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El perrito artista (dedicado)

Tema en 'Prosa: Infantiles' comenzado por pablo7972, 31 de Diciembre de 2012. Respuestas: 12 | Visitas: 2541

  1. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    El perrito artista
    (dedicado a Cecilia Vázquez Mauro, fiel lectora)

    Martín se había quedado dormido delante del aparato de televisión. El pequeño librillo de historias y cuentos infantiles reposaba entreabierto boca abajo sobre la pequeña cama del niño, el filo de las páginas aparecía manchado de yogur y batido de chocolate. También Niki, el perrito de la casa, descansaba cuán largo era en la alfombra perfectamente dispuesta a lo ancho del dormitorio.

    Martín dormía profundamente, con la baba de su boca colgándole pijama abajo y manchando levemente el dobladillo de la sábana.

    Sus papás se miraron preocupados. La televisión que con tanto cariño le habían regalado a su niño al cumplir los seis años se había ido volviendo una más de la casa. Tanto como para desbancar de la atención de Martín a todo aquello que no fueran los “dibus” y una serie para niños que era su preferida.

    Martín no faltaba nunca a la cita con aquel programa para pequeños y jóvenes en el que su protagonista, un perro llamado Magín (tal vez porque era medio mago), era capaz de imitar a los humanos, casi de hacer acrobacias e, incluso, en un episodio que le había desvelado durante toda la noche, había sido capaz de salvar a personas perdidas en la nieve, niños como él que se habían extraviado y que no eran capaces de regresar a sus hogares.

    Los papás acordaron rápidamente con una mirada cómplice entre ellos que aquel aparato de televisión, con aquel perro Magín que le robaba a su niño las horas de sueño y de lectura, debía desaparecer de inmediato.

    A un gesto de su madre, el papá se adentró en la habitación de puntillas, mientras ella desenchufaba muy despacito el televisor de la pared. Martín respingó al escuchar cómo se vaciaba de sonidos y música el eco de su dormitorio. Pero no despertó. Dormía profundamente. Su mano dio un brusco tirón, eso sí, que envió el libro de cuentos infantiles contra la alfombra, justo donde dormía su perro Niki. Los dos padres detuvieron todo movimiento al instante mientras, asustados, se llevaban el dedo índice a la boca exigiéndose silencio el uno al otro. Niki, despertado súbitamente, corría ya alborotado por el pasillo y escaleras abajo, probablemente hacia la cocina.

    Pero Martín seguía durmiendo y respirando acompasadamente. En sus sueños, Magín le salvaba de múltiples peligros. Sus crines blancas, como de un alazán venturoso, eran las riendas a las que se sujetaba el pequeño mientras su canina y esbelta montura galopaba por entre los peligros y sobre los puentes que salvaban el ancho de ríos encendidos de fuegos y antorchas y colmados de serpientes, dragones y demás enemigos de los niños. Martín era feliz. Y Magín era su amigo.

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    Ya por la mañana, el pequeño Martín entró raudo en la cocina mientras sus papás preparaban el café y unas tostadas. A ambos les sorprendieron los gritos repentinos, el irrumpir de aquel pequeño en la tranquila paz de la mañana con el griterío propio de quien hubiera observado de cerca un fantasma; incluso Niki interrumpió el atracón de bolas de pienso y albóndigas para perros recién iniciado al escuchar semejantes alaridos.
    - ¡Papá! ¡Mamá! ¡No encuentro la televisión! ¡Y yo quiero ver a Magín hoy por la noche! ¿Dónde está la televisión? ¡Quiero ver a Magín! Hoy iba a salvar a unos niños perdidos en los Alpes.

    El papá sonrió. - Pero, Martín, si ni siquiera sabes dónde están los Alpes. ¿No estarás viendo demasiada televisión? Eres muy pequeño. Incluso puede que sea malo para los ojos de los niños estar tanto tiempo ante…

    No pudo terminar. El niño comenzó a gritar desaforadamente:

    - ¡Quiero ver la tele! ¡Quiero ver la tele! ¡Quiero la teeee-le…

    La mamá de Martín torció el gesto en desaprobación ante aquel comportamiento impropio de un niño bien educado:
    - No se hable más, la televisión la han venido a buscar unos señores porque hay que compartirla con otros niños que no tienen de todo, ¿sabías que hay niños que no tienen televisión y tampoco tienen apenas qué comer?

