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El secreto de Carlota. Amor lésbico. Novela de seis capítulos completada.

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Amorclandestino, 6 de Noviembre de 2023. Respuestas: 5 | Visitas: 217

  1. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    ESTE RELATO CONSTARÁ DE UNAS SEIS PARTES. ME HA COSTADO MUCHO ESCRIBIRLO. UNAS TRES SEMANAS. LO HE DIVIDIDO EN SEIS PARTES PORQUE NO SE HAGA PESADA LA LECTURA. NO ABARCA EXCLUSIVAMENTE EROTISMO Y RELACIONES SEXUALES (ÚNICAMENTE SALDRÁN EN EL SEXTO Y ÚLTIMO CAPITULO), SINO MUCHÍSIMOS OTROS TEMAS COMO HISTORIA, POLÍTICA, RELIGIÓN, SENTIMIENTOS INTENSOS, TRAUMA, DOLOR PSICOLÓGICO, SITUACIONES MUY DRAMÁTICAS... ES UN TIPO DE RELATO QUE NECESITA SER TRATADO CON MUCHA DELICADEZA.



    POR FAVOR, ABSTENERSE DE COMENTARIOS DISCRIMINATORIOS, IRRESPETUOSOS, FUERA DE LUGAR Y TAMBIÉN PSEUDO MORALISTAS. SOLAMENTE PIDO QUE SE EMPATICE CON EL PERSONAJE DE CARLOTA, SE ESTÉ MÁS DE ACUERDO O MENOS CON SUS IDEAS.


    Capítulo I


    Carlota y yo vivimos una idílica relación. Estoy tan enamorada de ella como aquellos días que nos conocimos en aquel pueblo de la Costa Brava y más aún. Cada día que pasa la amo más y más.



    Sus ojos. Pequeños y brillantes, de un intenso color café. Con tanta tendencia a derramar lágrimas por estar tan conectados a su sensibilidad sentimental... Su hermosa y peculiar sonrisa llena de vida, que puedo recrear cuando contemplo el cielo nocturno con la luna en sus fases de cuarto creciente o de cuarto menguante... Sus gafas rectangulares de montura azul marino, que resaltan ese aire de persona culta e intelectual... Sus carnosos labios, de los que tengo el gran honor de poseer su llave, a la vez que la de su alma... Su bravía cabellera, larga, abundante, lacia y castaña, con flequillo recto, esa bella cascada suspendida entre las abundantes curvas de su hermoso cuerpo... Su blanca piel, tan de porcelana por su intensa palidez y a la vez tan de lava por su grueso tacto y por el calor y el rubor natural que desprende, con algo de acné en su rostro, en su pecho y en sus hombros... Su grande nariz... Esas imperfecciones suyas que tanto amo y con las que se ve igual de hermosa... Sus manos, tan grandes y con unos dedos largos y gorditos... Ese bello paisaje, reseguido por los caminos, los valles y las montañas que conforman las abundantes curvas de su hermoso cuerpo... Esos grandes pechos, esa abundante barriga, bien proporcionada con el resto de sus curvas, esas anchas caderas y muslos, esas grandes nalgas, esas largas y grandes piernas... Muy alta para ser mujer (rondando el 1,90), gordita, bien proporcionada y de complexión fuerte.



    Yo, Clara, tengo el cabello castaño largo lacio, siempre recogido con una coleta, la piel muy blanca, los labios carnosos, los ojos cafés y también llevo gafas. A diferencia de Carlota soy una chica bajita (mido 1,59), delgada y con una piel muy fina y unas manos muy delicadas con dedos de pianista con mucha tendencia a destemplarse al mínimo soplo de aire frío.



    Dentro de su modestia en el vestir, debería destacar por enésima vez su sencilla y a la vez sensual ropa interior y sus calzados (botas, sandalias y chanclas) de cuero, plataforma y tacón, indómitas armas de seducción masiva... Mi olfato se deleita con tan solo entrar en contacto con su perfume natural en forma de feromonas en su ausencia.



    Su triste mirada. Memoria de un pasado marcado por la temprana pérdida de sus padres, abusos físicos y psicológicos, ansiedad y depresión. Memoria de una lucha constante para encajar en este mundo. Tan vulnerable y a la vez tan fuerte y tan valiente... Carlota: de origen germánico, mujer fuerte y guerrera. Ya lo dice el significado de su nombre. Judit: de origen hebreo, «alabada de Dios».



    Ella. Tan hermosa por fuera y por dentro. Tan noble, tan sensible, tan sentimental, tan inteligente, tan culta... Tan introvertida y tímida pero tan cariñosa conmigo... Tan especial, tan fuera de lo común... Autista, Asperger como yo... Pero tan empática, sensible y sentimental... Tan de otro mundo. Un ángel como el sol, caído del cielo.



    Carlota Judit. Preciosos nombres. Ella, por alguna razón, prefiere que la llamen Carlota, aunque sé que en el fondo ama los dos nombres por igual. El día que nos conocimos (aquel espléndido día de agosto que jamás olvidaré), al instante de haberme dicho su nombre con esa peculiar y a la vez hermosa, noble y pura sonrisa que tanto me enamoró, recuerdo que bajó discretamente la mirada y le cambió el semblante de repente, como si la tristeza que tanto caracteriza su mirada (aunque sonriera) se hubiera difuminado por completo en su rostro. Fue entonces cuando me dijo, con un fino hilo de voz y en un tono que yo interpreté como una súplica: «em pots dir amb el nom que vulguis, però prefereixo que em diguin Carlota, si us plau» («me puedes llamar en el nombre que quieras, pero prefiero que me llamen Carlota, por favor»). Aunque las palabras dijeran una cosa el tono de voz y la mirada que las acompañaba me decían otra.



    Durante este tiempo he sabido que Carlota ocultaba algo. Algo que forma parte de su alma, pero con lo que la han hecho sufrir mucho a lo largo de su vida.



    Tanto aquel verano que nos conocimos como las primeras veces que hicimos el amor siempre noté que de cintura para arriba nunca se quitaba del todo la ropa. También cuando nos bañábamos en la playa o en la piscina del hostal de apartamentos en el que nos encontrábamos alojadas y cuando nos duchamos juntas aquella vez siempre noté que intentaba ocultar minuciosamente su espalda, ya fuera con su triquini negro, que la cubría en la medida de todo lo posible, o con su larga y abundante cabellera. Siempre que la abrazaba sentía un tacto extraño en su espalda, como si tuviera una grande, profunda y discontinua cicatriz y como si llevara una especie de parche en la piel para disimularlo. Con el semblante triste me decía que no aún no se sentía preparada para quitarse del todo la ropa y así enseñar esa parte de su cuerpo. Cuando le pregunté el porqué, me dijo que algún día me lo explicaría todo, pero que necesitaba su tiempo, ya que era algo que le afectaba mucho y con lo que le han hecho más daño y que me lo explicaría todo cuando se sintiera preparada. Yo la entendí perfectamente y le dije que cuando se sintiera preparada me lo explicara todo con calma, que yo jamás la juzgaría ni la haría sentir mal. Además, hacía ya un mes y medio que no le veía los brazos desnudos, siempre que hemos hecho el amor durante este tiempo nunca se ha quitado la parte de arriba. Para mí no supone ningún problema, no necesito ver tu torso completamente desnudo para que me sonroje, mi corazón palpite y mi cuerpo sienta calor y humedad. Con solo ver una parte (sobre todo si son sus caderas, sus nalgas y sus piernas y aún más con sus botas o chanclas de cuero, plataforma alta y tacón) ya me basta. Además, es invierno y todo pasa más desapercibido. Pero igualmente es algo que me empieza a preocupar.



    Además, Carlota, aunque coma mucho y ame comer, no come de todo, sobre todo no come según qué carnes y mariscos, entre otras cosas. Siempre recordaré aquel día que se comió con suma sensualidad aquel musclo con limón... Pero fue solo porque quería probar su sabor. Pensé que quizás tenía alguna intolerancia, aunque cuando se lo pregunté, ella me respondió: «algun dia t'ho explicaré» («algún día te lo explicaré»).



    Hay un día de la semana en especial en el que Carlota se siente aún más triste de lo que normalmente se suele sentir por su sensibilidad sentimental y sus traumas del pasado (algo que muestra con mucha pena y melancolía, jamás pagando sus traumas dañando a nadie), y ese día es el sábado. Cuando convivimos juntas durante aquel espléndido mes de agosto en el que nos conocimos, me percaté de que cada semana a partir del atardecer del viernes Carlota se sentía muy triste y así durante todo el sábado. Se pasaba el atardecer del viernes y todo el sábado sentada en el sofá de la habitación del apartamento que compartíamos con los ojos vidriosos, pensativa y leyendo un libro bastante grande, algo que entonces me pasaba muy desapercibido, ya que estaba más que acostumbrada a verla leyendo libros bien tochos, especialmente sobre historia de la Edad Antigua y de la Edad Media, clásicos grecorromanos traducidos al catalán y al castellano y también de la literatura catalana y española medieval en catalán y en castellano antiguo, es por ese motivo que no notaba nada «extraño» en su lectura.



    En las mismas vacaciones en la Costa Brava en las que convivimos me percaté también de que los viernes por la noche siempre cenaba con un par de velas encendidas con dos grandes y bonitos candelabros de plata encima de la mesa de la terraza del jardín en el que comíamos, algo que no me parecía del todo extraño porque a veces comía con velas envueltas en bonitos candelabros aunque no como los que utilizaba en la cena del viernes, que sí que eran realmente una pasada. Además, los viernes siempre se cocinaba y cenaba lo mismo: una sopa con trozos de pollo, maíz, zanahoria, cebolla y apio y un trozo bastante grande de merluza al horno con cebolla y pimientos. También me di cuenta de que los sábados al mediodía también siempre comía lo mismo, como la cena del viernes, cocinado con una rigurosa antelación, algo que entonces tampoco me sorprendía, ya que Carlota ama cocinar y además lo hace EXCELENTE: un guisado aun tanto peculiar (pero a la vez con una pinta y un olor deliciosos) compuesto de frijoles, patatas, huevo, cebollas, carne de buey y especias varias. Pero lo que me sorprendía más aún es que Carlota, a pesar de no beber alcohol y de ni tan siquiera gustarle, siempre antes de la cena del viernes bebía una especie de vino con una preciosa copa y comía un pan especial en forma de trenza amasado y horneado por ella misma, del que siempre tomaba una gran rebanada después de tomar el vino y antes de las comidas.



    Por lo que yo pude ver, llevaba a cabo el siguiente ritual: encendía las velas, aunque cuando convivimos en las vacaciones nunca llegué a ver exactamente cómo las encendía y lo que hacía, ya que siempre se las arreglaba para encenderlas estando ella sola. Después estaba unos minutos leyendo un libro y tarareando unas bellas melodías, algo que tampoco me extrañaba mucho porque las tarareaba muy a menudo y además porque ella a veces leía sus libros de literatura e historia mientras comía, no solo en estos momentos. Pero los viernes y los sábados en concreto me fijaba en que leía aún más detenidamente, haciendo varias pausas y tarareando esas hermosas melodías con más sentimiento, con los ojos vidriosos, hasta el punto de haberme parecido ver caer de sus preciosos ojos más de una lágrima. Pasados unos minutos, llenaba hasta el tope de vino su preciosa copa, se lo tomaba, se levantaba, se dirigía hacia la cocina y pasados unos cinco minutos volvía al jardín donde comíamos con una gran rebanada de su pan trenzado y finalmente procedía a comer. Primeramente comía el pescado y después la sopa de pollo, algo que me parecía aun tanto peculiar. Otro detalle que debo remarcar es que a lo largo de la semana Carlota siempre utilizaba los platos, vasos y demás utensilios corrientes de cocina que ya se encontraban en el apartamento, pero justamente los que utilizaba la noche del viernes y durante el sábado eran de dos vajillas de plata diferentes para según qué comida (algo aun tanto curioso) y un precioso mantel con grabados y motivos vegetales estampados de colores azul y dorado.



    Algo de lo que también me he percatado siempre que voy a su casa es que en su gran habitación tiene una esquina cubierta con una cortina y llena de cajas y bolsas de lo que a simple vista podrían parecer recuerdos u objetos desordenados de los que, por algún motivo, no logra deshacerse.



    Sé que ella hacía todo lo posible habido y por haber para pasar desapercibida, pero si hay algo que a Carlota le cuesta bastante es disimular. Siempre respondía a mis inquietas preguntas con un «algun dia t'ho explicaré, això no és fàcil per a mi, dona'm temps, però algun dia t'ho explicaré, t'ho prometo» («algún día te lo explicaré, esto no es fácil para mí, dame tiempo, pero te lo explicaré, te lo prometo») seguido de su triste mirada y de un tierno beso en la frente y en la mejilla.



    Carlota: «mujer fuerte y guerrera».



    Judit: «alabada de Dios, judía».
     

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  2. Amorclandestino

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    Capítulo II


    Todo cambió aquel bello atardecer de una gélida tarde de viernes de mediados de diciembre que me propuso venir a cenar y a dormir a su casa. Es el primer viernes que estoy en su casa. Llamo al timbre. En cuanto me recibe, me percato de que la casa está a oscuras y que hay encendida una pequeña menorá de plata y de nueve brazos (Januquiá) con las nueve lámparas de aceite encendidas encima del precioso mueble viejo, situado al lado de la puerta de entrada. Me recibe con una suntuosa vestimenta religiosa a la vez muy modesta: una túnica blanca holgada y de manga larga con cuatro pares de rayas discontinuas de color azul oscuro y estampadas distribuidas por diferentes partes de la prenda: una en la cintura, otra en el pie de la túnica y las dos otras al final de las dos mangas. También lleva unas chanclas beis de cuero y plataforma alta (que, como siempre, la hacen aún más alta de lo que ya es), un precioso «talit» cubriendo ligeramente su cabeza y su cabello y sus anchos hombros, también blanco, con el mismo estampado de rayas azules oscuras y con una estrella de David en cada lado formando una bandera de Israel y en la cabeza un «kippá» con el dibujo de una menorá de siete brazos. Está increíblemente hermosa. Siempre sospeché que es judía, aunque siempre la he respetado y he esperado a que me lo confiese.



    Lo primero que hace al verme es abrazarme. Muy fuerte, muy fuerte... Me acaricia suavemente el cabello y me besa la cabeza, a la que tiene que agacharse bastante para llegar. Tengo mucho frío, siento mi menudo cuerpo congelado y su abrazo me reconforta más que un par de tazas de caldo bien caliente. Mi fina, delicada y fría piel junto al calor y al dulce aroma natural que desprende su gruesa piel... Debajo de mi elegante, sensual y arrapado vestido negro, mis endurecidos pezones... Tanto por el frío como por todo lo que me hace sentir el mero roce de mi cuerpo junto al suyo... Por un momento puedo ver sus mejillas sonrojadas y sentir su respiración aún tanto agitada mientras me abraza, esa respiración suya entrecortada que ya tan bien conozco, reacciones que le habrán provocado el roce de mis delicados pechos y de mis endurecidos pezones con su opulente cuerpo... En resumidas líneas, el roce de mi cuerpo con el suyo.



    –Amor meu...! Que freda que estàs...! Has d'abrigar-te més... (¡Amor mío...! ¡Qué fría que estás...! Tienes que abrigarte más...).



    Acto seguido, nos separamos del abrazo. Pone sus dos grandes manos en mis delicadas y frías mejillas, sonrojadas por el frío, y me da un beso en la frente. Puedo sentir el roce de su grande y caliente nariz en mi frío rostro. Después, me toma de las dos manos y me las templa, ya que las tengo casi congeladas del frío. Mis finas, delgadas y delicadas manos junto a las suyas, gorditas, grandes y calientes. Puedo ver un intenso brillo de felicidad en su triste mirada.



    –Ai, quines manetes més fredes! Vine, amor, vine... Que te les escalfo ben escalfadetes! (¡Ay, qué manitas más frías! Ven, amor, ven... ¡Que te las caliento bien calentitas!).


