánico, aceptaré que te cases con este soplapo...; es decir, con Ismael.


    —¡Jurado lo tiene, mi rey, mis tropas son sus tropas! —exclamó a pecho henchido el conde de Cabestro.

    —¡Exacto! —intervinieron las brujas Marujas, "empiramidadas" nuevamente—, acabemos con la historia, que tengo ganas de tomar mis nuevas posesiones de condesa y reina. Contaremos todos a la vez, de diez para abajo y, cuando lleguemos a cero, os extraeréis los cubos de hojalata.

    —Diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno y... ¡cero...!


    Cuenta la leyenda que el condado de los cubos de hojalata fue donde surgió la idea de las armaduras, que los nobles continuaron usándolos durante mucho tiempo (vaya uno a saber por qué, quizás por el morbo, porque no los reconocieran cuando iban de amantes, por acostarse con alguien por mera sorpresa...), que fueron ellos, los cubos de hojalata, los orígenes de las armaduras medievales que hoy conocemos. Los plebeyos acabaron hasta el gorro (nunca mejor dicho) de los cubos de hojalata, ya fuera por la incomodidad a la hora de trabajar, porque el cubo les hacía falta para labores mucho más útiles, o, simplemente, porque daban y dan la cara como gente honesta y honrada que son (la mayoría, claro está).

    También cuenta la leyenda que la bruja Maruja, la Reina del Bosque Maldito de los Hijos Caprichosos, la luego dividida en múltiples brujas Marujas, es la que se encarga, o encargan (vaya a saber uno) de castigar a todos los hijos caprichosos que pululan por el mundo cuando se encabezonan al no conseguir lo que quieren, con sus consecuentes actitudes insólitas y descabelladas; que es ella, la que al fin y al cabo los pone en la vereda de la lógica y normalidad, tras castigarlos para que se traguen su soberbia y piensen que en la vida hay más gente que ellos mismos.


    Ahora, con su permiso, me sacaré yo también el cubo de hojalata y daré fin al relato.



    Fin de la obra. Muchas gracias por leer.


     
    #4
    Última modificación: 21 de Junio de 2013
  5. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Este mensaje se duplicó, es el mismo de arriba, o sea, el final. Perdonen las molestias.
     
    #5
    Última modificación: 18 de Junio de 2013
  6. Ro.Bass

    Ro.Bass Guau-Guau

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    Tu imaginación es terrible!! jajaja Un niño encerrado en un poeta!

    Esto está fabuloso compañero, has logrado entretenerme con algún recreo de carcajadas!!

    Imaginar los sucesos y no tener que figurar las facciones, sólo ver los cubos de latas con cuerpos.

    Ni hablar de los detalles que no perdiste para ayudar a la verosimilitud del relato, como el eco de los diálogos y esa intervención momentánea del narrador.

    Pensar que me sentí atraída a la obra porque el personaje se llama igual que mi niño, y terminé llevándome esta gran sorpresa, de haberme sumergido de principio a fin en esta original y peculiar historia.


    Te aplaudo de pie!!

    Un gran gusto haber leído esto.

    Saludos!
     
    #6
  7. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señora Ro Bassetti, por leer este relato loco de divagaciones montañeras jajajjaja. Sé que se puede mejorar mucho (y lo haré cuando tenga tiempo), como repasar palabras repetidas, mejorar las escenas y dar más ahínco a los personajes, más personalidad, además de otras cosas. Igualmente sé que son narraciones atípicas, pero es que me divierto escribiéndolas y mi mayor deseo es que sean leídas y que la gente que lo haga pase un rato agradable. Por ello su tiempo y su comentario son importantísimos para incentivarme a seguir este camino loco mío jajajajja. Leí en su prosa de amor "La moneda", que su hijo se llama también Ismael y me acordé de este relato, por si usted lo leía, haciéndome gracia la coincidencia jajaja.... Se la saluda afectuosamente. Un fuerte abrazo.
     
    #7
    Última modificación: 19 de Junio de 2013
  8. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Esas locuras suyas son muy contagiosas estimado amigo. Abrazos.
     
    #8
  9. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchísimas gracias, Don Melquiades, por emplear su valioso tiempo en leer este hilarante y alocado relato; y perdone si no comento más; pero es que ando en las montañas de León casi como un ermitaño, sin a penas comunicación. El ordenador conectado al teléfono móvil (que casi nunca tiene cobertura y es más lento que el caballo del malo de la película) es mi única conexión con el mundo de moderno. Se le saluda afectuosamente y se le reiteran las gracias. Un abrazo.
     
