El juicio

“No hice algo de lo que me arrepienta, ¡no me mire así detective!, ambos sabemos que no soy un asesino, no es un delito si no estaba vivo y nunca lo estuvo...

¿Qué haría usted ante esas palabras de cólera y desesperación que suplicaban ayuda?, nadie aparte de mí podía escucharlo, aunque ahora estoy seguro de que se les facilitaba ignorarlo, a mí no, muchas noches lo intenté, pero ya no podía dormir pensando en su sufrimiento.

¡Enciérreme sí así lo desea!, no necesito un abogado para comprobar que mis actos no carecen de sentido cívico, solo déjeme llamar una última vez a quien más le quiso, ¡mire por Dios a los ojos de quien le suplica que su nombre no muera conmigo!, sus esposas serán inútiles cuando atraviesen mi carne, así como sus sentidos sordos a mis palabras solo contemplan horrorizado mi espíritu, una vez más detective no le dejé mayor pista que la de un hombre entregado a sus impulsos cuando más se sentía abandonado.

Esperaré con gusto el veredicto hasta que el juez condene mis acciones como si hubiera tenido opción”- fue esta su declaración, el jurado conmocionado reconoció en él el rostro de un culpable.