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El grito de Mariana

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Cris Cam, 28 de Marzo de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 1814

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Juan volvió a las once piem, como siempre. Comenzó sus ritos nocturnos. Se arrancó la camisa pegada de sudor, Paco Rabane y un tio de Rin Tin Tin del cuerpo. Fin de diciembre en Buenos Aires. El calor surge hasta de las marquesinas de las heladerías, que digo de las marquesinas, de la última rascada de sambayón, como el que me dio, la semana pasada, la rubiecita esa que se cree que soy boludo, que por que tenga unas buenas gomas yo le voy a volver a soportar esa rascada de sambayón con gusto a polipropileno sobreenfriado, sólo se la aguanto porque para rascar el fondo del tacho me regala esa panorámica de t..

    – Pst, pst, ¿quién cuenta?¿Usted o yo?

    – Pero si yo sólo estaba pensando.

    – Bueno, piense más despacio.

    – Huuu, que carácter de mierda, está bien, siga... pero... diciembre, ¿no va con mayúscula?, Di-ci-em-bre...

    – No señor, usted mucho cursito de inglés tirados a la basura... acá decimos diciembre

    – Claro, allá dicen December... a mi más que inglés lo que tiran son las ingles rubiecitas de 15...

    – Se puede dejar de joder que me hace olvidar lo que tengo que escribir... ¿15?, Usted va a ir en cana antes de que yo lo pueda matar

    – Bueno, pero si me va a matar, que no sufra...

    Arrojó las zapatillas, por arriba de la mesa, hasta el montón de ropa sucia. Mañana, si consigo flete, iría de excursión al lavadero.

    Buscó desesperadamente el control debajo de libros, ropa, llaves, diarios, boletas impagas, cartas documentos e intimaciones que hacen referencia a las mismas; galletitas a medio comer, Filomena que esconde su caramélica espalda debajo de una revista antes que una zapatilla, que nunca se encuentra a tiempo, la remita a Flatland. Un mate, la pava, una multitud de apuntes, la mayoría sin una sóla marca de resaltador pero mucha grasa manual en los laterales, señal inequívoca de sólo se transportan para fachear... en algún lugar debería de estar, pero... ¿¡donde mierda está!?. Confirmó su intuición, cuando al cambiar una pila de libros de lugar, la televisión se encendió sola. Finalmente, lo alzó en triunfo como si fuera la antorcha olímpica de la gorda de Niuyor.

    – Esa no es una antorcha olímpica, es la llama de la libertad.

    – No me diga, ¿hasta eso se afanaron?

    – No se la afanaron, se la regalaron los franceses.

    – Vió que los franceses también coimean

    – Me deja seguir.

    – Si el que interrumpió fue usted.

    – Porque Usted piensa boludeces.

    ¡Que sería de la humanidad sin el noticiero de medianoche, que nos cuenta como un negrito de Villa Dálmine cayó abatido por las balas policiales que repelieron el ataque; sí, les tiró con la lata de cerveza y la bolsita seca de pegamento. Los boludos que se encierran en una pieza para decir, de forma totalmente fresca y espontánea, como hacen el amor, porque ellos no cojen, hacen el amor, según lo estipula claramente el libreto, so pena que la botacíon te vote, ¿o era al vesre?...Ahora sí, por fin ... Venus, esto sí, señores, es un canal de entretenimiento... eso... eso... tiene que ser cámara trucada... que negro de mierda... de donde va a sacar tanta sangre para llenarla sino, y la ponja como si nada.

    Así, ¡por fin!, pudo rendir su adoración. Mientras una señorita agradable le indicaba, a los niños que no debieran estar viendo ese canal, digo, sino para que un mensaje tan pero tan pelotudo, como se debe colocar un ¿condón?... que gallegada de mierda esta traducción... ¡forro!, forra, decimo´ lo´ muchacho´ que nacimo´ deste lao de la ribadabia.

    Sacó una cerveza de la heladera. Sambayón. ¡Que tetas! Mientras se aflojaba el cinturón del pantalón para que la erección no le tire de los pelitos. Yo a esta le tengo que dar. Fue hasta la mesita del teléfono. Pulsó el contestador. Un mensaje. Tiró del anillo de la lata (pssiutff), mañana le voy a dar el cucurucho, que le susurró su satisfacción. No, mañana no puedo, pasado. ¡Humm, ahhahha!.

    En el identificador de llamada, el celular de Mariana. Volvió a besar a la rubia. A esta, la fría que tengo en la mano, ¿serán fríos los labios con gusto a crema americana?...

    – Ellos... es...tán... entrando. Vienen por miiiií...

    Juan (prrffsss, cof, cof...) se atragantó, escupió la espuma por la nariz. El grito, distorsionado por el pequeño parlante, le perforó el oído, tímpano, meninges, hipotálamo, puitituaria. Un Iguazú de adrenalina le reventaba los ojos. El corazón le latía mas rápido que a una rata. No supo que estaba más frío si la lata de aluminio de su mano derecha o la sangre de sus pulmones, Quizá su sangre estuviese como su puño que ahora se cortaba con el fragil aluminio de la lata y la tensión acidoláctica.

    – ¿Qué clase de broma es esta?

    No. No, él conocía bien a Mariana. Mariana, está definitivamente, totalmente pirada, pero nunca haría algo así. Ella sabe que todavía a los doce era capaz de mearse si un sapo entraba a su pieza. No. Algo andaba mal, pero muy muy mal. Decidió llamarla. Tuvo que agarrarse el dedo para que deje de parquinsoniarse. Presionó la memoria 4. Aparato de porquería, made in usa, pieza de museo. Un día de estos voy a cambiar todo este cablerío por un aparato integrado. Trató de prender, le chingó a la punta, lo rompió, sacó otro... prendió un cigarrillo. Al cuarto siglo tímbrico atiende Mariana.

    – ¡Hola!

    – !Hola¡, soy Juan.

    – Ah, sí,que tal, tanto tiempo...

    – Hola... soy Juan... Juan Benetti...

    – Sí, ya sé, ya me lo dijiste, ¿necesitabas algo?...

    – No. Nada. Recién llego. Estoy regando las plantas del parque, escuchando a Julio Iglesias... y como siempre, llamando a los amigos.

    – Vos siempre tan romántico... Yo, en cambio, hoy estuve escuchando a Piazzolla... en fin... bueno, dale una buena rociada a Marianita.

    – ¡Huuu!... si la vieras, está espléndida. Sabés, me acabo de comprar un cuadro, bah, mejor dicho, una reproducción... en Parque Rivadavia... para tapar la mancha de humedad de la pieza... “El Grito” de Munch.

    – ¡Ay, que cuadro más bonito! Pero a mi me hubiera gustado más, por el color de las cortinas viste, la “Persistencia de la memoria” de Dalí.

    – Bueno, no te molesto más. Cuidate.

    Tiró la lata contra la pared. Tuvo que retener la vejiga para no miedarse. Se le cayó otro pedazo de revoque. Nunca había pasado de una erección tipo te parto en dos a perro con dos colas entre sus patas, tan rápido. Salió al balcón, para tomar aire, para ver si se le refrescaban las ideas. La gata saltó a sus brazos.

    “Estamos jodidos, Marianita”, le dijo, mientras le acariciaba el lomo con la vista perdida en el 4º D del edificio de enfrente. Como le gustaría reirse, en camiseta, seguro de alguna pelotudez, como ese gordo.

    Volvió a su miedo. Le temblaba la barbilla. Le bajó la presión. Entró disparado al baño, mientras se bajaba los lienzos. Ni pudo cerrar la puerta. La gata asomando la cabeza tras la puerta lo miraba extrañada, algo presintió, porque arqueó el lomo.

    – Esto, mi amiga, es lo que se llama estar cagado en las patas.

    Se incorporó, arrojó la colilla de su cigarrillo, tiró de la cadena. Demasiado fuerte, se la quedo en la mano. Comenzó a revolearla sobre su cabeza.

    – Necesito un curso intensivo de gladiador.

    Se miró al espejo, arrojó su imagen hacia el sur. Ni siquiera un cuchillo para cortar el asado. Buscó entre sus frascos salvavidas Valium, Lotrial, Ibuprofeno, dejó el Trapax. Una jeringa con Ébola. Un frasco con nitroglicerina plutónica. Una tableta de supernova. Esa noche, quizá debiera o debería quizá salir de ronda de gato... o de coyote... no estaba seguro... eso si, no iría a comprar ningún helado de sambayón.

    Le quedaron las dudas flotando en el aire. Mariana sabía que él odiaba a Julio Iglesias. El parque, ¿qué parque?. Ojalá un parque. Aunque sabía de su gusto por Piazzolla, no le pareció otra de sus recaídas. Abrió la ducha. Se quedó con la vista clavada en el dibujo de rush del espejo hasta que la piel se le puso morada.

    Se cambió para salir. Buscó las llaves y su riñonera azul. Le seguía faltando el aire. Abrió la puerta. Apagó la luz. Se arrepintió y la volvió a encender. Salió al pasillo. Le costó acertar la llave con la ranura del tambor. Abrió la puerta tijera del ascensor. ¡Puta madre, el dedo! Planta baja. Durante el descenso no pudia dominar la taquicardia, se le secaba la garganta. Si al menos la culpa fuera de la boca de Mariana 70cm debajo, pero no. Salió a la calle, pero no sabía donde ir. Demasiados peros.

    Necesitaba tiempo para pensar antes de hacer nada. Pero por otro lado seguía escuchando, una y otra vez, la voz desesperada de Mariana. Vagó varias cuadras sin rumbo. Trató de recordar la última vez que habían estado juntos. Ella estaba nerviosa, pero eso era lo normal en ella. De pronto recordó un dibujo y un poema, que le había pegado en la heladera, donde ella le describía, como siempre, sus habituales visiones, sus pesadillas. Volvió corriendo al departamento. Nunca le pareció mas lento el vetusto ascensor. Abrió la puerta, encendió la luz. Corrió a la heladera. No estaban. Seguramente los habría tirado, o quizá, Mariana misma, los hubiera guardado ante su indiferencia.

    Sonó el teléfono. Nadie contestó su hola desde el otro lado.

    Se quedo con el tubo en la mano con el tu-tu-tu reverberándole en el estómago. Sacó su arma de la riñonera. No sé para que mierda me la dio si no sé usarla. No tuvo que caminar demasiado para revisar las habitaciones del minúsculo departamento, el placard, el baño, el balcón. Debajo de la cama, un ratón muerto, para que carajo te compro alimento balanceado gata de mierda. Volvió a cerrar la puerta, puso el cerrojo de seguridad. Trató de cruzar el picaporte vertical del ventanal del balcón, pero tenía demasiado óxido, demasiadas capas de pintura consorcial y estaba torcido.

    Apeló a su memoria para reconstruir el poema, pero no tenía tanta memoria visual para hacerlo con el dibujo.



    Crucé la calle azul desde donde la ley nace,
    los locos ven rodar la luna.
    Alcé una mirada en la escalera,
    donde los ángeles proyectan nuestras inocencias.
    Recorrí las vidrieras sin cristales,
    donde los estantes guardan palabras,
    añejas, sabias, universales, baratas.


    Los fantasmas ciegos se ocultan tras los telones.
    Pero me vi en el rush de tus espejos,
    pequeña ventana al abismo,
    que lleva a una familiar luz titilante.


    Las golondrinas ya no anidan,
    en los viejos balcones,
    los corazones partidos sólo sirven
    para escapar hacia los sarcófagos.

    Le pegó un puñetazo a la mesa. No tenía nada. No entendía nada. Bah, nunca entendí nada. Mucho menos a Mariana. Escuchó un ruido en el pasillo, alguien forzaba la puerta. Pronto sintió el característico golpe, según Swat, de un hombro sobre la placa. Ya le parecía sentir como Rambo, Terminator y David Morse le estrujaban los huesos y Annibal Lecter le hacía comer sus propios sesos. Si un héroe del pasado no pudo, ¿que podría él?, cuya única azaña deportiva era zambullirse y libar una conchita depilada. Los cracks casi simultáneos del picaporte y la cadena.

    Un extraño olor.

    Debía escapar. Pero, ¿por dónde?





    F01



    ¿Por la ventana del baño? (Ella entro por la ventana del baño)



    ¿Por el balcón? (Espacios Vacíos)



    ¿Por la puerta de entrada? (Golpeando a las puertas del cielo)






    Espacios Vacíos
    (Empty Spaces)


    Sin dejar su arma saltó hacia el balcón, no tuvo tiempo de pensar en el vidrio que le estalló en la frente. Se asomó hacia la vieja y pequeña puerta que daba a una escalera de incendios, vetusta y deteriorada como el edificio. La sangre que le manaba de la frente le dificultaba la visión. No se detuvo a pensar si lo seguían o no. Las costras y los estiletes del óxido se le clavaban en las manos, pero seguía bajando. Pudo ver como las ventanas se iban encendiendo en los edificios vecinos. En algunas aún se podía ver el titilar azul de los televisores encendidos. En el quinto piso una pareja le cantaba arias a Afrodita. En el cuarto una señora le recordaba sus horas de preparto a su hijo adolescente. Quizá pudiera tratar de alcanzar algún otro balcón, pero no confiaba en nadie. Los tobillos y las pantorrillas se le aflojaban. Ignoraba porque no lo hubieran seguido. En su posición era blanco fácil, pero ni se asomaron.

    Le sobrevino el pánico que lo estuvieran esperando al pie del edificio. Sin embargo, pudo descolgase y caer sobre el pasillo interno de las torres. La rodilla izquierda no le respondía. Comenzó a correr arrastrando la pierna. Se tentó a arrojarse dentro de un viejo contenedor de basura pero el olor nauseabundo le hizo desistir. Vio una pequeña puerta, extrañamente abierta, que conducía al viejo incinerador en desuso de la torre 3. No lo pensó dos veces.

    Su pierna impotente tropezó con un grupo de bicicletas. Comenzó a palparlas con la esperanza de poder usar alguna para escapar. Pudo reconocer que una estaba en condiciones. Pronto, sin darse cuenta como, ya tenía una montaña de cuadros inútiles a sus espalda. Llegó a la que lo sacaría rápidamente de allí. La arrastró hasta la puerta.

    Asomó la cabeza hacia el pasillo y no vio a nadie. Era su oportunidad. Montó y comenzó a pedalear, como pudo. Sólo su pierna derecha, respondía al viejo movimiento reflejo, pero debía, de todos modos, salir de allí. Sintió el dolor característico del esfuerzo en su muslo. Ya estaba lejos a varias cuadras de su casa. Aminoró la velocidad. Se secó la sangre de la cara, el cuello, el torso con la remera.

    Respiró. Se dejó caer a un costado sobre el césped de una vereda, para descansar, con los brazos vencidos por encima de la cabeza. Le comenzó a faltar el aire.

    De pronto comenzó a sentir un agudo dolor en el pecho. No podía respirar. El rostro de Mariana. El grito de Mariana.

    Se le apagaron todas las luces.



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    Ella entro por la ventana del baño
    (She came in through the bathroom window)



    Antes que lo pudieran ver, ganó la puerta del baño. Se trepó al ventiluz del baño. Le pareció que su cuerpo podría salir por allí. Que momento ridículo de acordarse de The Beatles. Amagó romper el vidrio con el palo de una escoba que descansaba plácidamente contra el bidé, pero juzgó que si no lo habían detectado, eso sería llamarlos antes de poder trepar.

    Tomó un toallón, se lo enredó en el puño y antebrazo derecho y lo golpeo de plano. Tenía la esperanza de que el vidrio se rompiera con el menor ruido posible, pero para su sorpresa la ventana salió despedida al vacío como si sólo estuviera apoyada. No era hora de juzgar la mala construcción. Después de todo había durado así 80 años.

    Se agradeció a si mismo las horas de gimnasio. Como una víbora, se trepó primero al grifo de la bañera y luego se empujó con el brazo en la espalda, con la flor de la ducha. Una contorsionista del circo no lo hubiera hecho mejor.

    Asomó su medio cuerpo al vacío, lo atacó un profundo vértigo pero ya le parecía sentir el respirar de los intrusos sobre sus pies. Al alcance de su brazo derecho pasaba el cable de acero del pararrayos, lo tomó firme tiró y sacó su cuerpo que voló en semicírculo hasta pegar contra la pared. Su puño firme y las grampas del cable, que no estaban sujetas como su ventana del baño, lo sostuvieron hasta que se pudo asir también con su mano izquierda.

    Hacia abajo, el duro piso del patio interno entre las torres 2 y 4; hacia arriba sólo el piso 15, y los tanques de agua. Desde chico quiso jugar a los piratas. Trepó con firmeza. Llegó hasta los tanques. Se deslizó hacia la terraza. Una calurosa pero buena noche de cuarto creciente. La torre 3, pensó, esperaba su visita, pero no tenía como llegar. Nadie que hubiera olvidado una tabla, un gancho, una soga o un helicóptero. Patricio, el encargado, tenía ese lugar asquerosamente pulcro y ordenado. Hubiera preferido el caos de la torre 3. Llena de porquerías que se veían a simple vista. ¿Cobrarían lo mismo?

    Subir un piso era mucho más fácil por la escalera. Comenzó a sentir los golpes, y el enérgico batir del picaporte en la puerta de la sala de máquinas del ascensor. Estaban allí. Por suerte, Patricio había puesto llave, como lo indica el reglamento.

    Eso, sin duda, no los demoraría mucho tiempo. No tenía opción, o intentaba saltar los cinco metros hasta la torre vecina o conocería las intenciones de sus perseguidores. Se paró sobre la pared dispuesto al salto. No debía mirar hacia abajo.

    Pero lo hizo. Durante 4 segundos fue suicida o paracaidista. Cuatro segundos, es poco tiempo para soñar un proyecto, pero una eternidad para imaginar de que forma quedarán las tripas esparcidas sobre las lajas de granito.

    Las faltas al reglamento suelen, a veces, ser necesarias. Ese toldo de lona verde, que cubría del sol y la lluvia las asquerosas y negras bolsas de consorcio, no tendría que estar allí. Rebotó tres veces y terminó sobre las bolsas que se acumulaban gracias a la huelga de recolectores. Debería reconsiderar su posición sobre los derechos sindicales.

    El ángel de la guarda lo había acompañado hasta allí. Pero era hora de darle un descanso. No creía que en la próxima salga ileso. Casi se podría presentar a trabajar a no ser por una mancha de mayonesa en el pantalón.

    Miró a ambos costados del pasillo entre las torres y lo esperaban altas rejas, que las nuevas circunstancias de inseguridad ciudadana habían hecho crecer más rápido que las margaritas. Las trepó como un mono. Comenzó a sonar la alarma. Se arrojó a correr por la calle.

    Hasta que acertó a pasar un patrullero de la policía federal. Caras muy conocidas. Se agarró a la puerta del móvil. La oficial Benetti lo miraba, con sus enormes ojos verdes, sin demasiada sorpresa, desde el asiento trasero.

    – ¿En que lío te metiste ahora?. - Le preguntó con una expresión entre seca y cierto extraño cariño.

    – Dejame subir Alejandra, por favor. Guardame, poneme a la sombra, pero dejame subir.

    Le franquearon el ascenso. El sargento González puso primera y salieron a la espera de que se calmara. Cuando recuperó el aliento. La oficial lo volvió a interpelar.

    – ¿Y, Juancito, que tenemos ahora?

    – Me persiguen, no sé quienes, ni porqué, pero me persiguen.

    – Bueno, calmate y tratá de contarme.

    Más rápido que relator de fútbol, Juan le expuso lo sucedido.

    – Bueno vamos. - Le comentó la oficial.

    – ¿Adónde vamos? ¿No te dije que están en el edificio?

    – Yo digo que vamos. Si es otra de tus andadas te voy a tener a pan y agua 15 días. Si estás diciendo la verdad te voy a ayudar. ¿Que elegís?

    – Creo que en este momento, prefiero la dieta.

    La oficial no era hueso fácil de roer. Ya habían compartido durante años, larguísimas charlas, las últimas para sacarlo de una celda. Borracheras, alteración de la paz pública, usuales en los adolescentes, pero no en un grandote inmaduro de 30 años.

    El móvil se estacionó frente a la torre dos. Demasiada calma. González le sacó el seguro a la Itaka. Benetti desenfundó la reglamentaria. Juan se escudaba tras el metro ochenta del sargento.

    – Abrí. - Le dijo, la oficial a Juan.

    – No tengo la llave.

    – ¿Cómo no tenés la llave?

    – No te dije que tuve que salir rajando. – respondió Juan

    – Son las doce de la noche. El señor encargado debe de estar mirando una película.. – dijo la oficial.

    – Está abierto. - Interrumpió González.

    – Bien, así no tenemos que pedir orden de allanamiento. ¡Vamos, muñeco!

    – Si, claro... yo te sigo.

    – Pero que tipo más cobarde. Adelantate, porque te pongo una bala en la rodilla.

    – Bueno, si me lo pedís así, tan amablemente.

    – ¿Adónde vas? - Lo volvió a interpelar.

    – Llamo el ascensor...

    – No, bebe, por la escalera...

    – ¿Por la escalera? ¡Son 14 pisos!.

    – A ya veo porque te gusta bajar por las ventanas. Sos vago hasta para subir una escalera. Vamos González. Esperemos que sea otra de las alucinaciones de este tarado.

    – Pedirte ayuda a vos, tiene un costo muy alto. Se supone que están para servir. Para eso pagamos los impuestos.

    – Los otros pagarán. Porque vos, me parece, no pagás ni las flores para la tumba de tu madre. Que calor, carajo. Voy a tener que cambiar de desodorante.

    Los últimos tres pisos, Juan los hizo gateando por sobre los escalones. Pero al fin llegaron al final de pasillo.

    – González, ¡inspeccioná! - Ordenó Alejandra.

    El sargento, se ajusta el chaleco antibalas y se pone de frente a la puerta.

    – Sí, es cierto, oficial. La puerta está rota desde afuera.

    – Entrá con cuidado que te cubro.

    González entró rápidamente y pudo constatar que Juan decía la verdad. La oficial entró detrás.

    – Che, que gente mas perversa. Mirá como te desordenaron el departamento. – comentó Alejandra.

    – Si te pagarán un sobresueldo por ironía, estarías salvada. - Le contestó Juan, algo más aliviado.

    – Fijate si te falta algo. Aunque en este despelote es como buscar oro en Alaska.

    – No. no falta nada. Mirá. Hasta dejaron la billetera con las tarjetas.

    – ¿Tarjetas? ¿Vos?

    – Sí. ¿Porque no puedo tener tarjetas yo?

    – Porque, por lo general, se la dan a la gente que trabaja.

    – Yo no sé que habré hecho en el mundo para aguantarte.- Le dijo con mayor confianza Juan.- Todo el mundo tiene una familia. A mí me tenía que tocar una media hermana cana.

    – Pará de llorar y alcanzame el celular. Que dejamos los handy en el patrullero.

    Tras un largo intento. La atienden.

    – Hola Carlitos, estaba linda la cama parece, dame con el oficial de guardia.

    – Que amable sos con la tropa. - Le comentó Juan.

    – Estos caballitos no le hacen caso ni al comisario. Si no los tengo al trote, por el sólo hecho de ser mujer me pasan por encima... a sí, Lavelli, estoy en el departamento de mi hermano, hubo un ilícito... no, no fue él esta vez... no, no sé en que lío se metió... conseguime una orden... ¿que?... sí, ponele... este... de las cero horas... y mandame un par de pibes para tomar huellas y buscar evidencias... sí, sí, decile al inspector García que firme la... sí, sí... ya sé... no estoy pasando por encima de él... que no se haga el exquisito... cualquier novedad llamame a este número...

    La oficial miró con calma para ver si podía sacar algo en claro.

    – Vos, Juan, alcanzame un cuaderno y una lapicera. González, no bajés la guardia que pueden seguir en el edificio.

    Anotó los últimos 10 números del identificador de llamada. Volvió a escuchar el pedido de auxilio de Mariana.

    – ¿Quién es esta Mariana?

    – Una amiga...

    – Ah... “una amiga”...

    – Que, ¿acaso yo te pido cuentas de con quien andás?

    – No. Pero a mi no me llaman con gritos desesperados y luego me hablan de música y arte abstracto.

    Se fijó en el papel garabateado con el poema reconstruido.

    – ¿Cuándo te escribió esto?

    – No, esa es letra mía.

    – Ya sé que es letra tuya. No conozco una letra más infantil. ¿Cómo sabía ella que te escaparías por la ventana del baño?

    – ¿Que? No entiendo lo que me decís.

    – Decime, alguna vez hiciste un curso de comprensión de texto.

    – No, yo nunca estudié para detective.

    – Vos no estudiaste ni para linyera. ¿No te das cuenta lo que dice?

    – ¿De que me tengo que dar cuenta?

    – Ay, hermanito, si supieras leer sobre un libro como sobre las latas de cerveza. Se supone que la bruta tendría que ser yo. La que siempre tuvo que laburar y la que apenas tuvo tiempo para terminar una secundaria mal llevada.

    – Decimelo vos, por que no entiendo.

    – ¿Cuándo te escribió esto? ¿Y donde está el original?

    – El original hasta el lunes estaba pegado en la heladera junto a un dibujo. Son pesadillas sin sentido que tiene Mariana y las expresa en poemas y dibujos. Tiene una carpeta llena de ellos.

    – Y vos, ¿no tenés mas nada?

    – No. Que sé yo. No sé.

    – Ves. Te das cuenta. A las mujeres hay que atenderlas un poco más. No es cuestión de sólo saber como quitarles el vestido. A ver si ordenás este desastre y encontrás algo más.

    – Ah, pará, pará... creo que en la agenda vieja tengo uno del año pasado, chiquitito como una tarjeta.

    – Ay, por fin cayó el durazno.

    Suena el celular, atiende la oficial.

    – Hola. Si. Deciles que suban. ¿Cómo que está cerrado? Bueno ahora lo mando a González para que abra...

    – Sólo se abre con llave de propietarios. - La interrumpe Juan.

    – Sí claro, se nota, la extrema seguridad de esa puerta... dale la llave para que baje.

    Juan casi no podía sacar la llave debido a que las manos aún le temblaban. Luego buscó en los cajones de su placard. Finalmente trae la pequeña tarjeta. Tenía frases inscritas en letra microscópica.

    – A ver si podés reproducir lo que dice, vos que tenés los ojos 5 años más nuevos. - Le dijo Alejandra.

    Juan escribe en un cuaderno la frase.



    El futuro es una sucesión de reflejos del pasado. Podemos transitar caminos ya andados y el paisaje nos mostrará los mismos colores, pero siempre se verán distintos.



    – ¿A que pesadilla se debió esta frase?

    – Ella dice que vivió varias vidas y que debe pagar el haberse matado a sí misma.

    – Que, ¿se suicidó?

    – No, ella dice que cierta vez tuvo dos vidas simultáneas y que una mató a la otra.

    – Y a vos, ¿qué te parece?

    – Que la pobre esta loca.

    – ¿Porqué?

    – Por esas estupideces de otras vidas y todo ese embrollo.

    – ¿Vos no crees que haya otra vida?

    – No. ¿Que persona en su sano juicio puede creer semejante tontería?

    – Yo, por ejemplo. ¿Y vos?

    – No, no me lo digas. La gente “dice” que cree porque queda lindo. La hace parecer más buena. Lo usa de escudo contra sus mentiras.

    – Bueno, cortala con eso y decime que más dice Mariana.

    – Y, eso; que sueña cosas de vidas pasadas, futuras o cosas que aún no le sucedieron; entonces, dice, para que no la tomen por loca las documenta, para que llegado el caso...

    – Parece que hasta ahora nadie le creyó.

    – Bueno, no es cosa que alguien pueda creer.

    – Si claro, gente que cree en conspiraciones políticas, en invasiones de bolivianos, no puede creer que haya Dios o alguna cosa más allá de lo que dicen los sentidos.

    – Alejandra, no creo que a una aspirante a investigadora le venga bien creer estupideces.

    – Te equivocás, nene. A la hora de estudiar la mente de un criminal, de interpretar sus motivos, nada se deja a un costado. Así que contame como es eso de que se mató a sí misma.

    – Y bien, que cuando se encontraron sus vidas...

    – ¿Como es eso de que se encontraron sus vidas?

    – En algún momento, hubo una alternativa, un tiempo alterno, dice ella, un error en el tiempo y como eso no puede suceder, nunca puede ser que una misma alma en dos cuerpos compartan el mismo tiempo, entonces una mató a la otra. Aquellos que lo saben entonces buscan la otra parte para eliminarla. Y no sé que más, porque cuando me lo estaba contando. me agarró un ataque de risa y ella se fue llorando ofendida.

    – Nene, creo que acabamos de encontrar una pista. Pasame el teléfono y la dirección de tu amiga.

    – Sólo tengo el teléfono, un celular. Ella cambia permanentemente de domicilio porque dice que la vienen a buscar. Sufre delirio de persecución.

    – Siempre hay un roto para un descosido. Así. Y si sólo es delirio de persecución, ¿Porque te asustaste? ¿Porque saliste corriendo? ¿Y quien te rompió la puerta en pedazos?

    – No sé explicarlo. De pronto me agarró miedo.

    – Y ahora, ¿no tenés miedo?

    – No, ahora estás conmigo.

    – A, claro, el nene miedoso, que se cubre debajo de la pollera de su media hermana mayor, eso suena casi incestuoso.

    – No. No me jodas. Vos tenés un arma.

    – Vos también tenés una.

    – Pero la tuya es una 9mm, como para matar elefantes.

    – Pero sabés una cosa, en Buenos Aires, salvo en el circo que vos debieras estar trabajando, no hay elefantes. El señor de las razones, no cree en otras vidas, pero cree en la magia de un arma policial.

    Alejandra lo supo. Esos mensajes irracionales eran la clave. Bien podrían ser percepciones o un complicado armado de escena. Lo que no sabía, pero se proponía averiguar, era que valor de riesgo tenían. Juan era algo loco, pero no lo suficiente como para romper en pedazos su propia puerta y ventana. Con la luz del día tendrían que reconstruir el resto de su relato, pero las coincidencias eran demasiado contundentes.

    Juan se pone pálido.

    – ¿Qué te pasa? - Le dice la hermana.

    – Ese olor...

    – ¿Olor? ¿Que olor? A cigarrillo, a medias sucias. ¿De cual de todos de los que salen de toda esta mugre estás hablando?

    – No. Vos no entendés... y yo menos... pero

    La oficial saca su arma y hace tres disparos en dirección del pasillo.





    F03



    Pero, ¿porque?.



    ¿Un escape de gas? Aprendiendo a Volar



    ¿Intrusos en el pasillo? ¿Hay alguien alli afuera?



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    Golpeando a las puertas del cielo.
    (Knockin' On Heavens Door)



    No tenía por donde escapar. La única oportunidad, si era que existía, era a través de la puerta de entrada. Se sentía acorralado como si estuviera rodeado por las llamas. Axl, desde la Rock&Pop, le recordaba lo que pronto haría. En un acto ingenuo se enredó en la cortina que hacía las veces de división de ambientes. Al menos no les vería la cara antes que le dispararan o algo por el estilo. Aunque no los podía ver, podía escuchar tres pares de pasos, tres cuerpos que lo buscaban. Le pareció muy torpe que no lo encontraran. Asomó un ojo para verlos.

    ¿Que hacían vestidos de esa manera? El calor era agobiante como para estar vestidos de sobretodos, anteojos y guantes negros. Tenían una especie de capucha que impedía que les viera los rostros. Marianita luego del susto inicial ya se había acomodado como siempre sobre la mesa. ¿Porque no les temía?

    Se pararon frente a él. Presintió la calma que les daba el triunfo y la superioridad numérica, como la patota que se ríe antes del ataque. Pero no se reían. Simplemente giraban las cabezas como si siguieran buscando. No soportó más la angustia y se descubrió para entregarse. Allí estaba, frente a ellos.

    Pero no hicieron nada. Juan dió un pequeño paso al frente, uno se hizo hacia un costado y caminó como yendo a buscar algo a la cocina. Entonces Juan dio otro paso hacia la puerta. ¿Que clase de juego era ese? Resolvió jugarlo y caminó despacio hacia la puerta, llegó a ella, salió al pasillo y la entornó. No pudo con la intriga y observó como seguían buscando algo. ¿Acaso no era a él a quien buscaban? ¿Tan pequeña cosa les habrá parecido su presencia? ¿Para que entraron, entonces, de manera tan violenta?

    Se acomodó la ropa. Buscó las llaves. Palpó su arma dentro de la riñonera. Se había olvidado el celular, pero no quiso abusar de su suerte. Buscó y constató que no tenía dinero, pero tenía su tarjeta de cajero automático. Bajó lentamente las escaleras, no quiso llamar la atención con el ruido del ascensor. Ante cada descanso miraba que no hubiera alguien más escondido en las sombras. ¿Porque ningún vecino se asomó ante tanto ruido a la medianoche?

    Sin embargo, pudo llegar sin novedades a la planta baja. Puso la llave, la giró, tiró del manijón de bronce y salió a la calle. Estuvo tentado de correr como la razón lo indicaba, pero eligió el paso lento, como quien camina disfrutando de un helado. Necesitaba la calma. Necesitaba respuestas. Pero, mas que nada, fundamentalmente, necesitaba ayuda.

    Pasó por un teléfono público y la llamó a Mariana. Ni sabía si aún vivía o si fuera una de sus bromas de psicótica.

    – Hola, Mariana.

    – Hola, Juan, ¿estás bien?

    – Yo sí, ¿y vos?... porque...

    – No digas nada, no des ningún dato, que nos están escuchando.

    – ¿Como? Yo te estoy llamando desde un público. Acaso tienen intervenido tu teléfono.

    – No les hace falta intervenir ningún teléfono para escucharnos.

    – Mariana... ¿Qué pasa?

    – Pasa que era hora que me prestaras atención.

    – Mariana, si esto es una broma, no hacía falta que me rompieran la puerta, ni me angustiaras con tus gritos, ni...

    – Juan... sos sordo y necio... yo sé todo lo que puede pasar, pero necesito que me creas, es la única forma de salir de este embrollo... necesitamos vernos...

    – Bien, ¿donde?...

    – ¿Confiás en mí?

    – No. Pero, lo único que te digo es que si me toca morir; si decidiste hacerme desaparecer, que sea sin dolor. Sabés que no le temo a la muerte, pero sí al dolor.

    – Si dejaras de hablar estupideces y pensar que los demás también lo hacen, estaríamos mucho mejor.

    – Bueno. Dale, decime donde.

    – No te puedo decir donde, ya te dije que nos escuchan. Recordá el último poema que te dejé.

    – Ese poema ya no está.

    – Ya lo sé. Yo misma lo saqué ante tu indiferencia, pero quizá lo recuerdes.

    – Sí, que lo recuerdo.

    – Bueno entonces allí te veo.

    – ¿Cómo que allí te veo? El poema no habla de ningún lugar.

    – Allí te veo, adios.

    Juan se quedó sin habla. Volvió a marcar.

    – Hola, Mariana...

    – Allí te veo, Juan...

    – ¿Donde?, Mariana, ¿donde?. - Gritó, Juan, sin respuesta.

    La señora de anacrónicos ruleros y una caniche blanca entre sus brazos, que aprovechaba el bochorno de la noche para llamar a una hija, le sonrió con complicidad. Confundió los gritos con una pelea de enamorados.

    Juan entró a un cajero automático, sacó unos pocos pesos. Buscó un bar abierto; uno de los pocos que perduraban en la vieja costumbre porteña de trabajar las 24 horas. Pidió un café. Volvió a garabatear el poema que cada minuto le parecía más incomprensible. Sin embargo, perdido por perdido, trató de ensayar respuestas.

    ¿Dónde? Sabia por cierto que tenía que ser un lugar conocido por ambos, donde ambos hubieran estado juntos.





    ¿Pero hacia donde?

    F04



    ¿Que ventana lleva a una familiar luz titilante? Cualquier color que te guste

    ¿Dónde los locos juegan con lunas y melones? Balada para un loco



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    Cualquier color que te guste
    (Any colour you like)



    Juan, recordó haber estado con Mariana en el shopping de El Abasto. Era como entrar, por una puerta, a una ciudad yanqui. Pasillos, escaleras mecánicas que conducían a los distintos niveles, patios de comidas, ropa de marca para los adolescentes burgueses. Un micropais de espaldas a la realidad de todos los días. Esas noches de fiesta y de compras navideñas permanecía abierto a toda hora.

    En un rincón, frente al gran ventanal de entrada, un gigantesco árbol de navidad con sus luces titilantes. A eso, sin dudas, se debería estar refiriendo el poema. ¿Que otra ventana que lo llevara a una familiar luz titilante?

    Debajo del árbol, una congregación de ancianos hablaban de temas intrascendentes. Estaban allí al amparo del aire acondicionado. Se sentó en un banco con la esperanza de mimetizarse con el grupo. Los guardias de seguridad no dejaban de observarlo. Para ocultar su presencia, aunque más no fuera un poco, simuló compartir la charla. Mariana, pensó, no tardaría en llegar.

    – ¿Se acuerda del juramento de Scarlett O’Hara? - Le preguntó una anciana de furioso teñido pelirrojo.

    Juan no pudo contestar, se le vino una ridícula pregunta a la cabeza ¿Sería así la novia de Roger Rabbit de vieja?

    – Perdón, no le entiendo. - Le contestó Juan como si un turista japonés le hubiera pedido donde quedaba el Museo Quinquela Martín.

    – Scarlett, señor, el personaje que interpretó Vivien Leigh en “Lo que el viento se llevó”...

    – Este,sí, claro, ¿como no me voy a acordar? - Le mintió Juan con su habitual naturalidad.

    – Esto es lo mismo.

    – ¿Porque le parece que es lo mismo? - Le preguntó Juan, en un intento de saber de que estaba hablando la arteroesclerósica mujer, para integrarse al grupo y tratar de seguir pasando desapercibido.

    – Porque ese es un juramento que todos debieran hacer. - Le contestó la mujer, que bebía una gaseosa de un enorme vaso de papel.

    – Sí, sin duda. - Le siguió la corriente, casi en un ataque de caspa aguda.

    – Usted no sabe nada. - Terció otro anciano, que sostenía su mentón con un viejo bastón, casi sin moverse, tal como si estuviera meditando su movida de ajedrez. Articulando apenas su maxilar inferior.

    – ¿Quien yo? - Se defendió Juan, en la certeza de haber sido descubierto.

    – No, usted no. La señora... - Pontificó el anciano.

    – ¿Como que yo? Yo estoy bien segura. Vi mas de 20 veces esa película.

    – Yo no le digo que no haya visto la película. Lo que digo, es que es fácil hacer juramentos así cuando se vive del trabajo ajeno, era una esclavista sureña.

    – No me venga con esas tonterías. Scarlett era una visionaria y tenía un gran amor propio.

    – Bah, visionaria. Visionarios eran Julio Verne, Wells, Orwell y sin ir más lejos, Carlitos Chaplin.

    – ¿Que tiene de visionario ese payaso comunista?

    – ¿A cual ser refiere?, porque más de uno lo era. A usted, joven, ¿no le parece? Escribir la historia después que los hechos pasaron, es fácil, cualquier ignorante lo sabe. Pero describir lo que vendrá, eso sí que es imaginación.

    Juan, por fin, prestó atención. Después de todo estaba allí y Mariana no aparecía.

    – Ah sí, y dígame, ¿Cómo se puede saber el futuro? - Le preguntó Juan, con un poco de malicia.

    – Y vea, joven. No hay una única forma y casi nunca son las mismas personas. Existen por supuesto las que tienen, o dicen que tienen, lo cual no es lo mismo, el don de predecir el futuro. Otros usan herramientas que algún otro les dejó en el pasado. Les tengo un gran respeto. Pero no es de ellos a quienes me refiero. Sino a aquellos que simplemente observan al mundo y lo proyectan.

    – Una fantasía.

    – No, señor, no es fantasía. Fantasía son las cuatro tortugas que sostienen al mundo. Fantasía las serpientes marinas que devoran las naves. Pero, ¿Cuando el hombre pudo estar seguro de que eran fantasías, sino recién cuando Sebastián Elcano llegó nuevamente a España? Los visionarios son distintos. Son esos que observan el presente y saben que algo, tarde o temprano sucederá. ¿Que sabía Verne de propulsión a cohete? Nada. Pero sabía que el hombre viajaría por el espacio.

    – Bueno, eran hombres que conocían los avances científicos de su tiempo y podían sacar las conclusiones de lo que vendría.

    – Pamplinas. ¿Quien en 1880, en plena Belle Epoque, pudo siquiera prever remotamente, la guerra del 14? No es suficiente saber de ciencia. Hay que tener una vibración con el planeta y con el tiempo.

    – Bueno, supongo que sí.

    – A ver, supongamos, usted. ¿Que hace acá?

    – Yo... este... espero a una persona..

    – No, joven. Me refiero a que vino usted a este mundo.

    – La verdad, no lo sé.

    – Vio. Esa es la diferencia de los grandes con nosotros. Nosotros vamos para allá porque nos parece que hay que ir para allá, o lo que es peor, creemos que hacemos el camino. En cambio, esos hombres van hacia donde hay que ir, es decir hacia donde el espacio-tiempo los lleva. Pero es difícil para nosotros comprenderlo, porque estamos ciegos y mudos a esos devenires. Pero, le voy contar algo. Supongo que su padre habrá tenido otras mujeres aparte de la que lo dio a luz, no digo que sea correcto o incorrecto, sino que digo que es lo normal.

    – Sí, mi padre... bah... que mujer no ha tenido mi padre...

    – O sea, que si su padre, esa noche de fertilidad materna, no acaecía en ella, usted no estaría acá. Y quizá yo ahora estuviera hablando con otra persona.

    – Bueno, sí, digo, si no era esa noche sería otra.

    – No, se equivoca, hijo. Por varias razones. O bien porque su madre ya haya desprendido otro óvulo, o porque haya sido otro espermatozoide el que lo haya fecundado, incluso aunque fueran los mismos, cosa harto difícil, el universo mismo ya habría cambiado, entonces usted ya no sería usted.

    – Sí, y no estaría esperando a nadie.

    – Es probable. Sin embargo, el universo es mucho más rico y complicado de lo que el más sabio cree. Posiblemente miles de otros usted estén vagando por realidades alternas.

    – ¿Cómo dijo? - Lo cortó secamente Juan con una cara de sorpresa.

    – Dije, que otros yo de usted, deben de estar pululando el universo en busca de su destino. Quizá en otra realidad usted en este momento ya esté muerto o charlando con un familiar o tomando una copa con una joven más interesante que un viejo.

    – Sí, sin duda. - Interrumpió la anciana pelirroja - Sin duda podría estar escuchando cosas coherentes y no las sandeces suyas.

    – No son sandeces. - Contestó exasperado el viejo, levantando su bastón como un báculo, con la intención de amonestarla.

    – La única realidad es esta que tenemos. Tan única como el beso de Scarlett y Rhett.

    – Esta mujer no sabe nada. Ese beso habrá sido filmado cientos de veces y pudimos haber tenido cientos de películas distintas. Por eso admiro las capacidades de mis bisnietos, que crean millones de alternativas distintas, millones de películas distintas en sus videojuegos y....

    – Bueno chicos, vamos, los han venido a buscar, se terminó el recreo. - Grita uno de los guardias de seguridad desde la puerta.

    – Bueno. - Dice el viejo del bastón mientras se incorpora. – Piénselo, quizá no es lo mismo salir por una puerta que otra aunque sus cristales muestren la misma calle. Parecen iguales pero una abre hacia la izquierda y otra hacia la derecha, una conduce hacia la vida y la otra a la muerte.

    Juan los ve alejar. Mientras el guardia le hace un guiño. Juan se acerca con intriga para saber quienes eran, y así se lo pregunta al hombre.

    – Son del geriátrico. Algunos como el viejo que hablaba con usted, tienen demencia senil. Pero de las veces que lo han traído nunca hemos tenido problemas. En estos días como permanecemos abierto las 24hs los dejan un rato para que se distraigan con la gente.

    – O que la gente se distraiga con ellos, no digo, mejor dicho, la palabra distraer no es la más adecuada.

    Juan se sentó y sorbió el resto de gaseosa que la anciana había dejado. Volvió a mirar el gran árbol. Detrás un gran reloj marcaba las tres de la mañana. Los ojos le lloraban en un bostezo tras otro. Pero la calma se interrumpió abruptamente. Gritos, disparos y vidrios rotos.

    No quiso pensar si era a él a quien buscaban o no. apostó a que sí. Ignoró a los guardias que le hacían señales de que se tirara al suelo. Empujó la puerta izquierda tratando de ganar la calle. De pronto estaba en medio de un gran intercambio de disparos entre dos patrulleros y dos circunstanciales asaltantes del shoping. Una bala perdida le dio en medio del pecho. Los asaltantes fueron rápidamente reducidos pero la dueña del arma, la oficial Benetti, se desesperaba por socorrerlo.

    – González, carajo, ayudame. Nunca le disparé a nadie y justo le vengo a dar a la última persona que hubiera querido dañar en este mundo. Juan, carajo, ¿que hacías aquí?

    – Hola, hermanita. Son las cosas del destino viste. Creo que te tendría que haber encontrado en otro lugar. Vaya uno a saber.

    Las lagrimas de Alejandra, su única familia, contrastaban con el frío titilar del patrullero. Juan le hizo una mueca de sonrisa. Y murió.





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    Aprendiendo a volar
    (Learning to fly)



    Alejandra, de pronto también, había percibido el nauseabundo olor del azufre del gas. Le disparó a la alarma, que comenzó a ulular.

    – Abrí las ventanas. Cerrá la llave del gas.

    – Sí, claro. Después de semejantes disparos. Hubiéramos salido volando todos – Contesta Juan.

    – Los disparos son para alertar a los vecinos. ¿Donde se metieron los peritos?

    Los vecinos comienzan a salir, tal como estaban vestidos. Preguntando que pasa.

    – Prevención, sólo prevención. Hay a un escape de gas. Vayan bajando en orden. Vayan alertando. Mejor alterar la paz que lamentar víctimas.

    Los vecinos hacen inmediato caso ante la gorra, corbata, camisa celeste y chapa de Alejandra.

    La intuición no le había fallado. Desde el departamento al fondo del pasillo, se siente una fuerte explosión, que derriba la puerta y hace añicos los vidrios de todo el piso. Si el razonamiento era correcto la alarma, puesta por fuera de las paredes, debería cortar el suministro de gas en forma inmediata. Si estaba errada, tendrían pirotecnia antes de navidad. Algunos moradores entraron en pánico, varios rodaron por las escaleras ante la huída despavorida. Pero dado que el fuego parecía no propagarse, más aún, no veía fuego alguno, se animó a acercarse e ingresar al departamento del siniestro.

    El departamento estaba vacío, buscó las llave de paso del baño y la cocina, cerradas. Vio un termotanque clandestino en el balcón, pero también tenía la llave cerrada. Pero mucho mejor observó que los vidrios del departamento estaban intactos. En el curso de incendios le habían enseñado cosas tan evidentes que si una puerta se hace añicos hacia afuera los vidrios internos también. Buscó todo aquello que pudiera sufrir la onda expansiva de la explosión y no encontró nada. Era como si lo único que hubiera estallado era la puerta, de adentro hacia afuera. Evidentemente, respiró algo aliviada, la locura de su hermano, había sido contagiada al edificio. Se aprestó a salir, para colaborar con la evacuación. Aunque quizá la tuviera que suspender. No mejor dejar eso a los especialistas. Mejor esperar a los bomberos.

    Al salir algo andaba mal. Demasiado silencio, demasiada calma. No había evidencia del desorden lógico de una evacuación. Entró nuevamente al departamento de Juan. Vacío. Llamó al ascensor pero no respondió. El suministro eléctrico aún no había sido interrumpido. Comenzó a bajar las escaleras, cuando advirtió las cintas amarillas de vallado de la policía. No se explicaba porque habrían comenzado a trabajar sin su consentimiento. Aunque, después de todo, no fuera importante, haría sentir su queja, alguien había puenteado su autoridad.

    En el piso 7º una reja con candado le impedía el paso. Volvió a insistir con el ascensor. No tuvo respuesta. Comenzó a gritar.

    – Ascensor, puerta.

    Nadie que le contestara. Decidió volar el candado de un balazo. Gatilló, pero no salió el disparo. No recordaba haber usado más que tres balas de ese cargador. Lo quitó y efectivamente estaba vacío. Llevó su mano al cinturón para buscar un repuesto pero advirtió que ambos también estaban vacíos. El bromista vomitaría tinta en cuanto lo descubriera.

    Necesitaba una barreta. Subiría a los pisos superiores para buscar algo por el estilo. Todas las puertas estaban abiertas. Todos los departamentos estaban vacíos. Volvió al departamento de Juan, también vacío. ¿Cómo vacío? ¿En que momento? Quiso salir al balcón pero la bisagra no cedió. Le pegó un tacazo con su borceguí al centro del vidrio, pero este no cedió. Repitió la operación, nuevo fracaso. Le arrojó el arma con fuerza y tampoco tuvo éxito. Recordó la ventana del baño que Juan le había mostrado. Entró pero la ventana estaba allí.

    Sintió un ruido metálico en el pasillo. Al asomarse vio que alguien bajaba.

    – He, usted, espere.

    No solo no la escuchó. Sino que ponía candado a la reja del piso 14, mientras ella le gritaba. Volvió a gritarle.

    – Oiga, usted.

    El extraño, sin atender a su interpelación, giró lentamente su cuerpo y comenzó a descender despacio los escalones. Por primera vez en su vida, Alejandra, sintió pánico. Algo, que no entendía, estaba sucediendo.

    Retomó la calma. Sin duda ya advertirían su falta y vendrían a rescatarla. Miró su reloj, se había detenido, le dio cuerda, pero el segundero se negaba a marchar. No tenía claro que hora podría ser, pero seguro, pronto amanecería. Volvió al departamento de Juan. Abrió la heladera para buscar algo fresco. Ni una cerveza. Tampoco señal que funcionara. Buscó un vaso, mientras se quitaba la camisa, no soportaba tanto calor, no encontró ninguno. Apoyó la camisa en la única silla que habían dejado. Abrió la canilla de la pileta del baño para refrescarse la cara y beber, pero no salió agua. El único grifo que funcionaba era el de la ducha. Aunque no tuviera toalla para secarse, pensó que no estaría mal un baño. Cerró la puerta del baño. Aunque pensó que si alguien se apersonara sentiría un gran alivio. Se desnudó para disfrutar del baño. Desde pequeña cuando jugaban con papá y mamá, nunca le había parecido más deliciosa el agua.

    Sintió como la puerta se abría. Se secó los ojos y miró hacia ella. Dos mujeres, una rubia y otra morocha, increíblemente bellas, la miraban entreteniéndose en su cuerpo y sonriéndole.

    Tenía mas cosas que preguntar pero sólo se le ocurrió:

    – Ustedes no serán...

    – No, hermosa, vamos que te esperan – Dijo la rubia mientras le alcanzaba una bata hermosamente azul.

    Se sintió aliviada. Por fin saldría de allí.

    Fueron bajando lentamente los escalones. Las mujeres no respondían a ninguno de sus comentarios.

    – ¿Cómo está la gente? ¿Llegaron los bomberos? Porque me dejaron encerrada, saben...

    Ellas sólo le sonreían. Al llegar a la planta baja, la que le había alcanzado la bata, le dijo con voz muy suave.

    – No te distraigas en lo que veas. Sólo caminá junto a nosotras.

    Al salir a la calle. Dos patrulleros y una ambulancia. En el piso dos cuerpos cubiertos por una sábana.

    – Esperen – les dijo - ¿que pasó? ¿Quienes son?

    – No te va a gustar saberlo, pero te dejaremos, sólo un momento. - Le dijo la rubia.

    La otra levanta la sábana del primer cuerpo.

    – Juan, hermanito. - Gritó angustiada, sin que nadie se volteara.

    – Se suicidó al ver el otro cuerpo. Sintió culpa. - Le dijo la morocha.

    Luego la rubia levanta la sábana del otro cuerpo.

    – ¡Dios mío!, ¡Dios mío!... soy yo.

    – Moriste asfixiada por el escape de gas. Bueno, vamos, que te esperan.





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    Balada para un loco


    Juan comenzó a vagar sin rumbo. Entre el calor y el sueño, las piernas le parecían bolsas de arena.

    De pronto recordó un paseo que había tenido con Mariana, no hacía mucho, donde ella se puso a cantar, bajo la lluvia, en medio de la Avenida Callao, “Balada para un loco”. Eso era.. Allí donde rueda la luna. Allí donde un loco con medio melón en la cabeza, te saluda. Recordar, a la fuerza, el gusto de Mariana por Piazzolla.

    Pero Callao es larga. Comienza, con un cambio de nombre, en el Congreso Nacional y termina en la Avenida Del Libertador, casi mirando a la Facultad de Derecho ¿Donde nace la ley? ¿Donde están los ángeles que proyectan nuestras inocencias?

    ¿“De los angelitos”? No, ¿o sí?. El viejo bar está sobre la Avenida Corrientes, cierto no muy lejos de Callao, pero, ¿que tendría de inocente?. Llegó hasta la Plaza de los Congresos. Se paró casi junto al señalador municipal que marca el cero de la avenida y la comenzó a caminar, sin dejar cartel, marquesina o publicidad sin leer. Encendió otro cigarrillo. Apestaba de sudor. Le dolían los tobillos. Pero siguió caminando. De todos modos no tenía donde volver para dormir... o morir.

    Llegó a la esquina con la Avenida Corrientes. Se paró, buscando la marquesina del café con su elegante dibujo de Carlos Gardel en traje de etiqueta. Varias cuadras. Sabía que, sin embargo, no era lo que finalmente buscaba, sino una librería o algo por el estilo, bien cerca de él, alguna de las decenas de librerías que pululaban a lo largo de las 8 cuadras entre Callao y el Obelisco. Todas, sin excepción, cerradas a esa hora de la madrugada. Pero, hacia allí iba.

    A los pocos metros, sin embargo, alguien le chista. Mariana que lo miraba con cara de furia.

    – ¡Mariana!

    – ¡Juan!... ¿se puede saber adonde vas?

    – Buscaba el café “De los Angelitos”.

    – ¿Para que?

    – Es que el poema habla de ángeles y lo único que me vino a la mente es...

    – Vení; crucemos...

    – ¿Adonde vamos?

    – A la vereda de enfrente...

    – ¿Para que?

    – Vos, vení y no hagas más preguntas estúpidas...

    Se paran en la valla de enfrente, junto al semáforo, que corta el tránsito, a unos 20 metros de la esquina.

    – Mirá para enfrente, - le dice Mariana - ¿que hay a 10 metros a la izquierda de donde estábamos parados?

    – El cine Los An-ge-les... bueno, che, ángeles, angelitos, no hay mucha diferencia...

    – ¿A que se dedica este cine? Digo, porque en una de esas yo estoy equivocada..

    – Exclusivamente a películas de Disney... ha... ya caigo, claro, acá proyectan inocencias... bueno, che... que... ¿tengo que pensar en todo? A ver si alguno se habría avivado.

    – No, Juan, estuvimos aquí hace apenas una semana, bajo la lluvia...

    – ¿Una semana? Me parecía mucho más.

    – Bueno, vámonos de acá.

    – ¿Adonde?

    – A tu departamento.

    – Vos estás loca. ¿Que a mi departamento? Yo no vuelvo a mi departamento ni loco, ni muerto.

    – No te quepa duda que si seguimos discutiendo acá, uno, otro o los dos vamos a quedar con la sangre escurriéndose por la alcantarilla. Y cuando regresemos vas poder poner tu lógica y tu cordura más a prueba. Ya lo vas a ver.

    Mariana tenía una mirada celeste, su pelo rubio siempre atado en cola de caballo, gustaba de las polleras largas que disimulaban su figura, apenas obesa. No dejaba de comerse las uñas, cosa que los últimos tiempos le hacía hasta sangrar los dedos. Según ella era mejor que fumarse los tres atados de cigarrillos diarios de antes. Por eso lo recriminaba a Juan que lo hiciera delante de ella.

    – Apagá ese cigarrillo.

    – Es el último que me queda.

    – El último o el primero, apagalo ya, que me altera.

    – ¿Y que no te altera a vos? - Le refunfuño Juan, mientras lo pisaba con la punta del pié derecho.

    Juan pensó nuevamente en las 40 cuadras que los separaban del departamento.

    – Tomemos un taxi.

    – No. Los taxi tienen radio.

    – ¿Que fobia nueva es esa de la radio?

    – Juan, no me alteres, debemos evitar las radios.

    – ¿Y ahora porqué?

    – Simplemente lo sé.

    – ¿Y por una sabiduría, tuya tengo que seguir sufriendo las ampollas de mi pie?

    – Gracias a mis percepciones y mis sueños vos estás vivo.

    – ¿Cómo puedo estar seguro de que estoy vivo gracias a tus sueños?

    – Juan, cortala, no es a mí, es a vos a quien buscan.

    – Así, ¿que delito cometí?

    – Haber nacido.

    – A claro, eso me decía mi vieja cuando le sacaba canas verdes.

    – No seas irónico. Por haber nacido vos, ellos están muertos.

    – Claro, mirá vos. A Hitler le decían lo mismo.

    – No, no sos Hitler, no sos asesino, pero sos el responsable de sus muertes.

    – Así que yo, ¿y vos que violín tocás en esta orquesta?. Ya estoy cansado de esta película.

    – Bueno, entonces, voy a hacer silencio y no te voy a hablar más hasta que me lo pidas por favor. Te vas a arrodillar. Eso te lo aseguro.

    Mariana, efectivamente, se callo la boca y caminó junto a Juan que la miraba, un tanto arrepentido. No era que no quisiera saber lo que ella contaba, sino que a cada paso ella le daba cada vez peores versiones de sus pesadillas, en las que siempre estaba él. Por eso comenzó una andanada de comentarios sin respuestas.

    – ¿Porque al departamento? Pueden estar esperándonos... seguro que ya está lleno de policías... los vecinos la tuvieron que haberla llamado... ya habrán descubierto los destrozos... semejante batahola a la medianoche... bien... esta bien... me callo...

    Llegaron al edificio. Juan abrió sin inconvenientes. Llamó al ascensor. Subieron. Al llegar al piso 14, Juan no se atrevía a abrir la puerta del ascensor. Mariana sólo lo miraba. Juan respiró profundo y salió primero, fue hasta la puerta. Volvió hasta el ascensor, donde Mariana lo esperaba, apoyando los codos en la barra del espejo, con una irónica sonrisa de burla. Le saca la lengua como una nena caprichosa y camina pausadamente.

    – ¿Me podrías explicar esto? - Le pregunta Juan mientras observa la puerta intacta.

    Mariana cruzó delante de la mirada atónita de Juan con un hálito de triunfo. Juan cerró la puerta, a la que no dejaba de inspeccionar, pasando repetidamente su palma sobre su superficie. Mariana comenzó a desvestirse pausadamente, mientras caminaba al baño. Juan se mordía los nudillos. Mariana abrió la canilla de la bañera con una calma que lo exasperaba. Se sumergió en el agua fresca. El seguía haciendo preguntas, a las que ella respondía con el gesto de ponerse los índices en los oídos, sin preocuparse por el paso de los minutos. El se paró delante de ella, esperando respuestas, pero ella sin dejar de silbar una melodía sólo conocida por ambos, comenzó a aflojarle el cinturón. Finalmente, Juan se dio por vencido y se entregó al juego, sin más palabras.

    Despertarse a media mañana, en una bañera no es mala idea, teniendo en cuenta el calor de diciembre, pero Juan no podía incorporarse. Le dolían las rodillas y Mariana mimoseaba, dormida, flotando de espaldas sobre su pecho. Si la memoria no le fallaba, era la primera vez que ella no lo despertaba por una de sus pesadillas. O quizá se hubiera vuelto muda de verdad.

    Por fin, Mariana, se dignó a despertarse. Se desperezó, quizá, supuso Juan, como hacen las sirenas, pegando coletazos y golpeando con su cabello mojado la cara de su amante. No pudo refrenarse el pisarlo maliciosamente, a lo que Juan respondió como cualquier hombre cuando recibe una “agresión” de esa naturaleza. Doblándose sobre mismo.

    Sin secarse, ni vestirse, (salvo claro sus lentes que no dejaba, literalmente, ni para bañarse), dejando espejos de agua por todo el departamento, Mariana acometió la silenciosa tarea de preparar el desayuno, cosa no sencilla dado la montaña de platos sucios y hediondos. Juan quería ayudarla, a lo que ella le respondía con furiosos codazos, que hacían bambolear, casi imperceptiblemente, sus blancos y pequeños pechos.

    Juan fue hasta la habitación buscando algo con que vestirse. Cuando finalmente encontró algo, Mariana, sin mediar palabra, se lo quitó, furiosa, de la mano y lo arrojó contra la pared. Juan pensó que algo comenzaba a ser normal. No recordaba haberse podido vestir, alguna vez, en su presencia. Pero su silencio le aturdía los tímpanos.

    Finalmente no soportó más.

    – Mariana, ¿me podés decir que pasa?

    Ella no le respondió y ensayo un gesto con el hombro de divertido desprecio.

    – Bueno, esta bien... perdoname... - Volvió a decirle Juan.

    Ella lo miró por encima de los marcos de sus lentes, estiró su brazo derecho, interponiendo su mano entre la línea de sus rostros. Primero le dijo que no, moviendo su índice como un limpiaparabrisas y luego alzó su palma como director de orquesta que exige más ímpetu.

    – Mariana...

    Ella le da la espalda, cruza los brazos y comienza a golpear su talón izquierdo como una nena esperando su juguete. Juan cruza aparatosamente sus manos, implorando al cielo para entender que era lo que se proponía, hasta que, mirándoselas, creyó recordar. Se inclina y camina sobre sus rodillas hasta ponerse frente a ella, con sus palmas en ojiva. Para culminar el rito, ella se señala el ombligo. Y Juan le da un sonoro beso.

    – Mariana, ¿podemos hablar?

    – Viste - le responde ella - no hay que menospreciar el poder de una mujer. Muchas veces, decimos más con nuestros silencios que con nuestras palabras. Somos el vehículo de la serpiente, no te olvides.

    – Esta bien, señora, esta bien...

    – Señora, las pelotas... seré 15 años mayor que vos... pero...

    – ¿Pero que; Mariana?

    – Voy a ser la madre de tu hija.

    – Así, no me digas... ¿también soñaste eso?

    – Sí. Por eso es que te necesito vivo. Quiero que al menos la veas nacer.

    – ¿Cómo que al menos la vea nacer? ¿Y desde cuando se supone que estás embarazada?

    – Humm... digamos... desde hace cuatro horas...

    – Así, ¿y ya sabés que será nena? Mariana, no te burles más de mí. ¿De donde sacás todas esas cosas?

    – Tenés razón, no estoy totalmente segura que sea nena.

    – ¿Y de que estás embarazada de cuatro horas?

    – Toda mujer sabe en que momento queda embarazada. Sólo que la mayoría decide ignorarlo. Al menos hasta que los síntomas son evidentes. Yo, en cambio, ya hice que le des su primer beso.