    #9
  10. danie

    danie solo un pensamiento...

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    6 de Mayo de 2013
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    Huy… que despliego de imágenes y emociones en esta fastuosa narrativa, ideas hilarantes y extravagantes producto de una buena imaginación.
    Es grato leer esta magnifica obra, completa en reseña y extensa temática muy bien desarrollada
    Aplausos
    Abrazos enormes
     
    #10
  11. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señor Danie, por leer esta locura narrativa, con la que me divertí escribiendo. Debe ser cosa de la soledad de las montañas jajaja... Muchísimas gracias por emplear su valioso tiempo en leer mis letras. Se le saluda afectuosamente.
     
    #11
  12. Ligia Calderón Romero

    Ligia Calderón Romero Moderadora foro: Una imagen, un poema Miembro del Equipo Moderadores

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    Confieso que al leer este cuento con algo de ficción
    me ha llegado a la mente un escritor que antes
    andaba por estos lares y de quien admiraba su genialidad
    y que por alguna razón tiró la toalla y se marchó sin despedirse siquiera.

    Bien un gran cuento que me enganchó, confieso que la primera y segunda parte me parecieron muy emocionantes
    me refiero a tus dos primeros posts. Luego da un vuelco la historia con esa atrevida solución continuando con la ficción en un plano que me sacó algunas carcajadas por lo insólito, pero confieso que tienes imaginación y logras que uno termine de leer, aun cuando es un extenso relato logras captar la atención y robaarme el tiempo que no me sobra jeje, pero que dediqué con esmero en tu obra.

    Con todo respeto,

    Ligia
     
    #12
  13. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    ¡Hola, mi ojo mágico! Yo soy aquel escritor que recogía con cariño los avatares de Panch, sanchopanza y Lavidaensueños. No tiré la toalla, sino que me tapé con ella jajaja... Pensaba que ya lo sabía, pues en algún poema suyo la llamé "mi ojo mágico", como antaño. Si no es así ruego que me disculpes por mi torpeza y descortesía. Y tiene toda la razón, empecé el relato pero sin tener esquemas ni final, ni plantear nada (como hago casi siempre), por lo que no sabía cómo salir del laberinto. Opté por dejar libre a mi hemisferio derecho y escribir las locuras que imaginaba. Muchísimas gracias, Ligia, por emplear tu tiempo (que sé que es valiosísimo) en leer esta hilarante locura y, ahora me he dado cuenta, que roza con la prosa adulta. Un fuerte abrazo de tu amigo Vicente R. M.
     
    #13
  14. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Jajaja, Hasta cambiaste maruja por majura de la emoción, jajaja, que puedo decir mi estimado Sr Evano, nunca hubiera imaginado de donde nació la idea de las armaduras, vaya que la lujuria tiene sus consecuencias,jejeje
    Abrazos.aso.osos!! i eco es malo, jiji
    Me encanta leerte,que ocurrencias!!
     
    #14
  15. Ligia Calderón Romero

    Ligia Calderón Romero Moderadora foro: Una imagen, un poema Miembro del Equipo Moderadores

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    Hace ratillo vengo tras tu pista, eras sospechoso número uno jeje, pero no fue sino este cuento quien me lo develó, sin duda, aunque pensé que podría ser coincidencia y que bien podría ser otro con tu estilo, Jaja, pensé, un plagiador bueno no soy tan mala detective verdad, solo que cuido las pistas hasta el final para no meter la pata y perder el caso jeje,

    Un abrazote, mi cariño y mis respetos,

    Ligia

    PD. Si me has llamado así, de seguro no he visto tu mensaje porque de haberlo visto, hace rato te habría capturado y metido tras las rejas jejeje. otro abrazote...
     
    #15
    Última modificación: 20 de Junio de 2013
  16. AntonioG

    AntonioG Poeta recién llegado

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    me encantó lo de los ecos ecos... me trajo algunos recuerdos erdos. muy creativa obra, señor Évano. y por supuesto gran calidad, usted alza actividad a la sección de relatos largos.
     
    #16
  17. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Tengo que dar algunos retoques, señora Ethel, pero sí, me emocioné en la última parte del relato, lo escribí en un momento. Compréndalo, aquí solo en las montañas, atacado por caracoles, babosas, conejos, avispas, abejas, jabalíes, corzos, ciervos, milanos, cigüeñas y todo bicho viviente, casi sin mujeres jajjajajajaja, por lo que la lujuria brotó de forma absurda jajajajja. Gracias por su fidelidad. Un montón de abrazos con respetito montañero y pueblerino.
     