    Martín se puso todo rojo de la furia; apenas se podía contener. Rompió a llorar justo cuando su papá retomaba la explicación anterior:
    - …es mejor que dejes de ver la tele un tiempo y así otros niños de por aquí, que no tienen casa y viven como pueden en chabolas en el bosque, sin luz ni agua, puedan ver la tele igual que tú… y además…

    Tampoco esta vez su papá pudo terminar el discurso. Mientras su madre le reprobaba a su marido las últimas palabras, Martín, histérico, abandonó la cocina gritando salvas de furor rumbo a su habitación. Subió las escaleras hacia su habitación a trompicones y retumbaron las tablillas del falso techo de la despensa, tanto fue que comenzó a titilar la luz de la cocina, todavía encendida a tales horas.

    - Desde luego, Matías… tienes cada cosa…
    - ¿Qué quieres, mujer, ya no se me ocurre qué inventar para que no nos pregunte dónde está la televisión…
    - Pero, hombre de Dios, ¡en chabolas sin luz!, y ¡en el bosque…! ¿cómo vas a enchufar la televisión en una chabola que no tiene luz?

    Matías se rascaba la cocorota. ¡Qué difícil situación! Sin duda, les estaba poniendo a prueba a los dos. Lo importante era mantener a Martín alejado de aquel aparato por unos días; esperaba que aquel sagaz niño no se diera cuenta de la estupidez que había dicho y tampoco de que la tele estaba escondida debajo de inmensos tarros de salsa de tomate casera en la despensa, bajo el hueco de la escalera.


    perritos-lindos.jpg


    Ya a última hora de la tarde, Martín miraba por la ventana de su cuarto en la primera planta de la casa. “En el bosque, en chabolas…”, había dicho su padre. “En el bosque está la televisión”, pensó Martín. “Para que otros niños pudiesen ver a Magín”. ¡Vaya tontería! ¿Y por qué tendría que perderse él su serie favorita? Es más… seguro que a Magín no le haría tampoco ninguna gracia. Aquellos niños no conocían a Magín, ¿para qué querían ver la serie de televisión entonces?

    Sin embargo, él la veía todos los días de emisión. Desde una hora antes, él ya estaba sentado en la cama esperando con su carita fija en la pantalla mientras se iban programando los avances de la emisión, “dentro de 25 minutos, Magín salvará a unos niños perdidos en los Alpes”. Él quería ser uno de aquellos niños salvados por el perro mago, por el perro artista, incluso funambulista y malabarista de circos lejanos, capaz de todo lo humano y sobrehumano, aquél era el perro de su vida.

    Pero se acercaba la hora. No había nada que pensar. Aprovecharía un simple momento para escabullirse por la puerta de la entrada. Su papá estaba ahora introduciendo en casa grandes bolsas de la compra, podía verle desde la ancha ventana, ¡era el momento!

    ¡Claro que tenía miedo! Por eso buscó en su perro Niki la confianza que le faltaba. Niki había sido un cachorro de mestizo abandonado y recogido hacía años por sus padres al comprar la casa. La mirada entre ellos sólo duró un segundo. Martín retiró sus ojos a la par que maldecía fríamente:
    - ¡Perro tonto! ¡Si fueras Magín me llevarías junto a la televisión! Rastrearías el bosque, la encontrarías y me la traerías de vuelta. ¡Eres un perro tonto! ¡No sirves para nada!

    Niki le seguía mirando con sus orejas gachas. Su rabito reposaba en la alfombra mientras esperaba erguido alguna caricia de aquel principito que era su amo. Su desayuno de bolas de pienso había quedado casi íntegro en el plato una vez que fuera interrumpido por la disputa de la mañana. Los papás de Martín se habían olvidado de volverle a poner más pienso en el plato durante el resto del día, tal era la excitación en la casa y la preocupación de ellos. Ahora el vacío en su estómago se hacía mayor, era casi la hora de la cena.

    Miraba al niño, le miraba y le volvía a mirar. Pero el niño no le daba una caricia. De atreverse, hubiera saltado a darle un lametón en su sonrosada cara para condolerse con él, pero no quería por ahora ganarse un puntapié.

