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El contrato (por probar la prosa)

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por dffiomme, 23 de Noviembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 729

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    En lluviosa noche otoñal, cuando las desnudas ramas en el árbol aportan a la noche lo siniestro de huesudos y negros fantasmas, raudo como el viento, corría un automóvil sobre el asfalto que impregnado de lluvia, dejaba a su paso sendos senderos de escurrida carretera; en él, la joven pareja ansiaba el llegar a su destino, ella apoyaba dulcemente su rubia melena en los robustos hombros del joven, que con la mirada fija en el camino, parecía ausente de su grata compañía.
    Contoneó sobre el respaldo delicadamente su espalda, en un dulce bostezo y, con un femenino ronroneo, su melodiosa voz susurró. ¿Falta mucho?- preguntó, sacudiendo sensual su rubia cabellera.
    Pronto llegaremos- contestó el joven, despertando de su ensimismamiento sobre la vía, tornó hacia ella la mirada y en sus ojos se reflejó la ternura, saliendo así de sus negros pensamientos; en breve se cumpliría un año de aquel acuerdo, que ahora, le empujaba a huir de la ciudad, precisaba la soledad del campo, donde nadie le conocía, para sentirse seguro, quería incumplir lo acordado y aquella le resultó la mejor solución para esquivar a la muerte, ahora precisaba vivir. Desde la pasada primavera en que se enamorase, intentó huir de aquel acuerdo que su cansada vida le aconsejó.
    Al firmar el contrato poco le importaba la muerte, en el inicio de su madurez, cuando ya en sus sienes se divisaba el plateado blancor de las primeras canas, habíendo vivido intensamente la vida, encontrábase a tan temprana edad hastiado de su rutina, por ello, no le importó aceptar las condiciones de aquel juego, consistente por unos, en comprar una vida, por otros en vender su muerte, él era de estos últimos, los cuales por una importante suma se comprometía a la intensidad de vivir un último año. Después, si conseguían salvar este tiempo, esquivar en ese año la muerte, obtenían el beneficio y la oportunidad de un nuevo contrato, cosa que él no deseaba, pues tras conocerla todos sus esquemas se hicieron añicos, desde la primera vez que la vio, sintió bullir el amor en su sangre, ahora tras seis meses de intensa unión, temía renunciar a ella, de ahí su huida de una ciudad en la que en breve y por propia aceptación, habría de morir, era lo acordado si el comprador de su vida conseguia encontrarle, su riesgo era morir pero él se negaba a ello, por ello tratar con la huida de esquivar aquel destino.
    Se embelesó en los ojos de su amada y una nube de tristeza cubrió su mirada.
    ¿Qué?- preguntó la joven con una dulce sonrisa, en sus tentadores labios, sin conocer las terribles dudas que a él, le embargaban, también el joven sonrió, contagiado de la alegría que se reflejaba en ella.
    No hicieron falta palabras, henchidos en deseo ambas bocas se buscaron; tras la pasión del beso, la sonrisa afloró en sus labios, que eran lentamente lamidos, después, de nuevo el asfalto y la sinuosa carretera, que rota en su oscuridad por la potencia de los faros, le llevaba a la seguridad de aquel olvido, donde difícilmente le encontrarían. Si conseguía superar en la próxima semana el año estipulado, invalidaría el contrato, entonces empezaría en verdad su felicidad, pues desde que conoció a su amada, se sentía feliz, aunque con la triste sombra de que los momentos vividos, pudieran ser los últimos.
    Jamás le confió a ella, aquellas dudas, la quería tanto que no podía producirle aquel sufrir, por ello, siempre guardó el secreto que le hacia ahora huir del mundo, donde tanto placer consiguiera.
    En la lejanía, entre el parpadeante ramaje de la arboleda, diminutas luces denunciaron la pequeña aldea, que con gigantescos pasos, parecía acercársele, apenas unas veinte ventanas de pobre luz, recibió el deslumbrante iluminar de los poderosos focos del deportivo, que, aminorando su marcha, se recreó en las oscuras fachadas de aquellas humildes casas, en cuyas ventanas, se apreciaba la curiosidad de algunos rostros, sorprendidos y ansiosos por saber cual era la novedad que a tan extrañas horas, rompía su monótona quietud, ellos sonrieron al sentirse motivo de aquella curiosidad despertada en tan tranquilos aldeanos.
    Entre gratos paseos, con el estruendo de campo envolviendo sus abrazos, fueron pasando los días, con cada atardecer se fue acrecentando su confianza, en poder conseguir salvar la meta de un año, tras el cual culminaría su felicidad, horas intensas de amor, al calor de la romántica chimenea, entre el frescor de la hierba, en los bellos atardeceres y en las cálidas noches, abrazado a su amor, fue recorriendo su tiempo; aquella era la última noche del plazo concedido, por ello él se encontraba henchido de placer, al ver tan cerca su meta.
    Sabrosa y abundante fue la cena, consistente en gruesos trozos de asado, con diversas y variadas verduras, regado por un clarete comarcal de dulce y aromático sabor.
    Paladeando un triunfante coñac y envuelto en la humareda de un habano, sintió el primer síntoma. La cristalina copa se escapó de su adormecida mano, estallando su balompédica forma, en diminutas esquirlas, contra el embaldosado suelo, al igual que el portentoso cigarro puro, que a sus pies rodó. Estático quedó sobre la silla, incapaz de incorporar su cuerpo. Fijó los ojos en la parpadeante llama que desde la oscura y cenicienta chimenea se mostraba burlona; trató inútilmente de articular palabra, quiso tornar la mirada, sin conseguirlo, buscando la entrañable silueta de su amada, la cual desde la cercana mesa, aun con restos de la opípara cena, le ofrecía su espalda, ausente en un trabajo que no pudo descubrir, hasta que al girar sobre sus talones dejó al descubierto su labor, en un brillante y afiladísimo cuchillo de tremendas dimensiones. Le miró fijamente y con decidido pero lento caminar, se dirigió hacia él, tras un morboso beso sobre su inmovible cuello, susurró en su oído. Es hora de pagar lo contratado.
     
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