    – Esta bien, Mariana, digo, no quiero, profanar un momento tan sagrado, ¿pero me podrías explicar que es todo esto?, ¿que está pasando?, ¿a que se debió mi delirio?

    – No tuviste ningún delirio. Ni ninguna pesadilla. Lo que fue real...

    – A claro, la puerta se arregló sola.

    – En algún lugar, esa puerta sigue rota.

    – ¿Donde? Esa puerta tiene 80 años. Antes de estar acá, disfrutó de las delicias de un bosque de roble. No te rías, explicame.

    – Sos vos el que interrumpís. Es una lucha permanente hacerle entender las cosas más sencillas a un incrédulo como vos.

    – Ah, claro, cosas sencillas, unos matones disfrazados de marcianos entran a mi casa...

    – No, eran matones ni marcianos, son muertos, o quizá no muertos aún...

    – Ah, si, ¡aleluya hermano!, la hora ha llegado, los muertos salen de sus tumbas... Mariana, estoy al borde de un ataque... explicame, no me vendas cuentos de hadas... ni de vampiros...

    – Si me dejás, te puedo explicar... pero parece que estás muy negado hoy...

    – Esa historia es tan ridícula como esa en la que decís que te mataste a vos misma...

    – No es ninguna historia ridícula... yo estoy pagando por ese hecho... por eso pasé 10 años buscándote, calle por calle, casa por casa, habitación por habitación de esta bendita ciudad... sos mi justificación, y no voy a dejar escaparte a través de tus miedos...

    Juan preso de una furia inexplicable la toma de las axilas y la levanta en vilo, pero lo piensa mejor y decide escuchar.

    – Supongamos – le dice Mariana – que Hitler no hubiera existido, o que Lenin no hubiera sufrido apoplejía o Lee Harvey Oswald no hubiera acertado su primer disparo...

    – Sí. Si Hitler, hubiera muerto en la cárcel; si Lenin hubiera hecho ajusticiar a Stalin; si Oswald, se hubiera escapado con la plata... puras especulaciones, otro lo hubiera hecho, en otro momento, en otras circunstancias... el mundo no hubiera cambiado demasiado...

    – Pero hubiera sido diferente. Ahora suponé. Que por un error, una victima del holocausto lo hubiera presentido mucho antes que las cosas sucedan. ¿Que suponés que hubiera hecho?

    – Salir rajando, hubiera huido... que se yo.

    – Pero el huir no sería suficiente para salvar a toda su familia... entonces debe matarlo antes que tome el poder...

    – ¿Como va a matarlo antes que tome el poder?, si no hubo poder, no hubo holocausto...

    – No entendés, ese alguien sabe lo que “puede llegar a suceder” mucho antes de que suceda... entonces prefiere ser un vil asesino... que una futura víctima...

    – A vos te gusta rescribir la historia... pero la historia ya fue...

    – Tenés razón. Bueno, entonces, supongamos algo menos trascendente. Suponé que vos vas por una ruta, con tu coche, borracho, y de pronto un micro cargado de turistas, por evitar chocar con vos, en la maniobra, cae por un barranco... unos mueren, otros se salvan y otros, ni una cosa ni la otra. Pero vos, como seguís borracho no te das cuenta de nada...

    – Primero. Si yo estuviera borracho, ¿como podría ser culpable? Segundo, ¿que significa no estar ni muerto ni vivo?

    – Lo primero es sólo una escala de valores. En algunas culturas serías abominable por el sólo hecho de tomar alcohol. Lo segundo, puede significar que esos, que aún no estaban destinados a morir, buscarían la forma de evitarlo.

    – Así que yo, que ni siquiera tengo un auto...

    – No, tonto, esa historia es sólo una creación mía. Lo único que sé es que alguien te busca desde hace décadas.

    – Sí, seguro, alguien que atropellé con mi avión en la calesita... pero, entonces, porque suponés que anoche me encontraron y no me hicieron nada.

    – Porque no te vieron..

    – ¿Cómo que no me vieron?

    – Eso es algo que tendremos que respondernos... por el momento creo que lo que harán es tratar modificar el tiempo, el destino, para evitar caer en un universo alterno que no les favorece.

    – Claro todos podemos hacer eso. Podríamos, por ejemplo, romperle la cabeza al futuro amante de nuestras esposas, mientras jugamos a las escondidas... o evitar estar en un edificio que va a incendiarse comprando las tierras donde lo van a construir... Mariana, eso no tiene lógica...

    – La puerta, Juan, la puerta. ¿Cómo lo explica tu lógica?

    – Que yo en lugar de tomarme una cerveza me tomé medio litro de un alucinógeno. Que yo tuve un ataque psicótico, producto de mi enfermizo delirio de persecución.

    – Ajá, o sea, que eso es una explicación lógica.

    – Bueno eso, al menos, haría que me encierren en una cárcel o en un manicomio y asunto terminado.

    – Juan no tientes al destino. No invoques que se te puede convertir en realidad.

    – Como a vos.

    – No. No como yo. Yo prefiero ser tomada por loca sabiendo que no lo estoy. De todos modos no ando por la calle contando mis visiones. El único que las sabe sos vos. Es decir, sólo soy una loca para vos. Para el resto apenas una persona un poco rara. Si no implica peligro no hay encierro. Desde que he vuelto a nacer no he matado ni acometido violencia alguna. Si supieras la cosas que uno hace cuando sabe como son la cosas en realidad.

    – Y bien, ¿que hacemos ahora? – dice Juan, con el control remoto en la mano.

    – Juan, no enciendas el televisor.





    ¿Que hace Juan?

    Juan no enciende el televisor Escalera al cielo

    Juan enciende el televisor ¿Quieres saber un secreto?



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    F07




    ¿Quieres saber un secreto?
    (Do you want to know a secret?)



    – Apagá ese televisor inmediatamente – Grita Mariana

    Juan exasperado por la orden le grita.

    – ¿Porque?

    – Porque te van a detectar, nos van a descubrir... Grita, Mariana, mientras trata de alcanzar el control.

    – Esto es un control, no un teléfono intervenido.

    – Vos no querés entender, entonces yo te lo voy a hacer entender.

    Mariana toma una silla y detroza la pantalla del televisor.

    – Loca de mierda, ¿que hiciste? - Grita Juan mientras se arroja en una silla y se toma la cabeza.

    Mariana recobra la calma. Aprovecha el momento de confusión de Juan, le quita el control de la mano y le saca las pilas.

    – Bien. Esperemos que eso sea suficiente. Pero mejor cambiémonos, no sea cosa que debamos huir de improviso.

    – Sí, mejor, andate... no había terminado de pagar ese aparato.

    – Lo siento, pero vos no podés usar ninguno de estos aparatos. Es como lanzar bengalas para declarar tu posición.

    – ¿Te vas? – Le dijo Juan con enojo, pero sin odio, mientras buscaba una escoba para, al menos, recoger los vidrios.

    – Dejá esa escoba, te dije, tenemos que salir de aquí.

    – ¿Cómo salir de aquí? ¿No era que aquí estaríamos seguros? Contestó Juan, sin dejar de barrer vidrios, puchos, tickets de supermercado, marquillas de cigarillos y cuanta cosa se había juntado en tres días de desorden.

    – Eso era antes de que se te ocurriera encender es maldito televisor.

    – Todos los días está encendido...

    – Eso era antes de que me encontraran...

    – ¿Quienes, Mariana, quienes?

    – Mientras sigas haciendo preguntas sin sentido...

    – Tus palabras son las que no tienen sentido...

    – Mientras vos seguís hablando y haciendo lo que tendrías que haber hecho antes...

    – Mariana, hagamos una cosa... vos ahora te vas... yo me quedo... y mañana, mas tranquilos lo hablamos...

    – No pienso irme de acá, sin el padre de mi hija, para luego volver y no encontrarlo nunca más...

    – Ma sí... esta bien... – Dijo Juan mientras arrojaba la escoba a un costado – vamos.

    – Eso está mejor. Necesitamos dos cosas, primero buscar evidencias de lo que está pasando y segundo buscar ayuda.

    Juan finalmente terminó de vestirse. Por primera vez en varios días parecía una persona. Cerraron el departamento y comenzaron a bajar tranquilamente las escaleras. Mientras él pavoneaba su aparente despreocupación, Mariana, se debatía a si misma, que hacer y donde ir. De pronto decide algo.

    – Vamos al banco.

    – ¿Al banco? No hace falta, podemos pasar por un cajero...

    – No. No podemos pasar por casa. Pero debo ver mis dibujos y poemas. Tengo una copia en una caja de seguridad.

    – Que, ¿te hace falta ir a un banco para recordar tus poemas?

    – Nene burgués, casi nunca un artista recuerda lo que realiza en estado de éxtasis. La mayoría son obras que apenas realicé, hice dos copias y guardé en lugares distintos, sin mayor consecuencia. Pero ahora creo que algo hay. Creí recordar un dibujo mientras barrías los vidrios.

    Mientras Mariana desciende a la bóveda. Juan espera, primero pacientemente, pero luego, para hacer correr los minutos, se acerca al televisor, que distrae, justamente, las esperas del público.

    – En cinco minutos Mariana regresa con una carpeta bajo el brazo. El tiempo justo para que los enormes cristales del banco revienten cayendo como granizo en todas direcciones.

    Mariana, le toma el antebrazo a Juan, para salir del caos. Una cuadra de huída después, lo mira como a una madre que amonesta a su hijo.

    – Vos y tu vicio televisivo...

    – ¿Cómo? ¿Que decís?

    – Tenés suerte que el banco no te vaya a cobrar los ventanales...

    – ¿De que hablás? Le insiste Juan, confundido, pero cada minuto más permeable a los comentarios de Mariana.

    – Ahora es más importante que indaguemos en mis sueños que volver a explicarte por enésima vez que es lo que está pasando. Invitame a un café... lejos de cualquier aparato de ondas...

    Se sientan juntos en una mesa al fondo de un oscuro bar. Mariana comienza a estudiar sus dibujos y se detiene en uno lleno de números.

    – ¿Cuando murió tu madre?

    – Mis viejos murieron junto con dos hermanos en un accidente. Los peritos dijeron que mi padre cruzó con las barreras bajas en el cruce de Nazca y las vías del Sarmiento, justo cuando pasaba el rápido.

    – ¿Cuando fue eso? No. No me lo digas... dame tres posibilidades... el 24 de octubre de 1980...

    – No.. pero Dios, es la fecha de nacimiento de mi hermanito Julián uno de los muertos...

    – Entonces... 12 de agosto de 1958 es la fecha del otro pero que no es hermano del primero...

    – Sí, digamos, que no son hermanos de sangre... mi padre se casó tres veces y mi madre dos... Ernesto era el hijo mayor de su primer esposa, Clelia, cuando ella murió, él se hizo cargo. Luego, tuvo a Alejandra con su segunda esposa, Elisa, pero se separó de esta mujer, mejor dicho, ella se fue con otro. Después vino mi madre, Carmen, nacimos yo y Julián.

    – ¿Alejandra? Nunca me contaste de ella... pero entonces 15 de mayo de 1987... esa fue la fecha del accidente...

    Juan a pesar de su sorpresa le pregunta...

    – ¿Donde está esa fecha? – Dice Juan mientras inspecciona el dibujo - No la encuentro por ningún sitio...

    Entonces Mariana levanta el dibujo y le muestra la parte posterior...

    – Esa es la fecha – le dice Mariana – , la fecha en que lo pinté. La fecha en que comenzaron mis pesadillas y un dato que yo creí era otro.

    – ¿Cómo un dato que creíste que era otro?

    – Claro, yo siempre creí que el 12 de agosto de 1958 era...

    – ¿Era que?

    – Pueda ser que seas tan estúpido...

    – Mariana, era que...

    Entonces Mariana busca y saca del bolso su viejo y deteriorado documento...

    – Si te llegás a reir de la foto, te encajo un sillazo en la espalda.

    Juan se queda perplejo. Pero Mariana sigue indagando en el dibujo.

    – Acá la dibujé a Shera. En realidad nunca he dibujado bien, tenía una imagen. En aquel entonces estaban de moda esa clase de dibujos animados. En la mente tenía una guerrera, una mujer que no le tuviera miedo a nada, por eso la dibujé con dos espadas. Pero por el otro una mujer apasionada, por eso la dibujé más voluptuosa que la del dibujo animado.

    – Pero Shera era rubia y esta es morocha.

    – Si te fijás, acá traté de dibujar un gallo y un ñandú. Eso al menos diría, en primera instancia, que esa guerrera es cercana, la dibujé en nuestra pampa. Sí es un tanto infantil, pero fue la primera visión que tuve.

    – ¿Que es la imagen en sombra? No parece reproducir la sombra de ella.

    – No. No sé. Aún no lo puedo interpretar. La sombra es masculina, pero ligada a ella. Sin embargo no me parece que sea su otro yo, esta guerrera es enteramente femenina. Eso sí, salvo uno, no la ha doblegado ningún hombre.

    – ¿Y que hacemos entonces ahora?

    – Debemos buscar a esta mujer, esa es la guerrera que nos va a sacar de todo esto.

    – ¿Vos estás bien? Tardaste, según decís, veinte años en encontrarme y ahora se te ocurre salir a buscar a una mujer, una guerrera, como si estuviéramos en los bosques de Sherwood o una película de héroes olímpicos.

    – Yo se – insiste Mariana – que esta mujer existe, esta cerca y es nuestra única esperanza. Tengo una vida en el vientre que necesita vivir y no moriré, no dejaré que mueras, sin luchar.

    – ¿No serás vos misma esa guerrera? – Comenta Juan.

    – No, esa guerrera, es morocha, no rubia como yo, algo morena no blanca como yo, algo más joven y no le tiene miedo a nada, no miedosa como yo.

    – Y si te teñís, tomás un poco de sol y...

    – Y si agarro las dos espadas, con una te corto la lengua y con la otra...

    – Esta bien, mejor, me callo.

    – Mas te vale.

    – Mariana, ¿y si nos vamos a otro lado?... a otro país...

    – No es muy buena idea. Ya saben que existís. Al menos en esta ciudad podemos jugar de locales. Sabemos sus códigos, sus esperanzas y sus traiciones. En otra ciudad sería comenzar de nuevo, con la desventaja de no sabríamos en quien confiar.

    – ¿Acaso acá podemos confiar en alguien?

    – No seas tan pesimista. He visto auras espléndidas en esta ciudad...

    – Otra vez con esa idiotez...

    – Ah claro, el señor es de los que se sumergen en el mar y no están seguro de que eso sea agua. ¿Cuantas cosas debo mostrarte?

    – Sí, lo que ya me mostraste... pero ahora, además, me venís con auras...

    – Sí, con auras... además no te dije lo más importante...

    – ¿Que?

    – No podemos salir de Buenos Aires.

    – ¿Cómo que no podemos salir de Buenos Aires?

    – Lo que debemos hacer, lo debemos hacer acá.

    – ¿Cómo lo que debemos?. Lo único que yo quiero deber hacer es sacarme esta historia de encima.

    – Sacarte la historia tiene dos caminos, o la enfrentamos, o te entregás. Con tu muerte termina la historia.

    – ¿Que pasa si nos vamos de Buenos Aires?

    – No sé, pero intuyo que es muy peligroso.

    – ¿Y si nos quedamos acá?

    – Deberemos enfrentarlos tarde o temprano. Sólo trato de ganar tiempo para comprender exactamente que quieren.

    – Bueno, Mariana, te voy a comunicar algo. Dentro de veinte minutos pienso cruzar la Gral. Paz.

    – Yo no te lo aconsejo.

    – ¿Me lo podrías explicar, entonces?

    – No de la forma en que vos pretendés. Aunque sé que alguien lo podría hacer.

    – Bueno – dice Juan – esperame que voy a fumar un cigarrillo.

    – Otra vez. – Lo recrimina Mariana.

    – ¿Que otra vez? Cuando estoy con vos nunca puedo fumar. Ahora pienso salir de este mugroso bar, sentarme en un banco de la plaza de la esquina y fumar... tranquilo.

    – Bien, pero no tardes.

    – No voy a tardar.





    ¿Que hace Juan?



    Juan se va de Buenos Aires Boleto para pasear



    Juan se queda con Mariana Tus posibles pasados



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    F08




    ¿Hay alguien allí afuera?
    (Is there anybody out there?)



    Dos hombres, armados y desconocidos, se asoman por la puerta. Uno le dispara a Alejandra, pero ella nuevamente, rápida de reflejos lo esquiva y le responde dándole en medio del rostro. El segundo intenta hacerlo con Juan pero no puede por la herida en la muñeca recibida en el pasillo, cambia la pistola de mano. Juan, desesperado, busca su arma en la riñonera ofreciéndole demasiado blanco. Señuelo demasiado tentador para un asesino. El segundo disparo de Alejandra le da de lleno en el tórax. El fuerte impulso de la 9mm lo arroja, otra vez, hacia el pasillo golpeando su cabeza contra el muro opuesto.

    – Hermanita, que puntería.

    – Y que te creías, ¿que tendría que seguir jugando a la rayuela toda la vida?

    Se acercan al intruso del pasillo.

    – ¿Quien sos? - Le preguntó la oficial.

    – No te importa – le contestó el matón – pero, sólo para disfrutar este último momento, cuidate de Lavelli.

    – ¿Como que me cuide de Lavelli? Respondeme...

    Alejandra zamarreó el cuerpo exánime del matón sin respuesta. Le quitó el arma y se la entregó a Juan.

    – ¿Sabés usarla?

    – No, tengo la mía de adorno.

    – Bueno, dicen que la necesidad tiene cara de hereje. Tenés exactamente 20 segundos para aprender. Es como estar con tu amante, al apretar el gatillo, se terminan todas las fantasías. Eso sí, tené cuidado porque tiene mucho retroceso.

    Los vecinos, espiaban por las mirillas, mientras los hermanos bajaban con extremo cuidado las escaleras.

    – Disparale a todo lo que se mueva. No sabemos cuantos son.- Sentenció Alejandra.

    – Yo en este momento le disparo hasta a las estampitas de la Virgen. – Comentó Juan.

    – Mejor así. Entre tu Mariana y mi superior inmediato, me amargaron la noche.

    Al llegar a la planta baja, González yacía con un tiro en la nuca. Aún le temblaban las piernas, pero no había nada que se pudiera hacer por él. Llegan al móvil. El intercomunicador da anuncios desagradables.

    – Detener al móvil 9563. Si los ocupantes ofrecen resistencia disparar. Son sospechosos de asesinar al sargento González y a la oficial Benetti.

    – Hijo de puta. turro, cabrón...- grita Alejandra - ya me das por muerta.

    – ¿Quien es?- Pregunta Juan.

    – El turro de Lavelli. Supone que los matones nos mataron y ahora los manda a eliminar. Este móvil es un féretro con ruedas, pero no tenemos otra alternativa.

    – Sí, que la tenemos, seguime.- Le dice Juan.

    Bajan rápidamente. Juan le muestra a su hermana una habilidad que ella, de todas formas, suponía. Se alzan con un viejo automóvil estacionado.

    – Y ahora, ¿adonde vamos? - Le pregunta Juan mientras pone primera.

    – Con tu Mariana, por supuesto. Dame tu celular.

    Juan responde e intenta marcar.

    – Dame para acá. ¿Pensás que no se usar uno de estos?

    Rápidamente, repite le último número marcado. Y lo acerca al oído de Juan para participarlo de la conversación.

    – Hola.. sí..

    – Hola, Amelita... el futuro es una sucesión de reflejos del pasado. Podemos transitar caminos ya andados y el paisaje nos mostrará los mismos colores pero siempre se verán distintos. – Dice Alejandra, poniendo la voz más sensual que pudo.

    – Sí, esta bien. Decile a Vabieca que se me acabó la alfalfa. Pero un gallardo caballero puede ganar batallas aún estando muerto. Adiós.

    Juan se queda en ascuas pero Alejandra decodifica el mensaje.

    – Bien, vamos..

    – ¿Adónde?

    – Si no sabés, dame el volante.

    Rápidamente cambian de posición.

    – Yo creía que mi hermanito tenía más calle. Estamos a menos de 10 minutos.

    – Estoy rodeado de mujeres con signos de interrogación.

    Buscar un estacionamiento desapercibido fue lo más difícil. Centro geográfico de la ciudad. Monumento al Mio Cid. Allí estaba Mariana leyendo un libro debajo de una luminaria. Aunque Alejandra se quitó la corbata y cambiaron las camisas con Juan se distinguía claramente su oficio.

    Se sentaron sobre el cordón. A pocos metros delante de Mariana. Ella rompe el silencio.

    – Sé porque los quisieron matar. – Le comenta Mariana sin levantar los ojos del libro.

    – Así – contesta Alejandra - ¿Porque?

    – Ellos creen que Juan tiene algo que les pertenece. Pero Juan no lo sabe, pero aún, no lo tiene.

    Juan intenta darse la vuelta, pero Alejandra lo toma de la nuca para evitarlo. Mariana sigue su relato.

    – Vinieron a visitarme, eran tres. Pero les jugué al papel que mejor conozco, de nena loca. Jugaron un rato conmigo. Para aterrorizarme, dijeron que comenzarían por violarme y luego me quebrarían los brazos y las piernas. Pero yo simulé extraviada que eso me gustaría mucho, les pedí que me ataran para hacerlo. Comenzaron a hacerme preguntas que les respondí con la mayor premura e imaginación posible. No sabés lo que pueden hablar las personas delante de alguien a quien piensa callar para siempre. Eso me dio una ventaja sobre ellos, porque acá estoy hablando con ustedes.

    – ¿Que te hicieron? Preguntó Juan.

    – No seas morboso. Eso no importa en lo más mínimo. Lo que importa es lo que hablaban entre ellos, mientras jugaban conmigo. Ellos creen que les robaste un cargamento de blanca. Si me equivoco y ellos tienen razón. Yo misma me encargaré de matarte, lentamente, con mis propias manos.

    – ¿Como es eso? - Preguntó Alejandra – ¿de que forma estoy involucrada? O solo sucede que soy la hermana.

    – No. Fue una triste coincidencia.

    – ¿Cual coincidencia?

    – Juan levantó un auto, como es su costumbre, para salir conmigo. Viajamos hasta Mar del Plata y allí lo dejamos. Ni siquiera intentamos venderlo, simplemente lo dejamos.

    – Sí, me acuerdo. Era un auto viejo, grande y roñoso. No veo que tuviera de particular. – Comento Juan.

    – Ese auto debía viajar a la triple frontera. Quien lo llevaba, el propio Lavelli, lo abandonaría, tal como lo hicimos nosotros, pero a unos 10 kilómetros de Puerto Iguazú. Alguien, se encargaría del resto del viaje.

    – ¿Que se supone que tenía ese auto de particular? Preguntó Alejandra.

    – Cocaína. Ese cargamento haría el recorrido inverso al habitual. Por lo general, las inspecciones de gendarmería controlan lo que entra al país. Pero con la guerra civil en Colombia y la hipócrita presión de los EEUU sobre la zona, los laboratorios narco están cercados y les es difícil la distribución. Por lo tanto, la solución es buscar otra zona de elaboración y refinamiento. Argentina cuenta con muchos laboratorios que han quedado con horas ociosas por la crisis económica. Entonces, ¿Porque no usarlos? ¿Quien controla a los laboratorios norteamericanos en América latina, si ni siquiera pagan los debidos impuestos? Por tanto lo que ingresa es pasta sucia y lo que sale es pasta refinada. Dentro del tanque de nafta llevaba 20 kilos de cocaína altamente refinada y prensada.

    – Eso suena bastante infantil, es un recurso demasiado usado. Hasta suena ridículo. – Dijo Alejandra.

    – Esa era la clave. Cuando la suma de ridiculeces se hace infinita, pierde el efecto. El auto lo toma una agente de la DEA, lo lleva al control, diciendo que lo había descubierto abandonado y que, sospecha, lleva un cargamento. Desde el puesto, donde puede haber ojos indiscretos, lo llevan al desarmadero. Declaran que es posible que la carga estuviera donde efectivamente estaba. Pero alguien, rápidamente, suplanta el tanque de tal forma que cuando los inspectores, ávidos de su parte, llegan con sus perros viciosos, los mecánicos están recién desoldándolo, aduciendo que primero lo tuvieron que vaciar de combustible y llenarlo de detergente para evitar que explote. Para despistar, sólo encuentran un pan debajo del asiento trasero. Suficiente como para que se la repartan y den por concluida la búsqueda. Pero el tanque ya había sido preparado, apenas el auto se para en una fosa falsa, el tanque se desprende por un mecanismo simple como un juguete de bebe. El resto es sólo una escena de teatro.

    – Yo eso lo entiendo – interrumpe Alejandra – los boletines internos están llenos de esos trucos, ese no es el más ingenioso. Vuelvo a preguntar, ¿que tengo que ver yo?

    – Los carteles rearman continuamente sus cuadros y el que hoy es jefe, mañana es muerto. Están llevando a cabo la misma táctica de Estados Unidos. Una vez que la policía es comprada, cosa muy barata en América latina, todos sus ajustes se desarrollan como muertes inexplicables, que llevan meses bajo otra carátula. Lavelli no puede saber si lo están atacando o controlando desde un cuadro superior. Los cuadros se conocen hacia abajo, nunca hacia arriba. El mismo integrante que él hoy ingresa, yéndolo a buscar a las zonas marginales, mañana puede ser el enviado para eliminarlo. Perder 20 kilos de cocaína es mucho dinero, no se puede recuperar por un buen otro trabajo, él debe saber donde fue a parar o matar los que podrían soplarlo. Para arriba no hay excusa, la perdiste, fuiste. Un auto como cualquiera, estacionado en una calle cualquiera, es levantado por el hermano de una subalterna de Lavelli. ¿no te parece sospechoso?.

    – Sí. Si no fuera que yo no sabía nada. Es decir, sabía de las actividades de Lavelli, y de su peligrosidad, por eso siempre traté de mantenerme lejos de él. ¿Entonces?

    – Entonces sucede que si vos no sabías nada, Juan no sabía nada. La que lo sabia era yo, pero a la vez tampoco lo sabía.

    – Explicame como es eso.

    – Mis malditas pesadillas. Yo le comenté a Juan haber soñado con un auto peligroso del color, modelo y “matricula” particular, estacionado en un lugar particular. Juan, para contrariarme, lo encuentra y me lleva de paseo. Cuando lo abandonamos me dice: “Viste que no tenía nada de peligroso, que llegamos hasta acá sin matarnos”. En realidad, yo ignoraba donde estaba el peligro. El resto son sólo suposiciones de Lavelli, que para ser honestos con nosotros mismos, no son para nada disparatadas.

    – O sea que estamos irremediablemente muertos. – Argumentó Juan.

    – No necesariamente. Lavelli también sospecha de sus matones. Cree que lo pudieron mejicanear. Por eso, para sacarse toda duda, los mata a todos. A nosotros y a sus matones. Una necesaria acción de disciplina para salvar su pellejo ante sus superiores del cartel. Pero tiene dos problemas. Que tiene que deshacerse de todos sus cuadros y eso suena a querer quitarse la silla donde uno esta sentado. El segundo que no va a dormir hasta que no vea nuestros cuerpos debidamente muertos.

    – ¿Como a “nosotros”? – pregunta Juan – ¿cuando intentaron matarte a vos?

    – Ellos me inyectaron algo que suponen me tendría que haber matado. Yo me hice la muertita.

    – Mariana – se violenta Juan – vos no sos un perrito que se pueda tirar al piso y fingir morirse, para que los ingenuos se vayan.

    – Características que una tiene. Puedo disminuir mis signos vitales hasta hacerlos imperceptibles. Houdini lo sabía hacer. Ellos, luego de la fiestita, me sumergieron en la bañera, atada con hilo biológico. Observaron como, desde el fondo de la bañera, de mi boca no salía ninguna burbuja y me dejaron. En una autopsia, dias después, simplemente, figuraría sobredosis seguida de asfixia por inmersión.

    – ¿Como es que entonces, estás hablando ahora tan tranquila? - Preguntó Alejandra.

    – Porque el cuerpo de un adicto a cualquier clase de medicamentos genera curiosas defensas. Estoy lúcida, viva, pero me duelen hasta las puntas de los pelos.

    – Bueno – opina Alejandra, confiando a regañadientes – ya hemos robado dos autos, que robemos uno más no aumentará significativamente nuestra condena. Sugiero hacernos de un vehículo más moderno, y desaparecer de aquí para poder pensar en algo. Aún me quedan 24 balas en mi reglamentaria y las que traemos puestas de los matones. Antes de morir pienso usarlas todas.

    Cinco minutos después Juan acercaba un auto mediano. Que daba señales de chapa rota por todos lados.

    – ¿Esto es lo que vos llamás un vehículo moderno? Le dice Alejandra.

    – Señora, usted como policía debería saber, que la mejor forma de esconderse entre los girasoles es disfrazado de girasol. Es un auto del montón, tiene buen sonido, señal que le hicieron el motor hace muy poco, según el panel el tanque lleno.

    – Pero yo no le quería cagar la vida a un laburante.

    – ¿Querés escapar o querés subirte al Mio Cid para hacer un discurso social?. Si todo es como pensamos. Vamos a tener que cambiar uno cada 24 horas. Seamos optimistas. Mañana lo estacionamos y le decimos al dueño donde encontrarlo. ¿queda en paz tu santa conciencia?

    – Esta bien. Sólo pensaba que quien compra un Mercedes 2000, trabajó menos para comprarlo que uno que compra un Fiat 600 del año 65. No es cuestión de precio sino de esfuerzo.

    – Bien, pero ¿adonde vamos?. - Preguntó Juan

    – Yo tengo una idea de donde, ¿vos, Juan? – Comentó Alejandra.







    ¿Adónde van?



    El refugio de Alejandra El oso

    El refugio de Juan...La felicidad es un revolver ardiente



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    F09






    Escalera al cielo
    (Stairway to haven)



    Juan arroja el control remoto sobre la mesa, con fastidio. Pide explicaciones.

    – Ellos se mueven en una dimensión distinta a la nuestra, –comienza a explicar Mariana - nos ven de forma distinta a la que nosotros vemos, no tienen cuerpo...

    – ¿Como que no tienen cuerpo? ¿Quien rompió la puerta entonces? – interrumpe Juan.

    – No lo sé exactamente. Quizá una forma de energía. Quizá fue sólo asustarte para que te muestres. Lo cierto es que al estar tu televisión apagada no te vieron – infiere Mariana.

    – Lo que yo vi tenían pies y se sentían los pasos – porfía Juan.

    – ¿Estás seguro?

    – Sí.

    – ¿No me dijiste hace un momento que sufrías delirio de persecución?

    – Mariana, ¿cual es tu propósito?. ¿Demostrar que estoy de la cabeza?, no hace falta, eso ya lo sé.

    – No, Juan, simplemente que, dada la invasión, el resto lo hizo tu sugestión, tu maldita lógica, tu memoria perceptiva.

    – ¿Como mi maldita lógica?

    – Te lo voy a demostrar con una prueba, vieja como el almanaque, que le enseñan hasta a los chicos de la escuela primaria.

    Mariana vuelve con tres bols de plástico. En uno vuelca agua caliente y en otra fría.

    – Mariana – protesta Juan – esa es la última botella de agua mineral que me queda...

    – Pero que tipo miserable. Es la única agua fría que encontré... ahora poné una mano en cada bol... no tengas miedo... no está tan caliente...

    – Sí... no está caliente... está para pelar chanchos...

    Juan recuerda el estúpido experimento pero, le sigue la corriente.

    – Ahora... – dice Mariana, haciendo una pausa adrede.

    – Sí, ahora, vas a mezclar el agua, yo voy a poner ambas manos en ella y la mano derecha que estaba en el agua fría va sentir caliente y la otra que estaba en caliente va a ...

    Pero Mariana, en lugar de mezclar el agua, la arroja por la ventana.

    – Suficiente – dice – uy, parece que llueve en la calle, pero bueno, hace calor.

    – ¿Como suficiente? ¿No vamos a terminar el experimento?

    – Ya lo terminamos.

    – ¿Cuando? Si acabás de arrojar el agua por el balcón.

    – En tu cabeza. Es tu cabeza, que guarda la memoria perceptiva, la que terminó el experimento. De la misma manera que si ves personas caminar, tu cabeza llena los puntos suspensivos con ruido de pasos, como en una fuga de vocales. – termina Mariana.

    – ¿Y eso, no es lo que hemos aprendido desde que hemos nacido? – dice Juan, después de un largo silencio.

    – Sí, es cierto. Pero vamos a tener que volver a aprender a subir escaleras.

    – ¿Como? – pregunta Juan

    – Cortázar, instrucciones para subir una escalera. – le dice Mariana.

    – Sí, claro. – le contesta Juan, que no entendió el comentario.

    – ¿Conocés la lógica de un autista? – pregunta Mariana.

    – Sí, esos capaces de efectuar cuentas extrañas pero no saben atarse los cordones de los zapatos. Pero eso no es lógica, no tienen lógica. – contesta Juan

    – Bien, porque, según vos, si la tuvieran, ya los especialistas la hubieran descubierto. – opina Mariana.

    – Supongo que sí.

    – Hay un viejo chiste. – sigue Mariana - Resulta que un hombre va con su auto por un camino de cornisa. Entonces ve a dos locos, al borde del abismo, tomándose la cabeza y diciendo: “Como quedo el 505”. El hombre, lógicamente, se acerca para ver como habrá quedado el Peugeot. Se asoma y los locos lo empujan. Entonces tomándose la cabeza, se dicen: “Como quedó el 506”.

    – Vas a pasar todo el día repitiendo chistes horribles – le dice Juan, sin dejar, sin embargo, de sonreír.

    – No. Solo hasta que entiendas que acá, la lógica humana no sirve. La lógica humana que dice que los unicornios no existen, sólo porque nunca vieron uno. – dice Mariana.

    – Hay una clara diferencia entre falsas percepciones y los cuentos de hadas – inquiere Juan.

    – Como la multiplicación de los panes – dice Mariana.

    – Otra. ¿Que empezó la hora de catecismo?

    – No, tengo una explicación lógica.

    – No hay explicación lógica, eso nunca pasó.

    – Bueno supongamos, que ese señor raro, al que tanta gente seguía, todos menos los lógicos, los letrados, en realidad dijo algo levemente distinto.

    – ¿Como que?

    – Que en lugar de decir: “Denles de comer ustedes mismos”, hubiera dicho, “Dense de comer ustedes mismos”. Los hace sentar por grupos. Eleva los ojos al cielo. Mira a cada grupo, los mira a los ojos. Digamos, entonces, cada uno saca lo que tiene en su bolsa y lo comparte con el otro. Logrando el verdadero milagro que pretendía. – concluye.

    – Te van a quemar por bruja y hereje

    – Sí, en otro tiempo, sin duda. Pero no es mi propósito debatir con los exegetas, ni inventar ninguna nueva religión. Sólo vine por vos.

    – Los ángeles no tienen sexo, no hacen el amor con los humanos.

    – ¿Quien te dijo?

    – A ver date vuelta que te quiero ver las alas.

    – Tomá, acá tenés las plumas – le contestó Mariana arrojándole una almohada.

    Juan muerde la almohada.

    – Se supone que eso lo tendría que estar haciendo yo – comenta Mariana, guiñando un ojo.

    – Bien, ¿entonces? – pregunta Juan.

    – Esa es una buena pregunta. No sé. –responde Mariana.

    – ¿Como que no sé?

    – Digamos que tendríamos que averiguar que es lo que los tiene tan mal predispuestos con vos. – contesta Mariana.

    – Vos dijiste que no tenía que haber nacido – comenta Juan.

    – Sí, es cierto. Pero también puede ser una falsa percepción mía. Digamos que eso me pasó a mí, te debe pasar a vos.

    – Mariana, yo no voy a quedarme toda la vida encerrado en esta habitación y sin...

    – ¿Sin que? Sin comer, sin llegar a presidente... podemos hacer el amor, hasta que nuestros cuerpos desaparezcan...

    – No. Sin... ver televisión...

    – Ay, que tipo más romántico, ni inventar una buena mentira sabe. Pero bueno, será parte de mi castigo cósmico.

    – Mariana, si finalmente, voy a terminar volando por un balcón, prefiero que sea pronto. Esto parece una muerte blanca.

    – ¿Una muerte blanca? Esa no la conocía.

    – Ves, eso te pasa por leer tanto libro y no ver televisión. Un pedacito de una película de Kirk Douglas. El fulano se había casado con una india y unos blancos se la mataron, sólo por eso. Entonces, imaginate la cara del viejo, otra que “Un día de furia”. Cuando finalmente lo caza al malo de la película, este tenía miedo que lo entregara a la tribu. Donde le arrancarían los ojos, la cabellera y lo castrarían, para luego atarlo en el desierto para que lo coman los buitres. No. No era ese el castigo, no señor. Le iban a hacer un largo juicio, tras el cual lo condenarían a la horca, en exactamente 7 días. Entonces día a día, vería como los carpinteros construían la horca. Alguien procurarían que viera a alguien a quien amase. Y finalmente, la madrugada del día indicado, cuando ya el miedo y las falsas esperanzas de un perdón, lo hubieran consumido. Lo sacan al patíbulo y ñácate.

    – No parece nada impresionante.

    – Ah, ¿no? Vos tenés que ver la cara de sádico del viejo Douglas, enfocado en primer plano, cuando lo cuenta.

    – Bah, me gustó más la cara de Glenn Glose, emergiendo de la bañera.

    – Ma sí. ¿Que se le puede contar para asustar a una mujer que dice que ya estuvo muerta?

    – Las mujeres somos portadoras de la vida – le contesta Mariana, mientras se acaricia el ombligo – no le tenemos tanto miedo a la muerte. Al menos no tanto como los “valientes” de los hombres.

    – ¿ Y a qué le tienen miedo las mujeres?

    – A no ser amadas, ser lastimadas y luego no poder amar.

    – Huuu... mirá como tiemblo...eso sí que asusta... é como la lú mala...

    – ¿Cuando seas mujer lo vas a comprender?

    – Si claro, me voy a hacer travesti.

    – No tarado, en otra vida... pero no sé para que gasto pólvora en chimango...

    – Todos somos amados de una forma u otra, siempre hay lugar para aquel que se baña.

    – No para quien busca el amor de verdad. Aunque ese amor dure apenas lo que dura una vela.

    – No te preocupes, yo te voy a comprar un cirio pascual de esos que venden en San Cayetano.

    – ¿Eso es lo que va a durar tu amor por mí? Acepto.

    – No, mi amor va a durar mucho más.

    – Entonces podrías comenzar a amarme.

    – ¿Como que podría comenzar?

    – Sí, Juan, vos aún no me amás y no sé si alguna vez lo harás.

    – ¿Porque decís eso?

    – Vos sos un hombre lógico y por lo tanto sólo sabes del amor físico. Por ahora sólo te gusta la novedad de un amor extraño, exótico. Soy mayor que vos, cuando ese extraño sentimiento se te diluya. Cuando vuelvas a comparar esos cuerpos jóvenes con el mío. Esas tetas firmes, sus pezones duros, sus piernas fuertes, sus vaginas estrechas, con esto que ves acá. Me dirás adiós.

    – No, Mariana, ¿que decís? Yo... yo te amo.

    – Ves, dudaste. Pero no te hagas problemas, yo te quiero así.

    – ¿Como que así?

    – Así – dice Mariana sin poder evitar las lágrimas – Porque soy egoísta, muy egoísta, me basta con apenas tenerte, apenas sentirte vibrar dentro mío. Cuando deje de serlo, veré que quien te tenga te ame y sea correspondida.

    – Que complicada son las mujeres.

    – No sólo las mujeres, a muchos hombres les pasa lo mismo. Hombres que aman a mujeres y al saber que no pueden ser amados por ellas, son felices cuando otro la ama y la hace feliz. Pero para eso deben dejar su egoísmo de lado. Cosa que yo, aún, no he podido

    – Eso no es un hombre, es un padre.

    – No. Hay padres que también son posesivos con sus hijos. Electra mal resuelto, no aceptan sus parejas. Muchas veces, incluso logran apropiarse de sus nietos. Pero, esa opinión demuestra que sos tan egoísta como yo.

    – ¿Vos que harías si te encontraras con un hombre así?

    – ¿Un hombre que me ame, pero que yo no pueda llegar a amar?

    – Sí.

    – Humm... no me ha sucedido nunca. Pero creo que trataría, de alguna forma, de no perderlo. De quererlo de algún modo.

    – Eso suena a triángulo.

    – No. Al menos no un triángulo equilátero. Pero para eso es necesario creer en la amistad entre el hombre y la mujer; cosa que esta sociedad parece rechazar. Al menos la latina. No conozco otras, así que no puedo opinar.

    – ¿Estas segura que nunca te ocurrió?

    – ¿Porque?

    – Porque en una de esas haya un hombre que esté penando por tu boca y vos ni lo sepas.

    – Humm... tenés razón, en ese caso... pobre...

    – Por lo que se pierde...

    – No, pobre de mí, de ser tan ciega... hubiera sido una buena forma de vivir, intentar la vida con un hombre que me ame... o quizá sea que el universo por eso me ata a vos. Al menos los mastines no me persiguen en sueños. En lugar de eso, quizá, seas el alma inocente que libere de sus cadenas al fantasma, un fantasma que no asusta tus razones.

    – Así que soy un alma inocente.

    – No. Mirándote mejor un chico ingenuo y necio, bah, un regio pelotudo.

    – Ah, Lady Marian, su boca transforma las flores, sus besos son una escalera al cielo.

    – No te hagas el poeta caballero que no sabés ni abrir una puerta para dejar pasar a una mujer primero.

    – Pero sé poesía...

    – Así, a ver recitame una...

    – Los zapatitos me aprietan / las medias me dan calor/ y la vecin...

    – ¿Dónde, donde está? – interrumpe Mariana.

    – ¿Donde esta que? – pregunta Juan.

    – Yo creí haber visto un cascote por acá, para arrojarle por la cabeza a mi cascotito – Le dice Mariana, mientras se arroja sobre Juan. La silla sede y ambos van a para al piso.

    Mariana, en lugar de jugar como siempre, se detiene y se lleva los dedos a las sienes.

    – ¿Que te pasa? – le dice Juan.

    – Nada. Pero demos fin a esta charla sin destino, debemos dormir.

    – ¿Como dormir? Son las dos de la tarde.

    – Debemos dormir. Por la noche vendrán por nosotros y es mejor que estemos despiertos y preparados.

    – ¿No es mejor escapar?

    – No hay hacia donde escapar. Vos lo dijiste, es mejor enfrentarlos para bien o para mal. Estemos juntos es mejor así.

    Mariana tiene una virtud para dormirse, apenas acuesta su cabeza sobre la almohada, que Juan envidia. Mientras Mariana duerme, desnuda y a pata ancha sobre la cama de una plaza de Juan. Este camina por todo el departamento. Abre la heladera y ante la falta de agua fresca, destapa una lata de cerveza. Aprovecha que Mariana duerme, para salir al balcón a fumar un cigarrillo. Protesta en silencio por la manía de esta de alejarlo de ambas cosas. Trata de pensar en la noticia de su paternidad. Tendría que buscar un trabajo fijo. Dejarse seducir por mujeres mayores con plata, no es una visión de futuro. Con Mariana le fue bien, demasiado bien, terminó enamorado de ella. Al menos, eso es lo que hasta hace un rato creía. Mariana le derribó la estantería. Si su hermana lo llega a saber a ciencia cierta, sabe que lo pasará muy mal, no cree que podría soportar sus cargadas.

    Lentamente vio desde el balcón, entre cigarrillos y cerveza, como la tormenta de verano se avecinaba. Pronto se hizo de noche a las 7 de la tarde. Como las gallinas, finalmente le vino el sueño, o quizá haya sido la cerveza. Sospechó que la cerveza, cuando tropezó con Marianita que dormía, pancha, sobre un par de pantalones. La gata lo miró con abulia, se reacomodó y siguió su siesta. Era hora de seguir el ejemplo de la hembras de la casa. Sacó una manta del placard, lo arrojó al costado de la cama, sobre la alfombra. Buscó la otra almohada. Se acomodó como pudo debajo de brazo y pierna derecha de Mariana que caían como estalactitas de la cama. Bostezó y se quedó dormido.

    A los cinco minutos, eso parecía, algo lo despertó. La mano de Mariana tirándole del pantalón de baño que se había puesto.

    – ¿Que es esto? – pregunta Mariana.

    – Que yo sepa es un short, o un pantalón corto, o una bermuda... –contesta Juan entredormido.

    – No te había dejado así.

    – ¿Que querías? ¿Que saliera al balcón como Adán? Me tuve que cambiar.

    – Ha, bueno. Perdonado. Hora de brujas, debemos prepararnos. – comenta Mariana.

    – Mariana... dejame dormir un rato, son las siete de la tarde...

    – ¿En que reloj? – le pregunta Mariana.

    Juan levanta la muñeca. Enciende el velador y observa horrorizado que eran las 22:00hs.

    – Pero si hace cinco minutos que me acosté – protesta.

    – Yo le dije al caballero que había que descansar.

    – Si, colgado de la cola o adentro de un féretro... ¿No tengo estirpe de vampiro?.

    – Será por eso que debo usar pañuelos para el cuello en pleno verano. – sonríe Mariana – Dale, vamos, ahora hay que vestirse como corresponde. Trae sábanas blancas.

    – ¿Para que sábanas blancas?

    – Vos no preguntes y buscá.

    – ¿No me digas que otro de tus sueños?

    – Si lo sabés, ¿para que preguntás?

    – Mirá que estamos en Navidad no en carnaval – opina Juan, mientras le alcanza unas sábanas viejas que apestaban a naftalina.

    – Son algo chicas. – le dice Mariana - ¿Tenés más?

    – Sí... tengo más... – le contesta Juan, en tono de resignación.

    Mariana las despliega sobre pecho y espalda de Juan.

    – Hilo y aguja – le pide.

    – ¿Hilo y aguja? ¿Y eso que es? – contesta Juan, irónico.

    – Sí, ya veo...- opina Mariana, mientras busca entre todos los cajones de los muebles.

    – Esto va servir, el que busca encuentra – vuelve a decir Mariana, con una abrochadora de papeles – Quedate firme y quieto.

    – Ah, sí... siempre soñé ser Casper – habla con sorna Juan.

    – Si no te callas... – lo amenaza Mariana con la abrochadora en la mano...

    – Sí, me vas a poner un broche en la boca...

    – Ni te imaginás donde te lo voy a poner, si no te callás.

    Marianita comenzó a remolonear sobre los tobillos de Juan haciéndole cosquillas. Juan trata de alejarla.

    – Dejala – le dice Mariana, mientras realiza una costura de emergencia a lo largo – ella sabe lo que hace. Listo sacátela con cuidado. Antes de que hagas lo mismo conmigo, debemos acomodar un poco los muebles.

    Juan no puede sacarse la túnica. Entonces Mariana lo hace con cuidado.

    – Vamos. Llevemos la mesa y todo este despelote a la pieza. Antes trae la alfombra – ordena Mariana.

    Juan, sin entender nada de lo que Mariana estaba haciendo, sin embargo, obedece. Pronto la habitación de Juan parecía el escenario de un derrumbe, pero el living se mostraba ordenado y limpio. El televisor descansaba en un rincón. Marianita insistía en ocupar el centro del dibujo de la alfombra.

    – Traé velas – pide Mariana.

    – No tengo velas, Mariana. Cuando la luz se corta, se activa el generador de emergencia del edificio.

    Mariana piensa un momento.

    – Traeme aceite de cocina, un vaso chico, algodón y un broche.

    – ¿Qué? – dice Juan abriendo los ojos como dos de oro.

    – Vamos a hacer una lámpara.

    – ¿Sabés, Mariana, que un señor llamado Edison inventó...?

    – No me exasperes Juan – lo cortó en seco Mariana.

    – Esta bien, esta bien... pero el seguro no cubre incendios por impericia irresponsable...

    – El que se va prender fuego sos vos... digo... por el alcohol en sangre que debés tener en este momento. – contesta Mariana, algo molesta – Bien ahora volvé a ponerte tu túnica y ayudame a hacer la mía.

    – ¿De que libro de magia negra sacaste todo esto?

    – De ninguno. Es sólo un sueño. Y yo no lo llamaría magia negra. La magia negra invoca al demonio, en quien ni vos ni yo creemos.

    – No dicen ustedes, los creyentes, que si existe el bien, existe el mal, que si existe Dios, existe el Demonio.

    – Estupideces para engañar ilusos. Yo sólo creo en el bien y el la estupidez de ciertos humanos.

    – ¿De cuales? ¿Los que creen en Dios?.

    – No, de los que le hechan la culpa de sus males y sus malos actos, a un ser maligno o directamente a Dios.

    Luego de un rato. Mariana ya estaba vestida de la misma forma. Le hizo un lugar a Marianita a un costado que esta aceptó, pero no cerró los ojos. Puso el vaso de aceite en el centro de la alfombra. Dos almohadas en línea mirando al balcón. Lo hizo sentar en una a Juan. Ella también hace lo suyo. Sumerge los dedos índice y mayor de la mano derecha en el vaso de aceite y se lo pasa por la frente, brazos y pecho a Juan.

    – ¿Hace lo mismo, Juan, conmigo?

    Juan antes de obedecer le comenta.

    – ¿Te debo hacer la señal de la cruz?

    – No. No. Vos ya fuiste bautizado en tu fe. No es mi intención interferir. De alguna forma cada uno es bautizado o iniciado en la fe de sus padres, a veces como símbolo religioso, en otros casos para reafirmar el contrato tribal o social que los ata al resto del grupo, incluídos los ancestros. Yo prefiero la segunda acepción. Era la señal de protección de los gladiadores, quienes se untaban de grasa y aceite para que el contrincante no lo pudiera atrapar fácilmente.

    Juan accede.

    – Alcanzame tu cenicero.

    – ¿Vas a fumar?

    – No, no tenemos incienso, usaremos esa ceniza. La ceniza es el símbolo del polvo del que todos nuestros cuerpos vienen y al que todos van. Polvo de estrellas, unidad con el universo. Quizá “este universo” uno más de muchos otros.

    Mariana desmenuza la ceniza hasta hacerla impalpable y la esparce sobre la cabeza de Juan. El hace lo mismo con ella.

    – Mariana.

    – ¿Que Juan?

    – ¿No se supone que los gladiadores no usan lentes?

    – Como jodés, carajo.

    – Perdone, hermana, soy un pecador.

    – Vos no tenés ni el más remoto concepto de lo que es el pecado. Casi nadie lo tiene. Sólo los niños lo saben. Pero luego los adultos se encargan de hacérselo olvidar. Listo. Trae el encendedor y el control remoto.

    Juan estira el brazo y los trae desde el modular.

    – Encendé la lámpara. – indica Mariana.

    Juan con mucha dificultad y luego de varios intentos fallidos, lo hace. Mariana respira profundamente. Juan hace lo mismo.

    – ¿Encendé el televisor en un canal muerto?

    Juan, el descreído, duda un momento y lo hace.

    – ¿Que van a proyectar, una de Spielberg?

    – No tengas miedo y dame la mano... Ya están acá, con nosotros – dice Mariana.

    Juan abre los ojos, pero sólo ve la lluvia de ruido blanco sobre la pantalla.

    – Concentrate y deja de temer – le dice Mariana, mientras le aprieta la mano.

    Lentamente, Juan, como si fuera una imagen holográfica, ve tres figuras. Tres figuras blancas, radiantes, pero tristes. A Juan le hicieron acordar el cuadro que había colgado en la tarde de ayer en la pared que daba a su espalda, pero como vistas a través del reflejo del agua.

    – Bien, acá estamos – les dijo Mariana.

    Una de ellas estiró su mano/manto, en forma supina, hacia Juan.

    – ¿Porque? – les rogó llorando Mariana.

    Al fin las imágenes se estabilizaron. La brillantez de sus mantos se apagó y pudieron verse, los cuerpos desnudos y radiantes de un hombre. una mujer y una niña muy bella en su falda.

    A Juan le faltó el aire al reconocerse en ellas a ellos mismos. Marianita se acercó, saltó a los brazos de la niña y se acurrucó en ella.

    La Otra Mariana toma la palabra.

    – En algún otro lugar seremos felices. En algún otro instante podremos fructificarnos.

    – Pero; ¿porque él? – pregunta Mariana – ¿porque no ambos?

    – Sólo queda una oportunidad – le responde el Otro Juan – pero, como bien sabemos, el hombre debe elegir. El hombre no está obligado a obedecer.

    Mariana lo observa a Juan.

    – La decisión es tuya – le dice.





    ¿Que decisión toma Juan?:



    Juan decide ir. Humo sobre el agua

    Juan se niega a ir Mañana nunca se sabe



    F11



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    Boleto para pasear
    (Ticket to ride)



    Juan sale al aire. Al maravilloso aire contaminado de Buenos Aires. Contaminado de cuanto colectivo pasa. Pero no busca su paquete de cigarrillos, sino sube a uno de ellos.

    – Que Buenos Aires, ni Buenos Aires – se dice a si mismo – yo me voy de acá.

    El paseo era tranquilo. Juan mientras tanto pensaba donde iría, tenía varios amigos a quien visitar, aún unos pesos en su cuenta, los suficientes para que en unos días toda esta ridícula locura se disipe.

    Por fin, comenzó a salir de la ciudad. El colectivo comenzó a circular por la distribuidora desde la Av. Gral. Paz hacia el Acceso Norte, al lado un camión de cereales vacío. Uno más de una serie de cinco de la misma empresa.

    Al comenzar el descenso del terraplén, desde uno de ellos cae un taco de madera, que suelen usar los camioneros para atascar las ruedas cuando se detienen en zonas de declive. El camión paralelo al colectivo muerde el taco y sufre un pequeña desviación, la suficiente para tocar de costado al colectivo, que lo descontrola, pero es rápidamente contrarrestado por el conductor. Pero Juan que venía distraído en sus planes, sentado el centro del último asiento, salió despedido por la frenada hacia el centro del pasillo y dio con su brazo izquierdo contra la base de un asiento. Fue el único contuso, pero no se podía incorporar por el dolor.

    – Es el golpe – Comento una señora cubierta de bolsas de supermercado, quien por su parte había tenido que juntar todas sus naranjas.

    Lo ayudaron a sentarse. El conductor se acerca con cara de preocupación.

    – ¿Estás bien? – Le dice.

    – Sí... bah... no sé, - contesta Juan, mientras ve sangre en su camisa - creo que me rompí el brazo.

    – Ufff... bueno... vamos, te tengo que llevar al hospital...

    La señora confirma la opinión del conductor. Un muchacho, de blanca camisa, corbata roja y una larga cabellera, sujetada con un moño en juego con la corbata, se ofrece a acompañarlo al hospital. Una elegante señora de trajecito, no era de la misma opinión.

    – Uf, por culpa de esos negros que llevan basura en sus camiones y de un tarado que venía durmiendo, ¿yo voy a llegar tarde al trabajo? Bajalo y que se tome un taxi. – Opinó a los gritos.

    Pero, a pesar de la opinión y de otras que desataron polémica, el chofer aplicó el reglamento. Estacionó en la dársena de la parada siguiente. Hizo bajar a los pasajeros, que pasaron a otro interno, salvo la elegante señora que tuvo que tomarse un taxi. El interno retomó por la colectora rumbo al hospital más cercano. Juan se mordía ante cada vibración producida por los desniveles de la calle.

    El joven, que también llegaría tarde a su trabajo, ya le había improvisado, con su corbata, un cabestrillo cruzado en “V” para inmovilizarle el brazo. Llegaron al hospital. Lo recibe la médica de guardia que le hace los interrogatorios de rigor. Le palpa con delicadeza el brazo. Ordena una placa. Le informan que hay demora.

    – Bueno, mientras esperamos, te voy a dar un calmante. Tranquilo que me parece que no hay fractura, pero mejor vamos a sacar un placa y de momento te vamos a curar las excoriaciones.

    Juan, a pesar del dolor, comenzó a sentirse mejor. Tan bien, que comenzó a fijarse menos en su brazo y más en el escote de la joven médica. Ella le hizo un gesto de simpático y falso fastidio. Pero lo dejó un momento, en busca de otro paciente.

    El joven para tener un tema de conversación mientras dura la espera, le dice.

    – Esta buena la rubia.

    Juan le confirma con un gesto. El conductor, mientras tanto, regresa de la mesa de entrada de llenar los papeles del seguro.

    – Voy a tener problemas. Con el apuro me olvidé de tomar la matrícula del camión, el bollo del costado va a salir unos cuantos pesos. Pero vos, no te hagas problema, que el tuyo va andar bien. Al menos sé el nombre de la empresa transportista que nos tocó.

    Juan no pudo escuchar las últimas palabras. Lo atacó una repentina nausea y no pudo evitar un violento vómito. Llaman a los gritos por un médico. La médica llega corriendo y contrariada.

    – ¿Que te pasa? ¿Que sentís? – Le pregunta.

    Juan no puede contestarle, apenas respira y comienza a ponerse cianótico. Lo toman en vilo y lo llevan hasta el box central de la guardia, le ponen una máscara de oxigeno. Llega el jefe de guardia. La médica le relata los síntomas aparentes, su diagnóstico y el tratamiento.

    – Palpale bien el abdomen, puede tener una lesión interna.- Ordena el viejo médico.

    Sin embargo el resultado era negativo.

    – ¿Que le aplicaste?

    – Una ampolla de diclofenac para el dolor. Estamos esperando rayos.

    – Humm... ¿sos alérgico a algo?... Le pregunta el médico a Juan.

    Juan contesta con un gesto su ignorancia.

    – Hacele, ya mismo, un electro y pedí una eco de abdomen, urgente.

    – Si, doctor.

    Juan siguió con máscara hasta que pareció estabilizarse. Lo llevaron sin bajarlo de la camilla hasta la sala de rayos.

    El radiólogo era de la opinión que para poder ubicar en brazo en posición, dada la inflamación del codo, sería conveniente anestesia. Pero la médica no quería volver a arriesgarse.

    – Ud. – le dijo la médica al joven – ¿es familiar o amigo?

    – No. Un pasajero más, que sólo lo vine a acompañar.

    – Bueno, ya que su solidaridad es espontánea, le pediría, si es que puede, que se quede a acompañarlo por unas horas.

    El joven asintió mientras sacaba su teléfono celular para volver a llamar a su trabajo.

    El electrocardiograma no daba buenas noticias. Una anomalía que Juan ignoraba. Decidieron sacarle la placa del brazo sin anestesia pero informándole que sufriría un gran dolor por unos segundos. Juan asintió. Sin embargo, para suerte de Juan, no hubo tal tremendo dolor, lo cual tranquilizó a la médica. Quien se va en busca de otra instancia del agitado mediodía. Lo vuelven con su camilla a la guardia. Al rato vuelve la médica para informarle.

    – No tenés fractura, sí una fisura de húmero. Mientras esperamos el turno de la eco, te vamos a pasar a internación. Ya te conseguí una habitación doble.

    Juan pensó varias cosas. Pero sólo asintió detrás de la máscara de oxígeno. Lo llevaron. La habitación estaba ocupada por un hombre que daba la apariencia de haber estado allí toda la vida.

    – Hola – Don Pascual – le traigo compañía. Le dice el enfermero que lo traslada.

    El paciente saluda con un dejo de resignación y expectativa. El enfermero, acuesta a Juan, le ajusta la máscara y la reconecta al tubo de oxigeno de la habitación.

    – Supongo – le dice, guiñándole un ojo – que esto es para evitar complicaciones. Seguro que dentro de un rato te la sacan y vas a poder volver a fumar.

    Juan lo mira sorprendido.

    – Ah, sí – le vuelve a decir el enfermero – después te traigo los fasos que llevabas en la camisa. ¿Traías algo más?

    Juan niega con la cabeza, pero luego recuerda y le hace un gesto circular con la mano.

    – ¿Teléfono? No trajiste ningún teléfono... seguro lo perdiste durante el accidente...

    – Yo le presto - le dijo desde el pasillo de espera el joven.

    – Viste, hombre, aún quedan gauchos en esta pampa.

    El muchacho hace gestos de querer ingresar.

    – Sí vení, pasá. – vuelve a decir el enfermero - Pero tenés que retirarte dentro de un rato. Estamos fuera de horario de visita y cuando pasa la supervisora no quiere a nadie.

    – Tomá – le dice el joven – hoy le cargué 20 pesos. Ahora me tengo que ir, pero por la tarde vuelvo. Si te vas o algo te pasa. Marcá el tercer número de la lista, es de una compañera de oficina. Si todo va bien, dejamelo en la mesa de entrada de la guardia. No te hagas problema, este anda solo con a tarjeta, solo los muy rata se los afanan.

    Juan se despide, con los ojos en lágrimas. Nunca había recibido semejante muestra de solidaridad en la vida.

    Tomó el celular. Tenía ganas de llamarla a Mariana; pero aún no se sentía con fuerzas como para enfrentar su enojo. Lo dejó otra vez debajo de la almohada.

    – Bueno – dice su circunstancial compañero – ya es hora de algo de televisión. Le molesta si la enciendo. Tuve que pagar para que me la dejen tener. Esa supervisora que dice este fulano cobra más que la aduana, pero si usted quiere guardar una ametralladora; previo pago, ella lo permite. Jejeje...

    Juan pensó que después de dos días, por fin se encontraba con una persona común. Asintió y le sonrió.

    – Las noticias de las 14, a ver si dicen algo de lo del banco. – Comenta don Pascual.

    – Así, ¿que pasó? – Pregunta Juan con un hilo de voz.

    – ¿Que, no sabe? No sé a que banco le rompieron todos los vidrios. Lo raro es que no se llevaron nada.

    De pronto Juan recordó las recomendaciones de Mariana.

    – El televisor - le dice, con desesperación, a su compañero de pieza.

    Su compañero gira la cabeza, solo para comprobar como Juan luchaba, con su brazo derecho, con las sábanas enredadas a la cabeza. Llamó urgente pero el timbre no funcionaba. Nada ni su monitor cardíaco parecía funcionar. Salió renqueando al pasillo y gritó a viva voz.

    Cuando el enfermero llegó. Juan ya había muerto.





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    Tus posibles pasados
    (Your possible pasts)



    Juan se va a la plaza. Se sienta en un banco recién pintado. Saca un cigarrillo y lo fuma con parsimonia. Piensa que es todo esto. Si es sólo una locura más de Mariana, ¿porque todos parecieran ponerse de acuerdo?. Si fuera cierto, por el contrario, que él fuera el responsable, ¿porque Mariana no lo deja librado a su suerte?

    Antes de poder responderse ninguna de las preguntas, ya estaba quemándose las punta de los dedos. Volvió al bar.

    Tuvo que hacer un ruido con la silla para que Mariana lo percibiera, tan inmersa se hallaba en sus dibujos.

    – ¿Y, Mariana? ¿Que hacemos? Sí querés le pedimos al mozo que no deje dormir acá. Esta lindo para hacer el amor sobre las bolsas del café.

    Mariana alza los ojos.

    – Seguro, me encantaría, esto está mas limpio que tu departamento.

    – Bueno, trataba de distraerte.