    Acto seguido, rodea mi esbelta cintura acariciándola con sus dos grandes manos, me toma en brazos y nos besamos con mucha intensidad... Sentir el roce de sus grandes pechos y de sus pezones ya endurecidos por debajo de su recatada túnica religiosa junto a los míos por debajo de mi arrapado vestido negro, todavía con los pezones como diamantes... Sentir el roce de su grande y caliente nariz junto a la mía, pequeña, chata y con la misma tendencia a destemplarse que mis manos...

    –Quin nasset més fred que tens! (¡Qué naricita más fría tienes!)–me dice, riendo con ternura.

    Sentir el roce de sus labios junto a los míos, uno de los mayores placeres que he logrado experimentar en mis 26 primaveras... Las dos muy sonrojadas... Nuestras entrecortadas respiraciones entre beso y beso... Puedo sentir que mi cuerpo ha entrado en calor, en todos los sentidos.



    (CARLOTA Y YO HABLAMOS EN CATALÁN, PERO A PARTIR DE AQUÍ, ESCRIBO LOS DIÁLOGOS SOLO EN ESPAÑOL PARA QUE SE ME ENTIENDA MEJOR).



    –Eres la más hermosa del universo... El mejor regalo que HaShem, es decir, Di-s, me ha dado en esta vida... Te amo como nunca he amado a nadie, Clara... De ello no tengas nunca la menor duda... –me dice, entre beso y beso



    –No más que tú, Carlota... Eres la persona más bella que he conocido, en todos los sentidos... Un ángel como el sol... Caído del cielo... Lo mejor que me ha pasado en esta vida... Te amo más que a nadie.



    Habiéndonos besado, me baja, me toma suavemente de la cintura con su brazo y me lleva hacia el comedor. Ya desde que me ha abierto la puerta mi olfato es seductoramente invadido por un cálido e intenso aroma a comida, ya preparada con antelación: apio, caldo de pollo, pescado, frituras, carne de ternera, cebolla, especias... ¡Qué delicioso cocina mi amada!



    Vamos caminando lentamente por el pasillo. Encima de otro precioso mueble viejo, grande y largo que recorre el pasillo y que se encuentra debajo de una ventana, dos pequeñas Januquiás más encendidas, en un extremo y en otro del mueble. Mientras atravesamos el comedor, puedo ver que tiene abiertas las puertas de todas las estancias de la casa (su cuarto, el baño, una sala de estar/biblioteca y la cocina) en cada una de las cuales hay una Januquiá encendida, todas también hechas de plata y colocadas al lado de su respectiva ventana.



    Llegamos al comedor. En un lado y en el otro de la ventana, hay dos grandes y preciosas menorás de oro. Una Januquiá y otra de siete brazos, ambas apagadas. Son todas estas hermosas luces las que en este preciso instante iluminan y dan calor en casa de Carlota. Me sorprendo muchísimo. Nunca antes las había visto. Ahora puedo entender más que nunca qué era lo que escondía tras la cortina de la misteriosa esquina de su habitación.



    Seguimos caminando y ella, rodeando mi espalda y mi esbelta y pequeña cintura con su gran brazo, me lleva hasta la mesa. Decanta una de las sillas y con un brillo de alegría en sus ojos y una confiada sonrisa me hace un gesto para decirme que me siente. Después se sienta ella, a mi lado. Una vez estamos las dos sentadas, ella me toma de la mano... Sentir sus grandes, largos y gorditos dedos entrelazados con los míos, de pianista y tan delicados... Nos miramos a los ojos y nos besamos. Acurruco mi cabeza en su pecho...



    Es aún de día y el sol de invierno y un precioso cielo de luz rosada nos iluminan.



    La mesa está servida para dos personas, en cada lado un plato hondo encima de un plato plano, rodeados por un bonito vaso delante y en cada lado una servilleta de tela con cubiertos encima, a la derecha, una cuchara y a la izquierda, un tenedor y un cuchillo. La mesa está cubierta con un precioso mantel blanco con estampados azules y dorados. Los platos, los vasos y los cubiertos forman parte de dos preciosas vajillas de plata diferentes. Los platos planos, los tenedores y los cuchillos son de una vajilla con grabados de cenefas con motivos vegetales y con el dibujo de una menorá de siete brazos en el centro y los platos hondos y las cucharas son de otra, grabados en el centro con una estrella de David y una inscripción en hebreo debajo: שבת שלום , tanto en los platos como en los vasos.



    Se me ilumina la mirada. Pocas veces en mi vida he presenciado tanta belleza. Me quedo sin palabras. Miro fijamente la vajilla. Ella me lee la mirada, no me hace falta articular término alguno para preguntar.



    –«Shabat Shalom». Significa «Shabat Shalom» –me dice.



    –Ya me lo suponía... Ay, es todo tan precioso... Que belleza... Me encanta.



    Ella se sonroja.



    –El Shabat es la reminiscencia del séptimo día de la Creación, cuando HaShem descansó de toda su obra. El Shabat se celebra entre la noche del viernes y durante el sábado, nuestro día sagrado. Para nosotros, la semana empieza en domingo. Durante el Shabat no podemos realizar ningún tipo de actividad, ya que, como dicen las Sagradas Escrituras es el día de descanso. Es por eso que siempre cocino la cena del viernes y el desayuno y la comida del sábado con mucha antelación. Además, tampoco podemos hacer ningún uso de la electricidad, por ejemplo, no podemos prender ni apagar luces.



    También, justo delante, hay una gran bandeja de plata de la misma vajilla que los platos planos, los tenedores y los cuchillos, conteniendo una gran jarra de cristal llena de vino. Justo al lado hay la preciosa copa de plata que ya tanto conozco con el grabado de un dibujo de lo que parece ser un precioso templo, dispuesta encima de una muy pequeña bandeja.



    A excepción de la copa, no se trata de la misma vajilla que utilizaba en las cenas de los viernes durante las vacaciones en las que nos conocimos, aunque ambas vajillas son parecidas. Lo que sobre todo las diferencia es que la otra no tiene símbolos que a primera vista sabemos que son judaicos y estas dos sí. Eso demuestra su entonces afán desesperado de pasar desapercibida.



    –Este vino, por lo poco que sé de ello, es el que se utiliza para una bendición del Shabat, ¿verdad?



    –Tú lo has dicho, amor. Es el que, junto con la copa, se utiliza para la «berajá», es decir, «bendición» del vino, llamada «kidush». Las «berajot», es decir, «berajá» en plural, y por lo tanto, «bendiciones», se encuentran enmarcadas entre las siete «mitzvot» rabínicas, es decir, «mandatos». Cada «berajá» que me verás hacer es una «mitzvá», es decir, un «mandato».



    –Voy entendiendo la gramática básica del singular y el plural en hebreo... El singular tiene la terminación «-á» y el plural «-ot»... Interesante...



    –Así es, amor... –me dice, acariciándome la mano.



    –Es preciosa la copa... Me encanta.



    –Sí... –me dice con un melancólico suspiro– el gravado representa el Primer Templo de Jerusalén, erigido en el glorioso Reino de Judá, casi unos quinientos años después del inicio del Éxodo del esclavaje de Egipto, concretamente en tiempos del Rey Salomón, por eso también se le llama Templo de Salomón... El Tabernáculo móvil que fue utilizado por nosotros acompañados por Moisés y por Josué durante los cuarenta años del Éxodo y en el que posteriormente fue depositada el Arca de la Alianza con los Diez Mandamientos, fue sustituído por ese templo... Mira que bello y que majestuoso era... Inhumanamente arrasado por los babilonios bajo el mando de Nabucodonosor... Las mismas atrocidades que los babilonios llevaron a cabo contra nuestro glorioso Reino de Judá, que era entonces el reino del sur, también las llevaron a cabo los asirios con la misma crueldad contra nuestro reino de Israel, que era el del norte y tan glorioso como el de Judá... Judit... –de repente suspira, le tiembla la voz y se le eriza la piel– Judit de Betulia... ¡Una HEROÍNA entre las heroínas y en mayúsculas...! ¡La personificación de nuestro pueblo...! Que tuvo el valor y la entereza de plantar cara al general Holofernes...! –explica con un tono de voz aguerrido.



    –Muchos años después, se logró erigir el Segundo Templo, gracias a la aquiescencia de los persas aqueménidas... Ellos sí que se portaron bien con nosotros... Otros muchos años después vinieron los macedonios bajo el mando de Alejandro Magno y a pesar de sus crueles profanaciones, el templo sobrevivió... Después, la gloriosa revuelta de los macabeos contra los helenos seléucidas... Y otros muchos años después, cruelmente profanado y arrasado por los romanos... Cuanto daño nos han hecho a los judíos a lo largo de la historia... Y que nos siguen haciendo a día de hoy, sin tregua alguna... La barbaridad de calumnias que a lo largo de la historia entre unos y otros han llegado a vertir sobre nosotros... No tiene nombre... No lo tiene... –me dice, con los ojos vidriosos, con amargura y con un deje de ira.



    Justamente detrás de la bandeja con la jarra de vino hay un par de velas blancas bastante grandes con un precioso y gran candelabro. Aún más grandes que las que llevaba durante las vacaciones. El candelabro es del mismo modelo, pero más grande. También hay una una preciosa cajetilla larga negra de madera con la estrella de David grabada y coloreada de dorado.



    –Voy a encender esta Januquiá... –me dice, levantándose de la silla y señalando la gran y preciosa menorá de nueve brazos– Hoy es ya la octava y última noche de la celebración de la sagrada fiesta de la Janucá y tengo que prender todas las nueve lámparas de aceite de oliva. Normalmente se encienden una vez ha anochecido, pero los viernes se hace antes de la puesta de sol, ya que coincide con el inicio del Shabat. Así lo dicen las leyes talmúdicas, concretamente la Ley Judía o Halajá. Cada año, el día de Janucá que coincide con el viernes del Shabat, la enciendo antes de que falten dieciocho minutos para la puesta de sol, ya que, como cada viernes, dieciocho minutos antes hago el encendido de las dos velas de la mesa, que son ya parte del Shabbat. Es la última Januquiá que enciendo este año. Todas las noches las tengo encendidas durante media hora, ya que es el tiempo mínimo, tal y como dicen las escrituras, pero durante la última noche las dejo encendidas durante mucho más tiempo. Ya has visto que tengo unas cuantas. Las tengo que encender con mucha antelación porque tengo que hacer un ritual y pronunciar unas «bejarot» mientras enciendo cada una y precisamente hoy debo hacerlo antes de la puesta de sol. Y todavía más cuando es ya la octava noche, que tengo que encender las nueve lámparas de aceite cada Januquiá... La encendida de las velas de la Januquiá durante este festividad es una de las siete «mitzvot» rabínicas... Tal y como puedes ver, tengo varias Januquiás... Fueron creadas en Jerusalén, todavía en tiempos del Imperio Otomano... Tienen unos ciento cincuenta años... Las adquirieron unos tatarabuelos míos por la parte materna y han pasado de generación en generación... Podría usar solo una, pero prefiero usar todas las que tengo... Una para cada estancia de mi casa... Siento que me dan protección... –me dice ruborizada, con una tímida sonrisa, reflejándose la característica tristeza de su mirada y con la voz suave y temblorosa, acariciándose la mejilla, el cabello y el cuello, ese lenguaje corporal que ya tan familiar me resulta en ella y que denota un cierto temor a que la miren extraño y a que la juzguen.



    Le tomo la mano y le dirijo una cariñosa mirada seguida de una sonrisa de complicidad. Queriéndole decir sin palabras que no tema, que en mí podrá confiar siempre, que jamás se me pasaría por la cabeza juzgarla. Ella responde a mi mirada y a mi sonrisa besándome en los labios. Por lo que puedo ver, interpreta perfectamente mi expresión.



    Hechizada me deja la religiosidad de Carlota. AMO sus peculiaridades que la hacen ÚNICA. Jamás sería capaz de juzgarla. Y aún menos sabiendo cuáles son las duras circunstancias por las que ha pasado a lo largo de su vida... Y que conoceré en su totalidad en el transcurso de esta noche y me harán entender a Carlota y empatizar con ella todavía más.



    Seguidamente, puedo ver que Carlota va a buscar algo en el gran y viejo mueble empotrado a la pared situado detrás de la mesa desde la perspectiva de donde estamos sentadas. En cuestión de un instante, puedo sentir su presencia detrás de mí, como estando ella de pie se agacha un poco para, desde detrás y estando yo sentada, darme unos dulces besos en la cabeza, en las mejillas y en los labios mientras me acaricia las manos, aún un poco frías, y sus grandes brazos y manos rodean y acarician mi cintura. No puedo evitar que se me erice la piel, que mi cuerpo sienta calor y que mi corazón palpite ante su cariño. Entre este calor y el que desprende el fuego sagrado de las lámparas de aceite de oliva de las Januquiás encendidas por todas las estancias de su casa, acabo de perder totalmente el frío y se me sonrojan las mejillas. Mi amada Carlota...



    Seguidamente, abre un cajón del mueble, del que toma unos seis libros, cuatro en formato rollo y dos en formato normal. Se vuelve hacia mí y lo dispone todo con delicadeza encima de la mesa, justo delante de mí. Los dos rollos más grandes resultan ser una Torá y un Talmud. Me quedo tan sorprendida... Los de formato normal son los libros que leía al anochecer de los viernes y los sábados durante las vacaciones. Y resultan ser también una Torá y un Talmud. De los dos rollos más pequeños, uno me lo acerca y me lo abre muy cuidadosamente hasta llegar a lo que parecen unas tres bellas plegarias escritas en hebreo (en alfabeto hebreo y latino) y sus respectivas traducciones al catalán. La primera se titula «Berajot de la Januquiá», la segunda «Hanerot Halalu» («Encendemos estas luminarias») y la tercera «Ma'oz Tzur» («Fortaleza de la roca»). Me señala cada una de las plegarias.



    –Mira, amor... Aquí puedes ver tres «berajot» rituales. Ten en cuenta que la tercera es solo pronunciada en la primera noche. Por cierto, Ado-nai es otro de los tantos nombres a los que los judíos nos referimos a HaShem (o a Di-s). Se recitan inmediatamente antes de la encendida de la Januquiá. «Hanerot Halalu» y «Ma'oz Tzur» son dos himnos que se cantan ya prendidas todas las lámparas.



    Leo interiormente las bendiciones y los himnos. Presto especial atención a los himnos. Son toda una exaltación del pueblo judío y de su historia, en especial el «Ma'oz Tzur».



    –Que bonito... –le digo. Ella me sonríe y me besa en la mejilla.



    Entonces, ella, con una mano, toma una lámpara de aceite y la cajetilla negra de cerillas con la Estrella de David grabada en dorado, se vuelve otra vez hacia mí y me ofrece su otra cálida mano, acompañada de una noble sonrisa y de un brillo de emoción en su mirada. Le tomo la mano y me levanto de la silla con el rollo de las bendiciones y los himnos en la otra mano. Nos dirigimos lentamente hacia la Januquiá. Una vez delante, ella me suelta delicadamente la mano y coloca la lámpara de aceite en el único el brazo todavía vacío, concretamente el del extremo izquierdo de la Januquiá. Seguidamente, abre la cajetilla de cerillas, toma una, la prende con sumo cuidado y con ella enciende la lámpara de aceite central de la Januquiá.



    Acto seguido, recita en hebreo las dos bendiciones.



    –Baruj Ata Ado-nai E-lo-he-nu Melej haOlam...



    («Bendito eres tú, Ado-nai, Di-s nuestro, Rey del Universo...»).



    Me quedo gratamente asombrada con la fluidez en la que Carlota articula las palabras. Puedo deducir sin dificultad alguna que las plegarias, himnos y demás cosas relacionadas con su religión y con Israel no deben de ser lo único que sabe en esta lengua. ¿Acaso Carlota habla hebreo?



    Puedo sentir su emoción en su dulce y quebrado tono de voz mientras recita.



    Recitadas las bendiciones, toma muy cuidadosamente la lámpara de aceite central, con la que enciende el resto, de izquierda a derecha.



    Prendidas ya las nueve lámparas de aceite, canta el himno «Hanerot Halalu».



    «Hanerot halalu anajnu madlikin 'al hanisim ve'al...»



    (Encendemos estas luminarias por los milagros y las maravillas...)



