1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

el portero

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Eduardo Morguenstern, 29 de Noviembre de 2011. Respuestas: 2 | Visitas: 1783

  1. Eduardo Morguenstern

    Eduardo Morguenstern Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    15 de Septiembre de 2007
    Mensajes:
    2.847
    Me gusta recibidos:
    150
    EL PORTERO.
    Eduardo Morguenstern (28.11.11)


    El hombrecillo estaba nuevamente sentado al costado de la puerta cerrada del Salón. Como siempre, su rostro sugería que estaba atravesando una disyuntiva interior inquietante. La misma de siempre, la que no se atrevía a resolver: entrar o no entrar.

    Hacía ya largo tiempo que había sido empleado por el Instituto para el cargo de portero del Salón. El hombrecillo era el único depositario de la llave, y se le dijo simplemente que debía permanecer en el pasillo, frente a la puerta, durante el tiempo en que estuviera abierto el Instituto. Él llegaba al trabajo a las siete y cuarenta de la mañana y tocaba timbre en la pesada puerta de hierro y el encargado del Instituto le permitía el acceso. Se abría a las ocho en punto. Cerraban a las 12. Por la tarde se volvía a abrir a las 15 hasta las 19, todos los días hábiles. El portero cubría los dos turnos.

    Estilo inglés, en Avenida de Mayo, dos pisos, amplísimo hall y grandes ambientes, sus decorados, las estatuas, cortinados y lámparas; la escalera con sus barandas de hierro grueso, igual que las rejas del frente, formaban un típico conjunto arquitectónico del siglo diecinueve.

    Salvo el encargado, en todo el tiempo que el hombrecillo llevaba trabajando como portero del Salón, nunca vió a nadie entrar, circular o salir del Instituto. Siempre le pareció desierto. No había reuniones, no sabía nada del Instituto, pensaba que podía estar relacionado con archivos o cosas de la Historia. Pero evitaba mostrarse curioso o indiscreto. Nunca interrogó al encargado qué se hacía en ese lugar. Él fué empleado desde una bolsa de trabajo y sus haberes se le depositaban en el Banco, por lo que sus contactos con otros empleados era prácticamente nulo, pues es cierto que al menos una o dos veces al año La Administración se comunicó telefónicamente con él. La primera ocasión fue para decirle que encontraría la llave del Salón bajo el tapete de la lámpara de pie al lado de la puerta. Que era la única llave y que él debía conservarla mientras esté trabajando para el Instituto. El mínimo hombre no preguntó nada, se le dijo que esté siempre a la puerta, que la puerta permanezca cerrada, y que en caso de enfermarse, debía dar aviso a la oficina de colocaciones que lo ofreció. Nada más.

    El portero tenía como escenario el pasillo, silencioso y en penumbras, que daba a otras puertas de salones sobre los cuales ignoraba completamente todo. La tercer puerta a la izquierda daba al baño amplio y antiguo. Era un lugar que tenía claridad y era más fresco y agradable que el pasillo. El escenario del pasillo cercano al portero tenía la lámpara de pié con la estatua (todo en hierro negro) representando a Diana y sus perros. La diosa envuelta en una ligera túnica, bella, esbelta, juvenil, franqueada por dos feroces mastines. El último elemento de su escenario era la silla en que pasaba las largas horas.

    Siempre pensaba en su vida actual. Todo era este trabajo. Todo era igual. Denso. Aburrido. Chato. Aceptaba que se le escapaba la vida sin que suceda nada. Todas las horas iguales. Si no miraba la pared empapelada del pasillo, frente a su silla, debía mirar el suelo. O mirarse las manos. O la estatua. Y entonces pasaba ratos enteros en ensueños con aquellos bosques milenarios de la mítica Grecia, en que se le representaba Diana Cazadora, tan eróticamente lograda en la estatua, que exaltaba con toda frescura la voluptuosidad misteriosa de la fronda... pero siempre venía la peligrosa jauría ensordecedora, que imponía terror...y era lo que lo devolvía a la realidad de la pared o la puerta o el suelo con la gastadísima alfombra verde.

    Dos veces abrió la puerta del Salón, para verificar cómo estaba todo adentro. Era una habitación muy amplia y casi vacía. Una sola silla daba asiento a una pila de libros. Las ventanas estaban cerradas. Las cortinas pesadas, recogidas.

