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El jacinto (cuento)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por dffiomme, 20 de Noviembre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 862

  1. dffiomme

    dffiomme Poeta asiduo al portal

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    Hombre
    A aquel que porta tabaco, si ese producto que lleva es fruto del contrabando, por tabaquero se nombra y en tierra de contrabando, cuando la noche es cerrada, recorriendo por los campos llevan rápido su carga, son fardos de ese tabaco cargado sobre su espalda, llevan café y el azúcar, y jabones con fragancia de penetrantes olores. Eso portan en sus cargas y, vestido en tono oscuro cruza el campo el tabaquero, desde lo llano a lo abrupto, en una noche sin luna, oculto por el ramaje y sin cruzar los senderos, esperando alguna nube se prepara el tabaquero para, como una saeta, cruzar rápido el terreno, temiendo ver a la guardia, para no poder ser visto, esperan lo mas oscuro guiándose del instinto, que pena del tabaquero comprometiendo al destino.
    En una noche muy fría, calentándonos con vino, llegó a mi oído la historia de un tabaquero,

    El jacinto.

    Jacinto fue un tabaquero, hombre de gran corpulencia y a la vez comprometido en llevar algunos fardos, para así, de esta manera, conseguir un día más que sus pequeños comieran.
    Pues resulta que una noche, cargado con doble saca, esa mole del jacinto vestido de negra pana y, apretada contra el cinto, de Albacete la navaja, cruzó la flor de los trigos y se enredó con las zarzas, se mimetizó a sí mismo con el suelo que pisara.
    Escondido en la maleza, esperando la llegada de su cómplice la noche, los tabaqueros aguardan cuando a la radiante luna se le nubla la mirada, se le oscurecen sus sombras y va cubriendo su cara con ramilletes de nubes que eliminan las pisadas; como gamo, el tabaquero, hace crujir la retama, en uno de aquellos saltos, cuando la luna salía, se fue a encontrar el Jacinto con una simple gallina. Picoteaba un tronco viejo, consiguiendo así al gusano que luego tiraba al suelo, para que picotearan y comieran sus polluelos.
    En el hueco del sombrero, la emplumada fue metida, recordando a sus pequeños, bajo el ala de aquel ave, metió también los polluelos y, aferrándose a las sombras, siguió Jacinto el sendero.
    Después de llevar buen trecho cargado con la gallina, habiendo buscado el modo de meterla en la cocina, fue notando por momentos que su peso le vencía, miró al ave a los ojos y le parecía igual, sin embargo, por el peso, esta hubo de engordar. En fin, siguió Jacinto el camino pensando solo en llegar.
    Estaba el carabinero esperando a que saltara y allí escondido el Jacinto, limpiándose de un sudor que no era calor ni frío, era sensación de miedo, de ahí le venia el sudor.
    La luna con luz brillante, en extrema redondez, iluminaba los campos, no era buena aquella noche para transportar tabaco, pero como los demás lo mismo que él creían, pues era una noche mas, aunque con mucha mas vista.
    Escondido entre las piedras, casi tapado de riscos y la mirada clavada a lo largo del camino, en esta postura estaba cuando llegó a su oído una sencilla pregunta, era esa de Jacinto ¿es cierto que tu abuela tenía mis mismos colmillos?
    Miró absorto a la gallina, observándole en el pico, algunos que otros dientes de color ocre amarillo.
    Pasó de eso mucho tiempo y aún se escuchan los gritos por los prados y los cerros de la mole del Jacinto.
     
    #1

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