El Despreciable

Aquel paje de translúcidos sentimientos de amor hacia la soberana hija del rey va renqueando en un deseo desagradecido; de tormentas y crepúsculos dibujados y escuchados por la ecuánime presencia de Dios. Quiere, a toda costa, cohabitar en lecho mullido de dintel eternizado por las voces sagradas de las musas, con la mayestática mujer que le supera en alto rango. Un día de clareado albor presencial, sus palabras, de nota musical henchida de sexo, se cuelan por los finos oídos de su sacramental sujeto paganizado. Ella lo rechaza con un eco de vil iracundia; lanzando a su hoz de perruno semblante saliva líquida de odio y desprecio. Entonces, él, engullido por una desesperación que no tiene fin, la empuja con todas sus fuerzas. Perdiendo el santo equilibrio y cayendo desnucada al suelo de cálida sangre real. Ya regando los resquicios de las baldosas de la habitación principesca. Sin más demora, escapa del lugar. Pero, cuando ya corretea por los infinitos pasillos, el monarca lo manda prender. Para que sea ejecutado esa misma noche en el potro salvaje de los soporíferos alaridos.