El Lobo

Un lobo de ardiente pelaje moreno arremete contra las sanas ovejas de un adormilado pastor. Éste despierta ante tal balido desesperado de su ñoña posesión. Coge un cayado y, en un crepúsculo de acero, se enfrenta a la fiera hambrienta que ya tiene un rico manjar entre sus afilados dientes. Se dispone a golpearle en la montaraz testa. Pero el astuto ser carnívoro se da a la fuga. Entonces, entristecido, cuenta las que le quedan. Nueve en total. Se dispone a partir hacia el hogar de lumbrera santa y apaciguadora. Pero cuando llega, se encuentra con su enfurecido padre. Que osa echarle en cara la pérdida de la pieza de una de sus posesiones más caras. El hijo, entonces, comienza a explicarle la astucia de tal vil carnívoro. Pero su progenitor, enervado y sudoroso, le arroja al suelo el pelaje curtido de un lobo. Con los colmillos de nácar intactos y con la cabeza hundida por alguna blasfema arma de arar los sedientos campos.

 

homo-adictus, el pastor estaba entristecido por la pérdida de una de sus ovejas. Habiendo sido el bocado saciado de un salvaje lobo estepario. Volvió sin aquella. A pesar de haberse enfrentado a la fiera sagrada de la nocturnidad. Pero, lo que no se esperaba es que, cuando llegase a su hogar paterno y su progenitor, todo inflamado de iracundia y despotricando contra su indolencia - por haber dejado desollar uno de sus mansos animales por los colmillos ferinos del astuto animal carnívoro - le arrojase al suelo del interior de la casa la piel curtida e intacta de aquel. Descubriendo, boquiabierto el hijo, que su padre se había vengado. Habiendo dado un golpe descomunal en la testa del monstruoso ser solitario. Atentamente Edouard.