El fabuloso destino de Amélie Poulain

Un diecisiete de Agosto de dosmildiecisiete, todos los fabulosos destinos se perdieron en el azul geográfico de un globo terráqueo.
Amélie Poulain con su taza de café humeante busca Japón desde el alfeizar de su ventana, mientras cúmulos, nimbos, cirros y estratos discuten acaloradamente, sobre cuanta cantidad de agua dejarán en los pluviómetros hoy.
A Amélie Poulain, ya no le importan los meticulosos métodos de la reprogramación asistida por expertos del metal,que valoran piedras preciosas de la misma forma que el plomo o el cesio, con certificados de herrumbre y hierros forjados en fraguas sin medios ni lumbre. Tampoco le importa sus cuantiosas y largas oraciones cargadas de suficiencia y reprobaciones, ni siquiera su respiración branquial, su reproducción por esporas, o su nutrición deportiva de claras de huevo y revuelto de voces engoladas e impostadas; ya no hace caso de aquellos que emiten voces y exabruptos como forma de rebeldía absoluta, o de superioridad de troglodita. Se abstrae del concepto poligonero, o de andar por casa con bata de guatiné, porque ocupa un silencio como espacio sepulcral,evadido de todo cuanto transcurre vago y ambiguo. Caucásica en las tierras de Guinea, geisha en los campos de lavanda, bandolera en las calles asfaltadas, interpelada, y anunciada,es la samurái que
con sus dagas voladoras, esgrimirá las sentencias de su propio código de honor basado en el camino de un guerrero. Y si se encontrase con el guerrero, querría saber, por supuesto, si su fauloso destino se perdió también en el azul geográfico de un globo terráqueo, mientras busca Japón desde el alféizar de su ventana.