    Con el rollo abierto, sigo sus plegarias y sus cantos fijándome en la traducción hebrea en alfabeto latino. Que peculiar y dulce voz, que dulce melodía... Como me suena esta melodía... Pero ahora no caigo... Sus cantos... Tal vez no canta como un profesional ni como alguien que entiende demasiado de música, pero con su melodía es capaz de acariciar angelicalmente mis oídos y de estimular mi sensibilidad sentimental. Puedo sentir como el quiebre en su voz, el brillo en sus ojos y la tristeza en su mirada se tornan más intensos.



    –Ma'oz Tzur ieshuati, Leja Nae Leshabeaj...



    («Fortaleza roca de salvación, a Ti es adecuado alabar...»).



    Esta melodía también me suena... ¡Ya está! ¡Ahora caigo! ¡Es una de estas tantas misteriosas y hermosas melodías que siempre le escucho tararear desde que la conocí...! Es ya mientras canta el Ma'oz Tzur que estalla. Puedo ver sus ojos inundándose de lágrimas y escuchar su dulce voz ya llorosa. A pesar de ello, sigue cantando. Yo, sin pensarlo un solo instante, le tomo la mano, que ella me corresponde con suma dulzura. Puedo sentir un temblor de intensa emoción en su cuerpo. Me emociono y mis ojos también derraman lágrimas.



    Una vez ha terminado de cantar, la abrazo y llora con más intensidad. Puedo sentir el fuerte latir de su corazón y el temblor en su cuerpo. Comprendo perfectamente que es algo que la emociona y con mucho significado para ella.



    Estamos unos minutos abrazadas. Poco a poco, amaino su llanto.



    –Muchas gracias, amor, te amo –me dice separando delicadamente su cabeza de nuestro abrazo, con un dulce y emotivo tono de voz y todavía con alguna lágrima cayendo de sus ojos. Seguidamente, me besa con suma delicadeza en la frente, en las mejillas y en los labios.



    Seguidamente, Carlota mira el precioso reloj de pared situado al lado del gran mueble empotrado con armarios y cajones.



    –Faltan casi dieciocho minutos para que se acabe de poner el sol, ya es hora de encender las dos velas del Shabat... Este ritual es también una «mitzvá» entre las siete «mitzvot» rabínicas.



    Seguidamente, me toma de la mano, nos dirigimos a la mesa y nos volvemos a sentar. Me acerca el otro rollo y me lo abre con mucho cuidado hasta lo que parece ser otra plegaria escrita en hebreo (tanto en alfabeto hebreo como latino) y su respectiva traducción al catalán.



    –Mira, amor... Esta es la «berajá» que ahora recitaré.



    Puedo ver por primera vez como realiza el ritual del encendido de velas del Shabat.



    Se levanta de la silla. Yo, como signo de solemne respeto, también lo hago, sin que ella me lo tenga que pedir. Vuelve a abrir la cajetilla de cerillas y toma otra, la prende con sumo cuidado y enciende las dos velas muy lentamente. Una vez termina, apaga la cerilla soplándola lenta y sensualmente. Yo estoy a su lado, mirándola y escuchándola atentamente y con suma admiración. Acto seguido, se quita las gafas, levanta las manos y hace tres vueltas con ellas entorno a las velas, acariciando su luz. Después, se cubre los ojos con las manos y moviendo ligeramente la cabeza pronuncia otra bendición en hebreo, también empezada por «Baruj Ata», la primera que hay escrita en el rollo:



    –Baruj atá Ado-nai, E-lo-he-nu Melej HaOlam asher kideshanu bemitzvotav, vetzivanu lehadlik ner shel Shabat.



    («Bendito eres, Oh Señor, Di-s nuestro, Rey del Universo, que nos has santificado con tus preceptos y nos ordenaste el encendido de las velas de Shabat»).



    Recitada la bendición, dice:



    –Shabat Shalom.



    Sigue unos segundos más cubriéndose los ojos con las manos. Seguidamente, una vez termina el encendido de velas, se pone las gafas, se vuelve a sentar en la silla, cosa que yo también hago, se vuelve hacia mí, me toma la mano, me acaricia el cabello y me besa en los labios con suma sensualidad.



    –Muchas gracias por todo y por tantísimo, amor.



    Estamos en silencio, sentadas una al lado de la otra tomadas de la mano y con mi cabeza acurrucada entre su hombro y su pecho, sintiendo el dulce latir de su corazón. Nos hemos sentado mirando a la ventana, rodeada por las dos bellas menorás, concretamente mirando hacia el este, dirección Jerusalén. Un precioso cielo con reflejos de luz rosados y anaranjados, un bellísimo atardecer de invierno y la luz sagrada de la Januquiá nos iluminan.



    –Mira, amor, esta es la única menorá que nunca enciendo –me dice señalando la de siete brazos– ya que no está permitido. Solo se permite tenerla como elemento ornamental.



    Se ve que es uno de estos temas que la encienden y de los que podría estar horas y horas hablándome con suma pasión, sin tregua alguna.



    –La menorá de siete brazos representa los siete días de la Creación y muchas más cosas: la palabra y la luz de HaShem, el conocimiento humano, la zarza que vio Moisés en el Monte Horeb... Era la menorá inicial, la que iluminó el Primer y el Segundo Templo de Jerusalén. Fue creada por Moisés siguiendo las instrucciones de HaShem, junto con el Arca de la Alianza con los Diez Mandamientos... Originalmente estuvo en el Tabernáculo móvil durante los cuarenta años de Éxodo a caballo entre Moisés y Josué... Hasta que el Tabernáculo fue reemplazado por el Templo de Salomón, donde permaneció... –se le quiebra la voz y se le ponen los ojos llorosos– Hasta su devastadora destrucción por parte de los babilonios, que destruyeron el glorioso Reino de Judá bajo el mando de Nabucodonosor, que fue trasladada a Babilonia... Tiempo después, los persas aqueménidas arrasaron con Babilonia... Ellos sí que fueron de los pocos pueblos que no nos han tratado a patadas a lo largo de la historia... Gracias a ellos poseímos el Segundo Templo... ¡Y nos trajeron la Menorá original de vuelta a Jerusalén...! Buenos tiempos para nosotros... Los gloriosos aún estaban por llegar de nuevo... Pero buenos tiempos fueron... También hubo quien cobejó acabar con nosotros, pero el mal se tornó de repente contra él y los suyos, no sé si conoces la conspiración de Amán... El mal personificado para nosotros, del que se habla en el libro de Ester...

    Y... lo más importante de todo: LOS PERSAS AQUEMÉNIDAS NOS DEJARON SER.



    Se le quiebra la voz, se le entristece el semblante y se le ponen los ojos vidriosos.



    –Perdón... –me dice suspirando.



    –Tranquila... –le digo, mientras le acaricio la mano y el brazo por encima de la preciosa túnica.



    Ella se seca los ojos y continúa con su explicación:



    –Después llegaron los helenos macedonios bajo el mando de Alejandro Magno, que arrasaron contra los persas y sobre todo años después, en tiempos del imperio seléucida en manos de los diádocos y bajo el mando del sátrapa Antíoco, nosotros volvimos a sufrir. Profanaron nuestro Segundo Templo de Jerusalén, se burlaron cruelmente de nosotros... Volvimos a ser perseguidos... Hasta que al fin, ocurrió: la gloriosa revuelta de los Macabeos. Judas Macabeo –dice en un tono aguerrido, mientras puedo ver como se le eriza la piel de la emoción –un HÉROE entre los héroes, con todas las letras y en mayúsculas... Fue ÉL quien purificó el Segundo Templo y entonces sucedió el milagro del aceite. Se encendieron las siete velas con aceite que solo bastaba para un día, pero la menorá estuvo encendida durante ocho días, sin tregua alguna. Esto es lo que celebramos en esta festividad, llamada Janucá, o también Fiesta de las Luminarias. Siempre la celebramos entre mediados y finales de diciembre del calendario cristiano, lo que corresponde más o menos a entre finales del mes de Kislev y principios del mes de Tevet en el calendario judío. Es por eso que la Januquiá es de nueve brazos. Los ocho de los laterales representan los ocho días que estuvo encendida y la del medio representa la vela o lámpara «shamash», que significa «siervo»... La «mitzvá» de la encendida de la Januquiá consiste en lo siguiente: primeramente se enciende la lámpara o vela «shamash», en segundo lugar, se añade una lámpara o una vela para cada uno de los días, como dice la Halajá, la Ley Judía, en las escrituras talmúdicas, siempre disponiéndolas de derecha a izquierda, empezando por un extremo y acabando por el otro, un ritual simbólico relacionado con la escritura del idioma hebreo. Después se recitan las bendiciones y, con la luz de la vela o de la lámpara «shamash» se encienden el resto de lámparas que toca en cada uno de los ocho días, siempre de izquierda a derecha, antes del anochecer. Solo se pueden encender con la luz de la vela o lámpara central, o sea, la del «shamash», nunca directamente, y además deben de estar encendidas durante al menos treinta minutos, lo que simboliza la luz de aceite de la Januquiá en calidad de solemne e invicta. No obstante, puede durar más tiempo encendida, como hago yo durante la noche del último día de la celebración, hasta que se consumen. Siempre colocamos las Januquiás al lado de una ventana y/o de la puerta de entrada de nuestras casas, algo que simboliza el poder y el orgullo del pueblo judío –dice temblándole la voz de la emoción y con un tono aguerrido, mientras se le eriza la piel –que el mundo sea consciente de nuestra existencia. Eso es todo lo que se celebra durante la Janucá o la Fiesta de las Luminarias... Los macabeos fueron sucedidos por la gloriosa dinastía Asmonea, hasta que años después, llegaron el sátrapa rey Herodes y los romanos, que saquearon y arrasaron cruelmente con todo y se llevaron la menorá de siete brazos hasta Roma... Años después, tras la caída del Imperio Romano de Occidente bajo el mando de las tribus germanas bárbaras, los vándalos arrasaron con Roma, llevándose con ellos la menorá hasta Cartago... Pasados unos años, los bizantinos, bajo el mando del general Belisario, arrasaron con el reino de los vándalos y se llevaron con ellos la menorá hasta Constantinopla... Hubo entonces un judío que advirtió a Justiniano, el emperador romano de Oriente, sobre el mal fario que habían corrido todas las ciudades que habían custodiado la menorá de siete brazos a lo largo de la historia y por fin fue devuelta a Jerusalén, de donde nunca se debería haber movido... Y allí permaneció hasta el saqueo de los persas sasánidas, a partir del cual se encuentra en paradero desconocido hasta nuestros días... Fuimos también muy perseguidos durante el Imperio Bizantino, hasta el punto de ser forzados a convertirnos... Como en otros muchos regímenes... Cuanto vacío nos han hecho... Cuanta represión... Cuanto estigma... Cuanto hemos sufrido los judíos a lo largo de la historia y seguimos sufriendo hoy en día... También aquí, en tiempos de las Coronas de Aragón y de Castilla... Con nuestro trabajo y aporte dentro de la sociedad logramos ganarnos la munificencia de grandes monarcas, como Jaime I el Conquistador... Y así nos lo pagaron después en la Inquisición española y portuguesa, entre 1492 y 1497... Nuestra amada Sefarad...



    A medida que avanza con su cuidadosa y apasionada explicación, paulatinamente su semblante se entristece, se le oye la voz cada vez más quebrada, su mirada muestra con más intensidad esa tristeza que tanto la caracteriza y sus ojos se tornan más vidriosos, hasta que en ese preciso instante derraman lágrimas.



    –Ay, de veras, lo siento... –se vuelve a disculpar.



    –Nunca te disculpes por algo tan humano como sentir y padecer, Carlota –le digo mientras la abrazo y seguidamente le beso la frente y la mejilla.



    –No puedo explicar todas esas historias sin emocionarme... No puedo contener mis lágrimas... Es imposible para mí. Es que me llegan tan y tan en el fondo del alma, Clara... Ni te lo llegas a imaginar, te lo digo de veras... Como si realmente me hubiera tocado vivir aquellos tiempos tan y tan remotos, es por eso que yo también me incluyo, aunque entonces ni existiera... Bueno... Aunque mi sangre y mis ancestros sí que corrían por las venas de mis antepasados... –me dice entre sollozos y lágrimas, abrazada a mí.



    Casi no he osado articular palabra durante todo este rato. No quiero abrumarla a preguntas, dejo que ella se tome su tiempo y me explique las cosas con calma porque es algo muy delicado para ella. Amo escuchar su voz. Y todavía más hablándome de lo que a ella más le apasiona, aún más si se trata de algo de tan vital importancia para ella como es su religión.
     

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  3. Amorclandestino

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    Capítulo III


    Continuamos abrazadas y poco a poco Carlota amaina su llanto de emoción.



    A continuación, toma el rollo grande que representa que es la Torá y lo abre con sumo cuidado. Está escrita en hebreo, con su respectivo alfabeto. Me lee unos cuantos versículos y me los traduce. Me enseña como se escribe y se lee en hebreo de derecha a izquierda. Carlota me explica que durante toda su infancia ha aprendido hebreo, tanto toraíco como moderno. Junto con el catalán y el castellano, es también su lengua, por lo tanto, la entiende, la habla y la escribe al nivel de un israelí nativo.



    Pasados unos veinte minutos, se vuelve a dirigir hacia el mueble, toma un álbum de fotos de cuando era pequeña y de su familia, lo deja en la mesa y se vuelve a sentar a mi lado, tomándome la mano. Lo abre. Una fotos PRECIOSAS. Sus padres, ella de pequeña, ella con sus padres, ella con sus abuelos, ella en una sinagoga junto a su familia, ella de adolescente, ella junto a sus padres en Israel, los tres vestidos de negro y con el sombrero y las trenzas nacidas en las sienes, uno de esos característicos rasgos que tanto identifican a los judíos... Le caen las lágrimas, esta vez con dolor. Yo también me emociono.



    –Mira, amor... Te voy a explicar toda la verdad sobre mí. Toda la historia de mi familia. Mi familia, tanto paterna como materna, son judíos sefardíes. Conozco bien la historia de mis ancestros. En mi familia ha pasado de generación en generación. No sabemos si llegamos a Sefarad en la diáspora a raíz de la caída del glorioso Reino de Judea y del Primer Templo en manos de los babilonios o a raíz de la caída de la dinastía Asmonea y del Segundo Templo a manos de los romanos hasta su expulsión, pero fue por aquellos remotos tiempos. No era habitual que nos mezcláramos con la población oriunda, pero supimos adaptarnos e hicimos una gran labor en Sefarad. Y así nos lo pagaron a finales de la Edad Media, culpándonos de propagar la peste negra... Como siempre se ha hecho contra nosotros los judíos a lo largo de la historia, usarnos como chivo expiatorio de todos los males del mundo... Y así fue por parte de la Inquisición de los Reyes Católicos en 1492, que tuvimos que huir hacia diferentes partes del Viejo Mundo. Mis antepasados estuvieron entre los judíos que se afincaron en Europa del este, concretamente en la ciudad macedonia de Salónica, donde se creó la mayor comunidad judía sefardí del mundo. A pesar de ello, tampoco nos mezclamos nunca con las gentes oriundas del lugar y siempre conservamos el catalánico y el ladino, es decir, las lenguas judeocatalana y judeoespañola. Y, concretamente, mis antepasados estuvieron entre los que no regresaron a Sefarad hasta mediados del pasado siglo, huyendo desesperados a raíz de las persecuciones durante la Segunda Guerra Mundial a causa del creciente antisemitismo y pogromos que inundaron Europa durante el pasado siglo a causa del auge de los fascismos y también a causa de como fuimos perseguidos en las monarquías zaristas y en la revolución rusa hacia el comunismo (la «suerte», si así se le puede decir, que corrieron los ashkenazíes) y que desencadenó en el Ho... –el tono de su voz se torna más amargo, hasta que precisamente en este instante se le quiebra y deja ir un ahogado suspiro– ¡El HACHE! ¡No puedo ni pronunciar este nombre, ni escucharlo, ni ver ninguna foto! ¡Me da un ataque de ansiedad hasta revolverme el estómago y vomitar, te lo juro! ¡No puedo, es superior a mí! –grita con ira, dolor y cayendo lágrimas de su rostro.



