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El extraño caso del Sr. C.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por elbosco, 14 de Diciembre de 2011. Respuestas: 19 | Visitas: 1357

  1. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    "...pensé: «¿Para qué? Siempre será inocente; no se puede echar la culpa a los inocentes; no tienen nunca la culpa. Lo único que se puede hacer es dominarlos o eliminarlos. La inocencia es una especie de locura.»

    Graham Greene, The Quiet American.(El americano impasible)

    1. El fenómeno

    El Señor C. dice ser un artista: es fotógrafo. El Señor C. tiene en alta valoración y estima su propio trabajo, del que está tan orgulloso como del estatus de artista que supone ha conseguido. El Señor C. da por sentado que posee una fina sensibilidad, un alto criterio estético y un gran conocimiento del arte y la técnica fotográfica. Yo sin embargo, pienso que su obra es estéticamente banal y fotográficamente mezquina, poco más que un rejunte de foto-postales inconexas de dudoso valor fotográfico. En cuanto a él, lo creo arrogante, ignorante y falto de la sensibilidad y la destreza que hacen a un buen fotógrafo. No pocos opinan como yo. Para convencerse, basta con recorrer su portafolio de fotos en la red o leer los textos que escribe para acompañar sus fotos. Le agrada escribir sobre las intenciones que motivaron sus fotos y los pormenores de su realización. Insatisfecho con ello, continúa con referencias históricas y turísticas y constata datos de nulo interés fotográfico y escaso valor cultural. El estilo de sus declamaciones es paternalista, como el del que enseña, aconseja, o revela alguna verdad grave u oculta. Su tono es pedante. Su redacción es deficiente. Lo desparejo en la gramática evidencia un frecuente y descarado «copy&paste». Como pretendiendo que todo lo que escribe es de cosecha propia, nunca cita fuentes. En todos los casos, los comentarios son tediosos y deslucen los mínimos méritos fotográficos que pudieran eventualmente encontrarse en sus fotos. Sus textos brindan menos información sobre la génesis de la imagen que sobre su propia persona y pensamiento. Paradójicamente, el Señor C. está convencido de que sus fotos y textos son valiosos registros y documentos destinados a ilustrar al resto de los fotógrafos y al público en general.
    Una de sus costumbres más reprochables es la de representar el papel de un experimentado fotógrafo y de un erudito, en los foros de diversos grupos de fotografía. Brinda un espectáculo entre triste y cómico. Para peor de improperios, el Señor C. no desaprovecha la mínima oportunidad de enaltecerse, hecho que me ha llevado a inferir que para él la fotografía es sólo un vehículo, una excusa para comunicarse, buscar exposición y aprobación pública. Si Marshall McLuhan hubiese analizado el caso habría sin duda concluido en que "su ego es el mensaje" (*1)
    Estoy seguro de que si se limitara a fotografiar, si desistiera de escribir, su fotografía sería menos intolerable. La ambigüedad y multiplicidad de sentidos de la fotografía podría jugarle a favor, podría beneficiarlo. Pero al Señor C. le resulta fundamental explicar sus fotos, lo que las agota a poco de verlas.
    Confunde a más de un espectador el curioso hecho de que entre su fotografía y escritos pueda reconocerse una analogía estética. Dudan entonces de si están ante la presencia de un premeditado e insidioso hecho artístico o ante una vulgaridad. ¡Que nadie se confunda! La estética en cuestión es la estética de lo insustancial, de lo ordinario, lo anodino, lo banal, lo intrascendente, lo pueril. No estoy seguro de si esto pueda ser un mérito en algún otro caso, pero si de algo estoy seguro es de que en el Señor C. ningún mérito es el resultado de algo buscado.
    Pese a todo y a mi pesar, el Señor C. ha logrado convencer a un considerable número de público de que es un gran fotógrafo. La mayor parte son novatos y legos en fotografía que visitan su portafolio de fotos en flickr.com. Un ejército de seguidores que alimenta su ego en forma continua, alabando sus fotos, felicitando sus textos y ocurrencias de mal gusto y festejando cada una de sus iniciativas. Este público, que comparte sus mismas aspiraciones, se identifica tanto con él probablemente por tener sus mismas limitaciones. Son ellos, en definitiva, quienes prolongan en el Señor C. la ilusión de creerse un maestro de la fotografía, un cronista de la vida cotidiana y un divulgador del folklore nacional y de la cultura contemporánea. El refrán dice: «la culpa no es el chancho sino del que le da de comer», y por eso es a su público a quien dirijo mis mayores reproches.
    El caso del Señor C. no es un fenómeno singular, existen muchos otros como él. Son un subproducto de la revolución digital que ha posibilitado que una nueva generación y tipo de fotógrafos adquiera un rápido dominio y control sobre las herramientas y la composición fotográfica. Pero esta revolución no les ha podido ofrecer atajos igualmente rápidos para adquirir madurez en el lenguaje, coherencia conceptual y conciencia de lo que comunican.
    Estos fotógrafos ganan publicidad a través de la red. Aparecen primero en ámbitos acotados y ganan popularidad sumando contactos a sus redes, mediante una correspondencia de halagos. Consolidado su circuito cerrado en la red, el siguiente paso suele ser trascender los límites virtuales montando alguna exposición, vendiendo alguna copia o logrando que algún medio gráfico publique alguna de sus fotos. Algunos publican bajas tiradas de libros impresos con tecnología digital, editados por cuenta propia o a través de alguna editorial independiente que solo busca la ganancia en la impresión, que es pagada enteramente por el autor.
    El Señor C. ha transitado todos estos caminos y ha llegado aún más lejos, asistiendo a talleres a cargo de famosos fotógrafos. Con estos logros en su haber, se siente un gran fotógrafo y se comporta como tal, adquiriendo los típicos defectos de carácter de los artistas y ninguna de sus virtudes. Si hay algo de lo que el Señor C. no duda es de su propio criterio y pensamiento. ¡Pero atención!, no se trata de convicción, sino de necedad.
    El Señor C. responde a la perfección a la famosa definición de hombre-masa que hiciera Ortega y Gasset hace casi un siglo (2). Una definición tan a la medida del Señor C. que me he tomado el trabajo de buscarla para citarla textualmente:

