El reloj

Cerró la puerta cuidadosamente para no despertarla, se acercó lentamente y le dió un beso en la frente, procurando no apartar ningún cable que apagara su vida para siempre. Le acarició su corto cabello y le susurró un “te quiero” al oído, no entendía cómo había podido tener tanto tiempo y no haberlo aprovechado para hacerle más visitas. Derramó una lágrima en su mano arrugada por los recuerdos que le vinieron de cuando era pequeño, deseó volver a ser un niño e ir al parque con ella, que le contara historias de cuando estaba la guerra, a la que sobrevivió a pesar del hambre y las malas condiciones a las que se tuvo que enfrentar. “Ella es una mujer fuerte, ¿cómo no puede ganar ahora esta batalla? ¿Cómo la medicina ya no le hace nada?” pensó aún con las lágrimas cayendo por sus mejillas. “Lo siento, abuela, siento no haber aprovechado más el tiempo contigo” dijo en voz alta entre sollozos. La abuela, abrió los ojos y con dificultad consiguió quitarse la máscara que le ayudaba a respirar, y dijo acariciándole la mejila a su nieto: “lo importante es que ahora estás aquí, te quier...” la máquina a la que estaba conectada empezó a sonar alarmando a los enfermeros, la línea amarilla ya no hacía ondas, era una línea recta, anunciando malas noticias. Llegaron los enfermeros, ya no podían hacer nada, el chico empezó a llorar, por el tiempo perdido, y porque ya no había manera de recuperarlo. Días después, el chico volvió a su ciudad, donde estaban sus padres, para aprovechar el tiempo con ellos antes de que fuera demasiado tarde. Ya que no se puede retroceder en el tiempo, el tiempo es un reloj que solo va hacia delante, aprovecha cada momento antes de que sea demasiado tarde. Tic tac, tic tac....