    –Mis bisabuelos y mis abuelos de pequeños sufrieron mucho por culpa de... De aquel engendro austríaco bastardo y malnacido que no merece ni ser llamado «humano»... ¡DE AQUELLA RATA DE CLOACA INMUNDA! –cierra el puño y da un fuerte golpe en la mesa con furia.



    Me sobresalto y parece que en un principio ella ni lo nota. Nunca antes había visto a Carlota en ese estado. Puedo sentir la amargura y la ira en su voz y como se le entrecorta la respiración y como traga saliva unas cuantas veces, además de su corazón martilleando a mil por hora, ya que seguimos tomadas de la mano y no se la pienso soltar. Hace una breve pausa para tomar aire y reanuda su explicación.



    –Es que no puedo ni ver su cara ni en pintura, en ninguna imagen, ni leer, ni escuchar su nombre... Literalmente, mi reacción es que se me revuelva el estómago y vomitar... Te lo digo de verdad, es tan grande el trauma que arrastro que mi organismo reacciona así... –habla con la respiración acelerada y un temblor nervioso e iracundo en la voz. Además, puedo ver como gotas de sudor frío inundan su frente.



    –Lo siento... Perdóname... No quiero asustarte, amor... –me dice, dejando ir un suspiro y acariciándome la mano. Me besa la mejilla.



    –Intenta mantener la calma, toma aire... Es difícil, lo sé... Aunque inténtalo...



    Ella asiente y se toma un instante en el que cierra los ojos e inspira y espira unas cuantas veces mientras sigo sin pensar soltarle la mano ni un segundo y le tomo el pulso con mi otra mano.



    –Muchas gracias, amor –me besa en la frente.



    –No hace falta que me lo expliques todo si no te ves con fuerzas. Siéntete tranquila, yo en ningún momento te he presionado, ni pienso hacerlo de ninguna de las maneras. Entiendo lo duro que es para ti y la mochila tan pesada con la que cargas... Conmigo siéntete tranquila y segura de ser tú misma. Yo confío y siempre confiaré en ti y nunca te juzgaré ni te abrumaré a preguntas.



    –Ya lo sé, amor, ya lo sé... Por el simple hecho de que es una carga muy pesada que llevo dentro y de que eres la persona que más amo en este mundo tengo la necesidad de explicártelo todo.



    –¿De veras estás segura...? –le pregunto, preocupada.



    –No te preocupes, amor –me besa otra vez.



    –Como desees...



    –En principio, mis bisabuelos, junto con mis abuelos de niños, estuvieron entre los judíos sefardíes que se intentaron afincar en lo que iba a ser Israel, nuestra Eretz, nuestra Tierra Prometida, entonces en tiempos del Mandato británico de Palestina, posterior a la disolución del Imperio Otomano, pero los árabes palestinos restringieron la inmigración de judíos... Cero empatía hacia nosotros y todo lo que hemos sufrido... ¡CERO A LA IZQUIERDA! ¡Y llevamos casi ochenta años en una guerra que empezaron ELLOS...! –me dice, conmocionada– Israel era (y es) UN ESTADO TOTALMENTE LEGÍTIMO de la misma forma que también lo pudo ser Palestina durante la partición de los territorios... Ahora el pueblo palestino está como está gracias a lo que nos han ido haciendo entre todos los países árabes que nos rodean y todas las ratas terroristas pseudo islamistas... Todo eso lo han conseguido ellos... Si pretenden tirar del argumento de que comprábamos tierras, SÍ, lo hacíamos, pero bajo la total aquiescencia de los terratenientes árabes...! ¡Podrían haberse negado perfectamente...! ¡NO les robamos! ¡NO les echamos...! Nosotros huíamos... A nuestra Tierra Prometida... De tanta tiranía... De tanta inhumanidad... De tanto antisemitismo... DEL INHUMANO HOL... ¡AAAH! ¡Después muchos países árabes se pusieron en nuestra contra y no nos quedó otra que defendernos... Que si la guerra araboisraeliana de 1948 una vez se proclamó el Estado de Israel, que si la guerra de Suez, que si la guerra de los Seis Días... Que si terroristas supuestamente «en nombre de Alá» que no puedo ni decir los nombres, que si las ratas comunistas de la OLP... Se les ha ofrecido UN MONTÓN DE ALTERNATIVAS para cumplir su derecho a poseer un estado palestino, tan legítimo como el nuestro a poseer nuestra Tierra Prometida, ¡DE COEXISTIR EN PAZ! ¡A través de la partición del territorio! Empezando por la Comisión Peel, terminando por el desgraciado de Yasser Arafat... ¡Y SIEMPRE SE HAN NEGADO ROTUNDAMENTE! ¿Por qué se han negado? ¡FÁCIL! ¡Realmente no les importan un bledo Palestina ni los suyos! ¡Lo que realmente les importa a estas RATAS (QUE NADA TIENEN QUE VER CON EL ISLAM) ES NEGARNOS NUESTRO DERECHO A EXISTIR COMO JUDÍOS, A TENER NUESTRA PATRIA! ¿QUÉ PASA? ¿Que los judíos no tenemos ningún derecho a tener nuestra patria y además a defenderla? ¿ENCIMA TENEMOS QUE QUEDARNOS DE BRAZOS CRUZADOS? ¿Y MÁS DESPUÉS DE TODO LO QUE NOS HAN HECHO?? –grita, con ira– Pero claro, dices eso y te llaman «sionista» como si fuera algo negativo y «fascista», el comodín perfecto del izquierdista promedio, que no posee ni la más mínima capacidad de razonar y argumentar... Con todo el daño que nos han hecho a lo largo de la historia... Que sigan diciendo que Israel no merece existir, ¡QUE SIGAN! ¡VENGA! ¡QUE SIGAN NEGÁNDONOS EL DERECHO A POSEER NUESTRA PATRIA, NUESTRA ERETZ! ¡JODER! ¡TERRORISTAS todos los que nos han hecho tanto y tanto daño a lo largo de la historia ¡DESGRACIADOS BASTARDOS...! –grita con amargura e ira, cerrando la mano en puño y dando otro fuerte golpe en la mesa.



    Vuelve a tomar aire.



    –Entonces, cuando mis bisabuelos y mis abuelos llegaron, aquí en la parte española de Sefarad eran tiempos de Franco. Al principio no lo pasaron nada bien... Solo por ser judíos...No nos tenía ninguna simpatía a los judíos... Además, se alió con... ¡AHH, NO...! Y tú ya bien sabes que de izquierdas y de roja no tengo nada, aunque ello obviamente no significa tener algo que ver con esa lacra social infecta en contra de lo que piensan muchos demagogos izquierdistas. Cualquier persona con humanidad y con dos dedos de frente lo condena, no hace falta ser de izquierdas, ni rojo, ni nada de esas cosas. Igual que no entiendo cómo tanta gente aplauda demás basura como el liberalismo, el comunismo y el anarquismo (que, además, estos dos últimos tampoco nos tienen ninguna simpatía a los judíos) todavía entiendo menos que haya quien aplauda una BASURA ABYECTA que realmente nada tiene que ver con ser de derechas o de izquierdas como el... ¡ENE! No puedo ni decir la palabra... ¡MONSTRUOS...! RATAS DE CLOACA...! –se le quiebra la voz.



    Respira hondo y continua hablando.



    «Contubernio judeomasónico comunista»... –pronuncia, con tono de burla y desdén– Como si porque algunos comunistas, francmasones y liberales fueran judíos o de ascendencia judía, los judíos en si tuviéramos algo que ver con toda esa basura... ¡JODER...! Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial y transcurridos los años más duros de la posguerra fuimos adquiriendo más derechos... Si Franco, aparentemente, se acabó portando un poco bien con los judíos fue porque era un desgraciado oportunista sin ningún tipo de honor ni principios... ¡Y con muchas ansias de poder! Seguía siendo el mismo antisemita de siempre. También Estados Unidos por otro lado como una de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial y la única y definitiva en la Guerra Fría... Estados Unidos... Siempre aparentemente TAN defensor de los judíos y de Israel... Pero por detrás armando y pactando con quien nos quiere aniquilar. Además de ser un estado a todas luces lleno de RATAS GENOCIDAS. Igual que los na... ¡AAH!, igual que los comunistas. Chivo expiatorio o moneda de cambio de espurios intereses ajenos. Eso hemos sido los judíos a lo largo de la historia.



    Vuelve a respirar hondo y a tomar aire. Sigue con su explicación.



    –Hay que ser mezquino y con ganas... Es que cuantísima maldad... Y cuantísimo odio, ¡JODER! ¡Solo por ser judíos...! ¡Solo por el mero hecho de existir...! ¡Que somos PERSONAS, JODER...! ¡PER-SO-NAS...! Es que... ¿TANTO MAL HEMOS HECHO A LO LARGO DE LA HISTORIA? ¿TANTO? Dime... Obviamente hay poderes en la sombra que nos controlan y nos manipulan desde arriba... Familias con mucho dinero, poder e influencia metidas en eso... Algunas judías, sí, como Rothschild y Rockefeller... ¿Pero porque sean solo algunos judíos, lo tenemos que ser TODOS? Sería lo mismo que decir que los cristianos, los musulmanes o los chinos controlan el mundo para hacer daño solo porque también hay familias así cristianas, musulmanas y chinas metidas en ello... ¡Pues eso mismo dicen de nosotros los judíos! ¡Es que NO ES JUSTO...! El verdadero enemigo es Estados Unidos... ¡Un estado neoliberal, imperialista y genocida en toda regla...! ¡Que ha bombardeado una barbaridad de países en nombre de, supuestamente, la «libertad»...! ¡Afganistán, Irak...! ¿SIGO!? Nos hacen creer que nos apoyan a los judíos y a Israel, mientras que por detrás son exactamente LOS MISMOS que arman a los yihadistas y por lo tanto al mismo tiempo financian a Ha... ¡AAAH, NO! ¡ESTADOS UNIDOS ES EL VERDADERO IMPERIALISMO DEPREDADOR, EL VERDADERO ENEMIGO DE LA HUMANIDAD...! ¡Nos quieren importar su (in)cultura globalista basada en el consumismo salvaje y en aniquilar todos los pueblos, culturas e indentidades y todo rastro de humanidad...! Pero claro, los culpables SIEMPRE seremos los judíos.... O las personas inmigrantes. Durante la Edad Media en los reinos cristianos ha habido judíos que, muy a su pesar, se han visto obligados a practicar la usura... Está muy mal y es algo horrible, sí, pero... ¿qué podíamos hacer si nos vetaron de toda actividad económica, tan solo por el mero hecho de existir? Dime, ¿QUÉ PODÍAMOS HACER? Eran entonces otros tiempos y no se gozaba de los recursos ni de las comodidades actuales, no había otras alternativas... ¡Pero NO es algo gravado a fuego en el gen judío! Los judíos NO SOMOS USUREROS. Es más, ¡la Torá y HaShem lo condenan terminantemente...! ¡Es a todas luces execrable sin ninguna justificación de extrema necesidad como sucedió en la Europa medieval! Al igual que también ha habido y hay judíos malos, pero como en todos los grupos sociales, religiosos, étnicos... ¡Buenos y malos hay EN TODAS PARTES...! Sería como decir que todos los musulmanes o todas las personas inmigrantes son malas solo porque hay basura yihadista o porque hay población inmigrante que no se integra, como hace mucha gente racista y xenófoba de derechas hoy en día... Queriendo hacer exactamente LO MISMO que hicieron con nosotros los judíos los árabes que habitaban bajo el Mandato Británico... Y la verdad es que las izquierdas tampoco ayudan en absoluto y hacen más mal que bien justificando todo tipo de delincuencia, de falta de respeto y de maldad con «es que es pobre y sus condiciones materiales son horribles». Es totalmente cierto que vivimos en un sistema capitalista y globalista que nos condena a la miseria, que hay mucha gente sufriendo y con la que empatizo mucho... Aunque independientemente de eso, nada justifica la mezquindad humana, ni el comunismo ni la anarquía son la solución a nada, lo mismo, reducir a las personas a mera mano de obra y desposeer al mundo de todo sentido espiritual pero bajo un discurso opuesto. Además otra cosa muy abominable que tanto caracteriza la izquierda es callar ante ataques yihadistas... ¡Así como también negar y vulnerar nuestro derecho como judíos a poseer nuestra patria en nuestra Tierra Prometida...! Es una barbaridad como TODOS los comunistas y anarquistas justifican terroristas... ¡TAN DE MORALISTAS Y DE ADALIDES DE LA JUSTICIA SOCIAL QUE PRETENDEN IR POR LA VIDA...! ¡MUY REVOLUCIONARIOS TODOS DESDE LA COMODIDAD DEL SOFÁ DE SUS CASAS...! ¡Y DETRÁS DE LAS PANTALLAS DE SUS MÓVILES DE ÚLTIMA GENERACIÓN COMPRADOS CON EL DINERO DE SUS PADRES...! Resulta que es muy divertido jugar a hacer la revolución y vivir sin pegar un palo al agua mientras los papis se parten el lomo para pagarles la universidad... ¡Que no me vengan dando lecciones de moral...! A MÍ, que siempre he tenido que luchar a solas, que llevo desde los dieciséis años partiéndome el lomo trabajando y estudiando a la vez para salir adelante...! ¡TRAGÁNDOME A PALO mi pena, mis traumas y mis miedos que no son pocos y mis depresiones...! ¡Me ponen ENFERMA...! ¡ESCORIA ES LO QUE SON, IGUAL QUE LOS... ENE...! ¡SECTAS DIABÓLICAS! –vuelve a cerrar el puño y a dar con furia otro golpe en la mesa. El deje de ira de su voz se torna más marcado – ¡El nivel de degeneración y de lavado de cabeza que manejan las universidades durante los últimos años ME PONE ENFERMA...! ¡Ni por asomo las universidades se acercan a lo que eran en mi época como universitaria! Las universidades deben de ser una fuente DE CONOCIMIENTO, DE CULTURA, ¡NO DE PROPAGANDA, MANIPULACIÓN Y ADOCTRINAMIENTO! Mucho se subestima la formación profesional... Pero la gente que conozco que ha cursado una formación profesional no tiene el nivel de lavado de cabeza y tiene más capacidad de razonar que la que conozco que ha sido universitaria durante esta última década...!



    No puedo evitar sentirme algo asustada, nunca había visto a Carlota en ese estado. Hace otra breve pausa para tomar aire y continúa hablando.



    –Y si tengo que hacer una lista de más fallas muy condenables de la izquierda... Enfrentar hombres y mujeres bajo el paraguas de un falso feminismo, hacer de la homosexualidad un circo, incitar a que la gente dude de su naturaleza y se mutile partes vitales de su cuerpo de por vida, promover la hipersexualización, la promiscuidad y el consumo de drogas y alcohol bajo una perjudicial (sobre todo para las mujeres) y falsa idea de libertad, tan confundida con libertinaje, faltar al respeto y burlarse de las religiones, sobre todo del cristianismo y del judaísmo, obviamente con el islam ni se atreven porque saben lo que puede ocurrir a la primera tontería... Incomprensible todo... ¡IN-COM-PREN-SI-BLE! –grita.



    Seguimos tomadas de la mano. Puedo sentir su corazón martilleando aceleradísimo, un intenso temblor y un sudor frío en su piel. Vuelve a respirar hondo. Se vuelve hacia mí. Puedo intuir un profundo remordimiento en su mirada y como se le entristece el semblante esta vez como nunca antes y como se le ponen los ojos intensamente vidriosos, empezando a derramar lágrimas. Empieza a llorar desconsoladamente.



    –Lo siento mucho, amor –me dice, entre sollozos, acariciándome la mano y la mejilla– no debería haberme puesto así... Y aún menos delante de ti... Amor mío... Que no tienes absolutamente la culpa de nada... No mereces verme así... No mereces eso... Perdóname... Cariño... Sé que te he asustado... –me besa la mejilla.



    –Puedo entender tu sufrimiento e indignación. Nunca osaré juzgarte.



    Con el rostro inundado me mira, asintiendo.