    "Si (...) se estudia la estructura psicológica de este nuevo tipo de hombre-masa, se encuentra lo siguiente: 1º,una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones trágicas; por lo tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y triunfo que, 2º, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, dar por bueno y completo su haber moral e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio. Actuará, pues, como si sólo él y sus congéneres existieran en el mundo; por lo tanto, 3º, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos, contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de «acción directa».”

    Ya mencioné que no soy el único que siente rechazo por la obra y personaje representado por el Señor C. Algunos lo exteriorizan en comentarios, discusiones y ataques directos en los grupos de la red. Otros, por diversas razones, callan, por respeto, consideración, vergüenza ajena, cobardía o por no querer entrar en discusiones vanas. Por mi parte, siempre cuidé de mantenerme al margen de cualquier iniciativa o postura que pudiera entenderse como una cruzada en su contra. No por cobardía o falta de animosidad, sino porque desde un principio comprendí que sus detractores declarados formaban parte del mismo fenómeno que lo enaltece y potencia. Como método de resistencia a los de su clase practico la indiferencia, prefiriendo un rechazo general y silencioso antes que litigar con los representantes de esa retaguardia artística, entre los cuales, ninguno como el Señor C. No sirve plantear debate a personas intransigentes y autocomplacientes, que se satisfacen sólo en el aplauso, la popularidad y la exposición pública. Cuestionarlos es tenerlos en mucho, es entrar a jugar su juego.
    Pese a mis ideas sobre el arte y la fotografía y culpa de mi natural gentileza para tratar con las personas, o quizá de alguna debilidad de carácter que no me atrevo a reconocer, sin quererlo ni buscarlo, me vi involucrado en una relación que habida cuenta de lo expuesto, resulta incongruente. Porque el Señor C., además de ser un engreído y mediocre fotógrafo, además de ser mi némesis declarada, terminó convirtiéndose en mi amigo.

    (1) Marshall McLuhan, filósofo y ensayista candiense especializado en los medios de comunicación electrónicos. Es famosa su sentencia "El medio es el mensaje".
    (2) José Ortega y Gasset, "La Rebelión de las Masas", 1926-1930.


    2. El acercamiento
    Todo comenzó en los grupos y foros fotográficos en Internet. Nos cruzamos en varios comentarios a fotos y en algunos de los variados grupos que existían en Flickr.com. Su acercamiento a mi fue genuino, pero no exento de otras intenciones. Pretendía sin duda acceder a mi círculo de fotógrafos amigos, entre los cuales había profesionales y aficionados serios. Con algunos de ellos, habíamos fundado un grupo que denominamos «Café Porteño Fotografía». Centramos nuestras actividades y debates en un portal dedicado, armado en Flickr.com, donde organizábamos y producíamos todo tipo de iniciativas que incluían concursos internos, ejercicios, crítica, exposiciones colectivas, individuales, charlas, debates y seminarios. El ingreso al grupo on line era irrestricto, así que el Señor C. pudo ingresar sin oposiciones como uno de los por entonces casi trescientos miembros del grupo. Desde el primer día participó activamente en todo debate, moderadamente al principio, pero ganando confianza rápidamente. Participaba en todos los foros activos, preguntaba, opinaba, felicitaba y bromeaba con todos. Luego comenzó a ofrecer su ayuda en la producción de las exposiciones, acaparando de a poco la atención de varios coordinadores, y la mía.
    Al principio lo traté con mucha parquedad, pero fui cediendo paulatinamente, un poco por pena y otro poco porque me pareció que en el fondo tenía un genuino deseo de ayudar al grupo y de crecer fotográficamente. No pasó mucho tiempo antes de que fuera necesario nombrarlo moderador de foro para facilitarle las tareas para las que se había ofrecido. A partir de entonces, siguió copando espacios y participando activamente en la producción de exposiciones, trabajando en forma eficiente y desinteresada. Fue entonces cuando flaqueé en mi convencimiento de su inutilidad y consentí en su nombramiento como coordinador.
    A partir de entonces se me adhirió como una implacable sanguijuela, ansioso de reconocimiento y necesitado de amistad. No pocas veces intenté despegármelo y fue solo por mérito de su insistencia que terminé por apreciarlo y hasta tenerle una sincera estima.