    – Juan tenés una tan rara habilidad para hablar en el momento menos oportuno, estaba tratando interpretar algo de lo que tenemos.

    – ¿Y que tenemos?

    – No tenemos nada. Lo que sí estoy segura que no podemos pasar la vida en esta mesa de bar. Tenemos que salir a comer, bañarnos, dormir a algún lado, y no podemos volver ni a tu departamento, ni al mío. ¿Se te ocurre algún lugar?

    – Tengo unos amigos en San Justo...

    – No, Juan, ya te lo dije, no podemos salir de Buenos Aires.

    – Salvo que le pidamos alojamiento a mi hermana.

    – ¿Que onda con ella?

    – Bien, bien... bastante bien, teniendo en cuenta...

    – ¿Teniendo en cuenta que?

    – Teniendo en cuenta que me tuvo que sacar tres veces de la cana... sólo en el último año, por escándalo en la vía pública.

    – Bueno, a muchos les pasa...

    – Sí, pero no de la comisaría donde ella trabaja...

    – Ah, bueno... eso cambia las cosas... ¿que hace?...

    – Es Oficial de la Federal, está en homicidios, esta estudiando para no se qué forense, que le permitiría llegar a inspectora, no es nada común...

    – ¿Porque? Ahora hay más oficiales policías mujeres que antes.

    – No, digo que no es común, porque no es fácil cuando tu apellido no es compuesto, no sos la medalla de tu promoción. De todos modos, está por encima de, incluso, sus compañeros de promoción varones. Tiene una buena carrera, pero no me gusta.

    – Bueno a nadie le gusta la cana.

    – Sí, a ella tampoco, pero lo toma con profesionalismo. Pero lo que la disparó para arriba fue algo que pasó al año de egresar de la escuela de oficiales. Uno siempre piensa que usar el uniforme es peligroso sólo cuando tenés que entrar a una zona marginal. Pero estaban disfrutando con una compañera sus primeras vacaciones, en Mar del Plata, a 400 Km. de su lugar de trabajo. Alguien las fue a buscar, llenó el departamento que alquilaban de plomo, a la compañera la mataron, ella se salvó, apenas, con dos disparos en el cuerpo. Todavía tiene un proyectil incrustado en la pierna derecha, por encima de la rodilla.

    – ¿Así? Que carga, ¿no?

    – Hasta ahora nunca supo quienes fueron, ni porque lo hicieron. Tampoco porque nunca salió en ningún diario. Dos compañeras que apenas estaban comenzando en la cana, que no tenían acceso a ninguna información clave. Un misterio. Pero desde ese momento hubo un cambio importante en su vida. Eso la preparó, en cierta medida, a la pérdida que tuvimos luego. Mi viejo era muy cariñoso con todos sus hijos y le enseño a cada uno el valor de la unión familiar. Yo era apenas un adolescente y ella se hizo cargo mío, en una edad en que las mujeres están más para buscar pareja que hacerse cargo de un crío quilombero.

    – ¿Porque crío quilombero?

    – A mi me atacó mal, la muerte de mis viejos y hermanos. Es como que un día estás en el paraíso y al otro te mandan al infierno.

    – Pero vos no crees en cielo o infierno.

    – Cierto, fue una forma de decir...

    – Una metáfora...

    – No sé de que hablas... yo no tengo secundario... salí pronto a ganarme la vida solo... no quería que Alejandra me mantuviera, un poco por rebeldía, para no tener luego que obedecer sus órdenes, pero también porque la veía matarse con extras, algunas de ellas realmente peligrosas. Pero ella, nunca me dijo nada. A los 16 años decidí sentar cabeza...

    – ¿Ah, a los 16?... mirá que tarda tu cabeza en sentarse...

    – No me jodas. Al menos conseguí un trabajo, ¿no?

    – Sí,.claro. Algunos lo llaman trabajo.

    – Pero, bueno, entonces ¿que hacemos?

    – Tengo ganas de conocer a la tía de mi hija.

    – Cuando se lo digas nos va a sacar a los tiros.

    – ¿Porque?

    – No sé, digo nomás... vamos... la llamo...

    – Sí, pero no de tu celular, ni del mío usa un público. Es decir, te lo vuelvo a decir... te lo repito... bis... replay: Nuestros teléfonos no existen más.

    – Bueno compramos otros...

    – No, nene, no es el número, es tu vibración la que detectan, ya la detectaron y llames de donde llamés te identificarán... por eso cortito y conciso... ¿de acuerdo?

    – Esta bien, ya vuelvo.

    Juan se levanta y usa el teléfono, clavado casi, de la escalera que lleva al segundo piso. La llamada es corta.

    – ¿Y? - Pregunta Mariana.

    – Todo bien. Me dice que me espera con los brazos abiertos y...

    – Y... ¿Y que?

    – Y con la reglamentaria cargada. Que en cuanto le salga con otra de las mías, me piensa sacar como rata por tirante. Pero recién deja servicio, si no hay ninguna emergencia, a las seis de la tarde, tiene que pasar por el súper a comprar víveres y llegará a eso de la 8 de la noche.

    – Esta bien, confío que tengamos donde dormir, al menos por esta noche. Pero lo más importante es que necesitamos alguien en quien confiar. Vos, ¿confias en ella?

    – La palabra confianza es una palabra un tanto rara en mi diccionario. Pero si lo debo decir, confío más en ella que en mi mismo.

    – Entonces, ¿porque nunca supe de ella?

    – Mariana...

    – A ya veo, no le podés contar a tu hermana, sobre cada una de tus amantes...

    – No... este...

    – No mientas más...

    – Yo no estoy mintiendo. ¿Cuando te mentí?

    – Lo hombres siempre mienten hasta que logran su objetivo, pero esta vez te equivocaste, te equivocaste conmigo...

    – De que estás hablando...

    – Oh, Mariana – dice Mariana, impostando la voz como la de Juan – la mujeres mayores saben hacer el amor mejor que las adolescentes...

    – Che – le contesta ofuscado Juan – eso no fue una mentira.

    – Entonces, ¿porque seguiste con tus “inútiles” adolescentes?

    – Mariana, nunca me habías celado, ¿a que viene esto?

    – Viene a que ahora tengo un hijo tuyo en las entrañas... pero no te hagas problema... no fuiste vos quien logró el objetivo, sino yo... tardé veinte años pero te encontré...

    – Eso va a ser difícil de contárselo a Alejandra.

    – Más difícil que hacértelo entender a vos, no creo

    – Digo yo – pregunta Juan - ¿vamos a quedarnos acá hasta las ocho de la tarde?

    – Sí, señor, que no te queden dudas... así que relajate... sentate... y comenzá a elegir... nombres de mujercita.



    A la ocho de la tarde, cansados, ojerosos y malolientes, estaban ambos sentados en el tronco que daba al frente del edificio donde vivía Alejandra. Unos chicos que andaban en patineta escuchando Hip Hop, y vestidos como la regla manda, distraían las miradas indiscretas. De pronto Alejandra aparece tan cargada de paquetes que Juan no la había podido identificar.

    – Buenas, Juan. – dice ante la distracción de su hermano.

    – Ho... hola... Alejandra... de civil ni te reconozco... este... te buscábamos porque...

    – Pasé a cambiarme antes de salir a comprar. ¿Quienes me buscaban? – Le dice Alejandra, mirando a Mariana que también se había puesto de pie.

    – Nosotros – responde Juan desconcertado.

    – ¿Quienes son nosotros? - Le vuelve a preguntar.

    Entonces Mariana no puede contener más la risa y le estira la mano para saludarla.

    – Hola, yo soy Mariana.

    – Encantada, Alejandra. Supongamos que sos vos la persona que mi hermano “tendría que haberme presentado”.

    – ¡Ah bueno! – dice Juan – Soportar a una u otra ya es bastante, no quiero saber lo que será a ambas simultáneamente.

    – Pará de llorar que si no, no te doy lo que tengo acá.

    – ¿Que tenés? – le dice Juan, en un dejo de familiaridad olvidada.

    – Humm. No sé. A ver dejame tomar examen... Mariana, ¿que puedo llegar tener aquí?...

    – Y... lemmon pie...

    – Muy bien, está usted aprobada. Vamos subamos que tengo los brazos acalambrados.

    Los pisos fueron apenas pasando con el tiempo transcurrido sin verse. Mariana los miraba y no podía dejar de reírse. Finalmente llegan al pequeño pero hermosos departamento. Alejandra abre con mucha dificultad, pero ya estaba inmersa en una divertida guerra de ojos con Mariana.

    – Llegamos - dice finalmente.

    Mariana entonces aprovecha para comenzar los regaños.

    – Uy, que futuro me espera con vos...

    – ¿Porque? ¿Que hice ahora?

    – Mejor digamos, no hiciste. Primero no nos presentaste. Segundo, dos pisos por escalera y no se te ocurrió agarrar ni un solo paquete de los brazos de tu hermana.

    – Ah, mujer – le dice Alejandra, mientras comienza a distribuir las provisiones – si usted pensaba en un caballero, se equivocó de puente. Ese daba a la pocilga de los herreros... aunque creo que un herrero... me podría estar arrojando un yunque.

    – Bueno, che – grita Juan, un poco más distendido y con ganas de seguir la chanza – la señoras son perfectas.

    – ¡Señoritas! – le contestan a dúo.

    – Sí, señoritas, pero no doncellas...

    – Lo único que nos faltaba, para acrecentar nuestra desgracia de falta de príncipes – le responde Alejandra.

    Se hace un silencio que Alejandra aprovecha para preguntar el motivo de la visita.

    – Supongo que no me habrás llamado con el único propósito de comer Lemmon Pie – le dijo Alejandra a Juan.

    – No. Pero... mirá... este... que mejor te explique todo Mariana.

    – Bueno pasemos al living. A la comida sólo le hace falta un golpe de microondas, hablamos, me cuentan y después cenamos, ¿de acuerdo?

    – Mariana fue despacio, a paso muy lento, exponiéndole la situación. Al menos, esperaba, que la tía de su hija, no la hiciera encerrar en el Moyano. Pero para su sorpresa, Alejandra se encontraba más abierta de lo que en principio Mariana pudiera pensar.

    Como si fuera una guionista que muestra su proyecto a una productora. Mariana con exactitud cronométrica, con hechos, fechas y pesadillas, le cuenta a Alejandra todas sus percepciones. Alejandra la detiene cuando Mariana le dice haberse matado a si misma.

    – ¿Como es eso?

    – Yo, en otro tiempo, no sé si en el pasado o en el futuro, pero seguro no en este tiempo. Me enfrenté a mi misma. Ambas tuvimos miedo y una mató a la otra. Es un error en el tiempo y la mayoría de las personas a quienes les sucede no está preparada para eso. Eso me sucedió a mí. Por eso es que, creo, vuelvo a tener esa conciencia. La única forma de volver a vivir otra vida, con la amnesia de las anteriores es ayudar a otro no sufra lo mismo.

    – Y ese otro... ¿es Juan?

    – Sí, pero él está enfrentado a dos circunstancias. Si una es muy raro que suceda dos es todavía mas difícil. Sin embargo, aparte de prepararlo para encontrarse a si mismo y no entrar en pánico, debo advertirlo sobre quienes lo buscan para eliminarlo.

    – ¿Asesinarlo?

    – No, esa no es la palabra exacta, aunque puede tomar bajo alguna circunstancia esa forma. Pero lo que realmente no entiendo es porque no solo se une él con su familia – le dice mientras le muestra la última de las láminas.

    Alejandra mira con atención la lámina, como si fuera algo que ella en algún punto le dijera algo.

    – Pero bueno, yo tengo hambre – entonces interrumpe abruptamente la charla – que tal, si comemos, y la seguimos luego, con un café en la mano.

    Mariana comenzó a mirar extrañada la forma de desenvolverse de Alejandra. Observaba como los hermanos se movían por el departamento con movimientos sincrónicos y complementarios. Observó los abrazos cariñosos de Juan. Entonces puso a prueba su intuición.

    – ¿Algunas vez hicieron el amor?

    – Uff... no pensarías que me quedaría a plantar jazmines... – le contesta Alejandra.

    – No, no entendieron mi pregunta. Pregunté si alguna vez ustedes hicieron el amor.

    – Mariana – respondió ofuscado Juan – ¿como se te ocurre?

    – Es que veo tanto amor entre ustedes que lo único que falta es que se hayan unido íntimamente.

    – No – contesta Alejandra, con intriga pero sin ningún enojo – ¿que te lo hace pensar? Muchos hermanos se quieren, ¿no es natural?

    – Entonces, esta bien... ustedes en esta vida nacieron hermanos, por eso.

    – ¿Como por eso? – vuelve a preguntar Juan cada vez más confundido.

    – Si ustedes no fueran hermanos, serían amantes. Pero al nacer en una cultura en que el incesto es tabú, algo busca el universo en eso... sé que no me explico bien... pero...

    – Sí usted lo dice. – dice Alejandra con los brazos en jarra, mientras el ventilador le hacía flotar su hermosa cabellera oscura.

    – ¿Sos vos? Me pregunto si sos vos – le dice Mariana a Alejandra como si hubiera descubierto al Mesías.

    – ¿Quien soy? – le dice Alejandra sorprendida.

    – La guerrera de la lámina. Sí, sí, sí, sos vos.

    – ¿Como que yo?. Explicate.

    – En la lámina figuran las fechas de muerte de la familia, del nacimiento de sus hermanos, pero sugestivamente ninguno de ustedes dos. Eso era lo que yo creía. Pero ahora me doy cuenta. La guerrera sos vos, ¿acaso tu oficio no es ese?

    – No, mi oficio no es precisamente ser guerrera. Salvo que se llame así, el levantar cuerpos de chicos con un navajazo en el cuello, al que sólo le faltan sus zapatillas. Pero te sigo, me interesa... al menos una es guerrera para “alguien”.. –dice, mientras le clava un codazo a Juan.

    – La guerrera sos vos y la sombra es Juan.

    – Ah claro, resulta que ahora soy sombra. – Comenta Juan.

    – No, no te ofendas, cuerpo y sombra atados de forma inseparable.

    – Sí, pero si no hay cuerpo no hay sombra – insiste Juan.

    – Es cierto. Sin embargo, la razón de que sea así, la razón de que ellos estén aquí, es por vos. Ellos no pueden destruirte sin pasar a través de ella, y ella es indestructible.

    – A gracias, voy a cancelar el seguro de vida entonces – le dice Alejandra.

    – En cuanto a esta situación, es claro. Ellos necesitan separarlos, por eso nacieron medio hermanos, no nacieron ni extraños, ni hermanos completos, fue una forma de separarlos. Pero a su vez por fuerza de un amor, que pudo no haber existido, ¿acaso no es cierto que muchos hermanos, incluso se odian?, les es tan difícil acceder a Juan... salvo hacerlo en forma violenta... sin embargo...

    – ¿Sin embargo? – vuelve a interrogar Alejandra.

    – Sin embargo, la luz... sin embargo... la luz... sol de frente, sombra... ellos sólo pueden actuar de noche, de noche la unión cuerpo sombra no existe... y esa es la otra razón...

    – ¿Que otra razón?

    – La guerrera, como todo guerrero, tiene un territorio que defender o atacar... por eso es que Juan se encuentra indefenso si cruza los límites de tu territorio... y tu territorio natural es la Ciudad de Buenos Aires...

    – Cortala con el vino tinto – bromea Juan.

    – Una pregunta más – insiste Mariana – Alejandra, ¿sos ambidiestra para disparar?

    – Sí, primero para escribir y también para disparar – responde Alejandra – ambos lo somos, era una veleidad de papá, el que aprendiéramos a ser diestro con ambas manos. Primero que cuando éramos chicos, estaba de moda eso de la habilidad manual y su relación con los hemisferios cerebrales. El decía que quería hijos, inteligentes y con corazón. Pero también había una historia de un antepasado en Florencia, una leyenda absurda, cruel y simpática a la vez. A todos los inmigrantes, el desarraigo, les hizo conservar esas leyendas como parte de su propia sangre.

    – ¿Sí? ¡Que interesante! Contame.

    – Este antepasado era pintor y espadachín, o como se llamara. Un cierto cuadro suyo, al parecer, ofendía el buen nombre de la hija de un importante noble. Para algunos. Porque para otros no era más que el amor concreto de él por la niña. Entonces el noble, mandó a sus soldados a buscarlo para que compareciera ante él. “Con cual mano pintaste el cuadro”. “Por supuesto con la diestra, mi señor” “Córtenle esa mano”. Ordenó, y así lo hicieron. Poco tiempo después, se encontró el noble, en un descampado si sus soldados, frente a frente con su víctima. Sacaron sus espadas hasta que el pintor, puso al noble bajo su filo. “De que lado tienes el corazón” “A la izquierda”, le contestó el noble. “Mientes, si lo tuvieras de ese lado, sabrías que tu hija, será madre de un hijo mío” Y lo atravesó con su filo, empuñado en su mano izquierda.

    – Romántica historia.

    – Sí, pero no muy útil en una ciudad donde hay un delito cada 5 minutos.

    – Es cierto, pero no podemos actuar en la realidad, sino anclamos un poco en las fantasías. – opina Mariana.

    – Sí. Creo que es verdad. – contesta Alejandra.

    – Alejandra quiero hacerte dos preguntas más. Una casi obvia y otra un tanto más difícil. – dice Mariana

    – Dale, hacelas.

    – La primera, la más fácil. ¿Porque elegiste ser policía?

    – Ufff. Respuesta fácil de acomodar luego de tanto tiempo. Primero porque tenía la imagen de la policía de las series de televisión, y nuestra familia siempre fue media maniática con la tele. Una imagen de justicia, poder y protección de los desvalidos. Y yo siempre me sentí una sobreprotectora. Creo que hasta a papá lo llegué a sobreproteger.

    – ¿Cuando te derrotó él?

    – ¿Esa es la otra pregunta? Porque no te terminé de responder.

    – Perdón, no, esa no era. Simplemente que no quiero olvidar de hacértela. Digamos, como tercer pregunta.

    – Bueno, continuando... era la primavera democrática y yo como unos cuantos ilusos, creímos que unas cuantas cosas tendrían que cambiar. Entre ellas la policía. Pero, en fin, eso no sucedió. Ya estaba adentro. Mis padres muertos. Mi única amiga dentro de la fuerza asesinada. Seguí con la esperanza de poder descubrir, algún día a los asesinos. Otra desilusión. Pero con el tiempo, vino la certeza de que al final de cuentas esto es una profesión, trato de alejarme de los chanchullos. Es decir, dar a entender que yo me meto sólo en lo mío. Que hacer lo contrario, sería aparecer en el Río de la Plata, hecha un colador. Sin embargo, con un poco de tesón. Alejada de las guardias a políticos y banqueros, es decir, fuera del circulo del poder real, he descubierto un espacio donde desarrollar mi profesión. Y, ¿sabés una cosa?

    – No. Decime.

    – Uno aprende que no es tan cierto eso de la profesión, de los famosos test vocacionales. Si ves mi caso podrías concluir que yo no tenía vocación real alguna. Pero con el paso del tiempo sólo te quedan dos caminos, o te adaptás y vivís, o desaparecés. ¿Eso dijo Darwin, no?

    – No exactamente eso, pero es una buena aproximación.

    – ¿La segunda pregunta?

    – ¿Te gustan las mujeres?

    – Hummm... respuesta difícil de responder. Ya veo tu aprehensión. Si de piel se trata, no, definitivamente. Mi relación con los hombres es conflictiva pero los sigo eligiendo... al menos por ahora... en cuanto a una segunda intención de la pregunta... ¿si soy fálica?... creo que sí. Me gusta tomar las decisiones, me gusta imponerlas, no me gusta someterme al arbitrio de ningún hombre, me gustan las armas, me gusta hacerle el amor a los hombres... ¿Como me define eso?

    – Pero sos maternal.

    – Sí, ¿sabés que sí?

    – ¿Te cabe el modelo de guerrera voluptuosa?

    – ¿Que es eso?

    – La imagen metafórica de la mujer guerrera de los comics. En mi tiempo una heroína Heavy Metal.

    – Sí, creo que sí.

    – Entonces, Alejandra, creo que estamos todos – opinó Mariana, mientras le arrojaba un almohadón a Juan, que se había quedado dormido en un sillón a espaldas de las mujeres.

    – Te quedaba una pregunta, según dijiste.

    – A sí... cierto, esa misma que te hice. ¿En que te derrotó tu padre?

    – Mi padre no me derrotó. Nunca entablé contienda contra él.

    – Alejandra, todos tarde o temprano, si tenemos la dicha de contar con ellos, entablamos contienda con los padres, es el ritual de recambio de generación. El tema es saber cuando y en que los superamos.

    – Creo que aún no lo he superado.

    – Yo no creo que una mujer como vos, haya esperado a la adultez para establecer un desafío. Los buenos padres nos incitan a los desafíos, cuando finalmente logramos vencerlos, ellos se alegran, porque consideran que ya estamos preparados para la vida.

    – No, no sé... a menos que...

    – A menos que...

    – A menos que sea al tennis. El me enseño. El me llevó a la escuelita. Pero nunca le pude ganar. Sí, eso... recuerdo sus palabras... “vamos Ale, vamos... tenés que poder ganarme”. Mi padre no es de esos que se dejan ganar.

    – ¿No “es”?

    – No... “era”... creo que murió en la certeza que yo lo lograría. Pero no pudo verlo. Era tan inteligente, tan responsable, tan vivaz y sin embargo...

    – Sin embargo, ¿que?

    – Sin embargo... tuvo su minuto fatal... ese que llevó a la muerte a la familia...

    – ¿Que pensás que pasó?

    – Ay, Mariana, no sé... ¿que lo pudo impulsar a cruzar de esa manera? No, no fue el típico caso de aquel que cruza y entra en pánico. Según los testigos fue como un querer ganarle el cruce al tren. Y un tren tiene pocos oponentes.

    – A ver, te doy tres alternativas. Una, suicidio.

    – No. Papá un tipo jovial que siempre fue para adelante. Siempre con una palabra de superación, de aliento. Un hombre que enseño a quererse entre sí a todos sus hijos. No, seguro que no.

    – Dos. Locura transitoria.

    – Papá era de los que no se guardaba nada. Si tenía que besarte te besaba, si tenía que mandarte al carajo lo hacía. Jamás nos ocultó como hacen tantos, sus momentos de tristeza y sus lágrimas. Cuando mi mamá nos dejó, digo, mi verdadera madre, lo vi llorar. Pero a la vez, me decía: “No te preocupes, hija, ya va a pasar”. Dicen que las lágrimas espantan la locura, bah, otros dicen todo lo contrario.

    – Tres... una alucinación...

    – ¿De que? Papá no estaba loco, papá no bebía, no estaba bajo ningún tratamiento médico... ¿alucinación de que?...

    – ¿Sabés que es una alucinación?

    – Parece que no, creo... me hacés dudar...

    – Según el diccionario “Sensación subjetiva que no obedece a impresión en los sentidos”. Es decir es algo que el sujeto cree sentir pero que no es tal. Supongamos que en realidad tu padre no vio la barrera baja, no escuchó el sonido del tren, sino todo lo contrario, venía de un semáforo en verde, barreras altas, permiso de paso...

    – Sí, supongamos, Mariana...

    – No, no supongamos, Alejandra. Yo estoy segura.

    Afuera comienza a llover.

    – El alerta meteorológico, esta vez, no fue errado – dice Alejandra, tratando de tomarse unos segundos para responder – Mariana... hasta acá, todo romántico. Princesas, caballeros... pero aún no entiendo, entonces, que papel puedo jugar yo, para curar tus pesadillas.

    – Es que no son, en realidad pesadillas, son percepciones que no puedo manejar – contesta Mariana – este... como contarte...

    – Alguna forma debe haber...

    – Una mañana, hace unos treinta años... tuve la primer pesadilla... mis viejos, señores burgueses como corresponde me mandaron al psicólogo... eso en lugar de apaciguarlas las acrecentaba... en cada regresión, yo volvía a mi niñez, mis primeros años, a la placenta materna... y pasaba al otro lado.

    – ¿Que otro lado?

    – A una vida anterior, una vida donde me encontré consigo misma.

    – Eso no es posible – le dice Alejandra.

    – Eso mismo decía el terapeuta. – responde Mariana.

    Soy charlas con vos misma. Normales en tu etapa de afirmación de la personalidad”, me decía y otras cosas por el estilo. Yo había tomado sus palabras “algo” en serio, pensé en una culpa, miedos, por mi sexualidad, no bien encaminada. Pero eso no era, pensé, algo que a mis viejos les pudiera importar. Que el primer miedo que enfrentamos. Mi vieja era una hippie de los sesenta que con el paso del tiempo, como siempre pasa, se había aburguesado, pero mantenía la mente abierta para conmigo. Una tarde salí, confundida, muy confundida de una sesión. Era invierno, hacía mucho frío. Me fui a una plaza. Una anciana le daba de comer migas de pan a las palomas. Vestía miserablemente, sin embargo se la veía feliz.

    - ¿Comenzaste a buscar? - Me dice.

    - ¿A quien? - le digo.

    - “A tu justificación, hija, tu justificación” – me dice.

    Yo pensé que me comenzaría a hablar de religión o algo así. Intenté levantarme, pero algo me llamaba la atención de ese rostro viejo, cansado, pero feliz.

    - Ah , al fin se termina este camino – me dice, mientras me palmea la espalda.

    - No le entiendo – le contesto.

    - Mañana, amaneceré muerta – me dice sonriendo.

    - ¿Y eso le parece divertido? – le contesté.

    - No, divertido, necesario – me dice.

    - Si, claro, todos moriremos, es necesario que unos mueran para que otros vengan – traté de razonar yo.

    - No, no es eso. Sí, es cierto que la muerte es inevitable para el cuerpo. Simplemente, que esta vida fue muy larga. – Me dice.

    - Sí, claro, la vida es larga, demasiado larga, cuando se sufre. – le contesto.

    - Puede ser. Pero no me refiero a eso – me dice.

    - Entonces, ¿a que se refiere?

    - Hummm... veamos, ¿que te han dicho sobre tus “pesadillas”?

    - ¿Cómo mis pesadillas? ¿Que sabe usted de mis pesadillas? – le contesté, totalmente atemorizada.

    - Ah... parece que no me equivoqué, entonces...

    No le dije nada, me paré y comencé a caminar.

    - ¡Mariana! – me dice.

    - ¿Cómo sabe mi nombre? – le dije, dándome la vuelta violentamente.

    - Mariana, vení, ayudame a darles de comer – me volvió a decir mientras me miraba con una sonrisa.

    - Volví a sentarme a su lado, esperaba una explicación.

    - ¿Pensás que siempre vestí así? ¿Que siempre pasé las tardes alimentando palomas? No, no siempre fue así.

    - ¿Alguna vez tuvo dinero? – le dije ingenuamente.

    - No. En esta vida nunca – me dice, aumentando mi confusión.

    - ¿Entonces? – le vuelvo a preguntar.

    - Eso no importa ya. Eso se lo dejaré al tiempo para que te lo explique. Ahora, sólo te tengo que contar algo de vos.

    - ¿De mí?, ¿Que sabe usted de mí? – le digo.

    - Anoche, tuve el que será mi último sueño de esta vida. Soñé que una chica se sentaría a mi lado a alimentar las palomas – me dice.

    - Ese no parece un sueño para nada interesante. – le digo.

    - Está atardeciendo. Queda poco tiempo. Ambas estamos atrapadas en un tiempo que no nos pertenece, mi ventaja es que yo he podido cumplir con mi misión y vos recién la comenzás. – me dice.

    - No entiendo, ¿de que tiempo?, ¿que misión?

    - No es común lo que a vos y a mí nos pasa. Ocurre una vez en un millón, quizá menos frecuente aún. Casi todo el mundo muere en paz. Eso no habla que uno muera con la conciencia limpia, ni que tenga una muerte apacible, eso es algo que tampoco yo entiendo. Lo que sí sé, es que en otro tiempo he muerto por error – me dice.

    - ¿Que acaso no era usted quien debía morir?

    - No, no es exactamente eso. No se trata de la justicia de la muerte, ni de la vida. En la guerra mueren millones de inocentes, ocurren millones de asesinatos, gente que desde el punto de vista humano no deberían morir. Y creo que coincidimos en eso.

    - No sé exactamente... perdón no sé nada de lo que me dice – le digo ya ofuscada.

    - Antes de matarte, deberías haberlo pensado – me dice.

    - Como matarme, yo no pienso suicidarme.

    - No me refiero a esa clase de matarse, ni hablo del ahora.

    - Bueno, entonces hábleme sin mas vueltas... su sonrisa me produce más angustia... - le digo.

    - Bien, Mariana, sólo te voy a decir que en otra vida vos te mataste a vos misma, eso es un error que el universo no tolera. Yo también lo he hecho, pero he podido luego de mucho, mucho tiempo, enmendarlo... eso es, apenas un remiendo de vida. Vos también estás en ese camino de costurera, sin embargo, tu misión será distinta a la mía.

    - ¿Porque? – le pregunto.

    - Porque acaba de nacer otro error del tiempo y tu misión será evitar que haga lo que nosotras hicimos.

    - Que, ¿acaba de nacer un Mesías?

    - Oh, no nada de eso, eso sería una muestra de soberbia de nuestra parte. No deberás buscar ni a un Mesías, ni al futuro emperador del mundo, ni siquiera a jefe de la barra de la esquina – me dice.

    - ¿Dónde? ¿Hacia donde debo ir? – le digo.

    - A ninguna parte que una simple combinación de colectivos no te lleve. Es aquí en esta ciudad.

    - ¿Acá... en Buenos Aires?

    - Sí, ¿Que tiene de malo o que tiene de bueno, esta ciudad? Una ciudad tan gloriosa o apestosa como cualquier otra.

    - Pero, ¿quien es?

    - A no sé. Nacen tantos niños en una ciudad tan grande.

    - Si no lo sabe, ¿porque me lo dice?, ¿porque no me dejó seguir viviendo en la ignorancia?

    - Para ahorrarte la mitad de tus pesadillas, esa era mi última misión en esta vida. – me dice, mientras se para y comienza a caminar.

    - ¿Porque la mitad de mis pesadillas? – le digo.

    - Porque esa mitad no son pesadillas, son sueños. Deberás prestarle atención, no olvidarlos, interpretarlos. Cuando aprendas ha hacerlo recién entonces podrá comenzar la búsqueda – me dice, ya a punto de cruzar la calle, esperando la luz verde del semáforo.

    La corrí un poco más para volver ha hacerle una pregunta más.

    - ¿Como la encontraré o lo encontraré? – le grito.

    - Vos lo buscarás, pero él te encontrará... y yo que vos cuidaría mejor mi cuerpo, es importante. El sexo es lindo pero en mejores condiciones. – me dice, guiñándome un ojo.

    Dobló la esquina y no la vi mas. Me miré. No sabía que podría ser de mi cuerpo. Mi madre siempre me había dicho que mi cuerpo estaba bien, que lo importante es el corazón, que tenía unos ojos realmente hermosos.



    Mariana termina su extraño relato.

    Alejandra tiene tres preguntas que hacerle. Eso indicaba el número que marcaban sus dedos, de la mano derecha puestos como la Flor de Lis.

    – Pregunta número uno: ¿Que significado tiene una charla con una desconocida y tus pesadillas? – dice Alejandra.

    – En que todo a partir de allí comenzó a tener sentido. Esos sueños incomprensibles se debían a alguna causa, que yo tendría que saber cual era. – contestó Mariana.

    – Bien, pregunta número dos: Ese que nació, es “eso” que duerme allí, y ronca como un marrano. – Vuelve a preguntar Alejandra.

    – Sí, así es.

    – Carajo, que cargas le impone el universo a uno... tercera que tienen que ver tu cuerpo y tu sexo.

    – Yo era la gordita rubia y tonta del grupo. Tenía 15 años, casi esta misma altura y ya andaba por los 90 Kg. Ningún chico se fijaba en mí. Cosa que me dolía mucho, como le puede pasar a cualquier chico o chica, gordo o flaco, bajo o alto... a los 15 años, el no sentirse deseado por el otro sexo es la cosa más terrible...

    – ¿Y tu sexualidad?

    – Mi sexualidad... ¿Que sexualidad? Tenía tres compañeros de curso, de mi misma edad, que una vez me llevaron a la casa de uno de ellos cuando los viejos no estaban y así conocí de que se trataba...

    ¿Eso fue todo?

    – No, luego me dijeron que si no aceptaba hacerlo de nuevo, se lo contarían a mis viejos, así que acepté una y otra vez...

    – Pero, ¿no me dijiste que tus viejos eran abiertos? Se los contabas vos y listo.

    – ¿Así? Y a mi se me terminaba el jueguito... pero igual se terminó... la abierta de mi madre arruinó todo...

    – ¿Como que lo arruinó?

    – Una noche, los invitó a casa, les dijo que ellos debían salir, que me dejaban sola... que se divirtieran... por supuesto, salieron corriendo.

    – Te enojaste con tu madre.

    – No. Eso me permitió a mí, y le permitió a ella, que pudiéramos volver a hablar de mi cuerpo y mi sexualidad.

    – Te pusiste en régimen.

    – No. Para nada. Charlas con ella.

    – Así. ¿Como es eso?

    – Ella me enseño algo de su filosofía de la vida, respecto del cuerpo, es decir, la salud corporal como un todo. Una de ellas era que el cuerpo es sólo el espejo de lo que uno quiere de él. Me dijo que si quería seguir siendo la gordita del grupo, si me sentía cómoda y feliz en ese rol, eso no era ningún problema. Pero si era todo lo contrario que me situara y me mentalizara.

    – ¿Como?

    – Que cada mañana me mirara al espejo, cerrara los ojos y me viera como quería ser.

    – Y eso, ¿funcionó?

    – Perfectamente, a los 19 años era la chica con el cuerpo que yo quería tener. Este que tengo ahora, una chica apenas rellenita. Conforme con él y conforme con mi sexualidad.

    – ¿Y el amor?

    – No el amor era otra cosa. A partir de esa charla en esa plaza. Supe. Mejor dicho, comencé a saber lentamente, que el amor para mí sería una cosa distinta de lo que es para cualquier otra mujer. Si ocupaba mis días en hallar a mi príncipe, no encontraría a mi “justificación”. Ahora lo encontré y debo terminar de cumplir esa misión. Sólo que la ansiedad me tendió una trampa y me enamoré de él, incluso antes, mucho antes de encontrarlo. A veces pienso que cuando todo esto termine, podré volver a pensar como cualquier otra mujer.

    – ¿Porque? Acaso no es el hombre de tu vida.

    – Sí, Alejandra, es el hombre de mi vida, la justificación de esta existencia. Pero no es el hombre con el que voy a terminar, o al menos continuar mis días. Ese será otro. O quizá ese otro no exista.

    – Bueno tu visión de la eternidad de la vida te hace tener mayor paciencia.

    – No. Eso dejémoslo para los beatos. Hay un mandato del universo, una ley de la especie es que debemos buscar el complemento al que nuestro cuerpo fue llamado y a su vez, no permitir que sea el primero que pasa por la calle, el chico que nos invita la primera pieza, el que nos desflora dentro de un auto, ni el muchacho que le gusta a papá.



    – Bueno... la tormenta arrecia, Mariana... supongamos... bah, no sé como plantearlo... ¿que se supone que deba hacer yo?... levantar una barricada en mi departamento... limpiarle los mocos a Juan... buscar mi disfraz de Rambo que tengo escondido...

    – Nada de eso... no es de armas físicas que estoy hablando... ¿entendiste lo que te quise decir con la figura humana?.

    – Bueno, pareciera que no.

    – Tu imagen exterior es sólo una expresión de tu aura interior... hay una lucha entre la luz y la oscuridad... unos que vienen por Juan, otros que te han destinado en su defensa desde el momento de tu nacimiento...

    – ¿Cuales son los buenos y cuales los malos, Mariana?

    – Eso es algo que se sabrá durante el desarrollo de la batalla.

    – ¿Acaso no sabés de que lado estamos?

    – Honestamente, no. Es como el soldado que va a la guerra convencido de la justicia de sus emblemas. Muchas veces recién allí se da cuenta que el otro, a quien le han dicho, debe matar, es una víctima como él y que los mandaderos de uno y otro bando, solo escoria.

    – Eso más bien parece que estamos en una lucha de oscuridad contra oscuridad.

    – No puedo estar segura del todo, pero creo que hay una fuerza de luz y otra de oscuridad. Mi angustia es no saber quienes lo buscan. Hay una posibilidad que sea la luz.

    – Pero la “luz” no mataría a un hombre.

    – No estoy hablando de matar, estoy hablando de orden del universo, que no tiene nada que ver con el concepto de orden y justicia que tenemos los humanos. Por eso mismo me es tan difícil saberlo.

    – ¿Y cuando sucederá?

    – Esta noche o una de estas noches. Mañana es nochebuena.

    – ¿Que tiene que ver eso? No parecías estar hablando de cristianismo o ...

    – No se trata de una religión en particular, se trata de que durante este tiempo en parte mercantil, en parte superstición, en parte mágico; mucha gente se abre a la reflexión interior, desatando fuerzas ocultas en su alma. Eso actúa como una aguja que se levanta en medio de la tormenta y atrae hacia sí los rayos. Un rayo puede caer en cualquier lado, salvo que aumente la densidad del campo eléctrico en un punto particular. Eso lo supo ya Franklin por eso lo inmortalizaron en algún billete de dólar... que si tuviera alguno te diría en cual... la elección de la noche dependerá del equilibrio de fuerzas entre los unos y los otros...

    Si hay fuerzas blancas ¿porque entonces tanto temor?

    – Por no saber de que lado estamos y porque si se llevan a Juan... se llevarán al padre de mi hija...

    – Ah bueno, en medio de interesante charla me dan la noticia...

    – Si se lo llevan mi hija nacerá sin padre.

    – Bueno, no serías la primera.

    – No, no entendés... no hablo de un padre borrado, de un padre ausente, hablo de un no-padre.

    – No dejaré que se lo lleven... aunque no tenga una clara idea de lo que me acabás de contar... no dejaré que se lo lleven...

    – De eso estoy segura, hay un juramento de sangre entre ustedes.

    – Sí, supongo que muchos hermanos lo tienen.

    – No. No es un juramento de esta vida. Ustedes hicieron un juramento de unidad eterna en algún otro tiempo.

    – ¿Cuando?

    – No sé cuando. No es una broma lo que dije sobre que en otro tiempo fueron amantes, pero no amantes cualquiera, debieron ser amantes que tuvieron que afrontar grandes peligros, por eso hicieron un pacto de sangre.

    – Será por eso que lo aguanto tanto, je je... bué, será cuestión de saber de que lado vienen... – dice Alejandra.

    – Eso, de que lado vienen...





    F13



    ¿De que lado vienen a buscar a Juan?



    Desde la oscuridad. Pintalo de Negro

    Desde la luz. La banda del club de los corazones solitarios

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    El oso


    Alejandra no quería volver a ningún lugar conocido. Eso sería como jugar al tiro al blanco, disfrazándose de blanco. No quería presentarse ante juez, ni superior alguno. Ignoraba cual era la trama oculta de relaciones. ¿Como saber si el oficial Lavelli, en los cuadros del cartel, no era superior del comisario Jiménez?. Pero recordó alguien que seguramente los ayudaría.

    – Vamos a la casa de Albornoz.- Le ordenó a Juan.

    – ¿Albornoz? Me suena... - Contestó Juan.

    – Fabián Albornoz. Fue compañero de promoción mío. Estuvo en Narcóticos. Durante un allanamiento un pendejito de 14 años le puso una bala que le rozó la columna. Pasó los 9 meses de la rehabilitación, si es que se pude llamar así el quedar con una pata tullida, esperando ver al pendejo para que le contara quien lo había mandado, quien le había puesto en la mano un arma con balas perforantes, que hicieron que su chaleco pareciera de papel. Pero no pudo. Al pendejito lo mataron en un simulacro de motín en el Instituto de Menores. Albornoz necesita saber y nosotros también.

    – Sólo tenemos un problema. – La interrumpe Juan

    – ¿Cual? – pregunta Alejandra

    – Tenemos que parar, Mariana se siente mal. – responde Juan

    Mariana, se retorcía en el asiento trasero. Hacía señales y gestos con todo su cuerpo.

    – No podemos parar. No podemos confiar en nadie. Si necesitás vomitar, hacelo, Mariana. – le dice Alejandra

    – Necesito todo. - Contestó Mariana, apenas gesticulando.

    – Vos tomá el volante que yo la atiendo, vamos a La Paternal, detrás de Warnes. - Le dijo a Juan.

    Mariana comenzó a vomitar. Alejandra la sostenía.

    – Necesito bajar – Le rogó Mariana.

    – No podemos. No estamos en medio de la ruta. No te pueden ver así en una estación de servicio. Yo te voy a ayudar. – dijo Alejandra.

    – No tengo otra ropa, si mi ensucio vamos a estar jodidos.

    – Tranquila yo te voy a desnudar, vos vas a hacer lo que debas. – dice Alejandra

    – Hermana, vos tenés paciencia y estómago. – le dice Juan

    – A vos te voy romper la nuca. Primero. Se nota que nunca pensás en ser padre. Esto es como cambiar un pañal, pero en un bebé más grande. Es tu amante y le tenés asco al producto de su cuerpo, yo que ella lo pensaría, mañana. Segundo esto es mucho mejor que haber tenido que ir dentro de cuatro días a sacar el cuerpo de la bañera.

    Mariana clavaba los dedos en los brazos de Alejandra. Cada bache le provocaba una nueva nausea y un efecto dominó.

    – Conducí con más calma, que igual vamos a llegar. – ordena Alejandra

    Llegan a una calle perdida y a una casa perdida. Alejandra toca el timbre y, por las dudas, le quita el seguro a su arma. Muy rápido, contrariamente a lo que hubiera esperado a esa hora de la madrugada, un hombre joven, pulcro y con lentes, le abre amablemente la puerta. Ese no era el hombre derrotado y amargado que había visto por última vez, hacia dos años.

    – ¡Alejandra!. ¡Que sorpresa!... que te trae... perdón, que estúpido lo mío... quien te corre... se nota, a simple vista, que hay problemas... pero pasá, pasá... ¿a que me interpongo en tu camino? – dice el morador.

    – Somos tres – Le dice Alejandra..

    – Uno, tres o treinta... si vienen con vos, adelante.

    Juan entra a Mariana en brazos. Ella trataba de conservar aún un poco de su humor o seguía en algún delirio, difícil saber la diferencia. Mientras, sus ojos celestes parecían desaparecen detrás del mar oscuro de sus cuencos.

    – Ah, al fin solos... disculpá que no haya traído el vestido de novia... mi diseñadora tuvo un atraso en su vuelo... creo que no me podrás amar esta noche... tengo mucha jaqueca... puedes decirle a los sirvientes que vayan a descansar...

    – Primero – dijo Juan, vencido con el metro sesenta y los sesenta y cinco kilos de Mariana – una ducha o una bañera...

    – No, bañera, no... basta de bañeras en mi vida...

    El dueño de casa, se manejaba perplejo, pero seguro y parecía adivinar por anticipado cada movimiento. Consciente de su limitación, apoyándose en su bastón, le indicaba a Alejandra cada lugar y dispositivo de la casa. Cuando al fin pueden bañar y acostar en la cama a Mariana, ella cansada les dice:

    – Diganmé que puedo dormir. Diganmé que nadie va a sofocarme con la almohada.

    Alejandra la toma de la muñeca para decirle una frase corriente.

    – Me quedo de guardia.

    – A bueno, eso es otra cosa. Hasta luego. – y cerró suavemente los ojos.

    – Vos acostate y dormí también.- Le dice Alejandra a Juan.

    – ¿Adonde? – Pregunta Juan.

    – ¿Como adonde? Al lado de ella. – le indica Alejandra.

    – No, hace calor. – contesta Juan.

    – Ah, claro, el caballero... Ay, hombres... cuando andan alzados nos siguen hasta el centro de los volcanes, pero cuando ya están hechos... “tengo calor”... Mirá, te doy segundos y guay que te encuentre en otro lado y sacate la camisa que a la gordita le trae alergia.

    – Eso de gordita estuvo de más – dijo Mariana abriendo un ojo, y volviéndose a dormir.

    – Creo que voy a tener que hacer unos cafés y, no se porque, no me va a sorprender tu historia. - Le dice el anfitrión a Alejandra.

    – Sabés que creo que tenés razón. Pero primero, contame vos, que bien se te ve, che. – le comenta Alejandra.

    – Alejandra. Cuando perdés un partida no podés seguir pidiendo cartas y doblando apuestas. Lo único que te queda es mezclar, dar de nuevo y esperar que las próximas sean mejores. ¿Sabés la diferencia entre venganza y perdón?

    – Sí. Creo que es mucha.

    – No, Alejandra, es apenas una línea dibujada con humo en el aire. Depende de que lado de la moneda estés mirando. En un principio basé mi vida en la venganza. Yo tenía que saber que había pasado. Yo le iba a poner las manos a ese pendejo, que me importaba si era menor o no. Yo le iba a poner un cuete en el medio de la barriga a la madre que lo trajo al mundo. Yo. Yo. Yo... pura soberbia... ¿a donde iba a ir yo si apenas podía arrastras una pierna sosteniéndome con mis muletas? Pero, cuando supe de la muerte del chico, para mi sorpresa, sentí pena. Como si un soldado en una trinchera se enterara que murió aquel que le disparaba... pero no fue uno el responsable. La muerte nos mezcla de forma incomprensible, Alejandra.

    – ¿Y entonces?

    – Cuando un día me calmé. Me fui a buscar al espejo y me dije unas cuantas cosas. ¿Quien te mandó a ingresar a la cana? Nadie, me respondía el otro. ¿Acaso no sabías del riesgo del allanamiento? Si, por supuesto. ¿Y porque fuiste? Por disciplina, por miedo a una sanción, por... Mentira, mentira, mentira (así con un cartel rojo que prendía y apagaba, me contestaban del otro lado del espejo)... fuiste porque sos, siempre fuiste, un pelotudo.

    – Pero, no parece ser la imagen de un pelotudo, la que veo ahora. – opina Alejandra.

    – Y, uno aprende, Alejandra. Cuesta, pero al final uno aprende. ¿que iba a hacer? Pegarme un tiro, dejarme morir en una cama. ¡Minga! Para que se ahorren mi pensión... Ja... ¡de acá!

    – Ay, me hacés reír. No te conocía así.

    – Yo soy así, pero sabés como es la fuerza. “Sí señor”. “No señor”. “Por supuesto señor”. “Afirmativo”. “Objetivo sospechoso abatido. Conducía rodado sustraído en la víspera , Miguel Néstor Néstor cuatro-siete-cuatro...” (día siguiente) “Móvil modulando detuvimos a mujer sospechosa, ejerciendo profesión ilegal... no tiene para el peaje... procederemos a su detención... y posterior empalaje..”.

    – Me reiría mucho, Fabián, sino fuera la triste verdad

    – Es cierto que mi vida no será la que soñé cuando era un adolescente. Pero, al menos rescaté una parte de ella. Después te sigo contando. Ahora, decime que los trae.

    – Mi superior, Lavelli, Carlos Ernesto Lavelli, nos quiso masacrar, por un supuesto cargamento de blanca...

    – Lavelli, Lavelli... me suena... Lavelli... esperá... no mejor vení conmigo...

    Fabián la lleva a su computadora.

    – Esta es mi bitácora. Te acordás de Star Trek.. Desde este ventanal ingreso a mundos insospechados. A ver si te puedo sorprender en algo. ¿Te dice algo esta página?

    – Parece una pagina de la DEA...

    – Si, “parece”, es una página trucha...

    – ¿Cómo una página trucha?... ¿como lo sabés?

    – ¿Como lo sé? Y Como se saben muchas cosas, por accidente...

    – ¿Como por accidente?

    – Yo estaba aprendiendo computación con un pendejo. El pibe me daba clases dos veces por semana... ¿y viste como son los pendejos? Siempre te quieren enseñar la última que se saben. Como me pareció divertido seguí con la suya. No era cuestión de convertirme en un Hacker como él, pero esto es como una película, una cosa es lo que se ve y otra lo que hay detrás de las cámaras. Un día viene me instala un programa de contraespías. “¡Paaa!, el agente de Cipol”, le dije. Se cagó de risa y me dijo que era para saber si la página o programa tenía un programa espía.

    – ¿Que es eso? ¿Un virus?

    – No, Alejandra, los virus son juegos de adolescentes... o de las proveedoras de antivirus... esto es totalmente distinto... Suponete, te conectás a un sitio que tiene un programa un programa de esta clase. Sin que vos te des cuenta, detecta, recopila e almacena todos tus datos e informes. Datos sensibles para ella. Que durante o cuando te volvés a conectar le pasa toda la información a la página anzuelo.

    – ¿Página anzuelo?

    – Claro, ejemplo número uno. Mirá el icono indicador en la barra de tareas. Abro una página porno cualquiera... recorro sus demos... sus fotos y videos gratis... el indicador mudo, como si nada... bueno, entremos a la página... me pide registrarme... mi número de tarjeta... yo le paso mi numero de Master Gold, falsa por supuesto... y... mirá el indicador... fácil... mientras el fulano se regodea con el contenido de la página... del otro lado, automáticamente, sin que medie persona alguna, se realiza una transferencia desde su cuenta... por la mañana el tipo presenta una queja al banco y este le responde que fue él quien la realizó, que incluso cuentan con la firma electrónica suya.

    – Increíble. – dice Alejandra

    – Pero, para que mi compañera no piense que demoro mi vida en hábitos adolescentes. Vamos al caso número dos.

    – Esa es otra página porno. Ay, que espanto, niños, Fabián saca eso rápido.

    – Bueno, la saco, pero te cuento. Este es un programa espía inglés oficial, es decir, permitido por ley secreta. Con ella indagan a los paidófilos, y han podido detectar y prevenir varios ataques sexuales a niños. Esta página es solventada por el estado, pero ellos aseguran, cuando los llevan a los tribunales, que sólo son imágenes robadas a la mafia rusa de prostitución infantil. Como ves el mundo es maravilloso, aquí, allá y en todas partes.

    – Pero vos me trajiste para otra cosa.

    – Sí. Ejemplo tres. Truco dos. La pregunta que yo me hacía era como detectar estas páginas anzuelo. Entonces el pibe me dice: “Y, mirando lo que tienen escrito de atrás”. Es decir, todas la páginas comunes son, por así decirlo, lo que se ve. Pero estás tienen código oculto o algo que te hace caer. ¿Como podés detectarlo?. Dos maneras o te instalás un programa para develarlo con lo cual vos también te ponés en posición de fuego, o mas bruto, pero más seguro, investigar milímetro a milímetro la pantalla.

    – Eso es imposible. Son millones de páginas...

    – Exactamente... entonces...

    – ¿Entonces?

    – Entonces, amiga mía, la casualidad, el accidente. Como cuando Goodyear descubrió el secreto de la vulcanización al volcársele azufre sobre el caucho... convirtiendo ese y todos sus otros años en un “buenaño”...

    – Sigo en ascuas...

    – Estaba yo, como un mamerto, creyendo que esta era una página de verdad, cuando el programita del pibe se activa, como yo ya había seguido todos sus consejos y encriptado todos mis archivos, seguí adelante.... entonces, el bendito mouse que se llena de pelusa. Como corresponde a un buen chico procedo a limpiarlo, cuando.... cuando el apuntador se coloca justo sobre el pico del águila del escudo... mi mano torpe presiona el botón secundario... y ocurre.... esto.

    Frente a ellos, se despliega la verdadera pantalla.

    – Esta página – le cuenta Fabián a Alejandra - la usan los carteles para saber de sus informantes y las posibles traiciones. Si alguno pretende entrar a la página de la DEA para pasar información. Pueden ocurrir dos cosas o que desaparezca el contacto que uno creyó haber descubierto, en forma real o virtual, o lo peor, si ni sos lo suficientemente cuidadoso, que te descubran a vos y te pongan con la nariz para arriba, mirando como crecen los rabanitos desde abajo.

    – ¿Pero cuál es el propósito de que tengan una página así?

    – Tiene varios propósitos. El primero sincronizar sus movimientos. Información y contrainformación. De esta forma pueden ordenar movimientos al toque. Pero vamos a ver si lo encontramos a tu querido Lavelli.

    – ¿No pretenderás encontrarlo con su verdadero nombre?

    – Esta es una página seria y muy bien organizada. No sólo podés encontrar a un narco con su verdadero nombre, sino con sus nicks, su posición y su misión actual. Puedo saber quien fue y que hace cada agente.

    – Pero así como vos la estás viendo, no lo puede estar haciendo la DEA verdadera.

    – Seguro. Pero la cuestión es saber manejar la contrainformación. Son códigos como en toda guerra. Ciertos datos se siguen manejando persona a persona. La página logra agilizar los trámites... bueno... ¿este fulano era Carlos Rodolfo Lavelli?

    – Sí.

    – Alias, Cardo Rojo, 42 años, jefe de zona 32, contratraslados...

    – ¿Que es eso?

    – Son los que vuelven la mercancía reelaborada hasta los puertos internos, trabajo ingrato.

    – ¿Porque ingrato?.

    – Porque tienen mucha responsabilidad y poca guita. Apenas cuenta con dos niveles a cargo, marginales y algún jefecito de patota. Para poder moverse groso o bien se lo imponen de arriba o pagarlo de su propio bolsillo. Encima está en amarillo.

    – ¿Amarillo?

    – Sí. Los que están circulando bien, son clave verde. Los que tienen problemas están en clave amarilla. Y los que están muertos en rojo. Tu amigo aún tiene una oportunidad de rehacerse, si dentro de un tiempo, que se determina de arriba, no recupera la mercancía. Pasa a clave roja y es hombre muerto.

    – ¿Y los muertos de verdad?

    – Esos, simplemente, son enterrados, y desaparecen de la base de datos. ¿Que perdió este pobre hombre?

    – 20 kilos de refinada.

    – Humm... mucha guita... la suficiente como para que cualquiera torture hasta a la madre... pero...

    – ¿Pero?

    – En su situación yo no sabría que hacer realmente. Si el tipo masacra a todo lo que se le pone adelante, pierde la única forma de saber donde esta la merca... pero aunque la recupere sabe que igual es hombre muerto...

    – Y si es hombre muerto, ¿porque figura en amarillo?

    – Y, nena, él también accede a la página y ellos de esta forma “le dicen” que se apure.

    – Se puede saber quienes lo están ayudando, quienes están por encima de él.

    – No, en clave amarilla, arremangate y arreglate. Ni él mismo puede saber, si el que supuestamente lo va a auxiliar, no sea el mismo que después le ponga un tiro en la nuca. Lo que los jefes quieren es la merca y rápido.

    – ¿Y que podemos hacer? Yo no conozco el paño de narcóticos. Saliendo de esta casa, no puedo confiar en nadie.

    – Lo primero es ver mi freezer. Tienen que quedarse un tiempo, encanutados acá sin dar ninguna señal de vida. Y eso me incluye a mí. Debemos hacer las cosas de tal manera que nadie, ni el más respetable de los vecinos, ni aquellos que saben que soy cana retirado, observen cambios en mi vida. Después de todo, yo sería uno de tus posibles contactos.

    – Ay Fabián, no queríamos traerte semejante quilombo.

    – Mi querida Alejandra, hace dos años que estaba esperando una oportunidad así. De volver a la acción.

    – Pero podemos crepar todos, vos también.

    – Sí eso pasa, esta vez será distinto. No seré el boludo que va a donde le dicen para cubrir apariencias. Con estos tipos la guerra es personal, cuerpo a cuerpo. Si me toca una bala en la frente, esta vez será en conciencia de combate. Volver a la vocación original, como nos decían en la escuela. Y recordar que no somos simple tropa, somos Oficiales de la Nación.

    – Sí, al paso que vamos, dentro de poco no va a quedar Nación, pueblo, ni cascote en donde sentarse.

    – No seas tan pesimista. El mundo no fue mejor, ni peor antes que ahora. Estos cachetazos son para que uno se despierte y vea, entre tanta alienación, como es el mundo real. Es un mar de mierda, así que nosotros tenemos que sacar el periscopio y buscar donde hay unas lindas palmeras donde tomar sol.

    – Pero no podremos estar toda la vida escondiéndonos. Yo dentro de dos horas, por ejemplo, debería tomar mi puesto.

    – Puesto al que no vas a poder volver jamás.

    – En cuanto le ponga una bala en el culo a Lavelli...

    – Disculpame, Rambo Femenina, esto no es una película; no es que ahora te morís y en la próxima te dan otro papel. Acá cuando te la dan, te la dieron y fuiste. Dejemos la acción para cuando haga falta, tratemos de usar la croqueta. Yo sé que ahora estamos desconcertados como hormigas a quienes le patearon el hormiguero, pero démosle tiempo al tiempo.

    – ¿Tiempo? ¿Cuanto tiempo?

    – Difícil saberlo, pero por ahora, lo que ustedes deben, luego de tanta tensión, es descansar. No desprenderte ni por un momento de tu arma, pero descansar. Yo, por ejemplo, voy a desayunar como siempre, voy a llamar a un remís y no voy dejar de realizar mi ejercicio semanal de tiro.

    – Pero, ¿cuando desayunás, cuando dormís, vos?

    – No te preocupes. Vos sabés que soy goloso como un chico. Es como si me hubieras traído un postre y no me lo puedo comer hasta que no termine mi tarea. Y como todo cana, tengo una pasión por el sadismo. Yo sé que, a pesar de todo, no podés estar segura ni siquiera de mí. Pero son las reglas de juego. Reglas que nosotros no inventamos. Te desafío a que duermas y me dejes a mí montar guardia. Si pienso matarte lo haré sin que sufras, je je.

    – Ah, gracias, eso va ha hacer que sueñe con los angelitos. – le contestó Alejandra, que se dormía en su silla.

    – Yo en cuanto el sol salga y los negocios abran voy ha hacer mi vida. Entonces pueden irse o esperar. Y yo puedo traer la trompeta del 7º de Caballería o hacer sonar las Campanas del Infierno. Mirame a los ojos, si la verdad es lo último, voy a Hollywood a que le saquen el Oscar a De Niro y me lo den a mi. Es de esperar que no nos hayan detectado. Dormí Alejandra, que esta guerra también es mía.





    ¿Que hace Fabián?

    F14



    Fabián sale de excursión. Las chicas sólo quieren divertirse



    Fabián recibe visitas. Resonancias





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    La felicidad es un revolver ardiente
    (Happiness Is A Warm Gun)



    Juan tomó el volante. Alejandra se sentó en el asiento trasero, haciendo de su falda una almohada para Mariana, que comenzaba a desvariar. Pronto se empezó a internar en calles,.por lo menos dudosas.

    – ¿Dónde nos traes? Mirá que no tengo ganas de quedar embarazada de un padre desconocido – le dice a su hermano.

    – Vos fumá, que papá sabe.

    – Espero que sí porque sino el último acto de mi vida será sacarte el ojo derecho con “esta” uña.

    – Pero, che, que poca confianza. Alguna vez te fallé.

    – No me hagás acordar.

    – A ver, ¿cuando?

    – El turco Simón.

    – Pero eso fue cuando era un pendejo. Yo apenas tenía 18 años y él 25..

    – Sí. Pero si no me meto no sé si la contabas, te estaba recagando a trompadas. Pasé mas vergüenza yo, que vos y él juntos.

    – ¿A que le llamás vergüenza?

    – A tener que revolcarme para sacártelo de encima. No hubo uno que luego no me recordara el color de la bombacha.

    – Je je je..

    – ¿de que te reís?, tarado.

    – Que la única vez que ese infeliz tuvo una mujer encima, fue una que le dejó la cara como un tomate reventado. Nunca vi una mujer cagar tanto a piñas a un hombre.

    – Sí, después nunca se me acercó ninguno, todos me tenían miedo.

    – No te mientas. Los que te tienen miedo son aquellos que tienen la mujer para someterla, humillarla, golpearla y con vos no podrían. Un hombre de verdad no le tiene miedo a ninguna mujer... ni a ningún otro hombre.

    – ¿Que hacés ahora?

    – Que voy a hacer, estaciono el auto.

    – ¿Acá? Esto parece el patio de recreo de la penitenciaría federal.

    – Si dejaras de razonar como policía, te darías cuenta que estás en territorio amigo.

    – Sí, seguro, me siento como misionero dentro de la olla de los caníbales. ¿Donde estamos?

    – En la casa de Nora.

    – ¿Esta es la casa de Nora? Y vos me traes a mí, vos traes a una pareja tuya, a la casa de otra amante.

    – No jodas, lo nuestro con Nora ya fue.

    – Eso espero.

    – ¿Te podés correr un rato del papel de mi madre?

    – No puedo... no quiero... bueno vamos, bajemos, peor no podemos estar.

    Juan baja primero, saluda señal a unos amigos que se peleaban por el último sorbo de una cerveza, tirados en a lo largo de la vereda. Abre la otra puerta del auto y tira el asiento delantero para que las mujeres puedan bajar.

    – Mariana, tratá de bajar los más derecha posible. Que no vean que estás mal. Hagamos que parezca una visita social. – Dice Juan.

    – Sí, Mariana – dice irónicamente Alejandra – al embajador de España le dicen lo mismo cada vez que viene.

    Mariana apela a toda su entereza para ponerse de pie y caminar recto hasta el porch de la casa, iluminado, apenas por una luz pobremente amarilla. Alejandra hace una mirada de inspección hacia los costados de la calle.

    – Eso que están fumando esos tres, no son Benson – le dice Alejandra a Juan, mientras le aplica un pellizco.

    – Auch!... bueno, nadie es perfecto.

    – Si ya veo, pero hay gente que se esmera en no serlo.

    La habitante tarda en responder. Primero se ve un ojo asomar por la mirilla. Luego el sonido de una llave girando.

    – Ah, sos vos – dice Nora, con una cadencia propia de una miss simpatía – y ahora que carajo querés.

    – Viste – le dice Juan a Alejandra – te dije que lo nuestro ya fue.

    – Hola Nora – le dice seguidamente a la dueña de casa – ¿podemos pasar?.

    – Y, si ya pusiste el pie en la puerta para que no te reviente la nariz de un portazo. – Dice Nora.

    – Cuanto amor que hay por acá – le dice Mariana a Alejandra, casi al oído.

    – Y esas, ¿quienes son?

    – Dos amigas mías.

    – Uy, a este lo mato, después de esta firmo el divorcio de fraternidad – le dice entre dientes Alejandra a Mariana, tratando que Nora no se diese cuenta.

    Nora los hace pasar al pequeño living casi en penumbras, situación que modifica encendiendo la luz de una vieja araña de cristal, aún funcionaban tres de sus ocho luces. La casa era grande, los muebles tan viejos como ella. Sobre el modular montones de retratos. A un costado un triciclo plástico, señal que al menos alguien más habitaba la casa. Nora se percata de la mirada inspectora de Alejandra.

    – Es de mi hijo Nicolás – le dice.

    Alejandra sonríe de compromiso. Mariana se sienta en una de las sillas que rodeaban la mesa, sin poder disimular su cara de momia egipcia.

    Nora era una morocha espigada, de pelo corto y lacio. Unos llamativos ojos café que hacían juego con su tez levemente morena.

