El dÍa que cumplÍ 200 aÑos

El último día clase anterior al festejo del Bicentenario de la Revolución de Mayo, mi hija debía representar una señora de la más encumbrada sociedad de mil ochocientos diez en una tertulia.

Durante las dos semanas anteriores recorrí las casas de las amigas de la abuelita colectando abanicos y mantillas. Me fue imposible hallar un peinetón y finalmente me resigné a comprar una imitación en plástico en una casa de cotillón. Puntillas y mangas abullonadas me ocuparon durante dos fines de semana y felizmente el viernes siguiente mi niña con guantes y mantilla de encaje blanco salió al toro.

En la pequeña obra había un contrapunto entre las costumbres de mil ochocientos diez y las actuales. A la negra mazamorrera de pañuelo rojo y lunares blancos se le oponía el muchacho en bicicleta del delivery de Chungo. A la carbonada de antaño la reemplazó una pizza Sibarita congelada recién salida del freezer camino del horno de microondas.
Y así se sucedieron los personajes, los sones y los bailes que como muchas cosas maravillosas suelen finalizar.

Una manitos me tomaron del pantalón y luego treparon hasta mi cintura y escuche:

- Mamucha: ¿No es cierto que cuando vos eras chica no existían los kioscos? - ¡Claro pensé, como el abanico, los guantes y la mantilla me la prestaron las amigas de la abuelita, esta criatura piensa que yo crecí en la época de la colonia! Levanté la vista y vi a la maestra casi llorando de risa que al tiempo que ponía una mano en mi brazo me decía:

- Mamá le voy a poner tres estrellitas en el cuaderno de comunicaciones, porque el vestido quedó muy lindo. - Tengo doscientos años y gané tres estrellitas, nada mal, pensé.