    3. La amistad
    Pese a lo taxativo de mis pareceres, no debe dudarse de mis buenas intenciones para con C., ni de la amistad que llegué a profesarle en el plano personal. Las relaciones humanas son complejas y pueden ser contradictorias, pero cariño y amistad no conllevan necesariamente coincidir en gusto estético o ideología. Julio Cesar fue amigo de Bruto, su asesino. Cesar Augusto y Tiberio, fueron amigos, pero el segundo destruyó todo por lo que el primero había luchado. La tradición histórica presenta a Salieri como enemigo de Mozart, pero se sabe que fueron grandes amigos. Ser amigo del Señor C. no me impedía detestar todo lo que hacía. ¿Qué otro motivo que una sincera amistad podía ser la razón para que dedicara mi tiempo a hacerlo reflexionar sobre lo excesivo de su auto valoración, lo poco apropiado de sus textos y lo vergonzoso de su amanerada pose pseudo intelectual? Pero fue tiempo perdido. Nunca logré que recapacitara, ejerza la autocrítica o cultive la humildad. C. relativizaba todo lo que le decía. Me argumentaba que yo era muy exigente y estructurado, que en el arte, y por ende en la fotografía, no todo pasa por la razón o la racionalidad, antes bien por la emoción y la sensibilidad.
    Con el tiempo fui desistiendo de hacer cualquier tipo de cuestionamiento porque ¿cómo razonar con alguien que escuda sus arbitrariedades, absurdos y mediocridad bajo la pantalla del arte? El era feliz viviendo esa farsa, y tenía verdaderamente un público que lo apreciaba y alentaba, ¿quién era yo para pincharle esa burbuja que con tanto trabajo había construido? Mi sincero aprecio me exigía moderar la sinceridad al momento de hablar de la calidad de su obra.
    Supe que solo podría ser amigo de C., en tanto la amistad no tuviese que ver con la fotografía. La fase artística de C. me exasperaba. Paulatinamente fui excluyendo los temas fotográficos de nuestras charlas y comenzamos a tocar temas de política, cine y personales. Fue así que pude conocerlo más profundamente y darme cuenta de que en el fondo, C. no era más que un triste muchacho sin rumbo, golpeado por la vida y necesitado de cariño y aceptación. Desde muy temprana edad C. había atravesado duras pruebas y había salido airoso, aunque algunos de esos golpes indudablemente lo habían marcado. No incurriré en el relato de las circunstancias de su vida que lo llevaron a ser quien es porque no me interesan las razones que dieron forma al monstruo fotográfico ni a su personalidad amanerada. Lo único que me interesaba era encontrar el antídoto que me haga inmune a los de su clase.
    Mi situación era incómoda, el Señor C. era mi amigo, pero artísticamente era mi enemigo. Con el Señor C., todo representaba una dualidad, una paradoja, un dilema, una disyuntiva. No es casual que haya hablado de "monstruo" y de "antídoto". Arrinconado entre amistad y repulsión, me sentía como Ulises navegando entre Escila y Caribdis, dos peligrosos monstruos de los que tenía que mantenerme alejado. Mi rechazo artístico hacia él no debía empañar la amistad y la amistad no debía ser confundida con aceptación artística. Tenía que aprender a separar las cosas. Pero ser amigo de C. también era difícil. Era un tipo muy absorbente y tenía la tendencia a inmiscuirlo a uno en todos sus problemas y preocupaciones. Tomaba más de lo que se le ofrecía. Ansioso en todo, no podía esperar a que una amistad madure. Todo lo que proyectaba cosechar de una amistad: confianza, compromiso, afecto, etc. lo asumía como una realidad concretada y se comportaba conforme a ello. Debía marcarme límites y no traspasarlos, era lo más prudente. Podía salvarme de Escila y Caribdis manteniendo distancia, pero había otro monstruo del que no podía alejarme.
    En la novela de Stevenson "El extraño caso del Doctor Jekyll y el Señor Hyde", una poción de secreta fórmula, transforma el aspecto y personalidad del Dr. Jekyll en el de un alter ego que es su opuesto en todo: El Señor Hyde, hombre indecente, desamorado, sin escrúpulos ni moral. Identificaba al Señor C. con este repulsivo personaje y a mí mismo con el bueno y atormentado Dr. Jekyll, pero lo cierto era que un poderoso Señor Hyde pugnaba por emerger de mi interior, fortalecido día a día por la violenta indignación que me provocaba su mediocre fotografía, su patética prosa y su insoportable pose de intelectual barato. Pero yo no era así, necesitaba un método o un antídoto para controlar a mi Hyde interior. Mi tolerancia se había agrietado. Ya no podía aceptar la existencia de una persona que me molestara tanto. Cada día me costaba más ocultar mis sentimientos, contener las ganas de ponerlo en su sitio y decirle abiertamente lo mediocre que me parecía su producción y lo mucho que me fastidiaban sus lastimeras poses. Fue así que empezaron a escapárseme algunas respuestas irónicas y comentarios punzantes. Primero fueron cosas pequeñas, objeciones a sus comentarios, algunos chistes que lo ponían en evidencia. Pero mi sarcasmo se hizo más intenso y, ya sin tapujos, empecé a ponerlo en ridículo abiertamente. Ya no podía soportarlo; ni a él, ni a mí mismo. Tenía que alejarme de él hasta encontrar la forma de controlar mi indignación o de canalizarla en forma positiva o constructiva. Pero los días pasaban y yo nada podía hacer para refrenar mi ímpetu indignado; la lucha interna que me aquejaba ya tenía un vencedor. Mi identificación con el Señor Hyde era total.


