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El Cuento de la sacristía y las luces de neón.

Tema en 'Poemas sociopolíticos y humanitarios' comenzado por José Ignacio Ayuso Diez, 9 de Mayo de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 381

  1. José Ignacio Ayuso Diez

    José Ignacio Ayuso Diez Epicuro y la ataraxia, sin miedos ...

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    Hombre
    EL CUENTO DE LA SACRISTÍA
    Y LAS LUCES NEÓN.



    Existen ingeniosos prototipos
    de seres engreídos,
    que se erigen en alfareros
    de miedos y cuentos.
    Taladran con sus peroratas
    el ánimo ingenuo
    a los huérfanos de espíritu,
    raciocinio y genio.
    Se valen para sus conjuros
    de engendros muertos
    y ungüentos oscuros.


    Se cubren como el acebo y dan tiña
    a la viña. Recorren los caminos
    cuando no hace frío, sin ser invierno
    y cruzan los ríos por vados,
    descalzos, con las alforjas
    llenas de vacíos, miserias y engaños.
    Se refugian en estaciones de trenes
    que son finales de trayecto.
    En ciudades umbrías de grises gentes
    que carecen de fuentes y de vidas.
    Por tener, solo tienen el alma perdida.
    Y estos impostores de labia fina
    les venden garrafones de agua bendecida.
    Son pueblos decadentes
    donde la virtud de los medio vivos,
    es el vicio… de morir impenitentes.


    He olvidado a posta,
    el rezo del mediodía
    para no pecar a conciencia,
    pues el cura que confiesa
    se ha crecido en la homilía
    y nos ha contado al pueblo llano
    el cuento de la sacristía:
    “Que se meten en su cama
    todas las noches y días,
    cuando ésta está vacía.
    Son esas feligresas
    muchas de ellas impías,
    con cascabeles en negros cuernos
    y sucias pezuñas caprinas,
    que le quieren perforar a traición
    su honor y su alma pía”


    No pretendo humillar al cura
    de la negra sotana raída,
    ni siquiera cambiar su alma
    que de pura pureza está vacía.
    Pero sigue el páter soñando
    con esas pezuñas caprinas,
    de cabras del pueblo salidas
    en busca del macho salido
    y se meten en su cama,
    desnudas y lascivas,
    entre sus sábanas blancas
    sin manchas de pecado,
    por la virtud del impío cura,
    duramente flagelado.


    El abad sobresaltado
    se santigua avergonzado
    por ese sueño recurrente
    que le mantiene postrado
    sobre el suelo de la abadía.


    Quiere confesarse el cura capellán
    de los pecados reiterados
    que su compadre Morfeo
    le deleita con sus juegos.
    Y corre despavorido
    sin dirección ni tino
    hacia una roja luz
    que está en medio del camino.
    Son luces que le guían
    en las noches tibias sin luna
    donde le esperan beatas
    que no van a misa de a una.


    Quiere redimirse y
    contar a los cuatro vientos
    su realidad de los sueños
    y a las gentes de la villa,
    convencerlos de que hay premio
    entre los muros de capilla
    y que no busquen redención
    bajo esas luces de neón.


    Con elocuencia manifiesta
    desde lo más alto de su ego,
    se ha propuesto dar lecciones
    a los feligreses peleones,
    que buscan feligresas impías
    entre tugurios y moteles
    de licenciosa lencería.
    Les reprende
    por sucumbir a las tentaciones
    y desfogarse
    de calenturas y pasiones.


    Todos somos hijos del mismo dios,
    y nacemos con los mismos pecados.
    El cura, las cabras, las feligresas, los feligreses,
    todos vamos unidos de la mano.


    Pero el cura es hombre,
    y como hombre con alzacuellos,
    se siente fuerte en la homilía,
    y se crece con el poder, que un día
    dice, un dios le dio.
    Solo ve pecado en la relación carnal
    que consuman hombres y mujeres
    fuera del vínculo matrimonial.


    Parecen preocuparle más
    las orgías contra el cielo,
    que las viciadas relaciones
    en las casas con luces de neón.
    Donde sus parroquianos se desfogan
    de un calentón en la entrepierna
    y pagan a disgusto con gusto,
    como bula penitente,
    la dignidad y honra
    de las esclavizadas mujeres,
    sometidas dentro y fuera
    de esas cárceles rojo neón.


    No concibo la hipocresía del hombre,
    que para aplacar sus fuegos,
    renuncie a su honor y hombría
    generando nuevos incendios
    en esas casas sombrías,
    donde solo se necesita el dinero
    y dejar la conciencia
    colgada en el guardarropía.
    Se mezclan individuos
    de todos los colores,
    condición y esperpento,
    banqueros y sus chequeras
    con obreros de “
    ciertopelo”,
    políticos y empresarios,
    juristas y proxenetas,
    etcétera, etcétera, etcétera...


    Pero yo, que no tengo alma de poeta asceta,
    con un buen cigarro puro en la mano
    y una copa de vino en la mesa
    escribo versos… buenos y malos,
    algunos de mediocre hechura,
    y otros de infumable tesitura,
    que no satisfarán nunca
    a los vacuos maestros mundanos
    de este kafkiano mundo.
    Ni justificaran jamás,
    a esos enjutos diablos
    de seso hueco y duro sexo,
    que se prestan a transitar ufanos
    por los
    fálicos inframundos
    profanando la dignidad de las mujeres
    en esas sementeras de agravio y dolor

    que son esas casas Sin citas de neón.


    José Ignacio Ayuso
     
    #1

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