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El Misterioso Lugar de los Álgidos Témpanos

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por duf9991, 29 de Abril de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 550

  1. duf9991

    duf9991 Poeta adicto al portal

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    Era frío e inconstante. Neblinoso. Álgido. Como cuando el capote de la Muerte roza tu piel erizada, como cuando sientes un viento gélido incontrolable que proviene de tus más recónditos temores. Fue un súbito hálito infernalmente frío (si es que eso es posible, eso de los infiernos fríos) que azotó primero mi cabeza desprotegida. Luego mis brazos. Luego mis pies. Luego me di cuenta que estaba desnudo.
    ¡Estaba desnudo! “¿Dónde estoy? ¡Y qué es este lugar que no ha de entregar más que muerte a mi alma inocente!” Fue lo primero que cruzó por mi cabeza. Sentí pena de mi desnudez, me sentí como un ánima violentada, como un cadáver exhumado hacia una vida imposible. Y ese frío, ese frío descomunal que atacaba, y que nunca había sentido. Si hubiese recordado en ese instante el lugar donde hacía unos segundos estaba, habría sentido una tristeza y miedo gigantes, aún mayores que las que se empezaban ya a apoderarse de mi espíritu. El lugar donde había estado era casi un ente antagónico comparado con el que me encontraba en ese momento. Calor, seguridad, un sonido arrullador… y soledad. La bella y eterna soledad. En cambio, estaba sumido ahora en un territorio helado, inseguro, con sonidos asquerosos, y lo peor de todo: no estaba solo. Y no sé por qué empecé a sentir que yo era el centro de toda aquella actividad frívola.
    ¡Qué ironía! ¡Qué ambientes más diferentes! Era casi ilusorio imaginarme el antiguo lugar, el lugar ideal, era como un anacronismo redundante que no ha lugar en la Corte de la lógica y sencillez. “¿Dónde estoy? ¡Y quiénes son éstos que han de traer hacia mí la maldición de la muerte!” Seguía pensando yo. Quisiera recordar que todo esto ha tenido lugar en unos pocos segundos, unos dolorosos segundos en donde fui extrañamente “empujado” hacia el abismo oscuro que luego se volvió claro… y helado. Me dolía. Mas lo peor aún estaba por venir.
    Lo peor llegó. Lo peor tomó forma de dolor incomparable en mis pulmones, y sentí unas punzadas horripilantes que los atravesaban poco a poco. Y algo helado bajó por mi garganta. Supe que era invisible. Supe que lo necesitaba para sobrevivir en este ambiente hostil. Ya no era aquel terreno puro lleno de oxígeno, ahora era como una espantosa pecera sin tanque. Poco a poco empecé a respirar ese aire desnutrido y glacial. A pesar del dolor, aún me encontraba lúcido, y seguía preguntándome qué demonios hacía en ese lugar. ¿Quién me había traído ahí? ¿Por qué sigo vergonzosamente desnudo, mientras todos me miran con sus ojos censuradores? ¿Y qué demonios es este aire, que me tortura?
    De repente, sin explicación alguna, casi que sin sentido alguno, empecé a notar como todo el mundo me aplastaba, metafóricamente por supuesto, y comencé a sentir toda la presión del universo sobre mi cuerpo, y un miedo atronador que casi atravesaba mi cuerpo, y una sensación de impotencia y temor que se iban acumulando poco a poco, lentamente. ¿Qué va a ser de mí? ¿Qué es este lugar? ¡Sólo muerte es devenir, en este ambiente tortuoso! ¡Tanta luz me asusta más que toda la oscuridad del planeta! ¡Tanta gente que mira mi desnudez! ¡Tantos ojos que sobre mí se posan! Y fue entonces cuando comencé a llorar. Las lágrimas gruesas comenzaron a salir de mi rostro, y comencé a liberar un temor infinito, que nunca habría de liberarse por completo. Todos los que estaban junto a mí parecían reírse de mí. ¡Felices ante mi dolor! ¿Quiénes son estas bestias inmundas, que gozan con mi sufrimiento? ¿Acaso no notan mi sufrir? ¿Acaso mi llanto no les inunda el corazón de tristeza, cuan si fuese el canto de un fénix desfallecido? Mas todo lo contrario al fénix, mis lágrimas no eran poderosas, y esta vida de muerte al final no terminaría en gozosa resurrección. ¿Gozosa? ¿Soy merecedor de esta vida?
    Me encontraba en esos frígidos pensamientos, comenzando a ver la muerte como una amiga más que villana, cuando una voz… una voz hizo que todo mi mundo terminara de desmoronarse. Una voz grave, casi feliz, entonó las palabras que quedarían a fuego marcadas en mi pecho por el resto de mi vida:
    “¡Señora, es un varoncito!”
     
    #1

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