1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

El hombre sin rima

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Alejandro Padilla, 18 de Septiembre de 2024. Respuestas: 4 | Visitas: 201

  1. Alejandro Padilla

    Alejandro Padilla Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    17 de Septiembre de 2024
    Mensajes:
    45
    Me gusta recibidos:
    44
    Género:
    Hombre
    «Algo se produce: efectos de máquina, pero no metáforas».
    G. Deleuze y F. Guattari. (1972).


    Lunes
    Ignoro cuando me he convertido en un hombre sin rima. Estudié a todos los poetas y movimientos —o revueltas— de los literatos. El siglo de oro, el teatro isabelino, los griegos —con sus fieles seguidores, los romanos—, me revolqué en la inmundicia verbal de Baudelaire y Verlaine. He buscado causas fisiológicas, psicológicas, metafísicas, hasta morales, para tal condición; quizás una incapacidad hereditaria o un oprobio descuidado a algún poeta, el cual me ha maldecido como castigo, pero nada. Reparo minuciosamente en las sílabas de cada verso, continúo sin encontrar armonía alguna. He intentado —con una gran desesperación que hacía temblar mis labios— declamar en voz alta, con suma vehemencia y solemnidad, como en los dramas teatrales, pero solo logro enunciar vocablos disonantes y asimétricos. Este problema también se ha extendido a la música. Cuando escucho a Beethoven, no alcanzo a captar más que notas sucediendo a notas, corcheas sucediendo a corcheas, acordes sucediendo a acordes; no más que una sucesión de ruidos inconexos y enlazados por nada. Desde Bach hasta Schoenberg, me es imposible distinguir algo que no sean incoherencias sonoras.
    Hago hincapié en que no siempre ha sido así, aunque, claro, nunca he sentido un gran entusiasmo por la música y la poesía, solo en ocasiones me placía leer al buen Homero con algo de Mozart o Scarlatti acompañándome. Digo, ignoro el momento en que esto habrá cambiado, tal vez un domingo de ociosidad languideciente, o el lunes de las tediosas aglomeraciones en las avenidas.


    Martes
    No he soñado hoy. No es novedad. Los sueños se han marchado, acompañaron al goce artístico. Tampoco es algo que extrañe. Soy un hombre más bien pragmático, práctico, en ocasiones lindando lo utilitarista. Las cosas no son necesarias a menos que sean estrictamente necesarias. Incluso me alegro de haberme librado de aquellos desvaríos desasosegantes que solían presentarse en ese lapso de 6 a 7 horas, es tan inútil como improductivo. No duermo más que por necesidad fisiológica, quizás despierte por lo mismo.
    Recuerdo que uno de aquellos delirios oníricos versaba sobre la persecución de unos abejorros aterciopelados, de dantescas proporciones, ciertamente, aunque no me sorprendían en absoluto. Seguro que era producto de alguna mutación o un encantamiento chamánico. Esto transcurría a las orillas del río Sena. Esa noche, en mi sueño, como no podría ser de otra forma, pues aquel río bastante distante se encuentra de donde yo, el Sena gozaba de un tinte harto distinto de lo usual, más acorde a una paleta de Monet que a la distintiva ausencia de color del agua.
    Tengo que reprocharme lo contradictorio que parece autodenominarme «pragmático» a la vez que narro algo tan superfluo como un sueño.
    Parece, porque en absoluto es así. Siempre resulta útil llevar un registro de los acontecimientos diarios, de las bagatelas que nos asaltan a cada hora. Ya sea que se nos escape algo de la memoria, bien en caso de un interrogatorio, si se nos ha imputado algún crimen, o bien, en una entrevista con motivo de conseguir un puesto de trabajo y un salario, cuando se le interroga a uno por sus hábitos y rutinas.