    4. Lo inverosímil
    Transcurrido algún tiempo sin verlo y ni saber de él, supuse que finalmente me había librado de su absorbente presencia y del influjo negativo que me provocaban sus poses, producción y actitudes. Pero un día, de improviso, se comunicó conmigo telefónicamente y, sin ningún tipo de preámbulo, me hizo una propuesta inverosímil: que oficie como curador de su primera exposición individual. Había pactado exponer su primer ensayo fotográfico, aún sin terminar, en el Museo Fotográfico Simik de Buenos Aires. El Simik es un espacio de difusión y promoción alternativo e informal, donde suelen exponerse variados y dispares obras y autores, pero en donde suelen citarse no pocos fotógrafos y personalidades del ambiente fotográfico porteño.
    Mi rol de curador incluía guiarlo y asistirlo para que logre pres entrar un ensayo formalmente homogéneo y conceptualmente consistente. Luego debía seleccionar las fotos que formarían parte de la exposición. Obviamente le respondí que no. No estaba dispuesto a ser parte de ningún iniciativa suya. Me excusé alegando que, como él bien había señalado una vez, yo tenía una visión "racionalizada" de la fotografía que no le convenía a su trabajo "emocional y sensible". Me contestó que en este caso había juzgado que lo que necesitaba justamente era mi enfoque "racionalista" y que me daría libertad para producir la muestra como mejor me pareciera. Dijo que el haberme elegido representaba un reconocimiento a mi capacidad crítica (evidentemente no se imaginaba lo poco que me interesaba su reconocimiento). Le agradecí el honor y le volví a decir que no, que no disponía de tiempo necesario y que realmente no me convencía su trabajo. C. insistió en que no debía contestarle en ese momento, en que me tome mi tiempo para meditarlo. De mal humor le respondí que no necesitaba meditar nada. Me dijo que me llamaría dentro de unos días para tener mi respuesta. Le dije que no se moleste en llamarme porque no me interesaba.


    5. Lo incomprensible
    Nunca sabré por qué acepté ese insano encargo. Tal vez porque lo juzgué como una buena oportunidad para dejar mis recelos de lado y hablar seriamente con C. sobre su trabajo, o tal vez para reivindicarme y controlar a mi monstruo interior, el despiadado Mr. Hyde, que tan duro trato que le había propinado a C. en nuestros últimos encuentros. Sea por lo que fuere, presentía el desastre. Me sentí como un cordero caminando voluntariamente al matadero.
    Tenía ante mi un desafío personal, artístico y profesional. Siempre me gustaron los retos, pero tendría que pensar con claridad y encontrar la mejor forma de llegar a buen puerto.
    Recordé un libro de poesías de Silvio Soldán (3) que, con ánimo bromista, me regaló mi buen amigo Juan Carlos Latriglia. El libro incluía un CD con las toscas poesías recitadas por este famoso locutor televisivo devenido en poeta. Una música de fondo de telenovela barata acompañaba el recitado. El prólogo de esta bizarra obra estuvo a cargo del célebre guionista de telenovelas Alberto Migré (4). Soldán y Migre eran referentes, cada uno en su especialidad. Colegas en el ambiente televisivo porteño, debían ser amigos sin lugar a dudas. Imagino la cara que habrá puesto Migré cuando Soldán le pidió que prologara su libro de poesías. Adivino su preocupación al leer los primeros versos. No puedo imaginarme lo que habrá sentido al escuchar los recitados. Pero entiendo muy bien las razones por las que no pudo negarse. Escribir ese prólogo habrá sido el mayor desafío en la carrera de Alberto Migré. Yo ya tenía mi desafío, ya tenía a mi Soldán.

    (3) Silvio Soldán es un famoso locutor de radio y televisión en Argentina.
    (4) Alberto Migré es el más célebre guionista de telenovelas de Argentina y Latinoamérica.



