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El Marinero y la Luna

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Salvacarrion, 18 de Noviembre de 2025 a las 1:03 PM. Respuestas: 0 | Visitas: 13

  1. Salvacarrion

    Salvacarrion Poeta recién llegado

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    2 de Julio de 2025
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    Hombre
    Cuenta la antigua saloma de un viejo marinero llamado Elías, cuyos ojos, dos enigmas de gris acuoso, guardaban celosamente sus experiencias vividas durante sus muchos años surcando por los vastos océanos de esta hermosa bola azul. Su barba, blanqueada por la sal y la espuma de las crestas de las incesantes olas sufridas entre marejadas y tempestades, cubría la curtida piel de su rostro envejecido. Elías no amaba la tierra, ni los puertos ruidosos, ni siquiera a las amables mujeres de las festivas tabernas, que fácilmente se hallaban en las proximidades de los puertos extranjeros. Su corazón, un ancla solitaria, había amarrado lazos con la imagen etérea de la luna amiga.

    En noches de soledad tranquila y calma chicha, con el barco meciéndose en la inmensidad del ancho azul, Elías se sentaba en la cubierta de proa y miraba arriba hacia el cielo sereno, fijando su vista en el nacarado brillo de su amada. Para él, la luna no era un simple objeto celeste; era una ninfa etérea de platino, una sirena silenciosa que lo guiaba y lo hechizaba con su intensa luz de pulido alabastro. A ella le hablaba en susurros, contándole sus historias de mareas, largas singladuras y aventuras en las largas estadías de lejanos atracaderos de allende los mares de jade. La tripulación, acostumbrada a las rarezas de este viejo marino, lo dejaba a solas con sus ensoñaciones e idilio lunar. Era un viejo que a nadie molestaba, ni ya a nadie le importaba.

    Una noche, en medio de una silenciosa mar sin viento, cuya superficie espejaba el firmamento con claridad inusual, la luna se mostró especialmente majestuosa y desbordante. Su luz se derramaba sobre el agua como un fino polvo de estrellas, creando una ficticia superficie plateada que parecía invitarle a caminar sobre ella. Una extraña melancolía se apoderó del experimentado navegante. Sintió que el largo periplo de su errabundo vivir llegaba a su fin, y que su destino, finalmente, se fundiría con el amor inmortal que siempre había idealizado.

    Ocurrió durante una mañana cálida de verano que algunos compañeros de tripulación, tras una noche de alcohol y sonrisas femeninas, deambulando por una de esas playas ignotas, de arenas blancas y finas, y palmeras danzarinas de verdes hojas, lo hallaron tendido sobre la misma orilla del mar. Elías yacía sobre la arena húmeda, con su ropa mojada aún por las reticentes olas de las mareas. Sus brazos extendidos, parecían aferrar un sueño inalcanzable. Sus ojos, de un gris cristalino, todavía miraban fijamente el cielo pálido del amanecer, reflejando una paz serena y profunda. Una sonrisa de inmensa felicidad y misterio florecía en su rostro.

    Había muerto ahogado en el agua, intentando besar el reflejo de la luna sobre la mar. Las olas, con su apacible ondear, lo habían mecido hasta depositar su cuerpo con cuidadoso respeto sobre la playa espejada de luna.

    Se dice que, desde entonces, en las noches de luna llena, la silueta del viejo marino se dibuja sobre las aguas esmeraldas, con los brazos señalando hacia el astro plateado. Y que, a veces, un rayo lunar se posa sobre un punto de arena ligeramente elevado sobre la ribera nacarada.

    Allí quedó el testimonio de un beso perpetuo entre la luna y el marinero que murió por la locura de su amor.
     
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