El fantasma.

El fantasma.

Creo que duermo, pero mi realidad es una mentira, vaga sin rumbo cardinal un leve aliento que de mi boca se esfuma con aires inconfundibles. Se asoma un niño al escaparate de las vidrieras de noche con los cabellos desparramándose por su cara la vía láctea. Elevan a lo divino el otro lado de la puerta. El fruto cae cuando madura y los sapos salen a beberse el café de la noche negra.
Dejé la comida de las moscas pudriéndose, los restos que nunca vi por miedo a no ser yo. La lluvia se desploma donde la nube llora. Cambia de sentido el viento que corre perseguido por los gritos de los tormentos, por sus neuronas andan inmigrantes en busca de escapar con sueños de mariposas. Un mundo hay dentro y fuera el mundo es inmundo, en él juego a los escondites de los insectos. Le pedí a un alma que me cantara y era un ángel durmiéndose en las puertas de su cuerpo inhabitable. La abrasé como se abraza a los desprotegidos que tienen en sus miradas los ojos perdidos en la cárcel de las cucarachas. Me veo al final, en el fondo, al borde del vaso derramándose por un río que se llena con el agua de las medusas abriéndose camino entre la sequía.
Doy por costumbre y convencido de comer a las ratas al acecho. Los creyentes se dan por muertos y levantan mi sombra. Las cuatro esquinas de madera apolillan el corazón sangrado. Muerto, río a carcajadas del cadáver de otro parecido a mí. No soy yo, no tienen mi color, huele a lo que huelen los muertos cuando se van y se llevan parte de uno. Mi cuerpo huele a ceniza, amargo sabor…estoy muerto, entre los dientes muerdo una sonrisa. Despavorido huye el fantasma… que me habita.


Geber Humberto Pérez Ulín.