    Juan intenta entablar una conversación coherente, pero es interrumpido por Nora.

    – Bien, a que se debe tu cordial visita a las tres de la mañana.

    Alejandra pierde la paciencia y contesta.

    – Sí yo también, quisiera que mi amigo nos devele el misterio.

    En ese momento Alejandra advierte un retrato que le pareció familiar. Se para y lo toma entre sus manos. Conocía al hombre del retrato pero no podía recordarlo.

    – Ese era mi viejo – le cuenta Nora, intrigada por la actitud de Alejandra.

    – Este hombre, ¿es policía? – pregunta Alejandra.

    – Y quien no en esta familia.

    – ¿Vos sos policía? – le pregunta Alejandra.

    – Y claro, mi viejo nos metió a todos dentro. Quería que ya que ninguno destacaba en la escuela. Al menos tuviéramos un laburo fijo. ¿Vos no tendrás nada en contra de la cana, no?

    – No, para nada – dice Alejandra, tratando de dar una oportunidad a que Juan explique sus motivos.

    – “Este” también, según me decía, tiene una hermana cana – le comenta Nora – Me decía que le tuviera paciencia, que él me iba a conseguir, por su intermedio, un traslado a un lugar mejor. Así pasaron los meses. El comiendo de mi mesa y durmiendo en mi cama. Pero ni hubo traslado, ni jamás conocí a su famosa hermana.

    – Disculpame – le dice Alejandra a Nora – Nicolás, ¿duerme?

    – No, cuando me toca la guardia del frigorífico, hago extras sabés, lo mando de mi hermana, que vive acá a dos cuadras.

    – ¿Duerme alguien en la casa? – vuelve a preguntar Alejandra.

    – No, ¿porque?

    – Eso solo quería saber – le contesta Alejandra haciendo su ultima sonrisa de princesa sueca y pegando un puñetazo sobre la mesa, que fue amortiguado por los dedos de la mano izquierda de Juan.

    – Ay, Alejandra, loca de mierda – dice Juan mientras pone los dedos debajo de su axila izquierda.

    – ¿Cómo Alejandra? – pregunta Nora.

    – Alejandra Benetti, encantada de conocerte – le dice estirando su mano – Oficial Inspectora Benetti, mucho gusto.

    – ¿Vos sos la famosa hermana? Nunca te hubiera imaginado así. Bah, no sé como te imaginaba, pero no así.

    – ¿Y como entonces? Bueno, es hora que nos saquemos los disfraces. No vengo a proponerte ningún traslado, estamos en graves problemas, ya te vas a enterar en cuanto pongas el noticiero. – le comenta Alejandra.

    – Ah, que agradable. Me sacan de la cama a las tres de la mañana, para traerme problemas – contesta Nora entre seca y asustada.

    Entonces Juan le cuenta cual es la situación.

    – A buen puerto fueron por leña – dice Nora – este es el barrio donde Lavelli recluta sus correos. Mirá que el mundo es chico.

    – ¿Puedo hablar? – dice Juan.

    – Sí – le dice Alejandra enojada – espero que tengas una buena historia.

    – Primero que no tenía ninguna idea de que Lavelli tuviera zona por acá y segundo que, después de todo, por eso mismo él no nos va a venir a buscar acá.

    – Bueno, tranquilos – dice Nora – como dije, el mundo es chico. Lo que me cuentan me asusta mucho, pero puede ser la oportunidad de vengarme de él.

    – ¿Porque te tenés que vengar de él? – pregunta Alejandra.

    – Yo sé que él mando a matar a mi viejo. Nunca lo pude probar. Probarlo, mejor dicho, intentar siquiera probarlo, hubiera sido otro sobretodo de madera para mí. Todavía me duelen sus manos sobre la espalda cuando vino a darme el pésame. Yo estaba tan muerta de miedo, que me abrace a él, haciéndome la que no sabía nada.

    – ¿Como lo sabés?

    – Mi viejo encanó a un pibe que le servía de correo. Esa misma noche me contó que estaba pasando y a la mañana siguiente lo madrugaron en el puesto, desde una moto. Acá todos dicen que fue un amigo del pibe. Puede ser. Pero no se presentó ningún testigo a declarar. Yo puse violín en bolsa y me hice la boluda. Él tampoco se creyó mi cara y me tiene vigilada.

    – Nunca me contaste nada, me contaste de tu viejo, pero nunca de que lo habían matado – le dice Juan.

    – Lo único que quería era un hombre a mi lado. El padre de Nicolás se tuvo que ir cuando yo iba por el tercer mes de embarazo – dice Nora.

    – Típico de los cobardes – dice Alejandra.

    – No, no fue eso. Un día lo pararon y le dijeron que mejor volara, que lo iban a reventar a él, a mi y al hijo.

    – Ah, él sabía de su hijo.

    – No. Se enteró en ese momento. Yo pensaba decírselo esa semana, pero me ganaron de mano.

    – ¿Y como lo sabían los otros?

    – Simple. Yo me hice los análisis en el Churruca y alguno sacó copia.

    – ¿Como sabés que no estaba implicado también él?

    – El era un civil. Un muchacho bueno. Operario del frigorífico. Sólo se que vive por una carta que me mandó, explicándome todo.

    – ¿De donde te la mandó?

    – No sé. La carta vino sin remitente. Disculpen podemos cambiar de tema. ¿Les sirvo un café? ¿La señora, quien es? – dijo Nora mirando a Mariana que seguía con cara de vidrio.

    – Este... sí, para mí cortado – dijo Mariana esperando que se abriera un hueco en el piso.

    Alejandra que no quería seguir manteniendo secretos, luego de tal historia, le cuenta.

    – La señora es Mariana, la actual pareja de Juan.

    – Juan, hombre moderno – dice Nora, sin poder ocultar su molestia – algo vamos a hacer, cuenten conmigo. No es que me muera de alegría de ver a este zángano... op... perdón, a su señor hermano, Oficial, pero dicen que durante la guerra, aliados que no se soportan, igual empujan para el mismo lado.

    Nora desaparece tras una cortina y Alejandra pide explicaciones con la mirada.

    – Se quería casar – contesta Juan.

    Al volver, Nora sirve los cafés.

    – ¿Azúcar? – Le pregunta Nora a Alejandra ignorando olímpicamente al resto del auditorio.

    – Sí, dos, por favor. - Contesta Alejandra.

    Mariana, quien reconocía su circunstancial desventaja física, sólo baja los ojos. Pero Nora, con gracia diplomática, hace lo propio con ella. Juan levanta la mano indicando “tres” con los dedos.

    – Bien, – le dice Nora – una, dos, tres...

    Y le vuelca la azucarera dentro de la taza.

    – Creo que no soy bienvenido – dice Juan, mientras se aleja de la mesa, para evitar el café sobre su pantalón.

    – Dos meses llorando. Creyendo... soñando... que volverías...

    Mariana trata de interrumpir la guerra unilateral.

    – Perdoná – le dice a Nora – La culpa es mía. Es largo y complicado de contar, pero es así. Creo que debemos tranquilizarnos y tratar de pensar el próximo paso. Por empezar necesitamos ropa, necesitamos dormir y que vos salgas a trabajar como todos los días. Nosotros, si no podemos actuar, no existimos, y si actuamos también te ponemos en peligro. Creo que fue una mala elección este lugar. Pensándolo bien, creo que es mejor que sigamos viaje...

    Alejandra levanta la vista, busca su arma con velocidad de rata perseguida..

    – Ruidos – dice – alguien viene.

    Alguien comienza a golpear la puerta de calle como para derribarla. Nora apaga la luz. Dos hombres armados de navajas derriban la puerta. Pero se detienen cuando ven entre las sombras la figura recortada de Alejandra, firme y apuntándoles.

    – Al suelo – grita Alejandra.

    Los hombres se comienzan a arrodillar pero no sueltan sus filos.

    – Al suelo, larguen, que les vuelo la cabeza – vuelve a repetir – ustedes, controlen las ventanas y la salida de atrás.

    – No disparés, sólo veníamos por Nora, pensamos que nos estaba buchoneando – contesta uno – sólo queríamos apretarla.

    – Te equivocaste muy mal, si escucho un solo ruido de afuera más, te disparo sin preguntar.

    – No, flaquita, te juro que no hay nadie más. – le contesta, sollozando, el otro.

    – Espero que ningún gato salte por el tejado, porque mi dedo índice se contrae cuando me sobresalto.- le volvió a decir Alejandra.

    Se hizo una calma aparente.

    – Juan, revisá el auto y ponelo en marcha, nos vamos.

    Juan sale disparado hacia la calle, con su arma firme en su puño inexperto. Abre el auto y este arranca sin dificultad.

    – Vamos – grita Juan.

    – Vamos – dice Alejandra – vos también...

    – No. No, mi hijo...

    – Si no venís, tu hijo te va a tener que llevar flores al cementerio. Vamos y trae tu arma– le ordena Alejandra.

    – Esto se complica cada vez peor – dice Mariana, que aún no lograba manejar su cuerpo – porque tarda esa mina, ahora.

    Cuando ya los tres estaban en el auto, Alejandra rodea a los hombres que seguían quietos en el piso, recoge las navajas del piso y de un solo movimiento les hace un corte rápido en los tendones de Aquiles que más a mano tenía.

    – Lo siento. Es para que no se les ocurra seguirnos – les grita, mientras se toman los pies y sube al auto.

    Luego de 20 minutos de vagar sin rumbo. Alejandra se da por vencida y decide que va a entregarse al comisario Jiménez.

    – Nos van a matar a todos – dice Juan.

    – En este camino también – contesta Alejandra – se me acabaron los escondites. Paremos en un teléfono público.

    Alejandra hace bajar consigo a Nora. Marca un número.

    – Te van a atender. Decí que me tenés detenida y esposada. Que me reconociste por la foto del noticiero. Que no permitirás ningún intercambio en límite de jurisdicción. Que no dejarás que te soplen la recompensa. – Le explica Alejandra a Nora.

    Alejandra pone su arma reglamentaria en manos de Nora. Nora, dando a entender la firmeza y nerviosismo que suele en tales casos, dialoga con tres personas, hasta que la atiende el comisario Jiménez, desde su casa, adonde habían transferido la llamada.

    – Puede ser una trampa – le aclara Alejandra a Nora – o puede que no nos me hayan creído. Pero desde este momento soy una detenida tuya, no importa la invasión de jurisdicción, eso será apenas una desprolijidad tuya, de las que suceden todos los días. Sólo quiero dejar a mi hermano y a Mariana en algún lado.

    Juan y Mariana bajan en una plaza. El auto sigue viaje. En la comisaría ya las esperan. Alejandra llega esposada a la espalda. Nora la lleva del brazo derecho con el arma en la mano, apuntando, como indica el reglamento, hacia el piso. El comisario Jiménez con cara de sueño y la chaqueta a medio abrochar la mira, con una sorpresiva cara de comprensión.

    – Sabés que de todas maneras te debo detener – le dice el comisario – Ya sabemos que pasó, el tercer eslabón perdido vino desesperado a entregarse y lo denunció a Lavelli. Lo tengo en una celda a la espera de una orden del juez. Todos sabemos como se manejan estas cosas, lo más probable es que este salga. Pero si hay mas muertes, te aseguro, que yo voy a caer del mismo lado que vos. Acá nadie es trigo limpio, pero la muerte de tu compañero González, acá es delito mayor. Eso lo sabés. No hay nada peor que policía que mata a un policía. A ver, vos, Juárez, acompaña a la Oficial a su celda. Usted puede retirarse.

    – Agente Nora Barrientos, es mi nombre. Bueno, disculpe, yo estoy confundida – dice Nora – traigo a una detenida y de pronto resulta otra cosa. Ni siquiera traigo mi uniforme reglamentario. Acá le entrego el arma de la oficial. Quisiera al menos acompañarla hasta su celda. Y hacer constar la entrega en el libro de guardia.

    – No hace falta, Nora – le dice despacio Alejandra – voy a estar bien.

    – Vos dejame, conozco bien esta comisaría. Mi viejo trabajó dos años acá. Tenía 8 años, y a falta de guardería, me traía acá y jugábamos al poliladron con la hija de un compañero suyo.

    – Bueno, si insistís. Si me hubieras querido matar ya tuviste tu oportunidad.

    Juárez toma del brazo a Alejandra. Nora la sigue a tres pasos. Al llegar frente a la celda de Lavelli. Alejandra lo escupe. Lavelli se sonríe. Y le hace un gesto soez con las manos.

    Nora pone su mano por dentro del pantalón. Allí donde la palpación de armas sólo es para las parejas de los presos, en visita íntima. Saca un arma pequeña y comienza a disparar. Lavelli es sorprendido y no tiene tiempo de guarecerse. Cuando Juárez logra desarmarla ya lo había descargado, con la certeza que otorga la venganza. Lavelli la mira y recién entonces la reconoce.

    – Saludos, Lavelli, de parte del Sargento Ayudante Carlos Alfredo Barrientos.

    A Lavelli se le borró la sonrisa.







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    Resonancias
    (Echoes)



    El sol que entraba por una rendija de la ventana, despertó a Alejandra. Miró su reloj pulsera. Las tres de la tarde. Se toco el pecho, no tenía ningún disparo. Escuchó murmullos que venían de la habitación. Se levantó del sofá. Le dolía el cuello. Se descontracturó con su palmas. El sonido podía ser confundido por un llamado a la puerta. Se asomó a la habitación. La palidez natural de Mariana se acentuaba por el reflejo de una cortina azul.

    – ¿Como está? – Le preguntó a Juan.

    – Según ella mucho mejor, pero no en condiciones de correr los 400mts por postas – Le contestó Fabián, quien tomándose de su bastón los invitó a tratar de almorzar algo.

    – Tuve una pesadilla. – comentó Mariana – necesito papel y lápiz para no olvidarla.

    – ¿Con qué soñaste? – Le pregunta Juan.

    – Colores, números, muchos números... – Responde Mariana – eran como si fueran números y los garabatos que hacen los dibujantes de historietas cómicas para significar los insultos.

    Entre Alejandra y Juan ayudaron a Mariana a que llegara hasta la pequeña mesa de la cocina. Fabián le acercó prontamente, papel y unos simples fibrones multicolores. Mariana, presa de una concentración hipnótica, dibuja casi con furia algo incomprensible sobre el papel.

    – ¿Y eso que es? – Pregunta Fabián.

    – No sabemos, ella tampoco lo sabe. Son visiones según ella dice – Responde Juan mientras Mariana seguía dándole toques y retoques.

    – Para no saber lo que es, es bastante hermoso. Quizá no tenga significado, pero plásticamente es muy hermoso. Yo lo enmarcaría y lo colgaría en mi pared. – Opina Fabián.

    – Te puedo asegurar que esto no es pintura por placer – Le asegura Mariana, levantando la vista.

    – Bueno, todo el mundo a comer. Disculpen lo extenso de la geografía, tendremos que hacerlo por turno. Y debemos apurarnos porque a las cuatro viene mi profe de computación. No puedo suspender mi vida normal. Eso levantaría sospechas. Pero se me ocurrió que después de todo, mi prima de La Plata puede pasar de visita. Y ustedes dos se van a quedar calladitos durante dos horas en mi habitación. Espero que no sufran claustrofobia. Alejandra vas a tener que cambiar tu look.

    – ¿Porque? ¿No estoy presentable?

    – Sí. No es por eso. Tu foto apareció en todos los noticieros. Por ahora, te dan por desaparecida. Y... “por ahora” no te vinculan con los homicidios.

    – Lo que es matar con chapa. – Vuelve a comentar Alejandra

    – Bueno. Eso lo sabés tanto como yo. Hasta que no encuentren tu arma y le hagan prueba de traza, no podrán saber que fue tu arma quien les disparó. Por otro lado, ya los tienen identificados.

    – Ah, si..

    – Son de los muchachos que salen a trabajar medio turno.

    – Ah, bueno...

    – Hablen para que el pueblo entienda – Protesta Juan.

    – Son presos de alta peligrosidad – le explica Fabián - que salen por cuatro o cinco horas para hacer un trabajo. Luego, “como todo el mundo sabe”, si ellos están presos no pueden cometer tal o cual delito. La cosa es fácil, salvo que pase lo que pasó anoche, o sea que los bajen. Parece que hubo mucho testigo, porque lo usual es que los embolsen y asunto terminado. ¿Me entendés?

    – A por eso es que digo que no me gusta salir. ¿Como pudieron haber elegido este trabajo? – Le dice Juan

    – Ah, nene, es largo de contar. Que la cana es un mal nadie tiene duda, pero sin querer ser simplista y caer en frases remanidas, es un mal necesario.

    – ¿Como podés decir eso, si hasta los mismos componentes son sus víctimas de todos los días?

    – Mirá te voy a contestar como un profe mío, es una respuesta cínica, pero válida. Me lo hizo en forma de fábula. Suponete que tenés que cazar una rata de “este” tamaño, ¿que usas un gatito doméstico o un coyote?

    – Nunca vi un coyote en persona, pero supongo sí, un coyote.

    – Pero resulta que los coyotes son desagradables, encima de tener la mala costumbre de perseguir a los correcaminos, atacan a las ovejas y algunos, encima, se hacen amigos de las ratas. Por lo tanto como hicieron los granjeros de Texas, los exterminamos y entonces...

    – Nos llenamos de ratas.... Sí, como fábula, parece que funcionara, pero ¿de donde salieron las ratas? De la injusticia, de la falta de protección de la familia y, en un pequeño número, los peligrosos de verdad, simples enfermos mentales que necesitan atención psiquiátrica.

    – Si, nene, eso parece estar comenzando a funcionar en Europa; pero acá estamos en Aryentine, Sudakalands. Algo he leído.

    – Pero seguro que no en la escuela de policía. Seguro que lo que viste es sobre la construcciones de panópticos. Pero la realidad supera la ficción... 1984, Big Brother, cruce de información, estado de cuenta, antecedentes digitales... Six Millons Man, Robocop, ejércitos de clones...

    – Me parece que exagerás.

    – Puede ser, pero, ¿porque un ratero va en cana y quien lo manda no?. No hace falta crear clones, sólo alcanza con lavarles el cerebro.

    – Este si fuera tan hábil para trabajar como lo es para hablar, estaríamos todos forrados en guita y seguro no estaríamos aquí. – Lo reconviene Alejandra.

    – ¿Como podés saberlo? – le responde Juan - ¿Como saber cuando te vas a chocar con el poder? El poder es un tren que cuando viene a vos te parte, te arrolla, como un tren rápido...

    – Callate – Dice ofuscada Alejandra, mientras le da un cachetazo a su hermano.

    Juan por respuesta. La abraza mientras le dice:

    – Yo también lo sufrí, no te olvides... Viste, Fabián, la impertérrita oficial Benetti, también llora. – dice Juan.

    – Sí, seguro... y se bien porque... lo siento... – Contesta Fabián.

    Timbre.

    – Alguien en la puerta – Observa Mariana.

    – Uy, nos distrajimos, silencio y a la cucha. Vos, Alejandra, andá a arreglarte que yo lo distraigo un momento. Esperemos que no le llame la atención el despelote de la cocina. Una cosa más, no sabe que soy yuta.

    – ¿Porque? – Pregunta Alejandra.

    – Después de esta charla con tu hermano, ¿me preguntás eso? – contesta Fabián.

    Segundo timbre. Fabián se dirige a la puerta. Por ella entra un adolescente típico. Típico en función de la expectativa que tenía Alejandra, que lo observaba desde la puerta entornada del baño. Cabello corto, peinado con gel, teñido de azul. Lentes Ray Ban rigurosos, los ojos negros siempre por encima del marco. Jardinero azul, con varios cortes transversales y asimétricos sobre los muslos, remera naranja. Zapatillas Nike auténticas, debidamente desflecadas. Una carpeta con un enorme adhesivo de “Aguante Linnux, muera Microsoft”. Con Fabián se saludan golpeando sus palmas al estilo Bronx.

    – ¿Que hacés, man? – saluda el pibe.

    – Bien, pasá, por favor. Perdoná el desorden pero tengo visitas. – le dice Fabián.

    – Ah, guacho, te estás curtiendo una mina.

    – No, Gabriel, ¿como se te ocurre? Es una prima que vino de visita de La Plata.

    – ¿Prima? Habría que ver. Si yo te contara cosas de primas..

    – Bueno, no me cuentes... – lo reta Fabián, no pudiendo evitar la risa.

    – ¿Y?, man. ¿Que tenemos hoy? ¿Tuviste algún problema?

    – No... este... bah... sí... le estuve mostrando unas cosas a mi prima... pero esperame un momento...

    Mientras Fabián va a llamar a Alejandra, que estaba esperando la indicación del apuntador para entrar en escena, el chico observa el dibujo de Mariana.

    – Che, que maza... ¿esto es tuyo?... – Le grita Gabriel a Fabián.

    Fabián vuelve con Alejandra, quienes se miran contrariados ante el olvido de esconder el dibujo, que ya estaba en manos de Gabriel.

    – No, se lo compró mi prima a un dibujante de la feria artesanal.

    – ¿Seguro?

    – ¿Seguro que? – Pregunta Alejandra.

    – No parece que tengas onda de curtir Pink Floyd.

    – ¿Y que onda tengo?.- le dice Alejandra con animo de desviar la atención.

    – Humm... ¿soltera?

    – Digamos que sí... – Responde Alejandra.

    – Ese, “digamos que sí”, me suena a “estoy sola, pero de vez en cuando aceito”. – le dice Gabriel.

    – Me parece que estás pidiendo demasiada información. – le dice Alejandra sornriéndole

    – Bué, bué... sí... vestido, peinado... y yo te doy un Arjona o un Sabina... – contesta Gabriel.

    – Muy... bien... podrías dedicarte a la psicosocilogía musical... – opina Alejandra.

    – No, a mi dejame los fierritos... cuando termine esta cagada de secundario, voy a ser Ingeniero de Sistemas... – retruca Gabriel.

    – No, tenés razón, no tengo ninguna onda con Pink Floyd. La verdad es que lo compré porque me gustó nada más. ¿Que te dice? – pregunta Alejandra.

    – Ah, a mi me dice... me dice, que me están cargando... – contesta Gabriel

    – ¿Porque? – le dice Alejandra, sorprendida.

    – Porque la feria artesanal más cercana, donde haya un pintor o dibujante, está como a 20 minutos. Entre compra y llegar hasta acá, digamos en taxi, bien rapidito y cuidándolo del viento de la ventanilla ... no tuvo tiempo de secarse. Y ninguno de los pintores de feria de todas las que yo conozco, que son unas cuantas, pinta a fibrones, como esos que, “casualmente”, tiene Fabián sobre la mesa de la PC. – contesta Gabriel.

    – Bueno, esta bien... pero decinos que te dice el dibujo... ¿sí? – pide Alejandra.

    – Ahí, vamos mejor, honestidad es la palabra. – pontifica Gabriel.

    – Es que a veces la mentira puede salvar una vida. – Inquiere Fabián.

    – Como dice mi viejo, “Te soportaré vago pero nunca mentiroso”. Así que cuidemos la fuente de alimentos y vayamos de frente. – afirma Gabriel.

    – No parece ser de vago presentarse puntualmente a trabajar. – Le comentó Alejandra.

    – ¿Trabajo? No, esto no es trabajo. Sólo digo lo que sé y el señor me paga. – dice Gabriel.

    – Pero volviendo al tema que vos sacaste, ¿Porque Pink Floyd? – pregunta Alejandra.

    – Son dibujos superpuestos de tapas y diseño interior de sus discos. – dice Gabriel.

    – Parece que conocés del tema. – comenta Alejandra.

    – No, un poco nomás. Mi tío, el hermano de mi vieja es refana. Cuando yo era chico él me contaba, me hacía escuchar, me mostraba sus videos. No a mi no, yo estoy en otra, eso es para los dinosaurios. En este momento estoy pasando una crisis. – dice Gabriel.

    – Ah, una crisis. – dice Alejandra, sin poder ocultar que le haya causado gracia.

    – Sí, no sé cual es la onda que me pertenece... – contesta Gabriel.

    – La onda... – repite Alejandra.

    – Claro, todos tenemos una onda. Está el que tiene onda de oficina, rocker, punk, Hip Hop, tangueros, salseros, y así siguiendo... la música es sólo la forma de expresarla, ¿me entendés? – pregunta Gabriel.

    – Sí, creo... bah, trato... – Contestó Alejandra

    – Ustedes dicen ser fieles a una fe, afiliados a un partido, socios de algún club... ven, esa es su onda... la nuestra es transitoria, vital e informal. Ritos, mitos que si llegan a consolidarse, se convierten en leyenda, y si se afirman, son el nuevo dogma de fe, el nuevo paradigma. – redondea Gabriel.

    – ¿Que es lo que te llamó la atención del dibujo? – Dice Alejandra.

    – Los números, no sé que puedan ser los números. – respondió Gabriel.

    – ¿Y si yo te dijera que en realidad es un acertijo que alguien nos hizo y no podemos develar? – le dice Alejandra, como la nena que pone alpiste debajo de una caja de zapatos.

    – ¿Es cierto? – dice Gabriel, como el pajarito ingénuo.

    – Cierto, pero... antes, mientras tu cerebro comienza a activar la inteligencia inconsciente... nos quedó una duda... ¿Como podés estar seguro de que tu programa no puede ser detectado? – Le preguntó Alejandra.

    – Porque es un programa de autorréplica multiforme...

    – Ah, sí, sí, para mi, con un poco de salsa blanca.¿Como es eso? – Le contesta Alejandra.

    – La misma que usaban y aún usan algunos virus, una técnica ya un tanto vieja. Se copia a si mismo pero cambia su forma permanentemente. Es como si vos cambiaras los muebles de lugar todos los días, la casa es la misma, los muebles son los mismos, pero la forma siempre es distinta. Cuando el programa huésped lo sospecha y quiere inspeccionarlo cambia la forma, cambia su forma cada dos segundos. En realidad se reproduce bajo otra forma y se suicida. Ese tiempo para nosotros no es nada, pero es mucho a velocidad de un microprocesador de un hosting. Ese tiempo podría ser suficiente para ser detectado, pero el fin del programa es modesto y muestra poca actividad. Por lo tanto es el tiempo justo entre barridos, para estar allí, y simplemente contrainformar que nos están espiando. – explica Gabriel.

    – ¿Y como puede mandar información sin ser detectado? – pregunta Alejandra.

    – Ya les dije, funciona como un virus, usa los recursos del sistema huésped. Esa es su función. Le ordena al programa huésped, decirnos que nos está mirando. Sólo eso. No nos va a decir de sus intenciones. Si es bueno o malo. Si pertenece a la CIA, al Scotland Yard, Greenpeace o al Vaticano. – dice Gabriel.

    – Brillante. – Opina Alejandra.

    – No tanto. Un conocido mío. Bah, conocido por Internet, asegura que tiene mucho mejor. Le faltan unos toques y me prometió pasármelo en cuanto lo tenga listo. – dice Gabriel.

    – Ni quiero pensar los saques que se dan para tanta creatividad. – Comenta Fabián, pretendiendo confianza.

    – No, para nada. En una etapa se necesita mucha concentración, algunas cosas las tenés que codificar directamente sobre las mismas instrucciones de procesador, y si te desconcentraste, tenés que comenzar la secuencia desde el principio. En lenguaje de máquina, nunca sabés cuales son los datos y cuales las instrucciones. No es dejar un libro en la página tal para después seguirlo, todas las páginas parecen ser la misma... En cuanto a lo otro, bah, sí hay también de esos, pero a la larga terminan quemados. Bah, que se yo, será que... – termina Gabriel, dudando.

    – ¿Será que? – pregunta Fabián.

    – No nada. Dejémoslo aquí y vamos a la clase. – concluye Gabriel poniendose extrañamente serio.

    – No te preocupes yo la clase te la pienso pagar igual. Tu tiempo es tu tiempo. ¿Será que?... – le dice Fabián.

    – Será que mi prima murió de sobredosis... yo apenas tenía 10 años... pero la vi morir... – dice Gabriel.

    – Bueno, disculpá. Creo que debería ser bueno hacer mierda aunque mas no sea un poquito a los que la mataron. – Continuó Fabián.

    – No. No la mataron. Ella se mató sola. – contesta Gabriel.

    – Cierto. Es bueno tener esa conciencia. ¿Pero sabés que difícil era en los tiempos prehistóricos suicidarse, sin todos estos adelantos que nos provee el mundo moderno?. Cierto. Tenías que trepar hasta una montaña o arrojarte con un saco de arena atado a la cintura o esperar que el trozo de cuero, que te cruzabas por el cuello, no se corte por lo podrido. Pobre gente, no tenía quien le vendiese balas o veneno. Pero, por suerte, hay gente que ha hecho, hace y seguirá haciendo mucha tela, con la muerte lenta en cuotas. – argumenta Fabián.

    – El cigarrillo, por ejemplo.- Responde hábilmente Gabriel.

    – Sí es cierto, pero es un poco menos frecuente, ver a un enfermo terminal de cáncer de pulmón, salir a robar para comprarse otro paquete. – dice Fabián.

    – Sí, disculpe era una broma. Sí, realmente quisiera reventar a uno, con uno solo me conformo. – Contesta Gabriel.

    – Bueno, dadas las condiciones, algún día lo podrás hacer, pero primero hay que cuidarse. – le dice Fabián.

    – Ah, no tranquilo, para mí, merca, adios. – contesta Gabriel.

    – Eso, es necesario pero no suficiente. Es decir, es importante saber decir que no. Y la presión de los medios de comunicación es muy grande. Pero no es suficiente, porque cada uno que dice que sí, es candidato a cortarte el cuello a la vuelta de cualquier esquina. Es como el hambre, si no queremos ver más chicos con hambre, no es suficiente con mudarse de ciudad, sino hacer algo para que eso no suceda. – le dice Fabián.

    – Creo que tenés razón.

    – ¿Sabés una cosa?, no sé que hago acá. Acabo de descubrir mi vocación. Me voy a hacer predicador, ¿que te parece?. – dice Fabián.

    – Sí...maza, pastor Fabián, aleluia... destruie esos demonios... je je . ¿vemos el acertijo? – retoma Gabriel.

    – Dale... – le dice Fabián.

    Fabián ya con la lengua seca de tanto perogrullo le muestra a Gabriel, nuevamente el dibujo.

    – ¿Que consignas les dieron? – pregunta Gabriel.

    – Pocas. – contesta Alejandra – parece ser una pesadilla, una premonición. En este momento no puedo contactarme con la persona que lo dibujó. Que, como bien ya te diste cuenta, no es ningún dibujante de feria. No sé de su gusto o conocimiento sobre Pink Floyd. Creo que no porque no comentó nada, sólo dijo algo de los colores y fundamentalmente números, números... ¿no lo convierte eso en un acertijo?

    – Sí. Vamos a consultar con la página oficial en la Web. – comenta Gabriel.

    – ¿Que tenés que consultar? – pregunta Alejandra.

    – Una intuición. Comencemos por la más boluda. Quizá ella nos lleve a otra pista y esta a otra. En computación le llaman diseño divergente – plano - convergente. Desde una idea simple, tiramos multiples cabos. Si alguno toma mejor forma, vamos afinando el lápiz, hasta quedarnos con la idea final o una colección de ideas solución. – explica Gabriel.

    – Parece razonable. ¿Cual es esa intuición? – pregunta Fabián.

    – Si fueran números largos. Yo podría pensar, como pensé al principio, que es una dirección en la web. La dirección real. No su nombre. Esa manía de que el ordeñador, al final del día, solo ve tetas de vaca. Pero, los números están escritos de una manera particular. Parecen números telefónicos, pero no existen teléfonos, al menos en argentina, cuya característica comience con uno, tampoco parece, en ese caso un prefijo, tampoco coincide con un celular. Hagamos la más idiota, en una de esas no es intención del acertijo, un tema más elevado. – opina Gabriel.

    – Esto me hace recordar al código penal. – Repite Fabián - Bah, no recuerdo si era así. Te hablaban de capítulos, secciones, incisos... parecía la Biblia – comenta Fabián.

    – Eso... – intuye Gabriel – libro, página, línea...o álbum, tema, verso o algo parecido. Las... las características... parecen corresponder a un... un año, 1968, 1977, 1980, etc... pueden corresponderse con los años de edición de las álbumes... supongamos que los siguientes correspondan a un tema y los últimos a una estrofa o un verso; así como un inciso del código penal.

    – Probemos. – dice Fabrián, que se hallaba sentado a su lado.

    – Pará, que baje de la página oficial... esperemos que esté abierta... a ver... las letras ... ha... ¡interesante! – comenta Gabriel.

    – ¿Que? – dice Fabián.

    – Nos están espiando... mirá el ícono... – contesta Gabriel.

    – ¿Quien nos puede estar espiando desde una página de un grupo musical? – pregunta Fabián

    – Suponé que en realidad no sea la página verdadera, o que sí, lo sea, pero esté infectada.- intuye Gabriel.

    – En esto, el especialista sos vos, vos sabrás. – comenta Fabián.

    – Tenemos que tratar de armar los números para que se parezcan a algo. Los símbolos son basura, interferencia... copiá sólo los números... – dice Gabriel.

    – 00197702037... – sopla Fabián.

    – Empecemos, a ver... año 1977, Animals, tema 02, Dogs, línea 037:... esperá que primero cuento... ahora la pinto y te la traigo... acá la tenemos “And you believe at heart, everyone's a killer”. ¿Significará algo? – pregunta Gabriel.

    – “Y tu crees, con el corazón, que cada persona es una asesina”. – repite Alejandra, que se hallaba firme detras de sus espaldas.- ¿A que se refiere?

    – No, tengo la menor idea. – Responde Gabriel.

    – Sí, vos dijiste que tu tío te contaba todo. ¿De que habla el tema? – pregunta Alejandra.

    – Ah, sí. En la cultura inglesa los perros son la cana y de eso habla el tema. Que los canas creen que todos somos asesinos. – contesta Gabriel.

    – Todos, inclusive los canas – dice Fabián.

    – Sí, supongamos que sí – Contesta Gabriel.

    – Sí, supongamos. Vamos a otro. – Le pide Alejandra.

    – 00197101000... – Vuelve a dictar Fabián...

    – 1971... Meedle... uno... One Of These days... pero ese, es un tema intrumental. no tiene letra... pero habla del temor a una guerra nuclear, tan actual en aquellos días. – responde Gabriel.

    – Suficiente con el título: Uno de estos días. – Aclara Alejandra – Dale con otro

    – 00197305006 – dicta Fabián.

    – 1973, Dark side of the moon, tema 5, Money, línea 06, “Think I'll buy me a football team” – responde Gabriel

    – “Creo que me compraré un equipo de fútbol”- Traduce otra vez Alejandra.- ¿de que habla...?

    – Creo que de la locura o el delirio que provoca el dinero o algo así – contesta Gabriel.

    – Ooootro número... ya parezco Riverito – bromea Fabián -... 0001980002001017022... parecen los números de cuenta que te tenés que acordar, para poder sacar guita de tu propia cuenta de un banco...

    – 1980, The Wall... disco 2... tema uno... Hey You.... líneas 17 o 22, o 17 y 22...o...- contesta Gabriel.

    – Tomalas todas - Le indica Alejandra

    – Hey you ! out there on the road / Doing what you're told, can you help me / Hey you ! out there beyond the wall / Breaking bottles in the hall, can you help me / Hey you ! don't tell me there's no hope at all / Together we stand, divided we fall. – Despliega en la pantalla Gabriel.

    – Eh, tú, ahí fuera en la ruta / haciendo lo que dicen, ¿puedes ayudarme? / Eh, tú, mas allá de la pared / Rompiendo botellas en la sala, ¿Puedes ayudarme? / He, tú, no me digas que no hay esperanza / Juntos aguantaremos, divididos caeremos. - Vuelve a traducir Alejandra.

    – Dale vamos al último – le dice Gabriel a Fabián.

    – 000197504012013 – le dicta este.

    – 1975, Wish you were here, tema 3, ídem... “How I wish, how I wish you were here / We're just two lost souls swimming in a fish bowl”

    – “Como deseo, como deseo que estuvieras aquí / no somos mas que dos almas perdidas, nadando en una pecera” – Dice Alejandra - ¿De que habla?

    – Algunos dicen que Waters, el autor, le habla al amigo loco Sid Barret, fundador del grupo, autoenclaustrado en un castillo; otros que son diálogos consigo mismo, a su otro yo.. – responde Fabián.

    – Sí, todo muy loco. – dice Alejandra.

    – Sí. Toda la obra de ellos es una crítica al poder, al dinero, a la locura y la muerte. Todo muy Dark.. – responde Gabriel.

    – Creo que no tenemos más. – le comenta Fabián a Alejandra.

    – Sí, que tenemos – Interrumpe Gabriel.

    – ¿Que tenemos? – le dice Fabián.

    – Tienen que decirme que tiene que ver esto con la DEA.

    – ¿Que DEA? – le contesta Fabián, tratando de despistarlo.

    – Primero me ocultás el origen del dibujo. Después me hacés una perorata en contra de la droga. Un acertijo loco. Y en tu barra de direcciones figura un hipervínculo hacia una página de la DEA. ¿Me podés decir que esta pasando? Fabián... ¿sos narco? - dice Gabriel.

    Fabián la mira a Alejandra. Esta le hace un gesto.

    – Mirá Gabriel – le trata de decir Fabián, con la mayor calma Fabián – estamos en medio de un quilombo muy grande. Estamos bajo un fuego cruzado, del que queremos que vos quedes al margen. Puede que en cualquier momento nos caguen a tiros a todos. Y yo no quisiera que vos en ese momento estés aquí.

    – ¿Quienes son “ustedes”?

    – Somos yutas caídos en desgracia. No tenemos a quien recurrir. Sólo contamos con nuestras manos, nuestras pistolas y las pocas balas que tenemos. No sabemos de que manera nos podemos proteger. Mucho menos, protegerte a vos. ¿Te das cuenta porque te dije que una mentira puede salvar una vida? - le dice Fabián.

    – Si ustedes son canas, ¿porque no van a pedir ayuda a ella? ¿Que son todos asesinos? – dice Gabriel.

    – No, Gabriel, sin duda que no. Pero no se puede disparar cuando no sabés donde está el blanco. Ellos son fantasmas. No sabés donde están, quienes son. Los que vos ves, vendiendo raviolitos, son simples pinches. El dinero compra. No sabemos cuales son las mallas de su organización. Ni siquiera somos del escuadrón narcóticos. Yo lo fui, y aquí me ves, con una pata tullida, por una bala, que nadie sabe como llega a la pistola de quien la disparó. Y el pendejo que la disparó... también muerto... y no por mí – le explica Fabián.

    – Quiero uno, sólo uno para dispararle en medio de los ojos. – dice Gabriel.

    – Gabriel, sos muy chico, no sabés que clase de poder oculto es este. Si han podido con Comodoros, diputados, fiscales... el hijo de un presidente en ejercicio... que nos queda a nosotros.– trata de tranquilizarlo Fabián.

    – Sí, el que mató a mi prima. – contesta Fabián.

    – Bien entonces debemos actuar con menos gritos y más cautela. No vamos a parar el huevo de colón. Ellos son más fuertes, tienen más medios y por lo tanto más inteligentes que nosotros. Si no sabemos nada, lo mejor es mantenernos, con vida, al margen, como nada hubiera ocurrido. No tenés idea de la ayuda que nos acabás de dar. No creo que tenga el dinero para pagártelo. – le confiesa Fabián.

    – ¿Porque? ¿Por un enigma aún resuelto? – le pregunta Gabriel.

    – No. Por hacernos ver, que todavía hay por lo que luchar. Que nuestras muertes no serán en vano. Ahora, por favor andate caminando como si nada hubieras sabido o con tu cara de piola usual, como si me hubieras pescado curtiéndome a mi prima. ¿Sí? – le recomienda Fabián.

    – De acuerdo. – contesta Gabriel.

    Gabriel se para, saluda a Fabián de la forma usual. Abre la puerta..

    – Lo voy a buchonear todo – le dice a Fabián.

    – ¿Como?- Le dice Fabián, sorprendido.

    – Sí, le voy a contar a la barra lo que te pesqué haciendo con tu prima de La Plata. – Le dice

    – Bueno, pero no cuentes los detalles escabrosos – Le dice Fabián, moviendo los ojos hacia los cuatro costados, sin movimento perceptible de su cabeza.

    – Lo que voy a hacer, – le dice, gesticulando y simulando estar refiriendose al hermoso y ajustado pantalón de una jóven vecina que paseaba su perro – es llegar a casa, armar mi bolso, saludar a mi vieja y tomar un micro con destino incierto. Tené al Mensajero despierto. Chau... hasta la próxima clase... y Feliz Navidad.

    Fabián lo sigue despidiendo, levantando su bastón repetidamente, poniendo su mas estudiado rostro de Robin Williams... cuando era extraterrestre. Entra, cierra despacio y mira a Alejandra.

    – ¿El mensajero? – le pregunta Alejandra.

    – El mensajero, el Messenger, un programa de Internet que...

    – Sí, ya sé lo que es – lo interrumpe Alejandra.

    – Y entonces, ¿porque me lo preguntás? – dice Fabián.

    – Porque me parece extraño que hable del Mensajero alguien que porta una carpeta, con un etiqueta adhesiva, grande como una casa, que dice “Muera Microsoft”... – opina Alejandra.

    – Bueno, pequeñas contradicciones adolescentes... – contesta Fabián.

    Me parece que ese chico es algo más de lo que vimos. No quisiera tenerlo de enemigo... eso espero... que esté de nuestro lado. – reflexiona Alejandra – Sabe demasiado.

    – Sí. Y espero que sea lo que lo mantenga alejado. – comenta Fabián

    – ¿Confiás en él? – pregunta Alejandra.

    – Lo mismo que vos podés confiar en mí. Pero no podemos hacer otra cosa, por el momento. Abramos la celda número cuatro. – le dice Fabián.

    Juan y Mariana salen de su encierro. Fabián imprime los resultados a que habían llegado con Gabriel.





    F16

    ¿Se volverán a comunicar con Gabriel?



    Si Confortablemente Adormecido

    No Hey, Bulldog

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    Las chicas sólo quieren divertirse
    (A la correctora: No recuerdo el título original dado mi pésimo inglés. Tema de Sindy Lauper... ¿Se escribirá así?)



    Fabián dejó a sus visitantes durmiendo y salió a su práctica en un Polígono de Tiro Privado. Tuvo que aprender a tirar nuevamente, sin el apoyo de su pierna. Desde su recuperación psicológica se había hecho nuevos amigos, especialmente civiles, algunos de pasado y presente dudoso. Algunos buscaban en ese lugar, personal de fuerzas de seguridad retirados, para sus clientes de la red de agencias de vigilancia. Gente que no haga preguntas.

    Fabián tenía algunas fantasías que quizá halla llegado el momento de realizarlas. Como esperaba saludó a Mariela. Fabián ignoraba porque esa mujer, amante de un importante banquero, se fijaba tanto en él. Creyó que ya era hora de abandonar su estrategia defensiva y abrir un poco más el juego. Sabía lo peligroso que sería acercase a ella, pero esta mañana tenía motivos para iniciar la aventura.

    – Nunca te desprendés de “esa” – le dijo Mariela que tomaba un Gancia en el bar, mientras Fabián armaba su vieja reglamentaria, a dos mesas de distancia.

    – No. Ni de esta, ni de mi pensión.- le contestó Fabián en un intento de ser menos hosco que de costumbre.

    – Dicen que para algunos hombres es su segundo falo – le dijo Mariela, mientras mordía la aceituna.

    – Para muchas mujeres también – le respondió Fabián – intentando establecer contacto a través de la polémica.

    – Es que el mundo está tan inseguro, salís de acá y no sabés si en lugar de querer limpiarte un parabrisas, te quieran robar la cartera.

    – Así es, es muy importante proteger nuestros bienes legalmente robados – comenta Fabián con una sonrisa.

    – Legalmente robados, es una expresión contradictoria.

    – ¿Vos crees?

    – Sí. La ley no está para robar.

    – Que raro, yo pensaba en le despojo de los plazos fijos, por ejemplo.

    – A no, esas son medidas para proteger la salud del Sistema. Son leyes para convertir el despojo en servicio.

    – Sí. Tenés toda la razón. Al Sistema hay que protegerlo.

    – Lástima que las mujeres no tenemos el mismo beneficio.

    – Pero las mujeres tienen otros atributos – le dice Fabián, que se dejaba seducir como un adolescente por sus provocativas piernas abiertas.

    – No te parece que este no es el lugar adecuado para hablar de filosofía barata – dice ella, mientras deja un billete debajo del vaso, una tarjeta debajo del servilletero, se levanta y se va.

    Fabián la ve salir al parque. Usando las herramientas que su oficio le enseño, simula no interesarse. Antes de que el mozo se acerque toma la tarjeta y se la guarda. Deja pasar veinte minutos. La vuelve a leer. Tan sólo una dirección.

    Fabián sabía a que se dedicaba Mariela. Sabía que ella sabía quien era él. Una jugada de riesgo, pero creyó el momento de hacerla. El sol del mediodía caía fuerte sobre el asfalto de Buenos Aires, sólo las avenidas daban la sensación de una tormenta que hace varios días que amenazaba y no llegaba. Llegó a una hermosa y simple casa de Villa del Parque. Era algo mejor que los caros departamentos que suelen pagar los banqueros a su corte de concubinas. Las reglas de juego eran claras y sencillas. Ella era una muñeca para mostrar en las reuniones sociales, un artículo publicitario de lo que el dinero puede comprar, una estrellita más en la solapa de los generales del capitalismo. Fuera de eso, ella disponía de su vida, es decir, lo que el negocio permite, visitas perfectamente declaradas, sexo surtido.

    En ese rol de perfil bajo había llegado Fabián. Pero, él desafiando las cámaras ocultas que abundaban más que las ventanas y los micrófonos que pululaban como tulipanes, jugaría su papel de muchacho torpe. Conocía un defecto de la princesa. Saber jugar ajedrez implicaría establecer quien sería Mata Hari.

    Como ya los servicios invisibles lo habían instalado, sólo se preparó a que Greta Garbo apareciera. Por momentos le daba pena 2el papel lastimoso que jugaba esa mujer. Pero como bien lo había dicho ella misma, son las reglas del sistema.

    Como Fabián suponía, la actriz apareció en su viejo vestuario de film de los 40, aunque a él le gustaban más las películas de los 70. Se acercó a él con un baño de perfume que intentaba ocultar su aliento a alcohol.

    – ¿Estás segura que no vamos a tener problemas? – le dijo, recordando un diálogo intrascendente de un pobre perdedor actuado por un actor cuyo nombre nunca recordaba, pero que siempre muere en todas los films. Esperaba que ese no fuera su caso.

    – ¿Porque, papi? – le dijo ella, mientras le mostraba todo el esplendor de sus 23 años.

    – No quiero tener problemas con el dueño de la casa, por saborear las frutillas de su postre especial – le dijo, como si estuviera intimidado por la situación.

    – El se va a enterar. Siempre se entera. Yo me encargo de que así sea. Estás acá con su debido permiso. – le contestó ella.

    – Me parece que entonces me voy. No quiero desafiar los celos de un hombre de su poder – le dijo casi temblándole la voz.

    – ¿No me digas que vos le tenés miedo?

    – ¿Quien no? Uno puede desaparecer con la misma facilidad que una cuenta de cualquiera de sus bancos.

    – No seas tonto. El me ama. Y sabe perfectamente a que entran los hombres a esta casa. Cuando él me tiene en sus brazos, él me necesita feliz y vital. Si yo me porto mal con él, me puede reemplazar rápidamente.

    – Eso me suena algo extraño.

    – La vida de los grandes hombres siempre suena extraña para los hombres comunes. – le dijo, cuando ya la impaciencia le había hecho abandonar el vaso de whisky y deslizarse sobre él como una enredadera.

    Fabián guardó silencio. Recordó que en el pueblito de donde él venía, era la hora de la siesta. La hora en que los gatos duermen sobre los alfeizares y sólo las moscas se atreven, sacrílegas, de desafiar el rito. Fabián guardó silencio como un cuis que es larga y lentamente devorado por una serpiente. A su serpiente le brotaban gotas de rocío tibio en su larga digestión, pero rápidamente eran sacudidas por sus espasmos y una nueva mordida del vidrio.

    Fabián no guardaba silencio por una actitud contemplativa. Su pasividad, era un esfuerzo suyo para no decir nada que delatara su verdadera presencia. Él suponía lo que se sabe debe ocurrir. A su serpiente el alcohol le hizo que el orgasmo, más que un vuelo de mariposa, fuera un dolor de parto.

    Cuando finalmente lo abandonó, se arrojo a la pileta del jardín. Las líneas verdes en la sien, y su falta de aire, le hicieron temer a Fabián un efecto que él no deseaba. Cuando finalmente se estabilizó, él le estiró el brazo y ensayó una cara de profunda preocupación, para la cámara de atrás de la cascada. La levantó y le dio una serie de consejos estúpidos, sobre las inconveniencias del whisky.

    Cuando finalmente la pudo calmar, sólo se avino a escucharla, que es lo que hacen los amantes con las esposas incomprendidas.

    – ¿Estoy presa?

    – ¿Como presa? Mirá que linda casa que tenés. El te ama, te permite romances...

    – Sí, pero sólo acá. En esta pecera.

    – A mi me parece un hombre muy razonable, deberías hablarlo con él.

    – Vos no lo conocés, no sabés...

    – Si me vas a decir cosas que no me conviene saber. Prefiero salir por esa puerta ahora mismo. Como dijiste los hombres comunes no entendemos a los grandes hombres. No quiero saber nada de sus transacciones comerciales. No quiero enterarme de nada que me haga pasible de una pena de muerte.

    – Entonces, algo sabés... – le dice Mariela, más borracha que un bombón.

    – Sé lo que todo ciudadano, puras fantasías.

    – ¿Sabés de su relación con Cardo Rojo?

    – Si me lo vas a contar en esos términos, puede que te escuche. Hago de cuenta que es una película de Humprey Bogart, que mañana voy a devolver al video. Como si leyera un libro de filosofía, del que todo el mundo saca citas, pero nadie entiende.

    – ¿No te interesa nada, nada, pero nada, saber?

    – Lo que me interesa es seguir mi vida de todos los días. Simplemente anotar en mi agenda que estuve una tarde con una de las mujeres más bonitas de Buenos Aires. Esa será toda mi hazaña.

    – Se avecina una guerra.

    – ¿Así? ¿Donde en medio oriente, en centro américa?

    – No te hagas el tonto. Acá en Argentina. Están abriendo nuevas rutas de exportación.

    – A bueno, eso es bueno para el país, movimientos comerciales, trabajo para todos.

    – Esas rutas están siendo peleadas por unos pocos. Hay empresas yanquis fantasmas interesadas en participar. Pero algunos dicen que sólo uno se puede quedar al mando, que es necesario eliminar la competencia.

    – Sí, llamamos a nuevas elecciones, elegimos a un nuevo presidente que abra todos los puertos hacia afuera.

    – ¿Que clase de producto pensás que van a exportar?

    – Manufactura, turismo...

    – Bueno, sí, digamos que sí... pero antes va correr mucha sangre...

    – Las guerras comerciales siempre terminan en guerras de pólvora, cualquier libro de historia lo cuenta...

    – Pero, no entendés... va a haber secuestros, fusilamientos en las puertas de las propias casas, gente que va aparecer flotando, accidentes inexplicables...

    – Sí, claro, como en El Padrino...

    – Serán tres días terribles, la navidad más sangrienta de Buenos Aires.

    – No te hagas problema. Volvamos a las catacumbas que al tercero resucitó.

    – No, me tomes el pelo... Cardo Rojo, se cortó solo y quiere tomar el mando, es un elefante dentro de un bazar, no conoce las reglas internas y las va a reemplazar por sangre. En puerto Colmillo no se hacen problema, es un problema nuestro. Nadie sabe, ¿sabés que quiere decir eso?, nadie sabe quien lo está manejando.

    – En una de esas nadie, bah, digo yo, que sé yo de operaciones de ultramar... en una de esas tiene buenos contactos con la Comunidad Económica Europea... quien te dice...

    – Tengo mucho miedo.

    – En mi barrio hay un refrán, si no podés evitarlo, relajate y disfrutá.

    – No me tomés el pelo, esto no es una violación, nos van a matar a todos.

    – ¿Ves?, Depende del cristal con que se mire, hay mujeres que prefieren ser muertas y no violadas. Al final de cuentas, ante un cadáver no cuenta mucho la colaboración de la víctima. Eso es sólo negocio para los abogados...

    ... Un amigo mío estuvo en Caracas, creo... bueno, no me acuerdo, en una ciudad donde los sismos son frecuentes... en un momento dado siente que todo se mueve, estaba en un hotel en un noveno piso... cayó al piso como si hubiera patinado con aceite.

    - Ponte debajo del marco de la puerta que viene el segundo – le dice el compañero de cuarto oriundo del lugar

    - Para que carajo, si se nos va a venir el hotel encima.- le contesta él

    - Si tienes una mínima posibilidad, porque no usarla- vuelve a decirle el otro.

    . El segundo sacudón vino pasó, el hotel siguió en pie porque estaba construido para eso. Pero mi amigo nunca se olvidó de eso...

    – Quiero decirte, es probable que pase todo lo que decís, pero también es probable que no, o que no tanto, entonces ponete debajo del marco de la puerta.- termina diciendo Fabián.

    – Vos lo decís porque ahora te vas y si te he visto no me acuerdo.- le dice Mariela.

    – ¿Quien puede estar a salvo de una estampida de elefantes? Si ya fuimos meados por los perros, evitemos a los dinosaurios. – retruca Fabián.

    – Quedate...

    – No. No abusemos de la hospitalidad de la buena gente. Otro día, si el buen señor así lo quiere, nos vemos.

    Fabián sabía que había metido la cabeza dentro de la boca del león. Sabía que nadie se creería su ingenuidad. Pero necesitaba la información de la que ahora estaba seguro.

    Volvió al departamento y explicitó su intuición.

    – Existen sólo dos posibilidades que no nos darán a elegir. O nos vamos a algún lugar a esperar que la tormenta pase, y es probable que nos estén esperando. O esperamos acá y es probable que nos vengan a buscar. – cuenta Fabián

    – ¿De que tormenta hablás? – le preguntó Alejandra.

    – Parece que esta navidad va a traer mucha pirotecnia, que no tiene nada que ver con la circunstancia que nos tiene reunidos acá. Sugiero empacar y rajar lo más lejos posible de la boca del volcán. – concluye Fabián.

    Alejandra pone reparos.

    – Si lo que decís es cierto, ya nos deben de estar buscando. Habrán puesto un buchón en cada salida de Buenos Aires. Medios no les faltan. Creo que te traje un problema al venir hasta aquí – le dice a Fabián.

    – Alejandra, – dice Fabián – una bala más no hará la diferencia.

    – Pero una muerte más, sí – le responde Alejandra.

    – ¿Que tal si lo jugamos a la suerte? – propone Fabián – mientras saca una moneda y le pide a Mariana que elija.

    – Uff... con la suerte que tengo para el juego – dice Mariana – seguro que cae de canto... esta bien... Cara... este... por salir... a buscarlos.

    – ¿A buscarlos? – le dice Fabián – Eso suena a abusar de la suerte.

    – Es que yo, cuando juego, siempre apuesto fuerte – dice Mariana.

    – Ceca... nos quedamos... a que pase la guerra... fría... es decir armados hasta los dientes – dice Alejandra

    – Ahí, va – Dice Fabián.





    F17

    ¿Que cayó?

    Cara. Trufas en el Savoy

    Ceca Muchacha ojos de papel



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    Confortablemente adormecido
    (Comfortably numb)



    El descanso, a Mariana, le había hecho bien. No sabía cuanto tiempo tardaría en recuperarse, sabía que por el momento no podían salir a buscar a ningún médico. Tampoco las secuelas en el tiempo del intento de asesinarla. Sólo sabía que ahora estaba sentada en una mesa, abrigada con una manta, mientras todos sudaban del calor de Buenos Aires. Pero los podía ver, los podía sentir y eso, por el momento, era señal de vida.

    Alejandra antes de exponerle las impresiones que el dibujo había causado en Gabriel le hizo un pregunta.

    – Mariana, ¿te gusta Pink Floyd?

    – Maso, maso...¿por?

    – Lo que dibujaste, ¿que es?

    – No tengo la menor idea, es algo que soñé y que por el momento no interpreto.

    Alejandra le acerca la hoja impresa con las frases sueltas.

    – La primera es la frase en inglés, y la segunda, una simple traducción mía.

    – A que suerte... yo no sé nada de inglés.

    Mariana lee y relee y no puede atar cabos.

    – Es que no sé que relación pueda tener con el dibujo -.le dice a Alejandra.

    – Dale Mariana – se impacienta Juan – un sueño tuyo nos metió en esto, uno nos tiene que sacar.

    – ¿Porque le decís eso? – le contesta Fabián.

    – ¿Porque ella sueña cosas que van a pasar o que están pasando? – le dice Juan.

    – No entiendo que tiene que ver un sueño premonitorio con las actividades de un mafioso. El sueño no provocó las acciones que de alguna manera nos está afectando a todos – le vuelve a decir Fabián.

    – Pero, sin él no estaríamos metidos en este lío – le contesta Juan.

    – Mi hermanito siempre tan egoísta – lo mira con enojo Alejadra.

    – Y mi hermana que se cree Santa Teresa de la Browning – le contesta.

    – Paren de discutir que me desconcentran más – protesta Mariana – me pueden decir como de un dibujo pudieron llegar a estos textos, yo no les encuentro relación alguna.

    Fabián le comienza a explicar como fueron saliendo a la luz.

    – Ah, pero este no es el orden en que los soñé, ni los pinté. Fueron secuencias distintas. Como si fueran distintos personajes los que aparecían en la pesadilla. Primero este...

    Fabián vuelve a su cuaderno y trata de relacionar el dibujo con el texto.

    – Este es el que habla del equipo de fútbol – le dice entonces a Mariana.

    – Hay... hay dos personas... dos personas que están hablando en medio de un estadio de fútbol vacío... una le da dinero, mucho dinero a la otra... y se va. – contesta Mariana, concentrándose en el sueño.

    – Puede que alguien haya comprado un equipo de verdad – opina Juan.

    – O puede que sea el lugar donde hacen sus contactos – dice Fabián.

    – O puede que sea....

    – mentó el pibe – agrega Alejandra.

    – No, no es una guerra nuclear, es algo... algo... algo... dentro de una fiesta.

    – De una guerra nuclear a una fiesta hay una pequeña diferencia – opina Juan.

    – Depende de que lado del botón te encuentres – le dice Fabián – No te olvides que la devastación de unos implica caviar en otros salones.

    – Este no nos dice nada – dice Alejandra – espero que por ahora.

    – Bien, Mariana, por una 4x4, siguiente acertijo – dice Fabián, tratando de licuar el hielo espeso.

    Mariana señala el siguiente dibujo...

    – “Deseo que estuvieras aquí...” – contesta Fabián.

    – Hay alguien que no está, pero está – dice Mariana – alguien que nos quiere ayudar, alguien que flota a dos aguas... como yo en la bañera... alguien que quiere volver pero no puede... alguien que a veces es oscuro y otras luminoso...

    – Ah, sí, claro, ahora nos vamos a enfrentar con fantasmas, zombies y en una de esas con un marciano – opina nervioso Juan.

    – No, jodas Juan, este es el mundo real. Los que nos quieren matar son gente de carne y hueso con armas en la mano – contesta Fabián.

    – Sí, eso es... – vuelve a decir Mariana, levantando los ojos del dibujo.

    – Pero quien puede estar en otro mundo que no sea real, si no es un fantasma – insiste irónicamente Juan.

    – Un loco – opina Alejandra – De eso habló Gabriel.. ¿no?

    – ¿Un loco? – pregunta Juan.

    – Alguien que navega a dos aguas, entre el mundo real y el de sus alucinaciones – responde Alejandra – Alguien que durante sus delirios logra establecer contacto con Mariana.

    – Buen momento para establecer contacto eligió el muchacho – dice Fabián.

    – No existen momentos adecuados dentro de una pesadilla – dice Mariana – la escala de valores de los sueños no es la misma que las urgencias de la vigilia.

    – Pero son dos las almas que nadan perdidas en la pecera – insiste Fabián.

    – La disociación de personalidades del loco – agrega Juan.

    – No. Las personalidades de un loco no pueden limitarse a un número. No lo podemos hacer los “cuerdos” mucho menos un delirante. Tiene que indicar otra cosa. – afirma Alejandra.

    – Es mujer – agrega Mariana.

    – Ah, entonces sos vos. – le dice Juan.

    – No. No soy yo – declara firmemente Mariana, hipnotizada por su propio dibujo.

    – O quizá no sea una loca – vuelve a opinar Alejandra.

    – Ah sí, yo ya había armado mi casita con el Rasti y ahora me decís que lo que querías era un helicóptero. – dice Juan.

    – Como dice el refrán, Juan, “No son todos los que están, ni están todos los que son”.Una mujer que no está loca pero se la mantiene en ese estado. – contesta Alejandra, tratando de elaborar una teoría.

    – Eso es como tratar de encontrar un billete detrás de un azulejo – opina Fabián – si le preguntás a un loco del estado de su locura, ¿que te va a decir?

    – Eso depende – responde Juan – a algunos les gusta, sienten una incomprensible felicidad de su estado, prefieren declarar su locura y no luchar infructuosamente por ser declarado no insano.

    – Esto me recuerda a una película. – cuenta Alejandra – Unos ladrones entran a una lujosa casa en busca de un diamante. Buscan durante horas. Abren la caja fuerte. Destrozan cada mueble, cada pared, buscan dentro de todos los libros. Finalmente se dan por vencidos y se van.

    – ¿Y el diamante? – pregunta Juan.

    – El diamante, enorme como un durazno, estaba a la vista de todos, pero no lo podían ver. – sigue Alejandra, tratando de establecer expectativa.

    – ¿Donde? – pregunta Fabián.

    – Dentro de un vaso, sumergido junto a la dentadura postiza de la vieja sirviente, en la habitación de servicio – concluyó Alejandra.

    – No entiendo que tiene que ver tu comentario con lo que estamos buscando – comenta Juan.

    – Que lo que buscamos está a la vista. Ni en el mundo de los fantasmas, ni debajo de los escombros del Ground Zero. Debemos estar atentos y ver más de lo que nuestros ojos miran. – dijo Alejandra.

    – A nosotros nos van a poner un cuete en cualquier momento y mi hermana nos viene con cuentitos de Sherlock Holmes - protesta Juan.

    – ¿Así? – contesta airada Alejandra – ¿Quien fue el que dijo que teníamos que interpretar una pesadilla?

    – Bien, bien, bien – media Fabián – “los hermanos sean unidos...” sigamos, por favor...

    – El siguiente... es este – señala Mariana.

    – “Y tu crees con el corazón que cada persona es una asesina” – recita Fabián.

    – Me vi en un espejo – dice Mariana – detrás mío la sonrisa amable de quienes me golpeaban y violaban. Nunca dejaron de hacerlo de esa forma.

    – ¿Cuantos eran? – preguntó Alejandra.