    6. Mis preocupaciones
    Ni las racionalizaciones, ni las justificaciones que esgrimí para consolarme por haber aceptado el trabajo lograron aquietar un temor que me rondaba desde el inicio: temía que en el ambiente fotográfico mi nombre quedara asociado al de C. El trabajo de prensa que haría el Simik sobre el evento y su difusión en los portales de fotografía garantizaban que Google arrojara listas de resultados asociando mi nombre al de C. Los motores de búsqueda en la red son los mayores alcahuetes de la era cibernética y esto podría significar que se me identifique con ese círculo fotográfico que tanto me desagradaba. Definitivamente no me convenía. Debe entenderse que yo tenía mis propias aspiraciones fotográficas y obviamente prefería ver mi nombre asociado al de los fotógrafos con los que siento afinidad o admiración, y no al de un autor de poca monta por el que siento aversión. La buena prensa era algo fundamental para un autor emergente, y yo estaba dando un mal paso. Meditaba en esto cuando me vino a la mente una frase que creí haber escuchado en alguna película (¿Ed Wood?) y que decía que la mala prensa no existía, que no importa que se hable mal o bien de uno, lo importante era que se hable. Recordé al ex-presidente argentino Carlos Menem, a su pésima relación con los medios y sus buenos resultados electorales. Pero ya no servía lamentarse, la suerte estaba echada desde que me había comprometido a realizar el trabajo. Después de todo, mi nombre no estaba en el panteón de los fotógrafos o el de los críticos de arte como para que me afecte tanto tener un mal paso. En el peor de los casos siempre podría condicionar mi aparición en los créditos a que el resultado obtenido sea decente. Le diría a C. que prefería el anonimato, y que la decisión de no figurar tenía que ver con mantener un bajo perfil. Seguramente su inflado ego vería en ello una oportunidad para acrecentar su propio protagonismo.
    Pero repentinamente surgió otro temor aún mayor. No había pensado en que seguramente C. querría incluir en la exposición su insidiosa marca personal: sus textos berretas de discurso vacuo y pedante. La fotografía de C. podía catalogarse como intrascendente, mediocre o tibia pero sus textos eran sencillamente impresentables. Eran peor que las poesías de Soldán, que a pesar de ser malas estaban bien escritas. No podía arriesgarme a tener que soportar su nociva pluma, que tanto me afectaba. Me resultaba inaceptable. Debía actuar rápidamente. Le impondría mis condiciones y si no las aceptaba declinaría en mis funciones como curador. Decidiera lo que decidiera yo saldría ganando.
    Lo cité en un café en Avenida de Mayo y Salta con la excusa de hablar sobre la organización del proyecto. Llegué puntual, pero C. me estaba esperando y ya había tomado un café. Me senté, pedí dos cafés y fui directo al punto.
    Para trabajar como curador tendría que tener control completo sobre la exposición, y no sólo en la parte fotográfica sino que también sería el encargado de la redacción de todo y cualquier tipo de textos, comentarios en las fotos, presentaciones, reseñas biográficas, gacetillas de prensa o textos de las piezas promocionales. C. se opuso de plano. Alegó que sus textos eran parte de su forma de trabajo, estilo y de la percepción de su fotografía. Estuve tan de acuerdo con lo que dijo que insistí en mi condición. Le dije que la exposición debería ser netamente fotográfica, no una crónica personal. Dándose cuenta de mi intransigencia, con mucho pesar, aceptó mis condiciones. y como quien no sede sin quitar, me pidió que de paso me encargue del diseño gráfico de las invitaciones, el catalogo, los volantes y el afiche. Nueva e inexplicablemente, acepté. El trabajo había crecido demasiado y de pronto me encontré al frente de muchas responsabilidades: curaduría, redacción, diseño gráfico y lo peor, armar una exposición fotográfica para mostrar las virtudes de un fotógrafo con el que no tenía la más mínima empatía, con una obra que no valoraba y con la que no me sentía identificado. Me sentí cansado de antemano, agobiado, como quien emprende un viaje a la Antártida para hacerse con unos cubitos de hielo. La mejor manera de resolver estas contradicciones era encarar el encargo como un trabajo. La redacción de los textos no sería complicada, reseñas y gacetillas pertenecen a un género muy estructurado en el que nadie espera encontrar críticas o cuestionamientos, tan solo una orientación o introducción al autor y su trabajo. Mi trabajo como consultor publicitario me tenía habituado a desarrollar información basado sólo en los aspectos positivos de una empresa, producto, servicio o persona. Incluso los aspectos negativos o desfavorables a veces pueden comunicarse como valores de identificación. Como cuando anuncian como una gran ventaja que un teléfono celular sea "extra-liviano". La verdad es que es puro plástico, pero no era menos verdad que era "ultra-liviano".
    La edición fotográfica no me preocupaba demasiado. Había hecho varias curadurías para amigos y para el grupo de fotografía y sabía muy bien que subyugando la selección a un concepto estético y sacrificando las fotos indicadas, podría sin duda socavar ese «postalismo» fotográfico que identificaba al autor. Sólo necesitaría tener acceso a las mayor cantidad de fotos para poder hacer mi selección, especialmente fotos borradores y descartes. Desde esos descartes del autor, edificaría mi obra.


