El Finiquitado Soñador

El pastor de exiguos placeres contempla la puesta del sol. Mientras que de sus ojos de plata una gota de sangre surca el semblante pálido de su faz desdichada. Cuando el murmullo de los pájaros se obscurece, y la noche se impone con regia majestad, es entonces cuando cierra los párpados y comienza a imaginar paraísos de oro que nunca jamás podrá disfrutar. Pero él sigue en esa locomoción de fantasmas oníricos que le hacen disfrutar. Aunque sea, durante una espectral llamarada gris de tiempo la miel tostada que a su paladar intelectivo tanto degusta. A las afueras de sus tranquilas mientes, el silencio se encandila con el cantar interior que su corazón, con un estribillo repetitivo, domina el don musical de su muy buen amada entraña de alma tronadora. Pasa el tiempo, y el pastor se queda dormido en una aquiescencia de soberano equilibrio sagrado. Ya no hay más sueños de opio para él. Sólo la luz divina que desgaja su alma de su cuerpo en descomposición.

 

homo-adictus, nuestro soñador pastor estaba alienado, ante la procesión atrayente de imágenes oníricas que sólo podían exculparlo por alguna pena de tinte trágico y melancólico. En el fuego enervado de su frenético corazón se congratulaba de una soledad infinita; que hacía las delicias de una sombreada y silenciosa parsimonia de fogosa natura durmiente. Tanto era lo que nuestro delicado personaje sentía que cayó en el vacío de una aparente y amodorrada ensoñación funesta. Con aromas y musicalidades sin fin; y que no eran sino el fatal desenlace de la llamada de Dios: para que su alma se evaporara de un cuerpo ya yacente en vil podredumbre. Atentamente Edouard.