El prisionero

El prisionero​

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-Sabes que ahora viene la tortura, no deberías estar tan hablador. Yo en tu lugar meditaría en silencio encomendándome a mis dioses.- le dijo el guardián.


El prisionero, que se encontraba en un profundo hoyo lleno de pestilente agua, con las muñecas y el cuello apresados por un cepo, se lamentó.- Mis dioses me han abandonado o no estaría en esta situación. No, nada quieren saber de mí, pues ahora, después de tanta desgracia, antes de matarme, me van a torturar por un crimen que yo no cometí. Sólo porque estuve en el momento y en el lugar en los que no debía de estar.

El guardián lo miró sonriente y le preguntó.- ¿Tal vez seas tú quién ha olvidado a tus dioses?-

El prisionero calló por un espaciado momento, para responderle después.- Yo siempre le fui fiel a mis dioses, en el altar que les construí en mi viejo granero nunca les faltó una ofrenda de flores, bebida o comida. Vivíamos alejados del pueblo y su castillo acatando los preceptos que decían que les agradaban a mis deidades.


Sin embargo, se fueron olvidando no sólo de mi familia sino de todo el pueblo. El tiempo fue cambiando, vivimos tres inviernos seguidos y las cosechas cada vez fueron más escasas. Cosecha tras cosecha, hasta que no tuvimos prácticamente qué comer. Por eso mis dos hijos cayeron enfermos sin que nada pudiéramos hacer. Aún así, en esos momentos, todavía tenía fe en mis dioses. Y les ofrendé en el altar las últimas avellanas que teníamos, recolectadas por mis propios hijos en el duradero invierno.


A pesar de ello, el mismo día de mi ferviente ruego, murió mi hijo pequeño y, viendo que su hermano se dirigía al mismo final, me desalenté. Por eso, desesperado, me dirigí hasta el altar para ofrecerle al dios Oscuro mi propia sangre como ofrenda. Pero él tampoco oyó mi súplica, pues mi hijo murió al día siguiente.


-Qué extraño, dicen que el dios Oscuro siempre escucha a las almas desesperadas.- le dijo el guardián, sin dejar de sonreír.


-Pues a mí no me escuchó- continuó el prisionero- ni si quiera me dio suerte cuando fui a robar al pueblo una gallina, pues mi mujer estaba tan debilitada que sólo podía estar echada en la cama. Allí tuve la peor de las fortunas y vi como el hijo del señor del castillo mataba a un campesino con crueldad. Quise huir pero me atraparon, y decidieron que se dijera que había sido yo quien había dado muerte al campesino. Más por tener el macabro espectáculo de la tortura y el ahorcamiento que por otra cosa. Por lo que ahora me veo en éste trance.


-¿Y si te dijera que estás equivocado y el dios Oscuro te ha escuchado?- le dijo el guardián y, por un fugaz momento, su sonrisa se formó sólo por colmillos y sus ojos se volvieron del color de la sangre.


- ¡¿Qué eres y qué quieres de mí?!- exclamó el prisionero aterrado.


- Sólo soy un demonio, un sirviente del dios Oscuro.- le contestó el guardián volviendo a su humana apariencia, sin dejar de sonreír.- Que viene a proponerte una oferta, pues sé que quieres salvar tu mísera vida. Para ello sólo tienes que hacer una simple elección, y salvarás no sólo tu vida sino la de tu mujer y la de uno de tus hijos.-

-Mis hijos han muerto.- musitó entristecido el prisionero.

-Te vuelves a equivocar, para el dios Oscuro no hay diferencia entre la muerte y la vida. Sólo tienes que elegir de entre tus hijos quien debe permanecer muerto y quien habrá de revivir, así despertarás de esta pesadilla.- dijo el demoniaco guardián, dándole poca importancia a sus palabras.

El prisionero pensó en sus hijos, muertos hacía tan poco tiempo, y, tras apenas unos instantes, replicó.- No puedo elegir entre uno de mis hijos. Cuando hice la ofrenda al dios Oscuro sólo me quedaba un hijo con vida, no tenía tal opción. Ahora que los dos están muertos no puedo elegir salvar sólo a uno y dejar con la muerte al otro, aunque eso conlleve la muerte de mi esposa. Prefiero morir yo también antes de hacer tal elección.

El demonio lo miró de nuevo con sus ojos del color de la sangre, y su boca llena de colmillos dejó de sonreír para decir con la voz cargada de odio.- ¿Estás seguro? Te torturarán antes de matarte. Yo mismo me ocuparé de que tu sufrimiento te parezca eterno. ¿Aún así no quieres elegir?- Y, tras que el prisionero negase firmemente con la cabeza, el guardián tomó un pesado garrote y lo sopesó con ambas manos.

-¿Es que me vas a matar? ¿Por qué vas a salvarme de la tortura?- le preguntó el prisionero al demonio quien, levantando el arma, le contestó con ira.- Porque tus dioses no te han olvidado.- y descargó el garrote sobre su cabeza.

 

Me recordó aquel libro llamado -Necronomicon- de Al Azif.
Buena historia.

 

Gracias por pasar, Picho.

 

Muy bien estructurado tu relato.
Un saludo.

 

Gracias por tu hollar, Salerin.

 

Interesante relato..
Me a gustado .
Saludos

 

Gracias por tu lectura y hollar, Jonher. Un saludo.

 

Muchas gracias por tus palabras, Tig-ana. ¿Pero dónde está la crítica y el ensañamiento esperado? ¿Sólo que está mal puestos los guiones del diálogo? jajajaja Bueno, me tendré que contentar con eso y corregir los guiones y los signos ortográficos. Un beso.