El cuerpo

El cuerpo es una hipótesis sin demostrar. Se habita como una casa sin planos: pasillos que conducen al mismo dolor, habitaciones donde el deseo dejó olvidado su abrigo. A veces despierto en una pierna ajena, como si la noche me hubiera prestado un cuerpo que no me pertenece.

Los órganos no saben que son míos. El corazón late por defecto, no por afecto. Los pulmones inflan un mundo que no pedí respirar. La piel, frontera sin aduana, deja entrar memorias no declaradas, suspiros que no recuerdo haber soltado.

Decir “yo tengo un cuerpo” es no haber entendido el truco. El cuerpo me tiene a mí, me guarda como pregunta sin respuesta en el fondo del estómago. Me mastica cuando dudo, me escupe cuando amo. Es un yo que transpira sin permiso, que se sacude a sí mismo con cada movimiento que no firmé.

Caminar no es avanzar: es preguntarse si ir hacia algún lugar cambia lo que duele. A veces el cuerpo se cansa antes que el pensamiento; otras veces el pensamiento colapsa sin haber sudado. Tal vez todo sea un malentendido semántico. Tal vez el dolor no duela: tal vez solo signifique.

Mi espalda discute con la memoria. Mi garganta ensaya respuestas a preguntas que no llegaron. Los pies recuerdan rutas que la cabeza niega. Las manos, traidoras, tocan sin saber si quieren tocar o ser tocadas.

El cuerpo es un poema que se reescribe sin tregua. Cada cicatriz es una palabra tachada, cada orgasmo un paréntesis donde el tiempo se disuelve. Se quiere que el cuerpo diga, pero él actúa. Se desea que calle, pero insiste en el grito. Así seguimos: cuerpo y yo, compartiendo una identidad no consensuada, pactando significados que nadie firmó.