El otro planeta

El único regalo que recibe dios, tomando la cabeza, es el argumento, que como, cínico arranca las vestiduras de cualquier patriota, ya sea vecino de la lujuria o traidor de la admiración. Para respaldar lo que digo, investigo sobre la luna, que es un satélite espacial que mide la fuerza tal y como lo hace el infierno de pies a cabeza; así sin hablar de un centro de la tierra evoco la saturación que lleva al círculo polar, llevar a cabo la desesperación de glaciares enviados a la tierra por compases sísmicos que no tienen que ver nada con el planeta.

El único orden que admito es chocar contra el espacio, que, aterrado por ser cósmico es irredituable hablando, y comprobando su aspecto social. El que miente ve el balance entre lo que como consejo admite ser devorado por el espacio; la única manera de echar atrás el tiempo es darlo escuálido, como la memoria toca el volumen de las palabras y como la selección natural priva al hombre de cualquier principio. Como el primero da orden el segundo fecunda en su misma circunstancia como alfabeto.

Para ser claro cada pensamiento es cosmético si hablamos de que el otro yo es parecido al hombre y la circunstancia es almacenada por medios infinitos de trabajo; la red devoradora de estrellas es mencionada en el apocalipsis como horario, y el único vértice que termina es dado al porcentaje como presa fácil, no como reconocimiento y dada la pausa abundaría la ley platónica del pensamiento que avienta al enemigo tal y como lo perpetua el ciclo de la vida, avisando que la llanura voltea su cara, ¡voltea su cara!.