El Poeta que No Pudo Escribir de Amor

En la penumbra de mi estudio, donde la luz del día se desvanece y la noche se apodera de cada rincón, me encuentro atrapado en un abismo de palabras no dichas. Antes, mi pluma fluía con la pasión del amor, con la intensidad de un volcán que despierta. Pero ahora, soy el poeta que no puede escribir de amor. Perdí a mi musa, y con ella, la esencia misma de mi inspiración.

Ella era el centro de mi universo, la fuerza que movía mi mano a escribir versos que vibraban con vida propia. Su risa, un canto celestial; su mirada, un océano en el que me ahogaba voluntariamente. Cada palabra que escribía era un tributo a su ser, un reflejo de su presencia en mi vida. Pero ahora, todo eso es un eco lejano, una sombra que se burla de mi soledad.

La pérdida de mi musa no fue un simple adiós, fue un arrancamiento brutal de mi alma. Se fue sin más, dejando detrás un vacío imposible de llenar. Las noches se volvieron interminables, y el silencio, mi único compañero. Traté de encontrar consuelo en las mismas palabras que solían darme fuerza, pero cada intento de escribir sobre el amor se convirtió en una tortura. Las letras, antes danzantes, ahora caen pesadas, sin vida, sin sentido.

El amor se transformó en odio, un odio frío y calculador que se instaló en mi corazón. Cada recuerdo de su sonrisa se convirtió en un puñal, cada caricia, en una quemadura. La belleza de lo que fue se distorsionó en una grotesca caricatura de lo que jamás será. El odio me consume, me define, me convierte en un ser que apenas reconozco. Ya no soy el poeta del amor, soy el poeta de la desolación y el rencor.

La soledad es mi constante compañera. Se sienta a mi lado mientras intento en vano escribir algo que no sea veneno. Mis días son una sucesión de horas vacías, de intentos fallidos de evocar la pasión que una vez me inspiró. La soledad se infiltra en mis huesos, se mezcla con mi sangre, y el eco de su ausencia resuena en cada latido de mi corazón.

Quise ser el poeta que celebraba el amor, que encontraba en cada amanecer una nueva razón para escribir. Pero ahora, solo soy un hombre atrapado en su propio infierno, incapaz de encontrar la salida. Mis versos se han convertido en lamentos, mis estrofas en gritos ahogados que nadie escucha.

Y así, en esta penumbra perpetua, sigo siendo el poeta que no pudo escribir de amor. Mi pluma, otrora poderosa, yace inerte, víctima del odio y la soledad que me han consumido. Mi musa se ha ido, y con ella, mi capacidad de crear belleza. Solo queda el dolor, un recordatorio constante de lo que perdí y de lo que nunca podré recuperar.