El Gilipollas

Ante aquella espera desquiciada, el ser volátil de indumentaria obscura castañeaba. Todo su rencor se dirigía hacia los planos invisibles de la cuarta dimensión. Esperanzado porque algún espíritu de negro semblante hiciera acto de presencia. En aquella noche de soberbia mirada llamativa. Pero todo era en vano. Por mucho que se camuflasen sus vacuas palabras de barro en el silencio digital, la escucha omnipotente del Altísimo inflamaba de compasión el pecho ardiente y divino. Fue entonces, cuando plugió en una nota discordante el corazón del gamberro insolente. Y cuando la llena luna encauzaba de oropel castaño las tierras mugrientas de aquel mausoleo desolado, fue cuando un cuchicheo diabólico se adueñó del cerebro de nuestro ya enloquecido tunante. Que fue presa del vaho marchito; y que haría que su infame alma se pudriese en el calvario de un cadalso con testamento aceitunado. Donde su santo nombre sería borrado para siempre. Para alegría malévola de los demonios perversos de la podrida muerte.

 

homo-adictus, aquel imbécil ser de frágiles sentimientos mortuorios no sabía, a ciencia cierta, que es lo que estaba mascullando. Él se sentía tentado por la llamada portentosa de alguna ánima lamentable. Encerrada en el limbo de alguna dimensión desconocida a los ojos ateos del profano. Se creía con fuerzas para reverberar fantasmas nocivos para la mente encefálica que, el muy arrogante, lo pagó caro. Terminó en una difunta noche de conciencia nublada por la locura que finiquitaría su vil vida de podredumbre vandalismo esotérico. Atentamente Edouard.