1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

El duelo que no termina

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Luis Fernando Tejada, 25 de Febrero de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 881

  1. Luis Fernando Tejada

    Luis Fernando Tejada Poeta reconocido

    Se incorporó:
    9 de Agosto de 2008
    Mensajes:
    3.159
    Me gusta recibidos:
    151
    Elaboré en mi mente las líneas de su rostro, su voz que no puedo olvidar. Con sigilo entro y miro la cara de mi tormento. Viene a mí de manera limpia, el cómo cruzábamos juntos el camino hacia el duelo, el duelo que no termina. Su cuerpo aún intacto. ¡Ay, su sonrisa reservada! ¡Su carita alegre! Para no morir necesito verlo, verlo de nuevo. Bajo la sombra de las estrellas, rostros hostiles de formas grotescas, bocas terribles de dientes filudos me devoran, animal transfundido en una agonía fluyente. No más tormentos, necesito que alguien me explique quienes son esos demonios y esos pavores causa de mis perturbaciones, recogeré las cenizas con una pasión de centinela, y de nuevo tomarán su forma.



    —¡Despierta, querida, ¡Despierta! tienes una pesadilla! —Le dice el marido, tocándole un hombro.

    Virginia, al despabilarse, comienza a sollozar y a balbucear la causa de su pena.

    —¡En un sueño oí su voz, me pedía ir al camposanto, está vivo. No era una pesadilla, era una vivencia muy real. Debemos ir de manera inmediata, antes de que sea tarde! —Le grita la mujer al preocupado hombre.

    —¡Estás loca! —le dice con disgusto a la histérica esposa. ¡Querida, yo también quisiera verlo de nuevo a mi lado, era su padre y también perdí a un hijo, pero tu propuesta es una locura!

    —¡No!, ¡No! ¡Está vivo! ¡Se mueve y me dijo aterra do!: ¡Mami ven por mí! ¡Está muy oscuro, no puedo respirar! ¡Inclusive se ha volteado de lado! ¡Con las manos palpa todo en la oscuridad! ¡Si no quieres ir yo lo haré, voy a ir y nadie podrá impedírmelo! ¡Si esperamos más tiempo, lo condenamos a una muerte espantosa!—grita la mujer histérica.

    Carlos la mira con preocupación. Comprende que ella se dejará llevar por esa terrible obsesión, y no habrá poder humano capaz de atravesársele en el camino.

    —¡Tómate esta pastilla, te hará bien! ¡Yo tampoco puedo más con el dolor y tú con esas historias me lo aumentas! ¡Imagínate el escándalo en el pueblo! ¡Desenterrar al niño por una pesadilla! —Le dice Carlos, esperanzado en que le haga caso, y se duerma.

    —¡Pero era tan real el sueño! ¡Está vivo, lo siento en el corazón de madre! ¡Recuerda, él estaba aliviado y de pronto perdió el conocimiento! ¡Inclusive el médico se asombró de lo ocurrido con el niño, cuando lo revisó días antes, estaba completamente sano, le parecía muy extraño, que un niño tan sano, muriera de muerte súbita! —¡No! ¡No voy a tomar pastillas! ¡Quién sabe a qué horas despierte, y sería demasiado tarde para salvarlo! ¡Se le acabará el poco oxigeno!, ¡Lo siento ahogarse, Carlos!—Dice con gran agitación la mujer.

    —Debes ponerle cabeza al problema. Para las tareas funerarias, se necesitan permisos de las autoridades. No se puede llegar a un cementerio y desenterrar a los muertos, así como así. El vigilante no lo va a permitir —le contesta el hombre, a sabiendas, de perder el tiempo.

    —¡Es un caso de vida o muerte! ¡Debes dejarme rescatar a mi hijo! ¡No podría vivir con la duda! ¡Menos ahora que lo siento vivo! ¡Sin él, la vida no merece vivirse! —le dice la mujer al caer de rodillas.