    7. La exposición
    Me aboqué diligentemente a completar la exposición de manera que no quedara nada por resolverse ni librado al azar. Afortunadamente pude convencer a C. de que la exposición no requería de textos. Le dije que el ensayo debía hablar por sí mismo y que acompañarlo con opiniones del autor era como ponerle muletas al trabajo o anteojos al espectador. Le dije que no era inteligente condicionar al espectador con la visión del autor. Le dije que su ensayo poseía tal riqueza de significados que permitía las más diversas lecturas y que agregar textos era restringirlas. Estas y otras mentiras le dije antes de que cediera a mi presión. Confieso que me avergonzó haberle mentido tan descaradamente, principalmente porque el elogio grandilocuente a su obra era lo que básicamente molestaba en su público. Razoné que lo que estaba defendiendo era mi propio trabajo y mi reputación y que si no le decía la verdad era simplemente porque él ya había demostrado que no era capaz de asimilarla.
    Con la tranquilidad de tenerlo alejado, terminé el armado de la muestra en tiempo récord y en forma óptima. Concebí así cinco series de cinco fotos cada una, de ambigua sencillez. Cada serie se cimentaba sobre sutiles variaciones narrativas. En forma global, la muestra comunicaba emociones nostálgicas y melancólicas, generaba sentimientos incómodos, casi perturbadores, como surgidos de una necesidad insatisfecha. De las fotos emergía una estética que parecía heredera de la tradición de algún viejo maestro. Así de bueno fue mi trabajo, y yo estaba más que satisfecho por haber compuesto a un nuevo autor al tiempo que sepultaba a C. bajo un andamiaje conceptual inaccesible para él. Cualquiera que conociera la obra de C. y viera esta muestra, quedaría sin duda perplejo ante la profundidad del ensayo presentado. De la identidad del autor a penas se veían vagas trazas y sólo si se miraban las fotos fuera del contexto de las series. Hasta llegué a pensar que después de todo eran buenas fotos. Me asusté de haber podido ser el descubridor de un nuevo fotógrafo talentoso. Imaginaba a C. subido a caballo de mi triunfo, mirándome desde arriba, desde el nuevo pedestal que significaba esta exposición con la certera convicción de que se había erigido victorioso de nuestra lucha íntima. Porque en algún nivel de su inconsciente él debía saber del rechazo que me provocaba su fotografía. Yo sabía que C. era incapaz de hacer fotos con la sutileza que surgía de mis series. El mérito escondido era exclusivamente de la curaduría. C. no hubiera valorado estas fotos bajo ningún punto de vista, y seguramente, pasado algún tiempo, las hubiera borrado de su archivo. Estoy convencido de que las fotos que incluí en mis series fueron hechas por absoluta casualidad, y sin propósito ni intenciones definidas. C. había sido su autor, pero la magia lograda en las series era obra mía, yo era el artífice de ese pequeño milagro. La pequeña gloria que C. lograría gracias a mi trabajo, demostraba que mi amistad era sincera y que si bien no apreciaba al fotógrafo, sí a la persona.
    Hasta ahora no he mencionado el tema del ensayo de C., y no lo haré, porque prefiero no tener que explayarme sobre cuestiones fotográficas. Baste con decir que no era un tema muy novedoso, y que solo un fotógrafo avezado, que no era el caso de C., podría haberlo abordado con originalidad. A como estaban las cosas esta originalidad dependería exclusivamente del curador.