    Miércoles
    Retomando lo que escrito ayer, no añoro demasiado mi capacidad para disfrutar de la música y la poesía; tiene poca utilidad en el mundo real, es decir, en el mundo de obrar y labrar. Claro, siempre podía ser provechoso cuando es necesario —estrictamente necesario— hacer gala de su «alta cultura» con alguna señorita de las oficinas, agradar a algún alto mando, aparentar pertenecer a un círculo social del cual no se podría estar más alejado, o haber nacido en una cuna en la cual no se nació. Poco más.
    Nunca se pasa de hablar de cómo tal o cual compositor influyó en la obra de tales o cuales compositores, o la presencia de X concepto en la obra de Y autor. En la mayoría de los casos, basta con leer alguna reseña de uno de los tantos periódicos que se publican, preferentemente de los más impopulares, para dárselas de ser «esotérico y perspicaz».


    Jueves
    Me he desviado del sendero que yo mismo tracé: transcribir a papel el día a día con el mayor grado de fidelidad que me sea posible. Sin que ninguna fruslería de mi pluma se escape, aprehendiendo cada bagatela. De hecho, el día a día no va más allá de las nimiedades sucediendo a nimiedades. Por lo que un diario es, en esencia, el registro de lo inesencial. Y este cúmulo de nimiedades es lo que el ama de casa llama «hogar»; su esposo, «oficina«; su médico, «consultorio»; en fin, lo que se conoce como el mundo en sí. Son bien conocidos los beneficios económicos y sociales que puede reportar conocerlo, el honor y la dignidad ante los demás que puede traer su comprensión. Por lo que nunca está de más, y diría que muchas veces hace falta, el intento de aprehender cada una de sus partes, es decir, cada una de sus nimiedades.
    Así, me propongo llevar a su plena realización de esta tarea que yo mismo me he impuesto, puesto que no tengo una mejor ocupación (la literatura y música no son dignas merecedoras de mi atención; por su parte, la filosofía y teología se han tornado agonizantes con todas sus rebuscadas elucidaciones sobre dios, el hombre, la moral, etc., que, a fin de cuentas, no traen ningún beneficio real, y ni siquiera, me atrevo a decirlo, ningún conocimiento real), desde el lunes de la siguiente semana, pues no esperaba regresar el tiempo para hacerlo desde el lunes de esta.


    Lunes
    El sol ha salido hoy, tal como todos los días. Por el oeste, quiero decir, por el este, o por el norte, también es posible que haya nacido desde el sur.
    Dan igual los puntos cardinales cuando todos los nortes están repletos de paralelogramos de concreto. De cualquier modo, he despertado antes de que esto sucediera. Me vestí con unos pantalones y una camiseta color gris, que, sinceramente, no sé de dónde habrán salido, a juego con las oficinas, y salí con dirección al trabajo. En cuanto llegué mi jefe me apremió con… No quiero escribir los hechos que tanto me han agriado la vida. Durante 9 horas archivo, ordeno, firmo, y clasifico documentos sistemáticamente, para llegar al día siguiente y continuar con la misma labor. Se ha tornado en algo maquinal, natural, y hasta gustoso para mí. Al terminar, se me dan unas palmaditas en la espalda, se me felicita por lo bien que he hecho mi trabajo. ¡Como un perro! A pesar de esto, es algo necesario, cuando uno se acostumbra, lo hace con tanta naturalidad que le parece cómodo: despertar, trabajar, dormir, despertar, trabajar, dormir.
    Encuentro gran complacencia y sosiego en esta constancia. Son meras mafufadas aquellos discursos que exhortan a la «emancipación del hombre» y a que sea «dueño de su propio trabajo». Siempre hay algo de paranoico-cómico en aquellos que proclaman, asaz violentos y enfáticos, fingiendo una fatal angustia, la existencia de una fuerza de niveles de maldad inimaginables, «la burguesía», le llaman ellos. Sí, señores M. y E., señores L. y T., ¿cómo pasar por alto la convención anual en la que los burgueses de todo el mundo (sobre todo los alemanes y rusos) se unen para tomar té en el bulevar, y planificar novísimas y eficientísimas maneras de subyugar al «proletariado»? Y ¿cómo negar que toda la historia del hombre se puede reducir a «síes», «noes», y «noes» de los «noes»? Dígame, señor H., ¿cuál es el «no» del descubrimiento del fuego?, ¿el descubrimiento del agua?, ¿y el «no» de este «no»?, ¿el redescubrimiento del fuego?


