El Criminal

En el crimen,la sed de sangre del homicida se transfigura en extática dádiva,entregada con pálidas manos sanguinolentas por el mortal que quiere hacerse Uno con el dios de la Muerte.Es un acto impío y vil a los ojos de una sociedad que vela por la sagrada permanencia de la vida.Mas el asesino,contemplando el fugaz brío en devenir de aquellas manifestaciones que se difuminan finalmente en la nada de un fin clamoroso,hace una labor que comparte con la ley inmutable de la naturaleza.Ésta se divierte en la evaporación monstruosa que miles de espectros contemplan cuando ya la hora sideral repercute en los corazones sedientos que corrompen,sacrílegos,en la sesgada labor de arrancar del cuerpo la esencia preternatural.El rodar de las cabezas,en el calvario de las abominaciones,ya era presentido por los ancestrales verdugos del medievo y la antigüedad como una forma de frenar el frenesí corruptor de una exuberante aglomeración de palpitantes corazones;cuya única salida para evitar el inescrutable precipicio insondable de la aberrante matanza que se dirigía hacia la exangüe e impía transfiguración del ser al no-ser ,era el todopoderoso e imperial derecho de arrancar la fragancia vaporosa que se diluiría de los cuerpos en ciernes de entrar más al final de sus vidas en la infelicidad de una vacua esperanza caduca por un más allá ilusorio y cruel.Así pues,¡oh!criminal de ojos divinos,termina tus fechorías no con vergüenza sino como ley implacable y de hierro que ha impreso un hado insondable...para honra y gloria de la encapuchada mujer de herrumbrosa guadaña,a la espera ésta de la consumación apoteósica de miles de cadáveres sordos y mugrientos.