    –PERDÓNAME HA-SHEM...! ¡POR FAVOR...! ¡TE LO RUEGO...! ¡HA-SHEM...! –grita en medio de su desolado llanto y con las manos en el corazón, apretándolas contra su pecho, exteriorizando instintivamente su dolor – Sí... Ya lo sé... Tampoco hemos hecho cosas bien nosotros... Al igual que... Las atrocidades que han cometido contra nosotros a lo largo de los años... Los países árabes colindantes con Israel... Y movimientos terroristas pseudo islamistas como Ha... Nombres que... ¡NO PUEDO NI... NI PRONUNCIAR...! Porque el islamismo... Nada tiene que ver... Con esa basura... Alá, Mahoma... Condenan eso... El islam es... Como el judaísmo... Como el cristianismo... Una religión... ¡DE PAZ...! ¡DE AMOR...! Que también admiro y respeto... Igual que son A TODAS LUCES condenables y repudiables... Todas las atrocidades... Que ellos... Han cometido contra nosotros... En esos ochenta años... También lo son... Las atrocidades que en consecuencia... Ha cometido Israel contra personas inocentes... El derecho a defenderse... Es totalmente legítimo... Siempre y cuando se haga correctamente, pero... No pasa por hacer daño gratuito... A los más débiles... Eso ya no es defensa... TODOS... UNOS Y OTROS... Se están cebando... Con las personas inocentes... Con los más débiles... Así son... Las asquerosas guerras... ESTOY SUFRIENDO... Con toda esta guerra... ME DUELE PROFUNDAMENTE... Todo ese ODIO hacia Israel... Ese antisemitismo... Todavía tan y tan arraigado en gran parte del mundo... Ver imágenes... De tantas y tantas personas inocentes... De un lugar y del otro... Ultrajadas, secuestradas, asesinadas... Ojo por ojo... Diente por diente... Y el mundo quedará COMPLETAMENTE CIEGO... Israel debe defenderse correctamente... NO hacer mismo que nuestro enemigo... Atacar gratuitamente a inocentes... Yo... A pesar de todo el daño... Que nos han hecho... Durante ochenta años... Y de las ansias de revancha... Que no he podido evitar sentir en ocasiones... Desde la faceta más visceral de mi persona... ¡HaShem, perdóname...! Lo único que deseo... Y que ando rogándole a HaShem cada noche... Antes de vencerme el sueño... Es que todo eso se acabe... Que nos dejen a los judíos en paz... Que nos dejen poseer nuestra patria... Y que dejen de mirarnos tan mal por ello... Que Israel y Palestina... Puedan coexistir EN PAZ... Con los territorios que ahora tenemos... Quiero que llegue ese día... En el que pueda decir... Que esta horrible guerra... Es cosa del pasado...



    Su llanto se torna cada vez más desolado y desesperado y en ese instante estalla, sollozando a gritos. Nos abrazamos con mucha fuerza y se deja caer encima de mis hombros. Le acaricio el cabello y la espalda por encima del «talit». Continuo sintiendo su fuerte y acelerado latido. Yo también lloro con ella.



    –Estas ratas inmundas... Porque no tienen otro nombre... Que ratas inmundas... De musulmanes... No tienen... Absolutamente NADA... NA-DA... Que Alá, Mahoma... ¡Les den su merecido castigo! ¡SECUESTRARON...! ¡ASESINARON...! ¡SECUESTRARON Y ASESINARON A MIS PADRES...! ¡MIS PADRES...! ¡ESTABAN EN ISRAEL...! ¡DE PEREGRINACIÓN EN JERUSALÉN...! DURANTE LAS FIESTAS... DE LA PESAJ... DE LA PASCUA JUDÍA... Y LES... ¡Y LES ARREBATARON LA VIDA...! ¡CRUELMENTE...! ¡A SANGRE FRÍA...! ¡FUE HA...! ¡NO PUEDO...! ¡NI PRONUNCIARLO...! ¡ESAS RATAS INMUNDAS! ¡NUNCA OLVIDARÉ...! ¡CUANDO ME ENSEÑARON... LA NOTICIA...! ¡ESA FOTO...! ¡PERDÍ EL CONOCIMIENTO...! YO TENÍA SOLO... CATORCE AÑOS... ¡ERA SOLO UNA NIÑA...! ¡UNA... NIÑA!



    Me quedo en «shock» y no tengo otra reacción que llorar. Nunca había visto a Carlota llorando con tanta desolación.



    –Lo siento muchísimo... Que duro es... Siempre tendrás mi apoyo y mi amor... Carlota... ¿Por qué no me lo explicaste antes...?–le digo, preocupada, hecha también un mar de lágrimas y entre sollozos. Le doy un beso en la mejilla. Seguimos abrazadas y no pienso soltarla. Y todavía menos mientras me explica algo tan y tan desolador.



    –Lo siento mucho, amor... Es que es tan y tan duro... Es tan difícil para mí... Además... Lo que me hicieron sufrir... En la escuela... Me pintaban... Esvásticas, cruces célticas... Simbología y proclamas yih... y na... Me pegaban... Imágenes del Ho... Con la cara de... ¡NO PUEDO NI PRONUNCIAR EL NOMBRE DE ESTA RATA INFAME! De masacres contra judíos cometidas por Ha... Con la cara de terroristas yih... En todas partes... Como si me persiguieran... A todas horas... Me gritaban chistes muy crueles... Me metían jamón, chorizo... Cualquier comida... Que fuera cerdo... Y que no puedo comer... En la boca... Me cogían... Mi comida «kosher»... Y me la tiraban... A la basura... Y se metían... Con mi físico... Unos motes horribles... A todas horas... Y cosas más fuertes... Que no me siento con fuerzas... De explicar... Porque son inenarrables... Muy crueles... A todas horas... Ya desde pequeña... Arrastro un estigma... Por ser judía... Por mi autismo... Por mí físico... Por no ser de talla pequeña... Por no tener una piel ni un rostro, a los ojos de la sociedad, «perfectos»... ¡POR EXISTIR...! ¡POR ESE SIMPLE HECHO! Por no ser lo común... Por no ser... Lo que la sociedad espera... En mi adolescencia... Y a raíz de lo que les pasó... A mis padres... Se agravó aún más... Unos comentarios inhumanos... He tenido que aguantar... Que cruel y mala llega a ser... La gente... Judit... Este es mi nombre... De nacimiento... Significa «judía»... Tuvieron que ponerme... Otro nombre... Por todo... Lo que me hacían... Y ahora... Tengo dos nombres... Carlota Judit... Es que... No hay derecho... No lo hay... Clara... No puedo... Yo... Parezco una persona fuerte... Pero... Soy muy vulnerable... Soy muy frágil... Tengo una gran tristeza... Dentro de mí... No puedo... Con este dolor... Que arrastro... De años... Y de años... Con toda esta historia... No hay ni un solo día... Que no llore... Vivimos en un mundo ultra polarizado... Vivimos en una sociedad muy enferma, Clara... No hay humanidad... No hay Di-s... No lo hay... Han matado a Di-s... Entre todos han matado a Di-s... Han matado a HaShem... ¡HaShem...! Escúchame, por favor... Ayúdame... Dame fuerzas... Por favor... Te lo ruego...



    Seguimos abrazadas y llorando. Muy paulatinamente, abrazada a mí, Carlota amaina su desconsolado llanto y el temblor de su cuerpo y sus latidos recuperan su ritmo y su fuerza naturales.



    Aparta ligeramente la cabeza del abrazo. Ambas nos miramos. Me da un beso en la frente, otro en la mejilla y otro en los labios. Intuyo un visible decaimiento en su rostro, ruborizado, con ojeras y con los ojos rojos y vidriosos.



    –Necesitas descansar, amor... –le digo.



    –Sí... Tal vez sí... Necesito dormir un rato... Todavía es temprano... Es lo que tiene el invierno, que oscurece tan pronto...Faltan un par de horas para cenar... –dice en un tono muy decaído.



    Se levanta de la silla y me alarga la mano para que se la tome.



    –Ven a mí, amor...



    Le tomo la mano. Nos dirigimos a su habitación, también iluminada y aclimatada con una Januquiá de plata encima de su escritorio y al lado de la ventana, con las cortinas apartadas.



    Nos tumbamos las dos en su cama. Ella se tumba acurrucando su cabeza en mi pecho y abrazándome por la cintura. Le acaricio el cabello y la espalda por encima de la túnica y del «talit». Le beso tiernamente las mejillas unas cuantas veces hasta que se duerme cayendo rendida en mi pecho.
     

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  4. Amorclandestino

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    Capítulo IV


    Carlota permanece dormida acurrucada en mi pecho. Mientras duerme, le acaricio el cabello y la espalda por encima del «talit» y de la túnica y le beso la mejilla con suma delicadeza.

    Después de acabar de abrir su corazón conmigo con su dura y dolorosa confesión, todavía la comprendo más y la amo con más fuerza. Carlota tiene una gran necesidad de afecto. De amar bonito y de ser amada de la misma manera.

    Transcurrida una hora y media, Carlota va despertándose abriendo los ojos y suspirando lentamente ante las sacras luces de la Januquiá.

    –Clara... Cariño... –me dice con la voz adormecida, acariciándome la mano, que seguidamente me la besa.

    –Has dormido una hora y media –le digo, con un delicado y cariñoso tono de voz.

    –Gracias... Amor mío... –me dice, mientras se levanta lentamente.

    Las dos nos levantamos despacio hasta que nos encontramos sentadas en su cama. Nos miramos. Puedo ver su rostro cansado y melancólico. Le beso la mejilla. Me abraza entre suspiros y me corresponde con otro beso

    –¿Cómo te encuentras? –le pregunto, preocupada.

    –Estoy mejor...

    –¿Estás segura?

    –Sí... No te preocupes, amor... Muchas gracias... –me besa en la frente.

    Nos tomamos de la mano y nos dirigimos al comedor. Antes de sentarnos en la mesa, ella se dirige al gran mueble empotrado y toma un gran marco con aristas negras con una preciosa foto de sus padres y ella ya de adolescente. Se lo lleva y lo coloca encima de la mesa. Acto seguido, abre un cajón, toma dos platos planos y dos hondos, dos vasos, dos cucharas, dos tenedores y dos cuchillos de la misma vajilla que los que ya ha servido para nosotras y los sirve en la mesa con el mismo orden que los nuestros, delante de las dos sillas que hay frente a nosotras. Como si sirviera para dos personas más. Después, se vuelve a dirigir al mueble y toma dos marcos más. Uno con una foto de su padre y otro con una foto de su madre. En lo que sobre todo me he fijado en todas las fotos que me ha enseñado de sus padres desde que nos conocimos es en el gran parecido entre Carlota y su madre, una mujer también muy hermosa. En ambas fotos, tanto su padre como su madre, llevan un sombrero negro y las partes laterales cabello nacidas a la altura de las sienes más largas y recogidas con trenzas, lo que se llama «peyot» o caireles. Indumentarias y peinados típicos judíos.

    Coloca ambas fotos delante de cada lado donde se encuentran los platos y, en medio, la foto en la que salen todos tres.

    Nos sentamos, con los platos delante.

    –Ahora cenaremos, amor... Aunque no sin antes llevar a cabo el «kidush», es decir, la «berajá» del vino, y el «ha-motzi», la del pan sagrado, conocido como «jalá». Ahora lo vas a ver. Te va a encantar, amor.

    Seguidamente, me acerca el mismo rollo pequeño en el que se encuentra escrita la bendición de la encendida de las velas del Shabat, escrita en hebreo en los dos alfabetos y su respectiva traducción en catalán. Justo debajo, se encuentra una especie de poema, titulado «Shalom Aleijem» («La paz sea con vosotros»), que ella misma me señala.

    –Es un poema cantado, con el que recibimos y despedimos a los ángeles del Shabat. Oramos por su paz y también para que nos den paz y plenitud. El título de este poema es también una expresión típica judía dentro de la lengua hebrea, que la decimos como saludo. La historia detrás de esta canción ha sido interpretada por el Talmud bajo una doble visión, basada, o bien, en la presencia más predominante o menos de un ángel bueno y de un ángel malo, o bien, en la bajada de los ángeles para santificar la mesa del Shabat y su vuelta al cielo bajo el precepto de que en la mesa del Shabat solo debe de haber la familia... –dirige una mirada fija en el marco con la foto de sus padres y deja ir un suspiro– Consta de cuatro estrofas, que las cantamos unas tres veces cada una

    Se levanta de la silla. Yo también me levanto.

    –Dame la mano, amor... Acompáñame... –me dice, emocionada. Yo le correspondo sin dudarlo ni un instante. Con la otra mano sostengo al aire el rollo abierto desde la mesa para poder leer y entender las bellas canciones.

    Empieza a cantar, con la mano en el pecho, a la altura de su corazón:

    «Shalom Alejem malajé hash-sharet malajé El-yón...»

    («La paz sea con nosotros, ángeles servidores...»).

    Puedo ver como le brillan los ojos y le tiembla la voz de la emoción. Va cantando estrofa a estrofa, unas tres veces cada una.

    «...Mim-meléj maljé ham-melajim, Hak-kadosh Baruj ju».

    («...el Supremo Rey de reyes, es Santo, bendito es»).

    Termina de cantar el primer poema. Se vuelve hacia mí, me abre más el rollo con sumo cuidado y me señala otro poema, titulado «Eshet Jail» («Mujer valiosa»).

    –Ahora cantaré este poema. Es toda una alabanza a la mujer judía, en especial a la figura de la madre... Y a todo lo que hace por la familia... –puedo ver como, en su ya entristecido semblante, se le ponen los ojos llorosos y se le quiebra la voz.

    Acto seguido, toma la fotografía de su madre y sostiene el marco, entre su brazo y su pecho, como si estuviera abrazando a su madre. Empieza a cantar.

    «Eishes jail mi imtza ve-rajok mi-peninim mijrah...»

    («Una mujer valiosa, ¿quién la hallará?, más allá de las perlas es su valor...»).

    Las melodías de estas canciones me resultan también muy familiares... También se las he escuchado tararear en algún momento dado... A medida que va cantando, abraza con más y más fuerza la fotografía de su madre y, de vez en cuando, la besa. Este precioso e intenso sentimiento con el que canta no se compara con nada en este mundo. Puedo escuchar como se le quiebra la voz mientras canta y ver lágrimas cayendo en abundancia de sus ojos.

    «...Tenu lah miperi yadeha vihaleluha bashe'arim ma'aseha».

    («Elógienla por el fruto de sus manos y que sus obras la alaben en sus puertas»).

    Tras terminar de cantar, cae rendida sentándose en la silla mientras sostiene la foto de su madre con sus manos.

    –¡Madre...! ¡MADRE...! –grita, llorando, entre suspiros y sollozos. Puedo ver como caen lágrimas de su llanto sobre el cristal del marco de la foto.

    Vuelve a abrazar con fuerza la foto y agacha intensamente su cabeza y su espalda, fundiéndose en un amargo llanto. La abrazo como puedo

    –No... No te haces... A la idea... De cuánto... Y cuánto... TE EXTRAÑO... ¡Mamá...! ¡TE AMO...! Y te llevo tan dentro... Y siempre... Así será... A ti, madre... –levanta lentamente la espalda y la cabeza, se dirige de nuevo a la mesa y toma el marco con la foto de su padre, que lo coloca en su falda junto al de su madre– Y también a tí, padre... ¡TE AMO, PAPÁ...! ¡OS AMO...! No os hacéis... A la idea... De cuánto... ¡OS LLEVO DENTRO...! Y siempre... Os llevaré... Muy dentro... ¡De mi alma...! –abraza las dos fotos y agacha la cabeza y la espalda de nuevo, fundiéndose en un llanto esta vez más intenso y desolador. La vuelvo a abrazar. Vuelvo a sentir su corazón martilleando de nuevo.

    Pasados unos minutos, aún con el rostro lleno de lágrimas, levanta la espalda y la cabeza, besa la foto de su madre y la de su padre, que las vuelve a dejar encima de la mesa, y nos abrazamos con fuerza.

    –¡Perdóname, amor...! Me sabe tan mal que me veas tan triste... De veras... Lo siento tanto...