    Martes
    Nada. Hoy, naturalmente, he asistido al trabajo. Mientras revisaba algunos documentos un nombre particularmente familiar se robó mi atención: «Adrianna M.». No importa ya. Al terminar la jornada recibí los agradecimientos y las palmadas usuales. Pero había algo distinto, no, completamente ajeno, en aquellas palabras y en la palma de mi jefe.
    Sus vocablos, tono, ritmo, cadencia, entonación, eran, claramente, los mismos que habían sido los últimos 10 años, sin embargo, encontraba algo desgarrado en ellos. No podría afirmar que tal efecto provenía de su garganta o su lengua, sino del aire, cual si se hubiese desgajado, o, más bien, como si las palabras decidían astillarse apenas salían de su boca. El tacto se tornó idénticamente ajeno. Tampoco me sería lícito afirmar que el origen de tal cambio residía en su palma, más bien, nacía del roce de su palma con mi lomo. Se sentía como un cristal. Mejor. Era el roce de dos cristales que por alguna razón me veía obligado a percibir.
    También las calles y avenidas, que prolongan mi automático regreso a casa, habían sido víctimas de una metamorfosis. Se me presentaron como una gran cúpula de cristal, inasible e impenetrable. Me era posible ver y palpar a través de tal cúpula, pero tal sentir y observar era ilusorio, cuasi artificial. Esto no es una sensación novedosa, a pesar de que me gustaría que así fuera. En mi juventud el mundo me parecía una gran crisálida, henchida y diáfana, la cual me condenaba a contemplarla sempiterna y pasivamente. Incluso cuando participaba activamente, siempre era desde un papel pasivo. Las personas eran meros engranajes que cumplían su función plácidamente en tal crisálida tiránica. Como es obvio, podía reconocer que comían, besaban, defecaban y pensaban tan bien, e inclusive, mejor que yo. Pero me era imposible vislumbrar algún signo de semejanza con ellos. Siempre algo los hacía ajenos. Un muro infranqueable entre el «yo» y el «otro». Infame es sentir afinidad real hacia alguien.


    Miércoles
    Nada en el trabajo. En el trayecto a mi casa he pasado por una plaza, donde se daba un recital de piano al aire libre. El intérprete tocaba uno de los últimos études de Scriabin. No lo supe por la música, sino por sus manos; lo reconocí ya que era un étude que yo frecuentaba tocar cuando aún conservaba algún gusto por el arte.
    Me he quedado observándolo, me cautivaba especialmente la agilidad e independencia con que deslizaba sus falanges por las teclas. De pronto, la música empezó a sobreponerse. Invadió el aire. No era un embeleso agradable, se asemejaba más bien a un temporal polvoriento que asfixiaba el viento y oprimía mucosas y tráquea. Hubiese querido retirarme, pero sus manos me retenían. No ya con sus artificios y destreza, no, ahora se servían de látigo y puñal. Sabía que volver la mirada a cualquier otro punto resultaría en un mortal perjuicio. Entonces, un hombre, con unos golpecitos en el hombre, me alertó de algo en lo que todos habían reparado, con excepción mía: El pianista tenía cicatrices que iban de la muñeca al antebrazo. Un suicida fallido. Al parecer, tales hendiduras, y no la música, habían atraído a la aglomeración. Las señoras miraban el espectáculo con un aire altivo y reprobatorio, seguramente pensando en que ellas, y sus maridos e hijos, tenían la «dignidad» suficiente como para alguna vez pensar en pasar la hoja por la endeble carne. Como si eso compensara toda su vida de servidumbre sin paga. Huí del lugar.


    Jueves
    Hoy he visto un amigo del que no hay nada que decir. Antaño, verlo me producía una confusión de entrañas, y no hacerlo, una volátil añoranza.
    Ahora, apenas hay una débil conjuración de los arcanos vocablos. La melancolía presente siempre en él, aquella hermosa mariposa que se posaba en sus pestañas y acentuaba su belleza, habíase tornado en un plomizo velo que enmohecía sus mejillas y empolvaba su cabello. Su lívida piel ya no emulaba el alba, se limitaba a evidenciar una falta de sol.
    Me senté a su lado, efectué una señal de saludo, la cual respondió. No hablamos. Era inútil preguntar cómo se encontraba después de tanto tiempo, también era inútil narrar lo que yo hice en estos inánimes años. No dijimos nada porque no había nada que decir.