    – Tres, dos hombres y una mujer – respondió Mariana.

    – ¿La mujer también te violaba? – pregunta Fabián.

    – En cierta forma... si yo fuera lesbiana me hubiera gustado, pero como no lo soy, simple contingencia, cada caricia de ella me hacía arder la piel – respondió Mariana.

    – ¿Sos homofóbica? – pregunta Alejandra.

    – No. No lo soy. Tengo amigas así, simplemente no me acuesto con ellas. Y aunque lo fuera, la situación no cambiaría.

    – ¿De que forma no cambiaría? – preguntó Alejandra.

    – ¿A vos te gustan los hombres? – repregunta Mariana.

    – Sí, por supuesto.

    – Que harías si uno, cualquiera, te para por la calle y te ordena acostarte, ya mismo, con él

    – Eso depende de como esté el flaquito. Pero, dejando a un lado la broma, ahora entiendo.

    – Bueno. Yo veía a esas personas sonrientes, abandonándome pensando que moriría. Luego salir a la calle y ver cada sonrisa de la gente y pensar: “Mentira, lo que usted quiere es matarme” – dice Mariana llorando.

    – Bueno, si te sirve de consuelo. Nosotros cuando salimos a la calle nos pasa algo parecido. Por el sólo hecho de usar uniforme nos convertimos en blanco móvil. Pensamos que de cualquier lado puede venir el fierrazo que nos parta la cabeza. Pero no podemos vivir de esa manera. Eso significaría pedir la baja inmediatamente. Entonces lo que hacemos es situarnos en expectativa de desconfianza permanente. “Piensa mal y acertarás”. Dejamos el pensar bien para las señoras del supermercado y los abogados. Allí se plantea la diferencia. Algunos terminan mimetizándose, haciéndose como lo que se supone combatimos. Otros, al menos, cuando aún creen en la metáfora de su profesión, miran a los ojos de la gente, como el patólogo forense que mira al muerto que va a inspeccionar, para que le hable después de muerto.

    – ¿Algo más, Mariana? – pregunta Juan.

    – No. Sólo esa imagen, esas sombras que me sonreían a través del espejo – responde Mariana.

    – Bueno, otro – dice Alejandra, mirando el reloj de su muñeca, y urgiendo con un juego de manos.

    – El último, creo yo – dice Juan.

    – Sí y el más complicado, me parece – dice Fabián.

    – Esta es mi pesadilla dentro de la bañera – dice Mariana – Quería que alguien, no me importaba quien, me ayudara. Me viene el diálogo con Juan por teléfono. Ellos apuntándome a la cabeza. Yo desnuda y ella, desnuda también, abrazándome por detrás y poniendo su oído al teléfono, para saber de que hablábamos.

    – Pero el diálogo fue falso e intrascendente – opina Juan.

    – Fue falso, pero no intrascendente, ni para nosotros, no para ellos. Yo sólo quería decirte que el tiempo se me estaba acabando, pero cada segundo de esa situación me era eterno. Sentía sus manos tocarme y era una invasión de hormigas dentro de mi estómago.

    – ¿Eso es todo? – dice Fabián.

    – No. No es todo. Hay alguien que me dice que no rompa esta cadena, - dice Mariana, tomándose la medalla que le cuelga del cuello - pero no sé que pueda querer decir.

    – Nosostros nos vamos terminar de volver locos – dice Juan – Si eso es lo que pretende este tipo ya lo está logrando.

    – Ya lo hizo con la cuñada, lo puede hacer con nosotros – dice Alejandra.

    – ¿Que cuñada? – pregunta Fabián.

    – La cuñada esta internada por haber matado al hermano – contesta Alejandra.

    – ¿Porque estaría internada por un crimen, en lugar de estar presa? – dice Juan

    – No lo sé. Pero así es. – responde Alejandra.

    – ¿Y como lo mató? – pregunta Fabián.

    – Lo fue envenenando de a poco – contesta Alejandra.

    – No sería logico saber un poco del pasado de este tipo. Saber porque un hermano murió de forma tan extraña – pregunta Juan.

    – Si salimos de esta lo podremos averiguar – responde Alejandra.

    – ¿Y si esa es la loca que me está hablando? – pregunta Mariana.

    – Bueno, supongamos, ¿de que nos puede servir? – responde Alejandra.

    Pará un momento – dice Juan - si esa mujer quiere comunicar algo, ¿porque elegiría justamente a Mariana? ¿Porque justamente en este momento?

    Perdido por perdido, – dice Fabián – no vamos a estar menos seguro en un lugar que en otro. ¿Donde está?

    – No tengo la menor idea – responde Alejandra.

    – ¿Tiene familia? – pregunta Fabián.

    – Me parece que no – le dice Alejandra.

    – Si no tiene familia propia. Hay una cosa que no me cierra. Si mató al hermano de Lavelli, ¿porque este, con el poder que tiene, no la hizo desaparecer? Y por otro lado, ¿pagaría él su encierro en una clínica privada? No creo que alguien gaste dinero en una mujer que mató al hermano. Por algo esa mujer sigue viva y encerrada. – dice Fabián.

    – ¿Como se llama? – pregunta Juan.

    – Silvia. Eso es todo lo que sé. No podemos ir a un juzgado a hacer averiguaciones. De un hecho que ni sé cuando fué y de una persona de la que sólo sabemos su nombre de pila – contesta Alejandra. - Que querés, ¿que le preguntemos a Lavelli?.

    – Yo no sé de esas cosas, de los vericuetos legales de los que ustedes hablan. – dice Mariana – Pero no estaría mal hacer una visita de caridad al Moyano. Una loca me habla en sueños, yo puedo hablar con otras en la vigilia.

    – ¿Porque se te ocurre que está en el Moyano? – pregunta Juan.

    – Yo no dije, con seguridad, que estuviera en el Moyano. Pero si el hecho fue en capital y el tipo este la quiere tener bajo su control. No dejaría que pase a la órbita privada o si lo hizo, como hubo un crimen, tuvo en algún momento que pasar por allí. ¿De donde dependen los psiquiatras forenses en última instancia?. Si la tiene en provincia, tiene que usar contactos privados donde sus influencias, digamos, las que lo muestran como un Oficial respetuoso de la ley, se debilitarían. Eso es todo. – Dijo Mariana.

    – Para eso hoy ya es día perdido. No podremos hacerlo hasta la hora de visita al público mañana. – opina Fabián.

    – Salvo forzar la situación – dice Mariana.

    – ¿Cómo forzar la situación? – pregunta Alejandra.

    – Que yo tenga que pasar por guardia – dice Mariana.

    – No creo que eso de resultado. Primero que se van a dar cuenta. Y segundo no creo que podamos hacer contacto con la mujer. – dice Alejandra.

    – Yo no tengo intención de hacer contacto con ella. Al menos no, directamente. Por otro lado, ¿alguna vez te hicieron una entrevista psiquiátrica?. A mi sí. Sé de que se trata. – dice Mariana.

    – Sí. A ver si te dejan adentro de una buena vez – le dice Juan.

    – ¿Que hacemos? – le dice Fabián a Alejandra.





    F18



    ¿Que decisión toman?

    Mariana acude a la guardia. Deseo que estuvieras aquí

    Deciden esperar hasta el otro día Bienvenido a la Máquina





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    Humo sobre el agua
    (Smoke on the water)



    Juan observa a Mariana. Ella se había quitado los lentes, para secarse las lágrimas. Estira su mano hacia el Otro Juan, este lo toma de la mano y los cuatro desaparecen.

    Juan y el Otro Juan, caminan sobre un camino que Juan no conoce. Nada de lo que ve le es familiar. Una selva. Se ve las piernas fuertes, los pies desnudos, la piel oscura, a su lado ya no está el Otro Juan. Un tremendo olor a azufre, el humo no le deja respirar. De pronto le cuesta recordar cosas tan sencillas como el gusto a la cerveza, las calles de Buenos Aires. Alguien corre a su lado. Alguien que le habla. Alguien que le habla un idioma extraño que Juan, sin embargo, entiende. Juan ve su lanza en la mano derecha.

    A Xochitepec le enceguece una visión. Un puente. Un puente de sogas. Una angosta pero profunda cañada. Una roca de fuego que cae sobre el puente, él y su compañero caen al abismo. Vuelve a su camino. Les cuesta, a ambos les cuesta ya correr. Corren entre matas de una espesa vegetación. De pronto se hace un claro. Una cañada que deben cruzar. Su compañero señala un puente. Un puente de sogas.

    – No, por ahí, no – grita Xochitepec – bajemos por las piedras.

    – Tardaremos toda una tarde en llegar de esa manera – Le grita su compañero.

    – Por las piedras – ordena Xochitepec.

    Su compañero, no opina más y obedece.

    Comienzan a bajar las piedras. Se les lastiman los pies con los filos de las piedras. Pero ambos pueden ver momentos después como una roca incandescente acierta sobre el puente y lo parte en dos. Su compañero lo saluda con una agradecida reverencia.

    Horas después logran oír el arroyo que serpentea por encima de las grandes rocas. Una piedra naranja descansa entre ellas, aún sedienta, aún ardiente, de la garganta de Popocatépetl. La fresca agua la baña y apacigua. Su compañero lo mira.

    – Aquí hubieran quedado nuestros cuerpos partidos, mi Señor – le dice su compañero – una muerte indigna.

    Se miran, miran hacia arriba, respiran e inician el penoso ascenso. Por la tarde, agotados, pero decididos, llegan hasta el lugar donde aún cuelgan las sogas del partido puente. Se internan por la continuación del camino.

    A Xochitepec le viene una imagen extraña, de una mujer extraña. Esa mujer no es como las de su aldea. Esa mujer tiene el color de piel blanca, aún más blanca que la de los invasores de cabellera en la cara y cabezas doradas, hombres que traer espadas que escupen fuego. No se distrae más, deben llegar hasta los otros guerreros, deben avisarles que la montaña de fuego está enojada, se los dijo el gran sacerdote. Los deben reunir y salir de la ladera de esa colina. Esa colina se partirá, ellos morirán. Necesitaban a los guerreros, a pesar del enojo de la gran montaña. Debían advertir a Cuauhtémoc. El gran sacerdote se los predijo, debían llevarle el mensaje. Los visitantes no son enviados de los dioses, sólo llevarían la traición y el escarnio.

    Llegan al campamento. Xochitepec entrega el mensaje. El campamento rápidamente se pone en camino. El enojo de Popocatépetl ya es visible, rápidamente avanzan con gritos de guerra, la tierra comienza a temblar bajos sus pies, pero los guerreros avanzan a pierna firme. Xochitepec y su compañero se abrazan con la felicidad del deber cumplido. Sólo falta una cosa para entrar en la gloria de los guerreros. Ya no pueden correr más y no pueden ser atrapados.

    Se paran frente a frente, cruzan sus antebrazos izquierdos como sólo pueden hacerlo los guerreros de sangre real. Sacan sus puñales con sus manos derechas, se sonríen amistosamente y se los clavan mutuamente en el pecho.







    Mariana observa a Juan, se quita los lentes para secarse las lágrimas. Mariana ve como Juan estira su mano hacia el Otro Juan, este toma de la mano y los cuatro desaparecen. Mariana se queda dormida sobre la alfombra.

    Por la mañana despierta. Se ducha, advierte como le corre sangre de entre las piernas. Se viste, mientras busca a la gata. No encuentra a Marianita, no encuentra su alimento, ni su plato. Sale del departamento. Cierra la puerta despacio. Baja lentamente las escaleras. Sale a la calle. Va en busca de una persona. Se sienta en un banco de plaza. De pronto alza los ojos, un patrullero se acerca. Lo llama.

    – Oficial Benetti, Alejandra Benetti – Grita Mariana.

    – Sí, esa soy yo... que desea. - Le contesta la oficial bajando el vidrio de la ventanilla.

    – ¿Le puedo hacer una pregunta? – dice Mariana.

    – Sí, por supuesto. – dice la Oficial.

    – ¿Usted tiene un hermano llamado Juan? – pregunta Mariana.

    – ¿Un hermano llamado Juan? – responde extrañada la Oficial – No, tuve dos hermanos que murieron en un accidente, pero ninguno de ellos se llamaba así. ¿Porque me lo pregunta?

    – No, por nada, disculpe, entonces me habré confundido.- responde Mariana.

    – Bueno, mujer, pero trate de no tomar a esta hora de la mañana – contesta la Oficial, mientras vuelve a levantar la ventanilla.

    El móvil se aleja. Mariana lo observa alejarse, pero sufre un desmayo. La despierta el chumbido de un perro.

    – Hola, Ignacio – le dice.

    Se levanta. Se acerca al ventanal. Le pesan los párpados. Mira al reloj de pared. Se tiene que apurar. Es hora del desayuno. Baja los escalones. El resto del grupo la espera.

    – Disculpen la demora – les dice – parece que tuve un sueño muy pesado.

    – Bueno, Lucía, no te preocupes, esta bien – le dice la Hermana Superiora.

    Comienzan las oraciones.



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    Mañana nunca se sabe
    (Tomorrow never knows)



    Juan la mira a Mariana. Se levanta de improviso.

    – No, no, no – le grita a Mariana – paremos con esto.

    – Juan, amor, estás destruyendo nuestro verdadero presente. No este, el que estás viendo, el verdadero presente. El presente en el que seremos felices – le dice Mariana, mientras las figuras comienzan a desfigurarse y se diluyen.

    – No. ¿No nos viste felices y radiantes? – le dice nervioso Juan.

    – Pero no este, Juan, no este – le llora Mariana – pero ya es tarde.

    – Mariana, esto es un delirio absurdo de dos personas enfermas – le dice Juan, mientras se arranca la túnica del cuerpo.

    Afuera se desata una tormenta. Marianita comienza a maullar y se eriza. Se abalanza sobre Juan.

    – ¿Y, a vos que te pasa, ahora? – le dice a la gata, mientras trata de contener sus arañazos – Mirá hasta la gata se volvió loca en este departamento. Vámonos de aquí ya mismo.

    Mariana llorando obedece. Se cambian rápido. Salen rápido. Juan llama ascensor.

    – Vamos Mariana – grita Juan mientras abre la puerta.

    Mariana se encuentra confundida, pero ingresa al ascensor. Juan cierra la puerta y pulsa planta baja.

    Un furioso rayo cae sobre el pararrayos del edificio, dejándolos momentáneamente sordos.

    – Mierda – grita Juan – ¿y eso que fue?

    El ascensor tiembla. Los cables se cortan. Juan abraza a Mariana mientras el cubículo cae.





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    Píntalo de negro
    (Paint it black)



    Alejandra se va hasta la ventana. La furiosa tormenta de verano

    Bien – le dijo a Mariana, que la miraba con expectativa – los invito a descansar en mi cama. Que Juan me ceda el sofá.

    – Mariana, que no sabía si Alejandra había creído nada de lo que le había contado, despertó a Juan para llevarlo a la habitación.

    Alejandra se fue a sentar sola a la mesa de desayuno. Se sirvió un café. Necesitaba pensar. No duró mucho su meditación. El teléfono sonó. Atiende.

    – Hola, si... ha, sí, sí... pero comisario, era mi noche libre... bu... bue... bueno comisario... deme 20 minutos para cambiarme... mándeme un móvil para buscarme...

    Alejandra cuelga y mira a Mariana con el rostro lleno de pánico.

    – No vayas Alejandra- le dice Mariana.

    – No puedo no ir, es mi trabajo... no te preocupes, será rápido. Seguramente debo ir a embolsar a un muerto... levantar evidencia con los peritos y volver... como compensación, mañana estaremos juntos para festejar la Navidad... – le contestó Alejandra.

    – No me parece buena idea... los están separando... – dice Mariana.

    – Mariana, hace años que con Juan, sólo nos vemos una o dos veces por mes, una noche más no hará la diferencia... y acá no se trata de buenas o malas ideas, se trata de órdenes. – contesta Alejandra con la firmeza de una Oficial de Policía.

    – No me entendiste nada ¿Verdad? – le dice Mariana llorando.

    – Sí, que te entendí, Mariana. Pero no podemos estar acá suspendidos de una telaraña, mientras las cosas suceden. Afuera tengo algo que hacer. Algo que asumí como mi trabajo, mi responsabilidad. Ustedes quédense acá. Son mas que bienvenidos en esta casa. Ahora si me disculpan, tengo cosas que hacer. – terminó diciendo Alejandra, mientras terminaba de cambiarse con su segundo uniforme.

    Se ajustó el cinturón. Revisó su arma. Buscó su chapa de la cartera y se la prendió a la camisa. Al pasar por el espejo se ató el pelo, se arregló la corbata y se calzó la gorra. Cerro la puerta. Al bajar ya venía el móvil a levantarla.

    – ¿Que tenemos? – le preguntó a González.

    – En primera instancia, parece un accidente. Lo de siempre chicos en pedo, que andan a mil con el coche de papito y terminan estrolados contra una pared. Pero, el cabo de bomberos encontró caminando con vida a uno de los tres amigos. Dice que no iba en el auto. Le hicieron la prueba de alcoholemia y dió negativa. El chico no para de decir boludeces, según dicen. Pero, por las dudas, llaman a homicidios. – la informa González.

    Alejandra llega al lugar del accidente. El Renault 9 estaba parcialmente incrustado en la pared de una vieja casona, que cortaba una callejuela de sólo dos cuadras. Alejandra mira los adoquines mojados de la calle. Observa las gomas gastadas del auto. Lo mira al cabo Cárdenas a cargo del operativo de bomberos.

    – ¿Usted observa lo mismo que yo? – le dice el cabo - ¿como es posible que sobre una calle de sólo dos cuadras, de adoquines viejos, desnivelados y mojados; un auto con las gomas lisas pueda tomar la velocidad necesaria para semejante choque?

    Seguía lloviendo. La grúa tiraba del auto para quitarlo de la pared. De pronto el balcón del segundo piso cede y cae sobre la caja de la grúa y golpea el casco de uno de los bomberos, quien queda aturdido y debe ser retirado a la ambulancia de Same. Le traen al chico sobreviviente.

    El chico, de unos 16 años, venía temblando y hablando sólo.

    – Hola – le dice Alejandra en tono amistoso, tratando de que el uniforme no lo atemorice aún mas - ¿Vos ibas en el auto?

    El chico primero no puede hablar. Pero se calma y trata de hacerlo.

    – Sí... este... no... digo, venía con ellos, me bajé en la otra esquina, para tomar un bondi a casa... y después pasó todo...

    – ¿Que pasó?

    – No, nada... ya me trataron de borracho y drogadicto...

    – ¿Cual es tu nombre?

    – Ricardo.

    – Bien, Ricardo, ves esto es una placa de policía, estas estrellas las insignias que me designan como Oficial. Mi deber es escuchar tu declaración, en este momento informal y sin rango de jurada. El tuyo es decirme que viste que pasó.

    El chico no se anima a mirarla a los ojos.

    – El auto... se cayó – le dice, en voz muy baja.

    – ¿Como que el auto se cayó? ¿De donde se cayó? – dice primero casi enojada, pero luego interesada.

    – Ve, para que hablo. Yo mejor me callo la boca, entierro a mis amigos y acá no pasó mas nada.- dice Ricardo.

    – Ricardo, perdoname – le dice, mientras hace señas de retirarse al bombero que estaba escuchando, quien le hace señales de que el chico esta loco o conmocionado – te ruego disculpas, mi respuesta fue consecuencia de la lógica. Pensá conmigo que si un auto se cae de algún lugar, tendría que estar incrustado en el piso y no en la pared lateral de una casa. Ahora volvé a decirme, sin miedo alguno, ¿De donde se cayó el auto?

    El chico logra levantar los ojos para decirle:

    – De la esquina para acá... vio... este... a ver... alguna vez estuvo en la montaña rusa... alguna vez sintió ese vacío en el estómago... bueno, eso.

    – Vos me estás diciendo, que es como si esta calle se hubiera puesto de cabeza...

    – Sí... sí... venga... venga... vamos hasta la otra esquina... le quiero mostrar...

    Alejandra, pidió una capa amarilla para el chico, que ya llevaba largo tiempo bajo la lluvia y se fue caminando con él, apoyando su brazo en el hombro del chico. No sin darse cuenta de los gestos obscenos, que le hacía uno de sus hombres por tal actitud. Se detiene un momento.

    – Esperame, un segundo nomás – le dice a Ricardo.

    Se acerca al sargento Rimoldi, quien no se percató que Alejandra sí se percató de su gesto. Se pone cara a cara y pecho a pecho con él.

    – No sabés lo tiernitos y rendidores que son . Tu mujer hace rato que no cuenta lo mismo, ¿no es cierto?. Una palabra, un gesto más y vas a pasar navidad y año nuevo engayolado.

    – Oficial - le dice desde atrás el sargento González – déjelo a este pelotudo. Que la próxima se las va arreglar conmigo.

    – No te ensucies las manos, no conviene, González.

    – Somos del mismo rango y la misma antigüedad, es sólo sacarse las chapas, para que sea una pelea civil – contesta González, mientras la acompaña de nuevo junto al chico

    – Gracias, tu gesto de compañero me llena de emoción, pero quiero seguir luchando sola – le comenta Alejandra.

    – Por supuesto que lo sé, – le dice González – pero usted se imagina, al pobre Rimoldi llegando a su casa, y en lugar de ponerse en pedo y fajar a su mujer, tenga que pedirle que le cure los moretones que la oficial le dejó... je je je... mejor para él, que lo faje yo.

    Llegaron sonriendo hasta donde estaba, quieto y clavado el chico, que los observaba venir conversando.

    – Bien, Ricardo, continuemos, disculpá que te haya dejado sólo, pero los trapitos sucios los lavamos en casa – le dice, tratando de ganarse la mayor confianza posible.

    – Vea, mire – le dice Ricardo – faltan adoquines, vaya y búsquelos. Los va a encontrar incrustados contra la casa. Yo sentí el vacío y me agarré de esa reja. Fueron apenas cinco segundos. El tiempo que duró el eco de ese gran trueno.

    Alejandra mira los huecos en la calle, lo mira al chico, lo mira a González.

    – Ricardo, sabés una cosa, yo te creo. Con una mano en el corazón que te creo. Pero no podemos poner algo así en un informe, vamos a tener que inventar una mentira que conforme a los peritos – le dijo, tratando de que el chico se convenciera de su convencimiento.

    – Mi padre tenía razón – le dice Ricardo.

    – ¿De que? – le pregunta Alejandra.

    – El cuenta que una vez vio algo igual.

    – ¿Algo igual?

    – Sí, cuando era joven, el vio un auto estrellarse de la misma forma, contra un tren

    – ¿Estrellarse contra un tren?

    – Sí, contra un tren... acá en ...

    – Sí, en el cruce de la avenida Nazca...

    – ¿Como lo sabe? – pregunta Ricardo.

    – Ah... este... porque fue un caso que hemos discutido mucho en la policía – contesta Alejandra, sin poder evitar el rostro de azorada.

    Alejandra observa como finalmente, logran desencajar el auto de la casa, lo transportan hasta la media calle y la casa, de dos pisos, se derrumba. Cuando llega al lugar, los bomberos sacan los cuerpos por el hueco del parabrisas.

    – Que extraño - le dice el cabo Cárdenas – los chicos están muertos, pero no parecen haber recibido golpe alguno. Lo común del caso es que los saquemos de a pedazos.

    – Remuevan los escombros quiero saber si encuentran adoquines – ordena Alejandra – Dándole una palmada a Ricardo.

    – Esta bien – le contesta Cárdenas – si usted lo ordena.

    Se acerca a González.

    – González, yo me hago cargo. Sacame de acá. Llevame urgente a casa. Ricardo, disculpame, si vuelvo a verte, prometo decirte que está pasando – dice Alejandra, absolutamente firme.

    Suben al móvil. González la mira. Pone primera y salen disparados, ante el desconcierto general. A mitad de recorrido González rompe el silencio.

    – Oficial.

    – Sí, González.

    – ¿Sabe lo que es un auriga?

    – La palabra me suena, pero no lo puedo recordar.

    – En la historia antigua, así llamaban al que conducía el carro de los guerreros.

    – Ah, bueno.

    – Déjeme ser su auriga.

    – ¿Que?

    – Lo que escuchó. Sé lo que esta pasando. Usted no podrá sola.

    – ¿Que es lo que sabés?

    – Que hacia donde va, necesitará un auriga.

    – No, González, debo volver a mi departamento, para sacarme una duda.

    – Sí, la duda de que su hermano no desaparezca, junto con su pareja y ...

    – ¿y?

    – Y su sobrina...

    – González, no me asustes más... ¿quien sos?

    – No me pregunte quien soy, eso no tiene importancia. Salvo Sancho Panza, nadie se acuerda de los nombres de los escuderos, ni los aurigas. Sólo necesito saber si me va a ceder las riendas de sus caballos. Bueno, esta bien, no la confundo más, ¿me dejará entrar primero a ese departamento suyo?. ¿Dejará que yo sea su escudo?

    Alejandra no habló mas. Llegaron. El edificio se hallaba en calma. Alejandra abre y empuja la puerta, observa hasta donde puede, con el arma apretada contra su pecho.

    – Desde ahora – le dice González – no use más sus ojos. Nada de lo que ve le será útil.

    González apoya su Itaka en el suelo, se para frente a la puerta y da un paso. Alejandra lo ve desaparecer, observa como todo sigue en orden. Ella también da un paso e ingresa.

    Nada de lo que veía se parecía a su departamento. Hacia su espalda, un acantilado y el sol, que lentamente se hundía en el mar, prolongando largamente sus sombras. A su costado su compañero con una gran espada en una mano. Y con la otra conduciendo firme las riendas de un carro de combate. Su uniforme, lentamente se transformaba en un traje de telas firmes, livianas y blancas, que vuelan al viento. Sus manos comenzaban a sentir un peso. Las mira y pronto siente dos espadas antiguas que descansaban de punta sobre el borde del carro. Alzó la vista. A unos doscientos codos suyo, una hoguera que despedía un humo blanco y denso, señal inequívoca que ya habían sacrificado bueyes. Un grupo danzaba alrededor de dos cuerpos atados a una gran piedra, pintados de negros. Rito de sacrificio. Se lanzan del carro. Llegan corriendo.

    El jefe del grupo alza su máscara hacia ellos.

    – Acaso crees, Hypatía, que una mujer puede combatir contra nosotros – le dice señalando sus guerreros armados.

    – Haz la prueba de detenerme, maldito Cárope – contestó ella – suelta a mis amantes.

    – Este perro de Brústilo y esta perra de Alcíope deben morir. Esa es la pena por unirse a una amazona como tú. Pero antes de hacerlo le haremos beber de tu sangre, nuestros dioses así los demandan. – le gritó Cárope.

    – ¿Olvidas acaso que mis espadas fueron bendecidas por Harmonía? – grita Hipatía.

    – Ah, tu diosa absurda. ¿De quien es hija? ¿Del deforme Hefesto, triste dios de las profundidades, o de Ares, preocupado sólo en asistir asesinos? El vientre de su bastarda madre, mentora de adúlteras y prostitutas, te ha hecho caer bajo la piel de un mortal, traicionando a tus propias hermanas. Ella no puede con el vientre oscuro de Caram. – responde Cárope.

    – Maldito Cárope. Has profanado hasta a tus propios baales, no has rendido tributo a tu Astarté, por eso ella te abandonará a tu suerte, de la misma manera que ya ha hecho huir a las mujeres de tu lado. Sólo has envuelto en conjuros, a tus pobres acólitos envenenados de tus pócimas mágicas. ¿Cómo te atreves a envidiar y blasfemar sobre la suerte de los dioses? – gritó Hypatía.

    – Es hora, mi señora, que demos por terminado el rito de la diatriba y pasemos al brillo de las espadas – le dijo, Diáspolo, su fiel auriga y escudero.

    Hypatia y Diáspolo, avanzando a paso lento, hacían giran sus espadas alrededor de sus cuerpos, sin dejar de observar como el puñal, tomado por ambas manos por Cárope, pendía hacia el pecho de Brústilo.

    Diáspolo se adelanta como era su costumbre para defender a su señora. Es enfrentado por un grupo a quien con hábiles movimientos mantiene en su línea. Hypatía observa la escena, mientras el viento vuela su hermosa cabellera negra. Gracias al oído fino que Artemisa le otorgó, pudo escuchar el silbido de una saeta que venía a sus espaldas, la esquivó con un juego de cintura, pero esta vino a clavarse en el cuello de Diáspolo que mantenía en línea al grupo codos más adelante. Hypatía giró en un vuelo y arrojó su espada derecha que se clavó en el pecho del traicionero arquero. Hypatía supo que esa saeta tenía el doble objetivo, si no la mataba a ella, lo haría con su fiel escudero. Lloró a Apolo por no haberla desviado y cayó vencida por la pena. Cárope separó sus manos y elevó su brazo en señal de triunfo.

    – Oh, Caram, enorme dios de los sueños líquidos. Me has entregado el bello y deseado cuerpo de esa triste mortal, con el que alimentaré la lascivia de mis siervos. – grito Cárope, para arengar a su tropa de ojos perdidos.

    Hypatia, sorpresivamente, se recuperó, tomó una piedra y se la arrojó golpeándolo certeramente su muñeca, haciendo que el puñal cayera varios codos hacia atrás.

    – Ah, maldita – grita Cárope, tomándose la muñeca destrozada por la pedrada.

    – Acaso no sabías que mis piedras son conducidas por Artemisa, absurdo Cárope – gritó Hypatía que ya se encontraba a la distancia de medio vuelo de lanza.

    Cárope hizo una señal para que la docena de acólitos la atacaran. El primero de ellos, quien parecía mayor que el resto, su jefe, arrojó su lanza, pero ella la partió en dos con su espada izquierda, evitando que se hundiera en su pecho. Rápidamente tomó uno de los pedazos y lo arrojó a su contrincante, atravesándole la frente. El resto sorprendido detuvo su carrera.

    – No hare carne trémula de tus imberbes, – gritó Hypatia – es a ti a quien quiero.

    – ¿Como piensas lograrlo? – Le contestó Cárope – Ellos llevan la furia de la espera. Primero tu sangre, ante que las delicias de mis pócimas.

    – Ya lo verás.- Contestó Hypatía.

    Hypatia, encerrada en el torbellino de sus propias espadas, se acercó al grupo, quienes blandían sus armas sin ninguna clase de habilidad. Primero se dejó rodear, y de pronto comenzó a herirlos uno a uno. Ya cortándole los tendones de las piernas, clavándoles en las rodillas, cortando un par de orejas, cruzándoles un tajo sobre pecho, espalda y muslos, hasta que los pobres inexpertos, que apenas habían podido cortajearla, se rindieron y huyeron atemorizados.

    – Ves lo que hacen tus pócimas malditas. Sólo envalentonan por el número, pero no les permiten dominar ni sus propias piernas – grita Hypatía.

    Hypatía de un salto toma la pesada espada de Diáspolo, de otro se para sobre la piedra, y golpea a Cárope en el rostro con su rodilla, tomándolo de los cabellos, su ultima sombra de la tarde se expande sobre su amante varón. Ambos despiertan de su letargo de conjuro y a su señal huyen. Pero, mientras trepan la colina y la luna hace su aparición, giran para verla.

    – ¿Te volveremos a encontrar algún día, Hypatía? – Grita Brústilo desde la cima.

    – Quizá... quizá... – le grita Hypatía, antes de que desaparezcan.

    Cárope con la cabeza sobre la piedra, no deja de echar maldiciones.

    – Nos volveremos a encontrar, Hypatía, tu amante será tu ruina – dice.

    – Por el momento, la espada aún caliente del pulso de mi escudero será la tuya. –Le dice Hypatia y deja caer la espada Diáspolo y le corta la cabeza.





    Otro fuerte rayo cae sobre el edificio. Alejandra despierta de un letargo inexplicable. González la mira mientras inspecciona el departamento. Al abrir la puerta de la habitación, encuentran a Juan que trata de reanimar a Mariana de otra de sus pesadillas.

    – ¿Que le pasó, ahora? – pregunta Alejandra.

    – Esta – contesta Juan – que ahora habla en sueños. Que no se quien nos salvó del sacrificio. Ya no sé que hacer con ella.

    – Sí, cierto... tendremos que hacer algo... - Opina Alejandra.

    – Pero primero, Oficial, tendrá que curarse esos rasguños sin importancia – dice González.

    Alejandra no recuerda haber atravesado ningún vidrio. Su uniforme esta hecho jirones y lleno de sangre. Lo mira a González, pero este por toda respuesta, le guiña un ojo





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    Sueño con Serpientes


    Juan eligió la puerta amarilla. Y los tres se vieron impulsados a cruzarla.

    Al cruzar, la puerta desapareció y se volvieron a ver sin cambio alguno. Sin embargo, Mariana observó que nada en el lugar era lo mismo. Se acercó a la mesa que se hallaba vacía, ausente de toda cena. Juan miró el reloj y pareció como que el tiempo seguía su curso.

    – ¿Que pasó? – preguntó Alejandra, que veía el mínimo desorden de la mañana del día anterior - ¿Acaso volvimos a ayer?

    – Creo que no – dijo Mariana, que observaba los fuegos artificiales iluminar la ventana.

    – Nosotros no estamos aquí – dijo Juan, mientras pasaba su mano atravesando la cortina pero sin moverla.

    – Cierto – dijo Mariana – nosotros nunca volvimos aquí. Estamos en otro lugar, somos sólo espectros. Pero nuestros verdaderos yo, están en otro lado. Quizá lejos o quizá muertos.

    – ¿Porque, entonces, hemos cruzado esa puerta? – preguntó Alejandra.

    – Creo que esta era la puerta hacia otro presente. Por alguna razón debemos cambiar ese presente.

    – ¿Como vamos a hacerlo si ni siquiera tenemos cuerpo, ni siquiera podemos tomar un arma? – preguntó Juan.

    – Quizá no necesitemos ni una cosa ni la otra. Solo basta con nuestras imágenes – opinó Mariana.

    – ¿Pero donde estamos en realidad? – preguntó Alejandra, cada vez más confundida.

    – En A]ªªªÆp4¤¤a la sucesión de imágenes.

    – Yo identifique algunas de esas imágenes, pero no puedo extraerle sentido. – dijo Alejandra.

    – No estamos en un mundo de sentidos. Nada de lo que hemos aprendido sirve aquí, debemos guiarnos sólo por nuestros impulsos primitivos. Como la gata de Juan. – opinó Mariana.

    – Podríamos ir a cada calle que he identificado en las imágenes. Me parecieron imágenes de noticieros o algo parecido – dijo Alejandra.

    – Yo creo que si Mariana tiene razón. Son las imágenes superpuestas de los distintos presentes que pugnan por prevalecer – dijo Juan, recibiendo, por fin, una mirada aprobatoria de las mujeres.

    – Bueno, ¿que esperamos?, vamos – dijo Alejandra con su habitual voz de arenga policial.

    – ¿Por donde empezamos? – dijo Juan.

    – Por donde comenzó todo este quilombo. Tu departamento. – dijo Mariana.

    – Ya estuvimos allí. Ya vimos como una puerta destrozada de pronto fue arreglada y otras cosas que prefiero no recordarte – le dice Juan a Mariana.

    – Estuviste. Estuvimos. Estaremos... son palabras que no tienen sentido donde no existe la materia y por lo tanto el tiempo. – contesta Mariana.

    – ¿Cómo haremos sin cuerpo para llegar hasta allí? – pregunta Juan.

    – ¿Se te ocurre algo? – le devuelve la pregunta Mariana.

    – A mi sí. – dice Alejandra – Tomensé de las manos.

    – ¿Que manos, Alejandra? – inquiere Juan.

    – Las que cuando vuelva a tener te van a apretar el cuello... dale... – ordenó Alejandra.

    – Los tres pudieron constatar que se podían palpar entre sí.

    – Es como siempre – dice Mariana – nos dejamos llevar por las ilusiones de los sentidos en lugar de las intuiciones elementales.

    Se toman de las manos. Entonces Alejandra chispa los dedos.

    Aparecen en el pasillo del departamento de Juan. Una cinta amarilla de la policía impide el paso. Manchas de sangre contra la pared.

    – No es este el presente que quiero – dice Mariana, batiendo palmas, sin saber porque lo hizo.

    Ingresan al departamento donde podían observar el televisor destrozado.

    – En este ya estuvimos – dice Mariana, volviendo a batir palmas.

    La puerta aparece forcejeada, pero cerrada.

    – Tendríamos que volver dos días atrás, digo, para evitar todo lo que nos sucedió. – dice Juan.

    – No. No es posible – dice Mariana – las cosas ya sucedieron, no podemos cambiar el pasado. Al menos no nosotros en este momento. Debemos buscar...

    – Shhh... - dice Alejandra – escuchen...

    – Humm... Marianita, pobre, queriendo salir – opina Mariana.

    Juan hace silencio. Mueve la mano como queriendo recordar algo.

    – Marianita, siempre sale de ronda, no está encerrada... sólo está del otro lado de la puerta... nos percibió y nos busca... démosle un tiempo... – opina Juan.

    Minutos después, la gata se aparece caminando sobre la baranda de la escalera, salta y se conduce escaleras abajo. La siguen. En planta baja la gata se detiene frente a la puerta de entrada.

    – Aquí hubo sangre – dice Mariana – y vos que te quejabas que te destrocé el televisor... pudo haber sido peor... en el estricto significado de la palabra.

    Una familia vuelve temprano de alguna cena. Abren la puerta y la gata gana la calle. Los tres la siguen. Juan advierte que a pesar de ser espectro se agita. Mariana comienza a sentir sus piernas. Alejandra que el pelo que le hace cosquillas sobre la espalda.

    – Si realmente nos llegan a percibir vamos a tener problemas, al menos nos van a llevar presos por atentado al pudor. Movámonos con cuidado. – dice Mariana, que recupera su humor terreno.

    Marianita deja de correr, se trepa a un alfeizar y comienza a maullar. Pronto un ensordecedor coro de gatos se reune rodeándolos. Marianita comienza su marcha a paso moderado. Juan no recordaba haber visto tantos gatos juntos desde su última visita al Jardín Botánico. Al parecer Marianita no tenía apuro alguno, pero las cuadras se dejaban consumir por el paso de los animales y los espectros. Llegados a un viejo edificio en ruinas y aparentemente abandonado, los animales comenzaron a trepar y entrar por cuanta abertura encontraban.

    Los tres se detuvieron delante de la unica puerta de entrada que parecía estar vigilada por tres individuos. La espera no duró demasiado. Mariana se vió venir a si misma, caminando torpemente por la vereda en dirección de los tres sujetos que rápidamente le cortaron el paso. Pronto se descubrió en una de sus habituales actuaciones. Sin embargo, a pesar que no podia palparse, ni palparlos sintió el impulso de interponerse entre su cuerpo y la figura la Alejandra corporal que descendía de una camioneta y se deslizaba agazapada con un arma en la mano.

    Pudo ver como los destellos, que partieron desde el arma de Alejandra, hicieron preciso impacto sobre los tres hombres. Luego, como los perdigones del disparo, de ese hombre que no conocía, pasaron de ella. Eso la convenció de que no sería una ayuda física la que podría proveer. Pudieron ver como luego cuatro personas, ellos mismos más ese conocido sólo por Alejandra entraban al ruinoso edificio. Los siguieron.

    ¿Que haremos aquí, si no podemos actuar físicamente? – pregunto Juan.

    No estoy tan segura de eso – le contestó Mariana, en el preciso momento que la Alejandra corporal volvía a probar su feroz puntería – por alguna razón no escuchamos los diálogos de los otros nosotros.

    Mariana tuvo una intuición, al verse a si misma blanco fácil desde cualquier punto oculto, chistó a un grupo de gatos que se abalanzaron sobre una pila cajones vacíos, que escondían su cuerpo, obligandosé a buscar un refugio más seguro.

    Por eso vinieron – dice Juan, que tenía a Marianita observándolo como todos los días.

    ¿Nosotros vemos a los gatos?. Digo, los otros nosotros – pregunta Alejandra.

    Creo que sí, pero estamos demasiado ocupados – contesta Mariana.

    Juan ve como una sombra se mueve sobre un puente. Se ve asimismo mal parapetado respecto a la visión del tirador. Prueba hacer lo mismo que Mariana.

    Pst... Marianita... allá – le dice Juan.

    Una colección de gatos trepan los paneles que cubrian a Juan haciendo que caigan, junto con Juan, al mismo momento que el hombre dispara, hacia la misma antigua posición de Juan.

    ¡Carajo! – grita Alejandra – los gatos son reales, le dio a uno.

    Pero por algo están aquí para ayudarnos – contesta Mariana, que hace una indicación para que otro grupo ayude a Alejandra.

    Uno se cruza al paso de la Alejandra real, haciendola tropezar y caer del puente, evitando que una andanada de disparos no le den de lleno.

    Juan intentó algo más arriesgado todavía. Se enfrentó y se habló a si mismo.

    Vamos que tenemos la caballería gatuna. Procurá que la próxima no sea Marianita – se dijo

    Se sintió satisfecho cuando su otro reaccionó.

    Sin que nadie le dijera nada, Marianita, se condujo con un grupo hasta el otro extremo del puente, se cruzan con un grupo que venían armas en mano, les enredan los pies, haciendo caer al primero y descolocando al resto. La historia la terminan Alejandra real y su amigo.

    Un gato es encandilado por una luz roja, se eriza y se conduce hacia ella. Se abalanza sobre la luz, haciendo que el disparo, que iba dirigido a la cabeza, caiga sobre el muslo de la Mariana real.

    Alejandra sintió que hasta allí habían llegado. No pudo hacer nada contra su yo real, que por exceso de impulso quedó a merced de su enemigo, que le apuntaba a la cabeza. Salvo soplarse un poco de entereza.

    No sé lo que te está diciendo – se dijo – pero no te dejes abatir.

    Cuando se hizo la luz. Mariana pudo ver como el rostro del enemigo de la Alejandra real quedo estupefacto ante la multitud de gatos que pululaban por el piso.

    Pareció como si el tiempo se hubiera detenido. Cada uno se acercó a sus yo reales. Al tocarlos no sólo tuvieron una sensación de memoria, sino de otras memorias, de otros tiempos.

    Mariana se descubrió victima de un intento de asesinato.

    Juan disparando en lugares distintos, como si fuera un soldado de alguna película.

    Alejandra se vió asesinada por ese mismo hombre, pero a la vez derrotándolo. Se vió con el corazón volcado hacia ese hombre que hacía tanto que no veía.

    Los tres se juntaron en el centro del patio. Los gatos los rodeaban contorsionándose como serpientes en el serpentario.

    ¿Pero es esto lo que queremos? – preguntó Mariana.

    No te entiendo - dijo Juan – estamos en medio de una batalla y un tipo apuntándole a la cabeza. No, no es esto lo que queremos.

    No. Digo si es adecuado que intervengamos – vuelve a decir Mariana.

    Mariana tiene razón. Estamos en medio de dos presentes, pero ¿Cuál es el mejor? Este donde parece que me van a volar la cabeza, pero donde hay, existe un hombre que me ama. O desde el que venimos donde ustedes van a ser padres y yo seguiré mi vida de soledad. ¿Debemos actuar o debemos sólo saberlo? – dice Alejandra.

    Sin embargo, hay algo más que múltiples presentes. Hay, debe haber un punto inicial de todo este embrollo. ¿Porque algo o alguien, me viene diciendo que tuve que buscar a este hombre casi desde el mismo día en que nació? Creo que ninguno de estos presentes es el que nos corresponde. – dice Mariana.

    ¿Y cual es ese punto? – pregunta Juan.

    Creo saberlo – dice Alejandra.

    ¿Cómo? – pregunta Mariana.

    Volvamos – pide Alejandra.

    Pero, no ves que te están por matar, debemos impedirlo – opina Juan.

    Volvamos, tiene que existir otra alternativa. Si esa alternativa existe, todo este baño de sangre nunca sucederá - dice Alejandra.

    Los tres se situan en circulo y apoyan sus palmas. En un instante vuelven al punto de partida, donde las imágenes seguian esperándolos.

    Como ven no todo es, lo que parece ser – les dice – Mundos insospechados se despliegan sin necesidad de viajar hasta otros universos. Cada acción, por pequeña que parezca, es una laja de un largo camino, una laja que es imposible de evitar.

    Pero, si yo soy el culpable, ¿Cómo puedo remediarlo? ¿Cómo puedo cambiarlo? – dice Juan.

    No hay un culpable y no hay forma de cambiar lo que ya se hizo. El que se hayan enterado de otros pasados, presentes o futuros es suficiente para que tomen conciencia de que cada minuto, de cada vida, es lo que verdaderamente cuenta. Muchas veces creemos que es el mundo el que condiciona nuestra vida, pero en realidad, somos nosotros los que condicionamos al mundo. ¿Qué vida queremos vivir? Eso sólo depende de nosotros mismos, de cada pequeña decisión que vayamos tomando. – le contesta.

    Pero, ¿por qué fui elejido? ¿Por qué pesa sobre mi una decisión que no tomé? ¿O sí tomé? – pregunta Juan.

    Tu decisión fue tomada mucho antes de esta vida. ¿Qué desearías que sucediera? – le contesta.

    Es que no sé que es lo mejor – dice Juan.

    No se trata de que sea lo mejor. Se trata de vivir de otra manera. Pues bien, ¿qué tal una amalgama de estos días? – le contesta mientras se diluye.

    Juan, Alejandra y Mariana despiertan nuevamente en el mismo patio rodeado de gatos. Algo había sucedido. Cada uno camina hacia sus otros yo y se confunden con ellos.



    Amalgama Todos tienen algo que ocultar



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    F22




    Alfa
    (Alpha)

    Juan elige la puerta azul. A Mariana se le enciende el pecho. Alejandra sólo es espectadora.

    Juan y Mariana ingresan en la zona de luz. Mariana siente mucho frío. Juan se descubre en un lugar que no reconoce, estira su mano hacia un panel, toma un pequeño micrófono se lo prende en la solapa y baja una pequeña perilla.

    “Hola, Tierra, aquí el Comandante George Harcher.

    Espero que esta transmisión les llegue como corresponde. He echado a rotar mi linterna sobre su eje longitudinal, como un trompo. Es muy torpe y tiene un gran movimiento de precesión. La tengo frente a mí a 30º de la eclíptica de mi cabeza. Cuando agote sus baterías le diré, supongo, adiós a mi cuerpo. Valsvat esta cansada de reciclar. Ya ha circulado, dicen sus registros, 7234 veces el mismo agua por mi cuerpo, las provisiones se han acabado.

    Mañana arrojaré el cuerpo de Tamara al espacio. Lo haré como ella me lo ha pedido. La sacaré en el cofre de animación suspendida y cuando apenas sea un punto más en el visor, pulsaré Open, desataré los cerrojos. Su cuerpo mórbido saldrá despedido, estallará de presiones internas, y Tamara abarcará todos los radios. Digno funeral de mi compañera de viaje. Yo no tendré la misma suerte, quizá alguna vez encuentren la nave, que seguirá titilando señales, y a mi cuerpo atado a un tubo. ¿Me pareceré a los esqueletos de las mazmorras medievales?

    Según el mapa sideral, estoy a 7 días luz, del jardín que me vio nacer. Distancia ridícula. Sirio sigue impasible en mi ventanilla, tan lejos que cuando salimos. Ya ha alumbrado la máscara de oro de Tutankamon, ahora ilumina el cristal polarizado de mi escafandra. Veo, a través del cristal, el rostro hibernado de Tamara. No podré terminar de aprender su idioma. Creo que ella siempre supo que no volveríamos.

    Hace frío. Valsvat encendió su luz roja, otro panel dejó de funcionar. Debo reelaborar los planes. Tamara deseaba que alcanzáramos la zona del gran eclipse para ser ella la luz. Hacia allí reoriento la nave. Debo dormir. Hasta mañana.”

    “Hola, aquí el Comandante George Harcher. Según el reloj gregoriano convencional, hace 214 años, 7 meses y 8 días que partimos. Según el espacial, para nosotros sólo han transcurrido 6 meses. Debíamos haber dormido durante otros 14 meses, pero una mala jugada del azar, nos ha tocado. Probabilísticamente hablando, nuestro recorrido era seguro. Sólo una en un billón la posibilidad de colisión. Esa bola maldita de la ruleta, ha caído en nuestro paño. Según los cálculos de Valsvat, una roca metálica de dos gramos a 8700 m/s, ha impactado contra el escudo de titanio de estribor, los 75000 Jules, bajo simples cálculos newtonianos, nos han desviado 1 grado del rumbo y comprometido toda la estructura de la “Maya 2”. Al cabo de 4 días, finalmente, Valsvat nos pudo reanimar.

    Lamentablemente, una falla criogénica hizo que el hígado de Tamara no volviese a su función original. No obstante, hemos podido compartir nuestras últimas charlas, que no he registrado por versar de temas pueriles y profanos, la simple condición del ser humano. Al día siguiente murió, tan bella como había abordado la nave. Buena elección de la nueva Eva. Los tres años de entrenamiento y estudio de nuestra compatibilidad sexual, salud reproductora y condición psicológica, no han podido fructificar, pero no creo que hayan sido en vano. No hubo árbol ni manzana, un simple estudio de factibilidad biológica, quizá eso haya hecho enojar a la serpiente. Tampoco han sobrevido los embriones de nuestros clones.

    Pongo el cofre... hey... enciende tu luz... grábame y transmíteme... ahora va mejor... repito 1,2,3...

    Pongo el cofre en la cámara de vacío, cierro las escotillas internas, abro las externas, el espacio está limpio y oscuro como siempre, acciono los rodillos que empujan el cofre/ataúd de mi compañera... allí va flotando de la nada como un ángel...

    Disculpen radio captores... se me anuda la garganta... ahí va ella, en 30 minutos la entregaré a su esencia.

    La linterna sigue girando como boba, asida de la nada, Merlín me envidia, yo la envidio a Tamara. Ya casi no la veo. Ya es la hora. Presiono Open... Puedo ver un hermoso destello naranja. Adiós amiga.

    Ya no tengo nada mas que decir, hacer, ni pensar. Con esto voy terminando mi transmisión y la misión. Rezaré un responso por Tamara. Quizá el universo se apiade de mi soledad y me atraviese de meteoritos.”





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    La banda del club de los corazones solitarios
    (Sgt.Pepper's lonely hearts club band)



    La noche pasó en calma. La tormenta había sido violenta, Defensa Civil tuvo mucho trabajo, pero la mañana amaneció con sol. Mariana sabía que mientras Alejandra estuviese allí, estarían protegidos, al menos un poco más que estando solos. Por eso se levantó de mejor humor que de costumbre. Comenzó a limpiar el departamento como si fuera suyo.

    Alejandra que había tardado en dormirse meditando todo lo que había sucedido el día anterior. Apenas pudo sentarse en el sofá. Se tomo el cuello con las manos, se puso los dedos sobre las sienes, se desperezó y finalmente le dirigió la palabra a Mariana, que iba y venía como un cobayo en su jaula.

    – Mariana, – le dijo – yo me equivoqué y este es el vestuario femenino o vos siempre acostumbrás lavar los platos desnuda.

    – En los vestuarios femeninos no suelen circular mujeres desnudas, eso se lo dejamos a los hombres, que insisten en mostrarse lascivamente los cuerpos. – contesta Mariana.

    – De acuerdo, pero prefiero ver hombres y no mujeres desnudas circulando por mi departamento – le vuelve a decir.

    – Bien, como vos ordenes – le dice con su habitual simpática ironía - ¡Juan!.

    – No, no, no... no de ese hombre, hablaba yo, precisamente – le contesta, temiendo que Juan hiciese su aparición vestido de la misma forma – Honestamente, no me gusta verte desnuda y no quiero verlo tampoco a él.

    – ¿Acaso te provoca algo verme desnuda? – le contesta Mariana.

    – Envidia, creo que tu cuerpo me provoca envidia – contesta Alejandra.

    – ¿Como envidia? ¿Vos envidia de mi? ¿Estás loca? Acaso te viste bien en un espejo? – replica Mariana.

    – Ahora sí. Pero no sé si me animaría dentro de 10 años – contesta Alejandra – No sé si dentro... bah, para que hablo...

    – Lo que decís no tiene sentido. Te voy a contar el secreto que te va a mantener joven. Es el mismo secreto que han sabido Mae West, Brigitte Bardot y Claudia Cardinale, por sólo nombrar a aquellas que han demostrado la eficacia del conjuro: Unas pocas y mágicas palabras.

    – ¿Así? ¿Cuales? – pregunta Alejandra intrigada.

    – Sexo antes del desayuno, sexo al almuerzo y sexo luego de la cena – contesta Mariana sin contener la carcajada.

    – Será por eso que ya tengo arrugas en la frente y no te digo más porque me da vergüenza... pero, así me lo vas a matar. Para eso te lo dejo a vos y nos evitamos todo este despelote. – responde Alejandra tratando de ser original.

    – No hace falta que sea el mismo hombre...

    – a que Alejandra Benetti, la hiciera moquear.

    – Te equivocaste... hay muchas otras cosas que me hacen llorar... un chico de cuatro años muerto por los golpes de su madre... la chica de 12 años violada por su padre... los ancianos mandados a matar por sus hijos para quedarse con la casa. Pero de estas, una pone cara de profesional, cara de piedra y usa la bronca como catapulta para buscar a los responsables. En cambio cuando la culpa es propia, no hay pantalla que te pueda esconder.

    – Entonces, la soledad te duele...

    – Claro que me duele, ¿Como no me va a doler?... crecí en una casa donde si había algo que no tenía era soledad... después la muerte de la familia. Será el veneno que me dejó mi madre. Yo viéndola partir del brazo de un hombre y diciéndole a mi padre que se hiciera cargo de “esa” – cuenta Alejandra.

    – ¿Aún vive? – pregunta Mariana.

    – Sí. Vive en Córdoba. Enviudó pronto. No tuvo más hijos, porque no los quería. Vive feliz, a su manera, en la casa que le dejó el otario. Hasta dudo si ella misma no haya tenido que ver con su muerte. Pero debe ser la famosa desconfianza de todo policía – Terminó por decir Alejandra.

    – Bien, bien... porque no tocamos temas más alegre. Hoy es nochebuena y mañana es Navidad... que original lo mío – dice Mariana.

    – No. Yo no quiero cambiar de tema. Quiero que me digas que ves en mí. Tu primera impresión. Necesito saber que ahuyenta a los hombres de mi lado. – dijo Alejandra, con su cara más angustiada.

    – ¿De verdad querés saber que pienso? – pregunto Mariana.

    – Sí, por supuesto...

    – A ver, para empezar, ¿Que tipo de hombre crees que puede durar a tu lado? – comenzó a decir Mariana para inquietarla.

    – Pienso que un hombre que me contenga, me proteja... – conesta Alejandra.

    – Ese es tu error. Vos no necesitas un hombre que te proteja, lo que necesitás es un hombre a quien proteger... – dice Mariana.

    – Que querés, ¿que espere a un maricón?

    – Segundo y tercer error – responde Mariana, segura de su afirmación.

    – Cada vez te entiendo menos, Mariana.

    – Un hombre como el que necesitás no tiene porque ser un maricón. Esa palabra es muy de cana. Una palabra que cataloga, discrimina y enceguece. Si eligieras un hombre como me decías al principio, pronto alguno terminaría por romperle un ladrillo por la cabeza al otro. Convertirían la convivencia en una batalla campal. La fuerza y la protección residen en vos. Lo que necesitás es un hombre calmo y dulce que te sepa llevar de las riendas. Suave y sin ahogarte con el freno. – explica Mariana..

    – Bonita forma de llamarme yegua. Voy a ir a una yerra a ver si consigo un buen domador.

    – No. No un domador. Al menos no uno que sólo sepa de látigos y clavar espuelas. En todo caso uno que te sepa hablar al oído, te peine las crines, te dé un terrón de azúcar, te palmee el lomo y controle tus corcoveos.

    – No conozco a nadie así Ningún hombre que me haya abordado, con el que haya entablado relación, fue así.

    – Ese es el otro error. Te anteponés una pared muy alta, una máscara de inabordable. Mi sugerencia es que vos lo vayas a buscar. – opina Mariana.

    – ¿Cómo lo voy a buscar yo, Mariana? ¿Donde queda, entonces, mi orgullo de mujer? – se escandaliza Alejandra.

    – ¿De que orgullo de mujer estás hablando?. Hablás como si Simone de Beauvior o Alicia Moreau de Justo no hubieran vivido nunca. Tenés todo el derecho de salir a buscar al hombre que te haga feliz. Las mujeres ya votamos, nos arruinamos la salud con el cigarrillo, podemos ganar la patriapotestad... ser médicas, juezas, astronautas... oficiales de la policía...

    – No soy feminista, Mariana. – aclara Alejandra.

    – Bien, sí, de acuerdo... no es cuestión de andar repartiendo palos a los barras bravas en la tribuna de Boca. Sí, a veces las mujeres hemos ido demasiado lejos, hemos copiado mal el bosquejo. – dice Mariana.

    – ¿Porque?

    – Porque en el afán de igualarnos con ellos, copiamos más sus defectos que sus virtudes. Nos hacemos iguales a ellos en eso que por siglos.. por milenios... hemos detestado... el abuso de poder. Y en consecuencia nos convertimos en Espartanas, que desprecian al hombre que expresa sentimientos. Eso mismo que soñábamos de ellos cuando nos sometían y nos humillaban. – dice Mariana.

    – Entonces, no sé que busco, Mariana. – dice Alejandra.

    – Humm... orgullo de mujer. Orgullo de mujer debe ser estar con el hombre que te hace feliz, educando juntos a los hijos, elaborando un proyecto de vida consensuado...

    – Bueno. Mariana, gracias por decirme todo lo que no puedo hacer...

    – Mentira. Si podés entrar con un chaleco antibalas buscando un asesino. Te podés sacar esa máscara y dejar que uno te atraviese el alma.

    – Así... no pude a los 25, a los 30... ¿que me queda ahora?

    – Ay, perdón abuelita... Alejandra... ¿alguna vez invitaste a un hombre a tomar un café? – pregunta Mariana.

    – No, Mariana... siempre me invitaron al café, al auto y al...

    – Bien, es hora que dejés de joder con los protocolos sociales y hagas lo que tenés que hacer... que invites a ese hombre a tomar café...

    – Claro encima el café y el telo lo tengo que pagar yo. Ahí si que me voy a parecer a las viejas de las casas de té. – dice Mariana.

    – No. Uno al que le vas a decir: el café te lo invito yo, pero los pocillos los lavás vos.

    – Volvemos al principio, Mariana, me querés casar con un hombre de delantal...

    – No un hombre de delantal. Un hombre que no le haga asco al delantal, en todo caso, lo que no es lo mismo. A ver si me entendés, un hombre cuya parte femenina, te permita ser la fuerte, pero su parte masculina, impida que lo domines. Eso sí que sería desastroso.

    – No creo que exista un hombre así. – opina Alejandra.

    – Yo creo que sí, deben estar los colectivos llenos. Pero los infelices, algunos que ni dejan trabajar a sus mujeres, terminan la vida frustrados. Buscando una amante que los comprenda o mirándola con cariño. El mundo es muy vasto y hay un lobo para cada cordero... ah, por supuesto... la loba sos vos...

    – Alejandra termina de levantarse y comienza a mirar por la ventana.

    – Sí, Alejandra – le dice Mariana – alguno de esos que ves pasar por la vereda... no necesitás hacer una excursión al Himalaya, ni recorrer las capitales europeas...

    – Lo voy a pensar, Mariana... lo voy a pensar – dice Alejandra, sorprendida, casualmente, en ese mismo pensamiento.

    – ¡Juan!, marmota mío, – dice Mariana – el fin del invierno ha llegado, es hora de salir a buscar raíces.

    – Sí, Juan – dice Alejandra, cambiando su cara – pero tené cuidado como te venís, que si venís vestido como Mariana, te los cuelgo junto a los salamines de la alacena.

    Juan primero muestra su mano, como jugando a los títeres, luego con un pañuelo blanco.

    – Haya paz... tregua... tregua.. – dice, sin salir de la habitación.

    – Dale, che, – dice Alejandra – que tenemos que hacer las compras para esta noche.

    Mariana, menea la cabeza. Alejandra la mira intrigada, mientras vuelve su mirada hacia la calle.

    – Si vamos a salir, que sea ahora... que no nos agarre la noche – opina Mariana.

    – Como usted ordene mi sargento – contesta Juan, que venía enfundándose el pantalón, atento a la amenaza de su hermana.

    Cuando Juan la ve a Alejandra, con la mirada perdida, le hace a Mariana la típica seña porteña de “que pasa” con la mano. Evita el sofá, la mesa ratona, la lámpara de pie y se acerca a ella.

    – ¿Que pasa, Ale? – le dice, mientras la abraza por la espalda, tratando de encontrar el punto del infinito que su hermana miraba.

    – Nada, Juan, nada que vos puedas solucionar. – contesta Alejandra, acariciándole la cara y despeinándolo.

    Mariana para cambiar el clima sale con una de las suyas.

    – Si van a empezar otra vez con sus arrumacos incestuosos, yo me voy... es mucho para una señora pacata como yo.

    Alejandra al fin rió con ganas, por primera vez en la mañana.

    Fueron al súper. Alejandra los llevaba de las narices de un lugar a otro. Cada vez que Alejandra adivinaba un deseo de Juan, lo volcaba en el carrito. Mariana se retrasaba unos pasos para observarla. Finalmente se decidió a tomar la palabra.

    – ¿Y todo esto, quien lo va a pagar? – le dice a Alejandra.

    – Y quien va a ser. Yo.- contesta Alejandra.

    – Bien, entonces ¿Me compras aquel osito? – Señalando un enorme y caro oso de peluche.

    – Sí... sí... claro... por supuesto – contesta Alejandra, mientras Mariana acerca el muñeco que no entraba en el carrito.

    Luego Mariana la toma del brazo y la lleva a un aparte.

    – ¿Te das cuenta que ya estás domada? Que la dulzura te puede. Sólo hace falta que encuentres a tu osito. – le dice Mariana acercándose lo más posible a su oído.

    Una señora las mira con extrañeza.

    – ¿No es cierto, señora? – le dice Mariana, interpretando su cara de asco – ella quiere comprar sábanas de raso y yo ya le dije que mi tío Ramón nos la prometió, a usted quien le parece que debe vestir de blanco, ¿ella o yo?

    Juan se agarraba la cabeza. Alejandra hacía competencia con los tomates. La mujer se retira ofendida. Mariana la vuelve a mirar a los ojos, sin interferencias.

    – Vos dejá que de ese malcriado me encargo yo. Vos abrí los ojos, que “él” puede salir de adentro de una heladera o puede caer desde una claraboya. No te distraigas.

    El teléfono celular de Alejandra sonó varias veces, en todos los casos Alejandra respondió lo mismo.

    – Decile que no me rompa las pelotas. Yo voy a tomar mi guardia a las 6 del 25, como corresponde, ni un minuto antes. No soy zumbo para que me ande cambiando los horarios como a él se le canta. – Respondía.

    Mariana le hacía la señal de triunfo con el puño firme y el pulgar levantado que seguidamente lo cambiaba por el dedo mayor.

