El Rio Grande o Bravo.

Amigos, aunque he pensado en no escribir ya más, resulta que aún no me he enamorado, así que, lo siento mucho, de verdad! Sé que nunca podré prenderle palabras a todo mi vivir, pero en las que pueda, felizmente mi nombre les pondré.

Un día me encontraba escribiendo de un sinfín de ideas, menos de lo que en realidad pensaba. Es más, quizá ni les interese saber qué era lo que escribía, pero les guste o no, no importa, de cualquiera manera se los iba a dejar saber. La historia es larga, pero corta la voy a inspirar porque aventurarse en las rutas de la memoria, aparte de uno perderse, la intención no es hacerlos dormir ni yo ponerme a llorar.

Creo eran como las tres de la madrugada cuando desperté para comenzar una aventura que 27 años
después hoy cuento. La colonia lucía tranquila, pero en mi casa, mis padres no lo estaban por causas de mi pronta partida. Lógico, ahora que soy padre mejor hoy los entiendo, pero algo de la vida a unos nos hace diferentes o imposibles de entender razones. Total, con las bendiciones y lagrimas de mi madre partí hacia el mentado Rio Bravo para llegarme hasta el lugar donde hoy esta historia escribo, Springfield, Oregon.

Era un día del año 1989 cuando salí del hogar, cargado no solo de sueños, sino de lo necesario para sobrevivir tal aventura de cruzarme hacia el lado Estadounidense. Aparte de lo esencial, entre mis chucherías traía una libretita para apuntar esas las cosas que uno se imagina o que en realidad por allí si pasan. A la hora de las despedidas y de al fin subirme al carro del familiar que me llevaría al borde del rio, por primera vez, viví ese extraño sentir que al cada kilómetro se siente al ir dejando atrás a las almas que a uno lo aman, al barrio, a la ciudad o al México que tanto amo. Creo lo mas triste fue la noción de saber que por los peligros, tal vez, a nadie podría volver a ver.

A mitad del rio, miré hacia al sur, al México que por 8 años no llegue a volver a ver, y allí, de entre el agua pensé en regresar a la cama, a los brazos de mi madre que de seguro a Dios le pedían que regresara...pero crucé y al hacerlo, al amanecer me encontré con varios animales salvajes, los cuales aquí abajo bien os nombro:

2 burlonas ardillas.
7 fisgonas lagartijas.
1 camaleón lento, pero rápido de colores.
4 víboras entrenadas para trazar lineas en la arena.
10 coyotes, no de cuatro patas, sino de dos pies.
1 parvada de zopilotes que yo en siestas me creían muerto.
1 correcaminos que ni por su novia esperaba.
3 oficiales de la migra vestidos como los árboles y los dólares, de verde.

En fin,
hay otras cosas más, pero fiel a la promesa de mantener corta la expresión, aquí termino.

Fidel Guerra.
United States, Febrero, 2017.

 

Sobrevivió a tantos peligros y eso es el sabor de la Victoria. Me encanto leerle poeta. Saludos !

 

Que tal Elizabeth,
pues mira que si se la pasa uno difícil, pero sin lugar a dudas, lo que dices es cierto, el sabor de la victoria y el no olvidarse de los sufrimientos y las raíces lo hacen a uno real o humilde.

Gracias por destinarle un gusto tuyo al sentir que he escrito. y si, es valioso saber que a alguien le gusto lo que comparto.

Gracias mil.
Tu amigo, Fidel Guerra.