    8. El éxito
    Lo cité a mi estudio y le presenté la propuesta. Las cinco series en paneles rígidos de un metro y medio por treinta centímetros de alto, cada uno con cinco fotos de catorce por veintiún centímetros. C. las miró con atención. Aparatosamente fingía el gesto de quien analiza profundamente. Más allá de ese gesto, se lo veía sorprendido. Su cabeza se movía de un lado a otro de los paneles y sus pupilas revoloteaban con movimientos de colibrí. Medité sobre lo inútil que era mover tanto los ojos cuando ya se está moviendo la cabeza. Imité esos extraviados movimientos de ojos y justo me miró. Me llevé una mano al ojo como si tuviera una basurita y me quedé en silencio. Tomó aire como para hablar, pero luego siguió mirando los paneles. Estaba muy ensimismado. Lo miré intentando descifrar lo que pensaba. Me pareció desconcertado. Debía haberse dado cuenta de que la muestra comunicaba algo que él desconocía en sus fotos. Di media vuelta y fui a sentarme a mi escritorio. Me puse a ordenar anotaciones en papelitos. C. puso los paneles de frente sobre los estantes de la biblioteca y se alejó para verlos. Me miró y sonrió. -Descubriste algo nuevo en mi. Es raro, pero me gusta.- dijo. No le contesté, pero le sonreí. Era evidente que no se reconocía en sus fotos. Eso significaba que las series estaban dando el resultado esperado. -Me gusta- dijo al fin. Hizo silencio un largo rato y luego agregó -Es una selección muy rara, pero me gusta, tiene algo especial-. Aunque pudiera darse cuenta, C. jamás reconocería que era incapaz de generar en forma voluntaria y consciente eso que lo había cautivado de las series. Feliz con su ingenuidad, me felicitó por lo que llamó "un gran trabajo profesional". Dijo (en otras palabras muy confusas) que a él le hubiera resultado imposible realizar la curaduría por no poder desprenderse del lazo emocional que lo unía a cada foto, hecho que no le permitía valorar a ninguna foto por sobre otra, ni mucho menos realizar ningún descarte. Me dijo que mi gran mérito fue el haber sabido interpretar lo que él buscaba. No comprendió que el mayor mérito de la curaduría había sido traer a un primer plano lo conceptual anteponiéndolo al tema y la forma, e incluso el autor. En mi serie, el autor era anecdótico, prescindible. Es más, la muestra hubiera ganado mucho si las fotos se presentaban como anónimas, o como el resultado de un trabajo colectivo. C. estaba desconcertado y sorprendido pero de alguna manera muy conforme. Añoraba haber podido ser parte de ese proceso ignoto que logró esa suma de emociones y percepciones indefinibles para su limitada comprensión de la fotografía y el arte.
    Pese a la alegría que le adjudicaba, noté que preparaba una objeción. Algo no lo convencía. ¿Qué podría ser? Se entretuvo mirando una y otra vez los paneles de cada serie, mientras sin duda buscaba las palabras indicadas para lo que quería decir. Finalmente habló. Dijo que con las fotos descartadas podrían agregarse dos o tres series más. Dijo que faltaban fotos que él juzgaba fundamentales. Quiso decir otras cosas, pero no lo dejé. Con firmeza y una entonación de indignación le dije: -No-. Luego le argumenté que la exposición ya estaba cerrada y que no estaba dispuesto a hacer ningún cambio. Le recordé que nuestro acuerdo se basaba en que respete mis decisiones. Mi firmeza lo aplacó, pero estaba tenso. Para distenderlo le comenté que las fotos descartadas eran buenas fotos, pero que yo no podía armar un concepto consistente con ellas. Le expliqué que para lograr algo siempre era necesario sacrificar otra cosa, que todo no se podía. Le dije que los descartes le podrían servir para armar otra exposición o para, en el futuro, armar una retrospectiva con fotos inéditas. Le brillaron los ojitos al escuchar esto último. Seguramente fantaseaba con que en el futuro alguien redescubriría estas “obras maestras” hoy descartadas. Por supuesto no le mencioné que si por mi fuera, las fotos que no seleccioné hubiesen terminado en el tacho de basura. Pero sí le sugerí que cuanto antes debía empezar a abordar algún nuevo tema, un nuevo proyecto para continuar con esa racha de creatividad y entusiasmo. Se puso aún más contento. Sonreía. Entonces se relajó por completo y me dio una palmada en la espalda mientras me decía "Buen trabajo, amigo mio. Muy buen trabajo".


    9. El alivio
    Me sentí aliviado de haber podido participar de este proyecto habiéndome librado del peligro de quedar ligado a algo bochornoso. Tan contento estaba que hasta decidí incluir mi nombre en los créditos de curaduría y firmar las reseñas. Entendía que el haber armado una exposición respetable partiendo de un trabajo sin pies ni cabeza, un tema difuso y un autor que trabajaba con banalidad y sobre lugares comunes, representaba un gran mérito. Estaba tan feliz por los resultados como por haberme quitado este escabroso asunto de encima. Pero mi felicidad estaba destinada a durar poco...


    Capítulo Final
    Donde se cuenta cómo un hecho fortuito vino a dar por la borda con todo lo cosechado, y cómo el Señor C. pasó de sentirse feliz y gratificado a sentirse traicionado y miserable.
    El narrador hace un mea culpa sobre lo sucedido.
     
    #1
    Última modificación: 16 de Febrero de 2012
  2. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Quedo esperando "el acercamiento". El personaje de tu obra por sus características generales me resulta interesante. Veremos con qué nos sorprende la historia. Sobre la obra en sí, por el momento solo decir que me parece pulcramente desarrollada y, si bien las oraciones se presentan bien estructuradas, la repetición constante de "el Señor C" me hizo ruido. No puedo decir si es correcto o no, solo que como lectora me parece que podría haberse suprimido mencionarlo en algunas ocasiones.

    Te espero.

    Un beso.
     
    #2
  3. marea nueva

    marea nueva Poeta veterano en el portal

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    Interesante, mira que acabar como su amigo, espero la segunda parte, un abrazo!
     
    #3
  4. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Gracias por tu comentario y por leer!! tal vez exageré un poco con la aliteración de "el Señor C", pretendí con eso que las descripciones adquieran un matiz burlón, voy a reveerlo.

    Gracias!
     
    #4
  5. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Gracias!!! dos personas!! listo, pego algunas secciones mas!! gracias por leer! voy a editar el mensaje original y agregar.
     
