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El gran burlador y su retórica transgresora

Tema en 'Ensayos y artículos sobre arte poético' comenzado por El Arbol, 17 de Marzo de 2015. Respuestas: 1 | Visitas: 1460

  1. El Arbol

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    Bueno, pues aquí les comparto un breve artículo de mi autoría.




    EL GRAN BURLADOR Y SU RETÓRICA TRANGRESORA;
    BREVE ANÁLISIS DEL DISCURSO DE DON JUAN TENORIO EN EL BURLADOR DE SEVILLA



    Como todos sabemos, la retórica es el arte del lenguaje en cuanto a su forma y contenido es capaz de persuadir. Es decir, que la retórica es la disposición argumentativa del lenguaje utilizada para convencer a un interlocutor en el proceso discursivo. La transgresión es el acto de quebrantar, violar un precepto, ley o estatuto. Una retórica transgresora es, por lo tanto, un artificio lingüístico mediante el cual se pretende realizar acciones transgresoras justificadas retóricamente. Teniendo lo anterior en cuenta, el objetivo de este trabajo es el de analizar las cualidades discursivas del personaje en cuestión e identificar los artilugios lingüísticos más representativos del mismo así como las actitudes tópicas que le convierten en “El gran transgresor”, finalizando con el análisis de la connotación moral que se contrapone a la actitud transgresora del protagonista.

    Tirso de Molina pone a prueba, en la construcción de su personaje, los tópicos más representativos de la disidencia social haciendo un uso extensivo de las técnicas retóricas e impregnando la personalidad de don Juan con ellas para así poder ejecutar en su discurso el retrato de la bajeza y la astucia más vil.

    Don Juan es, como hemos establecido, el gran transgresor; un libertino que desde su primera aparición en la obra dramática deja muy claro su carácter infame. Su arma más grande es el engaño, y para ello se vale de un oratoria singular que le ayude a librarse de cada situación. El personaje mantiene entonces una aparente doble moral que esconde la ausencia total de una conciencia ética. En unas ocasiones podremos verlo mentir de la manera más descarada mientras que en otras apreciaremos en su discurso una sinceridad extrema a modo de “captatio benevolentiae”.

    “DON PEDRO: [...] ¿cómo la engañaste?

    Habla quedo, y cierra el labio.

    DON JUAN: Fingí ser el duque octavio.

    DON PEDRO: ¡No digas más! ¡Calla! ¡Bast[e]!

    DON JUAN: [...]No quiero daros disculpa,

    que la habré de dar siniestra.

    Mi sangre es, señor, la vuestra;

    sacalda y pague la culpa.

    A esos pies estoy rendido

    y ésta es mi espada, señor.

    DON PEDRO: Álzate y muestra valor,

    que esa humildad me ha vencido.”

    (Molina 2008) (vv69-72vv.97-104)

    En la cita anterior podemos ver que es a través de la capacidad argumentativa y persuasiva del personaje que, al apelar a la benevolencia, tomando y desechando ciertos hechos (recordemos que en ésta discusión con don Pedro, el burlador omite el hecho de que habiendo sido descubierto su engaño quiso tomar a Isabela por la fuerza), elabora un elocuente discurso con distintas tonalidades que le permiten mostrar un aparente arrepentimiento sin perder o flagelar su honor ante los ojos del interlocutor. “En efecto, esto es lo que percibimos en el intercambio de los mensajes[...] Hay una cultura fáctica que se basa en una cultura expresiva [...] desde donde se producen evaluaciones que se presentan como verdaderas, como verosímiles”(Welsh 2005)

    Para poder hacer una lectura crítica del personaje de don Juan tenemos que hacer entonces una reflexión intratextual de los argumentos presentados por el protagonista hacia los demás personajes sin dejar de lado el contexto al que se asocia cada situación. Tomando al contexto como un condicionante del discurso se pueden comprender las variaciones en las actitudes presentadas por el burlador. Un ejemplo bastante ilustrativo de esto es la escena en que don Juan cae al agua y es llevado por Catalinón hacia donde se encuentra Tisbea, quien le auxilia (no sin antes fijarse en su gallardía); al verse vulnerable, el burlador adopta una postura de humilde agradecimiento y encomio para con Tisbea que, cual animal herido, en un sentido patético casi aristotélico, logra que, a través de la compasión, ésta le lleve a su hogar y le cuide.

