El frío

El frío congela lo que el revolucionario entierra. Entre lianas de sabanas y desérticas mantas el revolucionario se plantea su existencia. Ya no desea alzarse un nuevo día con el entusiasmo de los jóvenes profetas parlanchines. Se siente vacío en su infierno de conspiraciones y teorías. Ya no quiere cambiar el mundo.

Los pies no le rozan el suelo cuando pasea por su vida repitiendo mensajes de lucha y repartiendo poemas de revolución. Ya no se siente limpio cuando habla con desdichados ni cuando come manzanas. Ya no le llenan las palabras de necios. Le llenan mas folios en blanco que abrazos de fulanas.

Necesita olvidar que es un hombre. Necesita regresar a su estado salvaje de estupidez animal. Quiere borrar cualquier atisbo de esa mujer de su cabeza. El desdichado destino de sus revolucionarios no es otro que el fracaso…igual que el suyo. Su fracaso reflejado en su rostro.

Necesita llenarse de nuevo con libros y poesía. Necesita desfogarse con palabras que suenan vacías pero están llenas de sentido para quien sabe escucharle. Necesita volver a mirarla joder…

Una revolución causada por el anonimato ante unos ojos. Él no era nadie para ella. Los ojos nunca le miraban a él. Seguía sintiéndose vacío cuando la recordaba pero al menos sentía algo cuando la recordaba. Esa melena noche…esos ojos profundos. Esa belleza insólita. A la mierda con Becquer y sus putas musas…

La pistola que se le acercaba no era otra que la ejecutora. Podía evitarla…podía no acercársela. Pero el revolucionario ya no quería cambiar el mundo. Quería reunirse con esa mirada en el sitio donde la mandó. El fuego quema lo que el revolucionario cree.

“Me diste unos ojos, pero buscaba una mirada…”