El rey se divierte (Víctor Hugo)

EL REY SE DIVIERTE
(1832)

* * *


​

Opino que de todas las obras teatrales que he visto y leído hasta el momento, ésta y Hernani son las mejores; pero el elogio no debe caer sobre los títulos, sino sobre sus creadores, en este caso el célebre Víctor Hugo se lleva todas mis palmas a su tumba.
La censura no ha podido frustrar este drama de relieve cautivante y admirable vuelo artístico.
Víctor Hugo creó su propio método autoral, basándose en un estilo limpio, definido. Quien lea Hernani y El rey se divierte (inspiradora de la ópera Rigoletto, de Verdi y Piave) sin conocer sus orígenes, comprenderá instintivamente que ambos dramas le pertenecen al mismo autor. Así de hondos son los surcos de esta pluma francesa.
La farsa monárquica es el tema central de la obra. La incapacidad de un rey –Francisco I– aturdido por el peso de una corona que la herencia le arrojó desde el cielo, se entretiene con la aventura fácil.
Rodeado por una corte de aprovechadores parásitos, se divierte día y noche pisoteando honores, rompiendo dignidades propias y ajenas, complaciendo ambiciones a cambio de la honra y engañando en pos del capricho deseado. Esta es la vida del Rey de Francia.
El bufón, Triboulet, se arrima al poder descerrajando una carcajada, traiciona su entorno para ganarse la simpatía real, mantiene a su hija alejada de su mundo inmundo, pero ésta, sin saberlo, se enamora del Rey. Cuando la pureza de su niña se mancha con la diversión de su majestad, el bufón jorobado, sediento de sangre azul, jura venganza.
La maldición de un viejo consternado por lo que Francisco I le hizo a su hija, fue la que desencadenó el drama de Triboulet, quien no demoró en saborear el mismo odio que sentía quien le escupió su amenaza.
Finalmente la mano del destino manejada por la hermana del encargado del asesinato real, disfrazado de bastardo, impide que la venganza se cumpla, y su hija, ciega de amor, muere para salvar al Rey; la querencia que la condenaba. Triboulet (personaje central de esta obra y desgraciado hacedor de sonrisas burlescas que se regocijan con su tragedia), ha perdido su tesoro espiritual, creyéndose culpable. Su hija sin embargo no será tan víctima como él, que debe cargar con una plaga de maldiciones concentrada en la injuria de un hombre dueño de una desdicha como la suya. Mientras tanto, como siempre, el rey se divierte…
Los amantes de la buena literatura, no pueden dejarse encerrar en un ataúd sin antes abrir el alma por los ojos, para que así entre admirable la gracia triste de esta obra iluminada.

Ariel Carrizo Pacheco
Bs. As., 19 de marzo de 1994​

 

Gracias por tu lectura y comentario Évano, ¡un saludo cordial!:

Ariel