    #17
  18. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Desde luego que es una detective estupenda, señora Ligia, y una lectora con una memoria fantástica, y una escritora y poetisa maravillosa. Muchas gracias por no olvidarse de mí. Un fuerte abrazo, con todo cariño y respeto, de su amigo.
     
    #18
  19. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señor Antonio, por el valioso tiempo invertido en leer mis letras alocadas y por su comentario tan generoso y amable. Se le saluda afectuosamente.
     
    #19
  20. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    Me ha encantado este cuento tan bien escrito, divertido, ingenioso, con sus toques mágicos y su moraleja. No le falta ni le sobra una coma, atrapa desde el comienzo hasta que te quitas tú también el cubo de la cabeza.


    Un abrazo

    PD: deberías presentarlo a algún concurso (de los de verdad), es muy buen relato.
     
    #20
    Última modificación: 24 de Julio de 2013
  21. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Si le digo, señora Julia, que estuve un tiempo con el cubo de hojalata en la cabeza, ¿se lo creería? Pues créalo que es verdad jajajjaja. Muchas gracias por este comentario, que no se imagina cómo me anima a continuar aprendiendo. Lo del concurso me encantaría, pero aquí, medio incomunicado en los montes de León y sin experiencia en presentar relatos a concursos serios, se me hace más montaña aún. Un abrazo, y no vea lo contento que marcho a ver el partido de fútbol, y a plantar luego treinta lechugas que el granizo destrozó. Muchas gracias.
     
    #21
    Última modificación: 20 de Septiembre de 2013
  22. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    He leído los dos primeros capítulos -pues este segundo es corto-: si el primero es una locura buenísima, que te hace descojonarte vivamente, dicho finamente y en castellano in vox populi, el segundo es muchísimo mejor jajaja. El emperador Todomiotodomio XDXDXD. Lo último que has dicho al acabar el segundo capítulo... como lo sabe jajaja XDXDXD. La carne es la carne, y más cuando la dama es real, que la vuelve más jugosa de lo que ya es...

    Un saludete de Samuel.
     
    #22
  23. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    La frase... lo dice todo XDXDXD
    Qué historia... Brujas de bosques largos y extraños. Ex votos de semen que curan de hechizos que, para más inri, fueron errones :D. Muy loca la historia...
    Acabé la tercera parte; he estado con la universidad y hasta hoy no he tenido tiempo.

    Un saludete de Samuel.
     
    #23
  24. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Lo primero la universidad, señor Samuel, y lo demás cuando tenga tiempo holgado. Le agradezco muchísimo su lectura, pues es el mejor de los premios para un escritor aficionado. Y he de decirle que con pocos relatos he disfrutado tanto escribiendo como con este jajaja... Un abrazo, amigo.
     
    #24
  25. Samuel17993

    Samuel17993 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Ya lo terminé; definitivamente... qué locura XDXDXD. No está mal, me gusta, pero no sé, creo que esperaba un final como "algo diferente". Me ha encantado la escena del rey y el padre de Ismael, aunque he de decir que todo se iba muy rápido hacia el final (cosa que creo que te he dicho más de una vez en otros relatos). Lo que no se puede negar es la originalidad que tienes, la naturalidad del lenguaje, la hilaridad (muy bien conseguida) con esas escenas que no te pueden dejar de echarte una risa, y esa crítica un poco, muy poco incubierta, con los hombres "con cubos de hojalata" en la cabeza y los plebeyos hartos de ellos...

    Mi admiración y mi saludo.
     
    #25
  26. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    "y esa crítica un poco, muy poco incubierta, con los hombres "con cubos de hojalata" en la cabeza y los plebeyos hartos de ellos..." Muchas gracias, señor Samuel, este comentario suyo me ha encantado, y sí, tiene razón, quizás me falta paciencia para los finales, pero es que con este relato me emocioné, y disfruté tanto que no quise retocarlo. Es de aquellos que me han dejado satisfecho. Se le saluda, amigo, y a estudiar toca, que la universidad empieza.
     
    #26
    Última modificación: 30 de Septiembre de 2013
  27. MARIAM

    MARIAM Invitado

    Vaya imaginación desbordante tiene usted, Sr. Évano: me atrapó esta locura suya, irreverente, gamberra y genial. Le felicito. Un abrazo hasta sus montañas.
     
    #27
  28. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Muchas gracias, señora Mariam, por pasar por este relato alocado jajaja... No sabe usted cómo se agradece que lean relatos un poco largos, ¡con lo que cuesta crearlos, aunque sean un poco anormales jajaja... Un abrazo, amiga, desde el centro de la lluvia y el otoño.
     
    #28

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