    “DON JUAN: [...] Ya perdí todo el recelo

    que me pudiera anegar,

    pues del infierno del mar

    salgo a vuestro claro cielo.[...]

    TISBEA: [...]Por más helado que estáis

    tanto fuego en vos tenéis,

    que en este mío ardéis.

    ¡Plega a Dios que no mintáis![...]

    DON JUAN: [...]con tu presencia recibo

    el aliento que perdí.[...]

    TISBEA: [...]Que a mi choza los llevemos

    quiero, donde, agradecidos,

    reparemos sus vestidos;[...]

    (Molina 2008) (vv. 585-588, vv.633-635, vv.639-640, vv.673-675)

    Al realizar la reflexión anteriormente mencionada podemos ver que la naturaleza retórica del discurso de don Juan está evidentemente ligada al contexto en el que se desenvuelve el personaje y no sólo al interlocutor con el que interactúa. Esta característica le otorga una gran versatilidad para poder cambiar la tonalidad de su discurso, y su posición misma ante las circunstancias, sin afectar su calidad argumentativa. Hasta ahora hemos visto como el protagonista se vale de un discurso basado fundamentalmente en la evocación del pathos de sus interlocutores para lograr su cometido pero ¿cómo podemos, entonces, saber cuál, de entre todos los papeles en los que transcurren sus argumentos, conforma realmente la personalidad don Juan? Sabemos que miente, sí, pero hasta el mentiroso más grande tiene una verdad ontológica que conforma su identidad. No podemos confiar en una retórica que lejos de defender principios establecidos se dedica a disociar, revistiendo de manera ornamental, diferentes discursos que buscan hacerse valer de una veracidad claramente cambiante en cuanto a cada situación se refiere. La única manera mediante la cual podemos descifrar la personalidad subyacente a las diferentes actitudes tomadas por el personaje es estableciendo un patrón en las relaciones de éste con el resto de los actantes que conforman la acción. Este patrón lo podemos encontrar, por supuesto, en la correlación entre don Juan y su criado Catalinón, quien, a diferencia de otros adyuvantes más “tradicionales”, no intenta fungir como esta especie de conciencia secundaria que se guía por ciertos principios y valores éticos y morales hacia su amo (como podríamos identificar, por ejemplo, en la relación “don Alonso-Tello” de El caballero de Olmedo), sino que, al igual que don Juan, Catalinón es un personaje que carece por completo de preceptos morales, aunque no de apego, y por lo tanto, la correspondencia entre ambos está conformada por una complicidad transgresora, y hasta cierto punto delictiva, que permanece unida por un contrato social entre amo y lacayo, de acuerdo con la posición estamental. Como evidencia de esto refiero a la postura de Catalinón para con las acciones de don Juan: Aunque el discurso del lacayo es en principio reprobatorio, mas por miedo que por disgusto, de las acciones de su amo, a juzgar por el tono mediante el cual condena los actos de su amo, la situación es de un sentido evidentemente irrisorio para él, se ríe de los burlados pero no del burlador, pareciera que su limitación estamental es lo único que lo reprime de ser él mismo quien realice tales acciones.

    “CATALINÓN: Los que fingís y engañáis

    las mujeres, desa suerte

    lo pagaréis con la muerte.[...]

    CATALINÓN: [...](¡Pobre mujer! Harto bien

    te pagamos la posada)[...]”

    (Molina 2008) (vv.901-903, vv.910-911)





