El Pensador

La vocación mayestática de aquel hombre de frente ancha y agudas entradas,con su melena ondeando al viento del presuroso invierno,la había pagado con densas monedas de oro limpio al diablo de las tentaciones.Éste le susurraba cada noche en su alcoba de relucientes cortinas de seda,la gloria que adquiriría dedicándose a la filosofía y a la teología aristotélica.Y el hombre,enfebrecido por alcanzar algún día renombre de gloria eterna,se pasaba trasnochando,a la tarea del estudio de tales complicadas tareas.Pronto llegó la hora en que debía dar una conferencia en un claustro ennegrecido por los trágicos avatares del pasado;pues allí había sido quemado un achacoso anacoreta que imprudentemente había clamado que no existía Dios.Mas nuestro fornido campeón de especulación descomunal ascendió por las alfombradas escaleras que le llevarían a la cámara señorial,donde le esperaban espectrales eruditos de tez pálida y ojos grandes.Ni se fijó en ellos.Mas aquellos rumoreaban palabras de gentileza y admiración premeditada,cada vez que iba caminando por el corredor de los sacros pensadores.Subió a la tribuna,y con una voz grave y solemne empezó el discurso acerca del Ente en cuanto desplegado en el devenir del tiempo inmanente.Todos quedaron asombrados hasta el final de su grandilocuente análisis de superlativa filosofía primera.Cuando hubo acabado,todos estallaron con aplausos fragorosos y vítores de alegría.Habían encontrado una lumbrera que sin embargo perdería al año siguiente su poder trascendental por pacto sellado con el demonio.