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El raton de mi cocina

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por xantos123, 19 de Noviembre de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 707

  1. xantos123

    xantos123 Poeta recién llegado

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    Hoy, lo he visto otra vez. Estaba comiendo tranquilamente las gachas que mamá me había servido, cuando sin saber muy bien la razón he levantado la cabeza y mis ojos se vieron atraídos por un pequeño movimiento encima de la nevera. Casi no pude contener una carcajada, en vez de eso me limite a sonreír. Era el mismo, no me cabía duda, sentado sobre las patas traseras daba cuenta en ese mismo momento de una pequeña galleta. Mis papás enfrascados en una conversación de esas que llaman de adultos ni siquiera se dieron cuenta de que un pequeño y travieso ratón estaba comiendo una de nuestras galletas justo a sus espaldas. Seguí comiendo, por supuesto, pero no aparte la vista del ratoncito ni por un momento. Parecía sentirse a sus anchas, acabó la galleta y ni corto ni perezoso se acercó a la pequeña cesta de galletas, que siempre dejamos sobre la nevera y cogió otra que empezó a mordisquear. Cuando terminamos la comida, el valiente ratón ya se había zampado cinco galletas, mientras con sus ojillos divertidos parecía observarme con atención. Al levantarme de la mesa, mi mamá me reprochó no haberme limpiado las manos, lo hice y cuando volví a mirar el ratón había desaparecido. Sentí una gran decepción porque me hubiera gusta conocer donde tenía su escondrijo, estuve buscando disimuladamente por la cocina pero al estar mamá lavando los platos tuve que desistir y dejarlo para otra ocasión.

    Me fui al salón donde aguardaban por mi el Capitán Smith y sus soldados para que capitaneara un asalto a la fortaleza del infame Señor Oscuro. Mientras asaltaba la fortaleza pensé en la primera vez que vi al ratoncito, había sido hacía dos semanas, mi mamá se encontraba fuera tendiendo la ropa y yo me sentía hambriento por lo que fui hasta la cocina pensando en comerme unas cuantas galletas . Cuando entré en la cocina todo parecía normal, cogí las galletas y empecé a comerlas, entonces oí un débil ruido a mis espaldas, me volví y allí estaba frente a mí , mirándome con sus ojillos y comiendo una galleta. ¿De donde venía? ¿Cómo había llegado hasta allí? Me quedé de piedra, sin reaccionar, sabía como actuaría mi mamá si veía una ratón en la cocina, los gritos se oirían en toda la vecindad, yo como soy más valiente me quedé callado y quieto. Entonces mi mamá entró en la cocina y gritando mi nombre me preguntó que estaba haciendo comiendo galletas antes de la comida. Me distraje sólo esto, una pizca de nada, para mirar a mi mamá y cuando volví a girarme el ratoncito ya no estaba, ni tampoco la galleta. Empecé a dudar de lo que había visto, ¿realmente había visto un ratón o tan sólo imaginaba haber visto uno? Hecho una confusión mi mamá me echó de la cocina alegando que tenía que preparar la comida y esas cosas. Con lo cual, yo volví con mis juguetes y me olvidé del asunto.

    Al día siguiente, volví a verlo corriendo por la cocina y desapareciendo dentro de uno de los armarios, esto me llenó de alegría, por una parte porque el ratón era real y por otra porque me permitió tener un secreto que no compartiría con nadie o eso me dije, aunque a los pocos días toda mi clase del colegio sabía que tenía un ratón en la cocina y todos deseaban tener otro en la suya. A partir de entonces lo veía casi a diario, a veces, incluso buscaba excusas para estar en la cocina para ver si aparecía, le dejaba comida escondida aquí y allá y procuraba estar atento. Mis papás ni se daban cuenta y yo me contenía para no estallar en carcajadas cuando lo veía aparecer, lo vi sobre la repisa de la alacena, subiendo por las cortinas de la cocina, escondiéndose tras la escoba de mi mamá, corriendo por el suelo de la cocina, metiéndose en el armario de los dulces. Cada vez se hacía más y más atrevido, llegó al descaro de comerse un galleta, mía, sobre la mesa con total tranquilidad, mientras me miraba y mi mamá lavaba los platos, luego, descendió de la mesa y desapareció entre las sillas. Pero aquello no podía durar y el desastre se produjo dos días después. Yo no estaba presente, en aquel momento la tribu india de Los Cabezas Calvas empezaba el asalto al fuerte Pie de Cañón, pero oí el grito de mi mamá. Fue un grito grandísimo, seguido de un portazo, una carrera y otro portazo, luego apareció mi mamá en el patio gritando que llamara a papá: Juanito, Juanito llama a tu padre rápido, rápido que tenemos ratones en casa. Obedecí a mi mamá que parecía acalorada y muy asustada y acudí con papá a la cocina mientras mamá nos explicaba que un ratón había salido de debajo de la nevera. Cuando mi papá escuchó eso soltó una gran carcajada que reprimió en seguida al ver la agria mirada de mamá. Fuimos todos juntos a la cocina con palos y escobas para buscar al ratoncito, no sabía muy bien que querían hacer mis papás pero vi con horror que sus intenciones no eran buenas y solté el palo que llevaba y empecé a decirles que no hicieran daño al ratoncito, que no hacía mal a nadie, y más cosas por el estilo, me puse histérico y empecé a llorar y dar pataletas, mis papás no me hicieron caso y siguieron buscando. Por suerte o más bien porque el ratoncito es muy listo no encontraron donde estaba. Entonces empezaron a poner trampas aquí y allá y a poner trocitos de queso envenenado.

    Desde ese momento no se me permitía estar en la cocina si no había otra persona conmigo, pasaron los días y no volví a ver al ratoncito, yo estaba muy preocupado e intentaba ayudarle en lo posible, hacía saltar las trampas cuando no me veían o retiraba el veneno. A pesar de todo, el ratoncito seguía en la cocina porque mi mamá se quejaba de que le faltaba esto o aquello de la despensa, pero ahora era más precavido, pues mis papás estaban sobre aviso y siempre que podían registraban la cocina. Un día entré en la cocina sin que me vieran, me senté y esperé comiendo unas galletas a ver si aparecía, tardó un tiempo pero por fin asomó el hocico justo bajo la nevera, salió y empezó a comer del montoncito que le había dejado frente a mí, me miraba con esos ojillos burlones y saltones aunque con un aire de seriedad que me hizo reír. Luego, empezamos a hablar, le expliqué un montón de cosas y él parecía asentir como si lo entendiera, luego le señalé la puerta y le dije que aquel no era un lugar seguro que mis papás tarde o temprano lo iban a atrapar y no quería ni imaginar lo que harían con él. Le comenté lo triste que eran las despedidas, que siempre seríamos amigos pero que debía marcharse antes de que fuera tarde. Yo estoy seguro que me entendió, se quedó mirándome un buen rato, luego asintió y se marchó, pero no por la puerta, se volvió a meter bajo de la nevera. La verdad, me puse muy triste y me marché. No lo volví a ver hasta pasados unos días, el ratoncito se encontraba junto a la puerta del jardín como si estuviera esperando algo, fue la primera vez que lo vi fuera de la cocina. Tan pronto me vio se quedó parado y me miró unos instante como despidiéndose, luego atravesó la puerta y se perdió entre las flores del jardín. No lo he vuelto a ver, pero a veces, cuando paseo por el jardín pienso en el ratoncito que ahora vive en mi jardín y sonrío.
     
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