    Siguió al niño a distancia cuando éste se fue alejando de la casa a hurtadillas tras elegir el momento oportuno, cuando su papá bajaba unas cajas de leche al sótano y su madre se ajetreaba en la cocina con las ollas y los platos. Nadie reparó en que el niño desaparecía por la puerta abierta de la entrada. Sólo se dio cuenta Niki. Con el hocico reposando sobre el felpudo de la entrada, se quedó mirando la lejanía y el espesor de los árboles mientras los zapatos de sus amos le esquivaban en su ir y venir entre viaje y viaje al coche.

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    Cayó una espesa noche de luna llena. La maleza había cobrado vida. Las pequeñas alimañas de la penumbra ya habían hecho acto de presencia; gordas ratas que se despertaban de su letargo diurno para viajar hasta las casas próximas en busca de alimento. Grillos que le acompañaban paso a paso. Ladridos lejanos de las viviendas de la última manzana que cada vez quedaban a mayor distancia. La neblina penetraba por entre la suela de sus zapatillas, y las plantas de sus pies transpiraban verdadera escarcha. Martín tiritaba de frío.

    Abotonó en un impulso de excitación cada uno de los ojales de la chaqueta de su pijama y se abrazó a si mismo mientras se le doblaban las rodillas. Pero siguió caminando, adentrándose en lo hondo de aquella selva. El programa del perrito artista debía estar a punto de comenzar. No había tiempo que perder. Miró a la luna, fiel compañera de sus pasos, y creyó adivinar en su blanca faz ojos tristes y una boca agriada, como cuando su madre le apagaba la televisión y le decía que tenía que echarse a dormir.

    Tendría que correr, apurar y encontrar rápidamente su querido televisor. Encontrar esas chabolas de las que había hablado su padre y así recobrar lo que le pertenecía. Magín estaría orgulloso de él. Sería como si hubiera aprendido de su querido y amado perro de la televisión las mismas hazañas, las mismas peripecias que aquél protagonizaba para todos los niños del país. Aceleró sus pasos y comenzó a llamarle a voces sin darse cuenta de que estaba bajando su temperatura corporal debido a la escasez de vestimenta, al frío de la entonces ya casi noche, a la humedad reinante, y a que sus zapatillas se iban encharcando más y más en los pequeños pantanillos y ciénagas de aquel bajo humedal del bosque cercano.
    - ¡Magín, Magín! ¡Guau, guau…! – se dio cuenta de que necesitaba olisquear el terreno como hacía aquel perro mago de la televisión y, echándose de bruces en la tierra, acercó su pequeña nariz respingona a las zarzas y a las ortigas; buscaba el rastro por donde podía haber dejado su huella urinaria aquel fantástico amigo cuadrúpedo. Indudablemente la noche hacía mella en él y le hacía confundir, a cada paso que avanzaba, el verdadero destino de su aventura.

    Olisqueó, reptó y se fue arañando las rodillas, la cara, los pies y las manos en la agreste y ruda naturaleza. Su voz fue decayendo y de los gritos del antes vinieron a posteriori simples lamentos.
    - Magín… Mag… ¿dónd… tas… - era casi incapaz de hablar cuando cayó sin fuerzas en un pequeño calvero del bosque. Allí tendido, sin fuerzas y sin conocimiento, desmayado por el esfuerzo y la hipotermia, le iluminaba la luna llena voraz y pensativa, la cual se iba colmando de la luminosidad y de la claridad proveniente de un sol que, desde fuera de la cúpula celeste, la seguía acicalando en su blanco y mudo rostro, y ella, con toda su luz tristona, iluminaba profusamente el cuerpo de aquel niño.

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    La confusión era enorme en la casa hacia las ocho de la tarde, hora de la emisión del programa. El papá había subido arriba a llevarle la cena a su hijo y no lo había encontrado. Llamadas a la policía, a los bomberos, a los vecinos… ¡nadie había visto a Martín!

    “Dentro de un par de horas vendrán efectivos de policía y bomberos; si acaso, podríamos pedir ayuda a voluntarios y vecinos para rastrear el lugar… pero el problema es que ese niño puede llevar varias horas a la intemperie… oscurece hacia las seis de la tarde y ustedes nos llamaron después de las ocho. El operativo llevará poco tiempo prepararlo pero… puede ser demasiado tarde para un niño en el frío de diciembre. Hay que darse prisa. Le buscaremos por las calles, inmediaciones del pueblo y, si no aparece, incluso en ese bosque. Pero es demasiado grande como para rastrearlo en una sola noche. Un niño que camine aprisa puede recorrer tranquilamente cuatro o cinco kilómetros en una sola hora, aún entre la maleza. ¡Roguemos a Dios para que nos ayude!” – le había dicho el jefe de la policía local a Matías, el padre, tras una primera llamada telefónica al puestillo de la policía local.

