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El niño que descansó debajo de un abedul.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Orlando Ortz, 8 de Enero de 2013. Respuestas: 1 | Visitas: 639

  1. Orlando Ortz

    Orlando Ortz Poeta recién llegado

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    Son como las siete de la mañana y aún no dejo de pensar en aquella aventura que marcó mi vida para siempre, sé que mi tiempo está medido y que estoy por entregar mi vida en manos del destino final, y mi más dulce recuerdo es lo sucedido aquel verano durante mi infancia, es como si aquel recuerdo fuera lo único que hice, mi única inversión, mi única razón, mi única gran aventura.

    Las hojas de los árboles parecen mecerse de forma diferente, esos días en que me sentía conectado con el mundo, aunque de niño todo lo confundía con fantasía, esa forma singular de ver el mundo… más tarde comprendería que era un don especial. Pero sí sabía algo: quería pensar que la vida era trascendental. Las repuestas populares jamás me habían convencido del todo y sabía que el cielo cuando se observa detenidamente, puede llegar a cambiar de color, de forma y de ubicación.

    Siempre fui curioso, una de mis fascinaciones era comer limón a gajos, apartando las semillas, igual lo hacía con la mandarina, la toronja y la naranja, luego contaba cada semilla y algunas veces apartar cada vena del gajo. Gustaba de oler la tierra, probarla, escucharla y abrazarla; sentarme al lado de un árbol y besarle las estrías de cada uno de sus años.

    Caminado por el bosquecillo del cerro verde, mi piernas aún llenas de fuerza por fin se habían cansado en una de mis muy comunes exploraciones solitarias, donde me obligaba a ver el sol, y escuchar melodías en el viento, fue que a lo lejos vi ese árbol de tronco larguirucho y de pocas vetas (suponía), un árbol de aquellos que no se escalan y que para mi solo arrojaban buena sombra si la copa era de buena circunferencia y ese sí lo era. Se le asomaban un poco las raíces y entre las ramas un buen follaje me invitaba a recostarme un rato y ¿por qué no? dormir. Sí, al acercarme lo pude saber, era un abedul, listo para invitarme a descansar, me pareció desagradable que, a mi parecer, su tronco fuera tan liso, pero aún así recosté mi oído a él y sin pena alguna dije: “Abedul, abedul, abedul de hojas amarillas cuéntame un cuento que me haga soñar”. Fue increíble lo que sentí, una conexión extraña y mística, pero fue mas asombroso lo que escuche, ¡una orden!
    -Mete tus manos entre lo ralo de las raíces y saca una piedra que me hace mal- dijo.
    - ¿Perdón?- atiné a decir.
    ¿Me había quedado dormido, me estaba perdiendo entre mi nueva perspectiva de ver el mundo?
    -¿Acaso te parece raro escuchar hablar a un árbol? ¿No eres tú el niño que besa ahuehuetes en las ramas?
    – Si soy yo señor abedul, pero me ha dicho mi mamá y los ancianos que de esto no obtendría nada, que los árboles no hablan y que nada bueno deja ponerle nombre a las efímeras nubes que me encantan.
    -Pues ya lo he dicho, mete tu mano entre las raíces y saca una piedra que me hace daño, me molesta, años tiene ahí, y empieza a parecerme insoportable-.
    Me agaché, aún escéptico de lo que ocurría y cuál sería mi sorpresa al encontrar una piedra negra puntiaguda incrustada brevemente entre una raíz, jale con todas mis fuerzas y pude obtenerla.

    --¡Ah, buen muchacho! Te contaré no un cuento, sino una historia que te haga soñar, mi tatarabuelo el gran abedul amarillo, llegó caminando sobre un islote a estas tierras lejanas, en un tiempo en que se media el sol por estaciones claras y los hombres como tú platicaban con las aves que emigraban. Los abedules siempre hemos sido algo callados y se nos toma por lerdos y tontos, pero nada hay de eso, gustamos de la buena charla y de alguna poesía milenaria, como aquella que dice, cush cush oooom baruj, (los hombre han descubierto el fuego y ya no somos más amigos) ju, ju, abaram, (pero llegará el día) oooooooooosh verem (que naceremos de nuevo), ese canto es un canto que recitamos con el viento entre las ramas, y dime tu niño ¿eres el nuevo hombre que besa ahuehuetes en las ramas? ¿eres la tierna generación que reclama a la tierra sus entrañas? En muchas generaciones jamás había oído a uno de tu especie preguntarme algo o hacerme alguna petición, ¿y es por eso que dicen que los árboles no hablan?

    Días y tardes regresaba al abedul, y nuestras charlas eran más profundas, más reales, menos resentidas, y le contaba noticias contemporáneas de lugares lejanos. Su mayor complejo era estar sometido a una sola tierra y me escuchaba con atención, a cambio me recitaba poemas de viento y ramas, y con destreza me revelaba secretos de tierras subterráneas.

    -Había un topo que comía raíces dulces. Durante varios meses tejimos una estratégica enramada, ahora es el topo eterno de la cárcel petrificada y canta cantos de sus hijos en la cueva abandonada-.

    Como me hacia reír y llorar ese abedul y mi alma a su abrigo descansaba, me hablaba de inquietos niños que jugaban. Y cuando pensaba en uno en particular lloraba; le llamaba el niño perseguido, que un hombre le alcanzo y le lastimaba a la sombra de sus ramas, y decía entre llantos conmovido, no comprendo el alma de tu especie, hablemos de cosas mejores, como el día que un riachuelo se hizo a unos metros de mis ramas, y un día de febrero, cuando ese año el sol se enamoro de este paraje y atento vigilaba, entre sus amores lo seco.

    Abedul amarillo, cuéntame otro cuento que me haga soñar, le repetía cada vez que volvía y un día, simplemente calló.

    Días y tardes regresaba, - abedul ingrato que la amistad olvidaste, dame un motivo de tu silencio- le reclamaba.

    Entre murmullos de una plantita algo lejana escuché:
    -Un mensaje dejó para ti, antes de guardar silencio, así se prepara un árbol para morir y regresar al padre, el gran abedul amarillo que llegó en un islote dijo: “Niño que besa ahuehuetes entre sus ramas, no dejes nunca de nombrar nubes y de contar los huesos de las mandarinas, nunca dejes de hacer pajarillos de barro y quizás por tu espíritu libre, otro abedul entre las sombras del bosque oscuro, te ame de nuevo. Toma tu hacha y hazme pirar en tu hoguera, junto a tus hijos y junto a tu amada, has comprendido que el fuego se hace del árbol muerto y arderemos en tiernas llamas. Promete que al morir tus cenizas irán al cielo desde un cerro muy alto y al viento confundiéndose con el, llegando hasta mecer las ramas de otro triste abedul.”-.

    Hice muchas cosas en mi vida, construí y derruí; viajé, odié y amé; salté, canté y bailé; pero jamás olvidaré el día en que un abedul amarillo me pidió sacar una piedra puntiaguda que lastimaba sus raíces.
    He escrito lo siguiente en idioma de viento, no se si lo he hecho bien, pero lo intenté:
    ooooj, ooooj, fffffffff, ag, (adiós abedul amarillo) el niño que te ama.

    Son las diez y comprendo que pronto entre las nubes volare.
     
    #1
  2. joblam

    joblam Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Has logrado con tu relato, hacerme sentir parte del mismo y vivir, con emoción, todas las experiencias del niño. Muy agradable la lectura. Saludos.
     
    #2

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