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El monstruo

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Kwisatz, 22 de Abril de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 747

  1. Kwisatz

    Kwisatz Poeta recién llegado

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    EL MONSTRUO

    El reloj marcaba las nueve de la mañana cuando el psiquiatra forense llegó al centro de menores.
    Cruzó un seco saludo con el guardia de seguridad de la entrada y procedió a entrar al hall donde le esperaba el responsable del centro de internamiento de menores.
    Tras saludarse, el responsable procedió a guiarle a través de las instalaciones del centro en dirección a la sala de entrevistas.
    Durante el breve trayecto, el psiquiatra repasó mentalmente de forma breve los datos más relevantes del menor al cual iba a entrevistar.
    El sujeto era un adolescente de 13 años. Se encontraba recluido por un intento de homicidio perpetrado semanas atrás contra un bebe de pocos meses. Dicho sujeto prendió fuego al carrito que transportaba al bebe de pocos meses de vida, que logró salvarse de la quema gracias a un atento vecino que supo reaccionar a tiempo.
    El adolescente provenía de una familia de clase media acomodada. Su padre era un respetado médico cirujano y su madre era contable en una empresa del sector textil. Ambos se manifestaron estupefactos y preocupados por la conducta aparentemente inexplicable de su hijo. No existían antecedentes de hechos similares, no se tenía constancia de que hubiese participado o hubiese sido objeto de algún conflicto violento y según personas cercanas al sujeto, lo definían como un chico “normal”, que no destacaba en nada, tanto para lo positivo como para lo negativo. Probablemente, pensó para si el psiquiatra, dichas personas cercanas, incluyendo los propios padres, en realidad, no lo conocían en absoluto.
    La repentina inmovilidad de su guía le extrajo de sus pensamientos. Finalmente habían llegado a su destino.
    A través del cristal reflectante observó unos instantes al individuo que iba a entrevistar, sentado relajadamente en una silla metálica junto a una robusta mesa de madera vacía.
    La cara del joven no reflejaba angustia ni ansiedad alguna, tan solo un atisbo de resignada paciencia ante lo que parecía ser para él un trámite intrascendente.
    El psiquiatra forense entró en la sala junto al responsable del centro, el cual procedió a presentarle.
    Casi a continuación, ante el silencio cortante e incómodo mostrado por ambos, el responsable abandonó la sala quedando únicamente el psiquiatra forense y el muchacho.
    El psiquiatra tomó asiento y con una parsimonia premeditada preparó sus bártulos sobre la amplia e impoluta mesa que se extendía ante él.
    Una vez finalizado el ritual levantó la vista y posó su mirada en la del muchacho que lo seguía observando con indiferencia.
    Lo siguió observando en silencio durante unos segundos más hasta que sonó el clic de la grabadora.
    Con voz monocorde comenzó a declamar el protocolario preámbulo que precedía a cualquier entrevista, detallando datos como la fecha, la hora, el lugar y el nombre del encausado.
    Una vez finalizado este protocolo comenzó la entrevista propiamente dicha:

    - ¿Sabes por qué estás aquí?
    - Por intentar quemar a un bebé
    - ¿Por qué lo hiciste?

    Un abrumador silencio prosiguió a la pregunta.
    El muchacho miró intensamente a los ojos a su entrevistador sin que su rostro sacara a relucir expresión o mueca alguna.
    Esta situación se prolongó durante interminables y tensos segundos hasta que finalmente el joven arqueó los hombros con despreocupación y contestó un desconcertante “No lo sé”.
    El psiquiatra se desmoronó internamente al escuchar aquella respuesta.
    Eran demasiados años en la profesión, demasiadas frustraciones, demasiada impotencia. De pronto se sintió más viejo y cansado que nunca. De nuevo tenía al monstruo frente a si.
    Tuvo que hacer acopio de toda su entereza profesional y moral para evitar el impulso de interrumpir aquella entrevista y huir de la sala, ocupada de nuevo por aquel ser siniestro que tantas veces le había atormentado y torturado. Ese monstruo que le había acompañado durante años en sus pesadillas, que le había hecho dudar de la condición humana, que le había obligado a contemplar el verdadero rostro del mal.
    Tras unos instantes más de lucha interna reanudó la entrevista, intentando parecer lo menos afectado posible.