    Después de eso, la madre había roto a llorar y el padre había salido corriendo a rastrear a ciegas las calles vecinas; descartaba que Martín se hubiera internado en el bosque. ¿Para qué podría haber hecho algo así?

    Niki había observado todo desde la tristeza de su alfombrilla en la cocina y después había subido descansadamente los escalones y se había dejado caer en la mullida alfombra junto a la cama del niño, en aquel dormitorio a oscuras salvo por los tenues rayos lechosos que irrumpían en el interior a través de la ventana, cuya persiana ondeaba a medio bajar. Siempre subía a tal hora para hacer compañía a Martín y esperar del niño una caricia que desde hacía ya mucho tiempo no llegaba, mientras desde la tele se asombraba a todos los niños del país con “El perro mago Magín”. Sin embargo, esta vez y tras unos minutos de cálido reposo en el aposento de su amigo humano se incorporó y se atrevió a bajar las escaleras…

    Abajo, la mamá de Martín lloraba desconsolada en la silla de la cocina. La taza de café que había preparado su marido, Matías, yacía rota por el suelo. Las lágrimas habían enrojecido tanto la cara de aquella mujer que, incluso pese a su astucia canina, a Niki le costó reconocer en aquella cara hinchada y avejentada el semblante de su ama, de su dueña.

    Se dirigió despacio a la puerta que seguía abierta, tal vez esperando el regreso de Martín, tal vez invitándole a volver. Sin saber por qué, comenzó a recorrer patitas abajo los pocos escalones de la entrada.

    Cuando se dio cuenta estaba en pleno bosque, su nariz rozaba con avidez las piedras del suelo, su cola apenas tocaba la maleza, las gráciles y juguetonas patitas no pisaban ni a los grillos ni a las cucarachas a pesar de lo umbrío de los senderillos y apartados recovecos, no se hería en el lomo con las agujas de las zarzas ni le rascaban con su urticaria las numerosas ortigas, no movía ninguna de las piñas caídas que se disimulaban semihundidas en la tierra; el armazón espinoso de las últimas castañas vencidas por la madurez desde noviembre no se hincaba tampoco en las almohadillas de sus vigorosas pezuñas, salteaba los regatos con maestría y seguía el olor corporal de Martín, de los rastros que iba dejando el niño con la sangre que le bajaba tibia desde sus tobillos y rodillas hacia la hojarasca y la tierra.

    No le costó llegar, después de media hora de husmeo, al lugar limpio de matorrales donde Martín yacía tendido y desvanecido.

    Sin saber por qué, le lamió los ojos, las heridas de los tobillos, rodillas, codos. A continuación, se embutió junto a él; juntó su alargado cuerpecillo e hizo de su piel el abrigo que Martín no tenía. Se arremolinó cubriéndole el tórax, la barriguita y el pecho. Con sus patas delanteras le abrazó tibiamente el cuello, con sus patas traseras bien juntas le cubrió un poco los muslos. Y se durmió junto a él sin recordar que su propia hambre había hecho disminuir el calor de su propio y peludo cuerpo. Durmieron toda la noche en aquella posición sin moverse ni un palmo. Hasta que amaneció un débil sol mañanero.

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    La helada de finales de diciembre hizo aparecer las parduzcas formas de Niki bajo un halo gris y perlado, un anorak de rocío y cristales debidas al gélido alba. Sus caninos párpados estaban agrietados por la condensación de la humedad debida al frío, igual que las hojas y las ramas vecinas; sus pezuñas astilladas del agreste y sinuoso recorrido de la pasada noche se extendían ahora petrificadas en la hierba congelada de la mañana. Su peluda cola se ceñía a la cintura de Martín, rígida, con sus finos pelillos vueltos ahora gruesas cerdas debido a la temperatura tan extrema que en la madrugada había gobernado. El hocico frío también, como un témpano de hielo, rozaba la nariz del niño.

