El dolor del destino

Le dije que esperara en la habitación, pero no obedeció. Esa noche vivió la cruda realidad del homosexualismo de su padre. Anselmo había llevado a la casa a un hombre. Los dos estaban completamente borrachos y se reían por todo. Priscila se levantó al escuchar el escándalo y asomó su cabecita a la sala. Previniendo que los viera en ese estado la tomé del bracito izquierdo y la llevé a mi regazo. Me incliné y le dije que regresara a la cama a dormir, que su papi estaba alcoholizado y una señorita no debía ver esa clase de espectáculos. Magda, mi cuñada, había muerto hacía dos años y Anselmo se hundió en una depresión y empezó con los desfiguros en su conducta.

¿Por qué se besa mi papi con ese hombre? – Me preguntó inocentemente Priscila y sentí morir. Quedé petrificada, helada. Una decepción recorrió mis labios temblorosos y empecé a llorar. La apretuje contra mí, la abracé y la llevé de nuevo al cuarto. Están jugando nada más – le dije sin convencimiento. La arrullé y rezamos juntas para conciliar el sueño. No ha pasado un día sin que me reproche no haberme llevado a Priscila a casa mi abuelita Mercedes.

Una tarde, Anselmo me dijo que ya no creía en el amor de una mujer. Le supliqué que recapacitara por su hija, que ella no tenía la culpa de nada. Es mi puta vida – me gritó colérico y desapareció tres días. Priscila me preguntaba por él y le metía diciendo que se fue de viaje, que estaba trabajando. Al cabo de los años, Priscila me confesó que ya sabía que su padre era homosexual y lo perdonaba porque cuando se tiene mucho dolor y rencor no se piensan las cosas, se actúa por instinto. Ella vive ahora con otra mujer y pronto se casarán. Anselmo desapareció y no sé su paradero. Julio, mi esposo, me dice que me olvide de todo eso, pero es mi familia y me duele que hayan acabado de esa manera. No logro olvidar los gritos que daba Anselmo cuando ese tipo lo penetraba. Maldito destino.