El peligro de pensar o la muerte de un ángel

Ella no se dio cuenta al momento. Lo estuvo pensando durante semanas. La idea fugaz e inocente que le venía a la cabeza de vez en cuando comenzó a ramificarse. Poco a poco se vio cubierta de una mugre abisal, cayó en sus propias pesadillas, entre cangrejos que recorrían su cuerpo y cucarachas entrando por su boca, los huesos se le descascaraban del miedo.

La idea se fue apoderando de su mundo. Le asustaba aceptarla por todo lo que implicaba, pero entre más imposible e ilógica ella la trataba de convertir, se hacía más irresistible y tentadora; como la exótica sensación de placer que hay en todo lo sucio.

Su imagen se perdía en la muchedumbre de la cotidianidad, y ella se preguntaba cuántas personas habrían tenido semejante dilema existencial. Aceptar la maldad inherente a su persona quizás fuera el primer paso para erradicarla. Quizás la culpa y le responsabilidad fueran solamente fantasmas del pasado que cada ser humano va acumulando y debe arrastrar por el resto de su vida. Ella se preguntó cómo se sentiría dejar todo ese pasado atrás y caminar libre de prejuicios y culpas, si a fin de cuentas el presente es tan instantáneo que es apenas un umbral entre el futuro y el pasado.

Su imagen en el espejo había cambiado bastante desde que nació hasta ese día. La inocencia se esfumaba lentamente de sus ojos, o lo que es lo mismo, la juventud. Quizás el alma se corrompía inevitablemente con el paso de los años. Quien antes se sentía mal por decir una mentira a su familia, ahora podía fácilmente engañar a su marido, chantajear a sus compañeros de trabajo y manipular a su jefe. ¿Qué vendría después? ¿Robar? ¿Asesinar?

Penélope esa noche dormía sola en la casa. Ricardo, su hermano, se había acabado de ir de misión. La acompañaba el ruido del ventilador y el sonido del tránsito noctámbulo, a veces eso era suficiente para quedar atrapada en un sueño suave y consolador. Sin embargo en ese momento no podía dormir. Sus pies quedaban al descubierto, recibiendo la mayor parte del aire fresco, mientras su cabeza se escondía entre las sábanas como un capullo de araña.

Se levantó casi de un salto al sentir un ruido en el cuarto. Allí estaba yo… en la oscuridad, muerto de miedo y engurruñado en un rincón. Era una criatura lánguida y fantasmagórica mirándola de reojo. Dos grandes protuberancias en mi espalda aún sangraban.
- ¿Qué eres?
- Yo fui un ángel.

 

El la voz de la maldad no se detiene...hasta a un ángel se puede perturbar. Una narración interesante, un placer leerte, un abrazo!