El escribidor

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Poeta, tú que escribes una decena de frases, seductoras y extrañas, como caídas por casualidad, pregúntale al príncipe de los besos qué beso es el de anoche, tal vez así puedas esconderte del beso por alguna parte. Pregúntale por qué cuando besas hay tan poca música y tanto cielo. Eres un fingidor, esculpes la experiencia del murmullo del beso y yo te digo que aquel que consideras tu beso amado pasó como una sombra sin dejar sombra, absorbió tus venenos, tus miedos, bebió todo un letargo, esperó sin cansancio, pero tan sólo encontró una boca: era tu presagio, se apiadó de todos los besos, en otros dejó su aliento y se ahogó.

Tú ya sabes que un bello beso es más cruel que cualquier otro beso, tú percibes que a veces tienes que mirar para tener unos ojos, o tener una boca debajo de tu nariz, para hablar como beso.
Luego miras el folio y escribes del beso, dibujas su temblor, escribes sobre las propiedades de la pasión, sobre lo que no tiene leyes, entonces el beso, infinito, aparece. Farsante tú, cuando sabes que el beso nunca se mueve en los ojos, hipócrita tú, ahí sentado, escribiendo a escondidas de ti mismo, con el amor parado, y muy solito en el grillo de la noche. Te distingues de la habitación por el empapelado, tu sombra se cansa de seguirte, quizá un día tu misma sombra intente sacarte del cuerpo y resucitarte.

Para ti, el beso es el descanso de tu domingo, tu séptimo día, tu séptimo cielo, tu golondrina mayor. Vives en el espejo sin apreciar que tu filosa melancolía ensuciará totalmente tus ojos. Te embadurnas la cara no con lágrimas, sino con sus salidos ojos.
Ay, poeta, sal de la cama, ve a la playa y báñate, que el agua no perturba ningún espíritu.
¿Que no sabes para que hierve el mar?
Anda escribiente, tan sólo eres un pequeño poeta con sangre de pez y un gran bigote, reinvéntate, ya deberías saber que los besos muertos huelen mal.



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Chus Soriano




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