    Aparto mi cabeza del abrazo. Su rostro sigue inundado en lágrimas. Muy delicadamente le quito las gafas y mis dedos recorren los alrededores de sus ojos, sus párpados y sus mejillas, queriendo secarlas. Seguidamente, le beso la frente y la mejilla.

    Continuamos abrazadas unos quince minutos hasta que Carlota logra amainar su llanto. Nos separamos del abrazo y nos besamos.

    –Te agradezco tanto, amor... Voy a guardar a mis padres... Lo intento, pero es que no puedo... No te haces a la idea de cuánto me duele... Y no quiero llorar más ahora.

    Toma los tres marcos y con ellos se dirige de nuevo al mueble empotrado, donde los guarda en el mismo estante de donde los ha tomado.

    Vuelve a la mesa, sin sentarse. Me abre más el rollo y me señala lo que parece otro poema, bajo el título de «kidush» («santificación»). Consta de tres partes.

    –Esta es la «berajá» del vino, también conocida como «kidush», que ahora recitaré cantando. Es toda una reminiscencia del libro del Génesis, del séptimo y último día de la creación, en el que HaShem descansó de su obra. La razón por la que conmemoramos el Shabat.

    También yo me levanto de nuevo de la silla. Entonces, acerca la preciosa copa con el grabado del Primer Templo de Jerusalén entre dos uvas e inscripciones hebreas y la pequeña bandeja que la sostiene junto con la jarra de cristal que contiene el sacro vino. Seguidamente, con su mano derecha toma la jarra y llena de vino la copa hasta el tope. Se derrama un poco de vino encima de la bandeja. Llenada la copa, la levanta con sumo cuidado con la mano derecha, se la pasa a su mano izquierda y se la vuelve a pasar a la palma de su mano derecha, en la cual es sostenida por la parte de debajo con la ayuda de sus dedos.

    Empieza a cantar, mientras que con la palma y los dedos de la mano derecha sostiene la copa llena del sacro vino.

    «Va-ye-hi erev, va-ye-hi voker... Iom Ha-shishi. Va-ye-julu hasha-maim ve-ha-aretz ve-kole tze-va-am...»

    («Y hubo anochecer y hubo amanecer... El sexto día. Así el cielo y la tierra fueron terminados, y todas sus huestes...»).

    A las luces de la Januquiá, puedo ver como se le eriza la piel de la emoción mientras canta.

    «...Ki hu iom te-jila le-mikra-ey kodesh, ze-jer li-tzi-as mitz-raim. Ki vanu vajar-ta ve-osanu kidash-ta mikol ha-amim. Ve-shabbos kod-sheja be-ahava uve-ratzon hinjal-tanu. Baruj ata Ado--noy, me-kadesh ha-shabbos. Amen.».

    («...Pues ese día es el prólogo de las convocaciones sagradas, un recuerdo del Éxodo de Egipto, y a nosotros elegiste y santificaste de entre todas las naciones. Y Tú, sagrado Shabat,con amor y favor nos legaste. Bendito eres Tú, HaShem, que santifica el Shabat.»).

    Terminada la bendición, se toma lentamente el vino y me ofrece la copa para compartirlo conmigo, acercándomela con el lado en el que ha dispuesto los labios para beber mirando hacia mí.

    También yo tomo el vino, mientras ella me mira emocionada, disponiendo mis labios en el mismo lado de la copa que ella. Ella bebe la mitad de la copa y yo la otra mitad. Es un vino diferente. Tiene un sabor dulce y suave.

    Tomado el vino, ambas nos miramos. Me regala su preciosa sonrisa. Después de tanto llanto... Siento su mirada y su sonrisa tan pura, deslumbrante y llena de vida como siempre, pero esta vez más. Mucho más. Como la preciosa luna en sus fases de cuarto creciente y menguante iluminando el nocturno cielo...

    –¿Te ha gustado, amor...? –me pregunta, mirándome cariñosamente y sonriendo.

    –Me ha encantado, mi vida.

    Me mira de una manera discretamente sensual y me besa. Junta lenta y suavemente sus labios con los míos hasta ir más allá de ellos, haciendo el beso más profundo. Su grande nariz rozándose con la mía, pequeña... Con nuestras bocas entrelazadas puedo sentir el dulce sabor a vino con más intensidad y sensualidad. Siento un dulce escalofrío dentro de mí, quizás por el efecto del vino (ya que nunca tomo alcohol) mezclado con el sacro calor de la luz de la gran Januquiá de oro, quizás por lo que provocan en mí la sensualidad y el cariño de Carlota.

    Nos separamos lentamente del beso.

    –Ahora voy a hacer la «berajá» del pan «jalá», también conocida como «ha-motzi»... Aunque no sin antes hacer otra de las siete «mitzvot» rabínicas: la del lavado de manos, previo a la «ha-motzi», cuya «berajá» se conoce como «netilat ladaim». Ven, amor... –me toma la mano y nos dirigimos a la cocina.

    Una vez a la cocina, también iluminada y aclimatada únicamente con las luces de la Januquiá de plata situada encima del mármol, concretamente al lado de la ventana, puedo ver las ollas con la comida preparada con antelación, tapadas para mantenerla caliente.

    –Huele delicioso...

    –Ya verás como te va a encantar lo que he cocinado para las dos...

    –Tú siempre cocinas estupendamente, mi vida, nunca dejas de sorprenderme.

    –Gracias, amor... –me besa la mejilla– ¡Ja, ja, ja! Aunque no creo que nunca supere en ello a mis amados padres, sobre todo a mi madre... Fueron ellos quienes me enseñaron –deja ir un suspiro.

    Está más animada. Su risa... Tan noble, tierna y radiante como siempre, aunque esta vez en especial, más. Como un precioso arco iris iluminando el cielo soleado después de una abundante y larga tormenta.

    Encima del mármol, al lado de la Januquiá, fijo mi mirada en una especie de bandeja que contiene alguna comida cubierta con una bella servilleta de tela blanca con una Januquiá y letras hebreas estampadas en azul oscuro, con un pequeño bote de sal al lado. Me viene a la cabeza un pequeño detalle... Recuerdo aquel pan... Aquel delicioso pan... En forma de trenza... Aquel hechizante sabor a miel... Apetitosamente condimentado con sal... Amasado de una manera aún tanto peculiar y horneado por ella... Que después lo dejaba en la cocina, en una bandeja y cubierto con una servilleta de tela... En las vacaciones, en todas las cenas de los viernes lo comía... Nunca llevaba el pan directamente a la mesa, sino que iba a la cocina a buscarlo y se lo llevaba a la mesa... Tardaba más de la cuenta... Entiendo perfectamente el porqué.

    Se percata de mi fija mirada. Me lo muestra y me explica con entusiasmo de qué se trata.

    –Mira, amor... Sí... Es el misterioso pan trenzado sobre el que me preguntaste más de una vez y que te gustó mucho... –me dice, animada, sonriendo y con un tono de voz simpático y cariñoso– Este pan se llama «jalá». Es el pan que los judíos comemos durante la festividad del Shabat. Simboliza el «maná» con el que HaShem alimentó el pueblo de Israel durante el Éxodo. Los viernes descendía del cielo con doble abundancia... Es por eso que comemos un par de «jalot», que significa «jalá» en plural. Desde después de prepararlo hasta antes de ser comido tiene que estar cubierto por debajo con una tabla, (es decir, la bandeja) y por encima con un cobertor (es decir, la servilleta).

    –Que bonito e interesante... –me quedo maravillada ante la religiosidad de Carlota.

    –Lo amaso siguiendo una «mitzvá» conocida como «hafrashat jalá», que significa «separación de la jalá» y consiste en retirar un pedazo de la masa del tamaño de un «kazáit» o aceituna y pronunciamos la siguiente «berajá»: «Baruj atá Ado-nai Eloheinu Mélej haOlam, asher kidshanú bemitzvotav, vetzivanú lehiyot or legoyím, venatán-lanú Yeshua meshijeinu, haOr laOlam», que significa «Bendito eres Tú Ado-nai nuestro Di-s, Rey del universo, que nos ha santificado con Sus mandamientos, y nos ha ordenado separar jalá». Después pronunciamos la siguiente frase: «harei zu jala», que significa «esta es la jalá» –puedo sentir una intensa emoción en su mirada y en su voz mientras pronuncia esta bendición y puedo ver como se le eriza ligeramente la piel.

    –¿Todas las bendiciones comienzan por «Baruj ata Ado-nai»? –pregunto, con discreta curiosidad.

    –Sí, todas las «bejarot», es decir, «bendiciones», plural de «bejará», comienzan de esa misma manera. Significa «Bendito eres tú Ado-nai». «Ado-nai», al igual que HaShem, es uno de los tantos nombres de Di-s para nosotros los judíos. Como ya he dicho, las «bejarot» se encuentran entre las siete «mitzvot» rabínicas. Después de recitar esta «bejará» en el «hafrashat jalá», oramos por nuestros seres queridos, por nuestro pueblo y por el restablecimiento del Templo de Jerusalén. Este ritual es también también una «mitzvá». Hay las siete principales y unas centenares más, que figuran en la Torá. La separación de la jalá se encuentra entre las segundas. Es una de las «mitzvot» de más elevación espiritual dentro del judaísmo, de máxima conexión entre HaShem y nuestras almas. En tiempos del Templo de Jerusalén, solo los sacerdotes ritualmente puros, denominados «kohanim», podían comer esa pequeña parte separada de la «jalá», pero mientras no resurja el Templo de Jerusalén, somos todos considerados impuros, los «kohanim» incluidos, es por eso que este pedazo de la «jalá» está dotado de una especial santidad y debemos deshacernos de él muy respetuosamente, ya sea quemándolo o desechándolo cubierto con papel de plata. Yo, obviamente, lo quemo bajo el calor residual del horno. El pan trenzado simboliza la justicia, la verdad y la paz, además del «kodesh» (lo sagrado, lo espiritual) venciendo el «jol» (lo corriente, lo banal). Por cierto, es en el término «jol» es el origen etimológico de «jalá», cuyo plural es «jalot». Es decir, esta «mitzvá» se trata de hacer de algo «jol», ya sea amasar, hornear o comer, algo «kodesh». Hacer algo sagrado de algo que a mera vista parece tan básico como el pan y como alimentarnos. Mostrar lo que nos hace auténticamente humanos: la belleza, la sensibilidad, la vulnerabilidad... –se le iluminan los ojos y le tiembla la voz de la emoción– en forma de bendiciones, de plegarias, de arte... Es por esa razón que trenzamos el pan... Además, lo condimentamos con sal, ya que era usada por los sacerdotes para realizar los sacrificios a HaShem y también en calidad de alimento incorruptible, que nunca perece, como símbolo de eternidad de nuestro pueblo.

    Toma la tabla con los dos «jalot» cubiertos con la servilleta junto con el bote de sal y los lleva al comedor, a la mesa. Volvemos a la cocina.

    –Vamos a hacer la «mitzvá» del lavado de manos.

    –¿Yo también lo puedo hacer? –le pregunto, algo sorprendida.

    –Claro que sí. De la misma manera que también puedes tomar el vino y comer el pan, alimentos que además hay que compartir... Y yo tengo el honor de compartirlos contigo, amor mío –me besa la mejilla.

    Me explica en qué consiste.

    –El lavado de manos no se trata de una cuestión de higiene sino de simbolismo... El agua simboliza la esencia de la vida física, sin la cual moriríamos, y la «Torá», que se traduce como «sabiduría», la esencia de la vida espiritual... Las manos, nuestra interacción con el mundo físico... El pan, nuestro diario sustento... En primer lugar, hay que llenar una jarra de agua, en segundo lugar, vertirla en las manos, empezando con la derecha como símbolo de la bondad o «jesed» y terminando con la izquierda. Finalmente, tal y como ya hacían en el Primer Templo, hay que levantar las manos para recitar la «bejará» del «netilat ladaim» mientras el agua se escurre hasta las muñecas como símbolo de la elevación espiritual y secarlas.

    Acto seguido, abre un armario y toma un par de servilletas de tela blanca con un grabado azul de la Estrella de David y una preciosa jarra de plata de dos asas con el grabado de lo que parece una ciudad en tiempos remotos, de la que sobresale un precioso templo. Jerusalén.

    –Que bonito... –me quedo maravillada.

    –Gracias, amor... Es Jerusalén... En tiempos del Segundo Templo y de nuestra gloriosa dinastía Asmonea... –suspira.

    Enciende el grifo y llena la jarra, mientras la sostiene con la mano derecha. A continuación, se la pasa a la mano izquierda y vierte el agua en su mano derecha, en un lado y en el otro, y después se la pasa a la mano derecha y vierte el agua a la mano izquierda. Seguidamente, toma de nuevo la jarra con la mano izquierda y, con suma delicadeza, vierte el agua sobre mis manos, primero la derecha, después, sosteniendo ella la jarra con su mano derecha, la izquierda. Seguidamente, pone las manos en alto con el agua escurriéndose hasta las muñecas. Yo hago lo mismo.

    Pronuncia la siguiente bendición:

    –«Baruj ata Ado-nai Elo-henu melej haolam, asher kideshanu bemitzvotav vetsivanu al netilat iadaim».

    («Bendito seas eterno Di-s Rey del mundo, que nos has santificado con tus mandamientos y nos ordenaste el lavado de las manos»).

    –Ahora nos secamos las manos... Toma, amor.

    Toma el par de servilletas con la Estrella de David grabada y me alarga una. Con la otra, se seca las manos. Yo también me las seco. Mientras nos secamos las manos, nos miramos la una a la otra, sonriendo, con un brillo en los ojos acompañado de una enamorada mirada.

    Terminada la «mitzvá», seguimos mirándonos con amor y, con sus toscas y grandes manos con dedos gorditos y largos, toma las mías, finas y delicadas con dedos de pianista... Las mías encima, las suyas debajo... La fortaleza de sus manos sosteniendo la fragilidad de mis manos... Como nuestros cuerpos cuando nos abrazamos... Lo grande que es ella a mi lado y lo pequeña que soy yo a su lado... Carlota es tan fragil... Y a la vez tan fuerte y protectora... Estoy tan y tan enamorada de ella...

    –Eres increíblemente hermosa... Amo cuando sonríes... Te amo, mi reina –le digo.

    –Yo te amo más, mi princesa... Tienes la mirada y la sonrisa más hermosas que he visto nunca... –me besa delicada y sensualmente los labios.

    Seguidamente, tomadas de la mano, nos dirigimos hacia el comedor.

    –Voy a hacer el «ha-motzi», la «bejará» de los «jalot»... –me dice.

    Una vez en el comedor y ya en la mesa, Carlota destapa el pan levantando con suma delicadeza la servilleta cobertor. A continuación, toma las dos «jalot» y las levanta juntándolas por la parte inferior, es decir, por su cara lisa y no trenzada.

    Pronuncia la siguiente bendición:

    –«Baruj Atá Ado-nai, Elo-heinu melej ha-olam ha-motzi lejem min ha-aretz».

    («Bendito eres Tú, HaShem, Di-s nuestro, Rey del Universo, que hace salir el pan de la tierra»).

    A continuación, Carlota parte con las manos las deliciosas «jalot» en pedazos en forma de rebanadas y toma una, que condimenta con sal y le da un bocado. Seguidamente, condimenta el resto y me pasa una rebanada. Se me hace la boca agua... Le doy un apetitoso bocado... Carlota hace que me derrita... En todos los sentidos positivos habidos y por haber... También el de mis papilas gustativas...

    –Como siempre, increíblemente delicioso...

    –Muchas gracias, amor...

    Permanecemos unos breves minutos en silencio, tomadas de la mano y comiendo el sacro pan. Que delicias de «jalot» prepara mi Carlota...

    –Ahora vamos a cenar... Pásame el plato hondo, por favor, cariño... –me dice, con suma dulzura.

    Me levanto de la silla.

    –Tranquila, tranquila. No hace falta.

    –¿No necesitas ayuda? ¿Estás segura?

    –Sí, tranquila, voy a buscarlo todo. Quiero darte una sorpresa, de veras.

    –Como desees.