    Niki despertó y lo primero que hizo fue oler la respiración del pequeño. Un soplillo cálido emergía de las profundidades de sus pulmones. Durante un rato más mantuvo aquella posición, regalándole a Martín el calor que a él le faltaba. El pequeño y extrañado sol de diciembre les miraba sin parpadear mientras iba ascendiendo pocos grados por el lejano horizonte del bosque.

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    Por la mañana, mientras la madre volvía a llorar y la guía de teléfonos se desperdigaba volcada a sus pies, regresaba el padre de Martín de su peregrinar por el vecindario. Reaparecía en la casa con los ojos muy largos debido a las lágrimas derramadas, tanto que hasta semejaban alcanzar el mismísimo suelo en cuyas baldosas se reflejaba su arqueada figura. Poco más tarde, regresaba Niki, un bulto de pelo mojado y frío que se hacinó inmediatamente sobre el felpudo y contra la puerta de la casa, como un sonámbulo de aquella larguísima noche…

    Su quejido tardó en ser escuchado por los dos adultos, hasta que a Matías le pareció percibir que tal vez su niño estaba en la puerta llamándoles.

    Corrió hacia allí, pero no le descubrió. Ante él se abría la soledad del patio a la entrada y, más lejos, las primeras arboledas de un bosque que aparentaba rugir ante él. El quejido lastimero le llamó su atención de nuevo. Entornó su mirada despacio hacia sus propios pies, dubitativo. Allí descubrió al mediano mestizo de la casa, dolido y lastimado, sin fuerzas para mantenerse en pie sobre sus quejumbroso y abatidas patas, ronroneando para que le miraran y escucharan.
    - ¡Ven, Mary! ¡Ven, rápido! ¡Es Niki! ¡Es Niki! Ha debido estar toda la noche fuera…

    La madre vino corriendo y al verlo rompió a llorar y reír al tiempo. Sin dar crédito, exclamó:

    - Matías ¡mira! ¡mira…!.

    Entre los colmillos del can, que ahora enseñaba lúcidos y blancos como cuando antaño y entre juegos quería semejar ante Martín un verdadero lobito feroz, mostraba ahora un pedacito de tela roja.
    - ¡Es el pijama de cuadros de Martín…! ¡Es el pijama de Martín…!

    Sin pensarlo dos veces, aquel hombre cogió al perrito en brazos y notó su delgadez, su frío, su falta de fuerzas y cómo se desparramaban sus pobres carnes al izarlo hasta el regazo…

    - ¡Espera, Matías! antes de irte… dale algo de comer y de beber a Niki. Dale algo de comer y beber porque si no se va a morir aquí mismo.

    Acto seguido, le dieron lo mejor que tenían en la despensa, agua fresca y un buen plato de carne del guiso del día anterior que guardaban en el horno. Niki comió dificultosamente pero aprisa. Aún sin terminar la comida del plato, ladró débilmente. No podían esperar más; le secaron con una gruesa toalla en medio minuto y le arrebujaron en una mantita para darle calor mientras Matías le sostenía en brazos.

    Ya sin pensarlo más, el padre fue corriendo al interior del bosque con aquel perrito todavía muy débil abrazado contra él mismo hasta que comprobó que, por los tirones que daba, Niki quería posarse en el suelo. Entonces, fue Niki marcando el camino que ya conocía desde el día anterior. Y fue así cómo consiguió llevar a aquel hombre junto a su hijo. A trompicones, sacando fuerzas de donde no le restaban y seguido en todo momento por Matías, Niki llegó sin equivocarse, aunque con no pocos esfuerzos, al mismo lugar donde había dejado tendido a Martín esa misma mañana, hacía tan solo poco más de una hora.

    Al despertar, con el sol templándole la cara y ver a su padre y a su perro justo enfrente de él y descubrir el asombro desmedido de ambos, Martín sólo pudo articular con voz pastosa el nombre de su perro y abrazar a su papá con más fuerza que nunca.

    Así pudieron salvar a Martín del frío y el hambre en el interior de aquel frondoso bosque.


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    Ya en casa y al día siguiente, cuando el gran reloj del salón estaba a punto de señalar las ocho de la tarde, la madre de Martín subió las escaleras de la casa y se acercó sigilosa a la habitación de su hijo. Al llegar, se sorprendió de descubrir a su marido detrás de la entreabierta puerta del dormitorio; con los ojos observaba por el refilón que separaba la puerta del marco aquella apacible escena que se respiraba dentro de la estancia.