    En una de las llamadas. Un guardia de seguridad interno, se acercó para decirle que no se podía usar celular en el establecimiento. Alejandra sin dejar de hablar, ni cambiar su tono de voz con su interlocutor, sólo cambió el celular de mano derecha a izquierda, uso índice y pulgar derechos para sacar su chapa e insignias del bolsillo de la camisa. Pedido de disculpas y retirada.

    Al llegar a la caja, Juan pensó que se había excedido en caprichos. Después de todo su hermana vivía sólo de su sobre blanco de la Federal. Mariana dejaba que la cajera pasara y sumara. Cuando dijo el total, Alejandra se puso algo nerviosa, buscó en su cartera.

    – Buscá tranquila – le dice Mariana – la chica está sentada y no se va a ir.

    – Este, disculpá – le dice Alejandra a la cajera – debo hacer una consulta de saldo en caja central y vuelvo.

    Mariana la ve alejarse hasta su objetivo y entonces saca su propia tarjeta de crédito.

    – Cobrate – le dice, a la chica.

    – Y usted, ¿tiene crédito? – le pregunta la cajera.

    ¿Que, no basta con “pertenecer”?, dale cobrate antes que vuelva. – Le dice Mariana.

    La cajera hace lo suyo. Mariana firma lo suyo. Cuando Alejandra, finalmente, puede volver del maremagnum de la caja central. Mariana y Juan la esperan con cara de “yo no fui” con los carritos al otro lado de la caja, en el pasillo de salida.

    – ¿Que... que pasó? – pregunta Alejandra.

    – Que nos olvidamos el helado – contesta Mariana.

    Juan le recuerda la buena cuna de Mariana.

    – Sí, papá, mucho viaje a California, paz en Vietnam, meditación trascendental, mayo francés, “La imaginación al poder”, Katmandú... pero, finalmente aceptó la herencia de la abuela. ¿Viste? – le dice Mariana, hablando como una chica de Barrio Norte.

    – Te odio, Mariana – le dice Alejandra – No sabés lo que tuve que explicar en caja central para...

    – Ah, yo pensé que habías ido a coimear un par de pizzas. – le dice Mariana.

    La tarde se pasó como en todo hogar burgués. Mariana agregó unos adornos al escuálido arbolito de Alejandra. Paró su oso cerca del ventilador, porque era polar y en Buenos Aires esta haciendo mucho calor. Juan abrió los paquetes para ponerse ropa más adecuada que la que hacía día y medio. De vez en cuando, salía al exilio del balcón para fumarse un cigarrillo. Alejandra preparaba la mesa de cena fría que habían comprado. Mariana miró la mesa y abrió sus dos últimos paquetes, dos candelabros de plata y velas rojas, azules y amarillas.

    Con la llegada de la noche, Mariana comenzaba a ponerse ansiosa. Hacía largo rato que no bromeaba. Durante la cena mira a los hermanos.

    – Esta, quizá, sea la última cena que pasemos juntos, será mejor disfrutarla – les dice.

    – Gracias – le dice Juan – ahora la digestión me va a ser de provecho.

    – Vos sabías a que veníamos a esta casa, Juan. Sospecho que dado lo especial de la noche, esta es “la noche”. – contesta Mariana.

    – ¿Que se supone que debamos hacer? – pregunta Alejandra.

    – Dejarnos llevar por nuestros instintos... nuestros instintos espirituales. Ojalá supiera que es lo que debamos hacer – le contestó Mariana, que había perdido toda su soltura habitual.

    La cena trascurrió en el mayor silencio. En un momento Juan mira el reloj de pared.

    – Las doce menos cinco. Preparemosno para brindar – dice.

    Afuera se comenzaban a ver las luces de los fuegos artificiales. En los edificios vecinos, se adivinaban otras cenas, acompañadas por el aleatorio encendido y apagado de los arbolitos, sobre las ventanas.

    Juan destapó una sidra. Sirvió las copas. Los tres se prepararon para el brindis de siempre.

    Mariana sintió entonces un frió que le recorrió la espalda. Se le cayó la copa sobre la mesa.

    Luego de un estruendo que pareció que partiría la ventana, Juan y Alejandra pudieron ver, a las espaldas de Mariana, como tomaban cuerpo tres grupos de figuras luminosas indeterminadas y suspendidas en el espacio. Una figura se adelanta. Señala la copa caída de Mariana. La copa se levanta y se mueve hasta su mano.

    – Brinden – se le escucha decir claramente – no es nuestra intención interferir. Simplemente que hay cosas que es necesario corregir. Sin embargo, sólo una podrá suceder en esta noche.

    – ¿Ustedes son la luz? – pregunta Mariana.

    – Una definición demasiado simplista, Mariana, pero digamos que sí – le responde.

    – ¿Que debemos hacer? – pregunta Alejandra.

    – La respuesta contiene dos partes. Primero Juan debe elegir una de estas tres puertas, la roja, la azul o la amarilla.. Quien lo acompañe y que deba hacer, dependerá de la elección. Eso es algo que nosotros no podemos determinar. – le responde la imagen.

    Juan se persigna y se para delante de las tres puertas .

    – Bueno – dice – alguna vez me tocaba tener que tomar una decisión seria, ¿No?





    ¿Que puerta elegirá Juan?

    F24

    La puerta roja La balsa

    La puerta amarilla Sueño con Serpientes

    La puerta azul. Alfa



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    La balsa


    Juan elige la puerta roja y la atraviesa.

    Lo invade un llamativo aroma a mar, debe volver buscar al capitán. Hace días que insiste y este no lo ha querido recibir.

    Por fin, en la noche del 14 de abril, se cruza con él en la cubierta.

    – Capitán – le dice O´Connor al capitán (Correctora: nombre del capitán del Titanic que no recuerdo ) – esta nave no es lo que usted cree.

    – Así. No me diga. Usted esta parado sobre la mas grandiosa obra de la ingeniería humana. – le dice, el capitán sin perder la gentileza

    – No es así. Hay fallas de construcción que la compañía ha ocultado. No sé si usted lo sabe, pero es mi deber advertirle. Un simple choque con otra nave partirá las placas del casco, el acero es defectuoso. – insiste O´Connor.

    – Insinúa usted que el acero de Liverpool, el acero inglés, es defectuoso. Vaya, vaya, que osadía escocesa la suya – lo reprende el capitán.

    – No todo el acero. El utilizado en la proa no tiene defectos, pero sí el utilizado en el resto del forro. – advierte O´Connors – Yo lo sé, soy Ingeniero Naval y he participado en la construcción inicial. Cuando traté de advertirlo, fui despedido y amenazado de muerte.

    – Bien. Amigo, cuando lleguemos a New York, presentaré un informe, para indicar una inspección. Por ahora, debo dejarlo, tengo otras cosas que hacer. – le dijo, muy molesto, el capitán.

    O´Connors no se quedó conforme, la nave iba demasiado rápido y un torbellino que pusiera a prueba su resistencia a la torsión, sería suficiente para hacer partir las placas. Sin embargo, después de todo, sólo faltaban pocos días para llegar a puerto. Quizá las autoridades de New York, tomasen en cuenta sus denuncias. Trató de tranquilizarse y se fue a proa a disfrutar el oscuro y monótono paisaje de una noche de mar subártico.

    De pronto sintió un viento helado, el conocía ese viento característico, miró hacia la torreta de los vigías. No se equivocó. Los vigías daban la alarma.

    Corrió hasta el puente de mando, ingresó luego de un rudo pero breve forcejeo.

    El segundo al mando estaba dando la orden de virar la nave.

    – No lo haga. No vire la nave. Aplique reversa a toda máquina, cierre todas las esclusas y deje que choque de frente. – gritó O´Connors.

    – Saquen a este intruso de aquí – Ordenó el contramaestre.

    O´Connors sacó su arma, lo secuestró y le apuntó directamente a la cabeza.

    – Haga lo que le digo – volvió a gritar.

    El contramaestre ordenó lo que O´Connors indicaba. Luego de tres minutos, el perfil del iceberg se veía imponente y claro.

    Sin embargo, O´Connors se distrajo y recibió un furioso golpe en las costillas de puños de un oficial, que le hizo soltar el arma y al contramaestre. Lo redujeron rápidamente. El contramaestre dio la orden de continuar la reversa y virar pero el iceberg ya estaba frente a ellos. El capitán aparece en el puente. La nave sintió el fuerte impacto. Todos, incluido O´Connors, fueron impelidos contra el puesto de mando. El iceberg no pareció conmoverse, mientras la proa se incrustaba en él. Por fin, la nave comenzó a retroceder.

    – Informe de daños – grita el contramaestre por los tubos.

    Al cabo de dos minutos recibe el informe. Los dos primeros compartimentos estancos tenían daños. Todas las señales de socorro fueron activadas. Pero nadie parecía responder.

    La nave pudo, al fin, desencajarse del iceberg y alejarse de él. El capitán ordenó reanudar la marcha lenta hacia su destino. A las tres de la mañana, desde el Californian daban señales de venir al rescate, estaban a dos horas de allí. Sin embargo, la nave parecía soportar el embate, aunque se encontraba levemente ladeado hacia proa.

    – No lo soportará durante mucho tiempo. La nave no llegará a puerto – gritaba desesperadamente O´Connors desde el camarote donde lo habían confinado, mientras se sentían agudos crujires de metal.

    Cuando el Californian llegó. El capitán ordenó evacuar el trasatlántico, ante el pánico general. Ya tenía una inclinación de 8 grados. El trasbordo se realizó en el mayor de los desordenes pero su pudo completar. El capitán optó por liberar a O´Connors y hundirse con la nave. Cinco de sus oficiales siguieron su ejemplo. O´Connors los imitó.

    Luego de una hora, el rescate se dio por terminado. La proa seguía hundiéndose. El Californian comenzó a alejarse del Titanic, que seguía su paulatino hundimiento entre quejidos de acero.

    A las siete de la mañana el buque se partió en dos.





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    Trufas en el Savoy
    (Savoy Truffle)



    – Cara – dice Fabián, observando la moneda que había rodado hasta la silla donde estaba sentada Mariana.

    – ¿Estamos seguros? – dice Alejandra, que tenía una vaga idea de lo que podría pasar.

    – Yo sí – dice Fabián, apretando con fuerza la moneda con el puño.

    – Estamos solos, sin ninguna clase de apoyo – insiste Alejandra.

    – Mejor. – dice Fabián – Quiero que la bala que me mate venga de frente.

    Alejandra la mira a Mariana que asiente con la cabeza. A Juan que se alza de hombros sin sacar sus palmas de los bolsillos traseros del pantalón.

    – ¿Que idea tenés? – le pregunta Alejandra a Fabián.

    – Un huracán – contesta Fabián.

    – Primero tormenta, después guerra, ahora huracán... ¿que sigue? – comenta Mariana – ¿un meteorito?.

    – Mariana – comienza a argumentar Fabián, mientras saca su arma con su mano derecha y le coloca un silenciador – Punto primero. La casualidad no existe. Ustedes vinieron acá. Yo los recibí. Durmieron en mi cama. Comieron en mi mesa. De pronto pude matarlos mientras dormían. No fue así. Punto segundo: Pero, por otro lado. Me trajeron noticias de Lavelli que ya sospechaba. Lo cual confirma que todos estamos bajo su mira... mira telescópica... láser... el creo que sabe de todos nosotros y lo que es peor... lo sabe quien lo maneja... ahora bien... no sé de que la juega una cierta persona que vamos a conocer, pero que piensa disparar a sangre fría, no tengo dudas... entonces...

    – ¿Entonces? – pregunta Mariana con más ansiedad que miedo.

    – ... entonces, nosotros vamos a ser uno de los más minúsculos ejércitos de esa guerra, – continua Fabián – no vamos a esperar que nos cazen... al menos no nos entregaremos mansamente... tenemos un arma...

    – ¿Que arma? – pregunta Juan.

    – Ellos necesitan operar en silencio y nosotros vamos a hacer mucho ruido. ¿O acaso vamos a esperar de mandarlos a juicio? ¿Un juicio a un banquero... un oficial de alto rango... un diputado? Eso no ocurre ni en los países centrales, mucho menos por acá... ¿Nuestro buen nombre y honra? Sí, eso me significó una gamba menos. Nosotros vamos a entrar en escena donde les duela. – concluyó Fabián.

    – ¿Como lo vamos a hacer y cuando? – preguntó Alejandra interesada por la estrategia.

    – Esta misma noche. Así que recen sus responsos y escriban sus epitafios. Vamos a agregar nuestros nombres en el glorioso bronce del monumento a los boludos desconocidos. ¿Están de acuerdo? – pregunta Fabián.

    – Para eso no hacía falta tanto discurso – dice Mariana – con mostrar la cédula suficiente.

    – Logística y estrategia – exige Alejandra.

    – Necesitamos una 4x4 que no nos deje de a pie. Con cúpula. Entendiste Juan – dice Fabián mirándolo.

    – Sí, ya mismo – dice Juan.

    – Juan – le dice Fabián, mientras giraba el picaporte – si en 20 minutos no estás acá, este comando va a asumir tu baja.

    – Vos, fumá – le dice Juan, guiñándole un ojo y desapareciendo por la puerta..

    – Continuemos, señoras, – dice Fabián - tengo algo que mostrarles. Algo que ha ocupado largas horas de mis ratos libres.

    Fabián saca su llavero del cinturón. Abre un baúl que se hallaba escondido debajo de los almohadones del sofá. Saca una pesada caja de madera. La abre con otra llave y muestra su arsenal personal.

    – ¿Tenés registrado todo esto? – pregunta Alejandra.

    – No hace falta. Fabricación casera. Autenticas Albornoz. Estas las portaremos nosotros. Por ser cortas tienen mucho retroceso, pero usan balas de punta de bronce.. balas de FAL.

    – Pero, las balas de FAL, ¿no las tiene sólo el ejercito? – Pregunta Mariana.

    – Todo se consigue – le responde Fabián – ¿alguna vez tiraste?

    – No. en mi vida. Siempre me produjeron pavor – le contesta Mariana.

    – Bien – vas a comenzar esta noche.

    – ¿Como? Si ni sé como se agarra – comienza a dudar Mariana.

    – Bien, acá te presento la Albornoz Light, para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero. Ves, este botón enciende el miniláser. Vos seguí la luz y gatillá, el resto lo hace ella. Sólo dos precauciones, es un arma de escaso calibre, no apuntes a una pierna porque no sirve. Llevala siempre con el seguro puesto porque el gatillo es muy celoso y sólo porta seis balas. – le explica Fabián a Mariana – mientras desquebraba el arma y la convertía en algo parecido a un cilindro.

    – ¿Estrategia? – insiste Alejandra.

    – Prostitutas – responde Fabián.

    – ¿Prostitutas? – vuelve a preguntar Alejandra.

    – Sí. Dos – vuelve a responder Fabián.

    – ¿Y de donde vamos a sacar dos prostitutas a esta hora? – pregunta Alejandra.

    – Las estoy viendo – contesta con cinismo Fabián.

    Alejandra se queda muda.

    – ¿Y que papel deben jugar estas prostitutas? – dice Mariana.

    – Bueno. Esta tarde hice una visita. Y me tomé un par de atrevimientos. Primero robar el número de una agencia de colocaciones y el número de identificación secreto de dos de sus profesionales. Este buen señor, tiene ciertas costumbres que no confiesa en sus misas de domingo. Segundo he interferido una de sus llamadas al servicio.

    – ¿Cómo? ¿Donde? – pregunta Alejandra.

    – Desde una de sus propias oficinas. Desde su propio teléfono. Debajo de sus propias cámaras y micrófonos de circuito cerrado. – responde Fabián.

    – Lo tenías todo planeado. – opinó Alejandra.

    – No. Me faltaba el factor humano. ¿Lo tengo? – culmina Fabián.

    – Lo tenés – dice Alejandra – Pero, a mi me van a reconocer.

    – Eso se lo dejo a Mariana – dice Fabián.

    Las mujeres se fueron al baño. Mariana sacó a relucir su creatividad. Mientras tanto llaman a la puerta. Fabián abre y Juan entra.

    – ¿Donde están las chicas? – pregunta Juan.

    – En los camarines – responde Fabián – fumate un pucho y relajate.

    – ¿Tenés una cerveza? – preguntó Juan.

    – Sí, pero sólo una pequeña, – le respondió Fabián – el alcohol disminuye los reflejos y produce alucinaciones.

    Juan comenzó a tomarla con satisfacción. Por su cabeza pasaba la idea de que quizá fuera la última. Pero no la pudo terminar. Se atragantó con un sorbo cuando las vio salir de baño.

    – A... a... Ale... Mariana, ¿que significa esto? – dijo Juan, mitad sorprendido y mitad... mitad cagándose de risa.

    – Te presento nuestras nuevas actrices... de carácter – dice Fabián.

    – Tu pelo, Ale, tu hermoso pelo... morocho... tu... tus... – trataba de articular Juan – ¿Que es esto, Mujercitas?.

    – Juan – le dice Mariana – no se mira así a una hermana.

    – No te hagas la graciosa y cubrila con una manta – le dice Juan.

    – Juan Benetti, – le dice Alejandra – la Oficial Benetti se encuentra en una misión secreta, cualquier interferencia será considerada obstrucción a la justicia.

    – Sí, claro – dice Juan, tomando el último sorbo de cerveza – crecimos viendo el FBI en acción.

    – Faltan algunos detalles – dice Fabián - Tendré que improvisar. Esperenmé un minuto.

    Fabián vuelve con algunos objetos pecaminosos. Pronto en sus manos hábiles el arma de Mariana es ocultada en un enorme vibrador. Unos delicados intercomunicadores son ocultos dentro de las ligas. Le pide a Mariana su exclusivo extracto de perfume, lo vuelca dentro de una pequeña copa de licor, vuelca líquido desconocido dentro de él. Le coloca un plástico a modo de tapón sumergido, lo vuelve a completar con el extracto y lo cierra.

    – Mariana no olvides de que te vean, y huelan, cuando te perfumás. Si te ves en problemas arrojalo contra el piso, una pared o una superficie dura... lejos tuyo. – le indica Fabián.

    – Ya sé – le dice Juan – Mc Giver...

    – No. Odio a ese misógino infeliz. Prefiero el Súper Agente 86 – le dice Fabián sonriendo - ¿No te parece que lucen mejor que Sylvester Stallone?

    – Sí – dice Alejandra – en especial porque en este momento no estamos bajo ninguna bandera.

    Fabián, al fin termina. Levanta la vista para mirarlos.

    – Bien mis futuros compañeros de barca. Caronte nos espera. Sólo recuerden, nadie, pero nadie, de quien vean allí adentro, si es que logramos pasar la puerta, fue invitado allí para un bautismo. – dice Fabián – El dudarlo, significará el último segundo de vida.

    Fabián se apoya en su bastón y se pone de pié, invitándolos a la puerta.

    – Oh, perdonen... debo cambiar de bastón – dice.

    – No hace falta que cuentes nada sobre tu nuevo bastón, Fabián – le dice Juan.



    Juan toma el volante. Y lo mira a Fabián.

    – ¿Adonde vamos? – le pregunta.

    – Al Savoy Hotel – le dice Fabián.

    – ¿Que? ¿Vos pensás ingresar a un Hotel Internacional, desapercibido, a esta hora de la noche? – le dice Juan.

    – Vos... poné primera... siempre soné con conocer la Suite Presidencial – le contesta Fabián, mientras le prende una tarjeta de identificación en la camisa.

    Diez minutos después se detienen a unas quince cuadras.

    – Las chicas deberán tomarse un taxi para llegar – dice Fabián.

    Ellos siguen viaje. Se estacionan frente a la entrada de servicio. Fabián llama. Alguien atiende.

    – Hola. Somos de Cold Air. Venimos a reparar el aire acondicionado del 9º H. Acá está mi credencial – dice Fabián, poniendo su tarjeta frente a la cámara.

    La puerta se abre. Ambos ingresan.

    – ¿Cold Air? – pregunta uno de los encargados de la cocina.

    – Bueno, antes trabajamos para Frigidaire. Pero viste como son las cosas, nos echaron a la mierda y con la indemnización montamos nuestra propia empresita. Pero, por suerte hemos hecho buenos trabajos, nuestros viejos clientes nos han tenido en cuenta... fundamentalmente porque cobramos en pesos. – le responde Fabián – Poniendo su mejor cara de mecánico nacional.

    – Bueno... sí... sí... ¿me esperás un minuto? – le dice el encargado.

    – Claro, man... pero te espero afuera, che... en la camioneta... no quiero comprometerte... – le dice Fabián – y sale a la calle.

    – ¿Y? – le dice Juan.

    – Debemos esperar, no te impacientes... espero que ocurra lo mismo que cuando necesitamos que alguien nos arregle un débito de cuenta erróneo... – le contesta Fabián – Acabo de ver pasar un taxi.



    Frente a la puerta principal dos chicas descienden de un taxi. Mientras van descendiendo, la mayor de ellas, que se nota a la legua, que tiene largo tiempo en el oficio, le hace caritas al botones. Caminan sin dificultad hasta la conserjería. Presentan las tarjetas. El conserje, le hace señas a una de las camareras. La chica se hace seguir hasta los ascensores. No puede evitar su cara de fastidio.

    – Pensar que yo tengo que romperme la espalda un mes, para ganar lo que estas en una sola noche – dice en voz baja, mientras por el espejo observa como la morocha trata de peinarse lo único de pelo cortado casi al ras.

    Cuando llegan al piso, Mariana vuelve a ponerse los lentes.

    – Hay noches y noches. En algunas una no gana ni para disgustos – dice en voz alta, mirando hacia arriba, ante la cara de la camarera, que creyó no haber sido escuchada.

    La camarera las acompaña hasta la entrada de la suite. Un robusto guardia las observa. Mariana saca su tarjeta y la desliza. La puerta se abre lateralmente, ella entra, la puerta se vuelve a cerrar. Alejandra desliza la suya. La puerta no abre. El guardia le toma la tarjeta y la desliza. La puerta se abre. El guardia le devuelve la tarjeta con lentitud.

    – Estas se deslizan en forma vertical y uniforme. No torcidas como las que vos conocés – le dice el guardia, mientras le acaricia el culo.

    – Haceme acordar que te mate – le dice Alejandra.

    – ¿Como? – le pregunta el guardia que detiene el cierre de la puerta.

    – Ay, papi, que cuando te agarre, te voy a dejar muerto. Cuando termine este servicio, me va a encantar hacerme cargo de vos – le contesta Alejandra con voz enigmática.

    – Humm... me va a gustar morir en tus manos – le dice el guardia mientras suelta la puerta.

    Alejandra se junta con Mariana que la esperaba y observaba una segunda entrada sin puerta.

    – ¿Que es eso? – le pregunta Mariana en voz baja.

    – Es un detector de metales. Crucémoslo. Dejame a mí primero. – le responde Alejandra.

    Alejandra cruza la puerta sin dificultad, ante la mirada de un segundo guardia. Cuando Mariana lo hace se enciende una luz roja. Ella vuelve hacia atrás, mirándolo con cara de sorpresa. El guardia le toma la cartera y saca algo de ella.

    – ¿Y esto que es? – le pregunta el guardia.

    – Ay, hombre de mundo, ¿que te parece que sea? ¿Un televisor portátil? – le contesta Mariana.

    – Tomá – le responde el guardia, en tono de burla, devolviéndoselo – No es adecuado manipular las herramientas de trabajo de otras personas.

    En la puerta de servicio la demora se alarga. Pero finalmente el encargado se asoma a la puerta.

    – Este... no ubicamos al gerente... – le dice a Fabián.

    – ¡Pero que pelotudo este Johnson!... me saca de la cama a las dos de la mañana, me hace venir hasta acá, para nada – protesta Fabián.

    – ¿Johnson? – le pregunta el encargado.

    – Sí, Jack Johnson, ¿no se llama así el pelotudo del gerente de mantenimiento? O lo rajaron y me hizo una broma. Estos jonis tienen un pésimo sentido del humor.

    – Este, sí... Johnson sigue siendo gerente... pero no lo ubicamos... – dice contrariado el encargado.

    – Me llamó para decirme que quería arreglar la salida del 9º H, antes de las 9 de la mañana, porque la tenía reservada y no quería pasar papelones con el cónsul de Sierra Leona – le dijo Fabián.

    – Ah, sí, sí... el cónsul... claro el cónsul... estamos preparando platos de su país para recibirlo... bué... bueno... pasen – dice el encargado.

    – No. No pasamos un carajo ahora. Estos se piensan que uno es un títere de ellos. Que cuando atienda su maldito celular se entere que los argentinos no nos bajamos los lienzos por dos moneditas, que se busque a otro... vamos a ver si alguno se va a levantar a esta hora, para sacarle las papas del fuego... – insiste Fabián.

    – Pero no te pongás así... pasá... pasá... a ver si resulta que después tengo problemas... – le dice preocupado el encargado.

    – No, el problema es de él. A él le pagan un sueldo para estar disponible las 24 horas, no para apagar el celular cuando tiene sueño... pero, en fin, ya vinimos hasta acá... pero que no crea ese infeliz que le va a salir barato. “De acá”, que le voy a hacer descuento... ¡ay!... no se para que me hago problemas, me vienen los dolores en la cadera... – dice Fabián, apoyando más su mano en su bastón y con una palma sobre la pared.

    – ¿Que te pasó? – pregunta el encargado, para contemporizar.

    – Una vez... ¡ay, carajo!... una vez me caí por adentro de uno de esos túneles de ventilación... ves, a los yanquis nunca les pasa eso... – cuenta Fabián.

    – Dale, hermano, pasá y ponete a trabajar... que yo también... que otra cosa no queda... – le dice el encargado.

    – Che, Juan, trae las cajas de herramientas... la azul también – le dice a su chofer, que estaba a punto de creer en todo lo que oía.

    – ¿Me prestás una carreta? – le dice Fabián al encargado – son muchas herramientas... y además, como bien lo sabés en una de los pocos apartamentos con aire acondicionado independiente... traigo el gas para la carga.

    – Sí, seguro... pasen... pasen... – dice el encargado, mientras corta en dos a un faisán.

    – Encargado, encargado las pelotas, mirá como te hacen laburar... ni que estuviéramos en sus campos de algodón - le dice Fabián, mientras este le da la razón con un movimiento de cabeza.

    Juan tiene problemas con su cara.

    – Y vos, de que te reís, pelotudo... para que sepas, yo conozco hoteles en Nueva York... y allá, minga que se van manejar así... no hay caso, somos el culo del mundo... y así nos tratan – le dice.

    Cuando finalmente alcanzan el montacargas, Juan no puede evitar hacer preguntas.

    – ¿Como sabías todo eso? – le pregunta.

    – Hice una reservación por Internet. Allí te informan de las habitaciones libres, con vista hacia donde, si externa o interna y toda esa sarta de pelotudeces, y de yapa el Staff del hotel.

    – ¿Y el cónsul?

    – El cónsul va a llegar pero se va a alojar en otra habitación. ¿No esperaras que todo el personal sepa donde se aloja cada huésped en un hotel tan grande? – le contesta Fabián.

    – No dijiste que todos son sospechosos. ¿Que hay del encargado? – le dice Fabián.

    – Esta no era la puerta que debemos trasponer. Todavía estamos lejos de ella – le contesta Fabián – Si nos destripan el encargado se va a dar por hecho, y si llegamos a zafar, cosa harto difícil, yo mismo me voy a encargar de disculparme.

    – ¿Y ahora? ¿Adónde vamos? – pregunta Juan.

    – ¿Vos viste las series yanquis? – le dice Fabián.

    – Sí, claro, vamos a colarnos por los túneles de ventilación – dice Juan.

    – Bien... pero no... nosotros somos gente importante... vamos a entrar por la puerta grande... que es la queda por detrás de la suite, por los pasillos del servicio – le dice Fabián – con acceso a la salida de emergencia. Allí está.

    – Pero está cerrada con candado – le dice Juan, mirando para todos lados.

    – Bueno, tendremos que abrirla lo más silenciosamente posible, no tiene cerradura convencional. Trae las herramientas. – indica Fabián.

    Fabián saca un soplete portátil y comienza su trabajo.

    – ¿No se va a prender fuego la puerta? – interroga Juan.

    Fabián pasa la llama azul del soplete por la puerta.

    – Todo material anticombustión. Para que se prenda fuego tiene que alcanzar una temperatura de 3000º, eso sólo puede pasar en caso de un verdadero incendio de proporciones – le contesta, y sigue calentando el candado a la vez que introduce una llave maestra.

    – Estoy tratando de hacer que el metal se expanda y las muescas de traba dejen de corresponderse... listo... – dice Fabián ante el sonido de la cerradura - entrá la carreta...

    – ¿Y ahora? – dice Juan.

    – Nuestra primera prioridad es controlar al monitoreador, que si los planos y mi intuición no me fallan, están por allí – contesta Fabián.

    Sigilosamente se introducen en la pecera de monitores. Juan, antes que se dé vuelta, le aplica un culatazo sobre la cabeza. El hombre se toma la cabeza, que comienza a sangrar.

    – No, así no... así...– le dice Fabián a Juan, mientras le toma la cabeza, se la gira violentamente, le rompe el cuello y lo mira firme a Juan.

    – Tu primer intento, fallido, si vas a atacar a alguien más, tratá de que no respire más... no son los pibes de la barra, durante una pelea de bar – le dice Fabián enojado.

    Mariana se encontraba divirtiendo a los hombres de la sala central. Ya estaba usando sus conocimientos adquiridos sobre sábanas calientes, pero lejos de los burdeles. Confiaba que no notaran la diferencia. Alejandra había sido llamada por el objetivo primario. Pudieron comprobar que no eran las únicas mujeres en la fiesta. Sin embargo a Alejandra le llamaba la atención una en particular. Esa no estaba de visita. Conocía el lugar y parecía que algunos de los hombres recibían sus órdenes. Estaba ansiosa de hacer contacto con Fabián. Necesitaba tener entre sus manos una 9mm y no lo que las ocupaban en ese momento. Sin embargo, continuó la estrategia de Fabián, como una buena profesional. Trató de usar su persuasión y sacarle información.

    – Ay, papi, que lugar imponente... se nota que sos un hombre importante... de esos que una sueña todos los días... – le dijo, ocultando la cara de asco que le daba el viejo decrépito, quien tendría que haberse tenido que tomar un litro de eso que toman los impotentes y no tener que sentir una babosa muerta entre los dedos.

    – Si te digo quien soy en realidad – le dice el viejo, entre gemidos – no podrás salir de nuevo por esa puerta...

    – Ay, me diste miedo – dice Alejandra con voz de rubia idiota e interrumpiendo su tarea.

    – Eso trato, que las mujeres y los hombres me teman es mi juego favorito... dale... aspirate algo... yo invito... es buena... autentica industria nacional... – le dice, mientras le acerca una bandeja.

    – Ay, disculpá... no puedo... tengo un problema cardíaco... la última vez me tuvieron que internar tres días... – contesta Mariana, pensando en que tendría que tener la mente despierta, al menos mientras conservara la cabeza puesta.

    – Bueno, como parece que esta no es mi noche vamos a hacer algo por vos – le dice haciéndole señas a uno de sus guardaespaldas.

    Alejandra se pone tensa, pero se controla, cuando siente los dedos del guardaespaldas deslizarle la ropa interior y comenzando a hacer lo que le habían ordenado. Por suerte no le habían ordenado estrangularla. Pudo comprobar lo que realmente excitaba a su cliente. Giró los ojos y en un espejo le pareció distinguir una sombra conocida. Una sombra que se sonreía y parecía disfrutar lo que estaba viendo.

    Mariana se hallaba en la misma situación. Bastante más suelta y relajada, lo que le permitía investigar el ambiente, escuchar con su fino oído las distintas conversaciones de la fiesta. Se tranquilizó un poco más, cuando su percepción le indicó que ya no estaban solas. No le duró mucho. También reconoció a alguien a quien no pensó volver a cruzarse jamás. Sabía sin embargo que estaba en el lugar correcto, en el momento correcto, faltaba saber si, además, sobreviría.

    Juan ya había podido hacer su autentico bautismo de fuego, con una mole de 1,90mts.

    – Autentica Albornoz, autentico silenciador Albornoz – le indica con cierto orgullo Fabián.

    – Podríamos poner fin a “eso” – le dice Juan, tratando de no ver lo que se veía a través del falso espejo.

    – Ah, celos de tano – le dice Fabián – no soportan ver que a sus hermanas se las puedan estar cogiendo.

    – No, puedan no... se la están – dice inquieto Juan.

    – Bueno, entonces, es necesario que veas bien hacia donde apuntás. Los dos que están con ella, son presa fácil. El viejo nos puede llegar a distinguir. Tu hermana ya lo hizo. La pelirroja que sale y entra es, en este momento, la más peligrosa, lo que porta en la mano no es un molinito de viento. – le contesta Fabián haciendo gestos con su mano izquierda para un compás de espera – cuando ella salga comienza el festival.

    Juan juntaba sangre en los ojos. La mujer se retira de la habitación. Fabián apunta a través del vidrio y da la orden.

    – Ahora – dice.

    El viejo recibe un tiro en el pecho, al mismo tiempo que el estruendo del cristal despabila a los guardaespaldas. Estos se abalanzan contra la posición del disparo. Juan descarga su arma contra ellos. Fabián aprovecha y le arroja un arma a Alejandra que la toma en vuelo, se incorpora y se parapeta detrás de la pared.

    En la sala todo es confusión. Mariana comienza a los gritos lo más despavorida posible, sumándose al desconcierto. Una docena de hombres ya estaban en posición de tiro. Uno le apunta y ella se arroja al suelo los mismo que todas las mujeres. Todas salvo una que la reconoce. La toma del hombro y le apunta a la cabeza.

    – Gata turra – le dice – ¿no te había dejado muerta?

    – No – le dice Mariana – los delfines me llevaron hasta una playa.

    – Vamos – le dice, mientras la arrastra por el piso – parece que la guerra comenzó. Vos serás mi salvoconducto. ¿Te mando Cardo Rojo, no es así? ¿Fue ese traidor que te salvo? – le dice.

    – No... no... no... – decía Mariana – ¿acaso él no es tu jefe?

    – No. El estaba citado y no vino – le dice - ¿los mandó él no es así?

    – Sí.. sí... hay veinte más afuera – inventa Mariana, ya sentada en una cama de una pequeña habitación de servicio, mientras la mujer vigila desde la puerta entreabierta – no va a dejar que nadie escape.

    – ¿Que hacés putarraca? – le dice la mujer que podía oler el perfume de Mariana.

    – Me perfumo para vos. Me gustó mucho. Lástima esos dos estúpidos que interferían – le dice, mientras se pone una gota de perfume debajo de la oreja.

    – La razón por la que respirás en este momento es que te necesito viva para negociar. Así que no me jodas – le vuelve a decir.

    – Ay, yo que creí que estallabas de pasión por mí. Entonces, ¿este perfume ya no me sirve? Eso me pone triste y despechada – le dice Mariana.

    – Callate te dije.

    – No me hagas callar – le dice, le arroja el frasco contra la puerta. Este explota y arroja a la mujer contra la ventana.

    Mariana corre a tomar el arma. La mujer mal herida pero consciente trata de incorporarse. Al ver que Mariana le apunta levanta con dificultad las manos.

    – Cambié de parecer. No me gusta que me toquen las mujeres – le dice Mariana y apreta el gatillo, haciendo que salga una ráfaga desordenada y cayendo de culo al piso.

    Fabián escuchó la explosión y el posterior tableteo.

    – Mariana se hizo de uno – le dice Fabián a Alejandra.

    – ¿Como lo sabés? – le dice Alejandra por señas.

    – Por que el ruido de la ráfaga indica que los disparos fueron hechos por alguien que no domina el arma. – le contesta Fabián.

    – ¿Y ahora? – pregunta Juan, que se hallaba tendido sobre el piso.

    – Según pudimos contar quedan 8 hombres – explica Fabián - y no sabemos que papel juegan las mujeres que...

    Las palabras de Fabián fueron interrumpidas por disparos que no eran dirigidos hacia ellos.

    – ¿Pensás lo mismo que yo? – le dice Fabián a Alejandra.

    – Sí. Acaban de tirar el lastre – le contesta ella – ahora sabemos que todo lo que se mueva es blanco enemigo... salvo... Mariana. ¿Como llegamos hasta ella?

    – La pregunta no es, como llegamos hasta ella, sino como salimos de acá. – le contesta Fabián.

    – ¿Pero no era que habría reunión de plana mayor? – dice Juan.

    – Sí. Pero equivocamos la hora. Sin embargo hicimos Jaque Mate en una. – contesta Fabián – el primer disparo se lo dimos a la cabeza y el resto está desarticulado. Al no tener a quien responder, sólo disparan por si mismos. Tampoco saben cuantos somos, ni quienes somos. El compás de espera me lo dice.

    – Pero nos deshicimos de un pez grande solo – dice Juan.

    – Eso es más que suficiente, para una guerra sin generales a la vista. Nosotros no vinimos a ganarla, sólo vinimos a debilitarlos, a sabotearlos – dice Fabián – y encima aún estamos con vida.

    De pronto el silencio se corta, el sonido simultáneo de varias armas que se preparaban para disparar. Fabián le indica a Juan que se parapete tras el muerto, encima de la cama. Y a Alejandra que desapareciera detrás de la pecera.

    Una andanada de disparos atraviesan la puerta y algunos la pared. Fabián se incorpora con dificultad saca su bastón y dispara. La puerta vuela hacia el otro lado y la perdigonada le da a tres. Pero una bala de afuera la da en la pierna enferma.

    – Listo – grita alzando las manos– fin de la contienda, me entrego.

    Alejandra no puede entender lo que escucha. Antes de que pueda reaccionar, dos hombres entran a la habitación, pero en lugar de dispararle, lo toman de los pelos y lo arrastran hacia afuera. Juan, escondido entre los muertos, puede ver como lo golpean y surgir una figura desde una puerta, que parece dar órdenes.

    – Fabiancito – le dice, pareciendo conocerlo – tanto tiempo y venirnos a encontrar justo acá. Lástima, me hubiera encantado tomar unas copas con vos.

    – Carlos... o debo decir... Cardo Rojo – le responde Fabián

    – Carlos, Cardo, no hay mucha diferencia... ¿no es así? – le dice Navelli, dueño de la situación - ¿Sabés porque aún estás vivo?

    – Es una buena pregunta para hacer antes de morir de todos modos. Creo yo – le contesta Fabián.

    – Porque me ahorraste un trabajo. El resto de los invitados no vino. Parece que era gente desconfiada. Eso me deja solo en la línea. Te me adelantaste un día. Mirá que desastre. ¿Como le vamos a explicar esto a la gente de la administración?. Que vergüenza, finas alfombras europeas manchada de triste sangre sudaca – le dice Navelli.

    – Gloriosa, gloriosa sangre sudamericana, aún por el mas despreciable de ustedes corre algo de esa gloriosa sangre – contesta Fabián.

    – Sí, tenés razón tantos hombres que han venido a conquistarla, sin mujeres, se las habrán tenido que arreglar con indias sucias, putas, como tu hermana – le contesta Navelli.

    – Te gastás al pedo. No tengo hermana. – contesta Fabián.

    – Claro, en la villa de donde venís, nadie sabe de parentescos y todos van con todos. Nadie sabe quien es padre, hermano o tía - continua Navelli. – por eso les tuvimos que traer la civilización.

    – Vos no trajiste nada. Vos sos hijo de los que rajaron cuando el Duce cayó en desgracia – le dice Fabián.

    – ¿Acaso estás diciendo que todos los hijos de italianos son unos fascistas cobardes? – le dice Navelli.

    – No. No todos, sólo una minoría bastarda y mafiosa, que deshonraron a los tanos laburadores que habían venido primero. – le responde Fabián.

    – Sí, en eso tenés razón, vengo de sangre noble veneciana, no de la bruta sangre siciliana – le dice Navelli.

    – Vos de noble no tenés ni el culo. ¿Quien de todos estos es el que te monta? – le dice Fabián.

    – Callate negro de mierda – le dice pegándole un tacazo en la herida – Pobres los negritos cabecitas, que sufren por las tanitas blancas. ¿No es así? ¿No se te iban los ojitos chiquitos, feos y oscuros por la putita esa?

    – ¿De que hablas zángano? – le dice Fabián.

    – ¿Como de que hablo? No te hubiera gustado acaso ponerle las manitos encima, tan blanquita, con ese pelito tan morocho, esos ojos tan verdes, ese culito tan firme – le dice Navelli.

    – Esa puta que decís te va a cortar los huevos y arrancar los ojos. Va a terminar con tus andanzas – le contesta Fabián.

    – Ya terminó con mi carrera y yo terminé con la suya. Me alcanzó en el escalafón. ¿A quien se le puede ocurrir poner a una mujer como subcomisaria? Eso está mal. No se pueden saltar dos grados. Parece que alguien conoció esos atributos que vos no pudiste. Pero eso no será así. Tiene un hermano traficante y ella mató a dos hombres de forma dudosa – le dice Navelli.

    – No tiene ningún hermano traficante. Todo fue una trampa tuya. ¿No es así? – dice Fabián.

    – Y viste. Las mujeres no saben jugar ajedrez. Pero por suerte yo pude atrapar a uno de sus secuaces – le responde Navelli.- ¿Como preferís morir? ¿Como Caupolicán o Tupac Amaru? Puedo satisfacer tus deseos reales. ¿Que tal como el Capitán Piluso?

    – Tenés razón. Toda la razón. Yo amo, siempre amé a esa mujer. Yo daría la vida por ella. – Grita Fabián, mientras era arrastrado por los matones, que lo arrojaron por la ventana.

    – Busquen con cuidado, debe haber alguno más – ordena Navelli.

    Alejandra no podía dejar de llorar por todo lo que había escuchado. Pero no se quebró. Sorpresivamente surgió por la puerta, disparando a cuanto se movía. Juan saltó hacia el otro lado, abrió una segunda caja y tomó un arma de mayor porte. El desbande fue general. Pero, Navelli, tuvo la firmeza de acertarle un balazo en el costado derecho del pecho, antes de desaparecer por la puerta que lo vio aparecer. Alejandra se encontraba en inferioridad de condiciones pero, siguió disparando. Uno de tres que quedaban le apuntó a la cabeza.

    – Nadie toca a mi hermana – gritó Juan, disparando de un arma que no podía dominar, matando a dos pero rozándola en un brazo.

    El restante buscó el mismo destino que Navelli.

    La suite era demasiado complicada para la pobre visión estratégica de Juan, que lo siguió, sin fijarse el estado de Alejandra. El matón, cuando se descubrió sin balas, buscó refugio en una habitación.

    – Hola – le dijo Mariana a sus espaldas, que jugaba con un vibrador, por encima de su cabeza, con la mano izquierda.

    – Puta de mierda – le dice el matón, escondiéndose tras la pared – vos, ¿de donde saliste? ¿como te salvaste?.

    – Armas femeninas – le dice, Mariana, mientras seguía jugando.

    – Cuando termine, nos vamos a hacer cargo de vos – le dice el matón.

    – Armas femeninas – le vuelve a decir Mariana, mientras alza su mano derecha, ubica la luz roja en la cabeza del matón y gatilla.

    La bala salió desviada. Le pegó en el hombro. Así que tuvo que volver a gatillar otras cinco veces. Ninguna dio donde ella quería, pero todas en el cuerpo de oponente.

    – Juan, Fabián, Alejandra, ¿Están allí? – grita entonces.

    Mala idea. Navelli la descubrió y antes de que pudiera hacer nada, ya tenía un cuchillo en su garganta.

    – Benetti – grita Navelli – mirá lo que tengo aquí.

    Juan aparece por la puerta apuntando el arma.

    – ¿Como va a hacer el héroe civil, para disparar un arma que no domina, para matarme sin hacer lo mismo con su anciana amante? – le dice Navelli.

    – Juan, – le dice Mariana – no vamos a hacer el amor nunca más.

    Juan la mira mientras va bajando el arma lentamente.

    – Juan – le vuelve a decir Mariana – o bien no podrás hacer el amor con una muerta o bien yo no lo voy a hacer con un cobarde. Dispará ya esa arma, carajo.

    – No, Mariana te voy a poner más balas a vos que a él – le contestó Juan.

    – De todas formas me va a matar – le dice Mariana.

    – Mariana – le dice llorando Juan – pero no seré yo.

    – Inteligente decisión – dice Lavelli - bajá el arma.

    – No – le contesto Juan.

    – Juancito... la voy a matar – le dice Navelli.

    – No matarías a tu escudo, – le dice Juan – solo te queda entregarte.

    – ¡Ja!, se han dado vuelta los papeles – le dice Navelli – el civil que quiere arrestar a un Oficial de la Federal.

    – No, un civil no puede arrestarte, pero otra oficial sí – dice Alejandra que venía arrastrándose y le disparó desde el piso, en medio de la canilla derecha, por entre medio de las piernas de Mariana.

    Navelli largó el puñal por el impacto y comenzó a arrastrarse huyendo de Alejandra.

    – ¿Que se siente tener un balazo en la pierna? – le grita Alejandra – ¿que se siente sentirse rodeado e indefenso?

    Navelli alcanzó el rincón de la habitación y ante cada amague de escape, veía como el arma de Alejandra lo seguía.

    – Benetti – dice Navelli – negociemos, tengo mucho para darte.

    – Eso me interesa mucho – dice Alejandra que se pone dificultosamente de pie.

    – Sabés que hay mucha guita de por medio – le dice Navelli

    – ¿Guita?, no, no me interesa, otra cosa – le dice Alejandra y le dispara en la rodilla de la otra pierna.

    – Ay, turra... pue... pue... puedo arreglar sacarte con vida del país, no saldrás con vida de otra forma – le dice Navelli.

    – ¿Vida? Vos me arruinaste la carrera y la vida. Otra cosa – le dice y le dispara a un codo.

    – ¿Que querés? Por el amor de Dios, ¿que querés? – le ruega Navelli.

    – Yo escuché mal, o este hereje lo invocó al Altísimo – Vuelve a decir Alejandra.

    – Bueno, matame ya, no tengo más que ofrecerte – le dice Navelli.

    – Te equivocás tenés algo que me interesa. Acabas de hacer matar a un hombre que me amaba, y estoy muy resentida por eso. No escuchaste, lo que dijo antes de morir – le dijo con el rostro desencajado.

    – ¿Como lo voy a saber? – dice Navelli.

    – ¿Que dijo que te haría yo? – le repitió Alejandra.

    – No, vos no harías algo así... una mujer no puede... – dice Navellli.

    – Mariana, el puñal con el que quería cortante el cuello. Juan los pantalones del señor que me da pudor – dice Alejandra.

    Ambos actúan son atreverse a desobedecer.

    – Mirá, lo pensé mejor, tenés razón, soy una mujer. Una mujer no puede ser tan cruel. Temo que se me vaya la mano y de verdad te mueras y yo no quiero eso. No es digno de una mujer actuar así con un hombre indefenso... tan indefenso como se encontraba Fabián... – le dice, mientras apoya su pié sobre la rodilla herida.

    – ¿Querés ver o no, como te corto los huevos? Dale, elegí, que se acaba el tiempo – le volvió a decir.

    – No te entiendo... pero claro... no quiero ver que hagas eso... no lo hagas...- dice Navelli, que sentía el filo del puñal sobre sus testículos.

    – Bien, usted es mi superior inmediato y una orden suya se debe cumplir – le dijo.

    Entonces deslizó el puñal sobre su vientre, su pecho, su cuello. Cuando Navelli se dio cuenta, ya su mano izquierda le tenía sujeta la cara y con la derecha, le hundió el puñal en dos rápidos movimientos, uno en cada ojo. Poco profundo, lo suficiente, como había aprendido en el curso elemental de patología forense.





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    Muchacha ojos de papel


    – Ceca – dice Juan, cuando Fabián descubre la moneda en el dorso de su mano.

    – Bueno. – dice Fabián – Si la información que tengo es buena, va a suceder una matanza mutua, una guerra de carteles. Pero no será de exterminio, ni de supremacía, sino de reparto. Será una demostración de fuerza, para indicarles a los inversionistas que pueden hacer la limpieza que ellos necesitan, sin necesidad de comprometer a la superestructura. O sea, simple cáscara.

    – Hablás de inversionistas como si se tratara de un negocio legal – dice Juan.

    – Para los inversionistas, la guita, no importa de donde o como venga, es lo único importante. Pueden invertir en trigo, microprocesadores, petróleo, armas, drogas o tráfico de órganos. Alguien les ofrece un filón dorado y ellos ponen la guita inicial, el dinero para operaciones, luego quieren el retorno. Si el retorno es satisfactorio, también se encargan de lavar el dinero, los cual es tanto o más tortuoso que la obtención – dice Fabián.

    – ¿Pero vos estás diciendo que el tráfico de drogas es por causa de los inversionistas? – dice Juan.

    – No. Eso sería lo mismo que decir que ellos hayan inventado la prostitución. En todo caso, podríamos decir, ellos son los nuevos proxenetas, mucho más sofisticados y mucho más peligrosos. El cafishio antiguo tenía sus mujeres, las protegían, tenían una relación de fuerza distinta, era uno con varias, a veces una sola. En cambio, ahora, el patrón ni las conoce, por lo que no le cuesta nada ordenar un castigo o una muerte. De eso, por supuesto, se encargan los distintos cuadros de tropa, que pueden tomar distintas formas, distintos disfraces: desde simples matones, o asesinos profesionales y si la cosa es de alto nivel, agentes especiales. Tenemos la suerte que en este caso sólo se trate de los primeros. – dice Fabián.

    – Eso es mafia – dice Juan.

    – No o sí, depende de como lo miremos. Las mafias tradicionales tenían una clientela, a quien de alguna forma protegían. Cada familia se movía en forma, relativamente independiente, dentro de una zona definida, particularmente una ciudad que pudieran controlar. Cuando las generaciones siguientes se fueron infiltrando en las organizaciones de poder, se fueron dando cuenta que en realidad eran nenes de pecho. ¿Para que controlar una ciudad cuando se pueden controlar países? Pero para controlar países se necesita controlar sus instituciones, es decir, El Estado. Entonces, dividieron la escena como hacen las hienas en sus ataques. Unas se muestran torpes, pero intimidantes, para que la presa se distraiga y huya... hacia donde está el resto del grupo. – contesta Fabián.

    – Son un cáncer – opina Mariana.

    – Un cáncer no tiene control. Toma el cuerpo, se reproduce y finalmente lo mata. Si eso te parece terrorífico imaginate lo siguiente. Una enfermedad que te toma pero te mantiene, por un lado te da suero y por el otro te roba sangre. Te necesita débil para que no puedas arrancarte los tubos, pero vivo para seguir vampirizándote. Les da drogas a los adictos pero les exige, sin que ellos lo puedan saber, que mantengan a la sociedad ocupada, que ella vea el lastimoso espectáculo.

    – Es de los peores espectáculos – dice Juan bajando la cabeza – especialmente cuando es uno mismo el que se mira al espejo para decirse: como pude hacer esto.

    – Pero hay otros espectáculos que no se ven. Chicos de la calle que desaparecen, sin que nadie pregunte por ellos. Descuartizados por señores cirujanos, para vender sus órganos frescos. – dice Fabián.

    – O los exportan para ser adoptados en Europa – dice Mariana.

    – Sí. Pero es menos frecuente. Eso si el chico tiene suerte y es bonito. ¿Pero, para que vas a sacar un chico por el que te pueden llegar a pagar entre quince y cincuenta mil dólares, cuando dos padres desesperados pueden pagar cien mil por un corazón para su hijo?... Así que, mis amigos, esto que tenemos enfrente no es más que un juego de escondidas, ante la verdadera magnitud del problema. Problema que la gente no asume.

    – ¿Porque no asume? – pregunta Mariana.

    – Porque para eso están los medios, especialistas en esconder la verdad... mostrándola o viceversa, eso no es lo importante. Hace mucho tiempo vi una película de tercera, de argumento pésimo, pero para el género entretenida. Pero lo más interesante estaba en los títulos. El guionista y director, también era un actor de la película... que hacía de guionista, actor y director de una película de tercera, que se estaba filmando. El productor de la verdadera película hacía de un gordito encargado de los efectos especiales, la productora asociada hacía de una prostituta que fue el único desnudo, sin escena erótica, que se vio en la película y así siguiendo. Los únicos actores contratados eran la actriz principal y uno de los malos de la película. Ahora bien, yo dije que el argumento era malo, de esos en que todos, excepto la heroína, mueren. Unos masacrados por los malos, que resultaron ser dos policías corruptos y cuatro matones. Dos de los matones mueren a manos de la resistencia desesperada, uno de un palazo en la cabeza, durante la masacre de todo el equipo de filmación, y los otros tres a manos de la heroína en el final de la verdadera película. ¿No es un verdadero ejemplo de cine negro?

    – Sí, – dice Juan – si yo entendiera a que viene.

    – La película que nosotros vemos, no es la verdadera película, sino la que ello quieren que nosotros veamos. Con actores horribles, que siguen moviendo los ojos debajo de los párpados después que los han matado. Efectos especiales donde al plato volador se le ve el hilito que lo sostiene. Una escena de gladiadores en medio de un campo donde al fondo se ve un auto levantando polvo. La Torre Eifell ambientando un romance de 1830. ¿Que pensaría uno?

    – ¿Pero, que pelotudos? – pregunta Mariana.

    – Claro. La gente necesita acción. Ellos le dan acción. Muestran la detección de un cargamento con 1 Kg. de cocaína. Cuando lo que partió, o llegó, fue media tonelada. Encarcelan a un fulano, que hace rato está fuera del negocio y aparece ahorcado en su celda. Uy, que miedo. Pero lo triste es que la gente, ingenua lo cree.

    – Bueno, Fabián – dice Alejandra – tampoco podemos juzgar la inocencia...

    – No. No juzgo la inocencia, juzgo la ingenuidad que es distinto. No te hace falta poner las manos en el fuego para saber que te vas a quemar. No hace falta ser un violador para saber lo que le pasa a una mujer en esa situación. – dice Fabián.

    – Sí, yo te comprendo. – sigue Alejandra - Sé de lo que estás hablando. Pero entonces, según decís nunca tendremos medios...

    – No medios. Conciencia – dice Fabián -. ¿Para que nos sirven las cárceles? Para una fabulosa y perfectamente distribuida universidad del crimen. ¿Para que sirven los pobres medios informáticos? Para que ellos se informen, a través de los mismos, de nuestros movimientos. ¿Para que nuestras más caras y mejores armas? Para que ellos nos muestren que las de ellos son mejores. No es con medios materiales. Es con conciencia. Pero sospecho que no será esta, nuestra generación, la encargada de hacerlo.

    – ¿Quien entonces? – pregunta Mariana.

    – Sospecho, que quizá, las nuevas generaciones que están adquiriendo información por carriles distintos a los medios oficiales y la televisión. Cada día menos chicos juegan a los videos e ingresan a las páginas porno, de la misma manera que cada vez menos chicos fuman. Cada vez más se preocupan por el ecosistema, el calentamiento global y la responsabilidad de los grandes países y sus respectivos sistemas económicos por todo ello. – dice Fabián.

    – ¿Y eso porqué? – pregunta Juan.

    – Porque se están sacando el chip de control a distancia. Están volteando los decorados y ya se dieron cuenta que los estaban vigilando, cuando besaban a sus novias debajo de un farol roto, comían tranquilamente en su casa o gritaban un gol en una tribuna atestada. Pero, como son más inteligentes que nosotros, dicen que no vieron nada, no escucharon nada. En realidad tienen razón y no confían en nosotros. Nosotros, que no hemos podido preservar instituciones tan antiguas como una pareja aproximadamente estable.

    – ¿Porque? – pregunta Mariana – yo siempre he tenido parejas pasajeras y me sentido bien por ello.

    – Si. De acuerdo, si es que no es el sistema el que te lo ordena, diciendo exactamente lo contrario desde el discurso. Como la iglesia corrupta medieval. – le contesta Fabián.

    – El discurso es totalmente distinto. ¿En que se parecen? – vuelve a preguntar Mariana.

    – Esa iglesia tenía la ventaja de contar con especialistas que a cada paso, modificaban el discurso para que pareciera que nunca era modificado. No estoy hablando de Fe. Estoy hablando de manipulación de conciencias. Hoy en apariencia es al revés. Instituciones que dicen proteger a los trabajadores, pero lo que vemos es cada día más desocupación y ¿de quien es la culpa? De los extranjeros, son esos cien mil extranjeros que ocupan los cuatro millones de puestos de trabajo. ¿Me entienden?

    – Lo que no entiendo, es porque saltaste de la familia para ponerte a hablar de los extranjeros. – comenta Juan.

    – En eso mismo. – replica Fabián - Es tan diverso, tan sofisticado el sistema de desinformación, que uno nunca termina de procesarlo. Cuando creía que sabía lo que había pasado en el crimen de Villa Soldati, ya nos están diciendo que acaban de clonar un gato en un laboratorio de Rosario. Hago zapping porque no me interesa y me están mostrando un olla popular en la Matanza. En otro canal, me muestran un clip que muestra lo infelices que son los adolescentes de las grandes ciudades, bajo techo, sin lepra, bien alimentados, rodeados de posters y mantenidos en animación suspendida, por sus respectivos walkman. Pero por suerte, finalmente, alguien me cuenta que todo fue producto de no haber votado, en la elección pasada por ese candidato tan bueno y sonriente.... O sea.... O te volvés paranoico con temas absolutamente pueriles... o hacés unplugged y te desconectás... y eso están haciendo los chicos de las nuevas generaciones; en Buenos Aires, New York, Beijing o Soweto.

    – ¿No es pesimista tu posición?. – le dice Alejandra - Siempre han surgido grandes hombres en la historia, que en lugar de armas usaron la inteligencia.

    – Hombres que se “desconectaron”. Hombres que pensaron todo desde cero. Hombres y mujeres que se subieron a una colina para ver el incendio. Que se retiraron a una cueva, el desierto, debajo de un manzano. Pero no se fueron solos, llevaron las voces de los anteriores en su interior, en un libro impreso. No se apartaron horrorizados de Sodoma, sino que lucharon con su palabra por rescatarla. Y eso mismo están haciendo los chicos, que se niegan a ser conducidos a los hornos de un nuevo holocausto. Chicos que saben que en este planeta, hay de todo para todos. Chicos que no confunden libertad sexual con prostitución. Chicos que no confunden rebelión con guerra. Chicos que saben separar la tecnología de los sistemas técnicos de dominación.

    – Entonces sentémonos a esperarlos – dice Juan irónicamente.

    – ¿Que es peor cincuenta azotes o la guillotina? – le devuelve Fabián.

    – Y, la guillotina – responde Juan.

    – Bueno. Explicáselo a un esclavo al que están azotando. Lo que quiero decir, es que mientras ese día luminoso llegue, no nos podemos quedar quietitos y contra la pared. Estoy seguro que la violencia no es la mejor de las armas. Pero no puedo quedarme quieto cuando están derribando mi puerta. Como tampoco puedo salir de mi escondite con mis puños a hacer justicia contra una patota. Los samurai conocían... conocen, perfectamente la diferencia, el punto de equilibrio. Amemos la paz, pero pongamos algo entre el arponero y la ballena indefensa. – termina Fabián.

    – ¿Y ahora que? – pregunta Mariana.

    – Ahora. Lamentablemente para nosotros. Es muy probable que hayamos sido descubierto. Para la bruja el cadalso. Para el fotógrafo un auto en llamas. Soy hombre de armas. Tengo el virus de la violencia. Quisiera ser un hombre de paz auténtica. Tener la inteligencia suficiente para defendernos y defender a esta sociedad que me paga la pensión. Pero, lamentablemente, sólo me prepararon para matar y para no dejarme matar. Sólo que me pasé de bando. – dice Fabián.

    – ¿Vamos a comenzar a matar a nuestros compañeros, ahora? – pregunta Alejandra, confundida.

    – No. La gran mayoría de ellos, como la gran mayoría del pueblo de donde provienen, son simples trabajadores que hacen lo que la institución les ordena. Ni siquiera digo que la institución es culpable. Sino ciertos elementos claves. Tan claves que sólo los descubrimos cuando nos pasa lo que a nosotros nos pasa. Estar en una trinchera y ver, de pronto, que nuestros camaradas muertos tienen un tiro en la espalda. No se trata de salir a disparar en medio de la calle Florida. Lo mío es más humilde. Sabemos de un tipo, un sólo tipo, que es parte de toda esa mierda. No quiero arrasar la aldea para matar a un sólo culpable. Lo quiero sólo a él, aunque luego me entere que la aldea sólo tenía un inocente. – dice Fabián.

    – ¿Y ahora que? – vuelve a insistir Mariana.

    – Cazar a nuestro cazador – responde Fabián.

    – ¿Cuando? ¿Donde? – pregunta Mariana.

    – Donde, aún no lo sé, pero tendrá que salir de su madriguera, -Cuando, en una de estas noches, si la información que tengo no es falsa. – responde Fabián.

    – ¿Y como lo pensás detectar en medio de tanto quilombo? – dice Alejandra.

    – Manías de pescador – responde Fabián.

    – ¿Manías de pescador? – pregunta Alejandra.

    – Sí. Me voy a disfrazar de lombriz – dice Fabián.

    – ¿Porque vos? – dice Juan.

    – Porque él no puede estar seguro de que ustedes llegaron hasta acá. Y yo lo voy a traer hasta acá. – contesta Fabián.

    – Lo que va hacer es volar la casa. – comenta Alejandra.

    – Si lo hiciéramos hoy, sí. Pero no durante la guerra interna. – contesta Fabián.

    – No veo la diferencia – dice Juan.

    – La diferencia es que si fuera hoy. Sabría con certeza que estamos fuera. Pero mañana o pasado, no podrá, a pesar de todo su servicio de inteligencia, saber quien está detrás nuestro. Los cuadros inferiores funcionan mediante el método de la célula. Todos reciben órdenes sin saber de quien les llega. Así, cada vez que se atrapa a uno, no se le puede sacar información, por la sencilla razón de que no la conoce. Necesita de esos cuadros inferiores para hacer el trabajo sucio. – responde Juan.

    – ¿Y hasta mañana o pasado, vamos a quedarnos acá y pasearnos como ratas? – preguntó ansioso Juan.

    – Durante dos días, vas a dormir en mi casa, ensuciar mis platos, usar mi inodoro... te vas a quedar a oscuras y con las persianas parcialmente bajas. Vas a brindar mirando la cara de este negro feo. Pensá que Ana Frank lo hizo durante mucho más tiempo... y casi lo logra. El instinto de supervivencia hace cosas que uno ni se puede imaginar. Por empezar, tengo el amargo deber de informarles, que sólo tengo un pollo, medio kilo de pan y una sidra para el día de mañana. La cerveza, yerba, arroz, fideos y el café es el que se puede apreciar en la alacena. Si yo saliera a hacer compras multitudinarias y a varias horas, un ojo las podría detectar. Y eso no es lo que quiero... por el momento. – concluye Fabián.