    Viernes
    Compré un periódico, tiempo ha que no tengo uno entres mis manos. Se robó mi atención especialmente un corto artículo que denotaba una gran exaltación, escrito por un tal A. B., un joven comunista. Rezaba así:
    «A todos mis compañeros de arte revolucionario:
    A vosotros, que con vuestros ademanes solemnes proclamáis "revolución y vanguardia", mismas manos que moldean que finísimas esculturas.
    A vosotros, cuya pluma de plomo escribe «quemadlo todo", misma pluma que escribe vuestros alejandrinos.
    A vosotros, que cantáis en nombre de la "anarquía y libertad", mientras componéis vuestros maravillosos contrapuntos.
    Únicamente hay un mensaje que yo pueda darles, el único mensaje que ha valido la pena dar: La belleza será convulsiva o no será.
    A. B.»
    Es conmovedora la vehemencia con que este hombre anuncia su doctrina, «la belleza será convulsiva o no será», cual si hubiese un pasado que destruir y un futuro al cual aspirar, tan enternecedora esta creencia.


    Sábado
    No he ido a trabajar hoy. Me aqueja una pulsante jaqueca. La carne de las sienes me oprime el cráneo. Quizás se deba este ambiente, bochornoso y húmedo. El sol tuesta el aire que apenas se digna a colarse mezquinamente por la ventana. A esto se aúna un ruido sordo, empeñado en destruirme los oídos; ignoro de donde provenga, tal vez sea el sonido de la inercia de los mueble, o algún escultor callejero trabajando el mármol.
    En este caso, intenta cincelar mi cerumen para su escultura. Es un martirio, y ni siquiera puedo dormir para tratar de asfixiarlo; no tengo sueño, tampoco me place dormir ahora. Podría tomar algo de absenta para inducirlo, pero eso supondría salir a comprarla y no tengo ánimos para soportar el estúpido ceño de los transeúntes, que siempre me miran con extrañeza, como si fuese un fenómeno circense, con repudio y desprecio, los secundo.. Además, tiempo ha que superé mi gran afición por la absenta, y nada deseo menos que recaer de nuevo en su encantador seno.


    Sábado por la tarde
    He salido a comprar la absenta. La venden en un pequeño local ubicado en el bulevar, a poco menos de 2 km de la habitación, por lo que no he tardado mucho en llegar a allá.
    Al salir, el sol seguía arrojando vida. Levitaba sobre el horizonte, casi por hundirse, aunque luchando por no hacerlo. Los árboles parecían estar embriagados por él, se mecían al ritmo de sus trémulos rayos que finalmente decaían, para ahogarse en el cúmulo de casitas de concreto. Parece que toda la gente disfruta de este espectáculo, desde los grandes poetas y pintores hasta las parias (¿Y no son los mismos?). A mí me repugna tal escándalo. Tanto alboroto y ardor, como si fuese a desvanecerse eternamente.
    A medio camino, el viento se tornó iracundo y gélido, me cubrí con el sobretodo y seguí caminando. Al llegar al local, una casa chata de un solo piso, antaño blanca, tornada a gris por la mugre, lo encontré cerrado. Lo supe extraño, pues las licorerías a estas horas apenas están abriendo, por lo que toqué el cristal, que abarcaba toda la parte superior de la puerta. Un viejo canoso salió a atenderme, el mismo viejo que me había servido la absenta en mis joviales días. Me interrogó sobre el porqué estaba ahí, respondí que buscaba comprar algo de absenta, de mala gana me dijo que no tenía. Intenté indagar sobre ello, el viejo se limitó a vociferar que, cuando su local apenas abría, la absenta ya había sido prohibida por lo que él no pudo haber vendido. Sabía que mentía. Seguramente pensó que yo era algún oficial de policía tratando de arrestarlo, era inútil tratar de convencerlo de lo contrario. Me largué de ahí.
    Cuando salí del local, el ocaso estaba casi por concluir, el oriente se encontraba ya hundido en un azur inmenso, mientras en el poniente los rayos se negaban a perecer, parecíame un émulo del albor. El aire tan puro y frío me aturdía. Pasé al lado de una cafetería, entré a ella, he pedido un café negro. Se me sirvió en una taza vieja, el mesero me cobró antes de que le diera un sorbo. El café tenía una repugnante tibieza, pero me negaba a dejar la taza llena. Lo bebí hasta sentir mis entrañas lo suficientemente diluidas. Regresé a mi casa. A la jaqueca se aunaron las náuseas.
    Estoy desesperado. La navaja no está dispuesta a ayudarme, mucho menos el licor. Tampoco tiene caso intentar charlar con quien me ha querido. Ni siquiera sé dónde está. Y si lo supiera, ¿cómo podría ayudarme? Que me mire con pena y suelte algunas palabras vacías de consuelo no ayudará en nada. Es incluso peor que estar solo. No hay nada que pueda hacer porque no hay nada qué hacer. La desesperación no viene ni habita en algún lugar, tampoco es producto de alguna causa. Ella es. Existe llanamente. Es un hecho bruto. «Tiempo ha que…», «he estado pensando…», «lamento que…», es inútil. No responderá. ¿Y si lo hiciera qué?, tendríamos una charla pero no diremos nada. Ni siquiera puedo llorar. Me golpeo, quizás la desesperación esté debajo de la piel. Pero no está ahí, o no sólo ahí. El tiempo pasa tan infernal dentro de estos muros como fuera de ellos.
    ¿Adónde ir? Todo este ruido inerte mucho tiempo ha que dejó de significar algo.


