El Dolor de la Muerte

Hace más de dos años que conocí a esa mujer maravillosa, hermosa, bella, cargada con todas las virtudes y cualidades que un hombre puede buscar en una dama.
Sus manos blancas, casi trasparentes, igual que su lindo cutis; su rostro tenía incrustado los más negros ojos que haya visto, apenas igual que su cabellera que caía sobre sus hombros como cae el agua de las cascadas sobre la vertientes de piedra. Toda ella era hermosura, y debió de haber sido más, cuando el perfume del amor y la vida y no el de la muerte, habitaban su cuerpo.
Era una criatura bastante bella para vivir muchos años. La muerte de su esposo la encamino al cementerio y no tardo mucho tiempo en volver a él, pero ahora dentro de un ataúd, victima del dolor y la tristeza.
Yo, según mi oficio, fui quien la enterró; y quizás también fui el único que al verla descender a la oscura fosa lloro su muerte, aunque ninguna lágrima corrió por mis mejillas.
Sofía, decía la roca labrada con finas letras que se erigía sobre su tumba. Hermosa Sofía, la que murió siendo aun tan joven y bella; todo por amor, por amor a aquel hombre que envidiaba y pensé nunca conocería.
Mas sin embargo hay ocasiones en las que el mundo revela para los simples e ignorantes algunos de su misterios desconocidos.
Hace casi año y medio que Sofía bajó para habitar en su última morada, y hace menos tiempo aun que una figura humana viene todas las tardes para vigilar aquella tumba. Desde que la note no pude menos que sorprenderme; era un hombre con un traje militar, pero todo él estaba envuelto por una sombra que oscurecía los colores de su ropa. En su atuendo todo era oscuro menos una larga bufanda roja que llevaba enredada en el cuello.
Cierto día, me pare frente a la tumba a la hora en que el sombrío individuo llegaba. Supe, sin la necesidad de verlo acercarse, que él ya estaba ahí; tan rápido y silencioso. Llegó oscureciendo el ambiente como las nubes solitarias que vagan por el cielo interponiéndose entre el sol y la tierra. No sentí miedo de él, ni aun cuando vi su rostro macilento y sucio; pero si logré percibir cuando sus enormes ojos azules se pusieron sobre mí, trasmitiéndome sus sentimientos, quizás sólo hubieran bastado un minuto para volverme loco de no ser porque únicamente duro un par de segundos. Pero por poco que haya durado, fue como un siglo de tormento. Cuando volví en mí, sentí como si hubiera despertado de un sueño eterno, o una pesadilla, busque al hombre con desesperación, pero él ya no estaba ahí.
Aquel sopor me ayudo a comprender; aquel espectro era el héroe aventurero que había dejado a su esposa para bañarse con la gloria de la guerra. El hombre murió, pero su alma jamás dejo el mundo, y ahora su penante alma visita los restos inertes de la que murió de dolor, de un dolor tan grande como el amor que ambos se tuvieron.

 

Hermosisima prosa de principio a fin, me acordò el poema de la niña de guatemala la que se murio de amor, pero esta se lleva todas las estrellas,muy buena, te felicito, espero poder seguir leyendote.
saludos
ciel

 

Gracias Ciel, seguiré subiendo prosas.

 

Bella prosa Tancredo, bella de verdad me ha gustado mucho.

Te aplaudo de pie

Sebastiano

 

Excelente, hermoso, cautivador....
Besos y muchas , todas las estrellas.
Rosario

 

Una prosa bien expresada y bien narrada !sabes! No te habia leido nunca pero ire detras de tus letras como sombra un abrazo y esperamos mÁs de esto

 

Gracias Sebastiano, me agrada que le haya gustado mi prosa. Un placer tenerlo por aquí.

 

Gracias Rosario, seguimos escribiendo, un saludo.

 

Se le agradece el haber leído mi escrito.
Mucho metal y un saludo.