El minúsculo nido

El minúsculo nido

Pende de una débil rama, entre las tantas que extiende generosa la enredadera que cubre la galería. Se mece al soplo de la brisa. Aunque frágil de apariencia, nunca caería del sostén que lo mantiene como a un péndulo, con su entramado de hojitas y fibras vegetales. Me subo a una banqueta y escucho de inmediato los chistidos de un pajarito invisible que procura espantarme. Me tomo unos segundos para mirar de cerca ese canastillo y el contenido de su interior, a través de un hueco diminuto. Sobre una superficie acolchada veo dos huevos pequeñísimos, cobijados en la comodidad del nido. El chirrido es estridente del ave que percibe una amenaza para su diminuta obra: un perfecto cuenco de vida para ese picaflor y su instinto tenaz de procreación, como el de todas las especies.

Nido y avecilla son capaces de afrontar destemples de intemperies y salir ilesos. En treinta días los pichones asomarán minúsculos de los huevitos y en otros tantos estarán en condiciones de volar y valerse por si mismos, aunque no superen el centímetro de envergadura. Por pequeños que lo sean no habrán de ser menos y ocuparán su espacio, tomarán su alimento y ejercerán su derecho a la vida, en un mundo colmado de catástrofes, amenazado por la desidia humana, pero a salvo todavía de su extinción, si fuera posible que se preserven las pequeñas y frágiles bellezas.


Susodicho​