El despierto y los dormidos

Empieza la noche a apagar el sol.
El fuego remanente del día, y el ambiente, dejan una tarde fría, con un runrún de crispación, mientras, el pegajoso olor a incertidumbre se mezcla con el sutil, aunque mortífero, aroma de la desesperanza.
Una bella multitud, bajo pretextos idealistas, reclama un mundo mejor a un sistema putrefacto. Un sistema que aunque no hundido, hace aguas por mil lados. Esas aguas que inundan las bodegas del férreo aunque anticuado barco, no son menos que las desesperadas lágrimas de los corazones inquietos. Inquietados por haber de alimentar una morada mientras que la codicia, desdichada en su eterna existencia, les arrebata de unas manos lacadas de oro ajeno todo mendrugo de pan y todo pozal de agua.

De entre el glorioso hito en la historia, esa obra maestra, ese apoteósico conglomerado de gentes diversas, se alza una dulce melodía comunal, una dulce brisa de cada garganta luchadora que, al brotar al unísono, forman un temible huracán que bien puede hacer temblar el oxidado casco del barco a la deriva como ya removió y removerá tantos oscuros cimientos de castillos opresores. Esa melosa melodía, con cierto matiz de desconfianza, dice así:
“España, despierta, condena la violencia”
Y de entre los atónitos viandantes, ajenos al desbordamiento del inmenso rio de las gentes humildes, surge un tímido pero convencido hilo de voz de una garganta aún en las penumbras de la inconsciencia y rozando los 4 años le dice a la realidad sin un ápice de duda:
“Yo estoy despierto”

Y ajenos a la revelación dada marchan hordas de dormidos.

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¡Excelente prosa! (y no suelo regalar adjetivos)

un abrazo
j.

 

muchas gracias de corazón