    Domingo
    ¿Quién soy yo?, mejor aún, reducido a sus mínimos: ¿Qué soy yo?
    Me encantaría aseverar, que cuando escupo, el escupitajo sobre el suelo no soy yo, que cuando sangro, aquél líquido carmesí que resbala no soy yo, que, cuando eyaculo, el esperma sobre el pañuelo no soy yo. Entonces, si cerceno mi pie, aquella parte amputada tampoco soy yo. ¿Parte?, ¿parte de qué? Parte mía no es, puesto que no soy yo; goza de existencia propia. Luego nada soy yo. Nada es mío, pues puedo amputar todas mis partes y seguir siendo yo, o, mejor dicho, no siendo. Está bien. Supongamos que cada parte es mía en cuanto está en mí. luego la navaja en mi nuca, la misma con la que he cercenado mi pie, es más yo que aquella extremidad amputada.
    Concedo que sea mi cerebro, pero si mi corazón dejara de palpitar, aquella masa permanecería en su cavidad tan plácida como siempre, y, sin embargo, yo no existiría. Es decir, he dejado de existir sin que nada haya dejado de existir. Luego yo soy nada. Luego yo no existo. Sin embargo, yo existo, así sea la existencia más engañosa y falsa, si no existiera no me sería siquiera posible pensar: «yo no existo».
    Me quito los pantalones: han cesado de ser yo. Tomo la navaja: empieza a ser yo. La paso lentamente por uno de mis muslos, aquel blandengue y lívido mármol, tan propio como ajeno, aquella endeble carne, tan simple y cercana, incognoscible e ignota. Nacen surcos y hendiduras en esta masa blanquecina: la sangre fluye: ha cesado de ser yo. También la carne desprendida con los cortes ha cesado de ser yo: las he librado de ser yo.


    Lunes
    Estoy agotado. Me gustaría tener hambre para, al menos, comer algo. Pero me repele cualquier hacer. Cualquier ser. Cualquier realizarse.


