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El Día que murió el Choco Edgar

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por Marden32, 10 de Enero de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 811

  1. Marden32

    Marden32 Poeta recién llegado

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    5 de Enero de 2012
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    El Día que murió el Choco Edgar

    Éramos un grupo de amigos muy disímiles en edad, gustos ehistorias; sin embargo compartíamos alrededor de las cervezas, la amistad y elbasquetbol. Nos tocó vivir una época de las más tenebrosas de la historiasalvadoreña. El sector popular organizado protestaba en las calles y elgobierno masacraba sus protestas y asesinaba a sus líderes.

    A diario se encontraban cadáveres de gente que había“desaparecido” días antes. Era laantesala de la guerra civil salvadoreña. Nosotros vivíamos en Ciudad Merliot,una comunidad de clase media enclavada al oriente de Santa Tecla.

    Influidos por la magia de Monseñor Romero, arzobispo deSan Salvador, habíamos editado un periódico comunitario en el que ensalzábamos,discretamente, los avances de la lucha popular y los esfuerzos del obispomártir. Los domingos era “cadena de radio” escuchando las homilías del pastordel pueblo.

    El lunes 24 de marzo de 1980 Monseñor Romero fueasesinado de un disparo en el corazón cuando celebraba misa en la capilla delhospital La Divina Providencia. La oligarquía guanaca no le perdonaba su opciónpor los pobres y marginados de siempre. El obispo murió frente al altar. Lanoticia nos impactó hasta el llanto. El entierro de Monseñor Romero estabaprogramado para el domingo 30 de marzo y nosotros decidimos participar paradarle el último adiós a nuestro líder espiritual.

    José AntonioVelis, un joven ex seminarista; Osmín Ramos, el chino, (quien después formaríaparte del Ejército Revolucionario del Pueblo ERP, uno de las 5 agrupaciones delFMLN) Edgardo Benítez; Reinaldo Nóchez,mi hermano menor; Abelardo Amaya, a quien apodábamos “Chilillo” por su esqueléticocuerpo, y yo; formamos el contingente funerario; no sin antes convencer aAbelardo (que era el más miedoso del grupo) para participar en las exequias delobispo.

    Nos montamos en el avispón verde (mote cariñoso que lehabíamos dado al Datsun 1200 de mi hermano) y partimos hacia catedral. Dejamosel carro cerca de la embajada gringa, a varias cuadras de distancia decatedral. El resto de la ruta lo hicimos caminando y conversando sobre latensión que se vivía y el rencor que había provocado el asesinato de Romero.Como era domingo y el ambiente estaba muy tenso, las calles de San Salvadorlucían desoladas.

    Llegamos temprano al templo. Encontramos pocas personas;a mí me asaltó la duda sobre la masividad del evento; el miedo reinaba y seesperaba la reacción popular y la intensificación de la represióngubernamental. Entramos a catedral y yo salía a cada rato a ver si llegaba másgente; sabíamos que una masiva manifestación del Bloque Popular Revolucionariose acercaba; mi duda estaba en la población no organizada.

    En una de mis constantes y nerviosas salidas vi como unjeep de la fuerza armada se estacionaba en la plazuela Barrios, (pequeña plazaubicada frente a catedral). Uno de sus ocupantes salió del vehículo y se fue, mientrasel otro se quedaba al volante; me llené de rabia, y acercándome a prudentedistancia le grité “asesino… asesino; no les bastó matarlo ¿qué más quieren?”.El militar se bajó furioso del jeep y amenazándome con su arma me dijo que mefuera a comer mierda y otras cosas que no recuerdo… Me abrí la camisa y le dijeque me matara a mí también… Se sonrió burlonamente avanzando hacia mí.

    El miedo fue sustituyendo a la rabia y me sentí solo; ledije al militar que no se fuera que iría a la iglesia para traer más gente y darlesu merecido; eso hice, entré y, con falsos pretextos, les pedí a mis amigos queme acompañaran a la calle. Cuando salimos el vehículo militar ya no estaba.