    Entre una cosa y otra. Sin que nadie se hubiera percatado la noche cayó sobre Buenos Aires. Fabián se colocó, cerca de la ventana, haciendo que el azul de la pantalla de computadora, denunciara su presencia frente a ella, como siempre. De a ratos, salía a la vereda, tomándose la cintura y apoyándose en su bastón, como siempre. Justo acertó pasar Doña Florencia que paseaba su perro, la saludó, como siempre. Se fue a dormir a las cinco de la mañana, como siempre.

    Para el resto, las horas se hacían pesadas agujas de una vieja torre. La noche nada apacible.

    Alejandra se despertó varias veces con la imagen de los hombres del pasillo. Viendo la masa encefálica esparcida de su compañero, por la escalera. Tomando su arma y pretendiendo dispararle al plafón del techo, que lucía apacible y apagado.

    Mariana, con la última imagen, desfigurada por el agua, de una mujer que disfrutaba, mientras ella despedía las últimas burbujas de su boca, con los ojos abiertos.

    Juan, preguntándose porque su vida de viejo adolescente e inmaduro, tuvo que cambiar tan repentinamente. Soñó con un avión, con destino a una isla tropical, que caía en medio de la selva, y se encontraba en medio de las fieras, sólo tratando de sobrevivir.

    Fabián, cuando finalmente conciliaron el sueño, los dejó dormir. Sus extraños ritmos de sueño, cuatro entre las cinco y las nueve de la mañana, y su tradicional, ritual, religiosa siesta de dos a cuatro de la tarde, no serían tan fácilmente saboteados. Hacía mucho tiempo que esperaba esta oportunidad, pero nada le quitaría su paz actual, ni sus hábitos de puma.

    A las seis de la tarde, con toda desconsideración, puso música acorde con la fecha. Desde Internet había bajado abúlicos, bucólicos, angélicos villancicos.

    Alejandra saltó de su sofá y gatillo tres veces, no salió ningún disparo . Fabián la estaba mirando, con la palma supina acunaba las 9 balas.

    – Perdoná – le dice Fabián – no quería que en una de tus despertares de pesadilla, una fuera a parar a mi espalda.

    – Oh, per... per.. perdoná vos – le contestó azorada Alejandra, mirando a Fabián, que parecía que hubiera estado allí, mirándola toda la mañana.

    – Buenas tardes. ¿Durmió bien, la prin... cipal? – dice Fabián.

    – Todavía no llegué a principal... y con esto ya no creo que lo sea – le dice Alejandra, mientras abrocha rápidamente su camisa reglamentaria, que dejaba ver su sutién al tono y las pecas de su pecho blanco.

    – Hay que prepararse para la cena de nochebuena y para los fuegos artificiales. Yo sugiero que comiencen por un buen baño. – opina Fabián, mientras camina hacia la minicocina en busca de un café.

    – Esta ropa apesta – dice Alejandra.

    – ¿Tanto te pesa el uniforme, hoy? – le pregunta Fabián.

    – No el uniforme. Los dos días de trajín y pesadillas – contesta Alejandra.

    – Aún guardo la ropa de Alcira, es de aproximadamente tu talle – le comenta Fabián.

    – No creo que sea adecuado que me vista con la ropa de tu ex mujer – contestó Alejandra.

    – Adecuado o no, creo que te tendrías que cambiar. Si no te sentís cómoda, lavás la que tenés puesta y te la volvés a poner mas tarde– le dijo Fabián.

    – Ay – interrumpió Mariana – pensé que ya estábamos muertos, que nos estaban dando la bienvenida los angelitos.

    – A ver, probemos con Mariana – dice Fabián -. Tengo ropa de mi ex mujer, te va a ir un poco grande, pero está limpia.

    – Humm... ¿ropa de tu ex mujer? – dice Mariana – ¿no me la querrás poner para luego arrojarme sobre el sofá y me la empezás a desgarrar, mientras yo me defiendo valientemente?... ¿No?

    – No, Mariana, eso no lo haría con vos - le dice Fabián riendo– no te podría alcanzar en cuanto corrieras...

    – Eso se puede arreglar, yo tropiezo torpemente... como las doncellas que huyen de sus ardientes enamorados – le contesta Mariana.

    – Juan, – dice Alejandra – yo creo que tendrías que escuchar a estos dos... atrevidos...

    Fabián le hace señas que se calle señalando las ventanas.

    – Op... perdón – dice Alejandra, llevándose la palma a la boca.

    – Viste – le dice Mariana en tono disfónico – ellos siempre terminan haciéndonos callar.

    Juan aparece desde la habitación.

    – Bue, a otro que se le incendió la fábrica. – dice Mariana mirándolo fijamente.

    – ¿Que fábrica? – pregunta Juan.

    – La de peines – le contesta Mariana – Ay, que chico este. Andá a peinarte.

    A pesar de su reticencia, Alejandra se vistió con un hermoso vestido azul. Mariana encontró una pollera corta. Corta para su dueña original, a ella le sobrepasaba las rodillas. Y una remera con un pequeño impreso de Puerto Madryn. A Juan por el contrario el pantalón de Fabián le quedaba algo corto. Fabián por su lado, como parte de su estrategia puso a cada uno a controlar las noticias. Ya sea en el televisor, cada una de las dos radios que tenía y el canal de noticias de Internet. Cenaron con un oído o un ojo en la mesa y el otro en el aparato que le fue asignado.

    Juan levantó la copa.

    – Por que el próximo año podamos estar brindando – dice.

    – Eso sí que es un saludo optimista – dijo Mariana, sinceramente.

    A las tres de la mañana Juan creyó escuchar algo.

    – Mataron a un empresario de la construcción – repite según va oyendo – tres sujetos ingresaron a su casa y sin mediar palabra lo acribillaron y huyeron rápidamente.

    – Señor, señoras, – dice solemnemente Fabián – la guerra de los tres días ha comenzado. Feliz navidad, la casa está en orden.

    – ¿Que hacemos? – preguntó Alejandra.

    – Repetir la rutina de ayer, con unas pequeñas variantes – respondió Fabián – los invito a descansar, mañana puede ser un largo día.

    Como un calco, la rutina de la noche se cumplió. Salvo que Alejandra se quitó una duda. Pudo observar, cosas del oficio, como Fabián, no pasó toda la noche atado al monitor de su computadora. De a ratos giraba su sillón, para observarla largamente mientras dormía.

    A la hora programada Fabián sale de compras. En el súper de su barrio, ya lo conocían. El jefe de la empresa de seguridad sabía que él también era un retirado de la Federal. Lo que habitualmente hacía en escasos 20 minutos, esa mañana se iba demorando. A alguien le llamó la atención.

    A alguien le llamó la atención que un negro grandote y rengo, anduviese llenando su carro de prendas íntimas, vestidos y toallas femeninas. Alguien pudo pensar que pudo haber reconciliación, pero sabía que la supuesta reconciliada ahora vivía en Paraguay. La carne no entra en un freezer común. Demasiados Baguettes, sabiendo lo efímera que es su vida crocante.

    A alguien le llamó la atención que Fabián, siempre de vestimenta sport tradicional, comprase zapatillas deportivas masculinas. Fabián no puede salir a correr por las mañanas. Alguien sabe que Fabián no fuma. Le llamó la atención que comprara dos atados de Jockey Cortos. Pero lo que a alguien le llamó más la atención, es que luego del súper, Fabián se halla detenido en la armería, halla mostrado su credencial habilitante y se halla llevado varias cajas de balas de distintos calibres. Alguien hizo una llamada por su celular.

    Fabián llegó con todas su bolsas y paquetes.

    Mariana comenzó la distribución como ama de casa experta en casas ajenas que era.

    – ¿Que vas a hacer con tanta carne? – le pregunta a Fabián.

    – Si salimos de esta. La voy a donar al comedor infantil con el que colaboro. Espero que algún ángel nos ayude y permita un día de alegría a esos niños – responde Fabián.

    – ¿Que resultados? – pregunta Alejandra, mucho más técnica.

    – Creo que picó un bagre – le responde Fabián.

    – Cayo una avioneta con tres pasajeros en Morón, no hubo sobrevivientes, uno era un concejal – le informa Juan.

    – Bien, están tratando de reducir la pólvora al mínimo posible – opina Fabián.

    A las tres de la tarde llaman a la puerta.

    – ¿Quien es? – pregunta Fabián.

    – Correo. Encomienda de La Pampa – dicen desde afuera.

    – Esperame un momento – dice Fabián, mientras mira por la ventana y hace múltiples gesticulaciones a sus huéspedes.

    – Hola – dice Fabián - ¿De La Pampa?

    – Sí – le dice el mensajero, mientras desenfunda un arma, lo empuja hacia adentro y detrás de él entran otros dos – Te manda saludos un tal Cardo Rojo.

    – ¿Que broma es esta? – dice Fabián, poniendo su mejor cara de boludo.

    – Parece que vos escondés algo. – dice uno de los intrusos, dueño de la situación – Algo así como una mujer.

    – ¿Una mujer? – pregunta Fabián, con vos atemorizada.

    – Sí. ¿Para quien compraste toda esa ropa esta mañana? ¿O la pensión no te alcanza y pensás salir a yirar esta noche? – le vuelve a decir, provocando la burla socarrona de los otros.

    – Mi... mi... miren muchachos, creo que se confunden. No sé de que están hablando – articula Fabián, como el mayor de los cagones – Que les parece, si van, preguntan mejor y vuelven mañana... yo... yo... no tengo donde ir... soy un hombre lisiado...

    – Mirá, negrito, vamos a esperar tranquilitos acá hasta que esa turrita venga. Hace rato que no me monto a una Federal y me prometieron, mi jefe me prometió y mi jefe siempre cumple, que esa hembra es para mí. No sé si te queda claro – le vuelve a decir, ante la risa de sus compañeros, que reían como si hubiera dicho un gran chiste.

    – Bueno, muchachos, tranquilícense, y por favor, no hagan ruido, este es un barrio tranquilo. ¿No quieren un café mientras esperan? – les dice Fabián.

    – Uy, mirá la negrita, resultó una porora – vuelve a decir el intruso parlante, estirado en el sofá, mientras sus acompañantes, de pié se sacan los lentes oscuros. Fabián sabía lo que eso significaba.

    – Mu... mu... muchachos... no pensarán matarme ¿Verdad? – dice Fabián, simulando estar aterrorizado.

    – Mirá, negrito, el presente que te mandó el jefe, hace dos años, vos lo despreciaste. Las puntas de acero perforantes son caras. Así que tenemos que terminar el trabajo – le dice con el mayor tono de sadismo el intruso.

    – Bueno, pero si van a disparar, traten de no hacer ruido, por favor. – repite Fabián.

    Esa frase le pareció extraña a su interlocutor que estaba levantando su arma para apuntarle. Pero no pudo sacarse la duda. Los tres disparos certeros y precisos de Alejandra, con su arma detrás de un almohadón, cambiaron la situación radicalmente. Los acompañantes cayeron de rodillas, como sábanas, casi sin moverse de su sitio. El charlatán, recibió la suya en forma longitudinal en el antebrazo. Tiro difícil, pero muy doloroso. Antes de que pudiera lanzar su grito de dolor, Fabián se abalanzó sobre él, le terminó de quitar el arma y la tapó la boca.

    – Creo que el que va hacer las preguntas, ahora voy a ser yo – dice Fabián - ¿Quien te mandó? ¿Quien es Cardo Rojo?

    – Sí lo sabés, ¿para que me preguntás? – le dice el matón, a quien Fabián le retira la mano de la boca.

    – Sabés bien que no fue un balazo con suerte el que recibiste – le dice Fabián – mi amiga tiene fascinación por hacer sufrir a la gente antes de matarla. Pero como yo tengo un gran sentido del humor, pero un poco atrasado. Quiero comenzar a reírme de los chiste recién ahora, pero me los vas a tener que explicar.

    – No te voy a decir nada. De todas maneras soy hombre muerto. Fallé. Y eso para mi jefe es suicidarme. – le dice, con una particular entereza.

    – Uy... no – le dice Fabián a Alejandra que le sujetaba un pie con la rodilla al intruso – no seas tan cruel... con lo que duele una bala que te atraviesa el talón y te hace estallar el tobillo...

    – Sabés una cosa – le dice al intruso – me parece que no le gustó eso de que la querías para vos... parece que no sos su tipo...

    – No. no me van a hace nada, son federales – trata de argumentar el intruso.

    – Uy, que macana justo nos vinimos a topar con uno que no lee las crónicas policiales y bueno dale, convencelo vos – dice Fabián, mientras lo sujetaba del brazo herido.

    – No... no... esta bien... esta bien... – dice tratando de zafar el pie que Alejandra le tenía sujeto y apuntado.

    – Mirá, por si no te diste cuenta, esta no es una comisaría, acá no corren los derecho, ni el dos por uno, no va a venir ningún abogado caro. Pero, como bien dijiste, somos federales, y a pesar de que viniste a matarme, yo voy a proponerte un trato, que creo no podés rechazar. Vos me decís lo que sabés. Cuanto mejor sea tu información, más posibilidades voy a tener yo de volver a entrar por esa puerta. Si la información es mala, nadie va a poder verte ese brazo y yo calculo que dentro de dos horas las trazas de pólvora te lo van irritar tanto que vas a querer cortártelo. Te vamos a dejar atadito, cuidando a tus amigos, que murieron felices, casi sin dolor. Vos elegí, en una de esas, nosotros que somos un poco más buenos que tu jefe, te salvemos el culo. ¿Que te parece? – termina Fabián.

    – Sí...sí.. – responde el intruso al que se le había borrado la sonrisa sardónica.

    – Pregunta número uno. ¿Que significa la punta de acero? – le dice Fabián.

    – Cardo Rojo...- comienza a decir..

    – No. No...- lo interrumpe Fabián – no empecemos a jugar a los indios... acá no hay ningún piel roja...

    – Sí...sí... el Oficial Lavelli...

    – Ahí va un poco mejor...

    – El Oficial Lavelli, te quiso sacar del medio, porque estabas cerca de un cargamento importante... todos los pibes tenían balas con punta de acero... pero cuando uno te dio... y te pudiste levantar... se asustaron y salieron rajando...

    – Es que los negros somos duros... pregunta número dos... porque te mandaron a matarme... dale que se hace tarde y ya veo este brazo un poco hinchado... – dice Fabián

    – No era a vos... ella era el verdadero objetivo... ella sabe del nuevo cargamento...

    – Lamento informarte que tu jefe se equivocó o te la vendió cambiada o ... me estás mintiendo – le dijo Fabián apretándole el brazo.

    – No...si... si... te estoy mintiendo... perdoname... se la quiere sacar de encima porque tuvo un informe que ella está a punto de saltar un grado de ascenso... por resolver el crimen del cartonero Méndez...

    – ¿Méndez? – pregunta extrañada Alejandra.

    – Sí, esa le salió mal... todas las pistas que encontraste en el caso son falsas. Él las sembró. Pero le salió el tiro por la culata. Como haì¥Áq

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    –¤enizas. Pero un laboratorista, que trabaja para nosotros, lo batió y Lavelli en persona lo mató. – contesta.

    – Cada día me convenzo más que tu jefe es tan inteligente como hijo de puta – le dice Fabián.

    – Ultima pregunta de este programa. Y prestale mucha atención porque de tu respuesta depende mi tardanza en volver y no quisiera que mi hermoso departamento se llene de mas gusanos que los que su exigua superficie pueda soportar. ¿Donde lo encuentro? – dice Fabián.

    – Está en uno de los departamentos de la Colorada, esperando a que nosotros volvamos. – le contesta.

    – ¿Colorada? ¿Que Colorada? – pregunta Fabián, pero no tiene respuesta, porque se desmaya.

    – Puta madre, carajo – dice Fabián.

    – ¿Creo que yo lo sé? – dice Mariana, emergiendo de su escondite – estos dos, son los que la acompañaban cuando me fueron a visitar.

    – Vamos, rápido busquemos en sus ropas a ver si encontramos algo – dice Alejandra.

    Lo único que pudieron encontrar fueron sus celulares.

    Alejandra comenzó a rastrear en las memorias, cinco parecían corresponder a un números de línea.

    – Vamos al Datel - dijo Fabián

    Juan, sin embargo, tuvo otra idea. Tomó el celular y marcó el último número.

    – Papas fritas – dice cuando lo atienden, tratando de impostar la voz lo más parecida al intruso.

    – No llamaste a una pizzería ¿verdad? – le dice Fabián mirándolo en busca de respuesta.

    – Eso es lo creí escuchar antes de que me tiren la puerta abajo - responde Juan.

    – Si eso es verdad, tenemos una remota posibilidad de poder averiguar la dirección. Es nuestra única carta, ahora que este infeliz, se nos desmayó – dice Fabián.

    – No estará fingiendo – dice Mariana.

    Fabián le retuerce el brazo herido.

    – Ah, por eso digo, que se desmayó de verdad – vuelve a decir Mariana.

    – Ustedes dos se quedan acá. Vigilan que los muertos no se escapen y si este les trae el más mínimo problema, no tiren para intimidar, tiren a matar. Conozco muchos muertos asesinados por muertos... y no en una película de Voodo – les explica a Juan y Mariana...

    – Aunque, pensándolo bien, si alguno de ustedes no vuelve... en el día de hoy, también pienso dispararle – comenta Juan.

    Cuando Fabián encuentra la posible dirección que correspondía al teléfono, Alejandra pone reparos.

    – ¿Y si no es? – le pregunta a Fabián.

    – A Bruce Willis le sale. ¿Porque no a nosotros? – dice irónico Fabián.

    – Son las cuatro y media de la tarde – dice Alejandra – ¿como vamos a entrar sin ser vistos?

    – Vamos a entrar por la puerta. Bien visibles – dice Fabián – pongámonos en camino.

    A los veinte metros antes de entrar, Alejandra vuelve a poner reparos. Pero Fabián le pega un codazo. Ya en la puerta de la lujosa casa de Devoto. Alejandra toca el timbre. Una mucama abre la puerta principal.

    – Hoooola... Feliz Navidad... – dice Alejandra con su mejor voz de gallina, mientras una docena de chicos del barrio muy bien vestidos y vigilados por sus padres, rodeaban a Papá Noel y la payasa Popotina – estamos juntando fondos para el Hogar Esperanza... somos colaboradores de una granja de recuperación de chicos con problemas con las drogas... tenemos facturas, pan y dulces elaborados por sus propias manos... todos los vecinos ya han colaborado... estas son las credenciales que nos acreditan... si no pueden colaborar... de todos modos les dejamos la dirección y el teléfono de nuestra institución... para que ustedes mismos acerquen su colaboración...

    La mucama los miraba con extrañeza. Pero de pronto una hermosa mujer pelirroja, con el pelo atado en cola de caballo con un moño rojo y en un vestido negro ajustado, de exclusivo diseño, se aparece a su espalda.

    – No queremos nada. Buenas tardes – dice secamente.

    – Bingo – dice en voz baja Papá Noel, alzando las canastas y caminando hacia la próxima puerta. Repitiendo toda la operación.

    Al llegar a la esquina. Comienzan a regalar los dulces a los chicos.

    – Espero que cuando ustedes sean grandes – dice Popotina – no tengan que estar en esa granja y puedan colaborar un poco mejor que sus papis.

    A dos cuadras. Vuelven a subir al Fiat 600.

    – Hay personas que no saben el servicio que le prestan a la comunidad – dice Fabián – el dueño de este coche, que no parece contar con recuperación satelital, por ejemplo.

    – Bueno, Papá Noel. Ya sabemos cual es la casa. ¿No se irán de allí? – pregunta Alejandra.

    – Si pudieron soportar la sensación de que los payasos no saquen dos ametralladoras como regalo de Navidad es porque se sienten seguros. Eso espero. – contesta Fabián.

    – Ya sabemos la casa. ¿Como vamos a entrar? – pregunta Alejandra.

    – De la forma que estaban esperando, – contesta Fabián – no nos queda otra alternativa.

    Lo payasos se quitan el disfraz y se comienzan a vestir de policías de la Federal. En un momento, Alejandra no puede contenerse más.

    – Fabián, concentrate en tu plan – le dice Alejandra dándole un beso en la mejilla y se coloca la chapa y sus verdaderas insignias sobre el pecho.

    – Eso trato, eso trato – le dice Fabián tomándose la mejilla con la mano derecha – supongo que un amor platónico a esta hora y con esta vestimenta no es lo más indicado.

    Ambos caminan con el paso más resuelto que la pierna de Fabián lo permite. En un momento aprovechan la distracción del chofer del patrullero, que montaba guardia en la esquina de la casa, para apuntarle al cuello.

    – Soy la Oficial Alejandra Benetti, supongo que ya está informado de mi desaparición. Si nos cede el volante, yo haré constar en mi informe, de su colaboración en esta investigación secreta. – le dice Alejandra, al sargento que la mira sorprendido, con un vaso de café y un cigarrillo a punto de caérsele de su boca.

    – Lo primero que me enseñaron en la escuela policial es que con una persona con una nueve milímetros apuntándole no se discute. – dice el suboficial, que baja con las manos en la nuca, puestas espontáneamente.

    Fabián toma nota de la inscripción de la tarjeta del policía que fue subido al asiento trasero. Mientras, Alejandra se calza el chaleco antibalas.

    – ¿Como te identificás? – le pregunta Fabián, con el intercomunicador del móvil en la mano.

    – Cremonesi – le dice el suboficial.

    – Hola... hola... base.... aquí Cremonesi... acabo de observar vehículo, con tres sospechosos de estar fuertemente armados a bordo, estacionarse a 40 metros al norte de mi posición de guardia. Necesito refuerzos inmediatamente.

    – ¿Esta era tu posición, no? – le dice Fabián

    – Sí. – le dice el hombre, cada vez más confundido.

    – Nosotros te vamos a demostrar que somos leales. Espero que vos no nos falles – le vuelve a decir Fabián, devolviéndole el arma – no queremos que intervengas, te puede estar esperando una familia. Sólo hacenos un poco de número.

    Alejandra acelera el móvil a la vez que acciona la sirena. Terminan en la vereda de la casa.

    – Entregate, Colorada, te tenemos rodeada – grita Fabián por el altavoz.

    Por toda respuesta, desde la ventana del primer piso comienzan a disparar.

    – Viste quienes son los malos, ahora nos vemos en la obligación de repeler la agresión – le dice Fabián a su circunstancial compañero, mientras los tres se arrojan al asfalto por la puertas hacia la calle – ¿Tarda mucho la caballería por acá?

    No terminó de hablar cuando tres móviles doblan la esquina.

    Fabián la mira a Alejandra.

    – A la cuenta de tres – le dice.

    Alejandra se incorpora y avanza agachada hasta la puerta, mientras Fabián dispara hacia la ventana, cuidando las balas, como todos ciudadano ahorrativo de los medios del estado. Alejandra dispara contra la puerta que no cede.

    – Puta madre, blindada – grita.

    – Blindada las pelotas, correte. – grita Fabián, que saca la Itaka del patrullero, avanza y dispara.

    La puerta se desprende del marco. Alejandra avanza en tierra desconocida. El resto de los patrulleros, en medio de la desinformación, se limitan a responder el fuego de las ventanas. Fabián ya está adentro con ella.

    – Si en tres minutos no lo cazamos este pájaro se nos vuela para siempre – le dice Fabián a Alejandra.

    Alejandra avanza por la escalera tratándose de orientar hacia la ventana que dispara. Mientras subía, pudo ver a la mucama tirada al piso tomándose la cabeza. Intuyó que nada tenía que ver, porque un charco transparente rodeaba su uniforme. Siguió hacia arriba. El cuidar los blancos civiles siempre es un inconveniente, un disparo pegó en la pared, muy cerca de su cuello. Respondió en la dirección que vino. Fabián fue mas insistente y disparó tres veces, perforando la puerta. Algo parecido a un cuerpo pareció caer. Sin embargo, Fabián le indica “Ojo” mientras la cubre. Alejandra empuja la puerta. Un muerto que no identifica. Una ráfaga le da en el pecho, la tira contra una cama, le hace soltar su ametralladora automática y la deja sin respiración. La Colorada avanza hacia ella para rematarla. Alejandra logra tomar el arma pequeña que llevaba sujeta con el cinturón y descarga una, dos, tres veces. La mujer abre los ojos, cae de rodillas y luego golpea su cara contra el piso.

    – La tela nacional tiene mejor tramado.– le dice Alejandra, tratando de respirar.

    Fabián supuso que en esa habitación no había nadie más. Buscó por el otro ala del escalera. Se aproximó a la mucama. Mientras Alejandra bajaba, con dificultad, por el otro lado de la escalera.

    – Yo no hice nada – dice la mucama, mientras Fabián la ayuda a incorporarse – fueron eios tres.

    Fabián reacciona y la suelta. Siente tres disparos y Alejandra que cae por la escalera. Busca la puerta de donde vino, y no ahorra balas, mientras avanza hacia ella. Golpea la puerta con el hombro, esta se abre más fácil de lo que creía y cae sobre su pierna enferma. Navelli, que pensaba saltar por la ventana, hacia el jardín trasero, gira con su arma y le dispara en la otra pierna. Fabián se retrae del dolor, pero logra dispararle al vientre, cuando Navelli ya le apuntaba en la cabeza. Navelli se toma el vientre y cae primero sobre sus talones y luego hacia su espalda.

    – Perdedor – le dice Navelli a Fabián – pudiste compartir toda esa guita y no quisiste. No tuviste huevos.

    – Vos, ahora tampoco - y le vuelve a disparar con la mayor de las certezas.

    Fabián vuelve arrastrándose hasta donde Alejandra. Esta apenas podía mantener los ojos abiertos. Trata de abrazarla.

    ¿Sabés dos cosas? – le dice Alejandra, con un hilo de voz.

    No, Ale. – le dice Fabián.

    – Una, brindá por mí, la próxima navidad... y dos... odio los amores platónicos – dijo

    Y cerró sus ojos.







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    Deseo que estuvieras aquí
    (Wish you werw here)



    – Tenemos dos alternativas. Bah, digo una sóla. Pero que quizá nos sirvan para desenredar este ovillo – dice Alejandra – Si nos tienen cercados y no lo sabemos. Ni Mariana, ni nadie puede estar seguro, como bien dijiste, en ninguna parte. Por otro lado, como estamos ciegos y sin pistas de como seguir, esta no es una idea menos loca que cualquiera.

    – Sí, una idea loca, en el estricto sentido de la palabra. – dice Fabián.

    – El comando central, ¿ya se ha decidido?. ¿Me calzo o no me calzo el paracaídas para arrojarme detras de las líneas enemigas? – dice Mariana con no poca ironía.

    – No puede ir sola, es muy riesgoso. – dice Fabián.

    – ¿Porque? – dice Mariana – Si estoy loca, me dejan adentro y soy un blanco menos del que te tengas que preocupar. Que me acompañe Juan. Salvo que él también tenga miedo de no poder salir más.

    – No es allí donde internan a los hombres – le dice Juan.

    – Yo no dije que te internen en el Borda, sino que las siquiatras se enamoren de un bombón como vos y no te dejen salir más.– le contesta Mariana.

    – Bueno esta bien – dice Fabián – pero quiero que se comuniquen cada cinco minutos.

    – Bueno les vamos a hablar cada cinco minutos – dice Juan.

    – No. No quiero que hablen. Simplemente hagan un rediscado del número y lo hagan en silencio. Me entendiste, Juan – dice Fabián.

    – Sí. Entendí – responde Juan.

    En vísperas de Navidad, el servicio de guardia siempre es muy visitado. Depresiones. Soledades. Peleas familiares. Una larga lista de espera era controlada por dos enfermeras y dos policías femeninas. Una pareja peculiar abre la puerta de la guardia. Mariana aperece con la boca exageradamente pintada y una vincha verde agua fosforescente en el pelo, que hace que su pelo rubio parezca la de una estrella punk. Juan la lleva del brazo y mirando con vergüenza a todo el mundo, con el número que le dieron en recepción en la mano.

    – ¿Es aquí no? ¿Es aquí donde entregan la caja PAN? – dice Mariana, tratando de convencer a su auditorio de su pertenencia al lugar, lo cual no parece nada difícil.

    – Mar, quedate tranquila – le dice Juan, incrementando la sensación de brote. Mientras juega con sus manos en el bolsillo.

    – ¿Que? Ya te andás masturbando otra vez – dice Mariana y Juan saca rápidamente las manos de ellos.

    Una de las enfermeras llama a un aparte a Juan.

    – ¿Está compensada? – le pregunta.

    – Sí. Pero empezó a acordarse de no se qué le pasó cuando chica. No es peligrosa. Solo le dá por hablar incoherencias. – contesta Juan.

    – Bien. Los doctores están muy ocupados esta noche y acá hace mucho calor. ¿Porque no la lleva al parque y esperan allí? Yo los voy a llamar por su número. – le dice la enfermera a Juan y hace lo propio con todos, exepto los cinco números que figuraban primeros, según el orden.

    Juan y Mariana salen al parque.

    – ¿Que hacemos? – le dice Juan a Mariana.

    – Hummm... según me parece el calor pone mal a mucha gente. Esas dos, por ejemplo, no parecen venir a la guardia. – dice Mariana.

    – ¿Estás segura?. Si fueran internas, comienzan a caminar hacia el portón y si te he visto no me acuerdo. – le dice Juan.

    – Eso es fácil para vos. Que sabés donde ir, donde dormir. Que no te vas a contracturar por la medicación a las cuatro de la mañana. Hace falta mucha decisión para eso. Y no parece lo que se ve en sus expresiones – le dice Mariana.

    Lentamente, Mariana, se acerca a las mujeres que descansan sentadas en un banco. Pasa varias veces delante de ellas, sin que estas parecieran registrarla. Vuelve hasta donde Juan.

    – Hummm... me parece que justo son autistas, pero lo voy a intentar de nuevo. Dame los cigarrillos – le dice a Juan.

    – ¿Para que, si vos no fumás? – le dice Juan

    – Uff... me hacés recordar a una vieja tira del diario, Juan y el Preguntón, sólo que vos sos Juan, el preguntón – le contesta Mariana.

    – Bueno tomá – le dice Juan y le entrega el paquete y el encendedor.

    – Chico desobediente – le dice Mariana.

    – ¿No te dí el paquete, acaso? – pregunta Juan.

    – Sí. Pero, ¿cuantas veces te pedí que dejaras de fumar? No hay caso, ya no me querés como antes – le dijo, dio media vuelta sacó uno y comenzó a chispar sin exito, camino a su objetivo.

    – ¿Como carajo es esto? – dice Mariana, delante de las mujeres.

    – Si, no dejás el dedo apretado no vas a prender un carajo – le dice una de ellas.

    – ¿Como el dedo apretado? Mi padre hacía así y flof... una llama grande como una fogarata de San Juan – le contesta Mariana.

    – Pero esos eran a bencina, pelotuda – le dice la otra mujer, que comenzó a amacarse mientras se reía – vení, vení que te lo enciendo... siempre que convides uno.

    – Uno, dos... – le dice Mariana, cuya llama que no queria prender, había logrado romper el hielo.

    – Mi papa – continua Mariana – tenía uno dorado, que le habían traído de Turquía. Me sentaba en sus rodillas y encendía su pipa... a mi me gustaba el aroma de su pipa...

    – Mi papá nunca fumó.- dice la primera – Siempre se cuidó.

    – Ah, habrá vivido muchos años – le dice Mariana.

    – No. Murió a los 35 de un cáncer de pulmón – le contesta.

    – Ah... ¿como te llamás? – contesta Mariana, mientras por encima de sus marcos, lo vé a Juan que le hace un gesto obseno y le saca la lengua.

    – ¿A que venís? - le dice una.

    – Es que cada vez que se acerca Navidad, me acuerdo de él y me empiezo a poner nerviosa – le responde Mariana – y ustedes ¿porque vinieron?.

    – Yo soy Marga y ella es Josefina. Nosotras no vinimos. Vivimos aquí. A mi de vez en cuando me agarran alucinaciones, bah, eso es lo que dicen estos degenerados... en realidad me tienen acá... para que yo no cuente... – le dice.

    – ¿No cuentes que? – le pregunta Mariana.

    – Que no cuente que me visitó el Arcangel Gabriel y me ordenó algo.- le contesta Marga.

    – ¿Que te ordenó? – pregunta Mariana.

    – Eso no te lo puedo decir, es una misión secreta que él me encomendó, – le responde – los elejidos siempre tenemos misiones así.

    – Ah, entiendo. ¿Y vos? – le dice a Josefina.

    – Yo por haber matado a mi marido. La encontré con otra y le encajé 25 puñaladas – le dijo.

    – Ah, caramba, ¿y a la otra? – le preguntó Mariana.

    – No a la otra no le hice nada. Yo sé que fue ella la que lo sedujo... Pero... ¿Como te parece que voy a matar a mi propia hija? – le contestó Josefina

    – Ah, lo siento. ¿Y que edad tenía tu hija, porque no parecés una mujer mayor? – le preguntó Mariana.

    – Siete años. – le contestó.

    – Oh, que cosa terrible... no me puedo imaginar la situación – le dice Mariana.

    – Ja... yo le había dicho que se mantenga encerrada en su pieza. Que la iba a volver a castigar, si volvia a hablar con el padre... pero la mocosa no me hizo caso... cuando abro la puerta lo encuentro a él de rodillas en el piso y ella abrazándolo y llorando en su cuello... no lo soporté más. A mi me encerraron, pero yo sé que un día la voy ver entrar por esa misma puerta, vistiendo esta misma ropa – termina Josefina.

    – Ah, claro – le dice Mariana, no pudiendo elaborar cuanto de real y de fantasía había en el relato. Pero ella sabía, por si misma, que no existe diferencia alguna.

    – Peor le esta yendo a Silvia. Ella sí que no mató a su marido – le cuenta Marga. – a pesar que se lo tenía merecido.

    – ¿Silvia? ¿Silvia que? – le pregunta Mariana.

    – ¿A que se yo? . Despues de un tiempo una se olvida de su apellido. Ellos siempre te llaman por el nombre para que vos te olvides de tu apellido, y con eso, de tu familia. Cuando uno se olvida de su apellido, se olvida de la familia. Eso me lo dijo el Arcángel. El Nombre de uno es Uno Mismo, me dijo él. – le cuenta Marga.

    – ¿Y que le pasó a Silvia? – pregunta Mariana.

    – A Silvia. El marido la cagaba a palos. Algunos dicen que a ella le ì¥Áq

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    –¤ras, sí le creemos. Ella no mataría ni a una mosca. La vienen a visitar un vez por mes. Yo ví como le hacen firmar unos papeles – le cuenta.

    – ¿Como firmar papeles?. Los papeles que pueda firmar una interna no tienen ningún valor. – opina Mariana.

    – Así. Digaselo a los que la hacen firmar entonces. Seguro que que es esa pelirroja. – dice.

    – ¿Que pelirroja? – pregunta Mariana.

    – Una que siempre se queda en el auto. Mientras los tipos están adentro – le vuelve a decir.

    – Pero eso es lo que hace, ¿nada más? – pregunta Mariana.

    – Mirá – le dice, tratando de obtener confidencia – a nosotras nos parece que esa va se presenta, y se hace pasar por ella.

    – ¿Como es eso? – dice Mariana, haciéndose partícipe del secreto.

    – Esa mujer es igual a Silvia, o digamos muy parecida pero no es su hermana gemela. Esta gente tiene mucha plata. – le dice.

    – ¿Pero quien la tiene encerrada? – dice Mariana.

    – Un hombre de traje, que alguien me contó que es policía... y ese alguien, también me contó que fué él, quien mató al marido, ese hombre mató a su propio hermano, su propia sangre. Pero Silvia así se libró del hombre que la castigaba. Porque luego nunca más la castigo. Eso me contó alguien – le cuenta.

    – ¿Y ese alguien que te contó? ¿No es la propia Silvia? – le dice Mariana, poniendo cara de cómplice.

    – Shhh... sí, pero que no lo sepan... yo a ella la ví tres veces a solas... y me mostró las heridas de su cuerpo – le dice.

    – Y en esas tres veces que la viste, ¿ella te pudo contar todo esto? – vuelve a pregunar Mariana.

    – No, cuando nos vimos, sólo me dijo su nombre y me mostró las marcas de su cuerpo – le dice.

    – Y entonces, ¿como te cuenta todo el resto? – pregunta Mariana.

    – Ella lo manda al Arcángel y él me lo cuenta en sueños – le dice.

    – ¿Y siempre te habla en sueños? – le pregunta Mariana.

    – No. También tiene un ángel que canta. A veces creo que un demonio. Pero los demonios no tienen la voz tan dulce – le dice.

    – ¿Porque pensás que a veces es un demonio?

    – Porque me canta desde la rejilla del baño. Todas las noches a las doce en punto. El ángel canta y dice cosas. Y nosotras vamos, silenciosas, a escucharlo – le dice.

    – ¿Vos también lo escuchaste? - Le pregunta a Josefina que permanecía en silencio.

    – Sí, pero... dame otro cigarrillo... no... no se lo cuentes a nadie que nos pueden castigar a nosotras también... – le dice con temblor en la voz.

    – ¿Y donde queda el pabellón ese? – pregunta Mariana.

    – Es el que está detras de las rejas vigiladas – le dice.

    – ¿Y no hay manera de llegar hasta allí? Digo, como ustedes viven aquí, en una de esas conocen una forma de llegar. – pregunta Mariana.

    – Sí. Pero para eso hay de descender a los infiernos – le dice – pero, el infierno no funciona en verano.

    – Ah, ya veo – le dice Mariana – Lástima. ¿Con lo que me gustaría conocerla?.

    – ¿Y porque te gustaría conocerla? – le pregunta Marga.

    – Porque ella a mí, también me habla y canta en sueños.- dice Mariana.

    – No te creo – le dice.

    – En serio. Eso si es la misma Silvia que yo digo. – dice Mariana.

    – ¿Y que te dice? – le pregunta Josefina con ganas de pescarla en una mentira.

    – Bueno, ahí va, pero me sale con la voz de Janis Joplin, esperá que pongo el grabador para que me acompañe... esa no es una radio... empieza así... van a tener que ver los subtítulos debajo de la pantalla...

    So, so you think you can tell
    Heaven from hell,
    blue skies from pain
    Can you tell a green field
    From a cold steel rail,
    a smile from a veil
    Do you you think you can tell?

    And did they get you to trade
    Your heroes for ghosts,
    hot ashes for trees,
    Hot air for a cool breeze,
    cold comfort for change
    And did you exchange
    A walk on part in the war
    For a lead role in a cage?

    How I wish, how I wish you were here
    We're just two lost souls
    swimming in a fish bowl
    Year after year
    Running over the same old ground
    What have we found?
    The same old fears
    Wish you were here. [1]

    Marga abrazó llorando a Mariana, mientras Josefina seguía bailando descalza sobre el frío de la piedra del banco. Marga de pronto se llevó a Mariana, de la mano, corriendo agazapadas, evitando las escasas luminarias y el guardia que seguía leyendo una revista. Una vieja puerta, se quejó.

    – Marga, ya es tarde te quiero en la cama en 15 minutos – le dijo una enfermera, con cara de simpatía. Al parecer acostumbrada a las escondidas de la interna.

    – Shhh. Vos vení conmigo. Debemos pasar el puente de los enamorados. – dice Marga.

    – ¿Puente de los enamorados? – pregunta Mariana.

    – Bah, ese baño maloliente, donde algunas consiguen atraer a alguno que otro – contesta Marga.

    – Cuando te diga, pasás por debajo del gomero y entramos al Infierno. – le dice Marga.

    Bajaron las escaleras de la caldera. Marga tenía razón, un agujero casi al ras del piso, permitía ver el interior del pabellon, donde las castigadas recibian comida, chocolates, dulces, cigarrillos, y alguna que otra mercancía prohibida. Se acercaban las doce. Una figura, mimetizada con el piso de uno de los rincones oscuros, de pronto se eleva como fantasma y camina en puntas de pié, con gracia de bailarina.. Primero hace unos pasos de danza, mientras su sábana/capa vuela como una bandera, hasta que se pone ante la luz de la ventana. Una luz de mercurio exterior hacía las veces de luna.

    La mujer parecía, también, una luna.

    Esa luna gemía, lloraba, se extasiaba, volaba y cantaba. La tubería rota de los desagotes pluviales, recibía su aría de “The great gig in the sky” y la llevaba, en música de ángeles, hasta el baño del pabellón de enfrente, donde todas las noches en la sala, supervisada por las enfermeras, un auditorio escuchaba, para luego irse a dormir en paz.

    Cuando Silvia terminó, Mariana la llamó.

    – Silvia, Silvia – chistó Mariana.

    Pero Silvia no escuchó.

    – Silvia, Silvia – volvió a insistir Mariana.

    Tampoco tuvo respuesta.

    – Silvia, Lavelli – dijo Mariana, para quitarse sus dudas.

    Silvia gira hacia donde sabía que la llamaban, sus enormes ojos grises, resaltados por su rasurado pelo rojo, se llenan de odio.

    – ¿Quien se atreve a nombrar ese apellido demoníaco? – dice Silvia.

    – Yo, Mariana, ¿a quien hablas en sueños? – le dijo Mariana.

    – ¿Trajiste tu cadena de acero? – le pregunta Silvia.

    – Sí, sí – le dice Mariana.

    Esperame con ella en el cuello, dentro de 20 minutos en la plaza, dos cuadras a la derecha del portón de entrada. Hasta luego.

    Marga le tira del brazo a Mariana. Mariana no entiende pero se deja llevar por Marga, mientras, un aullido agudo de loba, retumba sobre todo el establecimiento. Marga vuelve a dejar a Mariana en el mismo banco, de donde habian partido. Ambas mujeres le dan un beso en la frente y se despiden para dormir. Juan no comprende. Pero sigue a Mariana que caminaba sonámbula hacia la salida.

    Ambos llegan a la plaza. Mariana le devuelve los cigarrillos a Juan en un acto reflejo. Juan aplaude delante de los ojos de Mariana pero ésta no pestañea. A la hora convenida, la figura de Silvia, en ropa de calle, camina hacia ellos.

    – ¿Que pasaría – pregunta Silvia – si yo tirara de esa cadena? – pregunta Silvia.

    – Es de acero, no se puede romper – contesta Mariana.

    – Bien. Yo te mantuve con vida. Ambas nadamos perdidas en la pecera. Me debés la cadena. – dijo Silvia.

    – Mariana, que sabía bien a que se refería, se la quitó y la puso en su mano.

    – Debemos hacer algo, siganmé – dijo Silvia.

    Silvia los llevó debajo de un pino, cerca de una luminaria. Sacó dos muñecos de su bolsillo, una muneca de pelo rojizo y un muñeco de pelo morocho. Los ató con la cadena.

    – Bien, vamos. Es cerca.- vuelve a decir.

    Llegan hasta un edificio de Barracas. Silvia empuja la puerta principal que pareció estar sin llave. Suben cuatro pisos por escalera. Silvia se para delante de una puerta, la empuja suavemente y esta se abre. Van hacia el dormitorio. Un hombre y una mujer gritan con desesperación. Pero nadie los escucha. Sus gritos sólo eran escuchados en esa misma habitación. Sus cuerpos seguían en un ritmo frenético, como si no respondieran a las suplicas de sus propios dueños. Silvia se sienta en una silla del lado de afuera de la habitación. Juan y Mariana sólo observan. Mariana no puede con la curiosidad y al querer entrar sus oídos se aturden de sus súplicas.

    – ¿Es esa la mujer que estuvo en tu casa? – le pregunta Silvia a Mariana.

    – Sí. Es ella – dice Mariana, que observaba los parecidos de ambas mujeres.

    – Dicen que todos tenémos un gemelo en el mundo. Ella es mi espejo. Sí ella no muere, mi alma no puede recuperar su equilibrio. En 10 días yo volveré a ser la mujer que fuí, hace muchos años, pero mucho mas desesperanzada, y sin la memoria de estós últimos cinco años – decía Silvia, mientras hacia adentro se observaban silenciosos gritos.

    La mujer murió.

    – ¿Que se siente, mi querido cuñado, ver el cuerpo que se desea, muerto?. Será algo parecido a pedir, suplicar, no ser golpeada, una y otra, vez, como vos lo hacías conmigo a espaldas de mi amado esposo. Y yo temiendo su muerte. ¿Eso es lo que llamás domar a una hembra?. ¿Que se siente no poder apearse de la monta de una yegua muerta?. Debo reconocer que tu corazón es muy resistente, cuanto más resista mas placer tendrás.– siguió diciendo Silvia.

    Mariana podía ver como el cuerpo de ese hombre no respondía a sus deseos. La mujer comenzaba a hincharse como si hiciese ya tres días que estuviese muerta. Un profundo hedor inundaba la habitación, pero no el departamento. Su hermosa cara, esa misma cara, que Mariana había visto a traves del agua, comenzaba a deformarse. Juan finalmente supo que el tiempo, en ese departamento, pasaba más rápido que lo que creía, cuando observó que el minutero del reloj de pared giraba vertiginosamente. La mujer comenzaba a deshacerse debajo de ese hombre que no podía desprenderse de ella, pero sus líquidos no caían desde la cama al piso. Sino que él nadaba en ellos. La cara de pavor del hombre aumentó cuando comenzó a ver que sus propias manos y piernas comenzaban a deshacerse, hasta que, finalmente, todo él.

    Silvia se levantó de su silla y caminó hacia la puerta. Juan se preguntaba que sucedería.

    – Han muerto presos de sus bajos instintos – dijo Silvia -. Quienes los perseguían ya no existen.

    Silvia sale del departamento seguidos de Mariana y Juan que se hallaban convencidos de estar en medio de una pesadilla, sin poder despertar.

    En la vereda Silvia, vuelve a quitar los muñecos del bolsillo que se deshacen como polvo en su mano, quedando la cadena colgando de sus dedos. Silvia sopla su mano y le vuelve a colocar la cadena en el cuello a Mariana. Comienza a caminar hacia el loquero.

    Mariana y Juan caminan despacio. De regreso.





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    Bienvenido a la máquina
    (Welcome to the machine)



    – No. – opina Fabián – Nos hemos movido demasiado ya. Van a terminar de detectarnos. Debe de existir otra forma de contactarnos con ella, que poner la cabeza en el hueco del negro.

    – Pero tampoco si seguimos escondidos como ratas – dice Alejandra.

    – Amanezcamos una vez más con vida. Esperemos. – dice Fabián.

    – Esperemos... amanecer con vida. – le dice Alejandra.

    – Ahhhh... – dice Mariana – ¡que romántico...!

    – ¿Que?...¿Que es lo romántico?... ¿Que nos vengan a dejar como galletitas de agua? – dice Fabián.

    Fabián se sintió más contrariado por el comentario intrascendente de Mariana, que por sus planes de salir de allí y buscar una solución.

    Por algo, que aún no podía explicar, sabía que no era una casualidad, que él se viera involucrado, sospechaba que, de todos modos, él también estaba en la mira. Quizá por sus conocimientos del paño; quizá por haber zafado de lo que no tuvo que haber zafado; quizá porque alguien lo viera recuperado y por lo tanto, peligroso nuevamente. Que Alejandra haya elejido su casa, no es tan casual, teniendo en cuenta su buena amistad desde los viejos años de la Escuela. Y por fin, que eran muchos los que conocían esa amistad.

    Por algo, que sí se sabía explicar, el comentario de Mariana lo turbó. Esperaba que haya pasado desapercibido. Lamentablemente para él, no lo fué para Mariana. Esa mujer, que conocía hacía unas horas, le sacó una placa radiográfica al alma, revelando algo que siempre quiso ocultar.

    – Creo que deberíamos salir a buscar víveres – dice Mariana.

    – Es un poco tarde - le contesta Fabián.

    – Entonces, te vas a tener que cuidar de que yo no te pegue un mordisco. Ya a esta hora cualquier bicho que camina me parece apetitoso – le dice Mariana. – Entre el trajín, los vómitos y la diarrea de anoche, no me ha quedado ni un microbio para alimentar a mi lombríz solitaria.

    – Bueno, mirá para allá. Y pegale uno a tu novio -.le dice Fabián.

    – A él, le voy a pegar otra clase de mordiscos – le contesta.

    – Fijate si queda algo más en la alacena – le dice Fabián.

    – No. Tengo el estómago más revuelto del hambre, que por el café solo que, cordialmente, me invitaste. Nadie me conoce en este barrio. Prefiero correr el riesgo de salir y comprar alimentos que sufrir una lipotimia. – le comenta Mariana, ahora con una extraña firmeza.

    – Esta bien, – dice Fabián, con cierta resignación – pero no sóla, yo te acompaño.

    Mariana y Fabián salieron con las primeras sombras de la noche. Mariana tuvo la suficiente claridad y paciencia de buscar una de las piezas de museo de la gran ciudad: el Mercadito. Fabián sólo trataba de evitar las luces.

    Fabián notó que Mariana se tomaba demasiada calma en su paso pausado.

    – Apurémonos, Mariana – dijo Fabián.

    – ¿Porque? – le dice Mariana.

    – Porque debemos ponernos a cubierto cuanto antes – le responde Fabián.

    – O debemos ponernos a una distancia acorde – le replica Mariana.

    – ¿Acorde de que? – pregunta Fabián, casi al borde de la impaciencia.

    – Acorde a que tus ojos puedan volver a verla. – le dice Mariana.

    – ¿De que estás hablando? – Le dice Fabián.

    De lo cualquiera se puede dar cuenta – dice Mariana.

    – ¿Qué... que es lo que cualquiera se puede dar cuenta? – pregunta Fabián.

    – Que la “suerte” hizo volver a la mujer de tus sueños – dice Mariana.

    – ¿De que hablás? – dice Fabián, cada vez más acorralado.

    – ¿Desde cuando estás enamorado de ella? – le dice Mariana.

    Fabián detiene su marcha y se apoya contra una pared. Mariana lo observa impasible.

    – Desde los 18 años. – dice Fabián, con un nudo en la garganta – Desde el primer día que la ví en la Escuela.

    – Paaaa... ¡Amor a primera vista!...¿Como es eso? ¿Cursos mixtos? – preguta Mariana.

    – Algunos sí. Las clases teórico-prácticas. Los ejercicios de campo. Las presentaciones. Luego, cada cual a su cuadra, con la compañia que le correspondía. A mi me tocó unas de las peores.

    – ¿Peores en que sentido? – pregunta Mariana.

    – Una compañia de comando. Alli iban a parar los que según los test iniciales, tenían pocas chances de terminar la escuela. Vagos, provincianos y villeros. Ellos nos decían que debíamos salir por “esa” puerta y pedir el ingreso a la Escuela de Suboficiales. No necesitaban de nuestra calaña. – dice Fabián.

    – ¿Pero porque los trataban así? Tan... tan odiosamente. – pregunta Mariana.

    – Como en todo, la moneda tiene siempre dos caras, Mariana. En parte porque te quieren formar el carácter. No se necesitan tipos blandos, se necesitan tipos duros. Tipos que no van a salir corriendo y llorando porque alguno te insulta a la madre. Tipos que se convenzan que una de las cosas que te esperan a la salida, es una bala en medio del pecho. Muchos estabamos alli porque no teníamos otro remedio. Los que más mal la pasaban eran los hijos de Policías. Y los peores, los hijos de Suboficiales, que querían a sus hijos un escalón más arriba que ellos.

    – Pero, supongo que la situación no sería distinta que otras Compañias – comenta Mariana.

    – En los papeles no. Pero en los hechos, sí. Algunos entraban a la de Oficiales porque ya tenían un secundario. Eran los primeros en pedir la baja. Los provincianos venían a hacer el curso y lo común era que volvían a sus provincias a tomar un puesto. No había día que no les recordaran su condición de indios mantenidos. Pero los peores éramos los que, vaya a saber porque motivo, veníamos de alguna villa.

    – ¿Vaya a saber que motivo? – pregunta Mariana.

    – Que camino te queda. Vas a pedir un laburo y lo primero que te preguntan es “¿donde vive?”, a la segunda entrevista te dan una tarjeta, y te dicen que te guardan en su base de datos. Salir a chorear de noche, linda salida laboral despues de estudiar trigonometría, podriás evaluar la amplitud el ángulo sólido de los perdigones que te revientan el pecho. Es peligroso, sin duda, pero una vida más descansada. Un chorro, no piensa, ni en la familia, ni en el futuro, ni en si mismo. A los sumo mostrarse para que algún capo o algún político lo tenga en cuenta. Después sólo se trata de pasarla lo mejor posible y que no te agarren.

    – Pero también matan gente. – dice Mariana.

    – Matan, humillan, violan y golpean gente. ¿No es eso acaso lo que aprendieron desde que dieron el primer paso?... Pero quien hace algo... me refiero a un algo concreto... no una razzia o una paliza... no una “ayuda” para mantenerlos vagos por mas tiempo... – contesta Fabián.

    – Bueno, en este país, no hay trabajo para muchísima gente – interrumpe Mariana.

    – Ni siquiera estoy hablando de eso. Sí, el trabajo esta duro para cualquiera, pero mucho más para un villero, porque a él lo quieren muerto.

    – He... ¿Para tanto? – dice Mariana.

    – Cuando hicieron bajar a los inmigrantes de los barcos, cuando trajeron a los cabecitas negras, yo diría, cuando mi abuelo se vino. Los necesitaban. Los apiñaron en las fábricas. Y bueno, tan malo no era, después de todo. Pero cuando el sueño terminó, ¿quien se iba a volver?. Ya no eran los viejos que añoraban a Santiago o Tucumán, eran sus hijos. Los viejos barrios donde Evita suponía iban a tener una dignidad “para empezar”, se convirtieron en guettos. Los que ya no entraban en la misma pieza, a buscarse otro lugar. Más y más villas. Ciudades ocultas sin futuro. Entonces apareció la rebelión disfrazada de muchas cosas. Una identidad que no quería ser la misma que los había desahuciado. Entonces las escuelas de resitencia, de delincuencia, droga y prostitución barata. En esa cuna nacíì¥Áq

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    –¤e ser policía? Ellos son los representantes de la fuerza de quienes los sometieron – dice Mariana.

    – Sí y no. No existe nadie en la cana, que sea consciente de ello. Y no es sólo por el lavado de cabeza que te hacen. Yo, como te dije, no tenía donde ir. Y allí te prometían un futuro mezquino y encima te pagaban los estudios. – dice Fabián

    – Pero, ya no estás más en la villa. Vivís en una casa de clase media. – dice Mariana.

    – Sí, es cierto. Pero los orígenes, por mas deplorables que sean no se olvidan. Preguntale a un tano o un paraguayo, si se olvida de las calles donde jugaba de chico. Mi abuelo hasta el día de su muerte, soño con volver. Todos tienen el sueño utópico de redimir a su tierra. – dice Fabián.

    – ¿Y como pensás que se puede hacer? – pregunta Mariana.

    – No sé. No tengo idea. Pero seguro que alguno la tiene. Me refiero a acercar ideas. Ideas de asociaciones solidarias. Acciones culturales. Autentica identidad de grupo – dice Fabián.

    – ¿Acaso no las hay? – dice Mariana – Movimiento Villero, Cumbia Villera... cada día se escucha con menos vergüenza la palabra villero. – comenta Mariana.

    – Eso es para distraer giles. Para vender verdades cambiadas. Para contenerlos. Y en definitiva, ponerles una estrella amarilla en el pecho. Nunca me gustó la religión, pero son los únicos que he visto que hayan aportado ideas. Lo hizo, en su momento, el padre Mujica, lo hacen muchos grupos evangelístas... pero, como siempre luego vienen los cuervos. – contesta Fabián.

    – ¿Los cuervos? – pregunta Mariana - ¿quienes? ¿Los abogados?

    – No, no precisamente, pero también ellos. Cuervos de todos los colores. Los falsos religiosos que te ponen un quioskito, donde en lugar de caramelos, te venden falsas esperanzas, a cambio, por supuesto de un diezmo. Los políticos que manejan un poder vacío con cuatro cajas de alimentos y alguno que otro plancito o pensiones de hambre. Y por supuesto, los que luego de armar un lindo equipo de futbol, rotan a sus jugadores y en lugar de salir a la cancha, caminan por las tribunas,vendiendo porquerías. – Pontifica Fabián

    – Sos hábil, Fabián – le dice Mariana, retomando la marcha.

    – ¿Porque? – le dice Fabián.

    – Porque me desviaste rápidamente la pregunta – le comenta Mariana – Yo no te pregunté sobre tu vida y tu sueños filosóficos. ¿No?

    – No. cierto. Y no sé si ese día lo detesto o lo bendigo. – dice Fabián.

    – ¿Que día? – dice Mariana.

    – El día en que la conocí. Era la hora del almuerzo. Me dije “¿Que hace una mina como esta acá?”. Era una de esas que veías salir de cualquier facultad, o en la puerta de cualquier casa de clase media, u obligándote a comprar con una sonrisa en cualquier boutique. Se sentó enfrente mío y al lado de ella Elisa, la amiga. Trolas, fué lo primero que pensé. Yo sabía, por que alguien me lo había contado que Elisa, caminaba en las dos direcciones, que le daba lo mismo el cerdo que la manteca. Pero yo no le podía sacar los ojos de encima. Hasta que finalmente, me doy cuenta que Elisa la patea por debajo de la mesa. Ella gira la cabeza me sostiene la mirada, con esos enormes y hermosos ojos verdes...

    – Sí, los famosos ojos de un Benetti – interrumpe Benetti.

    – Yo me puse rojo... y mirá que se tiene que poner rojo un negro para que se note... bajé los ojos al plato y no los volví a levantar hasta que terminé mi puré... nunca tragé un puré con tanta indiferencia...

    – ¿Y eso fue todo? – dice Mariana.

    – No...que va... Por la tarde nos volvimos a ver en la pista de entrenamiento... No, me volví a decir, eso no es una mujer... siempre tenía el último movimiento... superaba al más rápido y fornido de los varones... pero no era ninguna idiota...

    – ¿Porque? – pregunta Mariana.

    – Porque al final, cuando lograba su objetivo, siempre se dejaba ganar...- dice Fabián.

    – ¿A que jugaban? – pregunta Mariana.

    – Suponete una carrera de obstáculos. Siempre llegaba hasta el último objetivo con más de un cuerpo de ventaja y en el último, oh causalidad, era superada... nunca supe si lo hacía para sobrar al que venía atrás, o se disfrazaba de la mujer débil que va detrás del hombre... En los ejercicios de tiro, ni que hablar... – dice Fabián.

    – Pero no era una trola – comenta Mariana.

    – Lamentablemente –responde Fabián.

    – ¿Como lamentablemente? – inquiere Mariana.

    – Sí, lamentablemente. En otro almuerzo, Claudia, la consolaba de su fracaso con un chico de un curso superior. Fué la primera vez que la ví llorar. Se me partia el alma. Y de pronto, alza la mirada, me mira, y me dice “Y vos, ¿porque lagrimeas?”... me quedé de una pieza, miré al suboficial encargado. En voz alta, como corresponde, le pedí abandonar la mesa. ¿Porque?,. me dice el guacho, gastándome. Porque me estoy cagando, le digo... Bueno, vaya, me dice, ante la risa de todo el comedor.

    – Excusa convincente – dice Mariana.

    – No. Que excusa. Me estaba cagando enserio. Me agarró tal cosa al estómago, por su actitud, que tuve que salir corriendo en serio. – dice Fabián, en medio de una carcajada.

    – Mal comienzo – dice Mariana.

    – A la tarde, en la clase de física, la siguió. Parecía que se la había agarrado conmigo. Estabamos en el laboratorio de balística. El profesor me hace una pregunta y yo le respondo. ¿Pero que animal? – dice ella. ¿Porque? – le dice el profesor. ¿Porque que? – le dice ella. ¿Porque... según usted esta herrada la respuesta del compañero? – le dice. Porque si una bala, de esa velocidad, entra de esa manera en la madera, no se queda incrustada. La energía cinética hace que, o bien logra traspasarla, o bien se convierte en calor, el cual calienta el agua circundante alrededor del orificio. Como el agua está encerrada en las celdas estancas de la celula vegetal, a alta presión, alcanza su punto de ebullición a mucha más alta temperatura, aumentando la presión interna y haciendo estallar el bloque, o partiendo la madera longitudinalmente, si lo hace en dirección de la veta. – contesta totalmente segura ella.

    – Ah, caramba... ¿y eso es cierto?...- comenta Mariana.

    – ¿Que era animal o que eso pasa en la madera? – pregunta Fabian.

    – Ambas cosas – aclara Mariana.,

    – Sí, ambas cosas. La respuesta era textual del libro que yo, se suponía, había estudiado la noche anterior. – contesta Fabián.

    – O sea, una mina te bajonea dos veces en un mismo día y vos te enamorás de ella. Un tanto masoquista lo suyo – dice Mariana.

    – No. Luego se disculpó. Al día siguiente, antes de la formación de salida, se acerca y mi dice: “Perdoná estaba caliente con todos los hombres. No era a vos a quien debía haber tratado así”. Y se va. La veo alejarse hacia su fila y me levanta la mano para saludarme. – yo en dos días había cambiado de tratar de verle el culo a una mina, a tratar de ver salir su lengua hasta la corbata... extrangularla, se entiende... o preguntarme cual sería su número de teléfono. – dice Fabián.

    – Y al final de cuentas ¿Te dio el teléfono? – pregunta Mariana.

    – Sí y no. – contesta Fabián.

    – O sí o no. No hay dos respuestas. – dice Mariana.

    – Desde ese día, no hizo otra cosa que disculparse conmigo. Me convirtió en su amigo. Siempre tuvo palabras de aliento para conmigo. El teléfono paso a mi agenda, como los de cualquier compañero. Digo, no había compañero que no lo tuviera. Cadenas de comunicación. Eso era lo que no estaban enseñando en un curso de logística. Y... nada más. – contesta Fabián con resignación.

    – ¿Cómo nada mas? – dice Mariana.

    – Sí. Nada más. Que otra cosa con una mina que se quieren levantar hasta los Oficiales superiores. Que tira mejor que vos. Que corre más rápido que vos. Que te supera en todas las materias. Que viene de un hogar de clase media... – dice Fabián.

    – El típico amor imposible. O demasiado hermosa. O demasiado rica. O demasiado inteligente. O demasiado vieja. O demasiado joven...- enumera Mariana.

    – Si. Claro, O una combinación de varias... – dice Fabián.

    – Nunca me pude imaginar que un tipo, que entra arma en mano, derriba puertas, se enfrenta a las balas... pudiera tenerle tanto miedo a una mujer... – le dice Mariana, buscando descolocarlo.

    – No a “una” mujer a “esa” mujer. Tuve varias mujeres... – se excusa Fabián.

    – ¿Y... que pasó con ellas? – pregunta Mariana.

    – Un fracaso con todas... con Alcira pensé que podía funcionar, pero justo estabamos pasando por una crisis, cuando lo de la herida. Cuando le dijeron que quedaría lisiado de por vida, se fue sin siquiera decir adiós... ni sus cosas se llevó... – responde Fabián.

    – ¿Que quería Alcira? – pregunta Mariana.

    – Un tipo que no se meta en problemas y que la mantenga... como la mayoría de las mujeres... – dice Fabián.

    – Gracias por lo que me toca – le dice Mariana.

    – No, la mayoría de las mujeres que conocí... a esas me refiero – aclara Fabián.

    – Y en 17 años. ¿Nunca le dijiste lo que sentís por ella? – le dice, Mariana cuando ya llegaban a la casa.