    La televisión estaba apagada a pesar de ser la hora de comienzo del programa estrella “El perro mago Magín”. Los padres se miraron sonriendo. Martín estaba acostado en la cama; se había quedado dormido. En el extremo de la mano derecha tenía abierto el libro de aventuras para niños, mantenía el pulgar justo separando las páginas por donde estaba leyendo cuando había caído exhausto. La otra mano reposaba fuera de las mantas y caía, pendía fuera de la cama. Sus dedos acariciaban, mientras él soñaba, el hocico y la cara complacida de Niki.

    Igual que había sucedido aquella noche en el bosque.


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    Nota del autor: deseo “feliz año 2013” a todas las personas que colaboran con protectoras de animales y, especialmente, en los Amigos de los Perros de Carballo de A Coruña, por su inestimable labor en el salvamento de perros abandonados.


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    #1
    Última modificación: 5 de Enero de 2013
  2. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Alucinante, volveremos que ahora estoy limpiando las uvas. FELIZ 2013. En este momento no está pero cuando lo vea va a alucinar. Un abrazo enorme de los que no se acaban.
     
    #2
    Última modificación: 31 de Diciembre de 2012
  3. Caballo Negro

    Caballo Negro Exp..

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    Que historia Pablo te envuelve ...me encanto Poeta.

    Feliz 2013 amigo.

    Mis cariños Maru
     
    #3
  4. LUVIAM

    LUVIAM Poeta veterano en el portal

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    Sensacional!!!, toda una obra de arte !.
    Llevas de una manera mágica y tierna el mensaje a esa generación infante que ahela encontarse un día con el héroe de su sueños, sin percatarse que lo tienen cerca, caminado a su lado.
    Deberías explotar ese talento como escritor de cuentos infantiles. Perfecto!!!
    Te felicito porque leerte atrapa, como todo un genio de las letras.
    Ooootro!..
    ooootro!..
    Ooootro!..
    o000tro!......

    Ver adjunto 32400


     
    #4
    Última modificación: 1 de Enero de 2013
  5. nube blanca

    nube blanca Poeta que no puede vivir sin el portal

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    Un muy buen laborioso trabajo querido amigo Pablo, tu creatividad es genial,
    de principio a fin te va envolviendo la historia, te felicito por esta historia enfocada
    a esos amigos tan fieles. Me ha encantado pasar a dejar mi huella aunque no canina jejeje
    en esta bella dedicatoria.
    Apoyo tu agradecimiento a todas las protectoras de animales que realizan un trabajo
    humanitario y envidiable.
    Un beso y un abrazo de tu amiga Tere.
     
    #5
  6. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

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    Gran relato Pablo. Felicidades.
     
    #6
  7. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias por todo, Elenita. Abrazos a esa niña maravillosa. Feliz 2013
     
    #7
  8. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias por todo, Maru, abrazos y feliz 2013
     
    #8
  9. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Ya te dedicaré uno, en el 2014. jaja, mil besos
     
    #9
  10. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Tu huellita ya está registrada, jaja, muchas gracias por dejarla. Abrazos y besos
     
    #10
  11. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Gracias por tus palabras. A este cuentito me refería yo, bueno, cuentazo. Gracias y feliz 2013
     
    #11
  12. elena morado

    elena morado Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Hola, muchas gracias. Me encanta el cuento, mi madre me lo lee muchas veces y el de Miguelito también. Me gusta más este regalo que la tablet de las Monster que me trajeron los reyes. A mis amigas los reyes no les han escrito ningún cuento. Y ahora leo muy despacito pero cuando aprenda a leer bien lo leeré yo solita. Muchas gracias. Te dejo estrellas.

    Cecilia, 6 años.
    La vida nunca se muere, espera por ti.
     
    #12
    Última modificación: 14 de Enero de 2013
  13. pablo7972

    pablo7972 Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Dentro de algunos años escribirás mejor que el autor de ese cuento y tú serás quien narre para otros niños, también serás una fenomenal pensadora, ese "la vida nunca se muere, espera por ti" ya lo había escuchado de una persona que está intentando aplicárselo para entender que la vida es una centrifugadora, hasta el momento en que oprimes el botoncito rojo. El de apagado. Y entonces, todo para y deja de girar. Gracias por leerme y por existir, Cecilia. Abracitos dulces para ti, niña
     
    #13

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