    Poco a poco, las calles se fueron llenando de niños,niñas, hombres, mujeres y ancianos; gentes de toda condición social. Algunoscalculan que cerca o más de 50,000 personas nos agrupamos como pudimos dentro yfrente a Catedral. La gente ya no cabía en la plazuela y las calles quecircundaban el templo. La marcha del BPR se acercaba y resolvimos alejarnos, unpoco, de la iglesia para ver su entrada.

    La imponente marcha entraba por la calle sur de laplazuela Barrios y el antiguo banco Hipotecario. De repente se escuchó laprimera explosión, una bola de fuego y humo pasó cerca de donde nosencontrábamos, inmediatamente se escucharon muchos disparos… y se armó el caos.

    Otros bombazos y más disparos hicieron que la multitudempezara a correr despavorida; la mayoría, llena de pánico, se dirigió acatedral; otros intentaban protegerse o huir del lugar. Mi hermano, Toño y yobuscamos refugio en el desnivel que forma la plazuela; agachados oímos elgriterío, las bombas y los disparos repetidos. Decidimos escaparnos del lugar yen el camino nos tropezábamos con algunos cadáveres y heridos; Toño, el máscreyente del nuestro grupo, comenzó a auxiliar a los caídos, mientras orabapidiendo al cielo acabar con esos sufrimientos; le llamamos la atención y casia la fuerza lo arrastramos con nosotros. En la huida vimos como, algunosinfiltrados, destruían las vidrieras de los negocios adyacentes llevándose loque pudieron; eran ladrones aprovechando el caos del momento.

    En el camino nos encontramos con Abelardo y nosencaminamos con mucho nerviosismo hacia donde habíamos estacionado el avispón.Al llegar Abelardo sacó de su mochila una botella de licor y sin nada más latomamos a boca de jarro. Arrancamos el carro y nos fuimos a Merliot. De los 6que salimos sólo 4 estábamos a salvo en Merliot; al rato llegó Osmín lo quedefinía que faltaba el “choco” Edgar. Lo esperamos toda la tarde; al ver que nollegaba preguntamos a su familia intentando no asustarlos; nos dijeron que noestaba (ellos ignoraban que había ido al funeral) no les contamos nada, para nopreocuparlos; pero en nuestras mentes pensábamos lo peor.

    Cuarenta muertos ymás de doscientos heridos es el balance de los trágicos sucesos ocurridos eldomingo en la plaza de la catedral de San Salvador, mientras se oficiaban losfunerales por el arzobispo Óscar Arnulfo Romero. Y nosotros creíamos que Edgarera uno de ellos.

    Casi no pudimos conciliar el sueño, el recuerdo denuestro amigo, al que hacíamos capturado, mal herido o muerto nos atormentaba.Al día siguiente fuimos a su casa a preguntar por él decididos a confesarlestodo. Muy cortésmente nos invitaron a entrar y al preguntar por Edgar nodijeron que él estaba en Santa Ana, visitando a la novia, que les habíacomunicado por teléfono que se quedaría a dormir ahí y que no se preocuparan.

    Según la versión de Edgar, los grupos de autodefensa lo guiaron, a él yotros hasta la Juan Pablo II. La guardia nacional, había apostado gente en losedificios adyacentes, sin embargo, protegidos y guiados por la autodefensalograron salir del área de fuego.
    Edgar logró llegar al Hospital Rosales, y ahí, abordó unbus para Santa Tecla. En el desvío de Merliot, el ejército había montado unreten, y revisaba todo lo que por ahí circulaba. Por misterios de la vida elbus donde se conducía Edgar no fue detenido; en ese punto debería bajarse, parair a su casa; pero por precaución se fue hasta Santa Tecla. Ahí tomó otro businterurbano que se dirigía a Santa Ana.

    [COLOR=#000000]Ya en bus, se dio cuenta de su estado; la camisa rota, elpantalón sucio, y todavía temblaba. Según él, la sicosis, producida por loocurrido frente a catedral, lo acompañopor varios días; pero que también se acentuó su convicción de la lucha popular.[/COLOR]

    [SIZE=3][COLOR=#000000]Mientras tanto a nosotros el alma nos volvió al cuerpo.¡El “choco” estaba vivo!


    (Marden Nóchez)[/COLOR][/SIZE]
     
    #1

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