    #5
  6. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Sigue interesando y debido a su fluidez la lectura resulta entretenida. Entretenida e interesante, dos buenos puntos a favor, así que seguiré esperando.

    Me parece que sería conveniente que abrieras otro post para la continuación, así aquellos que aún no han llegado hasta tu obra se pueden sumar a la lectura sin asustarse por la extensión. Claro que esto es solo una sugerencia y si prefieres continuar editando y pegando pues adelante.

    Un beso.
     
    #6
  7. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Bueno, lo pegué todo, para no dilatar mas la cosa...
    En otro Post pegaré el segundo y último capítulo.

    "Lluvia de enero" Muchas gracias por leer, no es fácil que alguien se tome el tiempo para esto... te lo agradezco, lo mismo que tus comentarios.

    Besos
     
    #7
    Última modificación: 15 de Diciembre de 2011
  8. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Si el alivio duró poco crece el interés por saber qué pasó después.

    ¿Qué sería o qué podría ser?

    Te espero.
     
    #8
  9. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Gracias por la corrección!!Siempre hay cosas que se le pasan a uno no? especialmente cuando se corrige y se cambian cosas, a veces quedan restos de las antiguas... Así que te parece interesante... el final es... mejor ni te digo.El segundo capítulo que tengo no es definitivo, no se si publicarlo aquí o ya que fuiste la única interesada, podría mandartelo por mail o por un mesnaje privado, ¿que opinás?Mil, mil gracias por leerlo todo!
     
    #9
  10. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    A mi me parece bien cualquier opción mientras tenga ese final. sin embargo creo que ya llegarán más interesados que querrán también leerlo, solo es cuestión de tiempo.

    Un beso.
     
    #10
  11. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    El final está escrito, pero decidí acortarlo lo más posible, y está sufriendo un recorte severo. Quiero dejarlo en los huesos, para que el efecto sea más contundente. Y para no tener que obligar a mas lectura. La ultima parte, en cambio de tener un carácter descriptivo y de crónica, es reflexivo, creo que quedará muy bien. Te mando un privado cuando lo postee.<br><br>Gracias!
     
    #11
  12. Mary C. López

    Mary C. López Una mujer de líneas y procesos.

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    "El señor C." personaje trasladable a cualquier ambito del desarrollo artistico, suelen existir...
    en general me gusto, pero hubo momentos q se torno un tanto monotona la redacción para mi,
    demasiada información puntualizada, estare leyendo más de ti ... seguro. bye
     
    #12
  13. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Te debo el final, es que, sinceramente, me gusta tanto el argumento del final, que por el momento no encuentro manera de escribirlo correctamente, como que no me da la pluma, y no quiero fallar con eso, pero de todas maneras voy a hacerlo como salgo y postearlo como quede... No hubo mas interesados, pero de todas maneras, lo subo por vos.
    Besos

    Fer
     
    #13
  14. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    ¡Vaya que se hace desear ese final! Con lo impacientes que somos las mujeres. jajajaj. Mentira, tomate tu tiempo, yo te espero.
     
    #14
  15. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Gracias por la fé Lluvia, te daré ese final, necesita pulirse un poco nomas. Pronto. ¡Gracias por tu contagioso entusiasmo!
     
    #15
  16. lluvia de enero

    lluvia de enero Simplemente mujer

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    Y aquí sigo pasando de tanto en tanto... Y sigue el suspenso del final.
     
    #16
  17. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Siento la tardanza en subir la segunda parte, la tengo allí toda atada con hilos, como el molde de una modista que nunca pasa a la costura. El motivo para no acabarlo es, sinceramente, cierto desaliento. No debiera tener expectativas para escribir, pero para qué negar que las tengo, y es que en determinado punto imagino que todo es en vano. No es cierto que escribo para mí mismo, yo la historia ya la tengo armada en mi cabeza y si fuera por eso con tenerla allí me basta, pero realmente me siento como un esforzado navegante de un gran barco, que transporta solo un pasajero.
     
    #17
  18. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    Voy a tener que terminar de redactar la segunda parte... ya te avisaré Sandri
     
    #18
  19. MP

    MP Tempus fugit Miembro del Equipo ADMINISTRADORA

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    Pues sí deberías terminarla, me intriga el desenlace de ese tipo de relaciones en las que uno a veces se ve inmerso sin llegar a entender cómo dejó que se produjera.

    Avísame cuando la publiques.

    Un abrazo
     
    #19
  20. elbosco

    elbosco Poeta fiel al portal

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    La semana pasada junté todos los apuntes que tengo para la segunda parte y final, tengo mucha documentacion y me puse a ordenarla, tengo los hechos, pero son muchos, tengo que resumir, si no va a ponerse pesado.
    El final ya lo escribí desde que lo publiqué... falta lo que hay que atravesar.... pero el desafio es que la segunda parte sea muy corta, estoy viendo de condensar y sintetizar lo más posible. Te aviso!
     
    #20

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