    Martes
    He decidido salir, en un principio lo evitaba para librar a la gente de ver esta masa lívida y desfigurada que tengo por rostro; ahora, no me importa que me vean.
    Mis piernas no pudieron llevarme más allá de un cuasi jardín, yo tampoco deseaba ir más lejos solo para ver a gente casi tan repulsiva como yo. En aquel jardín observé una de las recurrentes escenas vomitivas de las ciudades: una pareja. Un joven que lindaba los 25 años con una señorita que no pasaba de los 20, ambos rebosaban de amor. La chica, en exceso tímida; el tipo, estúpidamente juguetón. Jurándose amor eterno con miradas, roces y besos —grandiosa idea, tan metafísica, tan shakespeariana—.
    Su velo bordado en puerilidad les impide ver que ese amor, al que tienen por sacro, no pasa de ser un mero sexual, nacido a su vez del instinto de preservación, manifestándose en sus mejores atavíos, poemas, soliloquios, sinfonías, cuadros, dedicatorias, lirios: todo se reduce al instinto sexual. Vulva. Cópula. Falo. Vulva. Cópula. Feto. Si son afortunados, caerán en cuenta pronto de esto, y me libraré de ver sus escenas infantiles.
    Al extremo del jardín se erigía un árbol. Un monolito petrificado con extraña vida. Impasible. Inamovible. Es decir, gozaba de movimiento, pero el mismo movimiento de la tierra y los astros. Un coloso verde incomprensible. Me produjo pavor este espectáculo de inanimidad. No quería sus extraños ojos sobre mí.


    Miércoles
    Hoy he ido a trabajar. Al fin, es una costumbre que todo hombre digno debe mantener. El jefe me ha interrogado por mis días de ausencia, respondí excusándome con la salud de mi madre. No preguntó más. El edificio parecíame confuso, se había vuelto demasiado familiar o demasiado ajeno. Un rectángulo gris delimitado y recortado por un garabato azul, que a su vez terminaba donde este empezaba. Todo delimitaba a todo. La masa verde delimita a la masa azul que fluye. En el interior pasaba algo parecido, aunque a minúscula escala. Todo callaba. Los estantes, los escritorios y los papeles. Los brazos laxos y la lengua de mi jefe. En los papeles no estaba ya la voz usual, solo signos que deseaban hablar. «Signos que deseaban hablar», estas palabras no significan nada por sí mismas: «Signos», «desear», «hablar». Sus nexos tampoco significan nada. Su sintaxis es un pegamento que apenas las une. Releo las palabras que hace un segundo escribí, pero me es desconocido su significado. No. Claro que lo conozco. Pero son otras palabras. Las palabras remiten a otras palabras, terminan asentadas en nada. Sólo tienen sentido en cuanto se escriben, después son jeroglíficos delirantes. Las palabras que caen muertas en el papel. Mi boca, el lecho en el que mueren las palabras. No sé qué quiere decir esto. Quiero decir.
     
    #1
    Última modificación: 18 de Septiembre de 2024
    A Alde le gusta esto.
  2. Alde

    Alde Miembro del Jurado/Amante apasionado Miembro del Equipo Miembro del JURADO DE LA MUSA

    Se incorporó:
    11 de Agosto de 2014
    Mensajes:
    15.350
    Me gusta recibidos:
    12.926
    Género:
    Hombre
    Muy interesante.
    Podría que decir que casi perfecto.
    ¿De donde viene tanta inspiración?

    Saludos
     
    #2
    A Alejandro Padilla le gusta esto.
  3. Alejandro Padilla

    Alejandro Padilla Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    17 de Septiembre de 2024
    Mensajes:
    45
    Me gusta recibidos:
    44
    Género:
    Hombre
    De la tristeza, jaja. Muchas gracias por leerme, un saludo!
     
    #3
    A Alde le gusta esto.
  4. Maramin

    Maramin Moderador Global Miembro del Equipo Moderador Global Corrector/a

    Se incorporó:
    19 de Febrero de 2008
    Mensajes:
    66.019
    Me gusta recibidos:
    41.746
    Género:
    Hombre
    Entretenida lectura en esta larga redacción que nos presentas . me parece un buen desahogo verbal que esta bien presentado y escrito.

    [​IMG]
     
    #4
    A Alejandro Padilla le gusta esto.
  5. Alejandro Padilla

    Alejandro Padilla Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    17 de Septiembre de 2024
    Mensajes:
    45
    Me gusta recibidos:
    44
    Género:
    Hombre
    Muchas gracias por tu comentario! Espero poder seguir lo que aquí se comparte, así como continuar escribiendo para publicarlo aquí. Un saludo!
     
    #5

Comparte esta página