    - ¿Entiendes por qué te han recluido aquí?
    - Porque lo que he hecho está mal y es un delito.
    - ¿Eres consciente de las consecuencias de tus actos?
    - Sí, supongo, creo que era previsible que ocurriera esto.
    - ¿Qué ocurriera qué?
    - Pues que me recluyeran, que me juzgaran por mis actos.
    - En realidad me estaba refiriendo a lo que podría haberle pasado a ese bebé si no hubiera actuado tan diligentemente el vecino que te vio.
    - ¡Ah, eso!, sí, habría sido terrible... Lo siento de verás, no sé cómo pudo ocurrírseme tamaña atrocidad, les prometo que jamás volveré a intentar algo semejante.

    El psiquiatra observó al chaval cada vez más afectado.
    Su lenguaje corporal lo delataba. Su oculesia era transparente. Mentía. Era totalmente evidente la falta de empatía, pese a que había intentado dar una matización compungida a sus palabras. Se notaba que había estado entrenando, pero era demasiado joven e inexperto para siquiera confundirle un ápice.
    Ya había tratado con individuos como éste en el pasado. Más adultos y con recursos para el engaño más sofisticados. Pero siempre presentaban el mismo patrón, esa inquietante falta de empatía y la necesidad patológica de manipular y dañar al prójimo.
    Y sabía de sobras el peligro que para la sociedad representaba.
    Ese menor se convertiría pronto en una amenaza potencial. Sabía que por más desfavorable que su informe de evaluación fuera, no podría evitar que tarde o temprano aquella aberración humana volviera a pisar la calle.
    Y también sabía que era cuestión de tiempo que alguna víctima inocente tuviese que pagar con sangre la indulgencia del sistema.
    Aunque se consideraba un profesional íntegro y competente, no podría dejar de sentirse cómplice de los futuros crímenes de ese monstruo. Por haber sido consciente del peligro que entrañaba y no haberlo podido remediar. Por haberse resignado a mirar a otro lado.
    Pero no podía seguir engañándose, no podía cargar más con la responsabilidad de otra muerte a sus espaldas.
    Sentía que aquella era su última posibilidad de redención, y era consciente del precio a pagar.
    Cuando impulsivamente apagó con un rápido gesto la grabadora supo que había sellado su destino.
    Con un ligero carraspeo rompió el silencio imperante y levantó la vista de la mesa hasta plantar su mirada en la de su interlocutor.

    - Es una lástima....

    El rostro del muchacho dibujó una sonrisa nerviosa mezcla de incredulidad y asombro ante lo que acababa de escuchar.

    -¿Qué?
    - Que es una lástima...
    - ¿El qué es una lástima?
    - Tu naturaleza
    - ¿Mi naturaleza?
    - Sí. Tú no tienes la culpa de ser como eres. No elegiste ser así.
    - ¿Ser cómo?
    - Verás, tú tienes una grave carencia emocional. Eres incapaz de sentir empatía por los demás seres humanos. Eres lo que se conoce popularmente como un psicópata. Tú naciste monstruo.
    - Pero ¿qué dice? Esto es ridículo...
    - Lo eres créeme. Son demasiados años tratando a personas como tú. Quiero que entiendas que no me queda otra alternativa.
    - Oiga esta conversación está tomando un rumbo muy extraño y no quiero seguir hablando con usted...
    - Lo siento, pero no puedo permitir que vuelvas a ser libre. No dejaré que vuelvas a causar dolor y muerte ante mi cómplice impotencia. Esta vez no te saldrás con la tuya monstruo, y yo me aseguraré de ello aunque pague con mi vida. Hoy seré yo el ángel de la muerte.

    El muchacho se había levantado y había retrocedido unos pasos, alarmado ante las crípticas y amenazantes palabras del supuesto custodio de la razón.
    Pero resultó en vano, ya que el psiquiatra también se había incorporado bruscamente y mantenía asida con fuerza la silla en la que momentos antes había estado sentado.
    Antes de que pudiera reaccionar, con un golpe de enorme violencia derribó al adolescente que cayó aturdido al suelo.
    Cuando los guardas de seguridad consiguieron llegar a la sala, encontraron al psiquiatra forense aún aferrado al cuello del cadáver del muchacho, con el rostro desencajado y bañado en lágrimas.
    Una pequeña columna en la sección de sucesos del diario de la mañana del día siguiente fue la esquela para su entierro en vida.
     
    #1
    Última modificación: 8 de Junio de 2012

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