    – ¿Para que? – dice Fabián.

    – ¿Como para que? – dice Mariana.

    – Sí. ¿Para que?. ¿Para que me diga que no y la pierda también como amiga? ¿Para que nunca más la vea? – le dice Fabián.

    – Y vos, ¿como estás seguro? En una de esas te dice que sí. O te dice que no, pero se mantiene como tu amiga. El que no arriesga no gana. – le dice Mariana.

    – Vos dejame así que como perdedor, tan mal no me va. Mirala durmiendo en mi sofá. – le dice Fabián, mientras abre la puerta.

    – Ambos entran a la casa, en un silencio demasiado explícito. Alejandra termina por romperlo.

    – Parece que quedan lejos los negocios en este barrío. Hora y cuarto. – dice Alejandra, mirando el reloj.

    – Habrán tenido que viajar hasta el próximo condado – dice Juan.

    – Ah, el humor de serie yanqui, de mi querido cascote – contesta rápidamente Mariana. Mientras lo arrincona a Juan contra la heladera.

    Fabián sigue en silencio. Deja el paquete que trae en su brazo izquierdo sobre la mesa. Y trata de ponerse a cocinar.

    – ¿Me dejás? – le dice Alejandra.

    – ¿Me dejás que? – pregunta Fabián.

    – Si me dejas ser la mujer de la casa por un día – le dice Alejandra.

    – Por todos los días... – comenta Mariana.

    – ¿Que todos los días? – pregunta Alejandra.

    – De todos los días que permanezcamos aquí, digo.- dice Mariana, ante la cara de súplica de silencio de Fabián.

    – Bueno, vía, vía...- dice Alejandra – dejen el pasillo libre que hay lugar en el fondo.

    Fabián se escondió en su computadora y guardó un silencio sepulcral. No se repitieron las contiendas verbales de chistes “malintencionados” con Mariana. La mesa estuvo lista.

    – Los hombres primero – dijo Alejandra

    – No coman las mujeres primero. Acá hay una que desfallece de hambre. – indica Fabián.

    – Sí. Mejor – dice Mariana – que después si están satisfechos no nos dan ni la hora. Bah... este cascote... se duerme después del cigarrillo...

    – ¿Que cigarrillo? – dice Juan – que me empezás a pegar culazos para que no fume o me vaya fumar a otra parte.

    – Si claro, por eso. Es más importante un cigarrillo, que un abrazo... hombres... hombressss... – termina Mariana, enfrentando y esquivando los puñales que salían de los ojos de Juan.

    Luego de la cena y tan lamentable incidente, Mariana fue a hacer las pases con su amado. La osita se acurrucaba en los brazos del “injustamente” ofendido caballero. Fabián volvió a su rincón y Alejandra a tomar un café, en la otra punta del pequeño ambiente, apoyada contra la ventana que daba al pasillo. Mariana jugaba al ping-pong con sus ojos.

    A las doce, un perrito que chumba.

    – ¿Que fué eso? – pregunta Juan, que sabía que no había ningún perro.

    – Es el aviso del Messenger. Alguien se quiere contactar conmigo – dice Fabián.

    – Ufff... ¿a esta hora?... – dice Juan.

    – Debe ser algún amigo de Internet – opina Fabían.

    – Amigos virtuales... – dice Alejandra – lo que necesitamos son amigos de verdad.

    – Pues parece que, por el momento, no tenemos amigos de verdad – le responde Fabián, mientras abre el programa – ops, Gabriel.

    – ¿Gabriel? – dice Juan – ¿y que quiere Gabriel a esta hora?

    – Vení y chateemos juntos con él – le responde Fabián

    – Hora de acertijos – escribe Gabriel, bajo su seudónimo habitual de Vikingo.

    – Hora – le responde Fabián, con el suyo de Chester.

    – ¿En que parecen una hormiga a un elefante? – postula Vikingo.

    – En que ninguno puede subirse a un árbol – contesta Chester

    – Correcto. Su hormiga también esta muerta. Otro. ¿Que tienen en común un caballero de justa y el astronauta que da un salto gigante para la humanidad? – escribe Vikingo.

    – No. No sé – contesta Chester.

    – En que ambos tienen un brazo fuerte – responde Vikingo.

    – Sigo sin entender – dice Chester.

    – Piense. - Insiste Vikingo.

    – Porque brazo fuerte es la traducción literal de Armstrong – responde Alejandra, que terminaba su café a las espaldas de Fabián y este transcribe.

    – Correcto. ¿Otro? – escribe Vikingo.

    – Veniás huyendo de los perros, en medio de una terrible tormenta, con una pesada bola de hierro en tu pie derecho y una cadena de cuarenta centímetros ligando a la otra. Caíste a un pozo. El agua comienza a subir, rápidamente. Las paredes son barrosas. Sí gritás los perros te van a escuchar. ¿Cómo salis del pozo? – pregunta Vikingo.

    – Muerto – contesta Chester

    – No. Otra. Un poco más de optimismo. – escribe Vikingo.

    – Porque alguien te tira una cuerda – sugiere Mariana y Fabián transcribe.

    – No. No abundan tus amigos en ese territorio. Mucho más optimismo. – escribe Vikingo.

    – Este te dice que no tenés amigos y quiere optimismo – dice Alejandra – A ver... por una galería que había detrás suyo, había caído en una mina abandonada.

    Fabián transcribe.

    – No. Lo siento, no había minas en ese territorio. Más optimismo – dice Vikingo.

    – Me doy... digo, nos damos por vencido – dice Chester.

    – Pues bien, tirándote de los pelos... ja ja ja Yo pedí mucho optimismo – dice Vikingo.

    – Bueno otro... por acá no causó gracia - escribe Chester.

    – ¿Y como pensamos salir de esta, si no es con mucho,.muchísmo optimismo... tirándonos nosotros mismos de los pelos? – dice Vikingo.

    – Ah, ya entiendo – dice Alejandra – está parafraseando al Barón de Münchausen. Que salía de sus peores entuertos con magia e imaginación. Preguntale si él es amigo. Si tiene una soga que tirarnos.

    Fabían lo transcribe.

    – Una chiquitita, que no sé si pueda soportar tanto peso – escribe Vikingo.

    – Arrojala – escribe Chester.

    – Estuve leyendo las letras de nuevo. Me parece que hay un patrón. ¿Apareció el artista? – escribe Vikingo

    – Sí. La artista esta a mi espalda – responde Chester.

    – Vos dijiste que no sabías nada de Pink Floyd. ¿Es cierto? – escribe Vikingo.

    – No. Lo que dije es que no sabía mucho. No tanto como para hacer dibujos y signos que no sé lo que signifquen. – responde Mariana y Fabián transcribe.

    – O sea. Aunque no lo registres conscientemente, esos dibujos y esas letras están en tu subconsciente. ¿No? – escribe Vikingo.

    – Es posible – responde Mariana.

    – Lo que pasó fué una pesadilla. Un lugar donde se mezclan tensiones y recuerdos. Y tu forma de traducir la realidad fue esa pesadilla. Eso no es más que psicología barata. ¿No? – escribe Vikingo

    – Sí. - Dice Mariana, tengo décadas de terapia.

    – Entonces lo que hiciste no es más que un conocimiento inconsciente. Un conocimiento que no puede aflorar en forma consciente. – escribe Vikingo.

    – Me he acostumbrado a no dejarlos dentro mío, hace mucho tiempo. Pero es probable que así sea – dicta Mariana.

    – La pregunta es que tiene que ver esta pesadilla con lo que hablamos esta tarde. Pero en lugar de decirmelo ustedes, voy a tratar de elaborar una teoría por fuera – escribe Vikingo.

    – Dice Alejandra que reconsideraras tu futuro – escribe Chester

    – A por cierto aquí hay dos personas mas... – escribe Chester,

    – ... su hermano Juan y la pareja de este – escribe Chester

    – Sospecho que esa pareja es mujer... – escribe Vikingo.

    – ...“Pareja”, decís tener años de terapia, ¿conoces la obra de Mark Lukas? – escribe Vikingo.

    – No. Nadie por acá – escribe Chester.

    – Maza, nadie lo conoce. Es un marginal de Chicago... – escribe Vikingo.

    – ... quiero decir un artista marginal... nunca quiso que lo llamaran así... ese es sólo un seudónimo... él en realidad es un psiquiatra que se especializó en dibujar y pintar los terrores de sus pacientes... hasta que algo... chan chan, chan chan... ocurrió. – escribe Vikingo.

    – Si. Tratándose de Chicago, 25 muertes seriales dentro de una clínica psiquiática... – escribe Chester.

    – No. Nada de eso. Un paciente ambulatorio tenía visiones de crímenes, que luego ocurrían – escribe Vikingo.

    – Bueno... ¿y la diferencia? – escribe Chester.

    – Vamos por parte, dijo Jack el Destripador... lo primero que la policía pensó es que ese “loco” era el asesino, que contaba lo que había hecho en uno de sus ataques. Por lo tanto lo encanutaron. El tipo negó todo, por supuesto, pero se dejó detenter sin oponer ninguna resistencia. Mientras lo investigaban, se la pasaba tranquilo en su celda, leyendo el diario y escuchando la radio de un detenido contiguo. Pero a las tres horas tuvo un ataque. Pedía a los gritos a su psiquiatra. Este llegó y el loco le contó lo que estaba pasando. El psiquiatra no terminó de registrarlo para urgir a la policía a darle crédito a lo que su paciente relataba. Aunque nadie le creía, fueron al lugar que el loco decía y efectivamente encontraron a una prostituta recién despanzurrada. Los investigadores pasaron entonces de una orilla a otra del río. Uno aseguró estar en presencia de un psíquico. Sin embargo... – escribe Vikingo.

    – Sin embargo... – escribe Chester.

    – Sin embargo no era ni una cosa ni la otra. No era ni un asesino, ni un psíquico, ni tenía conexión alguna con el asesino. – escribe Vikingo.

    – Entonces – escribe Chester.

    – Entonces... sabía leer – escribe Vikingo.

    – ¿??????? – escribe Chester.

    – El “loco” tenía la rara habilidad de atar cabos de cuanta información llegaba a su cerebro. Lo que los investigadores en semanas de investigación no habían podido develar, el “loco” pudo hacerlo. Descubrió el patrón del asesino serial que cometía sus crímenes “fuera” de una clínica, con sólo leer una noticia y escuchar otra por radio. – Escribe Vikingo

    – Tramposo – escribe Chester.

    – Sí. Si no se daban cuenta enseguida. – escribe Vikingo

    – Bien ... ¿y? - Escribe Chester.

    – Bueno... primero, ¿con quien estoy hablando? – escribe Vikingo.

    – Hablamos todos, principalmente Mariana, escribo yo. – escì¥Áq

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    –¤ casa... por cierto... yo les creo – escribe Chester.

    – Bien, entiendo casi todo, menos eso de que “casi” logran matar a Mariana – escribe Vikingo.

    – La tuvieron secuestrada por tres horas, la torturaron... y otras cosas... y la dejaron por muerta... – escribe Chester.

    – Si, de acuerdo, la maldita manía de los asesinos de contar sus planes a sus víctimas – escribe Vikingo.

    – No. dicen por acá. Que nadie contó nada. Que solo la gozaban. – escribe Chester.

    – Ella “dice” que no le contaron nada. Yo le creo. Pero igual les escuchó los planes. – escribe Vikingo.

    – También niega eso – escribe Chester.

    – Mariana, ¿estabas muerta de terror? – escribe Vikingo.

    – Sí. Por supuesto – escribe Chester.

    – Veinte años de terapia te tendrían que haber enseñado que las situaciones límites exacerban nuestros sentidos – escribe Vikingo.

    – Bueno, doctor... – escribe Chester

    – Bien, entonces, Mariana, demos por finalizada esta sesión – escribe Vikingo.

    – No puede ser – dice Fabián.

    – ¿No puede ser que? – pregunta Alejandra.

    – Se fué en serio – dice Fabián.

    – Lo unico que nos faltaba,un genio loco que juega a las escondidas – se encoleriza Alejandra.

    – Bueno – dice Juan – en una de esas tuvo problemas de conexión o ...

    Chumba al perrito. El icono de Vikingo se reactiva.

    – ¿Donde estabas? – escribe Chester.

    – ¿Como donde estaba? Descansando entre sesión y sesión. Son 45 minutos, 5 para el recambio de pacientes y diez para el relax del profesional – escribe Vikingo.

    – Muy gracioso – escribe Chester.

    – Me escuchan... digo atienden mi teoría – escribe Vikingo.

    – Te atendemos – escribe Chester.

    – Punto primero. Mejor dicho punto cero. Supongo que ya, como buen cana, a esta altura no se te vaya a ocurrir usar el teléfono... salvo, por supuesto, que los quieras llamar. – escribe Vikingo.

    – Ya lo habiamos tenido en cuenta – escribe Chester.

    – También recordá que los silencios son importantes en música – escribe Vikingo.

    – También lo sabemos – escribe Chester.

    – Bien. Punto primero. Algo va a ocurrir “Uno de estos días”. Por eso se han querido sacar a una Oficial de Homicidios del medio. El tema es inminente, de otra forma no hubiera sido necesario el uso de violencia desmedida. – escribe Vikingo.

    – Acá te siguen – escribe Chester.

    – Punto segundo. Una operación, sangrienta, será llevado a cabo o esta llevandose a cabo. El responsable es un policía en actividad. Quien cree que todos son asesinos, porque él mismo lo es. “Piensa el ladrón que todos son de su misma condición”, me decía mi abuela cuando me agarraba en falta y me delataba la cara. – escribe Vikingo.

    – ¿Que operación? – escribe Chester.

    – Eso no lo sé. Quizá haya sido la muerte planificada de Alejandra. Quizá otro hecho – escribe Vikingo

    – ¿Pensás que la muerte de Alejandra fue planificada? – escribe Chester.

    – Quizá sí, quizá no. Los yutas son ustedes. – escribe Vikingo.

    – Vamos a otro punto – escribe Chester.

    – Violencia en el futbol – escribe Vikingo.

    – ¿Violencia en el fútbol? – escribe Chester.

    – Falta la última fecha del campeonato. Ya tienen detenidos a 50 barras bravas, dos días antes. “Para tranquilidad de la gran familia argentina, esos inadaptados, que han entrado a la AFA con palos y botellas con cócteles molotov, que si hubieran sido arrojadas (rotas), pudieron haber causado ingentes daños y víctimas “ La noticia es textual, el entreparéntesis mío. Esos tipos. No están guardados. Los tienen listos como ayuda extra para una operación masacre - escribe Vikingo.

    – No tenemos noticias – escribe Chester.

    – Punto tercero. Prefectura Naval detuvo a un pesquero en aguas del Rio de la Plata. Un pesquero de bandera Liberiana. ¿Que hace un pesquero de alta mar en aguas de un río? Según el diario ya ha habido problemas entre autoridades de prefectura por este hecho. Porque, según parece, lo “pescaron” fuera de aguas jurisdiccionales. Por lo tanto, luego de abordarlo, para evitar problemas internacionales, lo van a tener que dejar ir. – escribe Vikingo.

    – Parece que sabés leer los diarios muy bien – escribe Chester.

    – Eso lo dijo Alejandra... y yo lo reafirmo – escribe Chester.

    – Espero que les haya servido mi humilde opinion - escribe Vikingo.

    – Gracias, como se llama eso en tu jerga – escribe Chester.

    – Si fuera un programa se llamaría Módulo Pandora. Programas o datos que son creados para una cosa y terminan siendo útiles para otra. Hay muchos programas que se van desarrollando, pero cuando los tiempos corren. Las estrategias de las compañias no dan tiempo a revisión. Programas elefante, les llama Negroponte. Uno de los próceres del rubro. Ni siquiera están documentados. Ni tienen acceso directo. Hasta que a alguien (como un hacker, por ejemplo) se le ocurre investigar, ese trozo de programa que siempre aparece muerto en los mapeos. – escribe Vikingo.

    – Acá se entendió todo – escribe Chester.

    – Quiero decir que un programador. Adquiere ciertas capacidades lógicas de las cuales no es consciente, hasta que un día se las descubre por casualidad. Pero no le pidas que quiera ganar un partido de ajedrez. Son lógicas distintas. Ustedes usan lógica deductiva. Nosotros lógica concurrente. Eso sería a que varios de ustedes que tienen distintas pistas una tarde café por medio se sentaran a compartir ideas. Eso pasa en un programa. Casi nunca hecho por un sólo programador. Casi una catedral gótica. Y rara vez en un mismo programador. Cuando se dá. Estamos en presencia de un excepcional. Un tipo capaz de dirigir la orquesta y tocar los timbales, o de estar en las dos puntas de un subeybaja, a la vez. – escribe Vikingo.

    – Y vos sos uno de esos – escribe Chester.

    – No. Pero me gustaría. Por eso me gusta explorar el mundo de las lógicas. Lástima que soy un queso para la matemática. Justa y precisamente. Tratar de descubrir que tipo de lógicas estoy llamado a manejar mejor – escribe Vikingo.

    – Tu “información” nos fué muy valiosa – escribe Chester

    – En cuanto “tenga” más datos te los paso. Chau. – escribe Vikingo

    Alejandra se queda pensativa, cruzada de brazos, con la taza vacía de café en la mano.

    – A sea, - dice Alejandra – todo es una cortina de humo. Todo una puesta de escena. Van a distraer con un gran quilombo la atención de la gente, para entrar un enorme contrabando de drogas. Van masacrar a unos cuantos, entre ellos a nosotros, para poder moverse con libertad. Van a usar los propios medios de las fuerzas de seguridad para transportarla de un lado a otro, con la excusa de estar investigando.

    – Y necesitan que gente de homicidios corran de un lado a otro. O se tengan que esconder, como tu caso. O bien para hacerlos partícipes, o tenerlos desactivados. – termina Fabián.

    – ¿Como pudimos ser tan ciegos? – dice Alejandra.

    – Eso prueba que no son ningunos nenes de pecho – dice Fabián.

    – Entonces, Lavelli, solo es un pinche, al que simplemente le encargaron que me saquen del medio y piensa cumplir – dice Alejandra.

    – Son pescados muy grandes. No podremos con ellos. Creo que estamos definitivamente muertos. – dice Fabián.

    – Entonces, sólo nos queda una cosa que hacer – dice Alejandra – Correr por nuestras vidas.

    – Lo que es yo – opina Fabián – Pienso correr hacia adelante.

    – Sí. – dice Alejandra – Podemos hacer una llamada.

    – ¿Y mientras tanto? – pregunta Fabián

    – Dos caminos, a bien vamos al puerto o esperamos visitas – opina Alejandra.

    Fabián no lo duda y toma el teléfono. Marca el número del Comisario Giménez. Mientras piensa una charla idiota.

    – Hola – dice Giménez, con voz de dormido.

    – Hola, comisario, soy Fabián Albornoz. Quizá aún se acuerde de mí. Tengo a la Oficial Benetti refugiada en mi casa. Necesitamos su ayuda – dice Fabián y corta.

    – Bueno con eso ya nos detectaron y saben, positivamente, donde estoy – comenta Alejandra.

    – ¿Pensás que Gimenez, esta metido en el asunto? – pregunta Fabián.

    – No lo sé. Pero siempre me dió la impresión de un tipo recto. Cierto que puede ser sólo una fachada. Pero un tipo que casi pasa tres veces a retiro por pelearse con los de arriba, con lo cual perdería contacto con importantes medios logísticos, este metido en semejante bardo. De todos modos eso ya no importa. Lo único que importa es dar batalla. Ya están decididos a hacernos crepar. Tratemos de que sea al más alto precio posible. – contesta Alejandra.

    – ¿Que hacemos con Juan y Mariana? – pregunta Fabián.

    – Yo ya no puedo decidir por ellos. – comenta Alejandra – Sé que ha sido, en parte, culpa mía que estén metidos en esta. Pero no puedo ya protegerlos.

    – No tenés porque protegernos – dice Mariana, mientras es abrazada por Juan – Donde vayas ustedes, iremos nosotros. si vamos a morir que sea todos juntos.

    – ¿Bien que hacemos? De nuevo la pregunta, ¿Vamos o esperamos? – Pregunta Alejandra.

    – Bueno esperemoslos. No tenemos mucho tiempo. Debemos cargar todas las armas que podamos. Tengo una caja con un pequeño arsenal personal – dice Fabián

    – Si son más que nosotros, este no es buen bunker para resistir – dice Juan.

    – Tenés razón – dice Fabián.

    La espera no duró mucho. A los veinte minutos desde la ventanilla, usando una bazooka lanzagases, disparan perforando la ventana.

    – Nos quieren hacer salir – dice Juan.

    – Vos quedate tranquilo – dice Fabián – Que no es una granada lacrimógena.

    Fabián tenía razón. A los pocos segundo una explosión media y el fuego que sale por todas las aberturas.

    – Con lo que me costó esa casa – dice Fabián, desde el auto donde se hallaban escondidos.

    – ¿Que fué eso? – pregunta Juan.

    – No estoy seguro. Lo que sí es que simuló un estallido de gas. Debemos seguir esa camioneta, antes que la cuadrilla de bomberos venga rescatarnos y se dé cuenta que no hay nadie. Si el cálculo no me falla, teniendo en cuenta que ya están en camino, eso va a demorar unos 20 minutos. Es el tiempo de descuento que nos queda, para usar el factor sorpresa. Vamos – dice Fabián.

    Juan pone primera y hace crirriar las gomas.

    – Vamos a ver si tantas de noches de picadas en la Gaona, me sirvió de algo – dice Juan.

    – Mandaron tropa de base. Se retiran como si nada, seguro que no nos conocen. Tratá de acercarte sin que se den cuenta – dice Fabián.

    – Vos fumá. Parece que toman para el lado de Juan B. Justo. ¿Hacia donde van? – pregunta Juan.

    – Buenos Aires es muy grande... ¿que hacés? Se van a dar cuenta – dice Fabián.

    – Vos dejame a mí – dice Juan.

    Pone su camioneta a la par, por la derecha, una vez entrados por la ancha avenida, acelera y luego los espera.

    – Señal de desafío – le dice Juan.

    – ¿Cómo? – dice Fabián.

    – Que crean que le queremos correr hasta el próximo semáforo – dice Juan.

    El conductor lo mira Y acepta el desafío.

    – Buena señal – dice Fabián – Se sienten seguros. Camino de regreso. Dejá que te alcancen y se pongan a la par.

    La otra camioneta los alcanza. Juan les hace Fuck You, con el puño izquierdo.

    – Correte – grita Fabián.

    – Juan baja la cabeza contra el volante y Fabián le dispara y le dá al conductor, quien pierde el control y se estrella contra una columna. Juan frena su camioneta. Fabián se acerca al otro que salío despedido y cayó contra el asfalto.

    – Dice Lavelli que no quiere testigos – le dice Fabián.

    – ¿Por... porque? – dice, muy mal herido el joven – Nosotros hicimos bien el trabajo.

    – Todo trabajo tiene un final – le dice Fabián – O acá o si te escapabas, cuando volvieras. Yo también tengo que hace el mío, pero debo llevar tu cuerpo a la...

    – No. A la bodega no... – le dice el pibe.

    – ¿Cómo a la bodega? Me habían dicho que... – le dice Fabián.

    – A la bodega de Giol. No vuelvas, que te la van a dar a vos también – le dice antes de morir.

    – Salgamos de aquí – le dice Fabián, mientras sube con dificultad.

    – ¿A donde? – dice Juan.

    – Tanta espera y eran vecinos míos – dice Fabián – dame el teléfono. Vamos a ver si la cadena de comunicación funciona.

    – Hola – atiende Alejandra.

    – No se muevan ligero, esperenos debajo del puente, que ya las recogemos – dice Fabián, y vuelve a cortar.

    Dos minutos después las recogen.

    – Vamos al aguantadero gigante – les dice Fabián.

    – Que, ¿a Fuerte Apache? – dice Alejandra

    – No, un poco mas cerca – dice Fabián.

    – Estaremos en clara desventaja – le dice Alejandra, mientras se acomoda en su asiento.

    – No existe un lugar donde no sea así – le responde Fabián.

    – Bien. Vamos – dice Alejandra.

    La silenciosa maquina se estaciona en una esquina. Juan y Fabián, observan como una mujer es interceptada por tres sujetos, que estaban de guardia apoyados sobre un auto semidesarmado. Pronto la rodean y comienzan a toquetearla.

    – Naturaleza de escorpión. Es mas fuerte que ellos – dice Fabián – Vamos.

    Antes de que los distraídos en la fiesta, se dieran cuenta, Alejandra les acierta desde cuarenta metros, con su larga arma silenciosa. Llegan rápidamente hasta el lugar, con Fabián siempre retrasado.

    – Espero que no tuvieran SIDA – dice Mariana, bañada con la sangre de sus abusadores, que yacían a sus pies.

    Fabián apoya su espalda en el auto desarmado y dispara contra la puerta.

    – ¿Que es eso? – le dice Alejandra que no reconoce la escopeta.

    – Fabricación casera – le contesta Fabián – Adentro.

    Aprovechando la oscuridad, polvo y humo, los cuatro se internan en la mole derruída.

    – Me extraña que otro comité de bienvenida no nos venga a recibir – comenta Alejandra.

    – Dales tiempo – dice Fabián, que ya se encontraba tapado por un montón de cartones y trapos viejos.

    Tres hombres armados y bien vestidos, salieron hasta la calle. Vieron los muertos, uno corrió hasta la esquina y volvió. Deliberaron entre sí. El que parecía comandarlos, guardó su arma en la zobaquera. Esa fue la oportunidad que esperaba Alejandra que, desde atrás de una columna de metal abulonada les comenzó a disparar.

    – Carajo – dijo Alejandra a pesar del rotundo éxito.

    – ¿Que te pasa? – le dice Mariana, en cuclillas, hecha un bollo, detras de los oxidados esqueletos de antiguos cajones de vino.

    – El silenciador siempre desvía las balas. No pegué uno sólo donque apunté. – le contesta Alejandra con sesido de serpiente.

    – A buena hora me lo decís – le replica Mariana.

    – Vamos a tener que comenzar a hacer ruído – dice Fabián desde algún lugar de por ahí.

    La pila que escondía a Mariana se derrumba. Obligándola a buscar otro refugio.

    – Esa no era nuestra idea de ruido– le dice Alejandra.

    – Yo no hice nada, se cayó sola – dice Mariana que salta y se mete dentro de una pileta, levantando un nube espesa de mosquitos.

    – Repelente, mi reino por un repelente. – dice Mariana – Soy alérgica.

    – Te aseguro que las ronchas de una 38 son más grandes – le dice Alejandra.

    – ¿Vamos a quedarnos aquí toda la noche? – dice Juan, que se encuentra pegado contra unos panel de aglomerado y ve elevarse una nube de camikazes.

    Entre las sombras ven deslizarse a Fabián, que se movía más rápido con sus codos que con sus piernas, hasta alcanzar una escalera de metal. Por donde bajaban otros tres. Fabián hace un barrido con su ametralladora y baja a dos. El tercero, vuelve otra vez, con desesperación, hacia arriba y corre a través de un puente con barandas que lleva al único reflejo de luz.

    – Se acabó el efecto sorpresa – grita Fabián.

    Alejandra sube rápidamente la escalera, agazapada y viendo como un encegecedor punto de soldadura revienta en un parante. El sonido la deja con zumbido en el oído izquierdo.

    – ¿Cuantos serán? – pregunta Juan, que tenía un arma, para él desconocida. en la mano.

    – Dos. – le dice Fabián.

    – Mentiroso – le grita Alejandra, que se encontraba arrodillada en posición de tiro frente al reflejo de luz. – Y el que buscamos, es mejor tirador que yo... si es que está allí.

    El panel que escondía a Juan, cae en efecto dominó, obligándolo a tirarse al piso, justo en el mismo momento que alguien dispara en todas direcciones, hacia abajo, desde el rincón opuesto de la baranda.

    – Gracias por espantar los mosquitos – dice Alejandra, quien gira 180 grados, rigida como una veleta de molino, dispara y le hubiera pegado en medio del pecho, de no ser que una oscura barra de metal, que sostenía el puente, no se hubiera interpuesto.

    La cara del matón, primero de sorpresa, se ilumina al ver la figura de Alejandra, que comenzó a huir, tratando de alcanzar algo en que parapetarse. Pero los disparos no le dieron porque cayó tres metros abajo sobre el techo de un viejo tonel de acero. Juan sin pericia disparó una y otra vez, en un intento de cubrirla. No acertó ni un solo disparo y fué descubierto por el francotirador que le apunta y cae alcanzado por un disparo de Fabián en la boca.

    – Así, nene, así – le dice Fabián, mientras Juan observa como cae un hilo de sangre a tres metros de él.

    – Como me revientan los que se las saben todas – dice Juan, a modo de extraño agradecimiento.

    – Me parece que son dos en serio – vuelve a gritarle Fabián a Alejandra.

    – No. Están preparando el postre – opina Alejandra, que vuelve a trepar por una baranda hasta el puente.

    – A ver vos, Mariana, encendé tu computadora de busqueda de objetivos – Bromea Fabián, mientras ella sale de su húmedo escondite.

    – Te lo dije, las bañeras no son para mí – contesta Mariana, sin poder dejar de rascarse.

    – Basta – dice Alejandra, en un ataque de impaciencia. Y avanza hacia la luz.

    – No abuses de tu suerte – le dice Fabián – estos tienen municiones como para bajar hasta a nuestros ángeles de la guarda.

    – Bueno que se pongan a rezar por nosotros – dice Juan, que trepa, corre hasta el muerto que había querido hacerlo fiambre y toma su ametralladora.

    – Y a este – dice Alejandra – de donde le salió tan repentino acto de arrojo y sorpresiva fe.

    – Un angelito negro, con una magnum 44, me lo dijo al oído – le dice Juan, que comenzaba correr entre hueco y hueco hasta la posición de Alejandra.

    – Como es posible que no nos hayam acertado todavía – dice Mariana.

    – Porque está oscuro y están todos dados vuelta – dice Fabián – la cocaína, te da valor, pero dilata las pupilas y te quita todos lo reflejos. Estos le tiran a todo lo que ellos creen que se mueve. Germánico los hubiera sacrificado.

    – ¿Quien mierda es ese? – dice Juan.

    – El padre de Calígula – contesta Fabián.

    – Ah claro, lindo hijo... y la puta madre que me parió... – dice Juan.

    – Che, respeto, si tuvieramos la misma madre ya te hubiera disparado. ¿Que te pasó? – grita Alejandra.

    – Esto a Schwarzenegger no le pasa. Me clavé un clavo en la palma de la mano. – Contesta Juan.

    – Viste – le dice Mariana – yo te decía, que los libros son más confiables. Bueno, entonces sacate la piel falsa y avanzá hacia ellos, mi robotito.

    La charla se ve interrumpida cuando un grupo de cinco corre hasta Alejandra, disparando a mansalva. Pero no pudiendo hacer pie. A causa del ingobernable retroceso el primero tropieza y cae por sobre la baranda, y el fuego cruzado de Fabián y Alejandra se encargan de los otros cuatro.

    Billete de loto premiado, regalo – dice Fabián – con esto estoy hecho. Ni tu amigo, Juan, puede tener tanta fortuna, ya a esta altura de la película...

    – No lo digas – le grita Mariana. Espero que no sean tantos como los mosquitos que me estan dejando sin sangre.

    – Ofreceles la del vestido – le dice Juan.

    – Ya les dije, pero ellos dicen que no, prefieren sangre con Diazepan a que con cocaína. – contesta Mariana – Son más inteligentes que nosotros.

    – Voy a pensar en no ofenderme – dice Juan, desde las sombras – si me acusan de tener inteligencia de mosquito.

    Una luz roja comienza a recorrer como moscardón todos los espacios.

    – A la gordita – grita una voz.

    Mariana recibe un disparo en el muslo.

    – Tiene mira infrarroja – grita Fabián – fuego a discreción. Ese no es Navelli.

    Una cerrada carga desde tres direcciones, vuela en pedazos la puerta desde donde vino el disparo, pero nadie se quejó.

    – Te voy a ver convulsionar como a González – dice la voz, mientras le ilumina el pecho a Alejandra.

    Alejandra levanta su arma y dispara. La bala entró a través de la mira y atravesó la cabeza de su pretendido fusilador.

    – No te enseñaron que nunca hay que delatar la posición de tiro – dice Alejandra.

    Nuevo silencio.

    – ¿Donde estás maldito? – grita Alejandra impaciente.

    – Perra, te voy a hacer tragar tu propia sangre – grita por fin Navelli, que aparece de improviso, tomando el arma del muerto y apuntando el láser hacia Juan.

    Alejandra apunta y le da en la muñeca derecha.

    – Puta de mierda, tenés más vidas que una gata – grita Navelli, que acusó el disparo.

    – Esta gata te va a cortar la cabeza – grita Alejandra – no voy a salir viva de aquí, pero vos tampoco.

    – Me tuve que haber asegurado que no respiraras, como tu amiga Claudita – le dice Navelli.

    – Vos, vos... tuviste algo que ver... – le grita Alejandra.

    – Por supuesto, fue mi primer trabajo especial – le dice Navelli, para desequilibrarla emocionalmente.

    – ¿Pero, porque? – dice Alejandra.

    – A, no sé. Ordenes son órdenes, yo tampoco nunca lo supe, pero obedecí como buen mercenario – dice Navelli.

    – ¿También te dieron la órden de matar a González? – pregunta Alejandra.

    – No, esa órden la impartí yo. Uno crece. – dice Navelli.

    – Por eso sólo te voy matar – dice Alejandra.

    – ¿Con que poco te conformás? – le contesta Navelli, parapetado en las sombras.

    – Con matarte me será suficiente – dice Alejandra.

    – Si me matás pronto, no te vas a enterar de tus “papis” – contesta Navelli.

    – ¿Que de mis papis? – pregunta Alejandra.

    – Ah, los muertos no pueden hablar, esa verdad será mi rehén – le dice Navelli

    – Esa mentira no te va a salvar – dice Alejandra.

    – Mentira , ja... ¿No sabés que los condenados ya no tienen necesidad de mentir? Yo sé que darías la vida por esa verdad – dice Navelli.

    – Callate, hijo de puta – grita Alejandra, disparando al bulto, sin sentido, hasta clickear en falso.

    – Pero caramba, - dice Navelli, mientras le iluminaba la frente – la señora se quedó sin balas. ¡Que todos tiren sus armas!

    – No – grita Alejandra – No le hagan caso. Me va a matar de todos modos.

    – Sí. Tenés razón, – dice Navelli – voy a reducir mis demandas exageradas. Que sólo dejen de apuntarme. Bah, desde esa distancia, uno sólo es capaz de acertarme. Salí Fabián, piedra libre.

    – Sangre, sangre – le dice Mariana, casi sin voz, que comienza a arrastranse hasta el centro del patio interior.

    Navelli, baja un inerruptor con el codo derecho y la luz de mercurio comienza a mostrar los contornos.

    – Pero, quien diría, esto ya parece el Jardín Botánico, lleno de gatas, mal cogidas y abandonadas – dice Navelli, sin dejar ni por un momento de apuntarle a la frente a Alejandra.

    – Ahora ya ganaste – dice Alejandra – ya me tenés. Dejalos ir.

    – No, no, no, no, mi querida fallida subcomisaria – dice Navelli – ahora sí me vinieron ganas de contar.

    – ¿Contar que? – dice Alejandra.

    – Contarte. No es bueno que uno llegue al infierno engañado. – dice Navelli.

    – No te gastes, no creo en el infierno – dice Alejandra.

    – Ah entonces, yo también me quedo más tranquilo. Pobre Lucifer, deteniendo nuestros tiroteos entre las calderas – le contesta Navelli.

    – Contá y dejá de hacer chistes que nadie festeja – le dice Alejandra.

    – Ah, mira vos, ustedes sí y yo no – le dice Navelli.

    – Al menos nos reímos de nuestros chistes malos entre nosotros. Vos ya no tenés quien te los escuche – le dice Alejandra.

    – Cierto. Pero tropa barata se encuentra enseguida – dice Navelli.

    – Dale que está por amanecer y el cementerio abre a las nueve – dice Alejandra.

    – No fue accidente – dice Navelli.

    Eso siempre lo supe, pero no me lo pude explicar – dice Alejandra.

    – Tu papito era un idealista perdedor – dice Navelli.

    – No conozco a un sólo idealista que sea perdedor, ellos siempre están al tope de sus sueños – dice Alejandra.

    – Como me rompen las pelotas la gentre como vos. Un poco tarde pero: Bienvenida a la Máquina, al mundo real y concreto. – dice Navelli.

    – ¿Cual, el de tus sueños líquidos? – dice Alejandra – Mirá como quedaron tus soldaditos de plástico.

    – Vos sí que no sabés disfrutar la vida, que le hace al mundo un soldadito más o uno menos – dice Navelli.

    – Sí y unos cuantos adolescentes menos en Nueva York, Buenos Aires o San Pablo – dice Alejandra.

    – ¿Sabés lo que les pasa a los salvadores como vos? Terminan crucificados. ¿Sabés porque? Porque el mundo no es de ellos. El mundo es de quienes aprenden, a tiempo, de que el mundo fué y será una porquería. No lo escuchaste a Discépolo – dice Navelli.

    – ¿Porque? Navelli ¿Porque? Mi viejo no estaba metido en nada. – dice Alejandra.

    – Cierto. Pero tu madre, sí – dice Navelli.

    – ¿Mi madre que? – grita Juan, desde el piso.

    – No tu madre, infeliz. Elisa, la madre de esta puta. – grita Navelli gozándolo.

    – Fué tu madre la que pagó para que arreglaramos ese coche – dice Navelli.

    – ¿Cómo mi madre? ¿Porque mi madre? – dice Alejandra – Yo tenía que ir en ese auto.

    – Tu medio hermanito también debería estar, pero te salvó la vida. Este infeliz, que debe estar mirándome sin entender nada. Que no volvía de la plaza. Y vos siempre defendiéndolo, que lo ibas a buscar, no subiste al auto. Para ir al cementerio de Flores, a llevarle flores a la madre de Clelia, como todos los viernes. Que vida complicada la de tu viejo, con las mujeres. Su tercer esposa, acomodándole el florero a la primera. Eso casi no se entiende – dice Navelli.

    – Segui – dice Alejandra.

    – La rutina mata al hombre. Todos los viernes exactamente a la misma hora... – dice Navelli.

    – Era la hora en que Clelia murió – interrumpe Alejandra.

    – Ah, la rutina, hace al hombre previsible y vulnerable. Fue tan simple. El siempre pasaba en cuanto la barrera que daba paso al rápido se levantaba. Fué tan fácil instalar un dispositivo que acelerara a la hora exacta ese auto y bloom – dice Navelli disfrutándolo.

    – ¿Porque mi madre? Puto de mierda. ¿Porque? – gritó Alejandra.

    – Porque tu padre era un perdedor. Pero la madre de Juancito tenía una herencia que tendría que cobrar, en cuanto él fuera mayor. Su abuelo nunca le perdonó haberse juntado con un separado. Tu madrecita lo supo, porque le llegó el informe de un amigo desde un banco. Pensó que, si todos estuvieran muertos, con algunos arreglos y generosa coima en dinero y en especies, pasaría a sus manos. Salvo, por la mala fortuna de que un chico se quedó a jugar un rato de más en una plaza. Pero, cómo él no lo sabía, era sólo cuestión de tiempo. Primero se ocuparía de vos. Y después de él. – le dijo Lavelli.

    – ¿Y? – dijo Alejandra.

    – Y ese momento por fin ha llegado. – dijo Navelli, ahora mirando fijamente la luz de la frente de Alejandra.

    – ¿Donde estás Juan? – gritó Navelli

    Juan cayó de rodillas, casi entregado.

    – Dale. Animo, que el banco abre a las 10 y debo presentar los certificados de defunción. Bueno, primero comencemos con la gata. ¡Juarez!, vamos, a terminar con esto

    El disparo le pegó a Alejandra en el hombro. Navelli largó el arma, para elevar sus manos. Un alambre le cruzaba el cuello. Una sombra comenzó a tirar con más y más fuerza. Antes que los brazos de Navelli pudieran tratar de tomar las manos de quien lo atacaba, el alambre volvió a estirarse y la cabeza de Navelli cayó 6 metros hasta incrustarse contra el piso.

    – Juarez, ¿Que hacés acá? – le dijo Alejandra.

    – Hace dos meses que Gimenez me dijo que me infiltrara.- responde Juarez.

    – ¿Pero porque lo mataste de esa forma? – pregunta Alejandra.

    – Yo, no fuí. ¿Usted me vio? No, fué Juan. Mire como le sangra la mano. – dice Juarez.

    – No. Te entiendo Juarez – dice Alejandra.

    – Dos cosas. Primero ponga un cargador nuevo a su arma. Que yo salga con vida depende de lo que usted haga con ese arma. – dice Juarez.

    – Tranquilo Juarez – dice Alejandra, mientras recarga.

    – ¿Puedo estarlo? – repite Juarez.

    – ¿Derecha o izquierda? – pregunta Alejandra.

    – Izquierda – dice Juarez, cerrando los ojos.

    Alejandra le dispara al muslo izquierdo y corre a ayudarlo.

    – Mierda – grita Mariana - ¿Que... que pasa?

    – No puede salir de acá ileso. Si lo hace es hombre muerto – explica Alejadra – ¿Segundo?, Juarez.

    – González era su compañero de móvil. Pero de mi, era mi mejor amigo. Estabamos acobachados y no me enteré hasta recién que este lo mandó a matar. Mandó a matar a cinco personas sólo por apariencias – dice Juarez.

    – ¿Que vas a hacer? De ahora en más no vas a estar seguro en ningún lado. Ser doble agente es doble de peligroso. – dice Alejandra.

    – ¿Acaso ustedes van a estar mejor? – dice Juarez – Vayan, desaparezcan. “Nosotros” contamos con muy buenos médicos.

    – No. – dice Fabián, levantando el cuello – venite con nosotros.

    – Oficial, ¿Usté cree que este gil gobernaba algo? No. Acá no pasó nada. Dentro de quince minutos, esto se va a llenar de patrulleros y periodistas. Eso es lo que andan buscando. Teatro, mucho teatro. Pero, de todos modos, yo que ustedes, no volvería nunca más a una botonera – dice Juarez.

    – Gracias, te debo una – le dice Alejandra.

    – No. Usted no me debe nada. A la memoria de González. Chau, rajen de una buena vez. – dice Juarez.



    Amalgama
    Todos tienen algo que ocultar

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    F29






    Todos tienen algo que ocultar excepto yo y mi mono.


    Alejandra comienza a bajar la escalera con mucha dificultad. Fabián estaba ayudando a Mariana, quien no parecía preocuparse de su herida. Juan corre a ayudar a Alejandra.

    – Debemos salir rápidamente – dice Fabián, cuando observa la extraña tranquilidad de sus compañeros.

    Salen a la calle. Llegan a la camioneta y se van como si nunca hubieran estado.

    – Se puede saber que les pasa a ustedes – dice Fabián.

    – Hemos pasado una situación muy traumática – le contesta Mariana.

    – Sí ya lo veo. El haber recibido tan sólo dos disparos es una clase de milagro. Pero aún no estamos libres. En cualquier momento nos pueden cazar como pájaritos. – dice Fabián

    – Fabián, ¿Vendrás con nosotros? – le pregunta Juan.

    – ¿Acaso nos queda otra alternativa que seguir juntos? Yo no tengo donde volver. Ustedes creo que tampoco – dice Fabián.

    – Bien, entonces... Juan, pará en el próximo teléfono público – dice Alejandra.

    – ¿Qué pensás hacer? – le dice Fabián, intrigado.

    – En principio, aprovechar la confusión para contactarme con Gimenez. Si Juarez no nos mintió, y no creo que haya sido así, Gimenez está afuera. Creo que puedo confiar en él para algunos arreglos. Segundo, como bien decís, no podemos volver a mostrar nuestras caras. Deberemos cambiar de paisaje – dice Alejandra.

    – Si, claro... – intenta decir Fabián

    – Si a Bruce Willis le sale... – dicen a dúo Mariana y Juan, mientras Alejandra corre a una cabina de teléfonos.





    Tres meses después en algún lugar


    (que no pensamos decir, para no informar a algún posible lector, con posibles contactos narcos).



    Ninguno se ha acostumbrado aún a sus nuevos nombres. Alejandra acaba de cometer otro fallido.

    – Sin embargo – dice Angela (Mariana) – debemos tener en cuenta que de hecho hemos tenido otros nombres en el pasado

    – Sí, pero es mucho para mí. He firmado miles de informes con mi viejo nombre y aún lo sigo haciendo. Es como cuando uno cambia de año e insiste en poner el viejo, o la dirección de nuestra anterior casa – contesta Cristina (Alejandra).

    – Bueno, yo no hecho mucho con mi viejo nombre. Es de esperar que este lo use un poco mejor.- dice Roberto (Juan), mientras besa el ombligo de Ángela, que día a día, va quedando más fuera del pantalón.

    Ninguno ha vuelto a trabajar en lo mismo que antes. Cristina pudo emplearse como profesora de inglés. Ángela volvió a sus clases de yoga. Juan pudo comenzar a darle uso a su vieja aficción, y una radio local, le dio empleo como diagramador de un programa de entretenimientos, basado fundamentalmente, en conocimientos de cine y tv.

    Enrique (Fabián) fue quien más reacio y retraído estuvo estos meses. No le ha sido fácil encontrar empleo. Un empleo que no hablara de su buena puntería y su habilidad para el combate cuerpo a cuerpo. Pero, vaya uno a saber porqué, encontró trabajo como acompañante terapéutico, para la recuperación física y anímica de accidentados de columna.

    Todos los sábados, sin embargo. Hacen una rigurosa excursión al bosque, donde se internan casí dos kilómetros hasta la cabaña. Allí en el bucólico solar, Ángela y Roberto son largamene entrenados en el uso de distintos tipos de armas.

    Las armas quedaron en el pasado... pero uno nunca sabe.

    En medio de la tarde. Ángela y Roberto se encontraron solos. Sus instructores habían desaparecido misteriosamente. Roberto tuvo una expresión de angustia. Ángela en cambio lo tomó con más calma. Lo tomó de la mano y caminaron sigilosamente detrás de la cabaña. Ángela espió por una ventana.

    – Están ahí – dijo Ángela.

    – ¿Que están haciendo? – preguntó Roberto.

    – Escribiendo una novela... – contestó Ángela.

    – ¿Cómo, escribiendo una novela? – vuelve a preguntar Roberto.

    – Sí... Lady Godiva...





    Fin fin.



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    Hey Bulldog


    Gabriel dobló la esquina con un grito de triunfo. No sabía porqué, pero había ingresado al mundo secreto de los adultos por una puerta que nunca hubiera imaginado. Pero saber que saber es peligroso, también lo dejó preocupado.

    Pronto se preparó para hacer todo lo que le había contado a Fabián. Por suerte contaba con una libertad poco común para su edad. No era indiferencia la de su madre.

    Desde el mismo momento que decidió tenerlo, en la soledad del ostracismo familiar. Supo que sería un hijo distinto. Aquella pareja, irresponsable y díscolo, pronto cambió de rumbo y tanto sea por amor, que por porfiarle a la vida, Gabriel creció en un hogar donde la libertad y la verdad eran las palabras más importantes.

    No es lo que vio Gabriel, en la encumbrada familia de su madre, donde todo se escondía en una máscara de sonrisas. Donde si las señoritas te sonreian, era porque te despreciaban. Un movimiento de los músculos de la cara, para no percibir el olor nauseabundo que despedías.

    Era muy chico para rescatar, entre tanto decorado, a su prima Mirta. Otros se encargaron de ello. La llevaron desde el purgatorio hasta un cielo falso. Todavía podía recordarla. Aún permanecía en su memoria su última hora. La última hora de una chica de 16 años.

    Él no sabía que era lo que la estaba haciendo vomitar espuma, ni porque se retorcía por el piso tomándose el pecho. No sabía lo que era un parte de defunción, ni lo que significaba “Complicaciones Cardiorespiratorias”. Claro, él era apenas un chico. Él tuvo que crecer, para interpretar lo que es morir de una sobredosis. Lo que es maquillar a un cuerpo, que contaba con 10 kilos por debajo del peso de un año antes. Que ya la habían prostituido, para poder pagar los sobrecitos.

    Gabriel llegó a su pieza. Preparó el bolso. Cargó su diskman y unos cuantos mp3. No tenía clara idea de donde viajaría esa noche. Lo decidiría, como siempre, en la terminal de omnibus. Salió a la calle, en busca del primer bondi hacia Retiro.

    Sin embargo su alegre periplo se vio interrumpido cuando desde un patrullero de la federal alguien le chista. Como no tenía cola de paja, ni culpa alguna, no se percató de la interpelación. Tuvieron que ser más expresos.

    – Che, vos, maricón de mierda – le gritaron.

    Gabriel intuyó inmediatamente, que se hallaba en tierra enemiga. Al no recibir el trato, falsamente cortés, con el que se dirigen a un simple transeunte o sospechoso. Ignoró el llamado y siguió con su paso firme y despreocupado. Sólo cuando vio a un bulldog de uniforme, abandonar el móvil, apuntarle y cruzarsele en el camino, se dio formalmente por enterado.

    – He, que pasa, man. – dijo Gabriel, quitándose los auriculares.

    – Pasa que nos vas a tener que acompañar – le dijo, el que le apuntaba.

    – ¿Por qué? ¿Qué, me afané algo? – pregunta Gabriel.

    – No te hagas el pelotudo que sabemos donde estuviste esta tarde – le dice sin dejar de apuntarle.

    – ¿Qué? ¿Dónde estuve? Estuve en la casa de un alumno dándole clases como siempre. No sabía que no entregar boleta y no tener CUIT fuera un delito tan grave como para detenerme a los caños. – le responde Grabriel, quien sin embargo sube al patrullero.

    Ya en el interior, se da cuenta que no todos llevaban uniforme. Al civil lo conocía bien, demasiado bien.

    – ¿Que pasa nene? – le dice el civil.

    – Nada. Estoy esperando que por lo menos me expliquen que esta pasando. -–contesta Gabriel.

    – Mirá que el mundo es chico – le contesta con ironía el civil – tantos años de no vernos y encontrarnos en tan mala situación. Ahora medís casi el doble.

    – ¿Y vos? ¿Seguis haciendo enterrar gente inocente? – le repreguntó Gabriel.

    – Buá... ¡pero que rencoroso! Esa fue una mala partida. Sabés, de ves en cuando pasa. Hay que conformar a todos los clientes. Algunos muchachos estiran mal la mercadería. – le responde.

    – Supongo que no me habrás interceptado, sólo para contarme esa idiotez. ¿Ellos también son de mentira como vos? – pregunta Gabriel.

    – Ufff... los tiempos cambian... ya no hace falta usar disfraces... el envase original, ahora es más barato que la imitación. – le contesta.

    – Originales fallados... – replica Gabriel, que ya había hecho sucumbir su miedo en manos del odio.

    – Esta bien, nene. Se hace tarde. Veo que te vas de viaje, quizá, suponemos por acá, estás de paloma mensajera. – le contesta el civil.

    – Mirá... ah... ahora me acuerdo... Lalo... Lalo era tu nombre... estaba haciendo memoria y no podía acordarme... yo no soy paloma de nadie – le dice Gabriel.

    – Entonces, si no sos paloma, sos palomar – le dice Lalo.

    – Digamos...- le dice Gabriel.

    – ¿Tenés algo en el palomar? – le pregunta Lalo.

    – Creo que sí. Pero no soy tan tonto. Sé lo que vale para vos, lo que yo escondo. Aunque sé que no tenés palabra alguna, te lo puedo entregar a cambio de mi propia vida. Salvo, claro, que yo sea más importante para vos de lo que yo creía – propone Gabriel.

    – Yo creo que vos, no tenés nada que ofrecer a cambio. Vos dame lo que yo quiero y después veo. Si la úlcera deja de joderme, puede que tenga ganas de soltarte – le dice Lalo.

    – Esta bien. Trato hecho – le dice Gabriel.

    – Eso se llama ser un tipo inteligente. Ya casi se empezó a calmarseme la acidez – le dice Lalo.

    – Es que sos un tipo convincente para negociar – le dice Gabriel.

    – De esto se trata este negocio. ¿Adónde vamos? – le pregunta Lalo.

    – Adonde vos dijiste – le contesta Gabriel.

    – ¿Cómo adonde dije yo? – le dice Lalo.

    – Ah, pensé que era un juego de palabras, el tuyo. Pensé que ya sabías a donde teníamos que ir. – le dice Gabriel.

    – No te entiendo, pibe – le dice Lalo.

    – ¿Seguro que no me estas cachando? – le dice Gabriel.

    – No. Dale largá el rollo – le dice Lalo, con una calma inaudita.

    – A la casa de mi abuela. Donde murió Mirta. En Ciudad Jardín. – le dice Gabriel, como mostrando 33 de mano.

    – Ah, claro, si – dice Lalo, tratando de disimular su falta de luces – la casa de tu abuela.

    – Bueno – dice Gabriel – vamos con esta unidad o tenemos que realizar un trasbordo.

    – Humm... dejame pensar – dice Lalo.

    – Si los muchachos quieren venir no hay problema, son bienvenidos. Mi abuelo solía tener una gran estima por estos uniformes. Claro, eran los tiempos en que el vigilante tomaba mate con los vecinos, según me contaba. – dice Gabriel.

    – Esta bien acompañemoslo los tres. Cambiémonos a un móvil civil – le ordena Lalo al conductor.

    Una media hora después, el viejo Falcon repintado estacionaba frente a una vieja casona, aparentemente abandonada.

    – ¿Es aquí? – pregunta Lalo.

    – Claro. ¿O ya te olvidaste? – le dice Gabriel - ¿Te acordás de mi tio Lucio? ¿Ese que habia quedado tocado durante la crisis de los misiles cubanos? – le dice Gabriel.

    – Es que en tu familia los tocados son unos cuantos, pibe – le dice Lalo.

    – Bueno, calmate, que vas a ver la sorpresa que nos tiene deparada la locura del tío Lucio. Ni te la podés imaginar. – dice Gabriel, mientras corre la vieja puerta oxidada, ganada por las enredaderas.

    – Lo que más me sorprende es el olor a humedad. pis y mierda de gato – le dice Lalo, que ya estaba desenfundado su pistola, para meterle un tiro en la nuca, si era todo una mentira.

    – Vos, fumá y seguime – le dice Gabriel, que desataba el nudo de una gruesa cadena, atravesada en una puerta sin vidrio.

    Gabriel los conduce hasta una tapa, que conducía a un sótano. Al quitar la tapa de madera podrida, se descubre una gruesa puerta maciza y sólidos burletes, con tres candados de clave numérica. Gabriel los abre sin dificultad. Bajan por una larga escalera de cemento. Gabriel baja un interruptor y se encienden luces de emergencia.

    – Saben – les dice Gabriel – esto esta hecho a prueba de radiación. Esta acondicionado para resistir durante seis meses. A ver... disculpame... he vos... cerrá la puerta... fuerte... eso... no se puede abrir esta, si aquella está abierta. Es para evitar que se infiltren desconocidos.

    Al llegar, Lalo queda sorprendido. Tres camas. Una vieja heladera. Un microondas. Un baño. Radio. Televisión. Una sala para ejercicio físico. Estaba a punto de guardar su pistola cuando Gabriel, recostado con la nuca contra la pared, le guiña un ojo, para que descubra lo que hay detrás de la otra puerta.

    Lalo, abre la puerta, enciende la luz y sólo vé un esqueleto humano, vestido en elegante ropa de calle.

    – ¿Que significa esto? – dice Lalo encolerizado.

    – ¿Cómo que es eso? ¿No te saludó el tío Lucio? – dice Gabriel.

    – ¿De que tío Lucio me hablás? – dice Lalo, ya alterado.

    – Ay, no... no me digas... ¡por Dios!... no me digas que los cálculos del tío Lucio estaban errados... a ver... ¡ay, la puta madre!, la heladera casi vacía... con razón no volvió... se murió de hambre antes de poder volver a abrir el bunker... pobre... si parece el fantasma de Canterville... – dice Gabriel, mientras tres armas lo apuntaban.

    – Decime que significa esto o quedás acá mismo – le dice Lalo, sin atreverse, sin embargo, a dispararle.

    – Significa, que esas puertas estar programadas para abrirse recién es seis meses. Significa que hoy le prometí a un amigo hacerme de uno, aunque más no fuera un solo narco y la suerte me trajo tres. Significa, que si me matás ahora, vas a tener que convivir también con mi cadaver y no estamos en la Cordilera de los Andes, no me puedo conservar para ser tu alimento. Significa que el habitáculo tiene ventilación para una sola persona, para evitar al máximo la entrada de aire irradiado y eso implica que, entre otras cosas, no es conveniente usar las armas, el humo provocará grandes irritaciones respiratorias. Significa que, o bien te calmás y disminuís la capacidad de tus pulmones para tratar de durar más o matarte para no sufrir más. – le dijo Gabriel, tranquilamente.

    Lalo intentó nuevamente dispararle, pero nuevamente lo dudó y se contuvo.

    – A ver, busquen como salir de acá – Ordeno a sus bulldogs.

    Estos comenzaron a buscar, pero no encontraron nada. Uno comenzó a dispararle a la puerta y pronto los tres hicieron lo propio, hasta agotar sus municiones. La puerta blindada no cedió. El humo se estacionó en la habitación, comenzaron a toser y se refugiaron en la sala de ejercicios. Como el humo los seguia, cerraron la puerta para aislarlo.

    Gabriel, mientras tanto, aprovechó la confusión, fue a saludar a su tio y se acostó a su lado. El agujero en el parietal derecho, mostraba por donde habia entrado la bala. Todos en la familia sabían que, tarde o temprano, su depresión culminaría de ese modo. Pero en un acuerdo tácito, dejaron que la vieja casona fuera su cripta personal. Gabriel tomo el arma, que luego de cinco años, estaba mohosa entre los huesos de su mano derecha. Le pidió permiso y corrió el pequeño catre. Se recostó en su sombra y tiró de una palanca que había, escondida a una primera inspección, por el catre. No cedió.

    Pensó, Gabriel, que al fin de cuentas, compartiría la suerte de su tío. Pero de pronto pensó en sus sueños de graduación en sistemas. Volvió a tirar de la palanca con mayor fuerza y esta vez sí cedió. El mecanismo ideado por la paranoia del tío, de encerrarse pero tener un escape desesperado, hizo que Gabriel cayera en un nuevo sótano. Cuando el peso de su cuerpo, que rodó por el piso, dejó de sopesar la tarima, esta se volvió a catapultar hacia arriba. Gabriel estaba a oscuras. Pensó que, al menos, no tendría que compartir la misma tumba que los otros.

    Los otros ya se habian percatado de su ausencia, pero momentaneamente lo habián pasado a segundo plano, seguian en la busqueda frenética de la salida. Comenzaron a sospechar que todo lo que Gabriel les había dicho, era probablemente cierto. La agitación y el humo los estaban haciendo boquear. En una mirada cómplice, los dos bulldogs tomaron una barra de la sala de ejercicios y le partieron el craneo a Lalo. Más oxigeno para dos. Sin embargo, no dejaron de controlarse. No pudieron seguir buscando, ante la desconfianza de darse la espalda el uno al otro.

    Gabriel tanteó todas las paredes. Era un lugar amplio, pero no encontró nada que le pudiera dar una pista de como salir. Pero no perdió la calma, alguna razón de ser tendría esa cámara. Tanteó el piso y lo notó aspero, como si fuera de cemento, y limpio, lo que le indicó que era hermético. De otro modo, estaría adornado de las cáscaras de los cadáveres de insectos. Sabía que ya era de noche. Se puso en posición de meditación y trato de respirar despacio y dormir. El sueño le vino cuando se convenció a si mismo, de lo inutil de cualquier otra decisión.

    Los otros no podían hacer lo mismo. Quien cerrara los ojos primero no los volvería a abrir. Pero la falta de aire fresco hizo que se aletargaran y se durmieran.

    Cuando Gabriel despertó, no pudo consultar como siempre su reloj. Seguía en la más absoluta oscuridad. Le dolían mucho los huesos pero se incorporó, estiró los brazos y trató de volver a ubicar la tarima que ahora hacía las veces de claraboya. El mecanismo era más simple que lo que hubiera pensado. Durante la caída no se percató que era una simple escalera de desván. La bajó con cuidado haciendo el menor ruido posible, aunque los años sin aceite, hacían chiriar los viejos metales.

    Volvió a subir. El aire estaba muy enrarecido. Pero la salida, si es que la había, estaba por allí. No tardó mucho en ver el cuerpo con el craneo destrozado de Lalo y más allá los cuerpos entrecruzados por una pelea de los bulldogs. No se acercó a averiguar de su suerte. Se sentó en una silla a meditar. La luz de emergencia comenzó a titilar demasiado pronto. Estiró la mano hasta el interruptor interno para apagarla. En ese mismo momento el cerrojo electrico de la puerta interior se activó y ésta se abrió. Aunque las piernas le fallaban, comenzó a subir lentamente la escalera y la volvió a cerrar. Sintió el nuevo disparo del cerrojo. No tuvo tiempo de pensar antes de sentir los golpes del otro lado. Los dos perros le chumbaban los pies. Pero siguió hasta la segunda puerta, que se abrió con demasiada facilidad. Otra trampa del tío.

    Salío y volvió a poner los candados. Apenas amanecía. No quiso llamar la atención. Aunque no tenía intención de volver a buscar su bolso, aún tenía su billetera en el bolsillo posterior derecho del jean. Apuró el paso en dirección a la estación de tren. Siempre tuvo razones para odiar la consecionaria del ferrocarril, pero mucho más esa mañana. Esperó los 45 minutos como todo el mundo.

    Retomó sus planes iniciales. Simplemente buscó el servicio que primero saliera. La expendedora le informa que era un servicio lechero y sólo tenía asientos comunes. A Gabriel no le importó demasiado. El catre del tío Lucio le sonó más incómodo.

    Su primer pelea había sido exitosa. Pero sabía que sólo se debía a la estrechez mental de sus oponentes. No creía que la próxima le fuera tan favorable. No sabía que haría de su vida. Sólo sabía que nunca más vería a su familia. Atesoró las palabras de Fabián. Viviría cada momento como el último.

    Para pensar tendría el paisaje que le entraba, como regalo extra, por la ventanilla.





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    [1] Así, así que crees distinguir / Paraíso de Infierno, / cielo azul de dolor / Un verde campo / de un frio riel de acero, / una sonrisa de un velo / ¿Pensas que poder distinguirlo? // Te hicieron cambiar / tus héroes por fantasmas, / cenizas calientes por árboles / aire caliente por brisa fresca, / frio confort por una vida de cambio / Y cambiaste / una marcha a la par de la guerra / Por el papel principal en una jaula. // Cuanto, cuanto deseo, / como deseo que estuvieras aquí / no somos mas que dos almas perdidas / nadando en una pecera / año tras año / corriendo sobre el mismo viejo terreno // ¿Que hemos encontrado? / Los mismos viejos temores / Como deseo que estuvieras aquí
     
    #1

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