El segundo primer día

Nuevamente desde temprano en pie. Tirita todo mi cuerpo por el frío invernal y la llovizna cada vez más fuerte. Cuando comienzo a pensar las cosas que me tocaran vivir hoy a la vuelta de clases, suena la bocina del transporte escolar que me viene a buscar; en su interior estos pequeños dementes: niños de no más de nueve años que me hablan de sexualidad y de películas que ellos titulan como satánicas.

El chofer de este bus escolar corre a velocidades increíbles por las calles y a las personas que no logra atropellar les grita locuras que sólo se le podrían ocurrir a este hombre, el que ya bordea los cuarenta. Lo más horrible es que sé con seguridad qué esto es lo que tendré que soportar todas las mañanas durante cuatro meses, partiendo desde el día de hoy.

Ya me he bajado de aquel temor rodante, ahora entrando por la puerta principal del colegio me imagino que habrá algún cambio en la estructura y es así, el gran cambio ha sido pintar de blanco las murallas. Tenía claro que las autoridades no iban hacer mucho con los treinta mil pesos que paga cada alumno mensualmente. Ahora finalmente abro la puerta de mi sala y veo los elementos en la misma posición de siempre. Analizo la situación para sentarme en mi fría e incómoda silla y sacar mi gran libro, para aprovechar la mañana de alguna manera, pensando que siempre soy el alumno que llega veinte minutos antes que comiencen las clases.

Mientras leo mi libro, me doy cuenta que la gente comienza a llegar a invadir mí territorio. Mi cerebro sabe que esto no puede ser algo bueno y las cosas se presentan cómo me lo esperaba el día anterior: llegan gritando y abrazándose entre sí, contando las aventuras de sus vidas tan poco interesantes en menos de diez minutos. Esto a cada instante se vuelve más y más odioso, es como si estas personas no se hubieran visto en años o como si hubieran ido a la guerra de Vietnam y hubieran vuelto con alguna medalla en el pecho, pero no es así, de hecho se habían visto hace dos semanas atrás.

Cuando creo que ya estoy por explotar y veo que la situación es incontrolable, para el bien propio y de los demás llega una profesora a la primera clase del día. Supongo que ella viene a poner un poco de orden, pero pareciera no ser tan así, ya que ese grupito de tres mujeres con sobre carga de maquillaje entran y salen de la sala como si estuvieran aun disfrutando de sus vacaciones en la playa.

Esto es insoportable, porque tenía que volver a ver a este grupo de mamíferos sin capa cerebral, pero bueno, de alguna forma debo hacer algo para impedir mí quiebre psicológico total.

Cuando creía que el tiempo avanzaba cada vez más rápido y veía que en la sala habían cada vez menos alumnos, podía estar bajo control, pero justo en ese momento una noticia lamentable se presentó frente a mí: un profesor no había asistido y eso significaba pasar durante las próximas tres horas junto a esa tropa de animales salvajes, sin hacer nada más que escuchar sus comentarios y vivencias estúpidas.

Ya estaba en aquel momento en el alucinaba con quemar el colegio por la desesperación irracional, pero en ese momento fue cuando me encontré con la agradable sorpresa de que mirando por la ventana hacia el patio se podía apreciar a todos los mamarrachos de los diversos cursos bailando como monos. Estos personajes no tenían nada mejor de que hablar sobre ropa, fiestas y borracheras interminables. Esto ya no podía seguir sucediendo y por lo mismo me hice de un aliado con él que comenzamos la destrucción total de la sala de clases: la rabia era demasiada y aun más pensando que era el primer día de muchos que vendrían.