El silencio escondido

Esta es la historia de un silencio que se olvidó nombrarse a sí mismo y para ser invisible, una noche se disfrazó de luna negra quedando atrapado en el tiempo.

Marcaban las doce en el reloj del campanario de la iglesia de San Cristóbal, las calles quedaron desiertas como todas las noches de invierno a la misma hora, las sombras de los edificios dibujaban siluetas deformes incapaces de ser sorprendidas y los silencios celebraban el comienzo de esa nueva fiesta, que como cada día, reunía a los más mudos recuerdos y las más mudas sinfonías, los descansos con sus sordos caballos, la quietud de las palabras que no tenían nada que decirse, las miradas dicharacheras y los sueños sin necesidad de callarse porque eran íntimos y secretos. Lanzaban serpentinas en el aire frío y seco, bailaban junto a la historia del pasado aún vivo difuminando cada letra de nada y cada todo del sino.
Entonces, un silencio despistado, olvidó su nombre y, por vergüenza a ser señalado, voló muy lejos hasta quedar anclado en la luna a la que vistió de negro para no poder ser encontrado.

Dicen que en las noches más oscuras del firmamento a las doce de la medianoche suena el grito de un silencio, como el aullido de un lobo hambriento con las fauces rotas, y si pasas la noche en vela puedes escuchar a la luna cantándole una canción de cuna para calmar su eterna amargura.

 

Gracias por referirme esta prosa, un placer leerte en la mañana, antes del desayuno. La historia te lleva como si fuera de tu voz. Un abrazo!

 

Muchas gracias por leerme, siempre es para mí un honor contar con tu lectura