    Se dirige a la cocina y, en dos viajes, trae un par de ollas y de cucharones. Carlota destapa la olla y sirve el contenido en los platos hondos, empezando por el mío y terminando por el suyo... Una deliciosa sopa con caldo de pollo, fideos y maíz, pechuga, zanahoria y apio troceados... Desprendiendo un delicioso y cálido humo... Mi olfato y mis papilas gustativas se tornan más sensibles y receptivos... Carlota se sienta y empezamos a cenar.

    –Utilizamos dos vajillas diferentes: una para la carne y otra para el pescado. Siempre debemos comerlos por separado...

    –Entiendo la importancia simbólica que ello tiene... ¡Que delicia, amor...!

    –Muchas gracias, amor... Ya te dije que te encantaría.

    –Que aproveche, amor. Shabat Shalom.

    –Muchas gracias... Igualmente. ¡Shabat Shalom, amor! –nos besamos.

    La cena transcurre de lujo. Comemos la deliciosa sopa y el pescado. De postres, comemos unos deliciosos dulces típicos judíos concretamente unas tortas hechas de patata y cebolla conocidos como «latkes» y unos buñuelos y donas rellenas de gelatina conocidos como «sufganiyot». Todo amasado y horneado por Carlota.

    Carlota sabe cómo seducir cálida y sutilmente todos mis sentidos, las papilas gustativas incluídas.
     

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    #4
    Última modificación: 6 de Noviembre de 2023
  5. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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    28 de Febrero de 2022
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    Mujer
    Capítulo V


    Una deliciosa cena de Shabat a la luz de las dos velas encima de la mesa y de las nueve que componen la Januquiá... La «jalá», la sopa de pollo, el pescado, los «latkes», los «sufganiyot»... Estas deliciosas tortas y donas rellenas de gelatina... Es toda una delicia como Carlota es capaz de seducir todos mis sentidos... El del sabor incluido... Degustar esas delicias preparadas con toda su alma.

    –¿Te ha gustado mi comida, amor? –me pregunta habiendo terminado de cenar, casi susurrándome al oído.

    –Delicioso... Todo delicioso...

    –¿Cómo te han parecido los «latkes» y los «sufganiyot»?

    –Una auténtica y maravillosa delicia, de veras...

    Se ruboriza. Me besa en la mejilla.

    –Son una comida típica de las fiestas de la Janucá. Al tratarse de frituras, tenemos la tradición de prepararlas y comerlas para conmemorar el milagro del aceite... Probando estas delicias también conmemoramos la gran hazaña de nuestro Judas Macabeo.

    Acto seguido, se levanta de la mesa y se dirige de nuevo al gran mueble empotrado, del que toma una especie de peonza de cuatro caras con una letra hebrea en cada una, junto con unas monedas de chocolate. Se vuelve a sentar. Me toma la mano.

    –Mira, amor. Esto que ves se llama «dreidel»... Son cuatro letras del alfabeto hebreo. Esta es la letra Nun, inicial de «Nes», que significa «milagro»; esta es la letra Gimel, inicial de «Gadol», que significa «grande»; esta es la letra Hei, inicial de «Haya», que significa «ocurrir» y esta es la letra Shin, inicial de «Sham», que significa «allí»... Dice lo siguiente: «nes gadol haya sham», que significa «un gran milagro ocurrió allí»... Durante las fiestas de la Janucá, utilizamos el «dreidel» para hacer un juego memotécnico, procedente de la tradición ashkenazí... En el centro, cualquier espacio al azar encima de la mesa entre los jugadores, al que llamamos «pozo», colocamos o quitamos unas fichas, que pueden ser diferentes objetos, entre estos, «Janucá gelt», es decir, monedas de chocolate tradicionales de las fiestas de la Janucá, según lo que digan las letras, siguiendo otra tradición del yidish, la lengua de los ashkenazíes. En yidish, representa que Nun, inicial de «nisht», «nada», por lo tanto, no hacer nada; Shin, de «shtel ayn», que significa «colocar», es decir, añadir una ficha, Gimel, de «gants», que significa «todos», es decir, recibir todas las fichas que hay en el pozo y Hei, de «halb», que significa «medio», es decir, recibir la mitad de ellas. Quien se queda sin fichas, queda eliminado o puede pedirlas a sus contrincantes... ¿Jugamos unas partidas, amor?

    –Claro que sí, amor.

    –Que bonitos recuerdos de pequeña... Jugando al dreidel con mis padres... –dice, dejando escapar un suspiro, con tristeza.

    Le beso la mejilla. Empezamos una partida.

    –Mira, amor, en primer lugar tenemos que poner unas cuantas «Janucá gelt» en el «pozo»...

    Jugamos unas cuantas partidas... Disfrutamos, nos reímos... Hasta que, con el «pozo» lleno, a ambas nos sale Hei («halb») a la vez y quedamos en empate, con la mitad de las monedas de chocolate cada una. Nos besamos.

    Estamos media hora en silencio tomadas de la mano, a la luz de la Januquiá, degustando el sabroso chocolate de las monedas.

    –Ahora voy a hacer una «mitzvá» que consiste en un ritual de purificación... Hace una semana que he tenido la menstruación y, según las leyes talmúdicas, la Halajá, las mujeres judías lo tenemos que hacer transcurridos siete días. Se llama «tevilá», que significa «inmersión» y se lleva a cabo en un espacio llamado Mikve. Es un baño ritual. Aunque no sin antes revisar bien algunas partes del cuerpo: las manos, los pies, las uñas, el cabello y la piel. Tengo que estar bien aseada, quitarme toda la «jatzitzá», es decir la suciedad: llevar los dientes impolutos y sin ningún resto de comida, las heridas bien tratadas en caso de haberme hecho daño, las uñas bien cortadas y sin esmalte, (eso no importa ya que no me las pinto nunca), el cabello bien limpio, alisado y sin el mínimo enredo, los pies sin grietas, la piel bien depilada (lo que no me supone ningún problema ya que pasé por el láser hace ya unos años), no llevar ningún accesorio... Después tengo que sumergirme desnuda en el agua mientras recito una «berajá». Una «balanit», es decir, una persona especialista, tiene que supervisarme antes y durante el baño para que todo esté correcto. Obviamente una mujer. En mi caso, mi «balanit» es mi rabina, la de la comunidad sefardí de la que soy parte. Ya hablé ayer con ella, vendrá en unos minutos. La «tevilá» siempre se hace de noche y todavía más si el séptimo día posterior a haber estado en el punto más culminante de la menstruación coincide con el viernes del Shabat... Es todo un acto sublime, íntimo y con mucho significado para nosotros los judíos... Lo realizamos tanto las mujeres como los hombres... Para diversas finalidades. Para mí, realizar esta «mitzvá» significa purificarme transcurrida mi menstruación... Que, por lo que ya sabes, mis menstruaciones acostumbran a ser muy intensas y dolorosas... También significa una paulatina sanación de todos mis traumas psicológicos... En fin, que te puedo explicar mucho, pero ya verás mejor lo que es, te lo digo de veras que te va a encantar... –vuelve su vista hacia el reloj de pared– ¡Uy, va a venir ya mi rabina! Tú me acompañarás, amor –me dice con un brillo de emoción en su mirada.

    Me guiña el ojo con esa discreta sensualidad. Mi corazón late con fuerza y me sonrojo mucho.

    –Pero es un acto muy íntimo... –le digo. En el fondo estoy que no quepo en mis ganas de ver su hermoso cuerpo desnudo sumergiéndose entre las benditas aguas de la «mikve», llevando a cabo este acto tan precioso y sublime... Aunque por encima de todo está el respeto.

    –Efectivamente, pero cuando existe un vínculo tan especial como el nuestro, no hay ningún problema, de veras... Mi rabina ya lo sabe... –de repente se escucha que alguien golpea suavemente la puerta de entrada– Ya está aquí. Ven –me dice, ofreciéndome la mano.

    Le tomo la mano. Nos dirigimos a la puerta de entrada. Abre la puerta y entra la rabina, una sonriente mujer ya de cierta edad. Lleva puesta la misma indumentaria religiosa que Carlota: una «kippá», una túnica y un «talit» entre los hombros y cubriendo ligeramente la cabeza también blancos y estampados con rayas azul oscuro y letras hebreas, además de un colgante con la estrella de David y otro con una Januquiá. Se dan dos besos, se dicen mutuamente «Shabat Shalom» y se saludan con simpatía. Entre ellas hablan en español. Pero un español un tanto peculiar, que nunca antes se lo había escuchado a Carlota, como si fuera español antiguo. Las escasas veces que he escuchado hablar a Carlota en español (ENTRE NOSOTRAS HABLAMOS EN CATALÁN, PERO RECORDEMOS QUE ESCRIBO LOS DIÁLOGOS EN ESPAÑOL PARA QUE TODOS ME ENTENDÁIS), siempre lo ha hablado como cualquier persona de aquí y con su marcadísimo acento catalán entre gerundense y vicense, nunca he notado nada extraño. La rabina lo habla de la misma manera que ella. Me quedo perpleja. Carlota se percata de ello y se vuelve rápidamente hacia mí.

    –Los judíos sefardíes hablamos así el español entre nosotros, amor, en español ladino, nuestra lengua originaria –me dice al oído con delicadeza y volviéndome a tomar de la mano.

    Ahora puedo entender mejor su asombrante facilidad para leer en español antiguo y entenderlo tan y tan a la perfección.

    Tomadas las dos de la mano y acompañadas de la rabina, nos dirigimos hacia una antigua puerta de madera del sótano de casa de Carlota que siempre me ha parecido aun tanto misteriosa. Carlota saca de un bolsillo de la túnica una grande y preciosa llave antigua, con la que la abre. La puerta comunica con un estrecho pasillo con dos otras puertas: una que comunica a un baño y otra que comunica a lo que parece una pequeña sala. La rabina se dirige directamente a la sala, Carlota al baño.

    –Ven a mí... –me dice Carlota, tomándome la mano.

    –En primer lugar, debo lavarme bien los dientes. Tienen que estar impecables.

    Toma un cepillo, pasta y un hilo dental y se lava los dientes muy exhaustivamente.

    –Ahora voy a lavarme bien la cara, los oídos, las manos y los pies... Aunque no sin antes... Enseñarte una cosa. Amor... Algo que significa muchísimo para mí... –me dice, con la voz temblorosa y con nerviosismo.

    Toma aire.

    –Si te asusta... No te gusta... O te llevas una mala impresión sobre mí. Lo entenderé... Solo quiero que sepas... Que esta ha sido una manera de canalizar todo el dolor que llevo dentro durante todos estos años... Por mí, por mis padres, que HaShem los tenga para siempre en su gloria, por todo el pueblo judío y por todo lo que hemos sufrido... Y a la vez, por todo lo que hemos luchado y conseguido –me dice, con un tono de voz conmocionado, nervioso y tembloroso.

    Entonces, dejándose puesta la «kippá» con el dibujo de la menorá de siete brazos, se quita lentamente el «talit» y la túnica, hasta que ambas prendas se dejan caer lenta y sensualmente desde su cuerpo hasta sus preciosos pies con las chanclas de plataforma... No lleva puesto nada más ni nada menos que una camiseta blanca de tirantes con la bandera de Israel estampada, debajo de la cual puedo intuir sus grandes y preciosas ubres y sus carnosos pezones y su gordita y a la vez fuerte y bien proporcionada barriga, unas sensuales braguitas blancas de seda cubriendo sus colosales caderas y nalgas y las chanclas beis de cuero y plataforma. Ver su hermoso cuerpo semidesnudo a la luz de las nueve lámparas de la gran Januquiá dorada de su comedor...

    Me ruborizo y me palpita el corazón. Se expande ese dulce calor dentro de mí.

    Entonces, me fijo en como acaricia lentamente sus brazos desnudos con sus manos temblorosas. Puedo escuchar su agitada respiración por el miedo que siente a que me lleve una impresión negativa sobre ella. Bajo la única iluminación de la Januquiá es dificil darse cuenta de ello a simple vista, pero presto especial atención a lo que Carlota me intenta decir sin palabras. Pasados unos largos segundos, me percato de ello... La blanca piel de Carlota... Me quedo realmente asombrada. Entre los bíceps y los codos, lleva tatuado un rollo con unas letras en hebreo, lo que parecen ser unas plegarias o unos pasajes toraícos.

    Seguidamente, se pone de espaldas, se levanta la camiseta y se acaricia la espalda como puede. Lleva tatuadas una gran Januquiá y más arriba una estrella de David. Estoy muy impactada. No se trata de los tan comunes tatuajes con tinta. Son tatuajes ESCARIFICADOS.

    Acto seguido, levanta la pierna derecha por debajo de la rodilla, dejando ver su pantorrilla. Quedo asombrada con lo que veo. Un hombre rodeado de unas olas.

    –Es... Moisés... Abriéndose el paso... Abriendo el paso del pueblo judío huyendo del faraón... En medio del Mar Rojo... Por obra de HaShem... Nuestro gran salvador... Un HÉROE... Entre los héroes.

    Despues hace lo mismo, pero con la pierna izquierda. Lo que parece un soldado judío de la Antigüedad sosteniendo un martillo en actitud guerrera.

    –Es... Judas Macabeo... Tal y como he explicado... Otro HÉROE... Entre los héroes... «Macabeo» significa «martillo»... ¡Recibió este sobrenombre por su entereza en la batalla! –dice, con un tono vehemente y guerrero, muy a pesar de su miedo y nerviosismo. Se le eriza la piel.

    Toma aire y continúa explicándome.

    –Estas dos escarificaciones son lo más reciente... Que me he hecho... Es por eso que... Todavía no las has podido ver... Hasta ahora.... En verano... Las de la espalda... Que hace años que las llevo... Tuve que disimularlas mucho... Taparlas al máximo... Ponerme parches de piel sintética... Horrible... Tener que esconderme... De las crueles miradas de la gente.

    Le tiembla muchísimo la voz y todo el cuerpo... Puedo ver mucho rubor en su rostro y una mirada temerosa, como si se expusiera a ser juzgada... Intuyo la ansiedad y el miedo en su agitadísima respiración, en su intenso temblor y en su dificultad para articular palabra.

    Empiezo a tener una sensación extraña dentro de mí, lo que veo en la blanca y cálida piel de Carlota me impacta en un principio (aunque en absoluto negativamente) y a su vez provoca que ese dulce calor que siento ya previamente dentro de mí por el hecho de ver a Carlota con poca ropa, crezca. AMO todas esas imperfecciones y cicatrices que la hacen ÚNICA, tanto las de la piel como las del alma. Contemplar su belleza a la luz de la gran Januquiá, la única que nos ilumina y que nos proporciona calor...

    Me acerco lentamente a ella y, con mis delicados dedos de pianista, resigo cada una de las letras hebreas que tiene escarificadas en sus grandes, gorditos y fuertes brazos, de derecha a izquierda, y seguidamente, acaricio los brazos con suma sensualidad. A través del tacto puedo sentir todavía más el temblor de su cuerpo y como de acelerado y martilleado late su corazón.

    –Tranquila... Calma... Ya está... –le digo, mientras le acaricio los brazos.

    Ella asiente con la cabeza y con mis caricias en sus brazos, poco a poco amaino su respiración y los latidos de su corazón. Sentir ese tacto tan dulcemente áspero entre mis delicados dedos de pianista... Carlota... Judit... Tan frágil y tan fuerte y valiente a la vez... Cicatrices fruto de experiencias duras, de lucha, de sanación...

    Mi Carlota... Mi Judit... La fragilidad, la fortaleza, la nobleza, la belleza y la voluptuosidad y sensualidad personificadas...

    Poco a poco se tranquiliza y se siente más segura.

    –Son unos versículos... De la Torá... –me dice, todavía nerviosa y con la voz algo temblorosa

    –Me encanta... –le digo. La verdad es que me quedo sin palabras y muy gratamente asombrada.

    –En el rollo escarificado del brazo derecho se puede leer el versículo 17:8 del libro del Génesis y se traduce así: «yo te daré a ti y a tu posteridad la tierra en que andas como peregrino, todo el país de Canaán, en posesión perpetua, y yo seré el Di-s de los tuyos». Abraham y nuestra amada Tierra Prometida... Así comenzó todo. En el del brazo izquierdo se lee el versículo 17:6 del libro del Éxodo y se traduce así: «he aquí que yo estaré delante de ti allí sobre la peña en Horeb; y golpearás la peña, y saldrán de ella aguas y beberá el pueblo. Y Moisés lo hizo así en presencia de los ancianos de Israel».