    Esta relación entre ambos personajes es la que nos da la pauta para establecer el patrón de personalidad que identifica a don Juan como un transgresor y como un libertino puesto que el burlador no tiene necesidad alguna de mentir o de adornar su discurso para Catalinón. El protagonista se muestra tal como es, y en este saber secreto se aloja la complicidad. “DON JUAN: [...] ¡graciosa burla será!/ CATALINÓN: graciosa burla y sucinta,” (Molina 2008) (vv.2235-2236) A través de esta complicidad y correspondencia podemos identificar al personaje de don Juan como la corporización de las actitudes más viciadas según los cánones imperantes en la sociedad de la época. Tenemos a un caballero que es todo lo que no debe ser, puesto que, siguiendo una preceptiva contraria al platonismo regente en los estatutos del amor cortés; que dictaba los comportamientos y las buenas costumbres en lo referente al amor, don Juan es sin duda una “encarnación ovidiana” que se rige, desafiando a la sociedad, mediante la idea de la asequibilidad sexual de cualquier mujer y que, alejado de toda normativa moral, se erige como portador de una retórica amatoria cuyo fin último es el goce físico, fungiendo así, como un disidente que agravia las buenas costumbres y, por lo tanto, está condenado a un destino fatídico a través del cual se hace presente la conciencia moralizante de los Siglos de Oro, en los cuales se pretendía mostrar al amor como un acto que sólo puede ser ejecutado mediante la aprobación de las leyes divinas del matrimonio, que excluye por completo la idea de que el goce amoroso es concebible fuera de los estatutos y las normas políticas, sociales y religiosas. Constancia indudable de esta intención moralizante la podemos encontrar en dos sucesos muy importantes dentro de la obra. En primer lugar tenemos la manera en que es metafóricamente juzgado por las leyes divinas al momento de estar a punto del ahogamiento; una muerte de este tipo hubiera sido en cierta forma una manera de condonar la personalidad transgresora del protagonista, pues el agua se traga y escupe la pureza y la impureza respectivamente. En segundo lugar tenemos la forma que muere don Juan, pues tampoco es gratuito el hecho de que muera abrasado por el fuego, ya que, siendo éste un elemento con una gran carga simbólica de purificación, resulta como un castigo ejemplar para aquellos cuyas almas se encuentran enteramente viciadas por el mal vivir.

    Resulta entonces, el burlador, un personaje que conlleva, por sus acciones e intenciones, una enorme carga simbólica que representa el castigo divino hacia aquellos que pretenden burlarse de las leyes establecidas para la regulación de las relaciones sociales y amorosas establecidas primordialmente por el poder eclesiástico.








    Bibliografía

    Molina, T. d. (2008). El burlador de Sevilla. México, Biblioteca universitaria de bolsillo.

    Welsh, A. G. (2005). Del signo al discurso. . México, D.F., Miguel Ángel Porrúa.
     
    #1
    A Ariel_López y Renekton les gusta esto.
  2. musador

    musador esperando...

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    Interesante tu búsqueda de la identidad de don Juan en su retórica. Encuentras que don Juan miente a todos salvo a su criado, al que no engaña, y tienes razón. Creo que, sin embargo, este aspecto del asunto se centra en el don Juan en tanto comedia de enredos, dejando a un lado el carácter de comedia teológica que le dan sus últimas escenas. Tampoco le miente don Juan a la estatua de don Gonzalo (ante la que Catalinón cede), y acepta el desafío que esta le propone, a cara descubierta. Creo que esta última burla, que lo lleva a la muerte, explica un poco las anteriores también, al revelar que lo esencial no es la mentira sino el desafío a la convencionalidad (lo que tú llamas transgresión) y, curiosamente, la admiración que don Juan persigue de su público, fundamentalmente de su público masculino. Esta duplicidad de los personajes masculinos de «El burlador», que condenan a don Juan pero también lo admiran, envidian y protegen, me parece especialmente interesante. Este monólogo donde don Juan, después de recibir la visita del convidado de piedra, explica por qué asistirá al convite que este le hizo, me parece en ese sentido muy revelador:

    ¡Válgame Dios! Todo el cuerpo
    se ha bañado de un sudor
    helado, y en las entrañas
    se me ha helado el corazón.
    Un aliento respiraba,
    organizando la voz
    tan frío, que parecía
    infernal respiración.
    Cuando me tomó la mano
    de suerte me la abrasó,
    que un infierno parecía
    más que no vital calor.
    Pero todas son ideas
    que da a la imaginación
    el temor; y temer muertos
    es más villano temor.
    Si un cuerpo con alma noble,
    con potencias y razón,
    y con ira, no se teme,
    ¿quién cuerpos muertos temió?
    Iré mañana a la iglesia,
    donde convidado estoy,
    porque se admire y espante
    Sevilla de mi valor.

    En resumen, lo que mi comentario pretende destacar (solo para polemizar un poco, no es que no esté de acuerdo con lo que dices) es la esencialidad de este aspecto narcístico de don Juan, que se mira... en el espejo de la mirada de sus burlados masculinos (poniendo la transgresión como eje de la virilidad).

    Te agradezco haber traído este tema con la altura con que lo haces. Es un autor muy interesante Tirso de Molina (aunque su paternidad de esta obra sea dudosa; por lo que estuve leyendo hay muy sólidos argumentos para atribuir «El burlador...» a Andrés de Claramonte).

    abrazo
    Jorge
     
    #2
    Última modificación: 19 de Marzo de 2015
    A Ariel_López le gusta esto.

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