El Guerrero sin Corazón (Parte 1)

El Guerrero sin corazón, con un alma remplazada por fantasma de su pasado, purificado por la Princesa Alada y reencarnado en el jardín flotante.

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Cuenta la historia como un guerrero perdió su corazón en una de sus tantas batallas, tan frío como el mismo invierno y tan perdido como cuando una hoja en el otoño se desprende de su rama y cae al vacío sin rumbo alguno, asustado por su eterna soledad, olvidado en sus ruinas creadas del mental chocante del fuego arrasador, y observado por el demonio escamoso que en sus lagunas habita, esperando a salir una vez más para terminar con lo que empezó.

Helo allí, en el último pedestal intacto, protegido por aquella pluma angelical caída desde las mismas nubes, el único tesoro que posee, lo único que sobrevivió de su furia, lo único que le permite recordar aquel día en que poseía un corazón en llamas, lo único que le detiene por un instante a mirar ese cielo; sin ninguna estrella, no más que con su luna roja y esa vaga esperanza de soñar con otro mundo y así salir de su realidad con tan sólo un pestañar.

Exiliado, caminando va por aquellos bosques de risas maquiavélicas, de puñaladas frías y sin sentido alguno, obligado a un solo latir, odio, rabia, venganza, vacío y oscuridad, avanzando solo, puesto que la soledad no elige a quien seguir, él eligió seguirla. El tiempo pasa cruelmente, dejando atrás aquellos que se detengan, ya que luchar contra él; es como intentar apuñalar la misma brisa.

Así mismo como el dios Chrono ve pasar los tiempos cambiantes y el dios Kairos llena a la vida de un porvenir para mostrar el crepúsculo más allá de donde la vista se pierde con el brillo de la esperanza. Desde su reino flotante observando aquella mancha oscura sin rumbo alguno, siendo perseguida por un demonio, casquillado por fantasmas y con un hueco en vez de corazón, aquella princesa sin temor alguno decidió bajar y conocer a ese guerrero sin corazón.

Susurran los dioses del viento que en el momento en el que guerrero vio a tal majestuosa Princesa Alada, bajar de su castillo flotante, toda sombra y mal fueron erradicadas con su luz, puesto que brillaba más que el mismo universo entero. De una larga y hermosa cabellera de color castaño que la hacía verse radiante ante la misma Afrodita y de un delicioso aroma que la misma Flora envidiaría tener, unos preciosos ojos marrones, tan brillantes y llenos de vida que en el justo momento en el que el guerrero la miró, hechizado quedó y en su mirada se perdió.

Por primera vez en tanto tiempo una lágrima surgía de esos ojos tan vacíos, una cálida melodía se podía escuchar desde su pecho y una sonrisa rodeaba su rostro. Aquella Princesa Alada había otorgado sentimientos que no conoció en su totalidad.

Sus lágrimas derramadas por doquier, llenas de felicidad, preguntándose que era ese sentimiento tan extraño que lo poseía, abrigándolo con su suave manto bordado de hermosas flores, llevándolo a su reino; otorgándole una preciosa flor que se convertiría en su corazón, el cual le enseñaría lo bello que es amar y le brindaría de su amor para así ya no seguir su soledad. Regalándole sus sonrisa para saciar de luz el alma oscura de su guerrero.

El guerrero sin corazón, había reencarnado así como lo hace el ave Fénix. Ahora estaba lleno de vida, de amor, de cariño, de felicidad donde podía observar aquel cielo prendido de hermosas estrellas y acompañado de esa luna esplendorosa que le otorgaría un mañana, el mañana que siempre soñó. Aquel guerrero, convirtiéndose en la flor más hermosa del jardín flotante de su Princesa Alada, juro acompañarla por la eternidad brindándole sus pétalos como símbolo de su amor y amándola hasta el fin de los tiempos.

Su amor impregnado en los cielos quedó y dicen que si observas con determinada atención a la luna, verás a su lado dos estrellas de un brillo especial las cuales marcaran al cosmos con su amor por la eternidad.

P. Eduardo Borjas R.

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