    –Es precioso, de veras. Muy precioso.

    –Muchas gracias, amor... Muchas gracias... –me dice, soltando un largo suspiro y muy ruborizada –La Torá y la Biblia lo prohíben en el libro del Levítico, pero... En fin. Todos somos débiles, de una u otra manera. Ya bien lo dijo Jesucristo en un pasaje del Nuevo Testamento bíblico: «quien esté libre de pecado que tire la primera piedra». Aunque corre en mi sangre la eterna esperanza ante la llegada de un Mesías y de un ansiado Tercer Templo de Jerusalén y no creo en Jesucristo como tal, guardo un especial respeto hacia su figura como judío que fue y, obviamente, hacia el cristianismo.

    Entonces, me pongo detrás suyo. Con la camiseta de tirantes con la bandera de Israel algo subida, le resigo la Januquiá y la Estrella de David con mis dedos y también le acaricio la espalda. Me siento gratamente admirada por su fortaleza y su coraje de haberse hecho este tipo de tatuajes como símbolo de todas las circunstancias duras que ha vivido y de su entereza por salir a pesar de todo el dolor.

    Mi dulce y húmedo calor crece paulatinamente. Se me endurecen los pechos y los pezones. Siento ya un irrefrenable instinto de abrazarla desde detrás y pegar bien mi cuerpo y sobre todo mis pechos con mis endurecidos pezones a su espalda, a su piel escarificada, aunque dada la notable diferencia de altura entre las dos, es complicado.

    Me vuelvo de nuevo delante suyo. La miro, con respeto y amor.

    –¡Es simplemente HERMOSO! Estoy ORGULLOSA DE TI, Carlota. Eres una valiente.

    La abrazo. Nos abrazamos fuertemente. Me da besos en la frente y en la mejilla. Nos separamos delicadamente del abrazo, se vuelve hacia mí, me toma de la mano y se sienta encima del inodoro. Me atrae hacia ella. Le vuelvo a acariciar los brazos y seguidamente, la abrazo, estando ella sentada y yo de pie delante suyo. Nos abrazamos muy fuerte. Ella acaricia suavemente mi espalda, mi esbelta cintura, mis caderas y mis nalgas por encima de mi arrapado y sensual vestido largo negro. Es ya de noche y solo nos iluminan y nos dan calor las sacras luces de la Januquiá de oro. Tengo las mejillas muy ruborizadas, pero esta vez ya calientes, tanto por el sacro calor de las Januquiás como por el dulce calor que ella en mí provoca. En un instante dado, separamos un poco nuestros cuerpos, agarra delicadamente mi esbelta cintura con sus grandes y fuertes manos, me atrae hacia ella hasta llegar a mi rostro y me besa las mejillas con avidez, casi devorándolas. Seguidamente, nos besamos en los labios. Mientras tanto, mis manos de porcelana vuelven a posarse en sus brazos, concretamente donde tiene las escarificaciones (bastante visibles con la camiseta e tirantes) y, con mis dedos de pianista, se las vuelvo a acariciar y a reseguir muy sensualmente. Puedo ver sus mejillas ruborizadas y un brillo febril en sus ojos cafés.

    Pasados unos minutos, se levanta.

    –Ahora voy a lavarme la cara y la nariz y a repasar y comprobar que todo esté bien en mi cuerpo... No puedo ducharme durante el Shabat, ya que no se permite usar agua caliente, ni tan solo templada. En tiempos del Templo de Jerusalén, durante el Shabat, los sacerdotes prohibían calentar el agua a los que se dedicaban a ello, ya que, como ya sabes, durante el Shabat no se puede realizar ningún tipo de tarea. Es por eso que este mediodía, con antelación, ya me he duchado enjabonando bien mi cuerpo con una esponja y peinando muy bien mi cabello con suavizante porque no quede ningún enredo. Mientras tanto, también he cortado mis uñas, he pulido las durezas de mis pies y he limpiado la piel, por ejemplo de piel levantada al lado de las uñas de las manos y de costras de mis últimas escarificaciones, ya que son cosas que tampoco puedo hacer durante el Shabat... También me he pasado el hisopo en los oídos y en la nariz este mediodía, pero lo haré de nuevo mientras me lavo bien.

    Ya lavada, se cubre el cuerpo con una grande toalla blanca con una menorá gravada y se acaba de desnudar por debajo de esta. A pesar de la situación, me cuesta disimular mi deseo y no puedo evitar que mi imaginación vuele.

    Me alarga la mano con un brillo de emoción en su mirada. Le doy la mano y nos dirigimos hacia la puerta que comunica a la misteriosa sala. Abierta la puerta, mi mirada se posa fijamente en una especie de alberca con agua corriente y en la cual se accede mediante una escalera de quince peldaños es en lo primero que capta la atención mi mirada.

    –Este baño es la «mikve»... Comunica con un manantial del río más cercano, ya que el agua debe de ser natural –me dice Carlota, con un brillo de emoción en sus ojos

    Se trata de una sencilla y a la vez preciosa sala, iluminada por otra gran Januquiá de nueve brazos. Las respectivas paredes están cubiertas de unos bellos azulejos blancos con dibujos de varios colores pastel de escenas toraícas y de la historia del judaísmo: el sacrificio de Abraham, Jacob y las doce tribus de Israel, Samuel, Saúl, David, la liberación del pueblo judío por Moisés y Josué, el Tabernáculo móvil en el desierto, el Primer Templo, el Segundo Templo, la revuelta de Judas Macabeo, la dinastía Asmonea... En el corazón de la sala del hay una gran estrella de David de color azul.

    Se me iluminan los ojos, hasta derramar algunas lágrimas de la emoción.

    –Cuantísima belleza... De veras, me encanta...

    –Lo que ahora vas a ver te va a encantar el doble, amor mío –me dice, poniendo sus grandes manos en mis delicadas mejillas. Me besa en la mejilla.

    Seguidamente, avisa a su rabina que ya está preparada para llevar a cabo la inmersión y se dirige lentamente a la mikve.

    Puedo ver como, una vez Carlota se encuentra ante la mikve, su rabina le inspecciona bien el cabello y se lo decanta de la cara en la medida de lo posible, la boca, los dientes, los oídos, los ojos, las manos, los pies, si las uñas están bien cortadas, si la piel está bien limpia y rasurada... Una vez hecho, se pone a su espalda y le quita delicadamente la toalla. Puedo ver a Carlota, con su hermoso cuerpo desnudo siendo paulatinamente abrazado por las sacras aguas, bajando solemnemente los quince peldaños de la «mikve».

    Esa gordita barriga, a la vez que bien proporcionada con sus grandes nalgas y sus grandes pechos. Esas hermosas ubres... Bien grandes, un poco caídas, con algunas marcas de acné y con unas areolas y unos pezones grandes y rosados. No tiene los pechos perfectos a los ojos la sociedad, pero a los míos son los más bellos y voluptuosos que he visto nunca... Esas anchas caderas acompañadas de esas grandes y voluptuosas nalgas... Con algo de celulitis pero no por eso menos hermosas... Y que tan bien le combinan con toda su sensual ropa interior que tanto me encanta oler en su ausencia para sentir su presencia en forma de feromonas y mientras hacemos el amor... Su tierna rosa del amor... Sus grandes y voluptuosos muslos, sus largas piernas, sus grandes y bonitos pies, esas partes de su cuerpo que tanto amo ver mientras lleva sus sexys calzados de cuero, plataforma y de tacón ancho a los que tanto amo agacharme para besar en su ausencia o mientras los lleva puestos... Besar sus botas... También sus preciosos pies, ya sea mientras lleva sus chanclas de cuero y plataforma o descalzos... Su grande y ancha espalda, sus grandes y fuertes brazos, sus hermosas manos, con dedos grandes y largos... Como amo sentir esos dedos bien dentro de mí... Su larga y lacia cabellera castaña, con flequillo recto, que tanto amo oler, una verdadera e indómita arma de seducción... Su blanca piel como la luna llena... Sus bellas escarificaciones a la luz de la Januquiá...

    A pesar de estar en un lugar sacro y presenciando una situación del mismo calado no puedo evitar que mi cuerpo reaccione ante el goce de las divinas vistas de la desnudez de Carlota. La deseo demasiado... La deseo a rebentar. Respiro hondo... Debo reprimir esos pensamientos... Al menos durante un momento así... Debo... Debería.

    Una vez llega, sus pies tocan con mucha facilidad la superficie del suelo de la mikve, teniendo en cuenta su alta estatura. Cierra ligeramente los párpados y los labios. Entonces se pone de pie y se sumerge en el agua, con los brazos y las piernas ligeramente separadas, con el cuerpo ligeramente inclinado hacia adelante.

    Terminada la inmersión, se pone las manos en el pecho y recita en hebreo y con un tono de voz alto e intensamente emotivo la siguiente bendición:

    «Baruj atá ad0nai eloheinu melek ha-olam asher kidshanu b'mitzvotav v'tzivanu al ha-teviláh».

    (Bendito eres Tú, Ad0nai, nuestro Di-s, Rey del Universo, que nos ha santificado con las mitzvot y nos ha mandado acerca de la inmersión).

    Se sumerge unas tres veces más en la misma solemne postura.

    Una vez termina su cuarta inmersión, la rabina, en su función de «baladit», pronuncia la sacra palabra «kosher», que significa que Carlota ha realizado la «tevilá» correctamente.

    Quedo realmente fascinada ante este acto tan solemne. Es increíble esa sensibilidad y esa religiosidad que tiene Carlota.

    Carlota sale de la «mikvé» y la rabina, sonriendo, la vuelve a cubrir delicadamente con la gran toalla con letras hebreas gravadas. Puedo ver como a Carlota se le ponen los ojos llorosos. Su rabina también lo nota y la abraza. En medio del abrazo, el cuerpo de Carlota empieza a temblar, por lo que intuyo que rompe a llorar.

    Yo me acerco para también consolarla y le tomo la mano.

    –Ay, mi Judit... Cariño... HaShem ha estado, está y permanecerá siempre a tu lado. Tu amor a HaShem ha sido lo que te ha impulsado a seguir adelante a pesar de todos los golpes duros que la vida te ha dado injustamente... HaShem te ama tal y como eres porque tú también le amas y siempre le has amado. Tenlo siempre presente, por favor... Nunca más te escondas de que eres judía, por favor... ¡Es un orgullo y totalmente revolucionario ser judía...! Nunca más escondas tu nombre originario, por favor... Tus dos preciosos nombres... Carlota y Judit... Hacen honor a la gran mujer en la que te has convertido... A tu fortaleza, a tu amor a HaShem... De la que tus padres, HaShem los tenga en su gloria, se sentirían más que orgullosos... Eres la viva imagen de tu difunta madre, que HaShem la tenga eternamente en su gloria por la valerosa, noble, sencilla y bellísima mujer que fue... –le dice la rabina, con un tono de voz cariñoso y a la vez apenado.

    –Sí... Siempre... Siempre he tenido, tengo y tendré a HaShem en mi corazón... Nunca me separaré de HaShem... No, nunca más... Nunca más... Me esconderé... ¡De quien soy...! Me siento tan mal por ello... Por mí, por mis padres, por mis ancestros, por mi pueblo... Yo... Tenía miedo... –dice Carlota, conmocionada, entre lágrimas y sollozos.

    La escena me conmueve y yo también empiezo a derramar lágrimas.

    Seguidamente, se separan un poco de su abrazo y la rabina toma de las manos a Carlota.

    –Además, tienes a tu Clara... Sé que la amas, tal y como HaShem y tus virtuosos padres te han enseñado a amar. HaShem no juzga el amor entre dos hombres ni entre dos mujeres... Para HaShem el amor entre dos personas tiene que ser PURO, NOBLE Y LEAL, sea entre un hombre y una mujer, entre dos hombres o entre dos mujeres. Debes confiar en ella.

    –Sí... Confío plenamente... En ella... La amo... ¡Más que a nadie en este mundo...! ¡Daría mi vida por ella! Mi Clara... Es el amor de mi vida... Un ángel de luz... Un regalo de HaShem... Entre tanta oscuridad... Entre tanta insensibilidad... Ella es mi impulso... Para seguir adelante con una sonrisa... Ella es la razón... Por la que me levanto cada día con más fuerza... Con más ganas de vivir... Porque es una persona... Por la que merece la pena luchar... Y arriesgar. Es lo mejor... Que me ha sucedido en esta dura vida... Es con ella... Con quien deseo pasar... El resto de mis días... ¡Envejecer...! ¡A su lado...! No veo el día... ¡De casarme con ella! ¡LA AMO...! –dice Carlota, realmente emocionada y entre lágrimas y sollozos.

    Clara te ama, tal y como HaShem te ama –se vuelve hacia mí– ¿Es así, Clara? ¿Amas a Judit?

    –La amo... Más que a nadie... Es la persona que más amo en este mundo... Un ángel como el sol... Caído del cielo... Siempre estaré a su lado... En las buenas y en las malas... Ella es la razón... Por la que no pierdo la fe... En toda la auténtica belleza... De este mundo... En todas esas cosas... Que hacen de este mundo... Un mejor lugar para vivir... En la nobleza, en el honor, en la lealtad... En la sensibilidad, en los más bellos y puros sentimientos como el verdadero amor... Porque son precisamente todas estas bellas cualidades... Las que, como un ángel, definen a Carlota... A Judit... –digo, también llorando – El fin de sus días... Es también el fin de los míos... Si ella se va...Yo voy detrás... ¡LA AMO MÁS QUE TODO Y MÁS QUE NADA EN ESTE MUNDO!

    Carlota se vuelve hacia mí y me abraza. Nos abrazamos con fuerza. Mi cuerpo siente el roce de la húmeda y caliente piel de sus brazos y de su sacra toalla por encima de mis ropas. También el de pequeños ríos de sacra agua bendita nacidos de su majestuosa larga cabellera recorriendo la suave tela negra de mi arrapado vestido negro. Nos besamos los labios.

    Transcurridos unos segundos, Carlota me toma la mano y nos dirigirnos de nuevo al cuarto de baño, donde se viste rápidamente mientras la rabina nos espera.

    La miro ruborizadísima y con disimulo. Cuando aún le falta ponerse la túnica, el «talit» y la «kippá», se percata de mis miradas. Se vuelve hacia mí con una tierna mirada y me besa los labios son suma sensualidad, lo que hace que mi cuerpo se active más... Sentir sus labios con los míos, el roce de su grande nariz... Ya conozco muy bien esa manera de besar de Carlota y lo que precede...

    Ya completamente vestida Carlota, en compañía de su rabina, abandonamos el sacro espacio y, una vez en la entrada, Carlota baja solemnemente la cabeza, mientras que su rabina le dedica la siguiente bendición, perteneciente a un pasaje de la Torá y de de la Biblia, concretamente del libro de los Números:

    –«Que HaShem te bendiga y te guarde, que el Eterno haga brillar su rostro para ti y te tenga misericordia, que el eterno eleve su rostro sobre ti y te otorgue paz».

    –Amén –responde Carlota.

    Se abrazan con fuerza y se dan los dos besos de despedida. Acto seguido, la rabina se acerca a mí.

    –Cuida mucho de Judit, por favor... –me dice, en voz baja, con un tono de voz apenado y preocupado– Se siente muy sola... Ha sufrido mucho a lo largo de su vida... Sin merecerlo... Judit es una alma pura y noble como un ángel... Tiene un corazón que no le cabe en el pecho... Todo lo que necesita es mucho amor, empatía y compresión, de veras... Ámala bonito, por favor...

    –La amo más que a nadie en este mundo... Ni por un instante se me pasaría por la cabeza hacerla sufrir.

    La rabina me mira confiadamente, me abraza y me da dos besos.

    Nos despedimos.
     

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    Última modificación: 6 de Noviembre de 2023
  6. Amorclandestino

    Amorclandestino Poeta recién llegado

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