    Con el tiempo empezó a pesar que estaría bueno pasar algunas de las largas horas adentro del Salón. Pasaba obsesivos ratos en la consideración de entrar, de anexar ese escenario a su vida, la cual sufriría una expansión al aumentar sus fronteras físicas. Anhelaba la ocurrencia de algo distinto, que valiera la pena, que lo saque de la nada. Salir de afuera. La maestra de primer grado lo pescaba distraído y lo echaba de clase como penitencia y se aburría afuera, recordaba. Entrar a este Salón sería como ingresar a una historia posible, que lo tuviera como protagonista y testigo de su propia vida.
    Debía -pensaba- lograr un qué a su vida, un desarrollo, un devenir, sucesos con relación de sentido. Eso significaba, pensaba, producir hechos.

    Entonces clasificaba mentalmente los actos posibles. Por ejemplo podría entrar a diario para abrir y cerrar las ventanas del Salón. Abrirlas por la mañana y cerrarlas por la tarde antes de retirarse. También podría leer los libros que el salón contenía. Era increíble, pensaba, que hasta ese momento no se hubiera permitido, por lo menos, leer los títulos y saber sobre qué versaban los libros de la silla.
    Pero no quería iniciar una historia de trasgresiones. Él era solo el portero y no un usuario del Salón. Aunque nadie se lo prohibiera, aunque a nadie le llegara a importar, aunque nadie lo llegara a saber. Pero el portero era, aunque insignificante como persona, un hombre cabalmente ético.

    Le angustiaba su vida plana, le repugnaba la insipidez, pero adivinaba que la corrección perseverante es desabrida, si bien heroica, porque hay que ser valiente para no salirse del cuadrado, pero hastía. Estar viviendo allí en la silla era lo correcto, pero totalmente insípido. Entrar siquiera a abrir las ventanas era incorrecto, pero sería como permitir que entre la vida de afuera, formando parte del escenario. Llegarían la música, las voces, las bocinas. Podría ocurrir algo inesperado. Qué se yo - pensaba- se mete una paloma y comienza una historia, cualquier cosa, o hay un suceso callejero y yo soy testigo, algo por el estilo. Tal vez, imaginaba, de la lectura de alguno de esos libros pudiera surgir una idea, una vocación, no sé, encontrar una tarjeta de alguien que por esas casualidades se meta en mi historia y la cambie, o que aprenda algo más, algo nuevo, distinto... Se trata, concluía, de meterme dentro de algo más grande y abrir puertas aún cerradas de mi propia existencia.

    Ultimamente y cada vez más, la tristeza tendía sobre el portero un palio sombrío cuando asumía la absoluta imposibilidad de construír una vida en un escenario tan limitado como ese oscuro y depresivo pasillo, ni aún anexando a su vida el Salón vacío, donde era imposible que pase nada, en esa ridícula función de portero, donde no entraba ni salía nadie nunca. Esa historia sin historia adjudicada por otros, a quienes no conocía ni conocería jamás. Asumía el rancio sabor de la soledad en la que su acontecer se inscribía como la protohistoria de una vida laminar, carente de expresiones, sin espacio y donde sólo jugaba el tiempo, un tiempo gomoso, sin pasado ni futuro, sin recuerdos y sin horizonte. Esto, decía el portero, esto es el infierno.

    Entonces miraba su reloj, su viejo reloj marcando las siete menos veinte, y se levantaba de la silla, a estirar las piernas, y se dirigía al baño a lavarse la cara antes de salir a la ciudad, cerrando una jornada igual a la anterior y a la siguiente.
     
    #1
  2. ferdorta

    ferdorta Poeta reconocido en el portal.

    Se incorporó:
    29 de Julio de 2007
    Mensajes:
    3.630
    Me gusta recibidos:
    156
    Género:
    Hombre
    Eduardo... amigo.... Una muy buena historia de una historia sin historia... Casi me convensiste que lo haría y al final, como la vida de tantos, no lo hizo. Aunque el texto es largo... engancha... y uno queda con gusto a poco. Estrellas, un abrazo y mis deseos de que la inspiracion te acompañe siempre, siempre.... SIEMPRE.


    ferdorta
     
    #2
  3. Melquiades San Juan

    Melquiades San Juan Poeta veterano en MP

    Se incorporó:
    3 de Diciembre de 2008
    Mensajes:
    5.147
    Me gusta recibidos:
    666
    Género:
    Hombre
    Hola Eduardo, cómo estás.

    Haces gala de una pulcra narrativa en este relato psicológico altamente existencialista, con ese personaje y sus angustias, dentro de un espacio que lo limita en lo físico pero lo estimula en lo mental. Las similitudes que encuentro son tantas con otras actividades de la vida: personajes que aceptan su papel tal como lo marca el manual y no transgreden esos espacios que están marcados como restringidos. Como metáfora se puede aplicar a tantos aspectos de la vida.

    Es un placer leerte amigo, como siempre.
     
    #3

Comparte esta página