El Esclavo

Fructifica en el ojo eterno del esclavo un ónice desempolvado. Y de las fisuras de su enclenque cuerpo manan gotas ateas de sangre impura. El tiempo remitió. Y la noche envuelve con su manto de ojos verdes la cabellera lacia del sin nombre. Éste llora y ríe sin parar. Sabiendo que la fe y la inteligencia se evaporaron en el manantial musgoso de la desesperanza. Ya está listo para estrechar su fea mano con la del coloso embriagado de aguardiente. Pero, le falla el pulso. Entonces, cae, como en un sueño, por el abismo de la pendenciera desgracia. Intuyendo que ha de reunirse con las almas terráqueas de espectros; que maldijeron con su severo silencio el nombre de Dios. Cuando ya está a punto de vociferar, un humo denso penetra por sus fauces calcinadas. Sabiendo así, que despertará de semejante juego onírico con el que se divierte la Santa Muerte. Pero, en el momento que eso intuye, una voz cavernosa penetra e hincha todo su paupérrimo espíritu. Hasta que explota y se pierde en el ca os informe de las avarientas sombras pestilentes del redoblado cruel destino.