    —Todos estamos muy afectados por el dolor. Solo ha pasado un día desde el funeral, toda una eternidad para todos. ¡Mira no más, ya quieres volver por él! ¡Por favor acepta la realidad, sigamos con nuestras vidas! ¡Tenemos que reconstruirlas, crear nuevas ilusiones y esperanzas! ¡Lo siento tanto querida! —responde Carlos, con lágrimas en los ojos, al llamado angustioso de la mujer.

    —¡Carlos voy a vestirme! ¡Después iré al cementerio a desenterrar a mi hijo! ¡El que trate de impedírmelo se la verá con una madre desesperada, capaz de llegar hasta lo último, así tenga que matar o morirme! ¡Él me llamó, yo lo oí, lo vi nítido y no era una pesadilla! ¡Tosió un poco y se volteó! ¡Comenzó a arañar la caja! ¡Está aterrado, no comprende la situación! ¡Dice que está muy oscuro! —le grita la mujer.

    Sin mediar más palabras, la enloquecida madre, co- menzó a vestirse. Carlos comprendía que ya no podría disuadirla. Tal vez lo mejor para ella, sería experimentar la realidad. El dolor de una madre, por la muerte de un hijo, no tiene comparación con otra pena. Y en este caso, si no actuaba, le tocaría cargar con la duda, de si lo afirmado, por la compungida mujer, reflejaba una realidad.

    —No sé si podré resistir el dolor tan grande de revivir la inhumación del niño, pero te acompañaré. Sé que no me lo perdonarías jamás, si te impido ir al cementerio. Pero espera, voy a conseguir una barra para derribar los ladrillos. Llevaré suficiente dinero por si se hace necesa- rio sobornar al vigilante. Este es un pueblo pequeño y él hombre nos conoce, seguro no pondrá problema, com- prenderá tu dolor de madre.

    —¡Gracias querido! ¡Sabía que no me fallarías! ¡Lo siento vivo, el instinto de madre me lo dice!¡Apuré- monos! —Dijo la mujer exaltada, besándole una mano al marido.

    En la calle, conducente al camposanto, muy pocas personas repararon en la angustiada pareja. El hombre cargaba una pesada barra de hierro en una de sus manos.

    Para dicha de los padres, el niño no había sido enterrado en la tierra, sino en los nichos de galería.

    Una puerta de hierro semiderruida era el último obstáculo para ingresar al cementerio. No tenía ninguna seguridad y pronto estuvieron frente a la tumba del amado hijo. El cemento que unía los ladrillos aislantes del nicho ya había comenzado a fraguar, no importaba, porque con un buen golpe de la barra se desmoronaría, pensó el padre.

    —¡Carlos golpea duro, por favor! —Le ordena la mujer con gran ansiedad.

    Con el fuerte golpe, asestado por el decidido Carlos, los ladrillos comenzaron a caer. Pronto quedó al descu- bierto un extremo del féretro. El padre nervioso lo tomó y lo haló. Estaba empotrado en la segunda fila de abajo hacia arriba. Realizó un pequeño esfuerzo para soliviarlo y lo depositó con delicadeza en el suelo, pero no se atrevió a levantar la tapa. Volver a ver a su hijo, reviviría el dolor del día anterior.

    Virginia se abalanzó y abrió con ansiedad la tapa. El niño se hallaba en la posición soñada por la mujer, y parecía respirar, aunque sin conocimiento. La madre se abalanzó sobre el cuerpo y corrió con él hacia el policlí nico más cercano. El médico de urgencias le diagnosticó la rara enfermedad conocida como catalepsia. Los que la sufren, bajan sus signos vitales hasta llegar a ser imper- ceptibles. Por fortuna estaban en un pueblo, donde no existía el interés en complicar mucho las cosas respecto a los finados, haciéndoles necropsias o cremándolos.

    —¡Lo hubieran matado! —le dice el médico sin tapujos.

    ¡Te decía que estaba vivo y no me creías!
     
    #1

Comparte esta página