El favor que me dio un siglo

La noche en que guardo en su alba esa mano protegida por los entes oscuros, se manifestaron dos cosas, aprovechándose del rito anual junto a los que sonreían frente al centro de la ciudad. Los mas maltratados corrían frente a ventanas, los otros absueltos del medio día, eran puras mentiras.

La alabanza primordial entre Jesús y el espíritu era tan intacta, tanto que manifestaba un símbolo casi perfecto mientras que la adoración permitía al que lo invadía una gran necesidad de crecimiento. La pertenencia que se busca mediante el lenguaje es irremediar el problema de crecimiento, mientras que el único regalo que ablandece a una persona que sofoca, una vez más su perfeccionamiento es agudizar la espada; resguardar el compromiso en una capacidad sin religión es atormentar una mente más dañada preferiblemente la de un creador.

Lo que guarda la religión es una meta ficticia que abandona preferiblemente hablando en un parecido al lenguaje hebreo, una cómoda aparición de Jesucristo y su alta conformidad con el secreto de tener más apóstoles o abandonarlos. Abandonar es una hipótesis para el que guarda indefiniblemente la mente humana (cuerpo y espíritu). El abandono es hipotético-el resultado, ¿Cuál es el resultado?.

Lo único que duerme dentro de un siglo o una pareja de años es responder a la suficiencia ceremonial de un antepasado pero el espejo del alma resurge y aparenta esa “seguridad”, que abandona por un segundo lo más inmediato dentro del tono.

Si un ente religioso manifestara más explicación que la que pertenece a un sesgo hipnótico, lo único que aguardaría en la casa del que aparente la desigualdad, computarizaría la sociedad en un radio con su mismo crecimiento. El eslabón comenzaría, pero la parte más profunda se esmeraría en retroceder socialmente.