El holocausto natural

Ayer fue el día de la luna llena, el único en tu vida. Los planetas se reunieron para maravillarnos con sus destellos de cometas cayendo en tierra, como fuegos artificiales de fin de año: muchos corrieron y lloraron por perder lo que tendrían, yo sonreía por no temer a lo sobrenatural, a la visita del holocausto que por primera vez no era experimento de bombas atómicas de hombres románticos por la destrucción. Fuimos obligados a decir cosas bellas de nuestros días de juventud y de los dioses de moda, para así flotar el día de mañana en los cielos reducidos al ego. En la prensa dijeron que era el inicio del final, como desde que nació la historia lo relataron como nadie. Esta es una obra de teatro, para los que nacieron muertos, nadie está vivo tras la puerta del asesino con manos hinchadas y uñas reventadas de deseos ilegales. Ángeles, sirenas y serpientes marinas navegantes, fenómenos de la paz de la naturaleza y del mito del genio que escribió el libro más vendido de la historia: La Biblia. Es fácil hablar del amor antes de sentir los pulmones secos, no es complejo reflejar con palabras los días vividos, pero imposible envolver un sentimiento con miserables palabras. Las amantes lloran y muestran su pena en el parque del recuerdo. La mujer que amaste, la única mujer luego de la progenitora que perdona todos tus pecados, tras el árbol seco entendiendo la fragilidad de la mortalidad. Tu vieja madre con otro hijo menos en sus pesares de días solitarios: te viste de gala antes del cajón, como las tribus de simios que hacen ritos en la selva y limpian de larvas a sus muertos.