El diario de Claudia...

DEL DÍARIO DE CLAUDIA.

Cuando observo algunas actitudes mas me convenzo que a veces es mejor crecer solo, que tomar las formas de otros.
Entré a aquel lugar con la ilusión en los pies, con las ganas de bailar al son de la música que enamoraba el ambiente y con él el de los presentes.
Entré con el alma ansiosa, con las ganas en las vísceras y con todos los sentidos al flor de piel.
Con un único deseo, con un solo pensamiento, encajar. Sentirme una más entre un montón, ser parte del dialogo conjunto, de las risas que caen como aguas frescas en incendio.
Durante tiempo y tiempo me eché la culpa, soy yo y mis manías, yo y mis costumbres, yo y mis dolencias, mis recuerdos, mis desdichas no aptas para algunos oídos.
Soy yo y mis preguntas, a veces hostiles, otras incomprensibles para mentes cerradas.

Pero mi última salida, esta salida corta que el ansia me obligo a hacer para poder entender, comprender y descansar, en ella llegué al convencimiento de que no era yo la extraña, ni la indeseable.
Quise como dije mezclarme, intentando olvidar lo que era el egoísmo, sobre todo en el amar.
Entré a la fiesta donde todas las caras me eran familiares, también cómo no las formas, a esas formas que jamás di importancia, pensando que algún día yo también las tomaría. Gracias doy hoy, de que mi molde se haya roto y yo siga siendo la misma.
Quise tomar aquella bebida que todos tomaban, parecía dulce y alegraba el alma. Pedí a la encargada de ella que me sirviera un poco para probarla. Más según ella la mía tenia que pagarla, porque apenas quedaba y ya estaba reservada.
¿Reservada? Me pregunté. Fui no obstante a otro puesto donde servían la misma bebida, y pedí un poco de la misma manera, más para mi había un precio, un precio demasiado alto y aunque quizá lo podía pagar, no quise volver a pasar por la desdicha de años, de tener que pagar siempre con creces lo que a otros le salía gratis.
Miré todo aquel baile, amé por última vez, salí despacio y cerré sin hacer ruido. Llovía fuera, como uno de esos días desapacibles que algunos no quieren tener que vivir a la intemperie, mas yo di gracias por él, pues aquella agua fresca caída del cielo me limpio la piel, el alma, y la mente, me quito todo el malestar de aquella jornada que prometí nunca más volver a vivir.
Me dije que no habrían raseros de medir nunca más, que los aprecios serían a los actos de cada cual, no a a las palabras.
Y así, hoy, cuando desperté nuevamente porque mi amiga tomaba el relevo me escapé a mi mundo con tristeza si, pero con el alma libre y sin reservas.

Gracias nuevamente Claudia, por ayudarme a ordenar las cosas que no entiendo, los momentos que me cuestan.

SHA.